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Palabra de Dómina: Mis comienzos

en Dominación

PALABRA DE DÓMINA: MIS COMIENZOS

-¡Hola! -saludé tontamente al observarle por la mirilla, antes de abrir y asomar apenas la nariz por la puerta, sin haber decidido si franquearle el paso todavía- Debe de ser usted el abuelo de Borja María.

-No.-Dijo, sin mirarme, manipulando su teléfono.

-¿No? Pues lo siento, pero no tengo ni dinero ni interés en comprar nada; y en cuanto a religiones,- proseguí, antes de que contestara- me va muy bien con la mía...

-No- repitió, contundente, con una sonrisa encantadora pero inequivocamente tirante, como fruto de un tic, introduciendo un pie en el umbral, para evitar que le cerrara en las narices- Soy su padre.

-Su padre... Claro. Sí, por supuesto. Perdóneme.

Me retiré, muerta de vergüenza, antes de permitirle pasar, a sabiendas de que lo que no empieza bien suele acabar fatal. ¿Quién iba a pensar que con cincuenta y pico...?

-Con su permiso...

 

Tomé su paraguas, para evitar que me pusiera la casa perdida y, mientras le ayudaba a deshacerse de su abrigo me di cuenta de que no era tan mayor como en un primer momento me había parecido. Aunque no hubiese forma de que bajase de una muy holgada cuarentena, mister ejecutivo agresivo podía haber engendrado perfectamente al monstruito hiperactivo que había arruinado una de las ventanas de mi salón.

La gente se casa cada vez más tarde, se divorcia, encuentra de nuevo pareja y todo ese tema. El ciclo de la vida... De los otros, en cualquier caso. A mis años, yo parecía condenada a la soltería. Tímida que es una.

 

Me tendió también su bufanda para que la colgara junto a todo lo demás en el perchero de la entrada, a tientas, porque sus ojos recorrían el vestíbulo con el espíritu crítico del general que supervisa el próximo campo de batalla. Un traje perfectamente cortado a medida apareció debajo de la ropa mojada. Directivo, casi seguro. Oh, fatalidad...

La simple perspectiva de pasar horas interminables discutiendo con alguien más preparado que yo hizo que se me aflojaran los dedos, y las prendas cayeron al suelo, con un sonido de fregona empapada. Chasqueó la lengua con desaprobación cuando me agaché a recogerlas, mientras pasaba por mi grupa una mirada despectiva y hambrienta, menos disimulada de lo que él se creía, reprimiendo a duras penas las ganas de darme un azote.

Sólo le faltó mirarme las encías para acabar de tratarme como a una yegua.

Hijo de puta clasista.

 

Me había llevado todo un día limpiar el piso para dejarlo impecable y listo para su visita, con lo tranquila que vivía yo, haciendo y deshaciendo a mi manera hasta la vuelta de mis padres, ordenando sólo cuando la mierda me llegaba por las rodillas. A las pelusas les había dado tiempo ya a formar su propio ecosistema. Comía y dormía donde y cuando quería. Sin órdenes, sin prisas... Toda esa felicidad destruida porque un crío pijo había perdido el control de su balón.

Ese aprendiz de cabrón me había obligado a volver a vestir y comportarme como la contable responsable que fingía ser cuando me observaban. A desempolvar mi uniforme de chica-Zara (sin un duro, pero impecablemente vestida) y los tacones, prueba innegable de una vocación masoquista... que los años y experiencias como la que tratamos se encargarían de corregir.

 

 

...Y así estaba yo, con una ampolla en un dedo y machacando el parqué, tratando de mantener una apariencia de profesional respetable mientras aquel señor juzgaba mi casa y me miraba el culo, como si ambas cosas fueran en el fondo la misma y le ayudasen a resolver el misterio de si aquello iba a pagarlo o no el seguro.

 

-Por favor, no se quede ahí. Vaya pasando si quiere al salón.

Mi propio servilismo me asqueó. Estoy bastante segura de que fue la simple visión de unos gemelos de oro y una elegante corbata lo que activó esa cadena de reacciones pasivas, dóciles y complacientes, de asalariada que trata con su jefe o un buen cliente, siempre dispuesta a hacerle la venia. "Señor, sí señor".

Casi había conseguido hacerme olvidar que la agraviada en este caso era yo, y que me debía un buen fajo de papeles. La póliza (habían sido muy claros en eso) no cubría los daños ocasionados por mamoncetes consentidos. Alcé la voz, para hacerme oír pese a la nueva posición.

 

-¿Quiere algo de beber? ¿Cocacola, café...?

-Lo mismo que vayas a beber tú, gracias...

 

Paseaba como Pedro por su casa, sin esperar a que nadie le pidiera que se sintiera precisamente así. Lo daba por hecho, pese a la ausencia de la frase de rigor. Estaba usando de nuevo el teléfono y mientras hablaba, miraba los cuadros como si tratara de olerlos, con la nariz muy erguida; se asomaba a la vitrina desde una prudente distancia. Desde la cocina podía oír cada uno de sus pasos, ese eco característico de los zapatos caros, con suela de cuero cosida, hilo musical típico de los museos y las galerías de arte. Me permitía controlar que, pese a su aparente actitud sobrada y falta de respeto, en ningún momento había abandonado la habitación.

 

-¿Estamos esperando a alguien más?- pregunté.

-Mucho me temo que no. La madre pasará la tarde reunida: me pidió que por favor la disculparas. L habría gustado estar.

 

Hubiesen sido dos contra una ¡Por supuesto que habría querido, la señorona! Cuando volví junto a él, balanceando en precario equilibrio dos vasos y unas latas de refresco, me lo encontré supervisando el hueco que el esférico -dirían en la radio- había realizado en mi ventana. En cuanto sintió mi presencia colgó su llamada y se volvió hacia mí, con el índice en alto, como si acabase de llegarle una idea.

 

-Y...¿Cómo dices que averiguaste que fue precisamente mi hijo quien rompió el cristal?

-De eso quería hablarle yo también...

-De tú, por favor.

-Hablarte.- Musité, depositando la bandeja en una mesita, buscando con la mirada la caja donde había colocado la prueba del delito. El duendecito de las niñas desordenadas llevaba años burlándose de mí. (Y seguiría haciéndolo, si no fuera por mi sumiso)

-Bien. Ahora sigue...

 

Se acercaba peligrosamente, como si no quisiera dejarme espacio físico para escapar de su interrogatorio. Era su modo de presionar, imponiéndome un estado de alerta que me impidiese improvisar respuestas falsas o ingeniosas.

-El balón, como verá...verás -corregí, al verle enarcar una ceja en el reflejo de la superficie pulida, mientras abría la lata- enseguida, tiene escritas las iniciales. Sólo tuve que preguntar.

-Oh, bueno, pero unas iniciales no son gran cosa. Hay muchos nombres que pueden ajustarse. "BMW"... también coincidiría con..no sé, con Blanca o con Benito...

-También trae una dirección, por si se perdía, seguramente...

En cuanto la encontré, lancé la pelota a sus manos con suavidad, para no romper nada más. No le fallaron los reflejos. La giró entre sus yemas, pensativo, con el rictus irónico y amargo de quien sabe que ha perdido el primer asalto... pero se prepara para el siguiente.

-Efectivamente...No hay confusión posible. Si te digo la verdad, no parecía tan mal sistema en un principio.

-No lo era. Ya ve que ha permitido que el niño lo tenga de vuelta.

 

Bufó con sorna a modo de respuesta, centrando toda su atención en un punto lejanísimo, más allá de la luna quebrada. Sus dedos tamborileaban con cierto nerviosismo sobre la suciedad del juguete cuando habló.

-Existe la posibilidad de que independientemente de quién sea el propietario, fuese otro chavalín quien chutara el balón.

-También la hay de que la patada se la dieran tras haberlo robado.

-Justo ahí quería llegar yo...

-Ni lo intentes.- Le advertí, antes de arrebatarle la pelota y encajarle en su lugar un vaso- Sería demasiada casualidad. Y eso, señor mío, es algo en lo que no creo.

Aproveché su desconcierto para entrechocar el vidrio, brindando con él. Fue entonces cuando me miró a los ojos por primera vez, no sé si divertido o irritado por el hecho de que por fin le plantase cara. Su sonrisa ladeada parecía menos amplia que antes (aunque igual de embaucadora). Blanquísima por unas fundas o alguna cara limpieza dental.

-Está bien. Está bien- concedió, mientras agitaba el contenido aún espumoso como si esperase ver algún poso, distribuir el aroma. Pura inercia enológica, de bebedor sibarita. Las burbujitas de la cola parecían contrariarlo- Aceptemos la posibilidad de que efectivamente fuera el niño quien hizo... Quien tuvo el accidente...

-Es muy probable.

-Como quieras- aseguró, forzando un gesto paciente, antes tomar asiento en mi único sofá- ¿Qué haríamos, entonces?

-Usted.. -sus canas, su aspecto pulcrísimo, seguían imponiendo respeto- Tú pagarías el cristal y todos quedaríamos como amigos

Tomó un trago, ayudándose seguramente a digerir mejor mi respuesta.

 

-Ya veo. Parece que hoy en día salen caras las amistades.- Buscó mi aprobación cómplice a su broma, antes de continuar- Unos doscientos euros...

-Doscientos ochenta y cinco, más IVA, en realidad.

-Doscient..- repitió, incrédulo, midiendo la superficie con los brazos- ¿Cómo puede ser? ¡No tiene ni tres metros de ancho!

-¿Habías pedido ya un presupuesto?

-¿Cómo? ¡Claro que no, pero...!

-Yo sí. Y eso es lo que me han dicho. Doscientos ochenta y cinco, ni un euro más, ni uno menos... Ahora bien -Me senté junto a él- ¿Que encuentras una cristalería más barata? Por mí de acuerdo, que no me llevo comisión. Sólo quiero que el trabajo esté hecho esta misma semana.

-¿Y eso por qué?- Dándose cuenta de su brusquedad,rectificó- Quiero decir... Bien, no entiendo por qué es tan urgente.

-Es simplemente que quiero ahorrarle trabajo a mis padres. No me gustaría que al regresar se encontrasen con otro problema más. Que pensasen que no he sabido hacerme cargo del asunto.

-¿Vives con ellos?

-Sí... ¡Qué remedio! Ya sabes cómo está el tema del empleo...

-Oh, bueno... Precisamente ahora andamos ocupados con un par de supuestos despidos improcedentes. Este año me da que no veo un céntimo de los beneficios...

 

Ahí estaba, pensé, la confirmación. Directivo y accionista de la empresa, para más inri. Iba a ser durísimo arrancarle los cuatro euros del bolsillo, pero era una tarea en la que emplearía toda mi dedicación. Y si no era por lo civil -usando sus mismos términos- sería por lo criminal.

Intenciones homicidas aparte, el reto me motivaba de un modo brutal. Un pulso o un polvo, eso era lo de menos. Los enfrentamientos siempre han tenido ese efecto en mí: la imperiosa necesidad de ganar.

Sabía que él me iba a hacer sudar. El cómo ya era cuestión de verlo.

 

-Y... siguiendo con lo anterior... -echó lo que quedaba de su lata en mi vaso, como si pretendiera emborracharme. Como si la cola llevase alcohol- ¿crees que tus padres se sentirán más tranquilos si les cuentas que has dejado entrar a un desconocido tan tremendamente atractivo en tu piso?

Lo miré de arriba a abajo, desde su cabello, rubio apagado (y no muy abundante, a decir verdad), hasta el pie que mantenía sobre una de las rodillas. Esa pose de seguridad en sí mismo absoluta, de dominación de la situación total, me hizo pensar en hasta qué punto sería eso una broma.

Ese ego odioso estaba rogando que lo rebajaran, chiste o no.

-No creo que te considerasen peligroso, créeme.

-¿Ah, no? -se desplazó sobre el sofá, acercándose más a mí, hasta acorralarme contra uno de los brazos- ¡Soplaré y soplaré y tu casita derribaré...!

-Tampoco es que vayas a tener muchas dificultades, ahora que tu hijo ha empezado el trabajo...

Por el agujero entraban el viento y algunas gotas despistadas, mojándonos el cuello. Aquel era un hecho difícil de refutar: la ventana recordaba a cada instante que seguía jodida, y que la situación -a poco que soplase algo más de viento- aún podía empeorar. Intentó secarme con la manga de su camisa y le di un ligero empujón en el pecho, para obligarle a retomar cierta distancia.

Lo creas o no, no soy una chica de confianzas repentinas.

 

No soy de las que se acuestan con el primero que les debe o al que deben dinero, porque ni soy puta, ni el cobrador del frac.

El problema fue que se lo tomó como un desafío.... Y me mordió el dedo. Has leído bien.

Lo hizo suavemente, la primera falange tan sólo. Tuve que usar toda mi fuerza de voluntad para no reírme o abofetearle. A un hombre le puede resultar terriblemente erótico ver succionado su índice como un polo, pero para una mujer es sólo un contacto realmente extraño con saliva ajena.

Antes que pudiera darme cuenta de lo que hacía, me llevó la mano a la boca, usando mi propia yema húmeda para perfilarme los labios. Despacito, borrándome poco a poco el carmín, como a una niña que se ensucia jugando...pero fue su pulgar el que se colocó en el hueco de mi mentón, para abrirme la boca.

No supe bien cómo reaccionar cuando sentí su lengua -inmensamente larga, casi vacuna- contra el paladar, aun antes de notar beso alguno. La punta se deslizo desde mi garganta hasta los dientes, lamiéndome los pliegues del cielo de la boca. Por un momento imaginé que me ahogaría, que me provocaría arcadas si avanzaba de nuevo, sondeándome la faringe, como si quisiera asegurarse de su profundidad. Saber si podría tenerle dentro.

Me clavaba el aliento en el estómago, sellándome la boca como un animal que ahogara a su presa, un beso de buceador, destinado a taparme las vías, hacerme vivir a través de su respiración. Dependiente de él, que cargaba poco a poco su peso sobre mí, y me obligaba a arquear la espalda sobre el extremo redondo del asiento, haciéndome limpiar el suelo con las puntas del pelo. Gracias a Dios que había barrido.

Su boca era una bomba de vacío, que me succionaba una y otra vez hacia dentro, cada vez que trataba de alejarme, como si los hilos de su saliva llevaran pegamento. Algo puramente magnético, húmedo y hormonal.

 

Podía notar su pulgar sucio trazándome la bisectriz sobre el cuerpo, escribiendo una raya roja de pintalabios por el centro, primero del cuello, luego de la clavícula y el esternón. Sobre las costillas cuando metió la mano dentro de mi camisa, sin darme apenas tiempo de protestar.

...Y entonces, volvió a sonar su teléfono. Lo sentí vibrar a través de su pantalón, antes de que se incorporara para echarle un vistazo  y apagarlo. Agradecí internamente el respiro, que se hubiera roto el encanto del momento, porque por un instante su lengua tóxica me había hecho perder el control. No había intentado prácticamente nada para pararle.

 

-Bueno, ¿Y ahora qué hacemos?

-Seguimos, claro... un poco más rápido de lo que había pensado, eso sí,-respondió, agitando la muñeca del reloj- porque a las 8 y cuarto debería de estar saliendo...

-Yo creo que no.

-Supongo que podría hacer un esfuerzo, irme algo más tarde y conducir rápido...siempre que hagas valer mi tiempo.

-Ah, no,no, no... No me has comprendido.-Le di dos palmaditas en el pecho, mientras me escabullía de debajo- Digo que lo dejamos aquí.

-Y yo que creía que nos estábamos entendiendo...

Me retuvo por la cintura, tirando de mí para sentarme sobre sus rodillas. No con una presión brusca, pero sí firme. Implacable como un cepo. Inspiré profundamente, tratando de pasar por alto el contacto de su erección, y que la situación tenía pinta de convertirse en un "tanto si quieres como si no".

Que me gustara sólo conseguía que me diese aún más miedo.

-Digamos que no me agradan los hombres con mala memoria...

-No nos conocemos lo bastante como que puedas decir eso- con el canto de sus dedos, me acariciaba un brazo a contrapelo, antes de besarme el hombro. Añadió un- Todavía...

-A ti ya se te ha olvidado que estás casado.

-Oh, eso... -se echó a reír- Estamos divorciados

-No sé por qué, pero no me lo creo.

-Bueno... Está bien...- admitió, moviendo la cabeza con disgusto- Estaríamos divorciados en un mundo perfecto... Pero esto de la separación es como con los regalos: debería bastar con la intención.

¿Qué se puede hacer con un hombre así, un cerdo cínico, capaz de soltear auténticas barbaridades por la boquita y quedarse tan tranquilo? ¿Patearle? ¿Estrangularlo? ¿Pensar en las consecuencias legales y echarle uno rápido con desprecio?

Bien pensado, tampoco era tan grave. Llega un momento en que una se da cuenta de que todos están casados. Incluso su marido...

Pero mi mano se movió más rápido que yo.

Un bofetón rápido.

Impecable, implacable.

Terapéutico y correctivo.

 

Tendrías que haber visto la confusión en esos ojos azules de austríaco. Esa carita de niño al que le arrebatan el biberón; un señor de casi cincuenta años con la barbilla temblorosa. Sorprendido e incapaz de reaccionar ante un golpe venido de la nada, como un castigo de divino.

La cara que tendrían muchos otros después.

-He... he dicho que no. -Me vi obligada a pronunciar, para romper ese silencio repentino.

 

Mentiría si dijese que no tuve miedo también yo, que no creí que se levantaría y me pegaría hasta dejarme como en uno de esos anuncios de violencia de género de la televisión. Durante los primeros 5 segundos, estuve a punto de pedirle perdón. Pero con los hombres, como con los perros, no demostrarlo es primordial.

 

Así que, señoras, primera lección: es importante dejar bien claro quién manda.

Supongo que fue algo institivo cuando le agarré de la mandíbula, para acariciarle suavemente la marca rojísima de mis dedos, con el morrito fruncido en un mohín de divertida preocupación.

-No... hasta que hayas arreglado la ventana del salón- continué, antes de depositar un besito en su mejilla, inclinándome hacia él, presionando mi rodilla contra el tiro de su pantalón... inconfundiblemente rígido.

 

...Y es que la segunda norma, por supuesto, es ofrecer siempre incentivos.

Premio y castigo. Eso es la Dominación.

 

Poco a poco, el hombre del traje de sastre, padre de Borja, marido infiel y ejecutivo agresivo fue esbozando una sonrisa cómplice, de divertida comprensión.

 

 

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Gracias por haber leído mi relato. Como siempre, se agradecerá y responderá a cualquier comentario