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Las decisiones de Rocío - Parte 6.

en Hetero: Infidelidad

Miércoles, 1º de octubre del 2014 - 23:25 hs. - Benjamín.

 

—¡Bueno! ¡Paramos un rato, gandules! ¡En una hora los quiero ver currando de nuevo!

A todos los que estábamos ahí nos tomó por sorpresa el anuncio de Mauricio. No llevábamos ni cuatro horas trabajando y ya nos había dado el primer descanso, cosa poco común en él. Pero bueno, no iba a ser yo el que preguntara el motivo, y seguramente tampoco ninguno de mis compañeros.

—¿Vamos a la cafetería? —me preguntó Lulú con una sonrisa. Eché un vistazo a la puerta de la oficina y vi que el mismo grupito del día anterior nos estaba esperando.

—¿Jéssica también? Ayer no lo pasó muy bien que digamos —le recordé mientras observaba a la chica nueva.

—Romina y yo la convencimos. Es mejor que dejarla aquí solita...

—Está bien. Vamos —respondí finalmente.

Nos reunimos con los demás y nos dirigimos hacia la cafetería. Cabe destacar que Lulú y yo trabajábamos en una zona de la oficina y los demás del equipo en otra, por eso no salíamos todos al mismo tiempo en los descansos.

—Qué raro, ¿no? —comentaba Sebastián mientras nos sentábamos en una de las mesas—. Que Mauri nos deje descansar sin haber trabajado diez horas seguidas... ¿Tú sabes algo, Romi?

—Bueno... —dudó al principio—. Os recomiendo que os vayáis acostumbrando, esta no va a ser la última vez...

—¿Qué? —saltamos todos al unísono.

—Pues... parece que Mauricio tiene problemas en casa. Su mujer cree que la está engañanando, así que ahora tiene que ir todas las noches a cada para tranquilizarla.

—¿Y es verdad? —preguntó Sebas—. ¿Le está poniendo los cuernos?

—Yo creo que no... Todas las llamadas que recibe pasan por mí, y nunca he notado nada raro... Y prácticamente no usa el móvil, salvo para hablar con su mujer, claro.

—Entonces la amante trabaja aquí, Romina. Blanco y en botella.

—O a lo mejor es que no hay amante, Sebas —intervine yo.

—Tú es que eres demasiado ingénuo, ya te lo hemos dicho.

—A ver, aunque fuera así, yo no tengo forma de saberlo, porque el tío está todo el día subiendo y bajando por el edificio —aclaró Romina.

—De todas formas, ¿quién se querría acostar con Mauricio? —dijo Sebas—. Seamos serios, chicos, es Mauricio...

—¿Qué tiene de malo Mauricio? —saltó Lulú para sorpresa de todos.

—¿Te gusta Mauri, picarona? —la incordió Romina después de un breve silencio.

—Vaya, Lourditas, no sabía que te iban los maduritos bigotones —se sumó a la burla Sebas— ¿No serás tú la amante? —añadió, provocando que Lulú se sonrojara y se pusiera a la defensiva.

—¿P-Pero qué dicen? ¡No es nada de eso!

—Relájate—rió de nuevo Romina—. No hay forma de que una preciosidad como tú se líe con Mauricio. Además, yo lo sabría.

—Tampoco te pases —dijo Lulú ya un poco más tranquila—. Sólo decía que no todo tiene que pasar por el físico. A lo mejor el hombre tiene sus cualidades.

—Sí, ya. Seguro que las tiene... —conluyó Romina.

Quizás para otros podía parecer rara la reacción de Lourdes, pero para mí no. Mauricio era algo así como su padre profesional. Cuando todos los demás le cerraron las puertas para dedicarse a lo que a ella le gustaba, ahí apareció él para darle el puesto y la confianza que necesitaba. Era su salvador. Por eso era entendible que saltara si hablaban mal de él delante de ella.

Ellos siguieron discutiendo, pero yo ya no les seguí el ritmo. Me tomé un momento para descansar la mente y aproveché para admirar la elegante decoración del lugar. Decoración digna de un pub nocturno más que de una cafetería de empresa. Las paredes estaban pintadas de rojo burdeos, las mesas y las sillas eran de madera, y estaban perfectamente barnizadas. La música de ambiente era cálida y sonaba a un volumen moderado. Era, con mucha diferencia, mi lugar favorito del edificio. No quería que el descanso se terminara nunca.

Mientras seguía divagando por mi mundo, me di cuenta de que Luciano no había participado en toda la conversación, cosa que me resultaba rara en él. Tampoco lo había hecho Jéssica, pero de ella me extrañaba menos. Justamente ellos eran los que estaban más cerca de mí en la mesa. Ella estaba sentada a mi derecha en un extremo, y él justo en frente mío. Me quedé un rato mirándolo de reojo. Notaba como, cada tanto, buscaba la atención de Jéssica, ya fuera con miradas o con susurros inaudibles para los demás. Pero ella siempre respondía agachando la cabeza o mirando para otro lado. No sé si la imaginación me jugó una mala pasada o qué, pero me pareció ver que Luciano también reclamaba su atención con movimientos de manos por debajo de la mesa. Y me sorprendió que los demás no se dieran cuenta de eso. Ojo, no era como si a mi me molestara o algo, porque sabía que Luciano no iba nunca a obligarla hacer algo que ella que no quisiera, pero me parecía raro que las chicas no intervinieran. Sobre todo Romina, que era la que solía mantenerlo en vereda.

—¡OYE, TÚ! —me gritó justamente ella a viva voz, haciéndome saltar de la silla y provocando que los compañeros de otras mesas se giraran a mirarnos.

—¡Un poquito de urbanidad, Romi! ¡Por favor! —la regañó Lulú.

—Pero es que casi se cae el muchacho... ¿Estabas pensando en tu novia?

—¿Eh? No... Es que tengo sueño... —contesté.

—Pues vete espabilando, porque todavía nos quedan muchas horas aquí dentro —me recordó.

—¿Ya has echado de tu casa al amiguito de tu novia, Benjamín? —preguntó de pronto Sebastián.

—Ya estamos de vuelta... —se quejó Romina.

—Pues no, no lo he echado todavía. Ya les dije que hasta el viernes...

—Pues hasta el viernes pueden suceder muchas cosas... —continuó.

—¿Cosas como cuáles? —le pregunté desafiante.

—No me tires de la lengua, Benja...

—Es que, tío, yo ya te he dicho que no tengo nada que temer.

—¿Tú qué dices, Lucho? —dijo dirigiéndose a Luciano— ¡Lucho!

—¿Qué? Ah, sí, sí... Tienes toda la razón... —le respondió, pero claramente él estaba a lo suyo con la novata.

—Supongo que hoy habrás pasado la tarde con ella, ¿no? —me preguntó Romina.

—Sí, almorcé con ella y luego fuimos a la playa.

—¡Ouuu! ¡Qué envidia me dais! Yo desde la adolescencia que no hago ese tipo de cosas...

—¡Discúlpenme! —dijo de pronto Jéssica mientras se levantaba y se iba.

—Qué tía más rara... —dijo Sebas cuando la vio salir por la puerta—. ¿Qué coño le pasa?

—No tengo ni idea... —respondió Romina.

—Déjenla... No va a ser la primera persona con problemas para incluirse en un grupo de gente... —añadió Lulú.

—Sí, seguro que es eso...

—Bueno, Benja, ¿cómo van las cosas con tu novia? —habló por fin Luciano. Normal, ya no tenía con qué entretenerse.

—Pero si lo acaba de contar, golfo. Hoy la llevó a almorzar y luego fueron a la playa —le respondió Lulú por mí.

—¿Ah, sí? Pues estaría en las nubes, jaja. Pero bueno, me alegro, mientras la tengas contenta no tendrás que preocuparte de su amiguito —añadió.

—Otro más... —me quejé yo. Estaban erre que erre con el temita— Que no tengo nada de qué preocuparme. El tío no sale de la habitación, está todo el día encerrado ahí.

—¿Y tú cómo sabes eso? —insistió Luciano.

—Porque lo he visto yo mismo. O mejor dicho, no lo he visto cuando he ido a casa estos días.

—¿Y si sólo se está escondiendo de ti? —se metió Sebas

—¿Eh?

—Claro, a lo mejor esas veces llegaste en mal momento y no tuvo más opción que irse a esconder...

—Pues no, Sherlock, porque hoy mismo entré en casa sin que nadie me viera para darle una sorpresa a mi novia y todo estaba en orden.

—¿Tú qué opinas, Lourdes? —le dijo Luciano—. Todavía no le has dicho nada al chico.

—¿Como que no? —se defendió—. Si ayer le propuse que nos presentara a su novia...

—Me refiero a que todavía no has dicho nada sobre el "amigo" que metió su chica en su casa —aclaró.

—Es que no tengo nada para decir... Si él confía en su novia... entonces no debería haber ningún problema, ¿no? —respondió Lulú sin mirarme a la cara en ningún momento.

—Pues yo sigo sin verlo así —volvió a intervenir Sebastián—. El día menos pensado te vas a llevar una sorpresa, compañero.

—Que no, pesado... Rocío no es esa clase de mujer, ella nunca me haría algo como eso. Pongo las manos en el fuego por ella —dije ya un poco cansado del tema, pero con total sinceridad.

—Pues cuidado, porque te puedes quemar hasta los codos...

Diez minutos después y veinte minutos antes de lo esperado, Mauricio entró en la oficina a los gritos y tuvimos que volver todos al trabajo.

—¡Les das la mano y te cogen hasta los hombros! ¡A currar, coño! Putos vagos de mierda...

—Pero si has dicho una hora y no han pasado ni cuarenta minutos.

—¡A callar! ¡Ahora vente conmigo que me vas a suministrar café toda la noche!

—¡Pero...!

—¡Ni pero, ni hostias!

Y eso le pasa a los que abren la boca cuando no tienen que hacerlo...

—Me cago en mi vida...

 

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 00:15 hs. - Rocío.

 

Lo siguiente que recuerdo es que cerré los ojos, tomé aire y...

—¡No! —logré decir a tiempo— No puedo hacerlo...

—Tranquila, Ro, todo va bien... Relajate y...

—¡Te digo que no! ¡No puedo! ¡Y tampoco quiero! —dije ya un poco más nerviosa. Y como saliendo de un trance, me acomodé el camisón y me separé de él.

—Tranquila, no te enojés. Tenés miedo porque nunca lo hiciste, nada más... —dijo volviendo a acercarse.

—¡Te digo que no! —volví a gritar, y esta vez se detuvo. Se sentó de nuevo a mi lado y se hizo un silencio muy incómodo.

—Pensé que era un buen momento... —dijo por fin—. Perdoname.

—¿Un buen momento para qué? Ni siquiera estoy convencida de hacer esto...

—Vos lo que tenés es un lío tremendo en la cabeza, Rocío. Tenés que poner tus ideas en orden urgentemente.

—Mis ideas están perfectamente ordenadas...

—¿Entonces?

—¡Que no quiero hacer eso! ¡Nada más! —volví a gritar.

—Así no vamos a progresar nada...

—¿Progresar en qué? —le pregunté enfadada—. Está bien que ayer te vine a buscar para que me ayudaras, pero hoy todo sucedió sin que lo buscáramos y...

—No, Rocío, te equivocás. Yo, incluso hoy, estoy haciendo todo esto por vos, para que tu relación no termine como la mía, ya te lo dije. Y pensé que, con lo que pasó esta tarde, vos ya tenías bien claro cómo íbamos a continuar a partir de ahora. Por eso no me pareció necesario decir nada... —dijo muy serio.

En el fondo él tenía razón, tenía la cabeza hecha un completo lío. Estaba pensando en voz alta todo el tiempo y había cosas que no quería decir. Le había dado a entender que lo que me llevó a casi hacerle una felación, fue mi propia excitación y no mis ganas de solucionar las cosas con mi novio. ¿En qué posición me dejaba eso ante él? Ya ni siquiera el alcohol me ayudaba a tener unas horas de tranquilidad mental...

—Ya sé que todo esto lo haces por ayudarme, en ningún momento dudé de eso, pero es que todo es muy nuevo para mí, y muy repentino... Mira, estoy dispuesta a lo que sea por ser la mujer que Benjamín quiere, pero...

—Entonces tenés que dejarte de tantas dudas y hacer lo que tenés que hacer —dijo interrumpiéndome.

—¿Qué? ¡Ese es el problema! No dejas de presionarme, y yo así...

—No te presiono, pero tenés que entender que el tiempo no corre a tu favor. Cada día que Benjamín pasa fuera de casa es un paso más cerca de... —se detuvo de golpe.

—¿De qué? —pregunté intrigada y muy seria.

—No, nada, dejalo.

—No, dímelo —insistí casi al borde las lágrimas.

—Puede sonar muy duro, pero estoy seguro de que es algo que vos también debés de haber pensado... Benjamín se está planteando si seguir con vos o no... Y peleítas como la de esta tarde no son de mucha ayuda...

Y, nuevamente pasando de un extremo a otro, no aguanté más y me eché a llorar como una cría. Era una posibilidad que tenía muy en cuenta, pero que no quería pensar demasiado en ella. Y escucharlo de la boca de otra persona era mucho más doloroso todavía. Ahora sí que sentía que las cosas estaban fuera de mi control, que mi relación con Benjamín se estaba yendo a pique por ser una niña mimada y mal criada, y que encima estaba involucrando al pobre Alejo que no tenía nada que ver en eso.

Mientras lloraba como una recién nacida, me rodeó con ambos brazos y me abrazó con mucha fuerza. No intentó nada raro, simplemente se limitó a sostenerme y a darme besitos en la cabeza mientras me decía que me calmara. Y yo me aferré a él y lloré, lloré mucho, tanto y tan fuerte que en un momento tuve que pegar mi cara a su cuerpo para apagar mi llanto. No me tranquilicé hasta varios minutos después.

—¿Estás mejor ya? —me preguntó.

—No —le respondí con la voz todavía apagada.

—Sabés muy bien que no me gusta verte llorar... —me decía mientras me acariciaba la cara con la contracara de sus dedos.

—Lo siento...

—El que te tiene que pedir disculpas soy yo. No paro de darte disgustos...

—No, si tú sólo intentas ayudarme... Soy yo la que no para de fastidiarla con todo y con todos...

Nos quedamos un rato más abrazados y en silencio. La cabeza me daba vueltas. Estaba media grogui y algo desorientada. Ya había pensado suficiente ese día, tenía ganas de que el alcohol volviera a tomar posesión de mí cuerpo y dejar la fuerza de voluntar a un lado. Pero tampoco quería bajar demasiado la guardia...

—¿Te llevo a tu cama? —me sugirió gentilmente.

—No... Quedémonos así un rato más, por favor —le dije casi suplicándole.

—Como quieras.

Yo todavía me encontraba semi desnuda y él prácticamente también. Era consciente de que en cualquier momento podía suceder algo. Y sabía que estaba en mí detenerlo... o no...

—Rocío... —dijo mientras se separaba un poco y ponía una de sus manos en mi mejilla.

—¿Qué pasa?

—Tenés una cara preciosa, y no me gusta nada que una carita tan linda sonría tan poco...

—Ale... —dije. La delicadeza con la que me hablaba, la dulzura que imprimía en cada palabra... Por un instante creí que era Benjamín con el que estaba, y me sentí muy cómoda a su lado—. ¿Tú crees que todo va a salir bien? ¿Que Benja va a volver cuando le muestre todo lo que he aprendido?

—No me cabe la menor duda... —me respondió con mucha suavidad—. Pero sabés muy bien que todavía te queda mucho por aprender...

—Sí, lo sé... —dije mientras me acomodaba de manera que su cara volvía a quedar frente a la mía—. ¿Me vas a ayudar a hacerlo?

Y tras unos segundos mirándonos fijamente, me besó. Y al igual que lo había hecho esa tarde, usó su lengua, obligándome a que yo también utilizara la mía, volviendo a despertar en mí ese deseo ardiente por probar su boca. Luego, sin dejar de besarme ni un instante, me tumbó en el sofá y mandó a sus manos a explorar dentro de mis braguitas. Me acariciaba lentamente toda la zona, no se centraba en una sola parte, me recorría cada rincón con suma destreza, como ni siquiera yo lo había conseguido hacer en mi vida. Y mis gemidos no tardaron en hacerse escuchar, sobre todo cuando sus dedos empezaron a penetrarme. Inicio un mete-saca que hizo que perdiera la noción de la realidad, mis jadeos se desbordaron y ya ni me acordaba que había vecinos que podían escucharme. Pero él se dio cuenta de eso, por eso abrió su boca para aprisionar todavía más mis labios si se podía, y yo me volví a abrazar a él y acepté esa pasión. La escena ya no podía ser más caliente, me tenía apresada por la boca mientras sus dedos no paraban de entrar y salir de mi vagina. La delicadeza con la que me había tratado antes había desaparecido. Ahora Alejo parecía otra persona, y yo también, estaba completamente excitada, ya prácticamente no sabía lo que estaba sucediendo, sólo me dedicaba a mover mi lengua y a vivir, sentir y disfrutar el danzar de sus dedos dentro de mí.

Entonces me invadió la necesidad de hacerlo, quería hacerlo y ya no me importaba nada. Así que, sin interrumpir ninguna de las tareas que estábamos llevando a cabo en ese momento, me incorporé un poco y agarré su pene por primera vez. Me sentí rara al principio, pero después me llenó un sentimiento de liberación, como si hubiese estado esperando ese momento desde hacía mucho sin yo saberlo. Y entonces caí en lo que estaba haciendo, pero no en un sentido negativo, me di cuenta que tenía su herramienta en la mano y que tenía que hacer algo con ella. Me sorprendió lo caliente que estaba, y también su dureza. Me imagino que se debía a mi inexperiencia TOTAL con miembros masculinos, porque a Benjamín si se lo había tenido que tocar -que no agarrar-, había sido para ayudarlo en la penetración y poco más. Y tampoco se lo había mirado mucho, me daba mucha vergüenza hacerlo, cuando salía de la ducha o se desnudaba para que tuviéramos sexo, siempre miraba para otro lado o apagaba las luces. Por ese motivo, tampoco pude entrar en comparaciones, gracias al cielo.

Pero bueno, tenía que avanzar y no tenía la más mínima idea de cómo masturbar a un hombre. A ver, sabía lo que eran las bases, subir-bajar y poco más. No lo había visto nunca a Benjamín hacerlo, ni tampoco tenía ninguna referencia, ya que cuando mis amigas tocaban esos temas en el instituto, yo trataba de mandar mi cerebro a algún lugar lejano del universo y me desentendía de la conversación. Y ni hablar de películas pornográficas, término que yo conocía solamente porque en mi casa hablábamos de todas las cosas que teníamos que evitar en el mundo.

Alejo al notar que mi mano estaba fija sin moverse sobre su miembro, colocó la suya que tenía libre sobre la mía que se lo sujetaba, y empezó a marcarme el movimiento que tenía que hacer. Primero fue a un ritmo lento, supongo que para que me fuera acostumbrando, y después fue aumentándolo lentamente, enseñándome también hasta donde era el límite al cual podía llegar su piel. Cuando vio que había captado "las pautas", retiró la mano y me dejó hacerlo sola. No varié nada ni intenté nada diferente, simplemente seguí moviendo mi mano como él lo había estado haciendo. Ahora ya no me masturbaba, porque la posición no nos lo permitía, pero no paramos de besarnos en ningún momento. Estaba claro que lo que mantenía la llama viva en mí era el calor de su boca, me encantaba besarlo, me excitaba demasiado, y cuando lo hacía, sentía que no quería despegarme de él por nada del mundo. Entonces llegó un momento en el que empecé a sentir dolor en la muñeca, supongo que era porque no estaba acostumbrada a ese tipo de meneo, y poco a poco fui bajando el ritmo de la masturbación hasta casi dejar de sujetarle el pene.

—Vení... —dijo de pronto. Se puso de pie y me hizo agacharme delante él.

—No quiero hacerlo —me apresuré a aclararle, creyendo que me haría... bueno, eso.

—Tranquila, de esta forma va a ser más cómodo para vos.

Tenía su pene justo delante de mi cara, firme y esperando a mi proceder. Ahora sí que me había fijado en su tamaño, y si bien no había visto otro más que el de mi novio en toda mi vida, no era tonta y sabía que ese, en particular, era grande. Lo volví a sujetar y realicé el mismo movimiento que me había marcado Alejo hacía apenas unos minutos. Me centré en ese sube y baja, imprimí una velocidad ni rápida, ni lenta, y estuve así un rato. Pero, una vez más, no volví a durar mucho tiempo. Mi brazo se cansó a los cinco minutos de empezar, y el meneo ya no era como al principio. Él no dijo nada sin embargo, y me dejó continuar a mi ritmo, que terminó siendo lento y con movimientos torpes. Debido a ello, el ímpetu de ambos fue decayendo, porque la masturbación ya no era tal. Y empecé a deprimirme...

—¿Qué te pasa? —me preguntó al ver mi cara llena de lágrimas.

—Que soy una inútil, no puedo hacer nada bien...

—¡No! ¡Para nada, Ro! —me respondió enseguida y agachándose a mi lado—. Lo estás haciendo muy bien, en serio. Lo que pasa es que no estás acostumbrada y es normal que te canses.

—Lo dices para que no me sienta mal... —añadí entre pucheritos.

—Para nada, yo estoy acá para ayudarte a aprender, no tengo ninguna necesidad de mentirte. Pero bueno, vamos a terminar las cosas igual que ayer, acostate en el sillón.

—¡No! —respondí con seguridad—. Si me rindo ahora, me voy a terminar arrepintiendo —y armándome de valor y sin darle tiempo a decir nada, lo empujé sobre el sofá y me acomodé entre sus piernas.

—¡Perfecto! —dijo entonces—. Tus tetas, Rocío, usá tus tetas.

—¿Mis...? Yo iba a seguir con las manos...

—No importa, esto es un paso de gigante, haceme caso. Poné mi ver... mi pene entre tus pechos y hacé el mismo movimiento que harías con tus manos.

—¿Eh? ¿Cómo? —respondí sin entenderlo mucho. No sabía qué hacer, me había tomado por sorpresa, tampoco había hecho eso nunca en mi vida. Estaba perdida de nuevo.

—Mirá, Ro, agarrámela —me guió—. Ahora acercate y metela entre tus pechos...

—No sé... ¿No es mejor que siga con las manos? —pregunté dubitativa, pero esta vez estaba no me sentía capaz de oponérmele.

—Dale, Rocío, si pasás esta... En serio, es un paso de gigante para tu propósito, en serio —volvió a asegurar repitiéndose. Ya no me hablaba con ningún tipo de delicadeza, parecía apurado, como si tuviera miedo de que alguien fuera a interrumpirnos o de que algo pasara. Mi mente me decía que me detuviera ahí y me fuera a dormir, pero mi cuerpo me pedía otra cosa...

—Está bien... —dije, y sus ojos se iluminaron cuando acomodé su miembro entre mis pechos.

—Ahora tenés que apretarlas contra mi pene, si usás las manos va a ser mucho más fácil. Dale, empezá —me ordenó. Y así lo hice.

No sabía si lo estaba haciendo bien, simplemente me limité a seguir sus indicaciones y a esperar. Mis pechos bajaban y subían sobre su pene ayudados por mis manos. No me gustaba mucho eso que estábamos haciendo, porque no tenía visión de nada y no me proporcionaba ningún tipo de placer, pero al juzgar por la expresión de Alejo, supuse que a él sí que le estaba gustando mucho. Así que con la cabeza puesta en que algún día le haría eso también a Benjamín, traté de continuar con la mejor predisposición posible.

Pero la cosa se estaba haciendo interminable. Yo no me sentía nada cómoda y Alejo parecía más concentrado en terminar él y no en darme placer a mí, y eso me hizo enfadar, porque hacía unas horas se había llenado la boca hablando de "cómo debía ser un hombre" y ahora estaba ahí con la cabeza echada para atrás mientras yo hacía todo el trabajo. Inevitablemente fui perdiendo las ganas en continuar. Ya ni pensar en Benjamín me ayudaba, y mis movimientos así lo reflejaron.

—¿Rocío? ¿Te cansaste de nuevo? —me preguntó extrañado.

—No... Pero me quiero ir a dormir... —le dije con desgana.

—¿Qué? Ya me falta poco, te lo juro.

—Me da igual, me quiero ir —insistí.

—Ahhh, ya sé lo que pasa —dijo entonces—. No es que te querés ir, vos te querés "venir", jajaja.

—Vete a la mierda. Me voy —le contesté enfadada. No era normal en mí decir palabrotas, pero en ese momento estaba muy enfadada.

Y cuando me dispuse a irme, él se levantó tras de mí, me agarró por la espalda y me empujó contra la puerta del balcón.

—Suéltame —le dije enseguida.

—Te voy a dar lo que querés, así que preparate —me respondió con chulería. Ya no se parecía en nada al Alejo amable y sumiso con el que había estado viviendo esos días.

—No quiero que me des nada, déjame ir a dormir —contraataqué tratando de no mostrarle debilidad.

—Lo estás deseando, Ro, a mí no me engañás.

Estaba completamente inmovilizada. Me tenía aprisionada contra la puerta del balcón y yo sólo podía sujetarme de las cortinas. Él estaba detrás mío besándome el cuello y masajeándome los pechos. De vez en cuando me susurraba cosas al oído que me molestaban muchísimo, pero que por alguna razón hacían que me derritiera. Entonces, de repente, acomodó su pene en medio de mis piernas. Movimiento que me hizo entrar en pánico.

—Espera, ¡¿qué estás haciendo?! —dije.

—Tranquila, no te la voy a meter, aunque sé que lo estás deseando.

—Eres un idiota...

—Cerrá las piernas ahora, apretalas con fuerza. —me ordenó, y le hice caso una vez más a pesar de todo. Estaba sumamente enfadada con él, pero las ganas que tenía de llegar al orgasmo superaban cualquier cosa en ese momento.

—No me quites las bragas —le dije al notar que quería bajarme los elásticos.

—Como quieras, pero piel contra piel es mucho mejor...

No le hice caso y tampoco hubieron más palabras. A partir de ahí, sólo me dediqué a esperar el gran momento. Él comenzó a moverse tan pronto terminamos de hablar, yo apretaba mis piernas sobre su miembro con las pocas fuerzas que me quedaban, y poco a poco la cosa volvió a calentarse. El ritmo era ya muy violento, sus manos sujetaban con mucha fuerza mis caderas y sus besos en mi cuello se habían transformado prácticamente en mordiscos constantes. Ambos gemíamos aireadamente, la excitación volvía a ser demasiada para mí, ya no me importaba si él había sido un cabrón o no, ni tampoco me importaba el motivo por el que estaba haciendo todo eso, yo sólo quería mi maldito orgasmo de una vez. Y, por suerte, no tardó en llegar...

—No pares ahora, por favor te lo pido... —supliqué para que no volviera a pasar lo de antes.

—Tranquila, yo me encargo de todo —respondió él también entre jadeos.

Entonces, todo mi cuerpo se tensó, mi voz dejó de resonar por la habitación y finalmente estallé. Hasta ese momento, nunca en mi vida había pasado por semejante placer, fueron 15 segundos en los que fui trasladada a lo más alto del Olimpo, 15 segundos que me provocaron sensasiones indescriptibles por todo mi cuerpo. Sin exagerar, fui durante 15 segundos, la mujer más feliz del mundo.

Y me dejé caer en el suelo, sobre la alfombra, disfrutando de los últimos espasmos que me había dejado el orgasmo. Ahí se terminan mis recuerdos sobre esa noche. No tengo ni idea de qué fue lo que hizo Alejo después. Lo único que sé, es que al día suguiente, amanecí en mi cama y con ropa interior limpia puesta.

 

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 01:25 hs. - Benjamín.

 

—Ey, Luciano, ¿me vas a contar qué pasó con la nueva o no?

—¿Me dejas cagar tranquilo? Ahora salgo.

Me encontré con él en el baño de caballeros, como siempre, ya que era el único lugar en el que podíamos hablar sin que nos molestaran. Mauricio nos tenía de un lado para otro, y ese día parecía estar más nervioso de lo habitual. Lulú no se quedaba atrás tampoco, apenas nos daba respiro a mi equipo y a mí. Recién pude librarme cuando me dijo que tenía que atender unos asuntos en el piso de abajo.

—¿Qué quieres, Benjamín? —me preguntó Luciano mientras se encendía un cigarro.

—No te hagas el inocente conmigo. Antes vi perfectamente cómo tonteabas con Jéssica.

—Sí. ¿Y qué pasa?

—No, no pasa nada. Sólo pregunto.

—No hay mucho que contar... La niñata se cierra demasiado.

—¿Y lo de hoy qué? ¿Qué hiciste para que se levantara así?

—Te juro que no hice nada. Le pregunté varias veces cómo estaba y tonterías de ese estilo. Pero nada más.

—¿Estás seguro? Me pareció ver que la tocabas por abajo de la mesa...

—¡No! ¿Te crees que voy por ahí manoseando a chiquillas de 20 años sin su consentimiento?

—No. Es que me había dado esa impresión. ¿Y piensas seguir insistiendo?

—Por supuesto. Una vez me gane su confianza lo demás viene solo.

—Ganarte su confianza, ja. Curioso viniendo de ti, que sueles ir directamente al grano.

—Vamos a ver, no puedo ir por ahí entrándole a las mujeres de los compañeros como si no me importara una mierda nada. Después te queda la fama de roba-novias y ya no te la quita ni dios.

—¿Y desde cuando te molesta lo que los demás piensen de ti?

—Hombre, una cosa es que no me importe lo que digan de mí y otra muy distinta es que me guste que todo el mundo me de vuelta la cara.

—Sí... Bueno. ¿Y cómo vas a ganarte su confianza?

—Con paciencia y mucha discreción, amigo, con paciencia y mucha discreción —dijo antes de salir del baño.

Cada vez que terminaba de hablar con Luciano, me preguntaba por qué razón me llevaba bien con él. Era todo lo contrario a mí: arrogante, egoísta, mujeriego... No era la clase de persona con la que yo me solía juntar, y mucho menos la clase de persona a la que solía admirar. Pero este tipo tenía algo, no sé qué, que hacía que le cayera bien a todo el mundo. Tampoco me iba mucho eso de ir animando a mis amigos a que se fijaran en las novias de los demás. No sabía ni yo por qué le estaba siguiendo el juego con todo el temita de la chica nueva.

Salí del aseo y me encontré prácticamente de frente con Romina.

—Hola, Romina —la saludé con una sonrisa.

—Ah, hola —dijo de manera fría. Llevaba consigo una pila de papeles y un bolso colgado de su hombro.

—Veo que no te está teniendo piedad —comenté mientras caminaba a su lado.

—No, no la está teniendo. Y en condiciones normales no me molestaría, pero lleva como media hora encerrado en su oficina con Lourdes. Qué fácil que es encasquetarle todo a los peones —decía con cierto enfado.

—¿Con Lourdes? Qué raro, creí que se había ido al piso de abajo.

—Pues no, está con Mauricio. Oye, Benja, perdón si te molesto, ¿pero podrías llevar esto a mi mesa? Todavía tengo que fotocopiar todo lo de aquí adentro —me pidió mientras me mostraba el contenido del bolso que traía consigo.

—Sin problemas.

—Muchas gracias. Luego nos vemos —se despidió antes de alejarse refunfuñando y maldiciendo.

Menos de dos mil hojas no habría en esa pila. No me extrañaba que la mujer estuviera enfadada, debía de haber sido un coñazo tener que fotocopiar todo eso. Pero bueno, no era mi problema, y además tenía cierta curiosidad, que no prisa, por saber por qué Lulú se había reunido con Mauricio a escondidas. Aprovecharía la oportunidad a ver si lo averiguaba, aunque fuera de reojo. Ojo, no sospechaba nada raro, ni siquiera se me había venido a la mente, lo que pasaba era que ella me había dicho que a lo mejor conseguía que Mauricio nos diera un poco de tranquilidad por las noches, y eso me tenía expectante.

La parte de la planta en la que yo trabajaba era un espacio muy amplio lleno de mesas y separaciones por todos lados. Al final de todo había un pasillo con dos puertas, una llevaba a los aseos de la oficina, y la restante a otro a pasillo un poco más pequeño en el que se encontraban las entradas a los despachos de Mauricio y su secretaria, que estaban uno al lado del otro. Justamente ahí me dirigí yo. Una vez dentro, dejé los papeles en la mesa de Romina y pegué la oreja a la pared a ver si se escuchaba algo.

—¿Qué haces? —dijo de pronto una voz detrás de mí. Era Clara, una becaria de veintipocos años que venía de vez en cuando, especialmente cuando a Mauricio lo sobrepasaba el trabajo.

—¿Eh? Pues... buscando zonas huecas. El jefe me pidió que le colgara unos cuadros y... —dije mientras daba pequeños golpes a la pared.

—Oh, ¿en serio? —me contestó poniendo una cara que dejaba bien claro que mi excusa no había colado—. ¿Sabe Romina que estás aquí?

—¡Sí! ¡Por supuesto! Ella misma me pidió que dejara estos papeles aquí.

—¿Pero no habías venido a colgar cuadros? —preguntó de nuevo con cierta altanería.

—También, también vine a colgar cuadros, y como me pillaba de paso, Romina me pidió que trajera los papeles —respondí con una sonrisa desafiante. Yo no me iba a dejar intimidar.

—Ah, mira tú qué casualidad. ¿Y bien? ¿Dónde están los cuadros? ¿Y el martillo? ¿Y los clavos? —insistió la niñata.

—Los tengo que ir a buscar. Te dije que estaba revisando la pared, porque si clavo en una parte hueca el cuadro se puede caer, ¿sabes?

—Bien, entonces no te molestará que se lo pregunte a Mauricio, ¿no? —dijo mientras volvía abrir la puerta.

—¡No! ¡Espera! —dije frenándola—. Hay que ver, eh... Sí, puse la oreja para escuchar, ¿y qué?

—¡Tranquilo, tranquilo!—dijo justo antes de echarse a reír. Me estaba poniendo de los nervios la chiquilla—. ¿Puedo saber qué intentas averiguar? A lo mejor puedo ayudarte...

—No, gracias. Tú sigue a lo tuyo —le respondí sin reparo.

—Oye, esa no es forma de hablarle a alguien que te acaba de pillar espiando a tu jefe —me contestó con un tono juguetón.

—No estaba espiando a mi jefe, para empezar.

—Ah, ¿no? ¿Entonces a la persona que está con él?

—No me refiero a... Oye, ¿por qué no continúas con lo que fuera que estuvieras haciendo? —le dije ya cansado.

—Es que... lo que estaba haciendo... y esto que quede entre nosotros... era vigilar y evitar que nadie interrumpiera a Mauricio —dijo a la vez que soltaba una risita traviesa—. ¿Sabes que si no le informo que estás aquí puedo meterme en un buen lío?

—A ver... —dije intentando mantener la calma—. ¿Qué quieres de mí?

—¿Yo? ¡Me ofendes! —exageró el tono— ¡Yo sólo intento hacer mi trabajo tal y como me dicen que lo haga!

En ese momento, se escuchó un fuerte grito proveniente de al lado, un grito de mujer. Era la voz de Lulú, que hubiese reconocido entre un millón de personas. No duró ni un segundo, parecía que había sido ahogado voluntariamente. Clara y yo nos quedamos mirándonos en silencio, como esperando a que se escuchara algo más. Entonces ella se rió.

—¿Qué te causa tanta gracia? —pregunté molesto y susurrando.

—Oye, estás siendo muy maleducado conmigo, ¿sabes? —dijo también en voz baja.

—Bueno, como sea. A estas alturas ya deben saber que aquí hay más de una persona, así que haz lo que quieras.

—No te creas. A mí me parece que están demasiado concentrados en lo suyo —volvió a decir entre risas. A mí no me parecía tan gracioso como a ella. Si bien todo era muy sospechoso, no había nada que indicara eso que estaba intentando insinuar.

—Mira... Eh, Clara, ¿no?

—¡Te sabes mi nombre! Oh, lo siento, yo el tuyo no lo sé.

—Sea lo que sea que esté pasando ahí adentro, te puedo asegurar que no es lo que tú te piensas.

—¿Y qué es lo que yo me pienso? —respondió llevándose un dedo a la boca y acercándose un poco a mí. Hasta ese momento había mantenido la distancia. Yo sabía que intentaba jugar conmigo, pero no le iba a dar ese gusto.

—Déjalo así. Me voy, que tengo trabajo que hacer. ¿Puedo pasar?

—Oye... —dijo sin moverse ni un milímetro—. ¿Eres una especie de acosador o algo?

—¿Qué?

—Sí, de la mujer esa que está ahí dentro... ¿Cómo se llamaba? Lola... Layla...

—Lourdes —le aclaré.

—Eso, Lourdes. Pues te encuentro aquí intentando espiarla, y luego cuando parece evidente lo que está pasando ahí adentro, me intentas convencer, así tipo amigo despechado, que ella nunca haría algo así, y yo que sé.

—Eh, eh, eh, eh. Te equivocas completamente. Lulú es mi jefa y la conozco...

—¿"Lulú"? Ya veo... —volvió a reírse.

—Estamos perdiendo el tiempo... Vamos a hacer como que nunca hemos tenido esta conversación, ¿te parece bien? —le pedí amablemente. No quería meterme en un lío con mis jefes por culpa de ella.

—No me quedo con la consciencia tranquila si dejo escapar a un acosador peligroso... —dijo acercándose todavía más.

—¡Yo no soy ningún acosador peligroso! —yo ya apretaba los dientes. Ahora no sabía cómo sacármela de encima sin tener que terminar sentado frente a Mauricio y Lulú como un adolescente al que habían atrapado haciendo lo que no debía.

—¿Desde cuándo te gusta "Lulú"? —preguntó mientras jugaba con mi corbata.

—En serio, Clara, ya basta de tomarme el pelo. Tengo novia y esta tontería puede terminar mal...

—¡Ya sé! ¡No diré nada si mañana me invitas a almorzar! Mauricio me pidió que venga toda esta semana, y...

—No... A mí no me vas a chantajear... Venga, hasta lue... ¡¿A dónde mierda vas?! —grité cuando la vi salir en dirección a la puerta de al lado—. ¡Está bien! Mañana te pago el almuerzo.

—¡No! Mañana me invitas a almorzar que no es lo mismo. Tú y yo, yo y tú. Juntos —exclamó con un falso enfado propio de una niña de nueve años.

—Que sí, que vale. ¿Me puedo ir ya?

—¡A las 2 en punto de la tarde te espero en recepción! ¡Y trae coche!

—De acuerdo... —dije con resignación.

—Por cierto... —dijo volviendo a acercarse hasta quedarse a un palmo de mí. La verdad es que la niñata imponía. Sólo era una bellecita recién entrada en la edad adulta, pero se notaba que sabía cómo intimidar a un hombre introvertido como yo. Sabía que buscaba ponerme nervioso. Recorría mi pecho con su dedo índice y hablaba pausadamente y de forme muy coqueta— No es la primera vez que "Lulú" y el jefe tienen una reunión como esta. El día que la vi por primera vez aquí, se encerraron como dos horas durante la mañana. Así que no creo que esté tan equivocada como tú dices, eh... ¡No me has dicho tu nombre todavía!

—Soy Benjamín, y te diría que es un placer, pero te estaría mintiendo. Y te repito, no hay nada entre Lourdes y Mauricio fuera de lo estrictamente profesional. Y te voy a pedir por favor que no vayas por ahí repitiendo eso porq...

—¡Yo soy Clara! ¡Un placer, Benjamín! —me interrumpió con un descaro digno de una bofetada con toda la mano abierta—. Deberías irte ahora antes de que salga el jefe. No quiero que se enfade conmigo. ¡Mañana nos vemos!

No me dejó decir nada más. Me sacó a empujones del despacho de Romina y me cerró la puerta en la cara. Si bien era mejor así, porque eran más de las 2 de la mañana y había estado perdiendo mucho el tiempo, no me quedé tranquilo. No conocía a esa chica de nada y no sabía si iba a mantener la boca cerrada. Pero en fin, no me quedaba otra más que confiar en que no hiciera ni dijera nada que no debiera.

Lulú apareció media hora después y se puso a trabajar con toda normalidad, sin dar ningún signo de que algo no estuviera bien. No pude evitar analizar su aspecto. La estúpida niñata me había metido ideas raras en la cabeza y mi estúpida mente estaba reaccionando. Pero todo parecía estar en orden, estaba tan guapa y arreglada como siempre. Me había metido en un dilema innecesario por querer meter las narices en donde no debía.

—Yo me voy ya, Benji. Tengo que terminar de preparar unas cosas para mañana y prefiero hacerlo tranquila en casa. No te molesta, ¿verdad? —me dijo casi en tono de súplica.

—¡No! Para nada, Lu. Yo me encargo del resto aquí —le respondí desde mi silla.

—¡Eres un ángel! Te lo agradezco mucho —dijo muy risueña. Y cuando se agachó para darme un abrazo, sucedió un cúmulo de cosas que me dejaron descolocado. Primero, reconocí el olor con el que estaba impregnada su ropa, era el perfume con el que solía "bañarse" Mauricio. Luego, al darle la típica palmadita amistosa en la espalda, noté que no llevaba sujetador y que estaba más sudada de los habitual. Y por último, de su bolso, que lo tenía colgado en el hombro, cayó una pequeña y arrugada prenda de ropa interior rosa que dio a parar en mi rodilla. La recogí para devolvérsela y noté que todavía estaba húmeda...

—Lu... Se te cayó esto... —dije entregándosela con toda la naturalidad posible.

—¡Ahhh! —gritó mientras me la arrebataba de un violento manotazo—. ¡H-Hasta mañana!

 

—Santo cielo... —murmuré mientras me quedaba viendo estupefacto cómo salía de la planta.

 

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 10:15 hs. - Rocío.

 

—Miau.

—No estoy de humor, Luna. Vete a jugar por ahí...

Otra vez ese remordimiento de consciencia. Otra vez ese mal cuerpo por haber hecho lo que no debería haber hecho. Otra vez esas ganas de que se abriera la tierra y me tragara para siempre. Por segunda noche consecutiva, había roto todo tipo de barreras con mi mejor amigo de la infancia pese a haberme prometido que no volvería a suceder.

Yo sabía que necesitaba soltarme más a la hora de intimar, me había quedado bien claro en la playa con Benjamín. Pero ya no quería seguir recibiendo ayuda de Alejo, no porque desconfiara de sus intenciones, sino porque ya no me parecía correcto ni justificable lo que estábamos haciendo. Había aceptado la primera vez porque estaba desesperada y porque no me parecía tan mala idea, pero nunca creí que fuéramos a traspasar tantos límites.

No podía dejar de pensar en lo que había hecho la noche anterior, en cómo había transcurrido todo y en las cosas que estuve a punto de hacer... y en las que hice. Parte de la culpabilidad recaía justo ahí, me lo había vuelto a pasar en grande. La borrachera había ayudado y mucho, pero ya no podía justificar mis acciones con eso. Sí, la cita fallida con Benjamín había tenido mucho que ver también en que me volviera a lanzar a los brazos del que fue mi mejor amigo, pero tampoco era excusa. No podía seguir por ese camino, tenía que poner fin a lo que fuera que tuviera con Alejo. Y sabía tenía que demostrar esa firme convicción con acciones, pero en ese momento no me sentía con ganas de verlo.

—¿Cuándo me vas a llamar? —me preguntaba mientras miraba el móvil. Benjamín solía llamarme sobre esas horas, por eso estaba tan impaciente. Y los sucesos de los últimos días me hacían pensar mal de lo que podría estar haciendo en ese momento. Lo más seguro es que tuviera durmiendo, pero yo ya no sabía qué pensar.

Era todo muy desesperante: mi novio fuera de casa, mi hermana trabajando, no tenía amigas, mis padres estaban lejos, y no tenía ganas de hablar con el único con el que me podía desahogar. Sólo me quedaba seguir encerrada en esa habitación con mi linda gatita, o...

—¡Buenos días, Ro! ¿Adónde vas tan arreglada? —me preguntó apenas aparecí en el salón.

—No te incumbe... Eh... Cuida a Luna, por favor.

—¿Eh? Sí... No hay problema... ¿Pero no desayunás nada?

—Ya tomaré algo en la calle. Nos vemos luego.

—Bueno... Chau...

Sabía que lo que estaba a punto de hacer me podía traer muchos problemas con Benjamín, pero era la única salida que veía a mi encierro. Y, además, ya estaba harta de quedarme en casa y no hacer nada más que limpiar y cocinar.

Hacía unas semanas, antes de que todo estallase, Noelia me había dado el número de teléfono de una familia que buscaba una profesora particular para su hijo mayor. Antes de salir, llamé con la esperanza de que todavía estuviera el puesto vacante, y, para mi suerte, así fue. Y ahí es dónde me dirigía, a la primera entrevista de trabajo de mi vida. Sí, sé que tal vez exagero un poco con el término, pero así es como lo veía yo y cómo me lo tomé, como si me fueran a entrevistar en la mejor universidad del mundo.

La casa quedaba a una media hora en tren, bastante lejos. Ya no se podía considerar como parte de la ciudad ese lugar, era más como un pueblito a las afueras. Pensé que ese sitio tendría que ser aterrador de noche. No había gente por la calle y las pocas casas que habían eran enormes y estaban muy separadas las unas de las otras. Parecía el típico lugar donde turistas extranjeros alquilan casas para pasar el verano sin que nadie los moleste.

Llegué a mi destino a eso de las once de la mañana. La casa era tan grande y moderna como las otras, y también estaba alejada de ellas. Supuse que esos diseños tan separados eran para respetar la intimidad de los propietarios, o para que tuvieran un cierto margen para moldear sus patios traseros y delanteros a placer.

Toqué el timbre y me abrió la puerta una señora muy mayor que no me dijo ni "hola", simplemente me hizo señas con la mano para que la siguiera. Por dentro la casa era tal y como me la imaginaba, enorme, llena de muebles y cuadros, el suelo alfombrado y un olor a limpieza que invitaba a quedarse a vivir ahí.

—¡Hola! —me recibió una mujer de muy buen ver. Reconocí su voz enseguida, era la madre del chico al que tendría que enseñarle, Mariela, con la que programé la entrevista por teléfono—. ¡Vaya, chica, qué guapa eres!

—Buenos días. Perdón por llegar tarde, pero es que este lugar está más lejos de lo que parece.

—Me lo vas a decir a mí que estuve viviendo aquí un año entero sin coche... Imagínate. Así que no te preocupes, querida.

—Cielos, debió ser difícil —reí.

—No te das una idea... En fin... ¿Vamos a lo que vamos?

—¡Como usted diga!

La entrevista duró como una hora. Bueno, más que una entrevista parecía una charla entre dos amigas que querían conocerse mejor. Me hizo un montón de preguntas personales, y con cada respuesta mía, salía una anécdota suya que le llevaba no menos de diez minutos contarla. De su hijo no hablamos en ningún momento, ni de cuáles eran los objetivos, ni qué tendría que enseñarle, ni siquiera me había dicho su edad. Estaba perdidísima yo, pero igual no me atreví a preguntarle nada. Y al final hice bien, porque todo salió a pedir de boca, me dio el trabajo y yo no cabía en mí del gozo.

—Bueno, Rocío, ¿qué te parece venir los fines de semana? El horario puedes elegirlo tú. Pero que sea siempre el mismo, por favor.

—Estupendo, Señora Mariela...

—¡Oye! ¡Sin el "señora" o vamos a empezar con mal pie! —me dijo con un falso enfado.

—Disculpe, Mariela.

—¡Tutéame! Vamos, querida, no soy tan vieja... —se rió. Se notaba mi falta de experiencia para tratar con las personas.

—Vale, Mariela. Te agradezco mucho que me des este trabajo. La verdad es que tenía muchas ganas de empezar a ejercer mi profesión, aunque fuera de profesora particular.

—El favor me lo estás haciendo tú a mí, muchacha, te lo aseguro. En fin, ¿me vas a decir el horario o no?

—¡Sí! Pero me gustaría consultarlo primero con Guillermo, y ya nos ponemos de acuerdo a ver cuándo nos viene mejor a ambos —dije refiriéndome a su hijo.

—Eres un cielo, Rocío. Sígueme y así aprovechas para conocerlo también. Debe estar arriba jugando al ordenador.

—¿Hoy no tuvo clases? —pregunté extrañada. Era jueves y estábamos en pleno horario escolar.

—Ya te iré contando cómo son las cosas, querida. Ven, sígueme —concluyó con resignación.

No dejaba de sorprenderme la pedazo de casa que tenía esa gente. Las escaleras estaban también alfombradas y las barandillas relucían. Parecía que caminaba por los pasillos de la Casa Blanca.

—¡Guillermo! ¡Voy a entrar! —gritó Mariela.

La habitación del chico ya se asemejaba más a lo que estaba acostumbrada a ver en el mundo normal. Bueno, "acostumbrada", la única habitación de chico que había visto en mi vida había sido la de Alejo en mis tiempos de estudiante, aunque ésta no estaba tan desordenada.

—Mira, Guille, ella es Rocío, tu nueva maestra particular —dijo mientras me indicaba que pasara. Pero el muchacho no le hizo ni caso.

—¡Ve a por la puta torre, Enrique! ¡A por la puta torre! Es que me cago en la puta. No sirves para nada, joder. Sólo tenías que hacer una cosa, ¡una sola cosa! ¿Cómo cojones puedes ser tan malo? —gritaba con los auriculares puestos. Al parecer estaba en comunicación con alguna persona que no parecía caerle demasiado bien. Pero su madre se encargó de sacarlo de su mundo de improperios y maldiciones quitándole los cascos de la cabeza.

—Oye, ¿me estás escuchando? —le dijo enfadada.

—Ah, hola, mamá. Discul... ¿Quién es ella? —preguntó señalándome a mí.

—¡No señales, maleducado! ¡Y quítate eso de la cara! Ella es Rocío. Y a partir del sábado te empezará a dar clases particulares —me presentó. El chico se me quedó mirando unos segundos, pero no pude ver su expresión. Ttenía una especie de bufanda que le tapaba toda la parte baja de la cara. También llevaba puesto un chaquetón de invierno. Frío no tenía, eso era seguro.

—¿Otra más? Ya te he dicho que no vale la pena...

—¡Oye! ¡Preséntate como es debido! —le gritó aún más enfadada.

—Hola, me llamo Guillermo y soy tonto. Te recomiendo que no pierdas el tiempo con alguien como yo —dijo mientras se daba la vuelta y volvía a centrar su atención en la pantalla. Yo estaba anonadada.

—Tú no le hagas caso. No es tonto, es vago, que es muy distinto —me dijo inmediatamente Mariela—. Y, a ver, tú, la chica quiere saber a qué hora te viene bien a ti para tomar las clases.

—¿Eh? —preguntó

—Hola, Guillermo. Yo soy Rocío y estoy aquí para ayudarte en lo que pueda. Tú no te preocupes por nada —le dije en el tono más materno posible.

—... —se quedó otra vez mirándome fijamente sin emitir sonido. La madre parecía que se estaba aguantando para no golpearlo. Era bastante cómica la escena—. ¿De 5 a 7 está bien? —dijo de pronto.

—¡Sí! ¡Perfecto! ¡El sábado vendré a esa hora! ¿De acuerdo? —respondí con alegría.

—Sí.

Salimos dejándolo que siguiera con sus jueguitos. Y apenas cerró la puerta, me dijo riéndose:

—Te juro por lo más sagrado que es la primera vez que lo veo quedarse sin palabras delante de alguien. Suele ser muy chulito con todo el mundo, pero es que tú... tú lo dejaste mudo. Y es que no me extraña, chica, eres una preciosidad.

Sólo pude devolverle la sonrisa y decirle gracias. Nunca me había sentido cómoda antes los piropos y los halagos. Mi padre siempre me decía que tenía que tener cuidado con las personas que alababan más el físico que la mente. Y supongo que esas cosas, aunque sea en el subconsiente de cada uno, quedan marcadas de por vida.

Estuve hablando como una hora más con Mariela, pero esta vez de su hijo y sobre las cosas con las que tendría que ayudarlo. Resulta que el chico tenía 17 años y estaba pasando por un pésimo momento. Hacía cinco meses que se le había muerto su padre y desde entonces no levantaba cabeza. Había descuidado los estudios hasta el punto que sólo iba a la escuela una vez por semana, y lo único que hacía durante el día era quedarse encerrado en su cuarto jugando videojuegos con los pocos amigos que le quedaban. Porque claro, también su carácter había empeorado, insultaba y maldecía a las primeras de cambio, y así no había quien lo aguantara según su madre. Y la pobre estaba desesperada, ya había recibido varios avisos de los profesores de que podía perder el año si no empezaba a ir a clases. Ellos entendían perfectamente el momento por el que estaba pasando Guillermo, pero no podían hacer nada por él si no ponía un poco de su parte.

Lo cierto es que yo no era psicóloga y estaba muy lejos de ser alguien que pudiera ayudar a los demás a estabilizar sus emociones, y mucho menos en ese momento de mi vida. Pero estaba decidida a conservar ese trabajo, e iba a hacer todo lo posible para que ese muchacho, por lo menos, no perdiera un año de instituto.

—Bueno, encanto, que tengas un buen regreso a casa. Nos vemos el sábado. Cuídate mucho.

—Gracias por todo, Mariela. Te juro que no voy a defraudarte.

—Estoy segura que no, cielo mío.

—¡Hasta el sábado!

Salí de esa casa radiante y con grandes expectativas. Por fin tenía el primer trabajo de mi vida y no me importaba nada lo que pudiera decir Benjamín al respecto. Aunque estaba segura de que no se iba a enfadar, porque su argumento siempre había sido el de "no quiero que trabajes de cualquier cosa", y eso no era cualquier cosa, era un empleo de lo que yo había estudiado.

Media hora después me encontraba en el centro de la ciudad. Ya eran más de las dos de la tarde y no tenía ganas de volver a casa y encontrarme con Alejo, así que decidí ir a ver a mi hermana a su trabajo.

La felicidad que sentía en ese momento había hecho que me olvidara de todos los problemas que habían inundado mi vida esas últimas semanas. Por fin iba a poder ejercer mi profesión e iba a poder salir de esa cárcel sin barrotes que me tenía oprimida en más de un sentido. Sin embargo, parece que no estaba en los planes de quien fuera que manejara mi destino, que yo pudiera tener un momento de paz y alegría. Lo que encontré en mi camino a la cafetería donde trabajaba mi hermana, no me lo hubiese esperado ni en el más pesimista de mis sueños.

Dicen que son instantes precisos los que marcan el transcurso de las vidas de las personas. Pequeñas situaciones que provocan que la gente tome ciertas decisiones, ya sean acertadas o equivocadas, que hacen que ya nada vuelva a ser como era. En mi caso, se podría decir que algo así sucedió ese día, cuando caminando por pleno centro vi a una mujer que no conocía de nada, agarrada del brazo de mi novio en la barra de un bar, mientras él no hacía nada por separarse de ella.

Me quedé congelada en el lugar. No podía creer lo que estaba viendo. Eran las dos y veinte de la tarde y todavía no me había llamado. Se suponía que trabajaba hasta altas horas de la madrugada y que no venía a casa para así tener más tiempo para dormir. Entonces, ¿por qué estaba con esa mujer en ese bar? ¿Por qué prefería estar en la calle con ella en vez de venir a casa aunque sea a verme un rato? Todo mi mundo se estaba viniendo abajo -para variar-, y sabía perfectamente que todo era por mi culpa. Yo lo había empujado a abandonar nuestro hogar, a buscar consuelo en los brazos de otra mujer.

Me senté en un banco que había en esa esquina y perdí mi mirada en el cielo. En ese momento, nada me hubiese hecho más feliz que la tierra se abriera y me tragara para siempre.

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—¿Diga? —dije intentando disimular mi penuria.

—Hola, Ro, ¿dónde estás? —era Alejo.

—En la calle. Iba a ir a ver a mi hermana al trabajo ahora...

—Ah... Perdón por molestarte. Es que como no me dijiste nada, me preocupé...

—Estoy viendo a Benjamín abrazado a otra mujer ahora mismo —le dije sin pensar.

—¿Qué?

—Están en un bar sentados en la barra. Él está comiendo y ella está sentada a su lado agarrada de su brazo y con la cabeza apoyada en su hombro.

—A la mierda... —dijo sorprendido.

—¿Crees que debería ir y preguntar qué está pasando? —continué ya sin esconder mi tristeza.

—¡No! Vos sabés muy bien lo que está pasando y por qué. Si vas ahí ahora y le hacés una escena, se va a pudrir todo.

—¿Entonces qué hago, Alejo? Estoy desesperada —las lágrimas ya caían por mi cara.

—Volvete a casa, no tenés nada que hacer ahí. No, mejor, ¿dónde estás? Yo te voy a buscar.

—¿Qué? No, tú no puedes salir a la calle, a ver si te encuentran esos matones de nuevo y...

—Me importa una mierda. Ahora estás desconcertada y te puede pasar cualquier cosa. Decime dónde estás.

—Está bien...

Al final terminé cediendo. Me quedé esperándolo sentada en ese banco mientras miraba como en la calle de en frente estaba mi novio almorzando con esa desconocida. Ya no estaban abrazados, ahora estaban sentados en una mesa uno frente al otro, y por las risas de ella, pude deducir que se lo estaban pasando fenomenalmente.

Quería que Alejo llegara de una vez y me sacara de ahí, no tenía ganas de seguir viendo como Benjamín se divertía con otra mujer. Y menos ganas tenía cuando pensaba lo tenso y soso que había estado las últimas veces que se había reunido conmigo. Todo era una auténtica mierda... Y más idiota era yo, que pudiendo ir a esperar a cualquier otro lado, prefierí quedarme ahí a seguir mortificándome.

—Dale, boluda, vámonos a la mierda de acá... —me dijo cuando llegó.

Me cogió de la mano y me sacó de ahí rápidamente. No me dijo nada durante el trayecto a casa, estaba demasiado pendiente de que nadie lo reconociera. Miraba para todos lados y en ningún momento aminoró la velocidad. Llevaba puesta una sudadera negra con una capucha que le cubría casi toda la cara. Y por si eso fuera poco, también traía una bufanda y unas gafas de sol negras. Parecía estar asustado de verdad de esa gente que le había pegado. Y yo ahí envolviéndolo en mis problemitas de niña malcriada. Cada vez me sentía peor conmigo misma.

Llegamos al apartamento y me tiré de boca contra el sofá. Ya no lloraba, las lágrimas no salían, solamente pensaba en lo que acababa de ver y en lo que lo había provocado. Alejo se sentó en el borde y me acarició la espalda. Yo estaba demasiado sensible y me aparté de una forma brusca apenas sentí el contacto. No pretendía hacerlo sentir mal, pero es que no era yo misma en ese momento. Me di cuenta enseguida y le pedí disculpas. Después me levanté y me fui a mi habitación, donde permanecí el resto de la tarde.

Y a eso de las nueve de la noche...

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

—Hola.

—¡Mi amor! ¿Cómo estás?

—Bien, ¿y tú?

—Aquí, trabajando... No doy a basto hoy.

—No me digas.

—Pues sí... Mauricio no ha venido hoy y todo es un caos. Menos mal que está Lulú aquí para ordenar un poco las cosas.

—¿Lulú? ¿Tu ex-jefa? ¿No se había ido al extranjero?

—Sí, ella misma. Resulta que le fue mal en Alemania y decidió volverse... Ya te contaré con más detalles.

—Siempre me has hablado maravillas de ella... Me gustaría que me la presentaras algún día.

—¿Eh? ¿Hablas en serio?

—Sí, ¿o tú no quieres?

—¡No, no! Me hace muy feliz que me pidas eso. Lulú siempre me ha insistido con que quiere conocerte.

—Pues cuando tú quieras, o puedas...

—Hoy mismo lo hablo con ella. Estoy seguro de que se va a aleg...

—¿Por qué no me has llamado a la mañana? Te estuve esperando...

—P-Pues... Es que anoche terminé muy tarde y hoy me levanté tarde, y luego se me echó encima la hora de entrada y no encontré un hueco hasta ahora... Lo siento mucho, mi vida.

—Ah, vale.

—¿Estás enfadada por eso?

—Yo no estoy enfadada.

—Es que te noto un poco seca hoy... Pero bueno, ¡debe ser mi imaginación!

—Sí, debe ser eso.

—¡Ah! ¡Mañana voy a hablar con Alutti por lo del piso! ¡Espero tenerte noticias a esta misma hora más o menos!

—De acuerdo. ¿Algo más?

—Eh... no... ¿Estás bien, Ro?

—Sí, Benjamín, estoy bien.

—Bueno... Mañana voy a tratar de llamarte temprano, te lo prometo.

—Como quieras.

—Vale... Pues, hasta mañana, mi amor.

—Adiós.

Y así fue como toda la tristeza que sentía se transformó en rabia. En el fondo todavía tenía la esperanza de que me contara la verdad, y que esa verdad demostrara que yo estaba equivocada, que todo había sido un malentendido. Pero no, Benjamín había preferido mentirme y así conseguir que mis sospechas se confirmaran.

—Así que no tienes lo que hay que tener para decirme las cosas a la cara... Pues perfecto, te voy a demostrar que puedo convertirme en la mujer que tanto anhelas tener.

Con las cosas más claras que nunca y con una convicción que no había sentido en la vida, me levanté de la cama y me fui a buscar a Alejo.

 

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 21:15 hs. - Benjamín.

 

—¡Alevín! —me llamó una vocecita molesta.

—Si vas a estar jodiéndome todo el día, al menos podrías tomarte la molestia de llamarme por mi nombre.

—¡¿Por qué sigues siendo tan borde conmigo?! —dijo mientras agarraba una silla y se sentaba a mi lado.

—Mmm... ¿Enumeramos? Uno: Me chantajeas con decirle a mis jefes que soy un acosador si no hago lo que tú dices. Dos: Me obligas a ir almorzar contigo y haces que me olvide de llamar a mi novia. Tres: Ahora mi novia está enfadada conmigo por el punto dos.

—Pues si te olvidaste de llamar a tu novia por estar conmigo, eso quiere decir que te caigo mejor de lo que dices, jiji. Por cierto, ¿sabe tu novia que acosas a una compañera de trabajo?

—Venga, nos vemos —dije levantándome. No estaba de humor para sus tonterías.

—¡Oye! ¡Espera!

—¿Qué quieres?

—Hoy prácticamente no me hiciste caso, y eso, como mujer joven y bonita que soy, me dolió mucho. Así que mañana quiero que repitamos.

—¿Qué? No, ni lo sueñes.

—Pues se lo cuento todo al jefe —dijo dándome vuelta la cara.

—¿Piensas utilizar eso en mi contra toda la vida? —le recriminé.

—No te estoy pidiendo que bailes desnudo en medio de la oficina, te estoy pidiendo que almuerces conmigo y que me trates bien, nada más —me reprochó. Esta vez parecía ofendida de verdad.

—Bueno, está bien. Pero nada de ir abrazándome cuando te plazca ni tonterías de ese estilo, ¿de acuerdo?

—Vale, vale, me comportaré —dijo con una sonrisa de oreja a oreja. En ese momento me di cuenta por primera vez de lo bella que era. Era una pena que en el fondo fuese una arpía de mucho cuidado.

—Pues eso, mañana a las dos. Ahora si no te importa, tengo trabajo que hacer.

—¡Ok! Ah, mira quién viene por ahí. Te dejo acosar tranquilo, jiji. ¡Adiós!

Supuse enseguida a quien se refiería. Lulú venía caminando a lo lejos y parecía que se dirigía directamente hacia donde estaba yo.

—Listo, ya terminé de organizar todo... —dijo exhausta sentándose en la silla que acababa de dejar Clara.

—Buen trabajo, jefa.

—¿Y tú qué? ¿Cómo lo llevas?

—Pues mal... Tengo un retraso bastante importante...

—Normal... Si te pasas el día coqueteando con becarias... —soltó de la nada.

—¿Pero qué dices?

—Me han dicho que llevas todo el día tonteando con Clara.

—¿Tonteando con Clara? Mira, no sé quién te ha dicho eso ni me importa, pero te garantizo que no es así. Por alguna razón que desconozco, la cría me cogió cariño y ahora no me deja en paz.

—¿Estás seguro? —me preguntó con un semblante bastante serio.

—¿Qué? Me extraña que me preguntes eso precisamente tú, que sabes lo que quiero a Rocío.

—¡Es broma, tonto! Más me extraña a mí que no la hayas pillado al vuelo —rió.

—Vaya... Pues el triple me extraña a mí, porque tú nunca has sido de hacer bromas...

—¡Bueno, basta! Sólo déjame advertirte una cosa. Ten cuidado con esa chica...

—¿Por qué?

—Mauricio la aprecia mucho, y no me gustaría que por un malentendido terminaras en la calle —dijo de nuevo en tono serio.

—¡¿En la calle?! Deja las bromas de una vez, Lu.

—No es una broma. Tú hazme caso, trata de mantener cierta distancia con Clara.

—Sí... —dije sin entender del todo por qué me lo decía.

—Bueno, Benji, por hoy ya he terminado. Mañana nos vemos, que te sea leve.

—¿Te vas tan pronto? Vaya suerte. Cuando yo era jefe de equipo me explotaban tanto como al resto

—Porque Mauri espera grandes cosas de ti, por eso te exije tanto. Venga, nos vemos.

—Seguro que es por eso, sí... Adiós, Lu, cuídate.

En serio, no me parecía normal que Lulú estuviera trabajando tan pocas horas. Mientras los demás nos pegábamos entre 12 y 15 horas por día, ella no superaba las 7 ni de casualidad. No me molestaba, ni mucho menos, es sólo que me parecía raro...

—¿Quieres que te cuente algo interesante? —dijo de nuevo esa vocecita tan molesta.

—¿No te ibas?

—¿Sabías que Mauricio no ha venido hoy porque su mujer se fue de casa? —me dijo pegándose a mí y susurrándomelo al oído.

—¿Qué?

—Lo que has oído. ¿Y sabes por qué se fue de casa?

—Clara...

—Porque descubrió que está engañándola con otra...

—¡Suficiente, Clara! ¡No está bien que vayas contando por ahí las intimidades de Mauricio! —me enfadé de verdad. Esa chiquilla podía poner en riesgo todo el esfuerzo que estábamos haciendo todos los que trabajábamos ahí.

—Tranquilo, Benny, sólo te lo he contado a ti, porque tú sabes muy bien quién es su amante.

—Mira, ya basta...

—Los trabajadores, en especial los jefes de equipo, llevan días preguntándose por qué "Lulú" entra tan tarde y se va tan pronto... Pues bueno, de toda la vida, esos privilegios sólo se consiguen de una sola forma... —continuó susurrándome. Menos mal que había demasiado ajetreo alrededor y que nadie nos ponía atención, porque Clara estaba demasiado cerca y eso podía invitar a más de una confusión.

—Los empleados están demasiado ocupados con su trabajo como para preocuparse por lo que hacen los demás —le respondí en referencia a lo que había dicho.

—Yo estoy todo el día dando vueltas de aquí para allá, sé perfectamente lo que comentan tus compañeros. Bueno, como te iba diciendo...

—No, Clara, no me interesa. Ya te he dicho que conozco perfectamente a Lourdes y a Mauricio, y sé que no...

—Ven un momento conmigo —volvió a interrumpirme.

—¿Puedes parar de interrum...

—Cállate y sígueme.

Me cogió de la mano y, sin darme tiempo a reaccionar, me arrastró en dirección al despacho de Mauricio. Abrió la puerta y me hizo señas de que mirara por la ventana.

—Clara, estamos en un decimosexto piso... ¿Qué quieres que mire desde aquí?

—Toma —dijo mientras me acercaba unos prismáticos.

—Estás de coña, ¿no?

—Calla y mira hacia la cafetería de la esquina, donde solemos tomar el café en los turnos de mañana.

—Sí, la San Mostaza, sí...

—Sí, esa. Ahora date prisa y mira hacia allí.

La miré unos segundos como si estuviera loca y después hice lo que me indicó. Al principio no noté nada raro, la San Mostaza estaba abarrotada como siempre. Pero luego, cuando miré hacia la calle, reconocí el coche blanco de Mauricio, y después me di cuenta de que él mismo estaba apoyado en una de las puertas...

—Vale, sí, es Mauricio, ¿qué quieres demostrar con eso?

—Tú sigue mirando, ya debe estar por llegar...

La miré mal de nuevo y después volví a apuntar los prismáticos hacia la calle. Luego de unos cuarenta segundos esperando que pasara algo, vi acercarse de frente a una chica con una melena rubia que me resultó muy familiar. Acto seguido, la misma joven de la cabellera rubia se subió en el coche de Mauricio, y fui testigo de como el vehículo arrancaba y se alejaba del edificio en el que me encontraba yo.

Dejé los prismáticos encima del escritorio y encaré directamente a Clara.

—Esto no significa nada.

—¿Los has visto? ¿A dónde te crees que van?

—No me incumbe, y a ti mucho menos.

—Yo ya te he enseñado lo que te tenía que enseñar, ahora eres tú el que tienes que decidir qué creer...

—¿Lo que me tenías que enseñar? ¿Puedes decirme qué pretendes con todo esto, Clara? Digamos que tienes razón y están sucediendo las cosas que tú insinúas, ¿qué ganas contándomelo a mí?

—Es que... —dijo mientras se acercaba lentamente—. No quiero que pierdas el tiempo con una mujer que se está tirando a tu jefe cuando podrías poner tu atención en otros objetivos...

—Ya te he dicho que te... que te equivocas... —estaba demasiado cerca y yo ya me estaba poniendo nervioso. Su pecho ya chocaba con el mío y me miraba directamente a los ojos mientras sonreía pícaramente.

—Tranquilízate, Benny... Aquí estamos solos... —dijo a la vez que ponía una mano en mi nuca y se ponía de punta de pie para susurrarme al oído— Me pones muy caliente, Benjamín...

La aparté de un empujón considerablemente fuerte y me fui cagando leches de ese despacho. Eran demasiadas emociones en tan corto intervalo de tiempo. No podía creer que Lulú fuera la amante de Mauricio. No podía creer que ella fuera la que estuviera provocando la destrucción de un matrimonio que llevaba vivo más de 20 años. Pero mucho menos podía creer que la cría estúpida de Clara me hubiera calentado tanto. Porque sí, me había puesto a mil, y sólo con un leve y mísero contacto y un susurro en la oreja.

—¡Oye! ¡Lo de mañana sigue en pie! ¡Ni se te ocurra faltar a tu palabra! —escuché que me gritaba antes de cruzar la puerta que me llevaba a la oficina principal.

Ya no podía quedarme solo, estaba demasiado nervioso y todavía algo excitado, así que cogí mis cosas y me fui a trabajar con el equipo de Luciano, que me recibió con los brazos abiertos. Me quedé ahí el resto de la jornada y no me separé de ellos hasta que tuve que llegó la hora de irnos.

 

Jueves, 2 de octubre del 2014 - 21:15 hs. - Rocío.

 

Sí... Mucha convicción y mucha historia, pero cuando llegué y lo vi, casi salgo corriendo para mi habitación de nuevo...

—¿Estás mejor? —dijo al verme. Pero yo no reaccioné, me quedé callada y permanecí de pie en la entrada al salón—. ¿Rocío? ¿Te pasa algo?

No sé por qué, pero estaba aterrorizada. Había salido de ese cuarto con la firme intención de demostrarle a Benjamín que podía convertirme en la mujer que él tanto esperaba. Pero llegada la hora de la verdad, me acobardé, como me acobardaba todas esas veces que quería hacer cosas con mi novio y no sabía cómo decírselo. Así estaba yo delante de Alejo, rígida y muerta de los nervios. Él, por su parte, continuaba sentado con una revista en la mano y mirándome con una mezcla entre sorpresa y extrañeza.

Entonces, su cara de novedad desapareció y esbozó una sonrisa burlona. Yo seguía congelada ahí mismo en la entrada del salón sin saber qué hacer. ¿Proseguía con lo que me había propuesto o me daba media vuelta y me pensaba las cosas un poco mejor? Pero no tuve tiempo de tomar una decisión. Alejo se levantó de su asiento y se acercó a mí con decisión y rapidez.

—Creo que es el momento perfecto para continuar con las prácticas —me dijo mientras me agarraba de la cintura. Una parte de mí quería apartarlo y decirle que no podíamos seguir con eso, pero otra recordaba a mi novio abrazado a esa mujer y la ira volvía a crecer dentro de mí.

—Vamos al sofá —le contesté con toda la seguridad que pude demostrarle.

Lo tomé de la mano y lo guié hasta el sillón en 'L' que ocupaba medio salón. Me senté primero, respiré profundo y esperé a que él tomara toda la iniciativa. Pero lo que hizo fue muy distinto a lo que esperaba. Se acercó a mí y me acarició la cara con mucha delicadeza.

—Despacito, Ro —rió mientras me miraba como si tuviera delante a una primeriza en el asunto—. Vamos a cenar primero y después nos tomamos unas copitas, ¿está bien?

No dije nada, le esquivé la mirada y estoy segura de que me sonrojé. Me sentía estúpida. "¿Qué estoy haciendo?" me preguntaba mientras me tapaba la cara con las dos manos. Tuve la suerte de que él entendió mis intenciones rápidamente, pero igual no podía evitar pensar que estaba siendo demasiado atrevida. Entonces, levanté la cabeza y analicé mejor la situación... "¿Demasiado atrevida?" pensé. Y era absurdo, sí, porque lo único que había hecho había sido guiarlo hasta el sofá, antes de eso me quedé dura como una estátua de sal al no saber qué hacer. Había sido él el que había sacado sus propias conclusiones. Sí, sé que lo de cogerlo de la mano y llevarlo hasta el lugar donde solíamos llevar a cabo nuestras "prácticas", era una señal importante de mi parte, pero igual...

Nos sentamos a cenar, y, para variar, no hubo ningún tipo de conversación. Cada tanto Alejo soltaba algún que otro comentario para amenizar el momento, pero yo no estaba por la labor. Estaba bastante avergonzada y también muy perdida en mi mundo. Quería con todas mis fuerzas darle una lección a Benjamín y esa noche ir un paso más allá con Ale, pero... ¿Qué significaba realmente "ir un paso más allá"?

—Vamos al sofá, Ro —me dijo de pronto sacándome mi ensimismamiento—. Voy a preparar unas copas. ¿Te gusta el vodka con limón?

Asentí a todo lo que me preguntó y luego fui a esperarlo al sofá. No me hacía mucha gracia tener que volver a recurrir al alcohol para soltarme, pero sabía que no iba a poder conseguirlo si no bebía.

Alejo apareció a los cinco minutos con dos botellas y dos vasos, y se sentó a mi lado. El silencio seguía predominando en el ambiente, y entonces comenzamos a beber para acabar con esa incomodidad. Una copa tras otra fue cayendo hasta que no dejamos ni una sola gota. No eran ni las once de la noche y ya estábamos borrachos. O al menos yo... porque él parecía disimularlo muy bien.

—Creo que ya estamos listo, Ro.

Nuevamente, di vuelta la cara y no le di respuesta alguna. Sin embargo, sabía muy bien lo que estaba a punto de pasar ahí, por eso no hice nada cuando se acercó hasta quedar pegado a mí y me empezó a besar el cuello.

—Ale... —dije tratando de reprimir un gemido.

—Hoy no me voy a contener ni un poquito, así que preparate para disfrutar... —me susurró al oído.

Me asustó un poco semejante afirmación, pero el escalofrío que recorrió mi cuerpo al sentir como sus manos empezaban a acariciarme, me acomodó en la situación enseguida. Giré la cara con seguridad y lo besé. Ya no había vuelta a atrás. Nos fundimos en un beso apasionado que me hizo perder la noción del tiempo. Me dejé llevar y permití que tomara las riendas de la situación. Una vez más, ya no había espacio en mi mente para terceros, en ese momento sólo éramos Alejo y yo, y ahí residía el peligro.

A los diez minutos aproximadamente, ya estaba tumbada en el sofá completamente desnuda y con la cabeza de Alejo enterrada en mi intimidad. Yo gemía sonoramente y le suplicaba que no se detuviera. Y, de esa manera, no tardó en llegar mi primer orgasmo de la noche. Esta vez no me hizo esperar y, bajo la promesa de que no iba a ser el último, aceleró el ritmo de su lengua y sus dedos, y me hizo llegar al climax. Yo no estaba acostumbrada a recibir tanto placer en tan poco tiempo, por eso mi cuerpo, de una forma natural, se relajó provocando que el sueño llegara a mí de forma prematura. Pero Alejo no iba a permitir eso esta vez, así que se incorporó y recostó su fornido cuerpo encima del mío para luego plantarme otro beso que me hizo espavilar enseguida. Una vez conseguido su objetivo, se volvió a poner de pie para terminar de desnudarse él también. Yo todavía me encontraba en un estado de relajación avanzado, y no me di cuenta de lo que estaba a punto de suceder hasta que separó mis piernas y apuntó su miembro a la entrada de mi vagina. Y, acordándome de las palabras que me había dicho hacía sólo unos instantes, tuve miedo por primera vez en la noche.

—No, Alejo... No, por favor... —le supliqué aterrorizada. Pero su respuesta fue veloz. Se volvió a acercar a mi rostro, y de una forma muy tierna y gentil, me dijo...

—No voy a hacer nada que vos no quieras, princesa. Lo que voy a hacer ahora es lo mismo que hicimos anoche, ¿te acordás? Voy a poner mi pene entre tus piernas y vos lo único que tenés que hacer es apretarlas muy fuerte, ¿está bien? —concluyó. Esa amabilidad y esa calma con la que me hablaba, era la que conseguía que me sintiera súper cómoda entre sus brazos. Supongo que por ese motivo había llegado tan lejos con él...

—Vale...

Hice lo que me pidió. Recostada en el sofá, cerré mis piernas con toda la fuerza que tenía en ese momento, él las apoyó en uno de sus hombros, y empezó a moverse a una velocidad moderada. Poco a poco volvió a apoderarse de mí la excitación que había disminuido debido al orgasmo y al susto que me había ocasionado el accionar de Alejo, y, lentamente, comencé a gemir de nuevo.

—¿Estás bien? —me preguntó sin dejar de moverse.

—Sí... No pares...

Y no lo hizo, continuó empujando a gran velocidad, provocando en mi cuerpo esas sensaciones que sólo había conocido con él. Otra vez ya no contenía mi voz, jadeaba y gritaba mientras su pene no dejaba de rozarse con mi vagina. Él fue cambiando la postura y acariciando diversas partes de mi cuerpo. Cuando se cansó de la posición inicial, me cogió de las piernas y me colocó de lado, así pudo agacharse un poco sobre sí mismo para poder besarme. Luego me hizo ponerme boca a abajo y con el culito en pompa, y siguió la masturbación mientras se aferraba con mucha fuerza a mis pechos. Finalmente volvimos a la posición inicial y fue entonces cuando llegó mi segundo orgasmo.

—Aaaah, aaaah... ¡Alejo! —grité sin contenerme una pizca.

—Disfrutá, princesa, te merecés esto y mucho más.

Fueron esas palabras el detonante para hacerme dar cuenta de que ese era el momento. Cuando terminé de retorcerme por el orgasmo, me incorporé con una destreza que me sorprendió. Empujé a Alejo para que cayera de espaldas sobre el sofá y me coloqué entre sus piernas quedando justo delante de su miembro. Comencé a masturbarlo mientras él me miraba ansioso, como esperando que diera el paso de una vez. Sí, ese paso que me había negado a dar la noche anterior. Ese paso que no sabía lo que era hasta ese preciso instante.

"Es ahora o nunca, Rocío..."

Sin dejar de masturbarlo, miré a Alejo fijamente a los ojos durante unos segundos, y tras ver como una sonrisa se iba formando en su rostro, acercé mis labios a su miembro y, poco a poco, me lo fui metiendo en la boca.

—Despacito, Ro, no te apures —me dijo con amabilidad.

Era la primera felación que hacía en mi vida, no tenía ni idea de si había una forma de hacerlo bien. Pero eso no me importaba, yo iba a poner todo de mi parte para intentar darle el placer que mi acompañante se había ganado. Tampoco sabía si iba a poder con todo, porque era demasiado grande. Al primer intento entró mucho menos de la mitad, pero con un poquito de esfuerzo pude engullir un poco más. Cuando quería forzar y tragarme más de esa cantidad, me daban arcadas y tenía que detenerme.

—No te fuerces, linda, no es necesario que te la metas entera. Es importante que uses mucho tu lengua. Ah, y poné la mano donde no lleguen tus labios.

No le hice mucho caso y seguí a mi ritmo. Más de la mitad de ese trozo de carne entraba y salía de mi boca a gran velocidad. Era demasiado grueso, por eso no hacía falta que me dijera que tenía que usar la lengua, porque no quedaba ningún rendijo en mi boca para ocultarla. En un momento, quise volver a intentar tragar un poquito más, así que, apoyando ambas manos en sus muslos, fui bajando la cabeza hasta que en mi boca quedó enterrado más de tres cuartos de él. Aguanté las arcadas como pude y estuve así unos cinco segundos. Luego mi cabeza salió disparada para atrás y Alejo se rió. Mi cara estaba llena de lágrimas y muchos mocos colgaban de mi boca. Estaba completamente desatada. Volví a metérmela en la boca y esta vez sí que me ayudé de la mano para acelerar la masturbación.

—Voy a acabar, Rocío —dijo de pronto Alejo incorporándose y sacándome el pene de la boca.

—No, espera, por favor —le dije fuera de mí. Debía estar irreconocible en ese momento.

Entonces se puso de pie en el sofá, y yo me acerqué a él para volver a chupárselo. No me lo impidió. Agarré su pene con la mano y lo empecé a masturbar mientras saboreaba su glande -y un poco más- con la lengua. De repente, Alejo me agarró con fuerza la cabeza y empezó a penetrarme la boca como si fuera una vagina. Me sorprendí, pero no hice nada por liberarme, estaba demasiado extasiada como para decirle que se detuviera.

—Me vengo... Rocío... no puedo más... —me anunció mientras echaba la cabeza para atrás y aumentaba el ritmo del metesaca.

Por primera vez en toda la noche, tuve un momento de cordura y me libré de él. No estaba dispuesta a que culminara dentro de mi boca. Pero tampoco lo iba a dejar así. Lo hice bajar del sofá y lo seguí masturbando para que terminara en el suelo. Pero cuando ya estaba a punto, me agarró la cara con su mano izquierda, y eyaculó en mi cara. Varios chorros dieron de lleno contra mi nariz y contra mis labios, también manchó mi pelo y un poco fue a parar a mi ojo derecho.

—Ohhhh... Rocío... Sos la mejor, en serio...

Había ido demasiado lejos. Me puse de pie furiosa, y cuando iba a recriminarle lo que había hecho...

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Roooo! ¡Abre! ¡¿Estás bien?! ¡Abre la puerta!

Era Noelia y el momento no podía ser peor. Estaba desnuda con la cara llena de semen, Alejo de pie a mi lado también desnudo, los vidrios del ventanal estaban empañados, y como si todo eso no fuera suficiente, el salón estaba apestado con un olor a sexo que echaba para atrás.

"Riiiiiiing, riiiiiiiiing, riiiiiiiing, riiiiiiiiing".

—¡Rocío! ¡¿Estás ahí?!