miprimita.com

Las decisiones de Rocío - Parte 14.

en Hetero: Infidelidad

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 10:30 hs. - Benjamín.

 

Me desperté temprano, mucho más temprano de lo que hubiese querido en un principio. Me había acostado muy tarde y borracho, con la esperanza de no volver a abrir los ojos hasta pocos minutos antes de tener que salir a mi maldito trabajo. Pero mis planes se vieron truncados por un odioso y agudo pitido que no paraba de torturarme los oídos. Un pitido y un horrible dolor encima del ojo izquierdo que apenas me dejaba observar con claridad lo que había delante de mí.

—Qué asco de vida, macho —exclamé en voz baja y tratando de contener la risa.

Sí, me reía porque no podía creer cómo las cosas habían cambiado tanto en mi vida en tan poco tiempo. Cómo había pasado de ser el hombre más feliz del mundo a ese trozo de mierda que se levantaba con resaca en el sofá de la casa de su jefa un día entre semana. Pensar en eso me llevó a recordar lo que había pasado la última vez en ese mismo lugar entre ella y yo, y volví a reír. Sabía que era algo serio, pero no podía evitarlo, porque estaba seguro de que todo lo que me estaba pasando me lo había ganado. Si Rocío me estaba poniendo los cuernos, me lo había ganado por esas situaciones vividas con Clara y Lourdes.

Me senté en ese incódomo sofá e incliné la cabeza ligeramente hacia arriba con los ojos cerrados. En lo único que pensaba en ese momento era en que ese espantoso dolor de cabeza mitigara aunque fuera un poco. Me esperaba un día largo y jodido y no quería terminarlo enfermo en la cama de a saber quién. Sin embargo, una sonrisa se dibujó en mi cara cuando me acordé de que ese era el último día de suplicio; el último día de aquél infierno que me había tocado vivir por errores propios y ajenos. Abrí los ojos y alcé los brazos con los puños cerrados como quien festeja un gol de su equipo de fútbol.

—Un último esfuerzo, Benjamín...

Bajé los brazos lentamente y clavé mi mirada en un florero que descansaba en la distancia. "Eso no le da derecho a follarse a otro", "Acuchilla al bastardo". No quería pensar en ello, pero esas y otras tantas frases de la charla en el bar me seguían retumbando en la cabeza. Obviando el radicalismo de Sebas, en el fondo sentía que ambos tenían razón. Yo no había buscado meterme en todos esos líos; ni ser explotado por mi jefe, ni haberme interpuesto sin querer entre él y su amante, ni nada de lo que había pasado con ella misma. ¿Por qué tenía que soportar todo eso y encima luego llegar a casa y encontrarme con lo que me había encontrado? Que sí, que me ponía en los pies de ella. Más de una vez me había sentado a pensar en cómo se sentiría cada vez que yo cancelaba nuestros planes, o de cómo se sentiría al tener que pasar noche sí y noche también en esa cama tan grande. Pero, joder, Luciano tenía razón, eso no le daba derecho a acostarse con otro...

Me levanté del sofá y me dirigí hacia aquél florero para recolocar una de sus rosas de plástico que estaba a punto de caerse. La tomé con delicadeza y la posicioné entre una margarita y un girasol que se alzaba grande y brillante por sobre todos los demás adornos. Pero me centré en esa pequeña rosa, esa pequeña rosa que parecía que en cualquier momento se iba a quebrar, que parecía que no soportaría ni la más mínima brisa. Una flor tan delicada pero a la vez tan potente como para resaltar más que ninguna otra de esas piezas de la naturaleza que la rodeaban. En esa pequeña flor de plástico vi reflejada a la Rocío que había conocido hacía ya cuatro años. Visualicé su carita de aquél entonces y esa bella sonrisa que me había regalado cuando le confesé mis sentimientos por primera vez. "¿Cómo pedía ser?", pensé, "¿cómo sería capaz ella de hacerme algo así?". Yo estaba convencido de que conocía cada rincón de su personalidad, de que conocía desde el primero hasta el último de sus deseos, asi como también sus miedos más profundos. Y la Rocío que yo creía conocer tan bien, nunca, nunca en la vida hubiera sido capaz de traicionarme.

¿Estaba intentando darle esquinazo a la realidad? No, no me sentía así... Era más bien como si quisiera darle un voto de confianza. ¿Alguna vez me había dado motivos para desconfiar de ella? Jamás. Nunca en la vida. Además, su educación... ¡Que había sido educada prácticamente en un convento! ¿Cómo no iba a pensar en ello? Si nuestra vida sexual era así de discreta gracias a ello. Cada vez estaba más convencido de que había sacado las cosas de quicio, y más preguntas seguían llenando mi adolorida cabeza, preguntas un tanto estúpidas pero demasiado reveladoras para mí en ese momento; "¿cómo va a acostarse con otro si conmigo apenas se atreve a hacerlo con la luz encendida?", "¿cómo va a acostarse con otro si conmigo tardó lo que tardó para hacerlo por primera vez?".

—Qué gilipollas eres, Benjamín...

El angelito con la cara de Rocío encima de mi hombro derecho le estaba ganando la batalla mental al demonio con el mismo rostro que se situaba arrodillado y desesperado encima del izquierdo. Y yo estaba feliz por ello, porque el autoconvencimiento me llevaba a mirar las cosas con otra perspectiva. ¿La caja de condones? ¿Y si sólo había estado limpiando el cajón y se le cayeron unos cuantos sin darse cuenta? "Pero, Benjamín, ¿por qué no la volvió a guardar?", "¿Y si recibió una llamada en ese momento? ¿Y si se le quemaba la comida? ¿Y si lo dejó para luego y se terminó quedando dormida?". Estaba lanzado a salvar la imagen de mi novia y no podía parar.

Abandoné aquél florero y volví a sentarme en el sofá, pero esta vez con una sonrisa de optimismo. Me acomodé un poco la ropa y enseguida comencé a sentirme mal de nuevo. Sí, porque caí en cuenta de que, llevado por el dolor y la tristeza, había dejado a Rocío como una cualquiera delante de mis compañeros y amigos. Ahora ellos pensarían que mi pareja era una mujer sin escrúpulos que se acostaba con su amigo mientras yo me rompía el lomo trabajando. Me di mucho asco y sentí la necesidad imperiosa de hablar con ella en ese mismo instante. Sentí que tenía que pedirle perdón por todo; por lo que sabía y por lo que no sabía. Y quería escuchar de su propia boca que todo estaba bien, que juntos íbamos a superar ese momento tan complicado que la vida nos había deparado y que nunca más íbamos a tener que preocuparnos por nada.

Cogí el teléfono de la mesita de café y marqué su número. El dolor de cabeza no se me había ido y las manos me sudaban, pero no me importaba, quería hablar con ella. No contestó a la primera, tampoco a la segunda y tampoco a la tercera. Y terminé desesperando: "todo esto es culpa mía".

Me terminé de arreglar la ropa, acomodé un poco el lugar donde había pasado la noche y subí las escaleras a toda prisa para buscar un baño. Quería salir de ahí urgentemente e ir a casa para ver a mi novia; me importaba una mierda el trabajo y me importaba una mierda todo. O eso creía, porque una vez en el segundo piso, una voz a través de una de una de las paredes me hizo detener en seco. Abrí un poco la puerta más cercana y vi a Lulú hablando por teléfono.

—¿Y qué más quieres que haga? ¿No te bastó con mandarme de nuevo para España? —decía ella sin levantar mucho el tono de voz. Parecía disgustada—. ¡Que no me hables en alemán, coño! Mira, llama a quien tengas que llamar, a mí no me vas a venir con apuros de la noche a la mañana —exclamó ya un poco más alto y esperó una respuesta—. ¡Fuiste tú el que me pidió un tiempo! ¡Y yo acepté porque me pareció una buena idea! —nuevo silencio—. Se suponía que el tiempo era para que nos pensáramos un poco las cosas, no para que te follaras a cuanta cría alemana se te cruzara por el camino —otro silencio— ¿Que yo qué? No te confundas, majo, que yo te prometí que te iba a respetar y así lo he hecho. No te creas que todos somos tan deleznables como tú —dijo ya sin controlar el volumen. Nunca la había visto tan enfadada—. Mira, si la guarra esa necesita un gilipollas que la mantenga, que vaya y se folle a su puto padre. Tú eres mi marido y así seguirá siendo, te guste o no. Que sí, que sí, habla con quien quieras, y que te den por culo.

Tras decir eso, colgó y arrojó con furia el teléfono contra un sillón que tenía cerca. Miró al cielo, profirió un insulto en voz baja y se dejó caer de rodillas en el lugar. Estaba de espaldas a mí, pero me pareció ver que comenzaba a llorar. Por un momento me debatí entre si entrar a consolarla o salir de ahí antes de que se diera cuenta de mi presencia, pero no me había olvidado que ella se había quedado toda la noche a mi lado intentando hacerme ver lo maravillosa y positiva que podía ser la vida. Quería ir a ver a Rocío, pero no podía dejar sola a mi amiga en lo que parecía era un momento difícil para ella.

—Lulú —dije abriendo despacio la puerta—, perdona, pero no pude evitar escuchar la conversación...

No me dejó decir nada más. Estiró los brazos y con una cara llena de tristeza me pidió que fuera con ella.

—Ven, dame un abrazo, por favor.

Apenas terminó de colocar su cabeza sobre mi pecho, me agarró de los bolsillos de la camisa y comenzó a llorar con fuerza. Intenté comprender lo que estaba pasando para luego poder darle algún consejo, pero me costó bastante. Según lo que había escuchado, se había peleado con su marido y me pareció entender que había una infidelidad de por medio. Ahí yacía mi duda, pues ella en su momento me había dicho que su separación había sido de acuerdo mútuo y con sus consiguiente libertades. No obstante, decidí no hacer preguntas y me limité únicamente a consolarla.

—Benji... —se recompuso al fin— Lo siento.

—Llora tranquila, estoy aquí para lo que necesites.

—No, ya está —dijo sin separarse de mí—. Ese cabrón no merece que derrame ni una lágrima más por su culpa.

—¿Quieres contarme lo que pasó?

—Nada, que se ha estado follando a otra desde que me fui —me separé un poco de ella y limpié sus suaves mejillas con mis dedos.

—Vaya...

—Dice que la conoció pocos días después de que yo me viniera para España —hizo una pausa—. ¡Y una mierda! Me siento como una imbécil... Si lo hubiese sabido...

Sentí que debía abrazarla de nuevo, pero ella se adelantó y se apretó contra mi pecho otra vez. Acepté su confianza y volví a rodear su espalda con mis brazos para que me sintiera presente. Intenté consolarla con caricias en su cabello y susurros de aliento en sus oídos, pero estaba más que golpeada, lo podía notar por el simple contacto con su piel temblorosa. Pasaron varios minutos hasta que consiguió tranquilizarse lo suficiente como para poder seguir con la conversación.

—Hijo de la gran puta —exclamó todavía pegada a mí.

—Disculpa mi indiscreción, Lu, ¿pero no me habías dicho que no había ningún tipo de atadura en esta separación? —pregunté con todo el tacto que pude.

—¿Eh? —dijo volviéndose a separar y mirándome con sorpresa.

—Cuando nos volvimos a encontrar en la oficina, me dijiste que te habías dado un tiempo con tu marido, pero un tiempo con "libertades"... Si hasta me pediste que no lo contara para que los buitres no se te acercaran.

—Ah, eso... —dijo esquivándome la mirada—. ¿Qué otra cosa podía haberte dicho? No iba a llegar a aquí gritando a los cuatro vientos que mi marido me mandó de vuelta a mi país porque allí lo molestaba. Me iban a juzgar... Y no sé si iba a poder sobrellevar semejante humillación —sus palabras eran sinceras, tan sinceras que no las pude aceptar.

—¿Te estás escuchando? —dije con cierta indignación. Ella me volvió a mirar sorprendida—. ¿Quién te iba a juzgar? ¿Me lo puedes decir? ¿Eres conciente de que para mí y para muchos de esa oficina eres poco menos que un ángel enviado del cielo? No digas tonterías... —finalicé. Ella se quedó mirándome con los ojos abiertos como si no supiera qué decir.

—No te das una idea de lo bien que me hace tenerte a mi lado, Benji... —dijo finalmente sonriendo y volviéndose a apoyar en mi torso.

—Tú anoche me ayudaste mucho. Y no sólo anoche, cuando llegué a la empresa me hiciste sentir como uno más desde el principio. Nunca me miraste por encima del hombro y encima te encargaste de transmitirme todo lo que yo sé hoy en día. Si hay alguien al que le hace bien estar a tu lado, es a mí —dije dejando salir gran parte de lo que sentía por esa mujer. ¿Por qué iba a guardarme nada? Ella necesitaba cariño y yo estaba dispuesto a ofrecérselo.

—Gracias, Benji —respondió. Y concluyó con unas palabras que no terminé de entender—. Si tú supieras...

—¿El qué?

—Ya está —dijo soltándome y poniéndose de pie—. Tú ya tienes demasiados problemas, no quiero molestarte con los míos también.

—¿Y tú qué hiciste con los míos anoche? ¿Sabes lo mal que me sienta que te hayas desvelado sólo para que vigilarme a mí?

—Es distinto —rio por fin— ¿Sabes lo borracho que estabas? Además, sin la ayuda de Romi no creo que...

—No digas más. Vamos abajo y me cuentas todo lo que me tengas que contar. Aunque sean puros insultos hacia el alemán ese idiota que no sabe lo que se está perdiendo.

—¡Tonto! —rio esta vez con más ganas.

—Venga, vamos —dije sujetándole la mano—. Pero antes dime dónde esta el baño, que no estoy seguro de saberlo bien...

—Es cierto, ¡estás horrible! —volvió a reír mientras me alborotaba más si se podía mi ya despeinado pelo.

Y, tratando de ocultar esa tristeza que se podía notar a kilómetros de distancia, salió por la puerta conmigo y me enseñó el camino hacia el cuarto de baño. Me sentí satisfecho conmigo mismo, sentía que le estaba haciendo un bien a una grandísima persona. Quería mucho a Lulú y me dolía verla mal. Y aunque ella dijera que no, sabía bien que me necesitaba, que me necesitaba a mí y a cualquier ser querido que tuviera cerca. Porque no sólo era lo de su esposo, también estaba todo el tema de Mauricio y Clara. Lourdes estaba tan o más atosigada que yo.

Una vez en el baño, metí la cabeza entera bajo el grifo y me refresqué como si fuera un oso recién llegado al río. Me sequé la cabeza, hice lo demás que tenía que hacer, y luego me senté en la taza unos minutos a esperar que el dolor de cabeza terminara de pasar. Mientras tanto, saqué el móvil con la intención de llamar a Rocío y me quedé un rato pensando. Recordé mis preocupaciones de hacía escasamente media hora y la pena me volvió a llenar el alma. Ese dolor me impidió marcar su número en la agenda. Antes había estado preparado para llamarla y pedirle perdón las veces que hubiesen hecho falta, pero ya no... ¿Quizás era miedo? Quizás. ¿Quizás era la culpa por haber ensuciado su nombre frente a mis compañeros de trabajo? Quizás. Me quedé petrificado con el móvil en la mano decidiendo qué hacer. Y así pasaron otros diez largos minutos.

—Luego... ¡Luego! —me dije con firmeza. El vértigo me pudo y finalmente abandoné la idea. Sabía que era una excusa, pero Lulú me estaba esperando abajo y no quería seguir haciéndola esperar. Quería comportarme con ella la mitad de bien de lo que ella lo había hecho conmigo—. ¡Luego! —repetí una última vez antes de guardar el teléfono y salir corriendo hacia la cocina.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 10:30 hs. - Rocío.

 

—Maldito crío... ¡Maldito crío! —repetía y exclamaba mientras intentaba terminar la taza de café.

No podía pensar en otra cosa. Aquél chaval de 17 años al que me habían encomendado darle clases de lengua y matemáticas, me había engañado como nadie me había engañado jamás en la vida. Me sentía estafada, timada; me sentía totalmente incapaz de enseñarle nada a nadie luego de haber caído en la telaraña de un puberto que recién estaba empezando a conocer el mundo.

Si bien todavía no estaba del todo segura de que esa foto fuera real, pues había dos mil quinientas formas de falsificar una nota, no podía evitar sentirme así de cabreada. Tenía ganas de llamar a la madre y contarle todo, de decirle que su hijo era un fraude que se dedicaba a acosar a sus profesoras en su tiempo libre.

—¡Pobres mujeres! —exclamé. Claro, esas "viejas brujas" tenían toda la razón. Toda esa experiencia que a ellas le sobraba fue lo que me faltó a mí para no ver a través de ese cabroncete.

¿Qué iba a pasar a partir de ahí? Ni me lo planteaba; ese chiquillo no iba a salirse con la suya. No se me pasaba por la cabeza cumplir con lo que habíamos pactado. ¿Que iba a faltar a mi palabra? Obvio. No hay acuerdo posible cuando alguien da su palabra sobre algo que, para empezar, es un completo engaño. ¡Que el niñato no sabía hacer una dichosa división de dos cifras! ¿Cómo iba a ser posible que pudiera sacar un "9.4"?

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»

El móvil comenzó a sonar y lo único que consiguió fue ponerme más nerviosa de lo que estaba. Para colmo era Benjamín, la última persona con la que tenía ganas de hablar en ese momento. Además de que seguía enfadada con él, me encontraba en un estado de histeria que a saber qué barbaridad le hubiese dicho si le contestaba la llamada. Metí el teléfono debajo de un cojín y dejé que siguiera sonando en silencio, ya luego lo llamaría cuando me calmara.

Pero no tendría mi momento de paz todavía. Cuando me fui a sentar a ver un poco de televisión con el único fin de aislarme de todo, sonó el timbre.

—Hola, Noe —saludé a mi hermana sin mucho énfasis.

—¿Sigue aquí? —no había terminado de abrir la puerta y ya había entrado en casa.

—Sí, estará durmiendo ahora. O no. Yo que sé...

—¿Por qué no me dijiste que se estaba quedando aquí? —dijo con autoritarismo. Venía de malas y parecía que con claras intenciones de echarme la bronca. Y yo no estaba de humor para soportarla.

—Justamente para evitar esto —dije con sequedad y volviéndome a acomodar en el sofá.

—¿Para evitar el qué? Joder, Rocío, pensé que habías entrado en razón. ¿No recuerdas lo que nos dijeron sus tíos aquella vez?

Me extrañé al escuchar eso, pero hice memoria y enseguida entendí a lo que se refería. Hacía algunos años, cuando recién estaba empezando la carrera, nos llegó la triste noticia de que uno de los profesores más queridos del instituto al que ambas habíamos asistido había fallecido. Como era lógico y como correspondía, fuimos a su funeral, donde nos encontramos con muchas personas conocidas, entre ellas los tíos de Alejo. El recuerdo era vago, pero me sonaba que habían mencionado algo de una herencia y de que los había dejado tirados para irse a vivir la vida por ahí. De lo que si me acordaba bien era como Noelia aprovechó el camino de vuelta a casa para decirme que ella tenía razón sobre ese chico, que había hecho bien en alejarlo de mí y bla, bla, bla, bla... Y claro, yo para no escucharla le había respondido todo que sí.

—A ver, Noe... —dije tratando de mantener la calma—. Alejo vino una noche... tarde, bastante tarde y... golpeado también... —me di cuenta de que no era bueno mencionarle lo que le habían hecho aquellos matones y traté de improvisar algo sobre la marcha—. Un borracho... un borracho le había pegado en el bar de aquí abajo y, como no tenía ningún otro sitio al que ir, acudió a nosotros...

—¿Y cómo consiguió tu dirección? —preguntó con desconfianza. En ese momento me pareció la viva imagen de mi madre.

—No me fastidies, Noe... Yo también tengo mis amistades y me comunico con ellas.

—La verdad es que no sé cómo Benjamín permitió esto...

—Porque yo se lo pedí. Y no sé a ti, pero a mí me enseñaron a no darle la espalda a alguien que necesita ayuda, Noelia.

—Sí, vale, una cosa es ayudar y otra cosa es dejar que se quede a vivir en tu casa de gorra. ¿Cuánto tiempo lleva aquí?

—Tres o cuatro días —mentí. Tenía ganas de que se fuera de una vez.

—¿Y cuándo se irá?

—Cuando encuentre otro sitio para vivir.

—¿Y lo está buscando? —tanta pregunta me estaba mareando y supongo que los gestos de mi cara me comenzaron a delatar.

—Sí...

—Mientes.

—Mira, Noe, no tengo por qué darte explicaciones de lo que hago o dejo de hacer en mi casa —la corté finalmente—. ¿Quieres tomar un café? —dije luego tratando de amenizar un poco la cosa.

—No. Esta noche voy a hablar con Benjamín —dijo cogiendo sus cosas y poniéndose de pie.

—¿Qué?

—Lo que has oído. Luego voy a llamar a Benjamín y a decirle todo lo que pienso sobre esto. Rocío, no es la primera vez que te digo que ese tío me da mala espina y...

—Espera, ¿qué? —la interrumpí. No me gustaba pelearme con mi hermana, pero no estaba dispuesta a que se metiera en mi vida.

—Me voy.

—Tú no vas a hablar con nadie, ¿quién te has creído que eres? —dije cogiéndola del brazo y tirando de ella hacia mí—. ¿Te crees que tengo 15 años todavía? Si tanto te aburres con tu vida, vete y cómprate un hurón, bonita.

Se hizo un breve silencio en el que ambas nos quedamos mirándonos; ella tratando de asimilar lo que acababa de decirle y yo intentando no perder ni un ápice de seriedad en mi rostro.

—No te reconozco... —dijo finalmente negando con la cabeza. Se soltó de mí agitando su brazo y, sin decir nada más, salió de casa.

Me quedé parada en el centro del salón sin terminarme de creer del todo lo que acababa de suceder. Nunca, pero nunca en la vida, ni en nuestras peleas más subidas de tono, le había hablado de esa manera a Noelia. Mi educación, el respeto hacia mis mayores y hacia mis propios familiares, aquello que me había sido inculcado desde pequeña, siempre había saltado a tiempo cuando mis ganas por irme de la lengua habían sido demasiado intensas. Pero esa vez no, no pude contenerme, y me había quedado con ganas de decirle más cosas. ¿Que no me reconocía? Obvio que no, ¿cómo me iba a reconocer ella si no me reconocía ni yo misma?

—Qué asco todo, ¡dios! —exclamé al aire y me senté en la silla que tenía más cerca.

Ese desafortunado encuentro sólo había logrado ponerme de peor humor, además de que me había abierto un nuevo frente. Si no tenía ya suficiente con Guillermo y Benjamín, ahora iba a tener que lidiar también con mi hermana.

Necesitaba tener un poco de tiempo para mí y aislarme de una vez de todos los problemas. Así que fui a mi cuarto, cogí una toalla y me encerré en el baño durante media hora. Me bañé a tina llena y no me preocupé por nada más que mi misma durante ese tiempo. Cuando salí, Alejo ya estaba levantado y desayunando. Creí que era buen momento para hablar con él sobre lo que acababa de suceder.

—Buenos días —lo saludé sin mucho entusiasmo.

—Hola, mi amor, ¿cómo estamos? —dijo él con su alegría habitual.

—Mal. Antes vino mi hermana y no veas la bronca que me echó.

—Uh, ¿en serio?. Vení, sentante acá que te preparo un café.

—No, gracias. Me dijo que hoy va a hablar con Benjamín para que te eche de aquí.

—Ah.

—¿"Ah"? —repliqué sorprendida y parándome delante de él.

—¿Qué? —dijo como si la cosa no fuera con él.

—¿Eres consciente de que Noelia es capaz de inventarse cualquier cosa con tal de salirse con la suya?

—Sí, ya me lo dijiste ayer —contestó sin cambiar su gesto despreocupado. Me estaba empezando a mosquear.

—Joder, Alejo, ayúdame un poco, ¿no?

—¿Ayudarte con qué? Si me quiere echar, que me eche. No puedo vivir toda la vida con ustedes.

—No se trata de eso...

—Hace dos semanas que estoy metido acá, Rocío, ¿cuánto tiempo te pensabas que me iba a quedar? —dijo mirándome por primera vez a los ojos.

—Hasta que encuentres un piso...

—¿Y si no lo encuentro? ¿Qué hago? ¿Me van a dejar quedarme acá para siempre?

Tenía razón. Hacía días de la última vez que había sopesado la posibilidad de que Alejo se fuera. Esas últimas horas habían sido tan intensas, tan determinantes para mí, que me había olvidado todo aquello. Nos habíamos envuelto en una nube de placer, una nube de felicidad en la que los problemas no tenían cabida, en donde sólo había lugar para nosotros dos. Y caí, finalmente caí en la realidad. Podía estar viviendo las últimas horas a su lado y ni siquiera me había preparado para eso.

—Yo...

¿Estaba preparada para alejarlo de mí? ¿Estaba realmente lista para retomar mi vida tal cual la había dejado antes de que él apareciera? Miré un momento para el futuro, intenté visualizarlo, pero todo era incertidumbre. Si había algo que tenía claro, era que lo que significaba Alejo para mí ya no se podía resumir en un mero "amigo de la infancia", no, Alejo ahora ocupaba una gran porción de mi vida y no se me pasaba por la cabeza que no siguiera siendo así. Viviendo con él o no, no entraba en mis planes que nuestra relación terminara ahí.

 

—¿Estás bien? —me preguntó entonces Alejo, y me sacó de mis pensamientos con una suave caricia en la mejilla.

—Sí... —mentí claramente. No me estaba gustando el rumbo que estaba tomando esa conversación. No quería llegar a donde parecía inminente que íbamos a llegar.

—Dale —se levantó y se puso a mi lado—, ¿qué te pasa?

—¿Hace falta que te lo diga? —dije esquivando su vista.

—Sí... —elevó su mano y me levantó la cara desde el mentón—. Quiero escucharlo.

—No quiero que te vayas... —dije finalmente. Él sonrió y me devolvió la cortesía con un tierno besito en los labios.

—Bueno, ¿qué le vamos a hacer? Así es la vida —se puso de pie y volvió a su sitio.

—¿Tan poco te importo? —le reclamé con más pena que enfado.

—No, mi amor. No te miento si te digo que ahora mismo no hay nadie que me importe más que vos. Pero, entendeme, no me voy a arrastrar. No me quiero arrastrar.

También tenía razón en eso. Si ya de por sí nos había costado horrores que se quedara en casa hasta ese día, ya ni quería pensar lo que iba a pasar después de que Benjamín hablara con Noelia. No había ninguna posibilidad de que Alejo pudiera quedarse por sus propios medios.

—¿Y si se lo pido yo? —dije entonces, casi sin pensarlo.

—¿Qué?

—¡Sí! Antes de que hable con Noelia... voy y quedo con él y... —miraba para todos lados y trataba de darle forma a la idea. No sabía si tenía sentido lo que estaba diciendo, pero sentía que tenía que intentarlo a como diera lugar.

—Pará, Ro... No sé si es buena idea...

—¿Por qué? ¿No decías que se quería distanciar de mí? ¿No decías que yo ya no le importaba como antes? —estaba ida, no podía evitarlo, mi máxima prioridad era que Alejo se quedara en casa—. Si le pido que te quedes para seguir haciéndome compañía, él va a... él va a —me trabé y me acongojé cuando me di cuenta lo que estaba a punto de decir—... él va a poder seguir haciendo lo que sea que esté haciendo ahí afuera.

No pude más y rompí en llanto. Me sentía desesperada; desesperada porque no quería perderlo, no quería perder a Alejo. Pero al mismo me tiempo me daba asco por pensar lo que estaba pensando de Benjamín. Por ponerlo en un segundo plano cuando sabía muy bien que era la persona que más amaba en el mundo. Me había metido en un lío al comenzar esa relación con Alejo y ahora no sabía qué hacer. No sabía qué paso dar a continuación.

—Vení... —dijo regresando a mi lado. Me abrazó con fuerza y me acomodó la cabeza en su pecho para que pudiera desahogarme sobre él. Necesitaba como ninguna otra cosa ese cariño en ese instante. Y él sabía que lo necesitaba, porque siempre estaba pendiente de mí. Por eso no quería que se fuera. Por eso me prendí de su cuello y lo besé como nunca lo había besado antes. Por eso, mientras las lágrimas seguían saliendo a borbotones de mis ojos, le hice saber todo lo que pensaba a través de mi boca, de mis labios, de mi lengua.

Se puso de pie, conmigo todavía prendida de su cuello, y me llevó con él hasta el sofá. Me acomodó con mucha delicadeza sobre los cojines y se acostó encima mío para seguir besándome. Sabía que iba a pasar, que una vez más lo íbamos a

hacer, y no iba a ponerle trabas. Me quedé tumbada, a su merced y seguimos besándonos hasta que él decidió avanzar un poco más. Quise colaborar un poco e intenté ayudarlo a quitarse la camiseta y el pantalón corto desde mi impedida posición.

—Sos tan linda —rio con ganas al ver como mis torpes movimientos hacían más difícil la tarea.

Sentí vergüenza y me tapé la cara con un cojín. Él siguió riéndose pero no se detuvo; aprovechó mi momento de 'ceguera' y me bajó el camisón hasta la cintura dejando mis pechos al aire. Me destapé la cara y volví a buscar la suya para besarlo, pero él prefirió descender sobre mi torso y cubrió una de mis aureolas con sus labios como si fuera un recién nacido.

—Te amo —susurró mientras intercalaba lamidas y besitos en la piel de mi pecho—. Te amo. Te amo.

Cada vez que pronunciaba esas dos palabras conseguía que mi cuerpo se estremeciera, que naciera en mí un profundo deseo de devolverle el cariño recibido. Pero no podía ser de la misma manera. Aunque sabía que seguramente lo iba a hacer el hombre más feliz del mundo, no podía decirle que lo amaba cuando no sabía si era cierto. Porque sí, a esa altura ya dudaba de mis sentimientos hacia él. Lo quería, lo quería mucho, mucho más que a un amigo, mucho más que a un amante, pero no sabía si ese sentimiento era amor, y no quería aventurarme a decírselo sin estar completamente segura. Sin embargo, sabía qué otra cosa podía hacer en su lugar.

Empujando su pecho con ambos brazos, hice que se separara de mí justo cuando sus manos estaban a punto de llegar a mi sexo. Tomé la iniciativa y lo coloqué con la espalda apoyada en el respaldar del sofá y metí una mano dentro de su calzoncillo. Sin hacerlo esperar más, me agaché a su lado, liberé su miembro y me lo metí en la boca sin miramientos. Un espasmo que hizo vibrar todo su cuerpo me hizo dar cuenta que ya estaba más que listo para la acción, así que me deshice de todas las dudas y comencé a chupársela a gran velocidad. Como siempre, no podía abarcar ni la mitad, pero en esos últimos días había aprendido mucho como para que eso supusiese un problema. Y me di cuenta de que lo estaba disfrutando cuando levanté la vista y lo vi con la cabeza echada para atrás y respirando con dificultad. Estaba aferrado con los puños cerrados a la funda del sillón, como tratando de concentrarse en esas dulces sensasiones que mi humilde regalito le estaba provocando y murmurando algunas cosas que no llegué a escuchar.

—Sí... Sí... Sí...

Aun así, y a pesar de que yo quería que ese momento fuera solamente suyo, Alejo no quiso desentenderse de mí. Abrió los ojos de sopetón y dirigió su mano derecha a mi culo, donde se dedicó a hacer círculos con el dedo índice sobre la tela de mi braga justo a la altura donde esperaba ansioso mi clítoris. Capté sus intenciones al instante y, sin abrir los ojos y sin interrumpir la mamada, hice un movimiento violento con el culo para indicarle que avanzara. Él lo entendió e inmediatamente introdujo su mano por dentro y palpó a palma abierta la totalidad de mi entrepierna.

—No aguanto más —dijo de pronto. Esa afirmación me hizo pensar que estaba apunto de eyacular, así que apuré la felación como pude. Pero me detuvo—. No, quiero hacerte el amor. Ahora —dijo tratando de sonar tajante pero con un deje de súplica que no pasó desapercivido para mí.

—Vale —sonreí—. Voy a buscar un preservativo —dije, y salí corriendo hacia la habitación.

Cuando estaba volviendo con el paquetito en la mano, me interceptó a mitad de pasillo y me dio un beso con tanta fuerza que me estampó contra la pared. Me volví a trepar de su cuello e intenté corresponderle con la misma intensidad. Yo estaba desatada, igual o más que él, y podía seguir esperando; lo cogí de la mano y lo llevé hasta el sofá. Hice que se cayera de culo de un empujón y luego me subí encima suyo. Él se prendió de mi cintura y se prendió de mis pechos con mucho más vigor que antes. Me estaba doliendo, pero no me importaba, estaba demasiado caliente como para decirle que se calmara.

—Vamos... —me suplicó mientras yo luchaba contra ese preservativo que no se quería abrir. Él se volvió a echar para atrás y colocó las manos en mi culo. Con los ojos cerrados, hizo un movimiento con las piernas que provocó que me colocara justo encima de su pene. Sus manos se movían por mi cadera y por mi espalda mientras yo intentaba abrir ese maldito envoltorio. Y comenzó a desesperar. Con signos claros de impaciencia, cada vez se iba apretando más contra mí. No sabía si lo estaba buscando o no, pero de un momento a otro se abrazó completamente a mi torso y su cabeza quedó pegada a mi pecho. Luego llevó las manos de nuevo a mi trasero y comenzó a moverlo de atrás apara adelante. Su pene se estaba frotando contra mi vagina y mi cuerpo comenzó a reaccionar de nuevo.

—Espera. Así... no puedo —le pedí intentando contener los gemidos. Mis brazos quedaron completamente levantados y me quedé en una posición que me imposibilitaba del todo poder hacer cualquier cosa con mis manos —. Ale... no puedo abrirlo así... espera —volví a suplicarle, pero no me quería escuchar. Seguía con la cabeza hundida en mi pecho y obligándome con sus enormes manos a mover mis caderas sobre su miembro.

Y poco a poco comencé a perder la noción de lo que estaba bien y lo que estaba mal, de lo que era correcto y lo que no, y los gemidos ya se escapaban solos de mi boca. Tiré el pequeño envoltorio a medio abrir hacia un lado y me abracé a su cabeza para dedicar toda mi concentración a disfrutar de lo que esas sacudidas me estaban provocando. Estaba más que dispuesta a llegar al orgasmo de esa manera y ya no me importaba nada. Pero, entonces, Alejo tiró su propio culo hacia adelante conmigo todavía encima y, luego, con una rápida maniobra que nunca vi venir, metió todo su glande dentro de mi vagina.

—¡Alej...! —intenté quejarme, pero no me dio tiempo. Instintivamente mi cuerpo se irguió y eso provocó que la totalidad de su pene se enterrara en mi interior. Ahogué un grito de dolor y traté de sacármelo; pero Alejo no me soltó, me volvió a atraer el cuerpo hacia él y comenzó a meterla y sacarla desde abajo sin que yo pudiera hacer nada —. ¡Me duele! ¡Para! —grité. Pero era evidente que no iba a hacerme caso.

Y entré en pánico. Como un gato enjaulado, empecé a tirar manotazos para todos lados intentando liberarme; machaqué su espalda a puñetazos y tiré de su pelo con violencia. Pero no me soltaba. Ya desesperada, mordí su oreja izquierda con tanta fuerza que, si no llegaba a detenerme poniéndome una mano en el cuello, estoy segura de que lo hubiese lastimado.

—Tranquilita, tranquilita... —dijo deteniéndose de pronto e inmovilizándome con un abrazo. Seguí resistiéndome varios segundos más, pero finalmente me rendí al darme cuenta de que Alejo no me iba a soltar hiciera lo que hiciera.

Y así nos quedamos un rato largo; conmigo sentada a horcajadas encima suyo y él abrazándome como si no hubiera un mañana. Ambos respirábamos erráticamente y sudábamos sin parar, y aun así no nos soltamos en ningún momento.

—¿Ya está? —preguntó haciéndome volver a la realidad.

Intenté levantarme y sacármela de dentro, pero, al volver a notar el roce en mi interior, no sentí nada de dolor. Extrañada, me dejé caer de nuevo encima de él y luego repetí la secuencia otra vez. Un gemido se me escapó y me tapé la boca de forma instintiva. Efectivamente, el dolor había desaparecido y había sido sustituido por una sensación mucho más agradable, lo que me llevó a repetir la maniobra una vez más, y otra, y otra, y otra, hasta que retomé el ritmo perdido y no pude volver a detenerme. Vi a Alejo reírse y entonces intentó tomar la iniciativa de nuevo. Echó el culo hacia adelante, me abrazó por la cintura y continuó empalándome como lo estaba haciendo antes de parar.

—¡Sácala! —le grité de golpe. Me había acordado que no le había puesto la protección y mi reacción fue instantánea.

"Reacción", digamos que mental, porque no fue acompañada por mis actos. Mi cuerpo ya sólo respondía a los embites de su pene y no podía dejar de moverme. Intenté concentrarme y poner un poco de fuerza de voluntad; sabía que era una locura tener sexo sin protección y me aterraba pensar en las horribles consecuencias que eso podía tener. Pero no hubo manera. Tuve mi oportunidad cuando él se detuvo un momento por agotamiento, pero en vez de eso, inicié un desacompasado movimiento de pelvis que al poco tiempo se volvió constante y seguro. Volví a tomar las riendas y de nuevo fui yo la que lo cabalgaba a él.

—¡Sácala! —seguía repitiendo entre gemido y gemido, pero mi cuerpo no se detenía, estaba completamente metida en mi papel y no sabía cómo hacer para abandonarlo.

De pronto empecé a sentir que me venía. No hacía ni diez minutos que lo estábamos haciendo, pero ya estaba llegando. Y la sensación era completamente nueva. No me había sentido así nunca, y no sabía por qué, y no me interesaba averiguarlo, sólo seguí subiendo y bajando sobre su pene hasta que exploté.

—Así, mi amor, así... —me susurraba al oído mientras mi cuerpo se retorcía por el gozo. Y no lo solté en esos escasos pero a la vez eternos segundos que me duró el orgasmo.

Cegada por los espasmos que seguía sufriendo desde los pies hasta la cabeza, tanteé su cara con mis temblorosas manos y le comí la boca como si la vida me fuera en ello. Otra vez ese sentimiento de gratitud hacia él salía por si solo; sin avisar y sin pedir permiso.

Sin embargo, una vez pasado el gustito, la racionalidad volvió a hacerse con el control de mi cuerpo. —O te pones el condón o no seguimos, pequeño tramposo —lo frené cuando parecía que iba a volver a la carga. Soltó una carcajada y, luego de quitarme de encima con suma delicadeza, se levantó y recogió el pequeño sobre de donde yo lo había arrojado.

"Condón", pensé cuando caí en cuenta de que lo que acababa de decir. Esa era una de las tantas palabras que no había usado en la vida; de esas palabras que mi subconsciente tenía escondida en el más recóndito de sus rincones. Me reí en voz alta, causando que Alejo se diera la vuelta y me mirara desconcertado. En ese momento sentí como otra barrera se rompía, como la nueva Rocío atravesaba otro límite para no regresar jamás. Y mi sentimiento de libertad cada vez era mayor.

—Date prisa y acaba lo que empezaste —solté casi como una orden dando rienda suelta a mis más bajos instintos. Acto seguido, me acosté en el sofá y separé las piernas esperando recibir una vez más a mi huésped.

—¿Estás apurada? —preguntó él en tono jocoso.

—Sí, tengo que hablar con Benjamín.

—¿Para qué? —dijo mientras se acomodaba frente a mí y se preparaba para metérmela de nuevo.

Lo cogí del cuello, clavándole ligeramente las uñas entre sus dorados mechones, y le di otro beso como el de antes.

—Tú de aquí no te vas, eso te lo garantizo.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Benjamín.

 

Luego de bajar las escaleras a toda prisa, llegué a la cocina y me la encontré sentada delante de una vaso de agua y una taza de café. Me indicó que me acomodara frente a ella y me ofreció la infusión caliente. Se encendió un cigarrillo y fui yo el que inició la charla.

—Me pareció entender que tu marido te pidió el divorcio, ¿no?

—Sí, dice que quiere tener la libertad de poder rehacer su vida cuando él quiera con la cría esa que conoció. Menudo hijo de puta. Encima tiene los huevos de decirme que yo no he hecho nada para salvar nuestra relación —continuó maldiciendo.

—¿Y qué vas a hacer?

—Darle largas, vaya que sí. Va a venir la semana que viene a traerme los papeles. Y me dijo que me atenga a las consecuencias si no firmo.

—Joder...

—Después de todo lo que yo he tenido que sacrificar por ese cabrón... —añadió luego de desviar la mirada hacia la amplia ventana que se situaba a nuestra derecha. Noté que su gesto había cambiado; en pocos segundos había pasado de aparentar un enfado considerable a emitir un cierto aire de tristeza. Su pesar se hizo evidente cuando sus ojos comenzaron a humedecerse.

Sabía que no era el mejor momento, ni mucho menos, pero, así de perfil y observando la nada como estaba, su belleza resaltaba de una manera que provocó que me quedara admirándola como si se tratase del cuadro más importante en una galería donde sólo estábamos ella y yo. No pocas veces me había fijado en lo guapa que era; cuando llegué a la empresa, al principio me costaba mantenerle la mirada más de dos segundos justamente por eso, porque te hipnotizaba. Y así me encontraba en ese momento, hipnotizado por su figura, por el aura que desprendía sin buscarlo ni pretenderlo.

—¿Por qué lo amas tanto? ¿Qué tiene de especial para que una mujer como tú esté dispuesta a luchar tanto por él? —dije sin dejar de observarla. Ella giró su bello rostro y me miró a los ojos extrañada por la pregunta. Un ligero rubor cubrió sus mejillas cuando vio cómo la estaba mirando. Su desconcierto me sacó de mi trance y me di cuenta de lo que acababa de preguntar y de la forma en la que lo había hecho. Intenté arreglarlo como pude—. Es decir —carraspeé—, doy por hecho que no te quieres divorciar porque todavía lo amas, ¿no?

Sin responderme, se puso de pie y se acercó hasta colocarse delante de mí. Agachó un poco su cuerpo y me dio un abrazo pasando sus brazos por debajo de mis axilas. Correspondí su maniobra y me aferré a su espalda intentando transmitirle con todas mis fuerzas que podía contar conmigo; que allí estaba yo para ayudarla a superar lo que estaba pasando.

—Gracias, Benji —me dijo de pronto—. Gracias por ser como eres... Gracias por ser tú.

—Ya te he dicho que no me tienes que agradecer nada. No me hagas repetirte todo lo que significas para mí—le devolví la gentileza con toda la sinceridad del mundo.

—Eres demasiado bueno conmigo, no me lo merezco.

—No soy ni la mitad de bueno contigo de lo que debería. Ni la mitad de bueno de lo que tú has sido conmigo; eres mi ángel de la guarda —continué elogiándola. No podía parar de dedicarle palabras de agradecimiento, no entendía por qué. Quizás me estaba pasando, pero no podía detenerme. Era como si lo necesitara, como si buscara que ella también me dijera cosas bonitas a mí. Era como un remedio que había encontrado de casualidad pero que hacía mucho tiempo que estaba persiguiendo. Necesitaba con urgencia ese cariño que ella me estaba depositando en el alma con cada dulce palabra que pronunciaba.

Se separó de mí y se quedó mirándome a los ojos. No le esquivé la mirada y ambos callamos. Ninguno se atrevió a decir nada. No entendía qué me estaba pasando, pero seguía hipnotizado. No sabría decir si eran sólo sus ojos verdes o el conjunto de su belleza lo que me tenía cautivado, pero no podía dejar de mirarla. Y fue ella la que decidió romper ese momento; se volvió a incorporar y el silencio se acabó con el sonido de su mechero encendiendo un nuevo cigarro.

—No lo amo, Benjamín —dijo sacándome nuevamente del trance.

—¿Cómo?

—Que no lo amo. A Jürgen, mi marido, no lo amo —repitió. Me quedé mirándola con desconcierto.

—O sea, ¿dejaste de amarlo en estos años? ¿Se fue la magia o algo así?

—No, nunca lo amé —confirmó, y se volvió a sentar. Se secó los restos de lágrimas que ensuciaban sus pómulos y se quedó mirándome como esperando que siguiera preguntando.

—¿Y... por qué te casaste con él entonces?

—Porque quería darle el gusto a mi padre de verme vestida de blanco antes de morirse —dijo con total pasividad.

—Dios santo...

—Jodido, ¿eh? —rio tratando de quitarle hierro al asunto.

—Pues sí, Lu... Pero igual no lo termino de entender... —dije yo levantándome de la silla—. O sea, vale, entiendo lo de tu padre, pero más allá de eso, algo tenías que sentir por ese hombre para terminar casándote con él, ¿no? Es que, joder, tú no te casas con un completo desconocido —finalicé haciendo aspavientos con las manos.

—Nunca te hablé de él, ¿verdad? —mi silencio respondió a su pregunta—. No, ¿por qué iba a hacerlo? —rio para sí misma—. Lo conozco de toda la vida, Benji, fue mi mejor amigo en mis primeros años de carrera y un gran apoyo moral cuando mi padre enfermó. No era un completo desconocido, pero no lo amaba como él me amaba a mí. Porque sí, él sí me amaba a mí.

—Ajá.

—Ningún hombre se había portado conmigo como lo había hecho Jürgen, era el chico más atento que jamás había conocido. Y lo quería mucho, demasiado, pero no de esa manera, no de esa forma... Y todos me presionaban para que le diera una oportunidad; mi madre, mi padre, mi hermana, mis amigos... Nos veían juntos y nos decían "parejita", y él se emocionaba. Y esas cosas a mí me hacían sentir mal, como una golfa que se aprovechaba de él... —notaba sus emociones fluir por sus palabras. Ella intentaba darme una explicación, pero vivía cada uno de esos recuerdos como si fueran el presente—. Entonces mi padre me dijo esas palabras; me dijo que su sueño era llevarme al altar, que nada en el mundo lo podía hacer más feliz...

—Sigo sin entenderlo... Deberías estar muy apegada a tu padre para hacer algo así por él.

—Más de lo que crees, Benji... Mi padre lo era todo para mí... —una mirada de nostalgia se posó en su rostro. Yo me volví a sentar y le sujeté una mano desde el otro lado de la mesa.

—¿Y por qué con alguien a quien no amabas? ¿No conocías a nadie más?

—A ver, no es que mi padre me dijo eso y yo salí corriendo a pedirle matrimonio a Jürgen.

—Ah, ¿no?

—¡Claro que no! No hubiese sido justo ni para él ni para mí. Decidí darle una oportunidad, pero quería hacer las cosas bien.

—¿Pero tú ya sabías que le gustabas?

—Sí, Jürgen ya se me había declarado una vez hacía no mucho tiempo. Y yo le dije la verdad cuando lo hizo, le dije que no lo veía de esa manera y que tampoco quería arurinar nuestra amistad. Él lo entendió a la primera, ni siquiera insistió; se comportó como un caballero y respetó mi decisión.

—Entiendo... —me llevé las manos a la barbilla—. Dijiste que quisiste hacer las cosas bien, ¿a qué te referías con eso?

—Ya te he dicho que nos veíamos mucho, ¿no? Bueno, seguimos haciéndolo con la misma frecuencia, pero yo empecé a tomarme esas quedadas de otra manera...

—¿De otra manera cómo? —quería meterme más en la conversación para que ella fuera cogiendo confianza. No quería parecer un cotilla, pero me pareció que necesitaba desahogarse más de lo que ella creía.

—Digamos que me arreglaba más, me vestía diferente, me acercaba más a él... Vamos, que di lugar a que se envalentonara, que diera rienda suelta a sus dotes de seductor... Benji, di todo de mí para que la cosa resultase.

—Claro... Pero supongo que nunca llegaste a enamorarte.

—Lo cierto es que alcanzamos un punto en el que creí que podía llegar a hacerlo. Llegó un momento en el que comencé a visualizar un futuro siendo feliz a su lado.

—Ajá...

—Pero entonces apareció él...

En ese momento noté como el móvil vibraba en mi bolsillo. El corazón me dio un vuelco y la mano se me fue a mi pierna en un acto reflejo. Miré hacia todos lados, nervioso, buscando alguna excusa con la que poder salir de esa cocina un momento. No me parecía adecuado ponerme a revisar el teléfono mientras ella me hablaba. No me gustaba que me lo hicieran a mí, ni me gustaba hacérselo a los demás. Lulú detuvo su relato y se quedó mirándome extrañada. Me di cuenta de que había llamado demasiado la atención, pero lo cierto es que no me importó mucho.

—Tengo que ir al baño —dije levantándome y sonriéndole como mejor pude.

—Vale... —dijo ella sin cambiar el gesto de sorpresa en su cara.

Me dirigí al segundo piso casi corriendo, me encerré en el baño sin perder ni un segundo y saqué el móvil. Las manos me sudaban y no atiné al botón de desbloqueado hasta el tercer intento. Presioné donde ponía "un mensaje nuevo" y me preparé para lo que fuera.

"Quiero que hablemos", rezaba el texto.

El nombre de Rocío resaltaba por encima de todo lo demás. Me emocioné y apreté el botón de llamada. Lo intenté hasta cuattro veces, pero no me contestó ninguna. Al rato recibí otro mensaje: "Ahora no puedo hablar, dime cuándo podemos vernos. Tiene que ser hoy". Me quedé en blanco, pensando en que no podría por el trabajo, pero enseguida me di cuenta de que todavía era temprano. "Entro a trabajar a las tres, ¿te viene bien a las dos?", escribí finalmente. "De acuerdo", cerró ella con un mensaje frío y tajante. Ignoré ese detalle y me centré en pensar qué iba a decirle cuando nos viéramos. Obviamente iba a pedirle perdón por lo del otro día y también por lo de los demás días. E iba a pedirle perdón por no haberme portado como su pareja en esas últimas semanas. Y también le iba a contar lo de Clara, y lo de Mauricio, y todo lo que había tenido que sufrir por culpa de esos dos. Era el momento de sincerarme con ella. Ahora que por fin se había terminado todo, era el momento de que supiera toda la verdad.

Satisfecho y con la agenda ya rellenada, salí del baño y fui a reencontrarme con Lulú. Bajé las escaleras, me asomé por la puerta de la cocina y la vi sentada en el mismo lugar, aunque en una posición diferente. Cuando me había ido, ella estaba con las piernas cruzadas y fumando un cigarrito, pero ahora se encontraba acodada sobre la mesa con las manos sujetando su cara y mirando a la nada. Parecía una niña pequeña esperando a que le sirvieran la cena. Esa imagen me pareció tan tierna que me sentí mal por haber huído de esa manera.

—¿Qué pasó? —dijo un tanto preocupada al verme.

—Los estragos de anoche, ya sabes... —mentí tratando de no sonar demasiado vulgar.

—Si tienes cosas que hacer, no te preocupes, ve —mi excusa no había colado.

—Lu, en serio —dije sentándome en la silla nuevamente, luego sujeté sus dedos con los míos firmemente y la miré a los ojos —. Cuando quiera irme te lo diré, ahora tengo ganas de estar contigo.

—Eres un sol —dijo levantándome las manos y dándome un beso en los nudillos.

—Bueno, decías que justo apareció él, ¿no? ¿Quién era "él"? —sonreí motivándola a que continuara.

—El motivo por el cual nunca terminé de enamorarme de Jürgen...

—Otro hombre —supuse por mi cuenta.

—Sí, otro hombre... Un compañero de trabajo... Bueno, un chico nuevo del que Mauricio tenía referencias muy buenas.

—¿Te liaste con él? —pregunté intrigado.

—¡No! —exclamó entre enfadada y ofendida.

—¿Entonces?

—¡Me enamoré! —desvió la mirada y otra vez ese ligero rubor tiñó sus blancas mejillas.

—¿Así? ¿Sin más?

—El roce, Benjamín, el roce hizo casi todo... Mauricio y yo vimos rápidamente que tenía un gran potencial y me encomendó que le dedicara todo el tiempo que pudiera. Le estuve encima más de dos meses, puliendo los pocos defectos que tenía y enseñándole todo lo que yo había aprendido en los años que llevaba en la empresa —contaba con la mirada perdida en la pared y con una sonrisa en su rostro que dejaba ver que recordaba con mucho cariño aquellos tiempos.

—Algo así como hiciste conmigo, ¿no? —dije de pronto al recordar que yo había pasado por un proceso similar.

—Sí... —suspiró—. Algo así como hice contigo...

—Vale —sonreí—. Sigue.

—Bueno, que con el tiempo y gracias al contacto constante, y por muchas otras cosas, me terminé enamorando de él. Sí, sé que puede sonar raro, pero te estoy contando la verdad.

—No, ¿raro por qué? Conociste a un chico con el que congeniaste y, bueno, terminaste enamorándote, ¿por qué iba a ser raro? —le dije con sinceridad y, además, con conocimiento de causa, porque mi historia con Rocío no había comenzado de una forma muy distinta. Lulú sonrió y continuó hablando.

—Pero había un problema... el chico tenía novia —dijo tornando la sonrisa en un gesto de resignación.

—Vaya...

—La conocí un día que fue a buscarlo a la oficina... El abrazo que se dieron y la forma en la que se miraron... Enseguida me di cuenta que yo no tenía ninguna posibilidad ahí. Y tú me conoces bien, Benji, sabes que no soy de esas mujeres que se meten en las relaciones de los demás...

—Ya... Entonces renunciaste a él, ¿no?

—Al principio no. ¿Por qué? Supongo que porque estaba muy enamorada. Pese a la decepción inicial, seguí yendo al trabajo con las mismas ganas y no cambié mi forma de hablar con él en ningún momento. No sé si alguna vez te pasó, Benji, de ver a una chica que te gusta en brazos de otro hombre pero no abandonar nunca la esperanza de que algún día sea tuya —yo asentí indicándole que entendía lo que quería decirme, pero lo cierto es que nunca me había pasado. Yo me había enamorado una sola vez en mi vida, y había sido de Rocío—. Creí que en algún momento iba a tener mi oportunidad, que algún día iba a cortar con esa chica y entonces allí estaría yo en primera línea esperándolo.

—Pero no lo hiciste, te terminaste casando con Jürgen... —me adelanté a su relato— ¿Por qué? —noté como me iba apretando la mano con cada vez más fuerza.

—Te he dicho que este chico apareció cuando mejor iban las cosas con él, ¿no? Bueno, pues en esos meses que pasé trabajando a su lado, como que me olvidé un poco de Jürgen. Seguíamos viéndonos, sí, pero dejamos de salir tan a menudo y las cosas ya no eran iguales...

—Lógicamente...

—Y poco a poco fue alejándose de mí. Dejó de insistir en verme tan seguido y ya casi no me llamaba, supongo que porque yo apenas le devolvía las constantes muestras de afecto que él me mandaba.

—Ahora me da pena el chaval —reí sin mucha efusividad tratando de aliviar un poco la tensión que se respiraba en ese momento. Ella sonrió brevemente y continuó su relato.

—Pero el estado de mi padre empeoró... Y a esa altura y con todo lo que había sucedido desde entonces, yo ya no me acordaba de la confesión que me había hecho. Y en esos tristes días en los que mi familia y yo esperábamos nerviosos en la sala de espera del hospital a que los doctores nos dijeran cómo iba avanzando todo, volví a replantearme las cosas —sus ojos habían vuelto a bañarse en lágrimas. Esta vez fui yo el que apretó sus manos y acarició sus dedos.

—Creo que ya voy entendiendo todo...

—Al día siguiente llamé a Jürgen y le dije que viniera a recogerme, que necesitaba desconectar y que él era el único con el que podía contar —se detuvo nuevamente, bebió un poco de agua y continuó—. Esa noche fuimos a un hotel y me acosté con él —cuando pronunció la última palabra agachó la cabeza y no la levantó hasta que me oyó a mí.

—Lu... si quieres parar no pasa nada, ¿de acuerdo? Yo te pregunté porque me sorprendió tu confesión, pero tampoco quería que lo pasaras mal recordando esas cosas...

—Eres mi mejor amigo ahora mismo, Benji... Nadie sabe esta historia, ni siquiera mi madre... Es algo que quiero compartir contigo y solamente contigo, por eso te lo estoy contando —levantó la cabeza y me dijo esas palabras con una mirada llena de tristeza. Me estremecí y no pude hacer más que levantarme y darle un nuevo abrazo.

—No sé qué decir, Lu...

—No digas nada, sólo escucha el resto de la historia y luego saca tus propias conclusiones —me dijo. No entendí muy bien eso último, pero no le di mucha importancia.

—Vale... —contesté todavía medio confuso.

—Lo siento —rio—, en realidad ya no queda mucho que contar. Al día siguiente que me acosté con él por primera vez, se me volvió a declarar y ya no pude decirle que no. Cuando los médicos nos dijeron que a mi padre le quedaba poco más de un mes de vida, le dije a Jürgen que quería casarme con él, que ya estaba preparada y que nos diéramos prisa. Y así lo hicimos, alquilamos una pequeña capilla con un jardín en las afueras de la ciudad y preparamos una ceremonia íntima sólo con su familia y la mía —su semblante volvió a entristecer—. Te juro que nunca había visto a mi padre tan feliz. Esa sonrisa y sus ojos llenos de lágrimas es una imagen que no me voy a olvidar jamás.

—Lu... —hizo otro silencio largo en el que sólo se dedicó a beber agua. No quise forzarla a que continuara y dejé que se tomara su tiempo.

—Mi padre falleció una semana después —dijo finalmente y dio un golpecito en la mesa en señal de que ahí se había terminado su historia.

—Cuánto lo siento, Lu...

—Gracias, cielo —me respondió ella intentando forzar una sonrisa—. Bueno, pregunta lo que tengas que preguntar —dijo descolocándome otra vez. Sí que me habían quedado muchas dudas, ¿pero por qué quería despejármelas? No tenía por qué... ¿Había algo que quería que yo supiera pero que no se atrevía a decírmelo directamente?

—Eh... bueno... ¿Qué pasó con el chico del trabajo? —fue lo primero que se me ocurrió.

—Nada, renuncié a él... Y ya sabes que al poco tiempo de casarme me fui a vivir a Alemania con Jürgen.

—Cierto, que yo ya estaba en la empresa en esa época... ¿Lo conocí al chico ese? —lo cierto es que las fechas cuadraban si eran las que me imaginaba. Quise hacer memoria e intenté recordar uno por uno a los menores de 30 años que trabajaban conmigo en ese momento.

—Es posible que lo conozcas, sí... —dijo haciéndose la misteriosa, pero sin intentar jugar conmigo. Había girado la cabeza de nuevo para el lado de la ventana y la seriedad reinaba en su rostro.

—¿En presente? ¿O sea que sigue en la empresa? —seguí indagando.

—Tal vez... —continuó sin cambiar ni un ápice la expresión de su cara, pero moviendo los ojos de un lado a otro.

—¿Cómo se llama?

—No te lo diré.

—¿Por qué?

—Bueno, muchas preguntas sobre lo mismo. Siguiente tema... —intentó zanjar el asunto. Estaba claro que quería que lo averiguara por mí mismo. Aunque sin pistas iba a ser complicado...

—Vale, de acuerdo —me rendí al fin—. Ya no tengo más preguntas en realidad, sólo saber por qué estabas tan triste y enfadada antes si en realidad nunca lo amaste...

—Porque se pasó por el forro nuestros votos, Benjamín. Quizás yo fallé en el de amarlo para toda la vida, pero tenía pensado cumplir el de "hasta que las muerte los separe" a rajatabla —dijo otra vez enfadada. El popurrí de estados de ánimo que me estaba mostrando esa mañana era tremendo—. ¿Sabes una cosa? Si Jürgen no hubiese estado tan presente en mi vida cuando mi padre enfermó, jamás me hubiera hecho saber que su último deseo era verme vestida de blanco. Mi padre tenía una grandísima relación con él, casi una relación de padre e hijo, y sabía muy bien lo que sentía por mí y lo que yo sentía por él. Aunque pueda sonar feo, Benjamín, mi padre me dijo aquello para condicionarme, y no dudes que tuvo la complicidad de Jürgen —decía de nuevo con rabia en su mirada.

—Espera, ¿me quieres decir que todo fue una argucia tramada entre tu padre y Jürgen? ¿Entonces por qué me lo vendiste tan bien al alemán?

—Porque quería que supieras mis sentimientos y lo que pensaba en cada momento que te iba relatando. No me di cuenta de lo que te acabo de decir hasta pasado algún tiempo, cuando un día me senté y los cabos se empezaron a atar por sí solos.

—Vale... ¿Y no quieres darle el divorcio por venganza nada más?

—Benjamín, Jürgen me hizo renunciar al que estoy segura es el amor de mi vida... ¿Me quería tener? Pues aquí me tiene para él y para siempre.

Noté sinceridad en sus palabras, pero también odio, un fuerte odio que lo podría haber visto cualquiera. Se sentiría muy dolida por todo lo que le había pasado y, a lo mejor, no querría que todo hubiera sido en vano, por eso se aferraba a ese matrimonio. Pero desde mi punta de vista estaba exagerando demasiado. ¿Por qué no divorciarse y olvidarse para siempre de ese tipo? Quería entenderla, pero no podía...

Entonces, mi teléfono móvil empezó a sonar. El «Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine» de Axl Rose fue contundente y no me quedó otra que responder ahí mismo delante de Lulú, quien me dio permiso con una sonrisa y un leve movimiento con su mano derecha.

—Hola, ¿Ro? —contesté entusiasmado.

—Hola, Benja —respondió ella sin mucha efusividad.

—¿Cómo estás, reina?

—Bien, con un poco de sueño nada más.

—Vaya... Perdona por haberte llamado a esas horas anoche... —hizo un breve silencio y luego respondió.

—No, tranquilo... Te llamaba para ver si podíamos vernos ahora.

—¿Ahora? ¿No habíamos quedado a las dos? ¿Pasó algo?

—¿Qué? ¿No puedes?

—¡No, no, no! ¡Sin problemas! ¿Quieres que vaya a casa y...?

—No —me interrumpió—. ¿Sabes el parque frente al antiguo trabajo de Noelia?

—Creo que sí...

—Bueno, en frente hay un sitio que se llama "Cafetería Grimi". Tiene un cartel muy llamativo, ya lo verás.

—De acuerdo, ¿en 20 minutos te parece bien?

—Perfecto.

—Vale, nos vemos.

Colgó la llamada sin darme tiempo a despedirme. Era evidente que estaba enfadada, y mi ánimo volvió a descender hasta el subsuelo. Lulú lo notó, se acercó y me puso una mano en la espalda para tantear si estaba bien.

—Me tengo que ir —le dije con todo el dolor de mi corazón. Sabía que me necesitaba, que estaba triste, pero no podía seguir estirando ese momento con Rocío.

—No pongas esa cara, tonto —me dijo nuevamente con su hermosa sonrisa—. Tú también tienes tus problemas.

—Te juro que te le voy a compensar.

—Sé que lo harás. Venga, vete... Vete que te están esperando.

Sin dejar de sonreír me acompañó hasta la puerta y se despidió con dos besos en las mejillas.

—Gracias por lo de anoche, Lu, en serio. En ese estado no sé dónde hubiera terminado de no ser por ti... Dale las gracias a Romina también cuando se despierte.

—Se las daré —rio—. Y gracias a ti por escucharme hoy... Yo también necesitaba desahogarme y has sido un gran confidente. ¡Venga, vete!

—¡Sí! ¡Adiós!

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Lourdes.

 

—¿Piensas espiarme toda la mañana o...? —dije en voz muy alta una vez cerré la puerta de la calle.

—En realidad estaba esperando a que se fuera.

—¿Llevas mucho tiempo ahí?

—¿Por qué lo preguntas? ¿Te preocupa que haya escuchado algo que no debía? —dijo Romina bajando las escaleras torpemente.

—O sea, que lo oíste todo —le respondí con indignación y poniendo la mejor cara de enfado que me salió.

—¡Eh! ¡No te me pongas tonta que yo no tengo la culpa de nada! —se enfadó.

—Que es broma, Romi —comencé a reír con ganas.

—¡Joder! No me des esos sustos... No veas el dolor de cabeza que tengo.

—Vamos a la cocina, que te hago un café a ti también.

—Vaya, sí que eres un ángel de la guarda... —dijo con seriedad pero en clara alusión a lo que había dicho Benjamín antes.

—¡No te burles! —la regañé y ambas echamos a reír.

Una vez en la cocina, Romina se sinceró y me dio su opinión sobre todo lo que había oído.

—Pues yo creo que no se puede ser más gilipollas. Más masticado no se lo podías dar —decía con cierta indignación pero con una cara de satisfacción considerable gracias al primer sorbo de café.

—Es un poco lento, ya lo conoces... —quise salir en su defensa.

—Lento, no, gilipollas, Lourditas. Gi-li-po-llas.

—Joder, Romi, no seas así.

—Bueno, da igual. ¿Qué piensas hacer?

—¿Yo? ¿Hacer de qué...? —dije, y me frené al entender a lo que se refería—. ¡Nada! Por dios, Romi, ¿por quién me tomas?

—¿Y por qué no? Alguien va a tener que abrirle los ojos. ¿Quién mejor para ello que tú? —insistió.

—Yo no tengo que abrirle los ojos de nada...

—Esa guarra se los está poniendo bien puestos, Lourdes. Imagínate lo evidente que tiene que ser para que justamente él, con lo gilip... —la fulminé con la mirada—, lento que es, se haya dado cuenta.

—Ya, pero no, olvídalo —fui tajante. Mis principios eran demasiado férreos como para hacer eso que me estaba proponiendo.

—Vale, vale, no te molesto más. Pero ya te irás dando cuenta sola de lo que de verdad está bien.

Zanjamos ese tema ahí y no volvímos a tocarlo en toda la mañana, pero las palabras de Romina me habían hecho más mella de la que yo creía.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:30 hs. - Alejo.

 

Por fin. Por fin ese evento que había estado esperando los últimos días había empezado. Era una de las últimas preocupaciones que me quedaba, una de las pocas cosas que me faltaba por resolver, y ni siquiera había tenido que ser yo el que la sacara a la luz. Encontrarme con la hermana de Rocío me había venido bien si lo veía de esa manera. Porque sí, finalmente había comenzado la cuenta atrás para saber si tenía que buscarme techo nuevo o no. ¿Qué esperaba que pasara a partir de ahí? Bueno, básicamente que el dueño de la casa tomara una decisión (todos sabíamos cuál iba a ser) y que mi inocente chiquitita eligiera entre si hacerle caso, o rebelarse y dar la cara por mí. Por suerte, terminó ocurriendo lo segundo y a mí ya sólo me quedaba aguardar pacientemente al desarrollo de las cosas.

—Ya me voy —dijo apareciendo de golpe por el pasillo y plantándose en frente mío.

No sé qué más dijo después, porque me quedé mirándola de arriba a abajo con cara de pelotudo y sin prestarle atención. Por más que lo pensaba y lo pensaba, seguía sin entender cómo hacía esa yegüita para estar tan garchable con cualquier cosa que se pusiera. Porque no estaba arreglada para ir a ver al presidente, no, más bien para ir a pasear al perro. Se había puesto una remera negra y una calza a juego, nada más. O sea, vestida así, completamente de negro, estaba como para agarrarla y llevarla a dar una vuelta en la punta de mi p...

—¿Me estás escuchando? —dijo en un tono mucho más alto, lo que me hizo volver a la realidad.

—¿Eh? Sí, sí —contesté, pero sin sacarle los ojos de encima.

—Baboso —dijo dándose la vuelta; intentando parecer ofendida y yéndose a la mesa de la cocina en donde había dejado sus cosas.

—Es que sos hermosa —no dijo nada y se mantuvo de espaldas a mí para evitarme la mirada. Pero un casi imperceptible respingo me demostró que, por lo menos, se había sonrojado. Me reí para adentro al comprobar, una vez más, que la tenía comiendo de mi mano.

—Me voy —repitió con seriedad.

—¿Segura que no querés que te acompañe?

—Ya te he dicho que no hace falta, pesadito.

—¿De verdad? A ver si se va a pensar que soy yo el que te manda porque no quiero dar la cara. ¿Y si no funciona? —dije mostrando al fin un poco de preocupación en el tema. Ella se giró y me sonrió desde donde estaba.

—Vaya... —dijo con cierto aire de prepotencia—. Y yo que pensaba que te daba igual irte o no. ¡Mírate ahora todo preocupado!

Ella esperó a que yo le dijera algo, o que le riera la gracia, pero me callé bien la boquita y no cambié el gesto. Tragué saliva escandalosamente, exagerando el sonido, me tiré para atrás en el sofá y me quedé mirando a la nada con cara de cordero degollado. Lo sabía muy bien, era la viva imagen del acongojo. Cualquiera que me hubiese visto hubiese sentido lástima por mí. Cada vez me sorprendían más mis dotes de actor protagonista.

—Jo... —atinó a decir, y borró todo gesto de fanfarronería de su cara. Mi jugada había funcionado—. No quería hacerte sentir mal.

—Tengo miedo de no volver a verte si me voy de acá... —sabía que decir eso no tenía una mierda que ver con mi discursito de hacía un rato, pero Rocío estaba a punto de ir a enfrentarse con su novio por mí y tenía que decirle exactamente lo que ella pretendía escuchar si no quería que se arrepintiera cuando llegara el momento.

Suspiró, dio un leve golpecito con las palmas de la mano sobre la mesa, se dio la vuelta lanzándome una mirada de pena, pero a la vez llena de cariño, y vino a sentarse al lado mío. Respondí agachando la cabeza y esquivándole la mirada, pero ella se entrelazó con mi brazo y se apoyó en mi hombro.

—Gracias por quererme tanto —dijo después—. Gracias por haber vuelto a mi vida.

La abracé y le devolví el agradecimiento con un besito en la frente. Tenía unas ganas tremendas de darla vuelta ahí mismo y empotrármela contra el sillón, pero tenía que contenerme. Hacía diez minutos que había hablado con su novio y ya estaba llegando tarde. No podía darme el lujo de seguir postergando ese momento. Necesitaba saber de una vez dónde carajo iba a vivir los próximos días.

—Vas a llegar tarde... —le dije intentando sonar lo más aflijido que pude y haciendo un esfuerzo denodado por no hacer lo ya mencionado.

—Sí, ya me voy. Y no te preocupes, te prometo que tú de aquí no te vas.

Se levantó, volvió a la mesa de la cocina y terminó de ordenar su bolso. Me había dado la espalda y no pude evitar quedarme mirando ese terrible culo suyo. Cerré los ojos e intenté pensar en alguna otra cosa, como por ejemplo el partido de fútbol de la noche que tantas ganas tenía de ver, o el autito de segunda mano que había visto a buen precio el otro día cuando volvía de la calle, o en la plata que iba a ganar gracias a Rocío... "¡No!" me contradije mentalmente, eso último no iba a ayudar mucho. Abrí los ojos y seguía ahí, de espaldas hacia mí y mirando su teléfono. Respiré profundo y volví a desviar la mirada. Tenía que mantener la calma a como diera lugar. Y por un momento lo conseguí. Por un momentito logré poner la mente en blanco y abstraerme del mundo. Me sentí satisfecho por mi poderosa fuerza de voluntad.

—¡Ay! —exclamó— ¿Qué haces?

Cuando me di cuenta, ya estaba parado atrás de ella y agarrándola de la cintura. "A la mierda todo". Ignoré su protesta y me puse a besarle el cuello. Ella giró levemente su cabeza para decir algo más, pero enterré más mi cara en su piel y lo único que salió de su boca fue un gemido que terminó ahogando.

—Que llego tarde, Ale... —se quejó apenas se recompuso.

La ignoré de nuevo y me apreté con más fuerza contra su cuerpo, haciéndola que diese dos pasos para adelante y obligándola a apoyar ambas manos contra el borde de la mesa. A esa altura ya tenía la pija dura y haciendo presión en mi pantalón buscando libertad. El roce con su culo no ayudaba y me fui envalentonando cada vez más. Solté su cintura y metí la mano por adentro de su remera para agarrarle las tetas. Ella estaba claramente desconcertada; por momentos forcejeaba e iniciaba quejas que no conseguía concluir y después se quedaba quieta como invitándome a que siguiera avanzando. Y así lo hice. Con la fuerza de mi torso, hice que se inclinara hacia adelante, quedando apoyada sobre la superficie de la mesa y con su culo a mi disposición.

—Espera, ¿qué vas a hacer? —preguntó medio asustada. No quería que me hablara, no era momento para hablar, era momento para que cerrara la boca y aceptara tranquilita lo que le iba a dar, porque ya no había vuelta atrás.

Me quedé unos segundos frotándome contra ella, moviéndome de arriba a abajo y deleitándome con el roce mútuo. Ella no forcejeaba, pero me seguía pìdiendo que no siguiera, que era peligroso, que tenía miedo de que Benjamín se cansara de esperarla y se fuera. Pero yo no la escuchaba, la había muteado, no me interesaba nada de lo que tenía para decirme. Con los ojos cerrados, metí las manos por dentro de su calza y acaricié su piel calentita durante un rato largo. Luego, ayudándome de las muñecas, le bajé la prenda hasta medio muslo y continué con las caricias.

—Venga, date prisa —dijo entonces. Ya se había rendido y sabía lo que iba a pasar. No me cayó del todo bien aquella orden, pero el tiempo jugaba en mi contra y tenía que ser rápido.

Acerqué el taburete que teníamos al lado y lo puse justo a un costado nuestro. Le levanté la pierna izquierda, provocando que diera un grito de sorpresa, y la apoyé encima del asiento de madera. Giró la cabeza y por fin nuestros ojos se cruzaron. Si hasta ese momento había tenido la más mínima duda de si continuar o no, se desvaneció apenas contemplé esa mirada llena de lujuria en su cara. Lujuria mezclada con miedo, sí, ya que todo esto no dejaba de ser nuevo para ella. Pero preferí quedarme con la cara de hembra sedienta de sexo. Con esa cara de yegua deseando ser empalada de una vez.

—Vamos... —me suplicó una última vez.

Era mi momento, mi momento para reafirmarme como el dueño de su cuerpo. Y no la hice esperar más, me saqué la pija, le bajé la bombacha y se la ensarté hasta el fondo de un solo golpe. Cuando lo hice, me salió un bufido del alma, un bufido de desahogo. Por primera vez me sentía su macho. El hombre que estaba destinado a someterla y hacer de ella su propiedad. Me sentía en el más glorioso de los cielos. Y supe que ella también lo había disfrutado, porque irguió su torso y todo su cuerpo se sacudió.

Me agarré de uno de sus hombros y empecé a empotrármela como si me estuviesen amenazando con un revólver. ¡Y sin forro! ¡Sin condón! Por fin me estaba dejando llevar y me la estaba cogiendo como se debía. Y sin caricias, sin besitos, sin pausas, sin "¿estás bien?", sin "¿te duele?", sin ningún tipo de mariconadas de ese estilo.

—Más despacio, por favor... —decía, pero su voz no sonaba nada convencida. Otra vez esos miedos que llevaba cargando desde chiquita hablaban por ella. Sabía que no le dolía porque estaba gimiendo como una perra, pero tenía que decirlo, tenía que decirlo para calmar a su estúpida conciencia. Y me cansé.

Se la saqué de adentro y, así tal cual, la agarré de una brazo y la llevé hasta el sofá. Sin darle ningún tipo de explicación, la empujé de frente contra el respaldar e hice que volviera a levantar el culo. Se quejó por mi agresividad y me volvió a pedir que no fuera tan brusco, consiguiendo únicamente aumentar mi hartazgo. Se la volví a meter de una y me apoyé sobre su espalda, dejando mi cabeza encima de su hombro derecho y con las dos manos prendidas de sus hermosas ubres. Y seguí garchándomela mientras la miraba de reojo estudiando uno por uno sus gestos. Ella se dio cuenta y cerró los ojos para no tener que mirarme; también juntó los labios como intentando no dejar escapar ni un gemido más. Yo no sabía a qué estaba jugando, ¿por qué quería hacerme enojar si estaba disfrutando como la mejor? Ya estaba más que podrido. Le solté una teta y, con los dedos índice y mayor de esa mano, empecé a hacer presión sobre su boca para que la abriera. Se resistía y ahora su semblante era de sufrimiento. Pero no estaba sufriendo, sólo se oponía a mostrar cualquier tipo de emoción. Y yo no iba a perder esa batalla. Aceleré todavía más el metesaca y aumenté la fuerza en cada estampada contra sus nalgas. Sabía que no iba a aguantar mucho tiempo más de esa manera. Y no lo hizo. Terminó abriendo la boca y metí mis dedos lo más profundo que la posición me permitía. Varios sonidos de toda índole empezaron a salir de su garganta junto con chorros de saliva que había estado guardando por puro capricho. Entonces se desató. Levantó su cuerpo conmigo todavía encima y empezó a gritar como si estuviera poseída. Yo también perdí el control y vociferé con ella. Parecíamos dos bestias en celo cuyo único objetivo era darse placer a sí mismos sin importarle un carajo lo que el otro pudiera sentir.

—Me vengo. ¡Me vengo! —bramó entonces.

Clavó sus uñas en mis manos, que todavía estaban empuñando sus tetas, y, pegando un grito ensordecedor, se dejó ir en el que seguramente fue el orgasmo más fuerte de su vida. Sentí su interior contraerse y aplastar mi pija como si su intención fuera reventármela. Y, extrañamente, eso, sumado a sus uñas ensartadas muy cerca de mis nudillos, me provocó una sensación que jamás había experimentado; una sensación de placer, mezclada con dolor e ira que rodeó toda la extensión de mi ser. Una sensación que me hizo perder la conciencia y logró que mi yo más racional desapareciera. Ese yo que me había hecho llegar hasta ahí; con el que había elaborado uno de los planes más exitosos de la historia. Porque yo, sin mi raciocinio, no era más que un tipo común, un tipo como cualquier otro. Y no volví a recuperar esa parte de mí hasta pasados unos largos segundos, cuando me di cuenta de que había acabado dentro de Rocío. Cuando me di cuenta de que había vaciado los huevos en su interior.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 13:20 hs. - Cafetería Grimi.

 

—Rocío, hace media hora que te estoy esperando, ¿dónde estás?

Era el séptimo mensaje de voz que le dejaba en el buzón y se estaba empezando a impacientar. ¿Acaso se lo había pensado mejor? ¿Acaso no quería verlo? Miles de preguntas de ese tipo se arremolinaban en su cabeza y no podía hacer más que pensar lo peor. Ya se había tomado dos tazas de café en aquella mesa alejada de todo el bullicio que venía desde dentro del local y seguía mirando para todos lados esperando por fin ver la figura de su bella novia acercarse.

—¿Va a querer algo más, señor? —preguntó el camarero, al que no había visto venir.

—Eh... no, no. Por ahora no. Gracias.

Volvió a sacar el teléfono y se preguntó una vez más por qué Rocío no daba señales de vida. No entendía nada de lo que estaba pasando. ¿En qué momento su relación había llegado a ese punto? Creía saber mejor que nadie que el mayor culpable era él, pero no podía evitar pensar que sus problemas se habían magnificado de una forma increíble. ¿Cómo podía ser que de un día para el otro todo se hubiera desmadrado de esa manera? ¿Seguiría enfadada por el plantón de hacía apenas dos noches? Preguntas y más preguntas que se seguían juntando. Lo único que necesitaba era verla; verla para disipar todos esos miedos que lo tenían muerto en vida.

Tenía frío, había elegido sentarse afuera para que su chica lo localizara sin dificultades, pero estaba empezando a arrepentirse. Además, la calle estaba más transitada de lo habitual y le costaba ver a lo lejos. Estaba nervioso, muy nervioso, y también estaba empezando a irritarse. Intentó comunicarse con ella una vez más antes de irse, pero tampoco hubo respuesta. Así que se puso de pie, dejó unas cuantas monedas encima de la mesa, recogió sus cosas y, desolado como nunca antes lo había estado, empezó a caminar en dirección a su vehículo.

—¡Espera! ¡Benjamín! —escuchó detrás suyo a los pocos metros.

Se dio la vuelta y la vio; tan bella como siempre y corriendo hacia él como si la estuviera persiguiendo el depredador más peligroso. De pronto todo lo que era negro en su vida volvió a iluminarse. Esas puertas que lentamente se estaban cerrando ante él, volvieron a abrirse de golpe. Una sensación de alivio tremenda lo invadió y no pudo evitar sonreír.

—¡Lo siento! —dijo ella apenas lo alcanzó—. ¡Lo siento mucho!

Benjamín no pudo hacer más que romper los pocos centímetros que ella había dejado entre los dos y abrazarla; abrazarla como hacía mucho tiempo que no lo hacía. Ella, sorprendida al principio por la reacción de su novio, finalmente se rindió ante la situación y le devolvió el abrazo.

—Vamos adentro, que hace frío —dijo él con la mejor de sus sonrisas. Ella asintió, devolviéndole el gesto, y entraron agarrados de la mano.