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Las decisiones de Rocío - Parte 3.

en Hetero: Infidelidad

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 11:15 PM - Noelia

 

—Hijo de la grandísima puta. No sé quién se habrá creído que es el payaso ese, pero como me vuelva a insultar de esa forma, de la hostia que le voy a dar no se va a olvidar en la vida.

Acababa de volver del curro y tenía los nervios por las nubes. Mi jefe me acababa de proponer ser bailarina erótica en uno de sus clubes nocturnos. O sea, me acababan de ofrecer un trabajo de puta, a mí, una abogada recibida con matrícula de honor. Obviamente lo rechacé, de la manera más educada que pude, porque no quería perder el trabajo que ya tenía de camarera. Lamentablemente no me podía dar el lujo de quedarme en la calle, porque si no le habría metido la calva en la freidora al degenerado ese.

—Vaya mierda de país, en cualquier otro lugar ya estaría ejerciendo mi oficio, pero aquí tengo que prenderle velas a Satán para conseguir algo. Y encima los malditos belgas no responden a mis correos... ¡Qué asco, Dios! —iba gritando a los cuatro vientos mientras esperaba el maldito ascensor.

Tenía muchas ganas de desahogarme con mi hermana, aunque ella tampoco lo estaba pasando tan bien que digamos. Benjamín hacía días que no se pasaba por casa, su trabajo lo tenía completamente secuestrado, y eso tenía a Rocío en un estado de tristeza permanente. No había podido hablar mucho con ella, se había pasado esos días encerrada en su piso, y cuando iba a visitarla, me decía que no se sentía bien y excusas similares, y me cerraba la puerta en la cara. Igualmente, en ese momento yo la necesitaba, así que no me importaba lo que me fuera a decir, quería estar un rato con ella.

Salí del ascensor y caminé con decisión hasta su departamento. Pero cuando iba a tocar el timbre, escuché la voz de mi hermana del otro lado de la puerta. Podía oírla con claridad, estaba hablando demasiado alto:

—¿Encima? ¿Así? Espera... ¡No! ¡Espera! ¡Que esperes! —Escuché que decía. Aparentemente estaba con alguien, pero no había visto el coche de mi cuñado aparcado abajo. La curiosidad me invadió, así que pegué la oreja en la fría madera de la puerta y seguí escuchando lo que pasaba dentro—. No hace falta que seas tan bruto. Deja que me mueva yo sola, sólo dime si lo hago mal —.

Esas fueron la últimas palabras que se dijeron ahí dentro, lo siguiente que pude oír fueron abundantes gemidos de placer. Despegué la oreja de la puerta y me llevé las manos a la boca. No podía creerlo, mi hermana estaba follando en el salón, la angelical y pura Rocío estaba cabalgando a su macho en el salón de su casa. Y no tuve que pensar más, estaba claro que ese macho era Benjamín, que seguramente había encontrado un hueco en el trabajo y había venido a ver a toda prisa a su reina.

—Maldito Benjamín. Y parecía tonto cuando lo compramos. —murmuré.

El enfado se me pasó enseguida, ya no me acordaba de mis problemas, la alegría que tenía en ese momento superaba cualquier mal que pudiera haber en mi vida, y todo porque mi cuñadito había vuelto para darle una noche inolvidable a mi querida hermana. Sí, cuando ella era feliz, yo también lo era. Ya tenía ganas de que fuera el día siguiente para irrumpir en esa casa y abrazarlos a ambos con todas mis fuerzas.

Y así, mientras los sonidos del amor seguían saliendo del apartamento de Rocío y Benjamín, me di media vuelta y me metí en mi casa con una sonrisa de oreja a oreja.

 

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 11:15 AM - Rocío

 

"¿Qué hora es? Dios, es tardísimo, y tengo que hacer la colada y preparar el almuerzo. No se me suele pasar la hora de esta forma... En fin, va a ser mejor que me levante ya..."

"¿Eh? ¿Qué me pasa? ¿Qué es esta sensación de incomodidad? Me siento rara... ¿Serán los efectos secundarios de las pastillas? No creo... me tomé sólo una, no debería ser eso... A lo mejor es que dormí en una mala postura. Voy a sentarme y a estirar un poco a ver si se me pasa..."

"No, no lo entiendo... no es incomodidad... Me siento... ¡me siento genial!"

Me levanté de la cama, apoyé despacio la escayola en el suelo, y me estiré todo lo que pude. Me sentía como una pluma, como recién salida de un spá, como si me acabaran de dar el mejor masaje de toda mi vida. Sinceramente, nunca había comenzado un día con una sensación semejante. Y me extrañó, porque la noche anterior la había pasado bastante mal.

De pronto llamaron a la puerta: —¿Sí? —pregunté, lógicamente sabiendo quién era.

—Soy yo, Rocío, buenos días. ¿Ya te levantás? Ya sé que es un poquito tarde, pero te hice el desayuno.

—Eh... Sí, ya voy, gracias —respondí con un poco de sorpresa. Pensaba que Alejo estaría enfadado conmigo, pero al parecer me equivocaba.

—Bueno. Te espero en la cocina.

Me terminé de desperezar, agarré una toalla, y me dirigí al cuarto de baño para tomar una ducha. Todo esto saltando en una pata, el yeso no me pesaba nada, sentía que podía echar a volar en cualquier momento. No sabía por qué, pero estaba radiante.

Me cubrí la pierna escayolada con una bolsa de plástico, y me metí en la ducha. Me quedé un buen rato dejando que el agua fluyera por mi cara. En ese momento, me había olvidado de todos mis problemas, no quería acordarme de nada que pudiera alterar mi estado de felicidad, porque era eso lo que sentía, felicidad.

Cogí la esponja, y empecé a enjabonarme el cuerpo. Cuando pasé la mano por mi pecho, todo mi cuerpo se estremeció, volvía a sentir cosas extrañas. Yo siempre había tenido un cuerpo sensible, pero esa vez era diferente, nunca había temblado de esa manera sólo por rozarme un pezón. Intenté no darle demasiada importancia, seguía creyendo que todas esas sensaciones eran producto de los medicamentos que estaba tomando. Así que seguí lavándome, aunque evitando tocar lo menos posible esa zona. Pero cuando llegué a mi parte más íntima, volvíó a pasar. Al primer contacto, tuve miedo, me parecía haber sentido dolor, pero luego volví a tocar, y lo que sentía era diferente... ¿De verdad eran los efectos secundarios de los medicamentos? No sabía qué me estaba pasando. Lo mejor era ir y hablarlo con mi hermana más tarde.

Terminé de ducharme, y volví a mi habitación para vestirme. No quería hacer esperar más a Alejo, que el pobre se había tomado la molestia de prepararme el desayuno. Me había sorprendido mucho su actitud de antes, me lo esperaba enfadado, e incluso temí que ya no estuviera cuando me despertase. Pero nada más lejos de la realidad, Alejo estaba alegre, así que albergué la esperanza de poder hablar con él y solucionar lo de la noche anterior.

Cuando llegué al salón, estaba sentado en el sofá con su maleta delante de él. Todas mis esperanzas de hace un momento se habían desvanecido. Estaba preparado para irse.

—¡Buenos días! —me saludó— Ahí tenés el desayuno. Te preparé unas tostaditas con mermelada, y en el termo tenés café calentito —terminó de decir mientras se levantaba.

—Espera, Alejo... —me apuré a decirle— ¿Qué estás haciendo?

—Y... me voy, Rocío, te lo dije anoche. Pero no te preocupes —añadió enseguida—, hablé con un amigo que tiene una granja a 100 kilómetros de acá. Me dijo que en el establo tiene un cuartito y que me puedo quedar ahí hasta que encuentre algo mejor.

—¿A una granja? ¿En el estado en el que estás? Ni lo sueñes —salté espantada— De aquí no te vas hasta que no estés completamente recuperado.

—Lo siento, ya es tarde, me vienen a buscar en un rato. Mi amigo está acá en la ciudad y ya aprovecha para llevarme.

—Pues lo llamas y le dices que cambiaste de opinión —dije decidida— ¿Cómo voy a dejar que te vayas a dormir a una granja cuando apenas puedes caminar? ¡A una granja!

—Mirá...

—¡No! —lo interrumpí— ¿Por qué no esperas a que Benjamín hable con su compañero? Dijo que te iba a conseguir un sitio bararo para que te quedaras.

—No compliques las cosas, por favor. Podría haberme ido antes de que te despertaras, pero me pareció de mala educación irme sin despedirme y agradecerte. Además, no quería irme enojado con vos, porque, a pesar de todo, fuiste una amiga muy querida para mí. Así que vamos a dejarlo así... Te agradezco que me hayas abierto la puerta de tu casa, en serio, me ayudaste mucho, pero...

—¡No! —volví a interrumpirlo—. ¡Esto está mal! ¡No quiero que terminemos de esta manera! ¡Hablemos!

—¿Y de qué querés hablar? Creo que ayer las cosas quedaron bastante claras.

No sabía qué decir. No quería que Alejo se fuera, todavía estaba herido y podía pasarle cualquier cosa, y yo no quería eso. Tenía que convencerlo de que se quedara, pero siempre dejándole claro que las cosas no volverían nunca a ser como antes. ¿Pero cómo iba a conseguir eso? No quería lastimar sus sentimientos, y tampoco quería que creyera que me había olvidado los buenos momentos que había pasado con él. Sea como fuere, decidí empezar con la verdad.

—Ale, te voy a ser sincera —dije más calmada—. Cuando te veo, no veo al mismo chico que conocí en el instituto. Pero no es porque hayas cambiado para mal, todo lo contrario. El tema es que mi mente no logra asimilar que eres realmente tú. Ahora te veo más maduro, no sé, más varonil... Y no me siento con la confianza suficiente como para acercarme a ti de la misma manera que lo hacía antes...

—¿Y cómo me veías cuando estábamos en el instituto? —preguntó interesado.

—Ya te dije, diferente. Eras más... más niño... Te veía como un hermano pequeño, un hermano pequeño en el que podía confiar, un hermano pequeño que estaría siempre ahí para mí —respondí tratando de elegir bien las palabras—. Pero ahora, ese hermano pequeño se ha convertido en un hermano mayor, en una persona que me impone mucho respeto. ¿Entiendes lo que te quiero decir? Te digo todo esto porque no quiero que pienses que nuestra amistad no significó nada para mí, después de mi familia, eras lo más preciado que tenía en mi vida.

—Sí... Entiendo... —dijo tras un largo silencio—. Por eso creo que lo mejor es que me vaya.

—¡¿Pero por qué?! —insistí— ¡Si ayer estuvimos hablando como en los viejos tiempos! ¡Y nos lo pasamos muy bien! ¡Lo único que te pido es que respetes ciertos límites!

—¿Pero de qué límites me estás hablando, Rocío? —saltó indignado—. ¡Lo único que hice fue preguntarte sobre el accidente! ¡Y me sacaste cagando como si fuera cualquiera! ¡Y después lo del abrazo! ¡Un abrazo! ¡Un puto abrazo! ¿Tanto asco te dio? ¿Tanto asco te dio que te abrazara? —dijo antes de hacer una breve pausa. Yo no sabía qué decir—. No, Rocío, si tus límites son que me comporte como si no te conociera de nada, perdoname, pero no puedo hacerlo.

Ahora sí que no sabía qué decir, todo se había tornado al plano personal, y, a partir de ahí, lo que viniera podría ser muy doloroso, sobre todo para él. Ya no podía hacer nada, Alejo no iba a entender cómo me sentía, y yo no iba a dar mi brazo a torcer. Así que decidí dejar que se fuera...

—No quiero que te vayas, no quiero que te pase nada malo, pero no puedo hacer nada si quieres irte —dije resignada—. Y no, no me dio asco que me abrazaras, sólo me sorprendió, y reaccioné así por lo que ya te dije.

—¿Puedo hacerte una última pregunta antes de irme? —preguntó—. Si no respeta tus "límites", no contestes y listo.

—Puedes preguntarme lo que quieras —respondí desafiante.

—Cuando me echaste de tu vida y nunca más te preocupaste en comunicarte conmigo, ¿también fue porque estaba muy cambiado?

 

Me miraba fijamente esperando una respuesta. Yo me mantuve en silencio unos segundos analizando la situación, me había desarmado por completo, me había puesto en jaque, y mi cara me delataba. Sabía muy bien cuál era la respuesta a eso, pero no quería contestarle, porque sabía que en todo ese asunto, la mala era yo.

—Tú sabes muy bien qué fue lo que cambió nuestra relación...

—Ah, así que por fin reconoces que nuestra relación había cambiado. En su momento, cuando te lo preguntaba, me decías que no, que era mi imaginación.

—En su momento no era la misma que soy ahora, ¿vale? Y en su momento todavía me encontraba bajo la influencia de mis padres...

—¿Y eso qué quiere decir? —preguntó.

—No sé si quiero hablar de esto ahora...

—Rocío, vos misma me lo dijiste ayer, ya no somos unos críos, ahora podemos hablar las cosas como personas adultas. Creo que esta es nuestra oportunidad de aclarar muchísimas cosas.

—No creo que tenga ningún sentido remover el pasado... —respondí intentando rehuir el cara a cara.

—A mí me quedaron muchas espinas clavadas de ese pasado que no querés remover... Rocío, si salgo por esa puerta, va a ser un adiós definitivo, y sería una pena que una amistad tan bonita como la nuestra terminara de esta manera.

Tenía razón, todo estaba dado para que habláramos del pasado, para que nos dijéramos todo lo que no nos atrevimos a decir en nuestros últimos años juntos. Pero yo no quería hacerlo, me daba miedo y, a la vez, vergüenza reconocer que me había comportado como una persona horrible.

Cinco largos años estuve sin saber nada de Alejo. Al principio no sentí remordimiento por ello, ya que el último año y medio de secundaria, intenté por todos los medios posibles cortar lazos con él. Pero cuando conocí a Benjamín y descubrí el verdadero amor, me arrepentí enormemente por lo que le había hecho, y durante mucho tiempo me sentí como un ser humano espantoso. Sin embargo, ya no había nada que pudiera hacer al respecto, así que me obligué a mí misma a olvidarme de que él alguna vez había existido, y no porque nuestra amistad no hubiera significado nada para mí, sino porque había dado por hecho de que no lo volvería a ver nunca más. Pero cuando me lo encontré de nuevo después de tanto tiempo, todo se fue por la borda, Alejo había vuelto a aparecer en mi vida, y yo creía haber encontrado ahí mismo una oportunidad de redención. Fue por eso que le di mi número de teléfono y empecé a mensajearme con él. Fue por eso que dos noches atrás le había abierto la puerta de mi casa. Si bien al principio mis planes eran intentar retomar poco a poco la confianza que habíamos perdido, cuando lo tuve de frente y volví a hablar con él cara a cara, me di cuenta de que eso sería algo imposible.

Ya nada iba a volver a ser como antes, de eso estaba segura, pero también estaba segura de que, pasara lo que pasara, Alejo iba a terminar saliendo ese mismo día por esa puerta para no regresar. Por esa razón, decidí que lo mejor sería zanjar todo en ese mismo instante.

—Está bien. Hablemos, Alejo —inicié—. ¿Qué quieres que te diga?

—¿Vas a responderme con sinceridad todo lo que te pregunte?

—Sí, te lo prometo —respondí honestamente.

—Bueno, ya me dijiste que todos estos años no te molestaste en comunicarte conmigo por algo que supuestamente yo debería saber.

—Sí...

—¿Y qué fue eso que provocó que te olvidaras de tu mejor amigo? —preguntó. Él ya sabía la respuesta, pero claramente quería escucharla de mí.

—Fue... tu confesión. —dije por fin.

—Ajá —dijo él—. Continúa.

—Desde que supieron que eras mi mejor amigo, mis padres iniciaron una campaña en tu contra. Todos los días me recordaban que eras un hombre, y que tarde o temprano ibas a intentar aprovecharte de mí. Pero yo siempre te defendía, los enfrentaba diciéndoles que tú no eras como los demás, que eras diferente, que eras como el hermano que no tenía, y que confiaba plenamente en ti. Así fue durante más de tres años.

—Sigue, por favor —dijo mientras me miraba con atención.

—Bueno... El día que te me confesaste por primera vez, destrozaste esa imagen que tenía de ti, es imagen que tanto trabajo me había costado proteger. Sí, ya lo sé, pero déjame contarte lo que sentía en ese momento —dije al ver su cara de indignación—. Las palabras de mis padres penetraron en mi alma, y lo único que pude hacer en ese momento fue echar a correr. Me sentí decepcionada y asustada, sentí que ya no podía confiar en ti, que mi papá tenía razón, que eras como todos los demás.

—Interesante... —decía mientras caminaba en círculos por el salón y miraba hacia el suelo.

—Ale, yo no conocía el amor en ese entonces, no sabía lo que significaba, mis padres me habían privado de ese tipo de conocimientos, yo sólo entendía el amor como algo dedicado exclusivamente a la familia. Por eso, cuando me preguntaste si quería ser tu novia, lo tomé como algo obsceno, como que lo que querías era aprovecharte de mí. Todas las patrañas que me había contado mi padre sobre los hombres, en ese momento tenían mucho sentido para mí.

—Sigue contando —volvió a decir sin hacer mucho caso a lo que acababa de decirle.

—De acuerdo... —proseguí—. Esa noche se lo conté todo a mi hermana, y mi hermana se lo contó todo a mis padres, que enseguida empezaron con los típicos: "te lo advertimos", "tus padres saben de lo que hablan", etcétera. Y ahí terminaron de lavarme el cebrero en tu contra. Les prometí que no volvería a hablar contigo nunca más. Pero era mucho más fácil decirlo que hacerlo, no podía cortar mis lazos contigo tan fácilmente de un día para el otro. Fue por eso que decidí hacerlo poco a poco, y esperé pacientemente a que termináramos el bachillerato para no tener que volver a verte.

Cuando terminé de hablar, Alejo se sentó en el sofá y agachó la cabeza. Mis palabras lo habían afectado, estaba claro, era por eso que yo no quería tocar tema. Sentí mucha pena por él en ese momento.

—Alejo... Cuando conocí a Benjamín, cuando me enamoré de él, me di cuenta de lo que te había hecho, de lo idiota que había sido al dejar manipularme por mis padres. Y me arrepentí, me arrepentí mucho, tanto que por las noches lloraba recordando lo bonita que había sido nuestra relación y de cómo la había echado a perder. Fue por eso que no me atreví a contactar contigo después, porque daba por hecho que me odiabas, y tenía mucho miedo de que no quisieras perdonarme. Así que decidí dejar las cosas de esa manera. Fui una cobarde y elegí el camino más fácil; olvidarme de ti y seguir con mi vida.

Tras varios minutos sin que ninguno dijera nada más, pensé que lo mejor sería dejarlo solo un rato para que lo asimilara todo.

Regresé a mi habitación y decidí esperar ahí un rato. Fue entonces cuando me acordé de Benjamín, ya eran más de las 12:30 del mediodía y no había llamado. Busqué mi móvil, y me espanté cuando vi que estaba apagado. —¡Idiota! —me reclamé a mi misma. Conecté el teléfono al cargador, y cuando lo encendí, me insulté siete u ocho veces más. Tenía doce llamadas perdidas de Benjamín, veintitrés mensajes de Whatsapp y otros tres de texto normal. Justo en ese momento, una nueva llamada estaba entrando.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¡Sí! —atiné a decir.

—¡Hasta que contestas! —respondió Benja—. ¡Llevo desde las ocho tratando de comunicarme contigo!

—Lo siento, Benja, tenía el móvil sin batería y no me di cuenta hasta recién...

—Creo que ya va siendo hora de que pongamos teléfono fijo...

—Es probable —dije riéndome—. En fin, ¿cómo estás? ¿Has dormido algo?

—La verdad es que muy poco. Ya sabes lo que me cuesta poder conciliar el sueño en casa ajena...

—¿Pero a qué hora terminaste?

—A las siete.

—¿Y ahora estás en la casa de tu compañero?

—Sí, estoy en el piso de Rabuffetti. Ahora iba a desayunar algo —dijo, haciéndome acordar que no había comido lo que me había preparado Alejo. Otro motivo más para sentirme todavía más mal conmigo misma.

—Ah... Benja, ¿hoy te voy a ver?

—Hoy entro a las tres, así que seguramente tenga que volver a quedarme toda la noche en la oficina.

—Entiendo... —dije con desánimo.

—Ya hemos superado el primer día, Ro, y voy a seguir necesitando de tu apoyo para superar el resto.

—Y sabes que cuentas con él hasta el final —le respondí tratando de levantar la cabeza.

—¡Por cierto! —saltó de golpe— Todavía no pude hablar con Alutti, el compañero que te dije que tiene pisos en alquiler, pero mañana lo hago sin falta. Así que dile a tu amigo que se puede quedar hasta que hable con él.

—Se lo diré, gracias por preocuparte tanto —dije, aunque no sabía si Alejo iba a aceptar quedarse siquiera un día más—.

—Lo hago por ti, cariño. Ahora dime, ¿tú cómo estás? ¿Cómo va esa pierna?

—Pues la verdad es que mucho mejor. Parece que mi cuerpo ya se ha acostumbrado a la escayola.

—Me alegra oír eso. Espero poder acompañarte al hospital el viernes, quiero estar ahí cuando te la quiten —dijo sin mucho convencimiento—. Bueno, Ro, te dejo. Rabuffetti está sirviendo el desayuno, y no quiero hacerle un feo. Te amo, mi vida.

—Yo también te amo. Nos vemos.

—Adiós.

Otra vez volvía a tener ganas de llorar, me estaban haciendo muy mal esas llamadas telefónicas, toda la felicidad que había sentido al levantarme se había esfumado en poco más de una hora. Pero no quería desmoronarme, quería mantenerme fuerte por Benjamín, ya que desde mi lugar, esa era la única forma en la que podía serle de ayuda.

Mientras me golpeaba las mejillas y me daba ánimo a mi misma, llamaron a la puerta: —¿Sí?

—¿Puedo pasar? —preguntó Alejo.

—Sí, pasa.

Luego de entrar, se quedó unos segundos de pie en la puerta como pensando lo que iba a decir. Amagó dos o tres veces y, por fin, se decidió a hablar:

—¿Sabés, Rocío? Cuando me rechazaste por primera vez, me destrozaste, me aplastaste el alma. Y no era por el rechazo en sí, sino por la forma. Me hiciste sentir como un pedazo de mierda, como que una basura como yo no se merecía a una chica como vos.

—Eso no es...

—Pará, no me interrumpas, por favor. Esa noche lloré como nunca había llorado en mi vida. Yo tenía creído que entre nosotros había algo especial, que no era una relación de amigos normal, porque hacíamos todo lo que hacían las parejas; íbamos por la calle tomados de la mano, nos abrazábamos cuando teníamos ganas de hacerlo, hasta había veces que te quedabas a dormir en mi casa a escondidas de tus padres. Por eso, yo creía que lo único que le faltaba a nuestra relación, era que uno de los dos se declarara, y creí que tenía que ser yo el que diera ese paso.

—Alejo...

—No terminé todavía. Al día siguiente de que me dejaras el orgullo por el piso, quise hacer como que nada había pasado, a pesar de todo, yo te seguía queriendo. Y cuando viniste y me perdiste perdón por tu reacción, y me diste las explicaciones de por qué lo habías hecho, aunque no lo creas, me sentí feliz, feliz porque las cosas podrían continuar siendo como siempre. Y bueno, ahí es donde me imagino que hizo aparición tu plan para sacarme de tu vida... ¿Pero viste? A pesar de tu trato frío y distante conmigo, al año siguiente me volví a declarar. Y ahora me siento como un reverendo pelotudo por haberlo hecho...

Yo de mientras escuchaba todo en silencio, cada palabra que pronunciaba era una lanza que se clavaba en mi pecho. Sabía que no iba a durar mucho tiempo más calmada, tenía ganas de llorar, y en cualquier momento iba a hacerlo.

—Pero... —prosiguió—. Ahora que te sinceraste conmigo, ahora que sé toda la verdad, siento paz en mi corazón. Durante años creí que nuestra amistad se había roto por mi culpa, y, si bien pude superarlo, estaba seguro de que esa herida nunca iba a terminar de sanar del todo.

—¿Ale? —dije al ver como se sentaba a mi lado.

—Pero vos tampoco tenés la culpa de nada, y tampoco tus papás. Vos hiciste lo que hubiese hecho cualquier chica educada de la misma forma que vos, y ellos lo único que querían era protegerte.

—Ale... —seguía diciendo. Estaba completamente en blanco, no me esperaba esa reacción para nada, y mucho menos la que vino después.

—¿Puedo abrazarte? —me preguntó con los ojos llenos de lágrimas. Era la primera vez desde que había llegado que lo tenía de frente y tan cerca de mí, y tras mirarlo fijamente unos segundos, encontré en esa mirada triste al Alejo con el que había compartido toda mi adolescencia.

—Está bien —le respondí.

Cerré los ojos y me dejé llevar por el momento. Cuando pasó sus brazos por alrededor de mi cuello y pegó su cuerpo al mío, me invadió un hermoso sentimiento de nostalgia, lo que provocó que respondiera a su abrazo de forma instantánea. En ese momento, mi mente se trasladó a aquellos días que tan felizmente había pasado junto a él, y sentí como una pesada carga desaparecía en el proceso.

—No llores, bobo, que me vas a hacer llorar a mí también —le dije al notar como una lágrima caía en mi espalda.

—Perdoname, no puedo evitarlo, llevo muchos años esperando este momento.

Estuvimos como un minuto de esa manera. Fue él quien me soltó primero, y se alejó un poquito, me imagino que para que no me sintiera invadida. Luego dijo:

—¿Me perdonás?

—¿Perdonarte? ¡Pero si eres tú el que me tiene que perdonar a mí! ¡Es más, ni siquiera te he pedido perdón como se debe!

—No, yo no te tengo que perdonar nada, en serio. Ayer y hoy me comporté como un patán, te juzgué sin saber por todo lo que habías pasado, y te hice pasar un mal rato. Te digo que sos vos la que me tiene que perdonar a mí.

—Insisto en que no me tienes que pedir perdón por nada, pero si eso te deja más tranquilo, está bien, te perdono.

—Gracias, Ro —dijo con una sonrisa tierna.

—¡Pues bueno! ¿Entonces puedo dar por hecho que te vas a quedar hasta que estés bien?

—Si no es mucha molestia...

—¡Ninguna! ¡Ya mismo estás llamando al granjero para decirle que cambiaste de opinión!

—Con la ilusión que me daba jugar en el barro con los cerditos...

— Sí, seguro... —respondí, y ambos nos echamos a reír.

—En fin, hay un desayuno muriéndose de pena ahí afuera.

—¡El desayuno! ¿Ves como sí te tenía que pedir perdón por algo? Venga, vamos al salón.

—Vamos.

Aunque lo llevé con toda la naturalidad que pude, quedé anonadada con todo lo que acababa de pasar. Hacía sólo media hora ya había dado por hecho que Alejo se iría de mi vida para nunca más volver, pero la situación había dado un giro radical. ¿Por qué había cambiado de parecer tan repentinamente? Pero no quise ahondar más en el asunto, el pasado ya había quedado pisado.

Aunque no me molesté en aclararlo, estaba segura de que él sabía que mis condiciones seguían siendo las mismas más allá de ese abrazo. De todas formas no quise darle más vueltas al tema, ya iría viendo cómo iban transcurriendo los acontecimientos de ahí en más, total, si a Alejo se le daba por hacer algo que a mi me molestara, sólo tenía que volver a marcarle los puntos, y listo.

Esa tarde ya no volvimos a hablar del tema, los dos sabíamos que no valía la pena.

Finalmente, me comí las dichosas tostadas con mermelada, pero de almuerzo, ya se había hecho tarde y tampoco tenía demasiada hambre. Alejo se preparó algo aparte para él. La comida transcurrió con normalidad, hablamos de cosas triviales y nos echamos algunas risas. También le conté lo que me había dicho Benjamín sobre su compañero con pisos en alquiler, cosa que terminó de alegrarle el día, porque estaba muy preocupado con todo el asunto de su siguiente destino.

Cuando terminamos de fregar los platos, Alejo me preguntó si podía usar el cuarto libre que teníamos mientras se quedara en nuestra casa. Obviamente, le dije que sí. La noche anterior yo ya tenía pensando decirle que podía dormir ahí, pero con la discusión, se me había pasado completamente. Le di unas sábanas limpias y un par de toallas, me agradeció y me dijo que se iría a descansar un rato el cuerpo, que todavía le dolía bastante.

A eso de las cinco de la tarde, recibí un whatsapp de mi hermana:

"Nenaaa!!! Cómo estás??? Perdona por no haber ido a verte ayer, pero por la mañana me llamaron para una entrevista de trabajo y me cogió totalmente desprevenida, no tuve tiempo de avisarte. Pero la buena noticia es que me dieron el curro!!!! Sabes la cafetería de la pérgola rosa que hay a dos calles de aquí? Bueno, ahí. Sí, es de camarera el puesto, pero al menos pagan bien y me da para sobrevivir hasta que me llamen de Bélgica. En una hora llego y voy a verte!!! Prepárate porque el abrazo que te voy a dar va a ser antológico!! Te amo nena".

Aunque hacía dos días nada más que no la veía, que para nosotras eso era un mundo, me alegró mucho saber que estaba bien. Pero me perturbó la idea de que se encontrara con Alejo. A Noelia nunca le había caído bien, pero ya no porque lo que decían mis padres, sino porque no le gustaba él como persona. Nunca me dio una explicación lógica, siempre me decía que era pura intuición y que para ella eso era suficiente. Sobra decir que ella fue partícipe protagonista en mi alejamiento de él en mis dos últimos años de instituto. En cambio, por parte de Alejo... Él nunca me habló mal de ninguno de mis familiares, más bien porque nunca tuvo contacto con ninguno de ellos, porque si no, quién sabe...

"Ni hablar. No puedo dejar que Noe sepa nada de Alejo". Con eso ya decidido, respondí a su mensaje:

"Noe! ya me había pensado que te había pasado algo, la próxima vez avisa! Y sobre mí, pues estoy de maravilla, la pierna ya no me duele y ahora mismo siento la escayola como un estorbo nada más, a ver si el viernes ya me la quitan. Bueno, avísame cuando estés llegando, así me preparo, porque ahora estoy en la cama y bien cómoda que estoy jajaja. Y yo también te amo hermanita!".

Me tumbé en el sofá y esperé pacientemente la llegada de mi hermana.

 

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 7:30 PM - Alejo

 

—Hola.

—Pichón, no puedo esperar más.

—Necesito que me des un mes más por lo menos, tuve un problemita con la policía, no pude conseguir la guita todavía.

—Hace dos meses que me estás toreando, y yo me estoy jugando el cuello por ti.

—Mirá, Ramón, no es joda esto, me tuve que ir de la pensión de Lorenzo, me está buscando gente muy peligrosa. Sólo te pido un mes, un mísero mes más.

—Hace dos meses que vengo evitando que te manden dos tipos a que te partan las piernas... Lo siento, pero se te acabó el tiempo, Pichón, los de arriba ya no esperan más.

—¿En serio me decís eso? ¿Después de todo lo que hice por ustedes?

—Todo recíproco, Pichón, tú nos has dado tanto como nosotros te hemos dado a ti. Ya no puedo hacer nada más para ayudarte, tengo a Amatista pegado en el culo, en todas las reuniones le llena la cabeza a los jefes diciéndoles que yo soy tu cómplice, no me voy a arriesgar más.

—¿Y vos no me podés prestar lo que me falta? Sabés que yo nunca te cagaría.

—¿Cuánto tienes?

—Y... tengo casi doce mil euros.

—Estás loco, te falta más de la mitad todavía, no tengo tanto. Lo siento, Pichón, pero si no apareces en la fábrica mañana a primera hora con todo el dinero, te van a ir a buscar. Que tengas mucha suerte.

—¡Esperá, Ramón! ¡La concha de tu madre! ¡Esperá!

Y colgó. Ahora sí que estaba con la soga al cuello, ya no sólo me buscaba un guardia civil cornudo, también era el blanco de un grupo casi-mafioso que se sentía estafado.

—La re puta madre que me re mil parió, justo ahora me viene a pasar esto.

Como no tenía el dinero ni iba a poder conseguirlo a tiempo, empecé a analizar mis posibilidades. A Rocío no se lo podía pedir, las cosas todavía estaban frescas con ella, pero si hubiese tenido más tiempo, a lo mejor sí hubiese valorado esa opción. También pensé en esperar a que se durmiera y saquearle la casa, pero necesitaba más de quince mil euros, y no creí que en ese departamentucho tuvieran cosas de valor por esa cifra. Otra opción era salir ya mismo de ahí y tomarme un avión para donde fuera, pero la descarté enseguida, di por hecho que ya tendrían personas en el aeropuerto esperándome.

Estaba oficialmente al horno, lo sabía, ya no había nada que pudiera hacer. Me arrepentía profundamente de haberme metido en ese mundo, y más cuando pensaba que nunca necesité ese dinero realmente, con la herencia que me había dejado mi padrastro me hubiese dado para vivir tranquilo y sin complicaciones durante mucho tiempo. Pero no, mi puta codicia tenía que ser saciada, y tuve que meterme con esos delincuentes.

Resulta que cuando estaba terminando el bachiller, con 18 añitos, yo tenía todo preparado para empezar un ciclo de grado superior de informática, pero pocas semanas antes de terminar, me enteré que mi padrastro, que hacía meses que no lo veía, se había matado en un accidente de coche. No se pueden imaginar cual fue mi sorpresa cuando me dijeron que me había dejado cincuenta mil euros de herencia. Sí, mandé a la mierda todos los planes que tenía hasta ese momento y, después de dejarles cinco mil euros como agradecimiento por haberme dado techo y comida, también mandé a la mierda a mis tíos, y me fui a recorrer el mundo. Aunque en realidad mi único destino fue Asia, estuve tres años recorriendo el continente amarillo: Japón, Corea del Sur, China, Vietnam, Indonesia, Tailandia y Filipinas fueron los países que visité.

Pero todo lo bueno se termina, o sea, el dinero, y tuve que regresar. Bueno, no me lo había gastado todo, todavía me quedaban diez mil, que iba a ser lo que utilizaría para asentarme definitivamente donde me había criado. El que más me ayudó en ese cometido fue Lorenzo, el dueño de una vecindad de departamentitos que conocí de casualidad cuando buscaba un lugar para vivir. Lorenzo no solo me dejó el alquiler barato, también me ayudó a conseguir a clientes con mucha plata para que les diera clases de guitarra. Ese viejo choto era mi ángel guardián. Así que durante muchos meses me fue todo fenomenal, tenía casa, trabajo, ahorros y una vida sexual plena (lo de Lucía había durado bastante, sí). Hasta que un día los conocí a ellos...

Brenda era una de mis alumnas, una mujer de unos 40 años, consumida por las drogas, pero aun así una muy buena mujer, no alguien a quien pudieras tomar como ejemplo, pero sí una persona con una tremenda bondad en su corazón. Ella lo tenía a Ramón, su amante, que le pagaba todo, el techo, la comida, el alcohol, las drogas, y los caprichos que a ella se le ocurrieran. Y, justamente, uno de esos caprichos fueron las clases de guitarra. Lorenzo conocía a la pareja desde hacía mucho, y los unía una fuerte amistad. Cuando se metían en líos con la policía, el viejo siempre les daba alojamiento gratis, a cambio, ellos se encargaban de defenderlo cuando aparecía algún matón local a amenazarlo. Sea como fuere, Lorenzo un día les habló de mí, y a Brenda le gustó la idea de aprender a tocar la guitarra y más si era un chico joven y atractivo como yo el que le daba las clases. Y bueno, terminé tomando confianza bastante rápido con Brenda y Ramón. Casi todas las veces que iba, cuando terminaba con las clases, me invitaban a cenar con ellos. Las noches terminaban con los tres borrachos y riéndonos como pelotudos, a veces incluso llorando, o bailando hasta las siete de la mañana.

Un día, cuando ya llevaba dos meses trabajando para ellos, Ramón se acerca y me dice: "Me caes muy bien, muchacho, por eso voy a contarte algo que no suelo contarle a todo el mundo". Ahí empezaron todos mis problemas. Resulta que Ramón trabajaba para una banda de narcotraficantes nigerianos que se dedicaban a traer droga desde Sudamérica mediante 'mulas' para luego distribuirla por toda la zona local. Ramón me ofreció trabajar como 'repartidor', diciéndome que lo único que yo tendría que hacer era esperar en un piso franco a que la droga llegara del aeropuerto, y una vez los compañeros terminaran de limpiar a la 'mula', yo tendría que llevarle la mercancía a él, para que él se la llevara luego a los jefes. Al principio dudé y mucho, no tenía ganas de meterme en cosas ilegales, pero me convenció cuando me dijo la cantidad que ganaría: "Dos mil euros por reparto, muchacho, dos mil euros limpios, y cada repartidor suele tener entre cinco y diez repartos por mes. Sobre lo otro, generalmente la limpieza no se hace en el mismo sitio donde espera el repartidor, salvo casos especiales, es por eso que no tienes por qué preocuparte, ya que si la policía llega a interceptar la mercancía, lo haría antes de que ésta llegara a ti". No tuvo que decir nada más, le dije que sí sin dudarlo, era dinero fácil, lo único que tendría que hacer sería conducir.

Veintitrés repartos satisfactorios en cuatro meses, es decir, 46.000 euros sin mancharme ni un dedo. Las cosas no podían irme mejor, y Ramón estaba muy contento conmigo: "Estamos haciendo mucho dinero, Pichón. ¿Te molesta si te llamó así? Es que ya eres como un hijo para mí. Pero, hazme caso, todavía es muy pronto para que te empieces a gastar lo que has ganado, espera unos meses más. De momento, sigue viviendo tu vida como hasta ahora". Y menos mal que le hice caso, porque en el vigésimo cuarto reparto se me vino la noche...

—¿Alejo? ¿Estás despierto?—llamó Rocío después de golpear la puerta dos veces.

—Sí, pasá Ro.

—Permiso. Ya son más de las ocho, ¿dormiste hasta ahora?

—Sí, me desperté hará unos diez minutos. Me vino bien la siesta.

—Vaya, me alegro —dijo con una sonrisa boba—. Bueno, ¿me ayudas a preparar la cena? No creo poder preparar algo rico desde mi sillita, je.

—¿Te gusta el sushi? Vi que tenías salmón en el freezer.

—¿Sushi? ¿Eso no es pescado crudo?

—Sí y no, podemos prepararlo a nuestro gusto.

—¡Pues perfecto! ¡Hagamos sushi! Pero tú me vas enseñando, ¿eh? Que yo no tengo ni idea.

—¡Yo me encargo!

Ni putas ganas tenía, pero no podía negarme a nada en ese momento, tenía que estirar mi estadía en esa casa todo lo posible, porque sabía que cuando me fuera de ahí, sería hombre muerto. Así que mi única opción era seguir mejorando mi relación con Rocío, tenía que volver a meterme en su corazón, y para eso iba a necesitar mucho más que las lágrimas de cocodrilo que había derramado antes.

El primer paso sería intentar conseguir que se abriera (no de piernas, eso más adelante si había tiempo), que me contara todos sus problemas, y así volver a convertirme en su confidente, en aquél amigo que solía escuchar todos sus problemas y siempre le respondía con buenos consejos. A partir de ahí, yo haría mis conjeturas y decidiría cual sería el siguiente paso a seguir. ¿Y cuál es el mejor método para que una mujer abra su corazón? Exacto, el alcohol. Esa noche, mi objetivo número uno era que Rocío se agarrara un pedo de final de Champions.

—Ro.

—Dime.

—¿Tienes vino tinto? Conozco un plato chino buenísimo que no es muy difícil de hacer. Lo que sobre ya nos lo terminamos en la cena, jajaja.

 

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 8:30 PM - Benjamín.

 

—¡Raúl! ¡Tanto tiempo, compañero!

—¡Benjamín! Ya ves, aquí de vuelta en la esclavitud.

—¿Pero qué ha pasado? Me enteré que te dieron toda la semana libre, ¿pero por qué?

—Falleció mi suegra, le dio un ataque al corazón mientras estaba de vacaciones en Roma, y como hubo algunas complicaciones en el envío del cuerpo, pedí que me dieran unos días libres para solucionarlo todo.

—Cuánto lo siento.

—No lo sientas tanto, esa vieja era una mala arpía. Hace unas semanas mi suegro la descubrió con otro, un tipo más joven y con más dinero que él, y la zorra no tuvo mejor idea que irse con su amante a pasar unas semanas en Italia para "pensar".

—Santo cielo, me dejas helado.

—Sí, se podría escribir más de un relato con esa historia, pero bueno... ¿Y tú qué te cuentas?

—Y... ya te podrás imaginar, recién está empezando este calvario.

—Sí, Duragnona me contó varias cosas... Pero tenemos un buen grupo, Benja, vamos a sacar toda esta mierda adelante.

—Esa es la actitud, compañero. En fin, te quería hacer una pregunta, ¿todavía sigues teniendo en alquiler aquellos pisos de los que me hablaste?

—¿Los pisos? Pues... todo eso lo lleva mi mujer. ¿Por?

—Es para un conocido, un amigo de mi novia, que se acaba de mudar a la ciudad y está buscando un piso barato.

—¡Oh! Pues ahora mismo me coges en bragas, pero el viernes hablo con mi mujer y te digo, ¿ok?

—¿El viernes? ¿No puede ser antes?

—Es que hasta el viernes no vuelve, se tuvo que ir a Roma por todo esto de mi suegra...

—Vaya, pues eso sí que es un problema.

—¿Hay tanta prisa? ¿Tu conocido no tiene donde quedarse o qué?

—Sí que tiene, mi casa... Por eso lo estoy ayudando a buscar vivienda, para que se largue lo antes posible.

—Pues lo siento... Hasta el viernes no puedo hacer nada por ayudarte.

—No te preocupes, creo que no me moriré por esperar cinco días...

—¡Benjamín! ¡Alutti! ¡Déjense de cháchara y pónganse a trabajar que se nos acumula el trabajo!

—Ya vamos, Mauricio, no seas tan cascarrabias, que de momento está todo bajo control.

—¡A trabajar, coño!

—Será mejor que vayamos, Benja, que este en cualquier momento nos revolea una silla.

—Sí, tienes razón, vamos.

 

Domingo, 28 de septiembre del 2014 - 10:50 PM - Alejo.

 

—Qué bien que cocinas, Ale, en serio, deberías dedicarte a esto de cocinar y... y cocinar, como esos chefs de la tele, que hacen programas y van a restaurantes de lujo a cocinar, ¿sabes lo que te digo?

—Sí, como el gordito ese tan famoso de la tele, ¿no?

—¡Sí! ¡Ese! Aunque ese es muy viejo, tú todavía eres joven, y seguro que tú lo harías mucho mejor, y los concursantes no se pelearían nunca porque confiarían en tu criterio, y en tu cocina, y esas cosas...

—Seguro que sí... Ro, ¿por qué no te tomás lo que queda en la botella así ya la tiramos? A mí me está doliendo el estómago, ya no me entra más nada...

—No sé... creo que tomé mucho ya... no me sienta muy bien el alcohol... La última vez terminé vomitando en el traje de Benja, y pasé muchísima vergüenza, porque estaba su madre, y su hermana, y su padre, y su madre delante. Creo que fue en las navidades pasadas, o sea, mmm... hace nueve meses.

—Por eso, no pasa nada porque de vez en cuando tomes un poquito. Dale, terminate lo que queda en la llatebo.

—¿"Llatebo"? Jajaja, qué gracioso eres cuando hablas así. Siempre me pregunté por qué los argentinos dicen las palabras al revés... Dicen "lleca" en vez de calle, o "feca" en vez de café, no lo entiendo, la verdad, jajaja. Está bien, dame la "llatebo", total quedan tres gotas nada más.

—Buenas chica. Che, después yo levanto todo esto, vamos al sofá a hablar un rato, ¿dale?

—Bueno, pero un rato nada más, que mañana quiero estar despierta para cuando llame Benja.

Objetivo cumplido, Rocío estaba en pedo. Ahora venía la segunda parte del plan, sonsacarle información que pudiera servirme para darle forma a mi siguiente movimiento.

Me levanté, y la llevé en su silla de ruedas hasta el salón. Cuando llegamos, la levanté en brazos, y la dejé en el sofá. No se quejó en lo más mínimo cuando realicé esa maniobra, era una buena señal, el alcohol estaba haciendo su trabajo. Encendí la televisión, y me senté a su lado.

—Ahora que lo mencionaste, me puse a pensar en tu novio, en lo buen tipo que es, no cualquiera le abre la puerta de su casa a alguien que no conoce...

—Es un cielo mi Benja, tiene un corazón que no le cabe en el pecho.

—Sí, un tipazo. Debés extrañarlo mucho, ¿no?

—Sí... Tengo muchas ganas de verlo... —dijo mientras miraba a la nada con nostalgia.

—Me imagino, desde ayer a la mañana que no lo hacés.

—Es todo culpa de ese maldito trabajo... Quiero que lo deje de una vez... Lo único que hace es traernos problemas...

—¿Problemas?

—Sí...

—¿Por ejemplo?

—¿Ejemplo? Veamos... Ah, sí, por culpa de ese trabajo tuve el accidente.

—¿En serio? ¿Pero qué tuvo que ver el trabajo?

—Yo me iba a ir de viaje con Benjamín, llevaba muchos días planeándolo, pero ese día llegó y me dijo que teníamos que cancelarlo, y yo salí corriendo de casa, iba a irme a casa de mamá para darle una lección. Pero estaba lloviendo mucho y yo estaba muy triste, por eso no lo vi al coche —Bingo.

—A la mierda... No lo sabía... Debió haberte puesto muy triste todo eso para que hicieras una cosa así.

—Sí... Estaba muy triste... Por eso quiero que renuncie, ya lo hablamos miles de veces, pero siempre terminamos discutiendo y yo termino cediendo. Yo trabajaría de lo que fuera con tal de que pudiéramos pasar más tiempo juntos...

—Ajá...

—Y encima ahora pasa todo esto... Tiene que quedarse toda la noche en la oficina, y a saber cuando lo voy a poder ver de vuelta... Me dijo que esto puede durar dos semanas más... No sé si voy a aguantar...

—Ajá...

—Lo extraño mucho, quiero que venga y me abrace...

—¿Quéres que te abrace yo en su lugar?

—No es lo mismo... Yo lo quiero a él...

—Ya lo sé, y nadie lo va a suplantar nunca, Ro. Pero un abrazo siempre ayuda a olvidar las penas...

—Gracias, Ale, eres una buena persona. Abrázame, por favor.

—Con mucho gusto, tonta.

Estuvimos varios segundos abrazados. Sentir sus enormes tetas contra mi pecho hizo que mi 'amigo' se empezara a despertar... Aunque la situación era muy diferente a la de la noche anterior, esta vez no estaba atrapado sin poder moverme, además, ahora ella estaba vestida de calle, con una musculosa y unos jeans, cosa que ayudaba a mantenerme sereno.

—Tenías razón. Ahora me siento mucho mejor.

—Te lo dije, los abrazos son los remedios del alma.

—¿Puedo apoyar mi cabeza en tu hombro? Me siento mareada, y no quiero irme a domir todavía.

—Por supuesto. Mejor aún, vení, ponete así y yo te paso el brazo por encima del hombro. Así vamos a estar más cómodos.

—Está bien.

Si bien la tenía justo donde quería, todavía no sabía cuál sería el siguiente paso a seguir. Pero lo que era seguro era que necesitaba avanzar un poco más, ahondar un poco más en sus problemas, afianzarme como amigo, no me convenía que las cosas se quedaran tal cual estaban en ese momento, ya que al día siguiente se despertaría recordando todo y me acusaría de a saber qué cosas. Pero me costaba pensar, en la posición en la que estábamos, mi mano quedaba colgando muy cerca de su teta derecha, y el esfuerzo que estaba haciendo para no agarrársela era digno de los dioses del Olimpo. Así que, tratando de serenarme, me puse a analizar las rutas que tenía delante, y llegué a la conclusión de que la opción más sensata era la de intentar meterme en su corazón mediante halagos y defensas injustificada a su novio. Darle ánimos para que pudiera soportar la ausencia de Benjamín era el plan ideal.

Sí, era lo mejor, pero, finalmente, la cabeza de abajo le ganó a la de arriba, y mi juicio se nubló...

—Rocío, ¿sabés lo que creo yo?

—¿Qué?

—Que en realidad tu novio tiene miedo de pasar tiempo con vos.

—¿Eh? ¿De qué estás hablando?

—Llamalo miedo, llamalo preocupación... Creo que tu novio no está cómodo con la situación actual.

—¿Pero a qué te refieres? ¿De qué situación hablas?

—Rocío, yo quiero ayudarte, y para eso necesito que me seas cien por cien sincera con lo que te voy a preguntar ahora, es por tu bien...

—No entiendo nada, Alejo...

—¿Cómo es tu vida sexual con Benjamín?

—¡¿Qué?!

—Respondeme, yo sé por qué te lo pregunto.

—¡No te voy a responder a eso! ¿Pero quién te has creído que eres? Me voy a dormir —dijo sacándose mi brazo de encima.

—Rocío, esperá —dije yo mientras me incorporaba—. Todo esto tiene que ver con la razón por la que cual pasa tanto tiempo trabajando.

—¡Pasa tanto tiempo en el trabajo porque lo obligan a trabajar todas esas horas! —me gritó.

—Seamos serios, Rocío, ¿quién carajo se pasa dieciocho horas seguidas en el trabajo? ¿En serio no tiene ni una hora libre para venir a verte?

—¡Eso es porque sus jefes están muy enfadados porque la reunión con el chino salió mal y por eso los obligan a quedarse toda la noche! —siguió gritando.

—Contestame esto: Antes de que yo viniera, ¿había trabajado alguna vez tantas horas seguidas?

—No, pero... —respondió ya contrariada.

—Y antes de que yo viniera, ¿había pasado alguna noche fuera de casa?

—¡No! Pero es porque...

—¡Porque estoy yo acá para atenderte! ¿No te parece raro que al principio haya estado tan reacio a que yo me quedara, y que de un momento a otro haya aceptado? ¡Porque vio una oportunidad única para escapar unos días!

—¡No! ¡Aceptó que te quedaras porque yo se lo pedí! —ya estaba a punto de llorar.

—Aceptalo, Rocío, todo encaja, las discusiones que tuvieron por su trabajo, tu accidente... A Benjamín se le fue de las manos esta relación y ahora está buscando un poco de espacio para pensar.

—¡No! ¡Eso no es verdad! ¡Benjamín y yo nos decimos todo en la cara siempre! ¡Si tuviera algún problema conmigo me lo hubiese dicho! —dijo ya llorando.

—¿Para qué? ¿Vos te creés que a él le gustaría verte llorar? Si te dijera todo eso te derrumbarías frente a él y no podría soportarlo.

—Benjamín no es así, Benjamín no sería tan cobarde... No, no, ¡NO! —gritó muy fuerte, y luego intentó ponerse de pie, pero la detuve agarrándola de ambos brazos.

—Tranquilizate, por favor... Benjamín no es un cobarde, simplemente se siente frustrado porque, por más que lo intenta, no está consiguiendo que seas feliz.

—Lo único que necesito para ser feliz es tenerlo a mi lado...

El tablero ya estaba dispuesto, había hecho mi jugada y ahora no podía echarme atrás. En ese momento no pensaba en si había hecho bien o mal, ya ni siquiera me acordaba de que mi vida estaba en peligro, en lo único que pensaba era que en esa chica tenía que ser mía por lo menos una vez.

—Escuchame, Ro, necesito que me contestes la pregunta que te hice, es vital que lo hagas —dije cuando se volvió a sentar ya bastante más calmada.

—No...

—¿Cómo es tu vida sexual con Benjamín?

—No...

—Contestame.

—No...

—Rocío... —insistí, y después de un breve silencio, me respondió— ¿Qué?

—Nula... —dijo prácticamente susurrando.

—¿Cómo?

—Prácticamente nula...

—Definime nula.

—Lo hacemos muy poco...

—¿Con qué frecuencia?

—Cuatro o cinco veces al mes...

—Ahora sí que todo encaja... —dije con seguridad.

—¿Eh?

—¿Por qué creés que lo hacen tan poco?

—Pues... porque... tenemos que estar muy... muy 'animados' para que surja... Igual, ya sé a dónde quieres llegar, y desde ya te digo que no es por eso, el sexo nunca ha sido algo fundamental en nuestra relación.

—Ay, dios mío... Qué ingenua que sos, Rocío... —dije mientras negaba con la cabeza.

—¿Ingénua? ¿Pero qué sabes tú de nosotros?

—De ustedes sé muy poco, pero de la mente masculina sé mucho, chiquita.

—Benjamín no es como los demás...

—Benjamín es como todos.

—Ya te digo yo que no, y no debería decirte esto, pero ya me tienes harta. Cuando Benjamín tiene ganas... ganas de tema, lo noto enseguida, es muy evidente, y siempre estoy preparada para él.

—Eso se llama límite, y es algo que todos tenemos. Cuando alcanzamos nuestro límite en algo, ya no podemos controlarnos más y tenemos que dejarlo salir de alguna forma. En este caso, notás las ganas de tu novio cuando ya no puede ocultarlas más.

—Suficiente, me voy a dormir... No hace falta que me ayudes —Al parecer el alcohol lo único que lograba en ella era desinhibirla, porque desde que había sacado el tema del novio, no había mostrado ni una mísero signo de embriaguez. Tenía que elegir cuidadosamente mis cartas.

—¿Vos te miraste en el espejo alguna vez? —pregunté a la vez que alejaba la silla de ruedas de su alcance.

—¿Eh? ¡¿Qué dices ahora?!

—Si te viste en el espejo alguna vez. Si sos consciente de lo hermosa que sos... —no respondía, no sabía qué decir, pero yo tenía que ir al grano de una vez—. Mirá, te lo voy a decir así de una, aunque te duela...

—No hace falta, no quiero escucharlo. Sólo déjame irme...

—Tu novio está frustrado porque no te puede hacer feliz, y también está frustrado porque vos no lo hacés feliz a él.

—¡Cállate de una vez! —gritó mientras se tapaba los oídos.

—¿Vos te creés que es fácil para él tener a una mujer tan hermosa a su lado y no poder hacerla suya cuando lo necesita?

—¡Eso no es verdad! ¡Benjamín puede tenerme cuando quiera!

—¡Y demostráselo, pelotuda! ¿No te das cuenta que la influencia de tus padres todavía está presente en vos?

—¿Eh?

—Benjamín no se te insinúa porque tiene miedo de que te hagas una mala idea de él. Tiene miedo de entrar en la misma categoría de hombre de la que toda la vida te advirtieron tus padres. Es por eso que tenés que ser vos la que tome las riendas, tenés que demostrarle que se equivoca.

—Ya está, Alejo, no quiero escucharte más...

—Igual vos no te diste cuenta, pero Benjamín debe sufrir mucho cada día pensando que nunca vas a convertirte en la mujer que él espera.

Ya a esa altura de la conversación era consciente de la cagada que me había mandado, había elegido un camino sin salida, Rocío tenía que ser muy estúpida para caer en todas las pelotudeces que le acababa de decir. Sí, otra vez me había dejado llevar por mis emociones y ya era tarde para cambiar la jugada. Ya podía visualizarme a mí mismo boca abajo colgado de un puente mientras dos nigerianos me gritaban en un imperfecto castellano que les devolviera la guita o que me dejarían caer.

—¿Y cómo lo hago? —dijo de pronto Rocío, sacándome de mi ensimismamiento.

—¿Eh? —pregunté anonadado.

—Que... ¿Cómo hago para demostrárselo? ¿Cómo hago para tomar las riendas? ¿Cómo hago para convertirme en la mujer que él espera? Nunca super cómo iniciar las relaciones... Siempre que lo hago es porque lo noto a él con ganas, y eso me desinhibe un poco... Pero hacerlo yo... porque salga de mí... Me muero de la vergüenza con sólo pensarlo.

No me lo podía creer, había funcionado, mis palabras habían calado a fondo en su ser, no estaba tan perdido como creía, podía ver una luz al final del camino. Todo eso que acababa de decir me abría un sin fin de posibilidades, pero todas con un único final. Esas pocas líneas que acababa de pronunciar era lo que necesitaba para poner en marcha el plan que menos me imaginaba que iba a poder llevar a cabo. Me había arriesgado y me había salido bien, ahora sólo tenía que trazar una ruta segura hacia su corazón, pero hacia el lado del corazón en el que no había podido entrar cuando teníamos 17 años. Sí, a partir de ese momento, empezó mi plan para enamorar a Rocío.

—Rocío, yo puedo ayudarte con eso, pero voy a necesitar que confíes plenamente en mí.