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Las decisiones de Rocío - Parte 15.

en Hetero: Infidelidad

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 12:50 hs. - Rocío.

 

Agotada, exhausta, extenuada, muerta. ¿Quién fuera capaz de continuar luego de aquello? Me dolía la cara, la garganta, las manos, los bajos... Pero la sensación era maravillosa, colosal, magnífica, fenomenal. No podía moverme, pero ni falta que hacía. Podría haberme quedado a vivir ahí para siempre; arropada por el cuerpo de aquél hombre que me había enseñado a ser mujer; rodeada por los brazos de ese chico que me había hecho emprender ese viaje hacia una dimensión totalmente desconocida para mí; bajo la suprema protección de ese muchacho al que no le importaba ser el segundo plato de un tío que hacía días no se pasaba por casa. No podía estar más agradecida con él... con Alejo... con mi amante.

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»

El sonido de ese maldito aparato me hizo volver al mundo real. Cada día odiaba más esa canción. La aborrecible voz de ese americanito, cuyo nombre ni me sabía, me hacía alcanzar niveles incalculados de rabia cada vez que sonaba. Porque últimamente esas llamadas no habían hecho más que traerme dolores de cabeza. Ya me resultaba imposible no asociar la palabra "problemas" con "Beautiful Girl".

—¡Arggh! ¡Cállate de una vez! —grité, ya harta, cuando sonó por tercera vez.

Pero esta vez no eran problemas. Sin siquiera tener que mirar, sabía que era Benjamín el que estaba llamando debido a mi impuntualidad. Ya había pasado casi media hora y desde entonces no había vuelto a darle señales de vida. Quizás en cualquier otro momento me hubiese quedado ahí con Alejo, pero esa reunión era demasiado importante para mi futuro. Para nuestro futuro.

—Déjame levantar, por favor —le dije, girando ligeramente el cuello y dándole un tierno piquito en los labios. Todavía me encontraba arrodillada en el sofá y Alejo aún seguía con su pene dentro de mí. Mi movilidad era nula.

—¿Segura? —dijo él.

—¿Cómo que segura? Quítate, anda —insití.

—Esperá...

Sin esperármelo, me cogió del vientre y empezó a caminar hacia atrás sin sacar su ya flácido miembro de mi interior. Entendí que quería seguir jugando y me tuve que poner seria.

—Alejo, que llego tardísimo. Luego cuando regrese, ya...

—Ya está —me interrumpió.

Me soltó de golpe y se separó de mí. Acto seguido, se acomodó la ropa y salió corriendo por el pasillo sin decir nada más. Me quedé de pie, ahí en medio del salón, descolocada y mirando como su culo desaparecía tras la puerta de su habitación. No entendí por qué había salido por patas, pero no le di importancia, no tenía tiempo que perder.

Ahí mismo, por el simple roce de mis propias extremidades con mi piel, me di cuenta de que estaba bañada en sudor. Me palpé un poco el torso por arriba y descubrí restos viscosos por toda la zona. Alejo no se había cortado ni un pelo a la hora de besarme y morderme, y por eso también estaba cubierta de saliva. Me dio un pequeño bajón al pensar que iba a tener que bañarme de nuevo, ya que no tenía nada de tiempo. Pero no me quedaba otra alternativa. Así que, con eso en mente, me subí la braga y los leggins, y empecé a caminar hacia el cuarto de baño.

—¿Y esto...?

Cuando di el primer paso hacia delante, sentí algo húmedo y pegajoso en la entrepierna que me hizo detener. Intenté seguir caminando un poco más, pero me volví a detener a mitad de pasillo porque el roce con la tela me estaba incomodando demasiado. Entré en el baño rápidamente y me bajé las prendas de abajo para comprobar cuán mojada estaba. Agaché la cabeza y observé como un hilo de un fluido semi transparente salía de mi vagina y formaba un pequeño charquito en el centro de la braga. Extrañada, acerqué un dedo y lo unté en la mancha para luego llevármelo a la nariz.

La reacción fue casi instantánea: abrí los ojos y un grito desgarrador salió de lo más hondo de mí.

—¡¡¡ALEJO!!!

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 13:10 hs. - Cafetería Grimi y alrededores.

 

Recién bañada y con un conjunto de ropa completamente diferente que con el que había planeado salir en un principio, Rocío recorría a toda prisa las calles aledañas a su apartamento para llegar lo antes posible a su reunión con Benjamín. Mientras caminaba, inhalaba y exhalaba tratando de disminuir ese cabreo que llevaba encima y que no quería mostrar una vez se encontrara con su novio. Por eso tampoco respondía a las llamadas que no dejaban de llegar a su teléfono.

Estaba furiosa con Alejo. Y consigo misma también, porque, después de todo, era ella la que le había permitido eyacular en su interior. Siempre supo que si lo hacían sin protección era algo que podría llegar a suceder. Era plenamente conciente de ello. Pero igual lo había dejado hacerlo dos veces y la tragedia finalmente ocurrió. Porque así lo veía, como una auténtica catástrofe. Si bien estaba prácticamente segura de que no iba a quedarse embarazada, puesto que sus días fértiles estaban lejos de llegar todavía, sentía que Alejo había traspasado una barrera que no le correspondía a él traspasar. Habían sido muchas las noches en las que se había preguntado cuándo se atrevería a darle ese privilegio a Benjamín. Noches en las que se había replanteado muchas de esas cosas que le habían enseñado en su juventud. En esos días, que tan lejanos le parecían ya, Benjamín siempre comentaba y hacía bromas sobre el sexo sin protección. Siempre terminaban riendo, pero ella no era tonta, sabía que su novio tanteaba el terreno buscando hacer esas fantasías realidad. Sin embargo, nunca llegó a sentirse completamente preparada. Pero sabía que ya era tarde para lamentarse, había ocurrido y punto. Seguir preocupándose sólo le traería más dolores de cabeza.

Pocos metros antes de llegar a su destino, se detuvo en una esquina y no quiso avanzar más. Ya no sabía si quería encontrarse con Benjamín. Se sentía sucia; sucia y mala. Seguía enfadada con él por todo lo que la había hecho pasar esas dos malditas semanas; por sus contínuos desplantes y por haberla hecho llegar al punto de replantearse seriamente su relación con él. Lo amaba, lo amaba como nunca había amado a nadie, pero no estaba segura si ese amor seguía siendo correspondido. Y la simple duda no hacía más que alimentar su ira. No obstante, y a pesar de todo, seguía preguntándose si todo lo que había estado haciendo con Alejo estaba realmente justificado.

Finalmente, se asomó entre la multitud y visualizó la cafetería en el fondo. Se llevó las manos a la cara e Intentó autoconvencerse de que todo estaba bien; de que ella no tenía la culpa de nada y de que si había alguien que tenía que estar arrepentido, ese alguien era Benjamín. Quería mentalizarse y retomar esa convicción con la que había salido de casa. Más allá de que Alejo fuese su amante, también era su amigo y no podía permitir que terminara en la calle.

Dio un último vistazo a la cafetería y entonces reconoció la figura de Benjamín. Estaba levantándose de una de las mesas de la calle y le pareció ver que se disponía a irse. Se maldijo por haber dejado pasar tanto tiempo y emprendió una carrera entre toda la gente para intentar alcanzarlo.

—¡Benjamín! —gritó sin importarle si llamaba mucho la atención o no. Se desesperó y volvió a gritar, esta vez más alto—. ¡Espera! ¡Benjamín!

Observó con alivio cómo éste se daba la vuelta y reparaba en su presencia. Dejó de correr y terminó el trayecto caminando. Cuando llegó a su lado, intentó recuperar el aliento y se disculpó con él.

—¡Lo siento! ¡Lo siento mucho!

Cuando todavía estaba pensando lo próximo que le diría, Benjamín se adelantó y le dio un abrazo que nunca se esperó. Y Rocío sintió como algo volvía a cobrar vida en su interior. Como si algo que había estado durmiendo durante mucho tiempo hubiera vuelto a despertar. Y se sintió feliz, muy feliz de volver a ver a su novio y de que él hubiera reaccionado de esa manera al verla. Por eso, le devolvió el abrazo y apoyó su cabeza contra su pecho para sentir nuevamente ese latido que tanto había extrañado.

—Vamos adentro, que hace frío —dijo él con la mejor de sus sonrisas. Ella asintió, devolviéndole el gesto, y entraron agarrados de la mano.

Una vez dentro, caminaron unos metros y decidieron sentarse en la mesa que más alejada estaba. Tenían muchas cosas de las que hablar e iban a necesitar la mayor intimidad posible.

—Perdóname, en serio... —volvió a disculparse ella.

—No pasa nada, mi vida —contestó él sujetándole una mano—. Me venía bien tomar un poco el aire.

Más allá de esos gestos de cariño que le salían de forma espontánea, Benjamín era un mar de nervios. Si bien lo había tranquilizado considerablemente que Rocío no mostrase una actitud hostil hacia él, no podía evitar sentir cierta impaciencia por lo que estaba por acontecer. Se moría por saber qué había retrasado tanto a su novia, pero no se atrevía a preguntárselo, y eso aumentaba más su ansiedad. No quería hacer nada que pudiera incomodarla lo más mínimo. Había ido allí para hablar y quería que todo fluyera en un ambiente donde ambos pudieran soltarse y decirse a la cara todo lo que les estaba preocupando.

—¿Por qué no comemos algo? Ya que estamos... —improvisó él, intentando romper el hielo.

—No tengo mucha hambre —respondió Rocío, haciendo un gesto de disculpa.

—Oh, bueno. ¿Quieres algo para beber aunque sea? No quiero que nos echen por no consumir nada —rio, intentando que no se notara que le había afectado su negativa.

—Eh... Venga. Vale.

Rocío tampoco se quedaba atrás en lo que a nerviosismo se refería. Si Benjamín estaba como un flan, ella era una gelatina viviente. Toda esa convicción con la que había encarado esa reunión ya no existía, se había ido esfumando con el correr de las horas. Todo aquello que estaba planeado minuciosamente; todo lo que haría y lo que le diría, todo se había truncado al verlo. Estaba en blanco y no tenía ni idea de cómo iba a hacer para sacar el tema que la había llevado hasta ahí. El silencio se hizo dueño de su pequeño mundo hasta que llegaron las bebidas.

—¡Jod...! ¡Mil disculpas! —dijo de pronto el camarero luego de derramar un poco del agua fuera del vaso.

Ninguno de los dos le puso atención a ese pequeño detalle, pero Rocío fue la única que reaccionó ante la disculpa del chico y le hizo una seña con la mano dándole a entender que no se preocupara. En un momento, le pareció ver que el muchacho se quedaba mirando a Benjamín, pero lo atribuyó a su imaginación y volvió a tratar de meterse un poco en esa charla que todavía no había dado comienzo.

Una vez el torpe empleado se hubo ido, Benjamín, que había estado mirando a la nada intentando trazar un camino a seguir, comenzó a hablar de cosas triviales tales como el clima, lo bonito que era ese establecimiento, de lo lejos que estaba la salida de los baños en caso de que ocurriera una emergencia, etcétera... Estaba nervioso, sí, pero hacía rato que había reparado en que ella también lo estaba, por eso quería darle pie para que comenzara a hablar de lo que fuera que quisiera hablar, ya que ella era la que lo había citado allí. Pero Rocío sólo respondía con risitas y monosílabos. Y no le quedó más remedio que tomar la iniciativa él.

—Bueno, supongo que tenemos muchas cosas de las que hablar, ¿no? —dijo sonriéndole y esperando su aprobación.

—Sí... —respondió ella, no del todo segura.

—Pues bien, comienza tú, que para algo fuiste la que me citó aquí.

Más allá de cómo se encontrara en ese momento, las cosas no estaban transcurriendo exactamente como Rocío se las había imaginado. Cuando se sentó en el salón de su casa a detallar cada paso que daría en esa reunión, ella había previsto a un Benjamín pasota, no muy predispuestos a hablar y con prisa por irse. Un Benjamín poco receptivo que le respondería "sí" a todo y recién mostrándose un poco más interesado en ella cuando salía a flote el tema de Alejo. En ese momento, en su mente, ella se ajustaba los pantalones y le ponía los puntos sobre las íes, diciéndole que si no le parecía correcto que su amigo se quedara más tiempo, que se lo hubiese pensado antes de dejarla abandonada. Y, ante esa nueva Rocío dominante, imaginaba que él terminaría accediendo y luego cada uno regresaría por donde había llegado. Era cierto que Benjamín nunca se había comportado de esa manera con ella, pero le sobraban motivos para pensar que quizás esa pudiera ser la primera vez. No obstante, la realidad se estaba presentando completamente distinta. El hombre que tenía en frente se estaba comportando totalmente al revés del de su película mental. Y las palabras seguían sin llegarle a la boca.

—O no —dijo él de pronto.

—¿Qué? —preguntó ella, aún aturdida.

—Que mejor comienzo yo.

Al notarla tan dubitativa, Benjamín comenzó a sospechar que algo no iba bien. Había acudido a esa cita pensando que Rocío quería arreglar las cosas con él y para hablar todo lo que no habían podido hablar esas últimas semanas. Sin embargo, la conocía de sobra como para no notar que Rocío quería decirle algo más y no sabía cómo hacerlo. La idea de que pudiera estarle siendo infiel con aquél desagradable muchacho volvió a revolotearle por la cabeza, así como la imagen de la caja de preservativos abierta encima de su mesa de noche. Sintió que se le empezaba a formar un nudo en el estómago y se vio obligado a deshechar todos aquellos pensamientos negativos. Sabía que sacar conclusiones precipitadas sólo le traería dolores de cabezas y no quería ensuciar el buen reencuentro que había tenido con su novia.

—Antes que nada, quiero pedirte perdón... —comenzó, ante la extrañada mirada de Rocío—. Sé que he sido un novio horrible, un novio de... mierda, un... un... No se me ocurren adjetivos para calificarme como me lo merezco. Sé que al principio habíamos quedado en que nos apoyaríamos mútuamente; que juntos íbamos a poder superar estas semanas tan difíciles... Pero no, te dejé de lado... —se detuvo entonces y tomó un trago de agua—. No pretendo justificarme, ni mucho menos, pero creía que aguantando esto a solas iba a conseguir que tu sufrimiento fuera mucho menor. Lo que nunca tuve en cuenta fue que tú, al igual que yo, estarías sola en el proceso. Y sé que ahí yace mi mayor error. Nunca me paré a pensar si era lo que querías, si estarías bien con eso, y hoy me arrepiento. Pero, si hay algo que te puedo asegurar, Rocío, es que no dejé de pensar en ti ni un solo momento. Y que me parta un rayo aquí mismo si estoy mintiendo.

Esa disculpa había pillado completamente desprevenida a Rocío. No entendía nada de lo que estaba pasando. La cara de Benjamín irradiaba tristeza y arrepentimiento, y ella no lograba entender la razón. Nada de lo que ella había deducido con Alejo estaba cuadrando con la realidad que tenía delante de sus ojos. Para ella, se suponía que Benjamín había estado mintiéndole y viéndose con otras mujeres porque ya se había cansado de ella, porque tenía grabadas a fuego las enseñanzas de sus padres y eso no lo dejaba sentirse realizado como hombre. ¿Acaso se había arrepentido? ¿Acaso el amor que tenía por ella era más fuerte que sus deseos más primitivos? No lo sabía, no tenía la más mínima idea. ¿Estaba mintiéndole sólo para sacársela de encima? No, estaba segura que no. Rocío podía sentir en su propia alma la sinceridad de las palabras de Benjamín. Esa disculpa provenía directamente del corazón.

—No digas nada, por favor... —la frenó cuando vio que estaba a punto de replicar—. No quiero que nada que me puedas decir influya en lo que yo te voy a contar ahora —le dijo, con toda la seriedad que pudo juntar.

—Benjamín, yo es que...

—Insisto, mi amor. Te debo muchas explicaciones, muchísimas más de las que tú te imaginas, y estoy dispuesto a dártelas todas hoy mismo. No quiero que haya más secretos entre nosotros.

Su intención era mostrarse lo más sincero posible con ella, pero a la vez seguro. No obstante, estaba muerto de miedo. Aterrorizado. No estaba listo para presenciar la reacción de Rocío luego de que le contara toda la verdad. Quería permanecer positivo, pero sufría con la mera idea de que su confesión pudiera terminar de hacer añicos su relación con ella.

Se bebió el contenido de su vaso de un solo trago y respiró profundamente intentando tranquilizarse. Sabía qué era lo que tenía que hacer; su conciencia se lo pedía y estaba más que dispuesto a complacerla.

—Verás...

Y así comenzó a contarle todo lo que había estado aconteciendo en su vida esos últimos días. Más allá de que muchas cosas ya pudiera saberlas y le pudieran resultar de poca trascendencia, decidió comenzar por lo que él consideraba el principio de todo: la vuelta de Lulú a la empresa. Le contó con detalles su reencuentro con ella y cómo luego Mauricio había decidido degradarlo en su puesto de trabajo en detrimento de la mismísima Lourdes. La primera reacción de Rocío fue de sorpresa, puesto que él nunca le había dicho que ya no era más el jefe de su sección. Benjamín le explicó que esa decisión había injerido directamente en sus obligaciones diarias y, por consiguiente, en su derecho de poder manejar, en cierta medida, sus horarios a su antojo.

—No sé si te vas a tomar muy bien esto que te voy a decir ahora, pero, en fin... Hubo días en los que pude haber ido a casa a pasar la noche contigo, pero preferí no hacerlo... ¿Sabes por qué? Porque no quería llegar a casa a las tantas de la madrugada, acostarme a dormir hasta tarde y al día siguiente tener que irme sin apenas haber podido intercambiar palabras contigo... Sabía perfectamente que lo estabas pasando mal y eso no hubiese sido bueno ni para ti, ni para mí. Ahí entra de nuevo mi egoísmo, lo sé, y te pido disculpas otra vez.

Mientras Benjamín terminaba de pronunciar esas últimas palabras, la ya extremadamente blanca cara de Rocío comenzó a palidecerse como si acabara de ver un fantasma. Esa confesión había sido una flecha directa hacia su corazón. Era imposible que pudiera olvidar que su infidelidad con Alejo había comenzado el día que descubrió aquella carpeta con sus horarios del trabajo, ese mismo día que dio por hecho que Benjamín ya se había cansado de ella. Sintió que el aire empezaba a faltarle y un acongojo muy grande comenzó a ascender por su cuerpo. Apuró su vaso de agua hasta el final y se disculpó un momento para ir al baño.

Benjamín, resignado y con el corazón encogido, la dejó ir y comenzó a preguntarse de nuevo si estaba haciendo lo correcto. El enfado de su novia le pareció evidente y ya ni se quería imaginar la que iba a poder montar luego de conocer el resto de la historia.

En el baño, Rocío comenzó a llorar desconsoladamente y a maldecirse por, según ella, haber sido tan estúpida. Tenía ganas de meter la cabeza en una de las tazas de aquél pequeño servicio y no sacarla hasta dejar de respirar. Por primera vez desde que todo aquello había comenzado, quizás llevada por el golpe de realidad que acababa de sufrir, entendió la gravedad de lo que había estado haciendo hasta ese entonces. Y, en su ingenuidad, intentó quitarle toda culpa a Alejo, porque todavía estaba convencida de que él sólo había querido ayudarla. Estaba desesperada y no sabía qué hacer; cómo salir y volver a mirarlo a la cara. Se estampó varias veces las manos llenas de agua en la cara e intentó serenarse. Para más inri, todavía notaba cierto escozor en su entrepierna por la sesión de sexo salvaje que había tenido antes de salir de casa, y eso no hacía más que aumentar sus ganas de morirse.

—Rocío, ¿te encuentras bien? —dijo Benjamín del otro lado de la puerta luego de unos cuantos minutos.

—¡Sí! ¡Enseguida voy! —dijo fingiendo una voz que a su chico no le resultó nada convincente.

A los diez minutos, salió de aquél cuartito mucho más serena y volvió a dirigirse a su mesa. Los síntomas de que había estado llorando eran evidentes y Benjamín se maldijo por ello. A esa altura, él estaba inmerso en un estado de culpabilidad que enceguecía cualquier capacidad para notar la exageración de su novia al montar ese pequeño numerito por una cosa de tan pequeña magnitud.

—Lo siento, mi amor... —dijo estirando su mano e intentando atrapar la suya, pero Rocío la retiró antes de que él pudiera hacer contacto. Se sentía sucia y no se atrevía siquiera a tocarlo. Pero ese gesto de rechazo hizo que él se sintiera peor todavía.

—¡No! Yo... —reaccionó ella cuando se dio cuenta, pero Benjamín la interrumpió con algo que había planeado guardarse hasta el final.

—Quería darte la sorpresa a lo último, pero como veo que esto te afectó tanto, qué mejor momento que ahora, ¿no? —rio tristemente.

—¿Qué...? ¿Qué sorpresa?

—Por fin se terminó, princesa. Hoy es el último día de este calvario. Mauricio nos dijo que a partir de mañana podemos volver con nuestros horarios habituales.

Los ojos de Rocío se abrieron de par en par y no pudo evitar levantarse corriendo de la silla y abrazar a Benjamín. Se sentía perdida como nunca lo había estado en su vida, pero encontró un atisbo de esperanza en esa fantástica noticia que le acababa de dar. Había echado a perder todar la confianza que él había depositado en ella, pero sabía que podía remediarlo si empezaba a pasar más tiempo con él desde ya. Quizás esa forma de pensar no era más que fruto de la desesperación que sentía, pero necesitaba aferrarse a algo y aquello le vino de maravilla.

Todo el bar se había girado para mirarlos, pero a Benjamín no le importó. Rocío le comía la cara a besos mientras él terminaba de asimilar ese regalo que el cielo le estaba mandando. Sus miedos habían desaparecido uno detrás de otro y se sentía dichoso. Su chica se había abierto y había dejado que sus verdaderos sentimientos salieran a la superficie. Ya no tenía nada de lo que preocuparse; Rocío lo extrañaba y para él no había nada más importante que eso.

—Vale, Ro... —dijo cuando sintió que los murmullos incrementaban a su alrededor—. Nos está mirando todo el mundo.

—Sí... Perdona.

Rocío volvió a su sitio y entonces se dio cuenta de que había pasado por alto algo muy importante, el motivo por el cuál había organizado ese encuentro. Las cosas habían dado un giro tan importante que se había olvidado de todo. Pero no se preocupó, la noticia que le acababa de transmitir Benjamín la había devuelto a la vida y ahora por fin volvía a ver las cosas con claridad. Tenía claro que cuando llegara a casa, iba a hablar con Alejo y decirle que su relación de amantes terminaba ahí. No tenía dudas sobre ello. Sin embargo, tampoco quería echarlo a la calle. Después de lo bien que se había portado él con ella no podía hacerle eso de un día para el otro. Y sabía que si se lo pedía, Benjamín le daría un poco más de tiempo para que buscara un nuevo lugar para vivir.

—No sé qué decir, Ro... Sabía que te ibas a alegrar, pero, vaya... Creo que es la primera vez que me besas con gente delante.

—Ya... —rio nerviosamente—. Es que esto ha sido un infierno para mí, Benja...

—Sí, pero ya está. Se terminó todo por fin, mi amor.

Benjamín no podía estar más contento, pero aun así necesitaba terminar de contarle toda la verdad a Rocío. Sólo de esa manera se sentiría completamente limpio y capaz de proseguir con sus vidas.

—Ro... ¿Podemos seguir hablando en otro lado? La verdad es que quiero contarte todo lo que me ha ocurrido en est...

—No —lo interrumpió—. No quiero saber nada más. En serio. Te perdono todo. Absolutamente todo. Quiero dejar el pasado atrás y centrarme en el futuro. En nuestro futuro.

El remordimiento de conciencia en Rocío era demasiado grande y necesitaba aplacarlo de alguna forma. Perdonarlo de antemano por cosas de las cuales no tenía ni idea, servía como remedio para bajar ese sentimiento de culpa que la estaba desgarrando por dentro. Después de todo, ¿qué cosa podía haber peor que una infidelidad?, era la frase que se repetía constantemente.

—Te amo, Rocío. No te das una idea de lo que te amo —dijo él, poniéndose de pie y yendo hacia su lado.

—Vale, pero sigamos afuera. Sí, que aquí ya hemos llamado demasiado la atención —rio ella, cogiéndolo de la mano y tirando de él para que la acompañara.

Caminaron juntos hacia la barra, con Rocío cogida de su brazo y con una sonrisa de oreja que hacía mucho no se le veía. Una vez ahí, Benjamín sacó la cartera y se dispuso a pagar las dos botellas de agua que habían consumido. Cuando levantó la cabeza, se encontró con una imagen que lo desconcertó. Una mirada llena de odio, de rabia, de celos y de impotencia, sobre todo de impotencia, lo observaba desde el otro lado de aquél mostrador de madera. Y lo reconocío al instante. Era Enrique, el supuesto mejor amigo de Clara.

—Vaya... Benjamín, ¿no? Qué sorpresa —dijo sin cambiar ni un ápice el gesto de su cara.

—¿Enrique? ¿Tú no trabajabas en el otro sit...?

—Para tu desgracia no, ya no —lo interrumpió—. ¿Qué pasa? ¿Eres de esos que se follan a todas las que se le ponen por delante y luego las dejan tiradas?

—¿Perdona? Oye, no sé qué te habrán... —intentó responder, ante la atónita mirada de Rocío, pero el muchacho volvió a interrumpirlo.

—¿Tan rápido te has cansado de Clara? ¿O acaso es que esta la chupa mejor?

Todo lo avanzado ese mediodía estaba a punto de caer por la borda por culpa de ese desafortunado encuentro. Todos los sudores fríos, los dolores de cabeza, los nudos en el estómago, las lágrimas, todo ese esfuerzo estaba a punto de desperdiciarse por culpa del despecho de ese joven incauto. Y Benjamín desesperó, tenía que cerrarle la boca como fuera. Y su cuerpo se movió solo; lo sujetó del cuello de la camisa y le propinó un puñetazo en el centro de la cara que lo hizo estamparse de espalda contra una estantería llena de botellas que descansaba detrás suyo.

—¡No! ¡Benjamín! —gritó aterrada Rocío.

Varios consumidores se pusieron de pie e intentaron frenar a Benjamín que ya estaba fuera de sí. Sorprendentemente, se logró librar de todos a la vez y luego intentó cruzar la barra para seguir golpeando a Enrique. Cuando parecía que iba a lograr su objetivo, un hombre de unos 45 años que estaba en la otra punta del mostrador, se acercó hacia él y lo sujetó de ambos brazos, por la espalda, y comenzó a decirle que se tranquilizara, que no valía la pena meterse en un lío por un "niñato bocazas". El tipo era bastante corpulento, así que no le costó inmovilizarlo.

—Niña, ¿tienes 50 euros? —dijo, dirigiéndose a Rocío.

—¿Eh? Dios mío... Sí, sí, los tengo.

Rocío entendió de inmediatio la idea del hombre y sacó de su bolso un billete nuevo de color salmón que dejó del otro lado del mostrador.

—Venga, vamos —dijo el hombre llevándose a Benjamín hacia la salida y haciéndole señas a Rocío para que lo siguiera—. Y vosotros ni una puta palabra de esto a nadie, ¿de acuerdo? —dijo, en tono amenazante a todos los presentes y señalándolos con el dedo.

Dieron vuelta a la esquina y se sentaron en un banco que estaba en medio de la calle. Benjamín ya se había tranquilizado un poco, pero ni su pulso ni su respiración se habían normalizado todavía.

—Venga, chaval, ya puedes calmarte —decía el extraño mientras se encendía un cigarro y se abrazaba al respaldar del asiento de madera.

—Qué vergüenza —dijo Rocío mientras acariciaba la mejilla todavía roja de su novio—. Muchas gracias por ayudarnos, señor, no sé qué decir...

—No te preocupes, niña, cualquiera con sangre en las venas hubiese reaccionado de la misma forma.

—Yo... Lo siento... No sé qué me pasó... —dijo por fin Benjamín.

—Que no te comas la cabeza, chaval, que has hecho bien en partirle la boca. No se puede ir por la vida de esa manera. Hay ciertos cógidos que se deben respetar. Ahora, la próxima vez intenta controlarte un poco, que si no llego a estar yo ahí igual le abres la crisma con una botella rota.

—Muchas gracias, de verdad.

—Nada, en serio, hubiese hecho lo mismo por cualquiera. Por cierto, soy Tristán, mucho gusto.

—Yo soy Benjamín y ella es mi novia Rocío. Encantado.

—Encantada —repitió ella.

—Igualmente. Pues eso, tratad de no aparecer por aquí durante algunos meses por lo menos, que conozco a los dueños del lugar y son capaces de meterte una bala en la cabeza si te llegan a ver—rio al final, llevado por su propia gracia.

—De acuerdo... Y gracias de nuevo.

—Nada. Cuidaos, chicos.

Rocío y Benjamín se quedaron sentados en aquél banco sin terminarse de creer todavía lo que acababa de suceder. Ella se apoyó en su hombro y le siguió acariciando la cara para ayudarlo a tranquilizarse. Él, en cambio, sabía que tenía que darle una explicación a su chica por la acusación del personaje ese, pero no sabía por dónde comenzar. Se arrepentía por no haberle contado todo en el bar, ahora tenía que lidiar con esa nueva piedra en el camino.

—Rocío, yo...

—Te vi hace unos días, Benja —lo interrumpió.

—¿Qué?

—Hace unos días, salí a hacer la compra lejos de casa porque tenía ganas de tomar el aire. Sabes que a veces se me da por hacer cosas como esas, ¿no? Bueno, pues que en el camino de vuelta, te vi en una cafetería, no muy lejos de aquí, almorzando con una chica. No la conocía de nada y ella estaba cogida de tu brazo así como estoy yo ahora. ¿Esa chica era Clara, Benja? —concluyó con toda la serenidad del mundo y sin ningún tipo de reproche en su tono de voz.

—Sí, esa chica era Clara... —se confesó él.

—¿Has tenido una aventura con ella, Benja? —prosiguió de la misma forma.

—¡No, Rocío! ¡Te juro por lo que más quieras que n...!

—Sh... Sh... No te alteres. Te creo —dijo sin dejar de acariciarle la cara.

—Lo siento, mi vida, yo...

Benjamín rompió en llanto por no sentirse capaz de contarle la historia completa. Sentía que la estaba engañando. Y que ella aceptara tan fácilmente su explicación sin indagar tan siquiera un poco, le dolía todavía más, porque lo hacía sentir como si se estuviese aprovechando de su ingenuidad.

Por otra parte, Rocío había sido absolutamente sincera con lo de pasar página y dejar todo lo demás en el pasado, pero quería saber si él también había estado teniendo una relación a escondidas. Sabía que no tenía derecho a reclamarle nada, pero, ahora que habían vuelto a salir a la luz, necesitaba cerrar definitivamente esas sospechas que hacía días se habían generado. Y esa carita, esas lágrimas y esa mirada tan torturada lograron confirmárselo. No necesitaba nada más. No era tonta, sabía que esa reacción desmedida en la cafetería había sido únicamente para evitar que aquél muchacho siguiera hablando, lo que le daba a entender que probablemente había ocurrido algo entre su chico y la tal Clara. No obstante, la culpabilidad se mantenía latente y seguía aferrándose a eso de "nada que él pudiese haber hecho es más grave que lo que yo he estado haciendo con Alejo".

—Benja...

—¿Qué, mi amor? —dijo todavía con la voz medio quebrada.

—¿Te ha dicho algo tu compañero sobre el piso que le iba a alquilar a Alejo?

—¿Eh? Pues no todavía... Y creo que no lo va a hacer tampoco.

—Vaya... Entonces tendremos que dejarlo quedar un tiempo más en casa hasta que encuentre algo, ¿no?

Benjamín se enderezó y se encontró a Rocío observándolo de frente de una forma que no supo muy bien cómo interpretar. Su semblante había perdido toda emoción y estaba seria, muy seria. Y esa mirada hizo que sus huesos se helaran hasta tal punto que sintió que no podía moverse. Algo así como cuando había leído sus mensajes de texto en casa de Lulú. Esas líneas carentes completamente de sentimientos ahora se habían trasladado a su cara. Y se sintió impresionado, inhibido, asustado...

—Sí, supongo... Tampoco es cuestión de dejarlo tirado en la calle de un día para otro.

—Sí, eso pienso yo —dijo ella, sin cambiar el gesto—. ¿No se te hace tarde para el trabajo?

—¡Cielo santo! ¡Mauricio me va a colgar! Venga, vamos, que te alcanzo a casa.

—No, tranquilo, que tengo que pasar por un sitio antes.

—¿Segura? Te llevo a donde necesites ir.

—Que no, en serio. Ve a trabajar, no quiero que tengas más problemas por mí.

—Vale... Te amo, Rocío.

Ella no le respondió, en su lugar se abalanzó sobre él y le estampó un beso en el centro de la boca que dejó a Benjamín viendo las estrellas durante varios minutos. Uno de esos besos que tanto había perfeccionado las últimas semanas y que por fin se lo podía dar a su novio. Cuando se separaron, Benjamín la saludó con la mano y luego emprendió una torpe carrera hacia donde había dejado su coche.

—Benja, ¡espera! —gritó ella de nuevo y corrió hacia él—. Noelia descubrió que Alejo se está quedando con nosotros. Creo que alguna vez te comenté lo que piensa de él, ¿no? Como sea, antes me dijo que te iba a llamar para decirte no sé qué cosas. No le hagas mucho caso, ya sabes cómo es cuando se le mete algo en la cabeza —concluyó, esta vez sonriéndole como sólo ella sabía.

Benjamín, un poco descolocado, asintió sin mucho convencimiento y luego siguió su camino hasta su vehículo. Y Rocío sintió como esa ruleta de emociones que llevaba girando desde muy temprano en la mañana se detenía por fin. Y se detenía en una casilla que en ningún momento se hubiese podido imaginar que lo haría. Euforia era la palabra. Estaba eufórica porque en tan sólo un par de horas había logrado reconducir su vida por completo. Su relación de pareja había recobrado su forma original y su amigo seguiría viviendo bajo su mismo techo tal y como lo había planeado. Ahora sólo le quedaba arreglar un tema...

—Guillermo, voy para tu casa. Avísale a tu madre.

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 15:00 hs. - Rocío.

—¡Rocío! ¡Tú por aquí!

—Buenas tardes, disculpas por...

—¡No! ¡Ni lo digas! ¡Pasa y siéntete como en casa! Enseguida te traigo un aperitivo. ¡Guillermo, baja! ¡Que está aquí Rocío!

—¡No es necesario! Yo sólo venía a... renunciar.

No llegó a escuchar esa última palabra porque ya había salido disparada hacia la cocina, pero me hubiese gustado que lo hiciera, y terminar rápido con todo aquello.

Luego de mi exitosa reunión con Benjamín, decidí que necesitaba extirpar todos los problemas de mi vida de raíz. Me encantaba ejercer de lo que había estudiado, aunque fuera un par de horas a la semana y a un solo alumno, pero ese chico se había convertido en una peligrosa carga que ya no estaba más dispuesta a llevar conmigo. Por eso fui directamente a su casa a hablar con su madre y decirle que hasta ahí había llegado.

—Oye, ¿te gusta el café? No, espera, una señorita tan bella como tú seguro que prefiere una taza de té, ¿no? Ey, no te quedes ahí de pie, ponte cómoda, hazme el favor —dijo señalándome con el dedo el sofá.

—Vale...

—¿Y bien? Dime, ¿té o café?

—Una tacita de té está bien, gracias —le sonreí como buenamente pude.

Mariela estaba pletórica. Si bien sólo la había visto un par de veces antes de ese día, yo la tenía como una mujer tristona con una gran fuerza de voluntad. Pero esa vez estaba diferente, hasta el punto de parecer otra mujer. Su peinado había cambiado, se notaba que había pasado por la peluquería. También se había maquillado... De no ser porque estaba vestida de andar por casa, hubiese pensado que estaba esperando la visita de algún hombre.

—Muchas gracias —dije saliendo de mis pensamientos y aceptando la infusión que me ofrecía.

—No, gracias a ti, cariño mío. Supongo que ya lo te habrá dicho, ¿no? ¡Un 9.4, Rocío! ¿Qué has hecho? ¿Dónde tienes guardada la varita mágica? —dijo, riendo a carcajadas luego de darme un leve manotazo en la rodilla.

—Yo sólo intento hacer mi trabajo lo mejor que puedo.

No sacaba ningún beneficio pinchándole la burbuja a la señora, pero ganas no me faltaban. Me parecía una buena persona y no me gustaba que su hijo estuviera jugando con ella de esa manera, pero yo ya tenía demasiados problemas en mi vida como para también tener que cargar los de los demás.

—Sí, como todo el mundo, cielo. Pero es que nadie había logrado siquiera que pudiera aprobar, ¡y tú has hecho que roce el 10! Si es que todavía no caigo, disculpa —dijo dando un buen sorbo a su taza de té.

—Ya...

—¡No seas tímida! ¡Regodéate de lo que has conseguido! Mira, conozco varios padres que tienen problemas similares con sus hijos. Te voy a recomendar a todos ellos. Te aseguro que trabajo no te va a faltar.

Me sorprendió semejante propuesta así de la nada. Quería desprenderme de esa familia y de cualquier cosa que tuviera que ver con ellos, pero esa ayuda me venía fenomenal y más en ese momento. Quería demostrarle a Benjamín que yo también era capaz de llevar una buena suma de dinero a casa.

—Cielos, Mariela, pues eso me vendría muy bien. Se lo agradecería mucho.

—Sí, tú no te preocupes que yo me encargo. Estoy segura de que les vas a causar buena impresión.

—Gracias, de verdad.

—Nada, hija. Y bien, ¿a qué se debe tu visita? ¿Habías quedado con Guillermo para algo o...?

—Eh... Pues justamente venía para hablar con usted.

—Que no me trates de usted, cónchale, que me haces sentir vieja —dijo, frunciendo el ceño y luego sonriéndome jocosamente.

—Es cierto, perdona. Te decía que venía para hablar contigo. De verdad que estoy muy agradecida por haberme dado esta oportunidad y...

—¡Buenas tardes! —dijo una voz de pronto a nuestras espaldas—. ¡Pero si es mi profesora favorita! ¡Ven que te de un abrazo!

Guillermo se acercó hacia nosotras a gran velocidad gracias a sus exageradas zancadas y se abalanzó sobre mí para hacer lo prometido. Sus fuertes brazos rodearon mi torso y no pude hacer nada para detenerlo. Mi cara quedó pegada a su cuello y no pude evitar apreciar lo bien que olía. No sabía si era su gel de ducha, su perfume o simplemente una colonia, pero el chico emanaba un aroma a hombre que hubiese hecho rendir a cualquier muchachita buscando tema. Sin embargo, no permití que el abrazo durara más de dos segundos.

—¡Suelta, listillo! —le ordenó su madre, dándole pequeños golpes en la espalda cuando ya nos habíamos separado—. ¿Tú desde cuando eres tan espabilado?

—Es mi manera de darle las gracias, Ma, no seas tan sosa.

—¡Seguro que sí, golfo! Discúlpalo, Rocío, es que todavía está radiante por la noticia del examen. Él no es así —aseguró Mariela. «Anda que no», pensé.

—¿Me puedo unir a vosotras? —dijo, sentándose a mi lado sin que nadie lo invitara.

—Claro, mi vida. Justo Rocío estaba a punto de decirme algo... ¿Qué era? —sonrió y volvió a dirigir su mirada hacia mí.

—Que estoy enormemente agra...

—Espera —me interrumpió de nuevo el crío—. Aprovechando que Rocío también está aquí, me gustaría decirte algo mamá. Puede que suene repentino, pero ya no me lo puedo guardar más. Quiero que me perdones por todo lo que te he hecho pasar estos últimos meses. En serio —dijo el chaval, dejándonos perplejas a ambas.

—¿Qué? —dijo la madre, con los ojos más abiertos de lo normal.

—Que sí, mamá, que lo siento mucho. No he sido el hijo ideal y sé que no lo has pasado bien por mi culpa. Pero, igualmente, nunca te rendiste y permaneciste a mi lado intentando levantarme el ánimo a pesar de mi pésima actitud —continuó, con una seriedad que me hizo estremecer. No sabía si estaba intentando vendernos la moto como ya había hecho conmigo hacía solamente 24 horas, pero si ese era el caso, estaba claro que el chico tenía un don nato para la actuación.

—Guillermo...

—Así que gracias, mamá. Te quiero mucho.

Tras decir esa frase, se puso de pie y se fundió con su madre en un abrazo que me pareció eterno. Mariela había roto en llanto y le daba las gracias a su hijo por un sin fin de cosas que es innecesario enumerar. Cuando se soltaron, me pareció ver que a él también le caían algunas lágrimas por los mofletes. No me lo podía creer.

Entonces entré en una nueva guerra interior. ¿Me había apresurado al juzgar al chico? Me parecía demasiado evidente el engaño con lo del examen, pero es que esa escena era demoledora. Ni el más sinvergüenza del país utilizaría a su madre de esa manera sólo para tocar un par de tetas. Además, los gestos, las palabras... era imposible que todo eso fuera fingido.

—Y tú, Rocío... —dijo, girándose de pronto y volviendo a mi lado—. Tú me has hecho abrir los ojos. Gracias a ti me he dado cuenta de cuán hermoso es todo lo que me rodea. De no ser por ti todavía estaría encerrado en esa habitación desperdiciando mi vida. Y no lo digo sólo por el examen, sino por todos los consejos que me has dado. Por eso, por los ánimos, por, por todo... Te voy a estar agradecido de por vida.

—Guille, yo... —intenté responder, pero...

—Y yo también, cariño. Mira lo que has conseguido con tan sólo unas horas de tu tiempo. Eres como un angelito que mandaron desde arriba para ayudarnos a enderezar nuestras vidas. Y vaya si lo has conseguido —concluyó Mariela.

La situación me terminó de sobrepasar y terminé llorando yo también. El agradecimiento de ambos me llegó llegó al corazón. Sí, podía ser que el chaval nos estuviera engañando, pero no lo pude evitar.

—Bueno, basta de sentimentalismos, que si no vamos a arruinar este momento tan bonito —exclamó Mariela, a la vez que daba un sonoro aplauso—. Bueno, a ver si por fin me puedes decir eso que me ibas a decir, cielo.

—¿Eh? Ah, sí... Pues...

Mariela me miraba con una sonrisa llena de amor maternal esperando que dijera algo. Sopesé la posibilidad de que todo ese discurso hubiese sido una argucia del crío sólo para entermecerme porque había visto mis intenciones desde lejos. Si así era, lo había logrado, porque ya me sentía incapaz de hacerle ese feo a la madre. No podía, simplemente no podía.

—No, que venía para volver a planificar nuestros horarios. Es que mi pareja mañana vuelve a casa y me gustaría tener los fines de semana libres. ¿Habría algún inconveniente? —dije finalmente.

—¡No! ¿Qué inconveniente va a haber? Qué susto, mi niña, yo pensé que ya te habías hartado de este cabeza dura—sentenció, dándole un coscorrón cariñoso a su hijo.

—No, no... —reí—. Tranquila...

—Pues bien, ¿puedes arreglar todo eso con Guillermo? Yo es que tengo que salir a hacer unas cosas —dijo, poniéndose de pie de golpe y mirando su teléfono móvil.

—Pues preferiría hablarlo conti...

—Sí, mamá, tú vete tranquila a hacer tus recados. Ya me encargo yo de arreglar todo con ella —se adelantó él, girando su cabeza en mi dirección y sonriéndome.

—Pues bien. Ven que te de un abrazo, querida. Gracias por todo —dijo, acercándose y pegándose a mí—. Ya nos veremos durante la semana, ¿no?

—Sí, claro... Gracias a ust... a ti, Mariela.

Cogió un bolso que descansaba encima de la gran mesa de madera del salón y salió de la casa tarareando una canción más feliz que un gorrión por la mañana. Y ahí me quedé sola con Guillermo. Como mi plan inicial de renunciar se había ido al garete, ya sólo me quedaba tener una buena charla con él para explicarle cómo serían las cosas a partir de ese momento. Y, por supuesto, dejarle claro que no volviera a intentar tomarme por tonta.

—Bueno... Aquí estamos —dijo entonces Guillermo, un tanto nervioso.

—Sí, aquí estamos. Y, ahora que se fue tu madre, creo que es momento de que me des unas cuantas explicaciones, ¿no te parece? —le dije con toda la seriedad que pude.

—Vaya, ¿es por el abrazo? Lo siento, me dejé llevar... Vi a mi madre tan contenta que me terminé emocionando yo también.

—Me da igual el abrazo, no me molestó. Y creo que ya sabes de lo que te estoy hablando —volví a inquirirle. Su cara de desconcierto fue notable.

—Pues... no caigo, la verdad.

—Venga ya, Guillermo —dije, ya harta y levantándome del sofá con violencia— ¿Un 9.4? Que no me chupo el dedo, guapo.

—¿Qué pasa? ¿No me crees? Si quieres te muestro la hoja con la nota.

—¡Que dejes de hacerte el tonto! Así sólo vas a conseguir empeorar la ya malísima impresión que me estoy llevando de ti.

—Vale, vale, tranquilízate —dijo, acomodándose en su asiento y poniendo cara de resignación—. Sí, quizás no puse todo de mi parte estos días que estuviste conmigo... O sea, en los estudios digo.

—¿Y por qué? ¿Tú sabes lo mal que lo pasé ayer cuando veía que el fracaso era inminente? ¿Tú sabes la impotencia que sentía al no notar ningún tipo de progreso en ti? Es horrible para una profesora que sus alumnos no aprendan... Te hace sentir inútil.

—Lo siento... Yo no pretendía eso.

—Mira, vine aquí hoy con la intención de renunciar, aunque supongo que eso ya lo sabías, y por eso te marcaste ese discursito de antes.

—¡No! —saltó de pronto y un tanto indignado—. Todo lo que dije antes era verdad. Tanto lo que le dije a mi madre como lo que te dije a ti.

—No estoy diciendo que no, pero no me creo que lo hayas improvisado todo. Más bien me huele a que lo tenías todo planeado porque sabías a lo que venía.

No respondió nada. Lo había pillado y se sintió inhibido. Me pareció buen momento para indagar un poco más y que el chico terminara de sincerarse del todo. Y, además, me pareció también que esa era mi oportunidad para que dejar entrever que no tenía intención de cumplir con lo que habíamos pactado. Tenía la autoridad moral de mi lado y tenía que aprovecharla.

—En fin, no sé qué hacer yo ahora. Si es que no me necesitas para nada. Es un sinsentido que te siga dando clases... —dije, rompiendo el silencio y apoyándome contra el respaldar del sofá.

—¿Por qué lo dices?

—Me vacilas, ¿no?

—No, ¿por qué? ¿Te crees que el 9.4 lo saqué porque en realidad soy alguna especie de súperdotado? —rio—. Saqué esa nota por todo lo que me enseñaste tú.

—No me lo creo... Es que te salió todo demasiado redondo para ser verdad.

—Claro, porque lo analizas todo desde la perspectiva de que soy un monstruo sin corazón que sólo quería aprovecharse de ti —volvió a reír, aunque esta vez con más pena que otra cosa.

—Me acabas de confesar que no pusiste todo de tu parte... ¿Qué quieres que piense? —contraataqué yo.

—A ver, Rocío... —inclinó la cabeza hacia abajo como armándose de paciencia—. Mis problemas con los estudios son reales; mi madre no me llenó de profesoras particulares por capricho mío. Sí, que ayer te hice creer que sabía mucho menos de lo que en realidad sabía, pero ya sabes por qué fue...

—Vaya... ¡Qué bonito!

—Fui sincero en todo lo que te dije —prosiguió, sin hacerme caso—. No tenía ganas de volver al instituto. Ninguna, cero. Ese examen de ayer me daba completamente igual. Pero tú me prometiste algo a cambio si lo aprobaba, así que me esmeré lo máximo posible. Cuando estaba en ese salón y me dieron la hoja del examen, te juro que mi optimismo era nulo. Leí la primera pregunta y, para mi sorpresa, la respondí. Leí la siguiente, lo mismo. Creí que era suerte. La siguiente, también pude contestarla. Hasta que llegó un momento en el que mi mano ya prácticamente se movía sola. Rocío, llené ese papel por delante y por detrás gracias a ti, no porque ya lo supiera todo de antemano —concluyó.

Había tanta contundencia en su forma de hablar que me resultó imposible no creerle. El énfasis impuesto en esas palabras, como intentando darle más veracidad a cada una de ellas, había logrado convencerme. Sentí lástima por él, pero no podía ceder ni un centímetro si no quería terminar semidesnuda en su habitación. Todavía no era el momento de ablandarme.

—No sé, Guillermo... Va a ser complicado que vuelva a confiar en ti.

—Pues yo ya no sé qué más decirte... —respondió, bastante abatido.

—Nada, no hace falta que digas nada más. Voy a seguir dándote clases, pero ya no creo que pueda volver a verte con los mismos ojos. Venga, ahora vamos a dejar lista la agenda para el resto del mes, que tengo prisa —dije, intentando parecer lo más autoritaria posible.

—Vale...

Estuvo en silencio los diez minutos que me tomé para hacerle el cuadrante con los días y los horarios de las clases que le impartiría a partir de esa semana. Por momentos, alzaba la vista y lo miraba de reojo, encontrándome con un chico triste y arrepentido, que jugaba con sus manos esperando que yo terminara. Me destrozaba el alma verlo así, pero tenía que mantenerme en mi posición.

—Bueno, ya está. ¿Lunes y jueves a la hora de siempre te parece bien? No te puse el viernes para que puedas tener el libre el último día de la semana.

—Sí, me parece bien.

—Perfecto entonces, aquí tienes —dije, ofreciéndole el papel.

—Ok...

—Pues bien, eso es todo. Ya me tengo que ir.

Acomodé un poco mi bolso por arriba, me acomodé un poco las botas y me puse de pie despacio, intentando que no pareciera que tenía ganas de salir cuanto antes de esa casa. No le quise dar dos besos para despedirme, preferí caminar hacia la puerta y luego decirle adiós desde ahí, pero...

—Mira, Rocío, ayer te la jugué un poco, sí. Lo reconozco y me arrepiento —dijo, de pronto, y se detuvo como intentando seleccionar bien las palabras que diría a continuación—. Pero tú, ahora mismo, estás demostrando que no tienes palabra.

—¿Qué? —respondí yo, un tanto confusa.

—Lo que has oído. Yo el examen lo aprobé. Puedes pensar lo que te de la gana sobre la manera, pero yo lo aprobé. Y con buena nota además. Cumplí con mi parte y tú ahora estás faltando a tu palabra.

—¿Lo dices en serio? —insistí. No me lo podía creer.

—¿Puedes dejar de echar balones fuera? —me miraba desde el sofá con una mezcla de indignación e impotencia. En ese momento sí que aparentaba tener la edad que tenía.

—A ver, repasemos, porque estoy flipando ahora mismo... —tomé aire— O sea, tú me engañas haciendo el papel de tontito que no sabe hacer un par de sumas sólamente para tocarme el pecho, ¿y yo soy la mala por "faltar a mi palabra"?

—Esa es tu versión. Yo ya te he dicho que "el papel de tontito" fue mínimo. Y me da igual cómo te pongas, tú me prometiste algo y ahora te estás escapando por la tangente. Y mira qué bien nos calza la frase hecha.

Estaba anonadada. El maldito crío, que hacía unos minutos parecía que estaba a punto de hacerme un dibujito coloreado para que lo perdonara, ahora me estaba exigiendo en forma de reproche que lo dejara tocarme las tetas. Era increíble lo que estaba oyendo. ¿Cómo se podía tener la cara tan dura?

—Guillermo, basta. Basta, ¿de acuerdo? No tienes la razón. Tú sabes muy bien que lo que yo te prometí fue basado en una mentira que tú mismo comenzaste. Ahora me voy a ir y vamos a hacer como que nada de esto ocurrió, ¿entendido? —concluí, de nuevo con autoridad, y volví a caminar hacia la puerta.

—Pues bien, pero mi madre se va a llevar un buen disgusto cuando le diga el examen lo aprobé porque hice trampas.

—¿Perdona? —me detuve nuevamente.

—¿Has visto lo contenta que estaba mi madre antes? Seguramente le rompería el corazón si le dijera eso... Si hasta fue a la peluquería por primera vez en años...

Algo dentro de mí me pedía a gritos que me detuviera ya, que terminara con ese día de una vez. "¡Basta!", "¡no más sorpresas!", "'¡demasiadas emociones por un día!" Hacía rato que lo venía oyendo, pero era como si ese día estuviera destinada a tener que jugarme la salud con cada persona que me encontrara por el camino. Pero ya lo de aquél niñato estaba colmando el vaso.

—No me puedo creer lo que acabo de oír —dije, todavía pasmada.

—Si quieres jugar sucio, juguemos sucio entonces.

—No caigo todavía... ¿Serías capaz de hacerle eso a tu propia madre?

—No me gustaría, ya te lo he dicho. Hace tiempo que no la veo tan feliz. Pero si tú me obligas...

—Guillermo, que estamos hablando de tu madre, la mujer que se está deslomando por sacarte adelante... Tú eres, eres un... —tenía ganas de decirle un montón de barbaridades, pero logré contenerme.

—A ver, que no se va a morir... Va a ser un disgusto nada más, nada nuevo en estos últimos años. Aunque seguramente eso te cueste el trabajo. Ah, y la recomendación a los otros padres...

—Eres un monstruo, chico...

—No, el monstruo lo eres tú. Eres una farsante y una jodida embustera —se puso de pie, levantó el tono de voz y me señaló con el dedo— Yo te prometí que, si me dabas la motivación que necesitaba, iba a esforzarme para aprobar ese examen. Y cumplí; me esforcé y saqué un puto sobresaliente. Así que ahora no me vengas con chorradas. O me das lo que quiero o te quedas en la puta calle —concluyó, a los gritos.

—Pues bien, me quedo en la puta calle. Si, total, a eso había venido en un principio —respondí de igual manera, pero sin perder la calma.

—Vale, se lo diré a mi madre. Le diré que eres una puta mierda de profesora y que te rindes conmigo. Porque eso es lo que crees, ¿no? Que no sirves para esto. Por eso piensas que saqué esa nota sin tu ayuda, porque no tienes confianza en lo que haces. ¿Y sabes qué? Mejor para mí. Si apenas crees en tus capacidades, ¿cómo cojones vas a conseguir que yo pueda creer en mí mismo?

Y con eso último, terminó de noquearme. Si le rebatía aquello estaría dándole la razón, quedando yo como la mala y él como la víctima. Había jugado muy bien sus cartas y logró que me quedara sin argumentos. Y no me quedó otra que tomar una decisión rápida y complicada. Podía simplemente aceptarlo, pero decirle que de todas formas no iba a dejar que me tocara nada, se pusiera como se pusiera. O también podía coger la puerta y no volverlo a ver jamás en la vida, que era lo que tenía que haber hecho hacía ya varios minutos. La madre se iba a llevar un disgusto, tal y como había dicho él, y seguramente luego me llamaría para pedirme explicaciones, y yo se las tendría que dar para no quedar mal, pero eventualmente me terminaría sacando ese problema de encima. Estuve tentada de abrir la puerta, pero decidí utilizar la vía de la psicología y el raciocinio una última vez...

—A ver, Guille... Vamos a sentarnos y hablar las cosas como adultos que somos, ¿vale? —dije, poniéndole mi mejor sonrisa y volviendo a sentarme en el sofá.

No se esperó esa reacción de mi parte y quedó con un gesto un poco descolocado. Pero terminó haciéndome caso y se sentó a mi lado de nuevo.

—No te conozco de hace mucho, pero creo que con el poco tiempo que hemos pasado juntos, me basta para poder afirmar que eres un buen chico —comencé, sin dejar de sonreírle—. ¿Me prometes que no volverás a gritarme?

Dudaba, estaba alterado todavía, pero sabía que podía contagiarle mi serenidad si le seguía hablando de esa manera.

—Vale, te lo prometo —respondió, finalmente.

—Así me gusta. Yo tampoco estuve bien en decirte algunas cosas, así que te pido disculpas si te hice sentir mal en algún momento, ¿las aceptas?

—Sí.

—Bien. ¿Ves que podemos hablar bien si nos lo proponemos?

—Sí... —respondió, ya mucho más tranquilo—. Y tú también discúlpame a mí, me pasé cuatro pueblos... Pero es que me siento estafado, de verdad —tras decir eso, agachó la cabeza y se puso a jugar con sus dedos.

—Vale, vale, no pasa nada. Ya que tú te has sincerado, yo lo voy a hacer también —me tomé mi tiempo, tomé un poco de aire y luego proseguí—. No es que yo no confiara en mis habilidades como profesora, es que no confiaba en tus habilidades como estudiante, sinceramente. Y no me pongas esa carita, que sabes bien que me diste motivos para pensar así.

—Sí, ya...

—Bueno, por esa razón te hice la promesa que te hice. Y no vayas a pensar que fue solamente para sacarte de encima. Nada de eso. Te prometí eso porque pensé que así al menos irías al examen con un poco más de ilusión.

—Y funcionó...

—Ya, ya vi que funcionó. Pero, haz un ejercicio de empatía y ponte en mis zapatos un momento... ¿Cómo hubieses reaccionado tú en mi lugar al enterarte?

—Sí, ya, si eso no te lo discuto, pero... —cada vez lo notaba más inhibido. Lo tenía donde lo quería.

—Pues por eso, Guille... ¿Sabes una cosa? Para las chicas, nuestros cuerpos son el tesoro más preciado que tenemos. Muy desesperadas tenemos que estar para dejar que alguien que no queremos nos ponga las manos encima, ¿entiendes? Y yo ayer estaba muy desesperada cuando veía que no dabas una...

—Ya...

—Y tú, en parte, y ya sé que no tenías malas intenciones, te aprovechaste de ello. Así que no fue muy justo que digamos, ¿no te parece?

—Sí, pero...

—¿Pero qué? —lo dejé intervenir al fin.

—Que yo te pedí eso porque eres la chica más guapa que he conocido en la vida, y tú hablas como si yo fuera la persona más desagradable del mundo —dijo, y volvió a agachar la cabeza.

—No, no quise decir eso, Guillermo... Lo que quise decir es que somos nosotras, las mujeres, las que decidimos quién puede tocar nuestros cuerpos o no. No tengo nada contra ti.

—Pues si no tienes nada contra mí, ¿por qué no cumples tu promesa y te quitas este problema de encima de una vez?

Me estaba molestando mucho tener que empezar de cero una y otra vez. Parecía que no le importara nada de lo que le decía. Mantuve la calma, a duras penas, y seguí por la senda pacífica.

—¿No has escuchado nada de lo que te he dicho? —repliqué, sonriendo nuevamente.

—Sí, he escuchado y entendido todo perfectamente —contestó, con seriedad.

—¿Entonces por qué sigues en plan capullo? —no era eso lo que quería decirle, pero no lo pude evitar.

—Llámame como quieras, pero si estuviera en mis manos el hacer feliz a una persona con tan sólo una acción, yo lo haría sin dudarlo.

—No, ahora no me salgas con esas, Guillermo. Creo que he sido bastante clara con...

—¿Pero qué te cuesta? —interrumpió. Permanecía sereno a pesar del tono tenso que había vuelto a tomar la conversación—. Que sí, ya, que el cuerpo de una mujer y "bla bla bla", pero no me hables de las mujeres en general, háblame de ti. ¿Qué te cuesta darme ese capricho?

—Madre mía... —suspiré, nuevamente perpleja—. No me puedo creer que esté teniendo esta conversación contigo...

—¿Me puedes responder, por favor? ¿Qué te cuesta?

—Yo es que... no te entiendo, Guillermo —dije, ignorándolo—. Eres un chico alto, guapo, con un físico agradable. Tienes una labia que no es normal para alguien de tu edad. No deberías tener ningún problema para conseguir a la chica que quieras. ¿Por qué haces todo esto? ¿Por qué... por mí? —no se esperó tantos cumplidos de mi parte y se ruborizó un poco. También pareció sorprendido por la pregunta.

—No me gustan las chicas de mi edad, son... son... No, mejor dicho, ninguna es como tú. Sigues esquivando mi pregunta...

El chico estaba obsesionado conmigo, cosa que no comprendía, porque nunca le había dado pie para que se creyera lo que no era. Pero, más allá de eso, terminé llegando a la conclusión de que no iba a dejar de insistir por más empeño que yo le pusiera, así que no tenía sentido seguir discutiendo por lo mismo.

—En fin... —suspiré, nuevamente—. Quiero que te pongas una mano en el corazón y me respondas un par de preguntas.

—¿Y tú cuándo me responderás a...?

—Gullermo —repetí, con tono autoritario, y no hizo falta más.

—Vale, responderé a tus preguntas —cedió.

—Con una mano en el corazón.

—Con una mano en el corazón —repitió.

—De acuerdo... ¿Has planeado todo esto desde el principio sólo para aprovecharte de mí?

—¡No! ¡Ya te he dicho que no! Joder, ¿no habías dicho que me creías? —volvió a perder la calma y se levantó del sofá en una especie de acto instintivo, como si quisiera imponerse a través de su presencia. Yo no perdí la tranquilidad y sólo tuve que mantener mi mirada fija en él para que volviera a sentarse.

—¿Quieres decir que hablarme de tus motivaciones para luego pedirme que te deje tocar mis pechos fue algo improvisado?

—Es que dicho así... 'Espontáneo' me gusta más.

—Vale... ¿Tengo cara de tonta, Guillermo? ¿De chica fácil?

—¿De ton...? ¡No! ¡Que no iba con esa intención! ¡Que me gustas de verdad, cojones! Y no sólo físicamente hablando... Yo... ¡Joder! —exclamó, luego se llevó las manos a la nuca y agachó la cabeza hasta que no pudo más.

—Vale, tranquilo —dije, intentando sonar un poco menos severa—. Una sola pregunta más.

—¿Cuál? —respondió, desde esa misma posición.

—¿Me prometes que nunca más volverás a pedirme algo como eso? ¿Ni a mí ni a ninguna otra chica?

Alzó la cabeza y se quedó mirándome fijamente, como intentando penetrar en mi mente y descubrir lo que pensaba. Pero no pudo mantener el contacto visual más de dos segundos. Luego, impotente y triste, volvió a agachar la cabeza. Sabía que había perdido la batalla y sus gestos así lo reflejaban. Cualquiera se hubiera dado cuenta.

—Sí... —respondió.

—¿"Sí" qué? —insistí.

—Sí, te prometo que nunca más volveré a pedirte algo como eso —completó, con los ojos totalmente humedecidos.

—Ni a mí, ni...

—Ni a ti, ni a ninguna otra chica.

Satisfecha, y con una sonrisa triunfante, me puse de pie, acomodé un par de cosas en mi bolso y me dirigí hacia la puerta de la calle. Guillermo permaneció en su lugar, completamente abatido y desganado, hasta que volvió a escuchar mi voz.

—¿Cómo funciona esto? —pregunté mientras luchaba contra uno de los tantos seguros de la puerta.

Sin estar totalmente decidido a ayudar a la mujer que lo acababa de rechazar, vino hacia mi posición con cara de pocos amigos.

—Tampoco es tan difí... Oye, pero si esto está abierto —dijo, en tono de queja.

—Por eso, yo lo que quiero es cerrarlo.

—¿Cerrarlo? —preguntó, más extrañado y contrariado todavía.

—Sí, por si viene tu madre... —contesté, sin mirarlo a los ojos.

—¿Mi madre? ¿Y por qué iba a querer yo cerrarle la puerta a mi mad...?

Levanté la vista y la imagen que vi me hizo dar cuenta de que estaba a punto de hacer lo correcto. Esa no era la cara de un capullo que quería aprovecharse de la bondad de su profesora particular, esa era la cara de un chico inocente que apenas sabía nada del mundo y que se acababa de dar cuenta de que, por fin, algo bueno iba a pasarle en la vida.

—Rocío, yo...

—No digas nada. Vamos a tu habitación, que no sabemos cuándo puede venir tu madre.

Colocó las cadenas y el resto de seguros de la puerta a toda prisa y se quedó de pie como esperando más indicaciones.

—Vamos. Guíame —dije, sin perder la sonrisa en ningún momento.

Esquivándome la mirada y con unos movimientos robóticos que me hicieron reír por dentro, se dio la vuelta y caminó en dirección a las escaleras. Lo seguí y, en silencio, comenzamos a subir los escalones.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 15:00 hs.

 

—¿Hola? ¿Noelia?

—Hola, Benjamín, ¿cómo estás?

—Pues aquí, en el trabajo ya, ¿y tú?

—Yo entro en un rato. Me tienen muerta estos cabrones...

—Como a todos, Noe.

—Ya....

—¿Necesitabas algo?

—Sí, tengo que hablar contigo sobre algo.

—Es sobre el amigo de Rocío, ¿verdad?

—¿Qué? ¿Ya has hablado con ella?

—Sí, esta mañana, y me dijo que me ibas a llamar para hablarme del asunto. Mira, Noe, ya lo tengo todo hablado con Rocío; el chico se va a ir cuando encuentre un piso a buen precio. Así que no te preocupes.

—No, Benjamín, tú no lo entiendes...

—¿El qué? Noe, de verdad, a mí tampoco me cae muy bien, pero sigue siendo amigo de tu hermana, no puedo dejarlo en la calle como si...

—¡Que ese tío está detrás de tu novia, Benjamín! Abre los putos ojos.

—¿Perdona?

—¡Lo que has oído!

—Joder, Noe... Ya sé que no te gusta, ni nunca te ha gustado, pero no inventes cosas como...

—¿No te ha dicho nada Rocío?

—¿Decirme el qué?

—Ese tío fue su mejor amigo en casi toda la secundaria. Se le declaró un par de veces y ella siempre lo rechazó. Vino aquí a conseguir lo que no consiguió en ese entonces.

—Pues no... Nunca me comentó nada...

—¿Entonces lo vas a echar?

—No.

—¿Por qué? A ver, Benjamín, no sé si lo has entendido, pero tienes en tu casa a un tío que está desesperado por tu novia y que va a hacer lo posible por quitártela.

—Aunque así fuera, tengo plena confianza en Rocío y...

—Dios mío... ¿No conoces a mi hermana todavía? Es el ser humano más manipulable que hay en este mundo. Si no me habré aprovechado yo de eso... Con un par de tonterías que le meta en la cabeza, ya...

—Ya, pero...

—¿No recuerdas lo que hablamos el otro día? ¿De lo rara que estaba Rocío? ¿De lo poco comunicativa que estaba contigo?

—Sí, pero todo eso ya lo solucionamos hoy. Todo fue culpa de mi trabajo, y ya mañana mismo vuelvo a mi horario habitual.

—No puedes estar tan ciego, vida mía...

—No estoy ciego, Noelia... Estas semanas han sido muy duras, tanto para tu hermana como para mí. La he tenido más abandonada que nunca. Y te puedo garantizar que he llegado hasta temer por nuestra relación. No sé qué tan cierto será eso que me cuentas sobre ese chaval, pero Rocío me dijo que la ha ayudado muchísimo estos días. Ya te he dicho que a mí tampoco me cae bien, pero si Rocío confía en él, entonces no necesito más.

—Vale, como tú quieras. Pero yo ya te lo he advertido. Me desentiendo completamente de lo que pueda pasar a partir de ahora.

—Me parece bien, Noe. Y te agradezco que siempre te preocupes por nosotros. De verdad.

—Vete a la mierda, Benjamín.

—Yo también te quiero.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 16:10 hs. - Rocío.

 

Guillermo abrió la puerta de su habitación y me invitó a entrar. Estaba reluciente, a diferencia de la última vez. Se notaba que la madre había hecho una limpieza de punta a punta. Claro, animada como estaba, las tareas de la casa las haría con todas las ganas del mundo.

—Siéntate, por favor —me pidió Guillermo, bastante nervioso.

Yo seguía de pie en el arco de la puerta, sin haberla traspasado del todo. Todavía estaba a tiempo de darme la vuelta y dejar toda esa locura atrás. Pero sabía que eso podría traer problemas más serios de los que ya me había planteado, porque sería como quitarle el caramelo justo cuando iba a metérselo a la boca. Quizás de eso no se recuperaría. Mis dudas eran cosa seria.

—¿Rocío?

Recién reaccioné cuando me lo volvió a pedir, no con menos nervios que la primera vez. Le había transmitido mis dudas, lo podía notar. Su cara de pánico por la posibilidad de que me diera la vuelta y me fuera era evidente. Y sentí pena por él. Quizás fue por eso que le sonreí y me terminé adentrando en su dormitorio, dejando del otro lado de esa puerta la última oportunidad de acabar con esa locura.

Cuando me senté en su cama y cerró la puerta, sentí mi corazón acelerarse. Era increíble, tenía 23 años y estaba casi temblando como en mis primeras citas con Benjamín. Yo era la adulta ahí, pero no sabía si iba a ser capaz de ejercer ese papel si no conseguía serenarme un poco. Y que aquél chiquillo encerrado en el cuerpo de ese hombretón me mirara con cara de gatito asustado tampoco ayudaba mucho.

—¿Estás segura de esto? —me preguntó, de repente. "Joder", pensé. "Has estado una hora dándome la lata con el temita y ahora te preocupa mi opinión". Asentí, con poca sinceridad, pero le hice saber que no me iba a arrepentir.

El problema vino luego, porque ya no teníamos nada más de que hablar. Teníamos que ponernos en marcha y terminar con eso cuanto antes. Fue entonces cuando me di cuenta de que no sabía lo que pretendía él en realidad. Recordaba bien lo que yo le había prometido, pero igual él esperaba otra cosa. Y tenía que aclararlo. Aunque supongo que también quería estirar un poco el momento definitivo.

—Guille, ¿qué esperas que suceda ahora? —le pregunté, seria.

—¿Que qué espero? Joder, pues... lo que acordamos, ¿no? —dijo, con la voz temblorosa.

El chico apenas podía mantenerse en pie. No tenía ni idea de qué hacer. Esperaba que yo le diera alguna señal; que maracara el ritmo; que actuara de GPS y le indicara cada paso que tenía que dar para llegar a su objetivo. Parecía que en cualquier momento iba a comenzar a derretirse. Pero en ningún momento me dio la sensación de que fuera a achantarse; es más, más allá de los nervios, ya parecía más que listo. Y comencé a sentir la presión. No estaba preparada todavía. Y no quería que se diera cuenta de ello. Por eso, me puse de pie y comencé a recorrer su habitación, mostrando interés en su decorado y haciéndole creer que me detenía a analizar cada detalle que me parecía oportuno.

—¿Rocío...? —dijo, con la voz todavía temblorosa pero con un deje de impaciencia.

No, no me interesaba el decorado de su cuarto; estaba dándole largas porque necesitaba ese tiempo para juntar valor. Aunque parezca sorprendente, no podía concentrarme; no lo conseguía. Delante de un póster de Star Wars, cerré los ojos e intenté tranquilizarme.

«Dejate llevar».

La voz de Alejo retumbó entonces en mi cabeza como si estuviera a mi lado. E inmediatamente comencé a recordar mis primeros días intimando con él; con las llamadas "prácticas" con las que habíamos empezado para quitarme la vergüenza. "Dejate llevar", con ese inconfundible acento argentino, seguía machacándome el pensamiento sin parar. "Confiá en mí", "no te preocupes por nada". Mantuve los ojos cerrados y reviví de nuevo aquellas escenas donde mi cambio comenzó; donde empecé a descubrir ese nuevo mundo del que nunca había sabido nada.

Y entonces lo entendí. Alejo me había enseñado todo aquello para cuando llegaran momentos como ese. No era precisamente Benjamín el que tenía delante, pero la situación era ideal para poner en práctica lo que hasta la fecha sólo había probado con Alejo. Sólo iba a ser un par de toqueteos inocentes en mis pechos, pero eso para mí ya era mucho, porque no estaba acostumbrada ello.

—¿Estás bien? —preguntó.

—Sí, estoy bien —respondí, sonriendo de nuevo—. En fin, ¿comenzamos? —dije, dándome la vuelta y regresando a su lado en la cama.

El momento había llegado. Y entendí que tenía que ser rápida si no quería que las dudas volvieran a florecer. Por eso mismo, sin darle tiempo a nada, me quité la blusa y me quedé en sujetador delante suyo. Ante su cara de asombro, me acerqué un poquito más a él, que había dejado un espacio considerable entre nosotros, y sujeté una de sus manos con suavidad. Me estremecí al sentirlo temblar. Aunque suene repetitivo, no me terminaba de acostumbrar a ver a ese pedazo de hombre actuar como un bebé asustado.

—Sh... Tranquilízate...

Con un par de caricias en la cara frontal de su antebrazo, intenté hacer que se acostumbrara un poco a la situación; que se sintiera cómodo con mi tacto; que no sintiera miedo por estar rozando a una chica. Me seguí acercando hasta que nuestros hombros quedaron aplastados el uno con el otro y nuestras piernas ya no permitían más espacio entre ellas.

—Tranquilo, cielo —dije, al notar que su respiración se aceleraba de forma considerable—. Mírame. Tranquilo, ¿vale? —repetí por tercera vez.

—Sí...

—Muy bien —lo felicité, sin dejar de sonreírle.

Tal y como me había dicho Alejo, me estaba dejando llevar. Me había olvidado de todas mis dudas, de todas mis enseñanzas y estaba dispuesta a dejar que ese jovencito me tocara. Acaricié su brazo desde la punta de sus dedos hasta la parte más salida del codo. Luego abrí la palma de mi mano y la pasé por toda la extensión de su brazo, llegando hasta su hombro y luego volviendo.

Estuve un buen rato acariciándolo de esa manera; despacio y sin ningún tipo de prisas. Sentía que no iba a sacar nada apurando el momento. Y me fui envalentonando; física y mentalmente. Cada segundo que pasaba me metía más en mi papel. Los consejos de Alejo no dejaban de agitarme la cabeza y era como si yo misma quisiera demostrarle a él que las prácticas no habían sido en vano. Por eso, decidí encarar ese encuentro con Guillermo de otra manera. Ya no quería que fuera un "te toco y adiós", no, había cambiado de opinión. Quería dejar huella en ese muchacho. Quería marcar a fuego ese momento en su memoria. Me sentía especial. Él mismo me había hecho sentir especial. Y estaba dispuesta a otorgarle un recuerdo que tardara mucho tiempo en olvidar.

No dejé de acariciarlo mientras me sumergía en mis propias emociones. No quería forzar el desenlace de aquello, seguía buscando el momento justo. No tenía ni idea de cuando sería, pero tenía claro que me daría cuenta cuando llegara. Mientras tanto, en mi cabeza seguían pasando imágenes de mis primeros encuentros con Alejo; de nuestros primeros besos, de nuestras primeras caricias, de nuestros primeros orgasmos juntos. Instintivamente, volví a cerrar los ojos y me perdí en todo aquello.

—R-Ro-Rocío... —tartamudeó el chico de pronto.

No noté nunca que mi temperatura corporal había ascendido tanto. Tampoco noté que había puesto a descansar mi cabeza sobre su hombro mientras mis manos ya sobaban su torso. Sentí su aceledarísimo corazón palpitar cerca mío y una buena cantidad de sudores humedecerme la sien izquierda. Así como también un fuerte cosquilleo en la entrepierna que me hizo dar un pequeño respingo en los brazos de aquél muchacho.

No quise hacerlo esperar más. Me incorporé, regalándole una mirada bañada más en lujuria que en otra cosa, y alcé su mano para llevarla hasta poco antes del nacimiento de mi cuello. Mi sujetador tenía un push-up considerable, y la parte inferior de la palma de su mano quedó apoyada en el centro del canalillo, tapando algo más de la mitad. Sus ojos estaban clavados en los míos, como si sintiera vergüenza de mirar lo que pasaba unos centímetros más abajo. Yo me mantenía seria, sabiendo que lo tenía hipnotizado; estaba jugando con su ansiedad y me gustaba. Retiré su mano unos segundos y luego la volví a colocar un poco más abajo. Todo esto sin romper el contacto visual. Repetí la maniobra de nuevo hasta que la mano, con los cinco dedos estirados, cubría todo el centro de mi pecho. Entonces, le sonreí y me alejé de él dando por terminado el primer round.

—¿Y-Ya? —dijo, tímidamente.

—¿Tienes prisa? —le respondí, con una sensualidad que no pretendía mostrar.

—No...

—Date la vuelta.

—¿Qué? ¿Por qué?

—Date la vuelta —repetí, esta vez en tono de orden.

Me obedeció y giró la cabeza, junto con su cuerpo, hacia el lado contrario. Otra vez, sin pensármelo, me quité el sujetador y lo dejé encima de la cama. Me cubrí el pecho con un solo brazo, consiguiendo taparme poco más que los pezones, y me volteé hacia él preparada para iniciar el segundo y último asalto.

—Ya puedes girarte...

Despacio, como temiendo lo que pudiera encontrarse detrás suyo, se dio la vuelta con los ojos todavía cerrados y los fue abriendo muy despacio mientras lo escuchaba tragar saliva. Esta vez no se sorprendió, pero se quedó admirando la imagen que tenía delante de él como si se tratase de la octava maravilla del mundo. Nuevamente, siguiendo la tónica de lo que había sido todo ese día para mí, una mezcla de sensaciones que no supe interpretar me invadieron. Me sentía viva, feliz, mala... pero sobre todo cachonda. Sí, otra de esas palabras que no había usado en la vida, pero que en ese momento no tenía ningún problema en pronunciar. O al menos con la mente. "Cachonda. Cachonda. Cachonda", pensé sin parar.

—Levanta las manos —le dije entonces.

—¿Así...? —respondió, alzando sus dos brazos por encima de su cabeza.

—No, así no... Levantalas y ponlas en posición como para cogérmelas.

—Ah, vale... ¿Así? —dijo, esta vez haciendo lo que yo le dije.

—De acuerdo, ahora acércalas hacia mí —mis palabras seguían saliendo con una sensualidad increíble. No podía detenerme.

Una vez cumplido lo que le había pedido, me acerqué hasta quedar completamente pegada a él y luego retiré el brazo que me cubría, dejando impactar ambas palmas de sus manos de lleno contra mis pechos. Estaba hecho. Promesa cumplida.

—No las quites... —dije cuando hizo amago de retirarlas—. La promesa era sólo tocar, no mirar... ¿Recuerdas? —finalicé, intentando parecer seria. Pero nuevamente las palabras habían salido de mi boca con otro tono que no era el que yo pretendía.

Guillermo se quedó varios segundos sin saber que hacer. Se notaba que era la primera vez que tocaba a una chica de esa manera. Temblaba, no como al principio, pero su nerviosismo seguía siendo notorio. Tuve que hacer un poco de presión yo para que se animara a algo más. Y así lo hizo. Cuando recibió mi señal, cerró un poco los dedos y comenzó a hacer fuerza con el centro de su mano. Unos segundos después, ya las movía en círculos e intentaba masajearlas torpemente. Sus ojos, abiertos como planetas, observaban su maniobra sin perder detalle; como queriendo guardar cada fotograma en su memoria. Por momentos, también, cerraba los ojos y aceleraba el movimiento de sus manos. Y yo me sentía bien; satisfecha por lo que estaba provocando en aquél puberto.

Y por lo que aquél puberto estaba provocando en mí... Mis pezones no tardaron ni treinta segundos en endurecerse como piedras. Y sabía que él lo estaba notando. Yo seguía mirándolo con la misma expresión de seguridad, creyendo que lo tenía todo controlado, pero a cada instante que pasaba, el cosquilleo en mi entrepierna iba creciendo y los calores de mi cuerpo cada vez abarcaban más zonas. Y no me di cuenta de todo eso hasta que tuve que abrir la boca para poder respirar mejor.

Y Guillermo se fue animando todavía más. El movimiento ya era veloz y la fuerza ejercida ya me estaba comenzando a empujar hacia atrás. Su semblante seguía siendo el mismo; el mismo de concentración, pero ahora un poco más severo; más duro, con el ceño fruncido y los dientes apretados. Y siguió presionando hasta que tuve que apoyarme con ambos brazos en la cama, provocándome a la vez un sonoro gemido que no pude reprimir. Un gemido al que le continuó otro, y luego otro, y luego otro. Ya no respiraba normalmente y había comenzado a sudar. Por primera vez, comencé a sentir que, quizás, todo aquello se me podría ir de las manos en cualquier momento.

—Bueno... creo que... ya es suficiente... —dije, intentando retomar la seriedad, pero entrecortando la voz.

No me respondió. Tampoco se detuvo, todo lo contrario, aumentó la presión hasta que mis brazos se vencieron y caí de espaldas sobre el cubrecama. Y él, al tener ambas manos sujetándome pegadas a mí, también perdió el equilibrio y cayó de cara justo en el centro de lo que no quería soltar... Se intentó reincorporar, haciendo fuerza sobre mí, sin ningún tipo de cuidado, pero se dejó caer nuevamente al escuchar un grito mío provocado por el dolor.

—Lo siento —dijo, todavía con su cara pegada en mi canalillo.

—No pasa nada... —respondí yo, un tanto aturdida.

Se quedó mirándome, con una mueca de susto, y luego, para mi sorpresa, retomó el movimiento circular de su manos. Se me escapó un nuevo gemido, esta vez más agudo que los de antes, y ya no podía ignorar el cosquilleo de mi entrepierna. Ya no quedaban dudas, estaba a mil. No sabía si era por el niñato, por la situación o por los recuerdos de Alejo, pero estaba más caliente que una estufa. Había llegado la hora de detener aquello.

Intenté incorporarme yo también, pero Guillermo me lo impidió volviéndome a empujar sobre la cama. En un principio me pareció que había sido un acto reflejo, pero luego me quedó claro que no cuando lo volvió a hacer hasta cuatro veces más.

—¡Se acabó!

Con toda la fuerza de voluntad que pude acumular, me lo quité de encima y logré volver a sentarme sobre la cama. Busqué mi sujetador con la mirada, y cuando me lo iba a poner, Guillermo se volvió a abalanzar sobre mí, sólo que esta vez en lugar de hacerlo con sus manos, lo hizo con su boca.

—¡¿Qué haces?! ¡No!

Logré detenerlo a tiempo poniéndole una mano en la frente y cubriéndome con la otra mano. Pero al siguiente intento consiguió inmovilizarme; dejándome recostada nuevamente boca arriba y colocándose él encima mío. Intenté resistirme, pero tenía demasiada fuerza, mucha más que Alejo. Así que, sin soltarme las muñecas, comenzó a descender sobre mí y no se detuvo hasta engullir uno de mis pezones.

—¡Suéltame, maldito crío! ¡Esto no es lo que... —otro quejido se escapó de mi garganta— ...acordamos!

Sin hacerme ningún tipo de caso, siguió lamiendo mi pecho como si la vida le fuese en ello. A veces cambiaba al otro, pero la rudeza con la que lo hacía seguía siendo la misma. Se metía el pezón entero en la boca, lo succionaba y luego con la lengua lo repasaba hasta que se quedaba sin aliento. Después volvía a empezar con el otro. Yo no sentía placer, más bien cierto dolor... Sin embargo, los gemidos seguían saliendo de mi boca sin parar, y no entendía el porqué.

En un momento determinado, de un solo intento, conseguí darle un rodillazo en los testículos. Fue un impacto directo en el centro de toda su masculinidad. Guillermo cayó de costado y ahogó un grito de dolor. Aproveché ese momento, me coloqué el sujetador, la blusa y me dispuse a salir de esa casa.

—¿Por qué? —dijo de pronto—. ¿Por qué? Si estás cachondísima... ¿Por qué lo has hecho?

—Mira... —comencé mi réplica, intentando retomar el aliento—. Confié en ti... Te dejé tocar mi cuerpo aun cuando no quería... ¿Y me lo pagas de esta manera? Vete al diablo. Voy a seguir viniendo porque se lo dije a tu madre, pero no esperes una... una... ¡...una mierda más de mí!

Iba a responderme, pero me fui de la habitación sin darle la oportunidad de hacerlo. Bajé las escaleras a toda prisa y salí de esa casa sin mirar a atrás. Caminé a paso firme todo el camino hacia la estación, sin detenerme ni a mirar el móvil, y me metí en el aseo reservado para mujeres. Una vez dentro, me paré frente al espejo, respiré profundo y luego levanté la cabeza para observar lo que había delante de mí. Me quedé mucho tiempo así; apreciándome bien y estudiando hasta el último punto de mi anatomía. Hasta que llegué a la conclusión de que sí, de que era la primera vez que la veía. Nadie nos había presentado. Esa jovencita de cabellera negra; de piel blanca que rozaba la palidez; de grandes pechos y puntiagudos pezones que amenazaban con atravesar la tela de la blusa en cualquier momento. Esa jovencita de ojos negros, brillantes y grandes que me penetraban a través del cristal. Esa jovencita con los mofletes rojos que no lograba serenarse. Esa jovencita... esa jovencita era la nueva Rocío. Y había llegado para quedarse.

 

Miércoles, 8 de octubre del 2014 - 17:30 hs. - Alejo.

 

Las horas cada vez pasaban más rápido y me estaba empezando a impacientar. Hacía ya un par de días de mi última conversación con Amatista y todavía no me había llamado. Quería que le hiciera unos trabajitos, que no tenía ni idea de qué se trataban, a cambio de pagar mi deuda con los negros, pero ahí seguía esperando a que diera señales de vida.

—¿Sí? ¿Hola? —dije, sin darle tiempo a mi celular de que sonara su canción.

—¿Alejo Fileppi?

—Sí, él habla.

—Soy la secretaria del Sr. Bou, de Bou&Jax. El Sr. Bou desea hablar con usted un momento, ¿puede atenderlo?

—Sí, claro.

—Muchas gracias. Espere un momento, si es tan amable.

Me extrañó esa llamada. Todavía faltaban dos días para que se cumpliera el plazo que me había dado aquél viejo. No tenía ni idea de qué podría querer...

—¿Alejandro? —dijo una voz gruesa y desagradable del otro lado del teléfono.

—Alejo —lo corregí.

—Sí, sí, eso, ¡Alejo! —rio—. Hemos hablado hace unos días, pero parece que hubiera pasado casi un año, ¿eh, muchacho? —volvió a reír.

—Sí, Sr. Bou —fingí reírme también—. ¿Qué necesitaba?

—Antes me he acordado de ti y de tu chica, y me he detenido a ver mejor las fotos que me dejaste. Es más, las tengo ahora en la mano y creo que estoy a punto de tener una erección —soltó, seguido de una nueva carcajada.

—Sí... La chica es una belleza.

—Vaya que sí. Bueno, ¿cuándo me puedo reunir con ella?

—No lo sé, sinceramente...

—¿Cómo que no lo sabes? ¿No decías que estaba interesada de verdad en esto? ¿No habrás intentado venderme la moto, chaval? Porque si es así, yo...

—¡No, no! —lo corté—. Creo haberle dicho que la chica tiene novio, ¿no? Bueno, por eso le está costando dar el paso definitivo. Pero usted quédese tranquilo que lo va a dar. Sólo necesito un poco más de tiempo.

—¿Tú te la follas?

—¿Disculpe?

—Que si te la follas, muchacho —no sabía bien qué pretendía con esa pregunta, así que preferí ser cauto con la respuesta.

—¿Me pregunta eso por algún interés en particular, o...?

—Joder, chaval, ¿te la follas o no? Que es un sí o un no.

—Sí, Sr. Bou, me acuesto con ella de vez en cuando.

—Y su novio no lo sabe, supongo —continuó indagando.

—No, no lo sabe.

—Vale, entonces creo que sé por dónde van los tiros... Mira, chaval, en unos días tengo que salir del país y no volveré hasta dentro de dos semanas. Te voy a dar todo ese tiempo para que la convenzas —dijo, logrando que mis ojos se iluminaran.

—Y me van a sobrar días, Sr. Bou, se lo prometo.

—Que sí, que sí. Pero asegúrate de convencerla bien, porque el día de la entrevista, si todo va bien... quiero probarla —dijo, bajando el tono de voz como intentando que no lo escucharan a su alrededor.

—¿Qué? ¿Probarla?

—Joder, te recordaba un poco más lúcido, Alexis.

—Alejo.

—Eso. Que quiero catarla cuando la traigas, ¿vale? —repitió—. Tengo que... ya sabes, saber si la mercancía vale la pena.

La punta de la verga. Se podía saber que la mercancía valía la pena con sólo ver las fotos. El gordo hijo de puta lo que quería era garchársela por placer propio. Me molestó muchísimo que me propusiera eso, pero tenía las cosas demasiado a mi favor como para tirarlo todo a la mierda por algo así.

—Está bien, supongo que no habrá problema —terminé aceptando a regañadientes.

—¡Estupendo! Tienes mi número personal, ¿no? Llámame ahí cuando tengas algún avance. Estoy especialmente interesado en tu caso.

—¿Mi caso?

—Sí, eso de la chica y su novio, contigo en el medio... —rio, con el mismo tono apestoso—. En fin, chaval, tengo prisa. Ya hablaremos.

—Buenas tardes, Sr. Bou.

Colgué el celular y me quedé sentado en el sofá pensando. Sí, otra buena noticia para mi marcador personal. Yo mismo me sorprendía de que todo me estuviera yendo tan bien. Ya lo único que me faltaba era que Rocío entrara por esa puerta y me dijera que podía seguir viviendo en esa casa. El entrenamiento especial al que la estaba sometiendo desde hacía un par de días iba a ser mucho más sensillo si me podía seguir viviendo dentro de esas cuatro paredes.

La cerradura de la puerta entonces crujió y me levanté, más feliz que nunca, para recibir a mi anfitriona; a mi reina.

—Justo estaba pensando en vos, ¿cómo fue tod...?

No pude terminar la frase. Ni siquiera pude terminar de acercarme a ella. Cuando quise darme cuenta, ya estaba encima mío y besándome con desesperación. No me pregunté la razón, ni tampoco se la pregunté. Su respiración y sus meneos corporales me daban a entender que estaba caliente como una perra. También la forma en la que me empujó hasta el sillón. Y la forma en la que me sacó la remera. Y la forma en la que me bajó el pantalón. Y la forma en la que me bajó los calzoncillos. Y la forma en la que se agachó para chupármela con una voracidad que no había visto nunca en ella. Rocío no dejaba de sorprenderme.

—Quítate esto —me dijo de golpe, señalándome y forcejeando con mi pantalón.

Le hice caso y me desvestí de mitad para abajo, y ahí mismo de pie, ella se agachó y siguió comiéndomela como si esa pudiese a ser la última vez. Era increíble, la desesperación con la que me tragaba la verga era algo de otro mundo. Y yo estaba disfrutando, sí, pero perdido como el mejor. No sabía si tocarla; si acomodarle el pelo; si sentarme y hacer un 69 con ella. Era como si tuviera miedo de que se fuese a enojar.

Pero no hacía falta que yo hiciera nada. Cuando se cansó de merendarme la chota, se puso de pie y se quitó el pantalón blanco vaquero que traía puesto. Después, con una cara de puta impresionante, me volvió a empujar sobre el sofá y se sentó encima mío. Como ya dije, no era ese el día para que yo tomara la iniciativa. Se movió la tela de la bombachita para un costado y se ensartó mi pedazo hasta los huevos, mientras se dejaba ir en un gemido de alivio que no me fue indiferente. Llevaba toda la tarde esperando reencontrarse con mi amiguito. Estaba clarísimo.

—Fóllame... ¡Fóllame!

Era un festival de sorpresas aquello. Ahora me pedía que la "folle" con una voz llena de lujuria, llena de deseo. Era la primera vez que pronunciaba una palabra así delante mío. Sin ir más lejos, cuando éramos jóvenes se enojaba muchísimo conmigo cuando me escuchaba decir una "mala palabra". Y yo me vine arriba por eso. Le saqué la blusa y casi que le arranqué el corpiño. Estaba deseoso de darle un buen repaso a esas hermosas tetas y no me privé. O sí... sí me privé...

—¡Qué asco! ¿Qué es esto?

Giré la cabeza y me separé de su teta. Apenas puse la lengua y ensalibé su pezón, una sustancia que había permanecido seca hasta ese momento, se espesó provocándome una arcada que casi me hace vomitarle ahí encima. La hija de puta había estado con su novio y ni se había tomado la molestia de lavarse.

—¡Cállate y quédate quieto!

Sin importarle una mierda mi queja, siguió subiendo y bajando sobre mí preocupándose única y exclusivamente por su placer. Yo ya estaba asqueado, había probado la saliva de otro hombre y tenía ganas de arrancarme la lengua. Yo no tenía ningún problema con probar cualquier tipo de fluido salido de una mujer, y cuando digo cualquier tipo, me refiero a cualquier tipo. Pero nunca de otro chabón.

—¡Que te estés quieto! —volvió a gritar.

Se estaba imponiendo más de lo que debía. Ahí el que controlara las cosas tenía que ser yo, y no me podía permitir perder autoridad. Así que, intentando no ser demasiado agresivo, empecé a sacármela de encima tratando de ponerme de costado.

—¡Ahhhhhhhhhh! ¡La puta que te parió!

Cuando ya la tenía casi afuera, la malparida tiró la mano para atrás y me apretó los huevos con una fuerza que me hizo ver las estrellas. Después, con la otra mano, me agarró del mentón y dijo lo siguiente:

—Te vas a quedar quieto. Necesito tener ese puto orgasmo y tú me lo vas a dar, ¿de acuerdo?

Dicho eso, me soltó de ambos lados y siguió cabalgándome como si nada. Yo, pasmado y sintiéndome en cierto modo impotente, sólo pude quedarme quieto como si fuera poco menos que su esclavo sexual. Sí, congelado y observando su rostro lleno de gozo, de satisfacción, de alivio. Esperando que terminara y que me diera la orden de retirarme a mis aposentos. Era la primera vez que actuaba así conmigo, como si no le importara un carajo lo que yo pudiera sentir. Me sentía, literalmente, un pedazo de carne.

Y reí. Reí como hacía mucho tiempo no lo hacía. ¿Y cómo no hacerlo? Si el nivel de emputecimiento de Rocío había superado cualquier tipo de límite que yo jamás hubiera podido imaginar. Esa era mi victoria. Ya nada podría salirme mal a partir de ahí. En menos de dos semanas, Rocío iba a reunirse con el gordo asqueroso de Bou y le iba a entregar su cuerpo y cualquier cosa que él le pidiera, con todo el gusto del mundo. Después se prostituiría para él y nos traería miles de beneficios en forma de moneda europea a ambos. Rocío ya era mía. Y Rocío iba a ser de todos. Por eso me reía, por eso disfrutaba, y por eso me abracé a ella y colaboré en los embites hasta que explotó; hasta que clavó sus uñas en mi espalda y se dejó ir en un nuevo orgasmo tan o más maravilloso que todos los anteriores.

—Dámela —dijo entonces mientras se deleitaba con todo ese placer que la estaba invadiendo.

—¿Qué? ¿Que te de qué? —dije, confundido por todo lo que estaba pasando.

—Tu leche... Quiero tu leche... Dame tu leche...

—¿Qué? Estás loca.

—Dámela, por favor...

Lejos de detenerse luego del clímax, siguió moviéndose encima mío a una velocidad que no era normal luego del desgaste físico que había sufrido. Estaba ida, desatada. Ya la había visto de esa forma antes, pero nunca pidiendo lo que me estaba pidiendo. Quería que acabara dentro de ella no sé por qué motivo. ¿Tan caliente estaba? ¿Era el morbo? ¿Qué mierda era? ¿Había empezado a tomar la píldora? No lo sabía, pero tampoco iba a averiguarlo en ese momento.

Sé que tuvo otro orgasmo antes de que yo me derramase dentro de ella, lo recuerdo porque lo que más me gustaba era sentir como me asfixiaba la pija cuando las paredes de su vagina se contraían. Y quizás eso fue lo que me hizo venirme a mí también. Y que la agarrara del cuello y le clavara un beso tan fuerte como mis últimas embestidas fue otra señal para que me diera cuenta de que yo también estaba disfrutando como un hijo de puta con esos encuentros salvajes que estábamos teniendo. Aunque me doliera, yo, al igual que ella, estaba experimentando sensaciones que hasta la fecha no conocía. Había pasado hacía unas horas, y volvió a pasar en ese instante. Algo estaba empezando a cambiar dentro de mí...

Unos diez minutos después, cuando estábamos en plena recuperación del terrible esfuerzo que acabábamos de hacer, Rocío se levantó, se vistió y salió camino hacia el pasillo que llevaba a su habitación.

—Ale —dijo antes de desaparecer del todo—. Mañana Benjamín retoma su horario habitual en el trabajo. O sea, que va a volver a casa. Tú no te preocupes, arreglé todo con él para que te puedas quedar unos días más...

—Vale... —respondí, sin saber muy bien qué más decir...

Se dio la vuelta y esta vez sí que su figura desapareció completamente de mi vista. Yo, todavía desnudo e intentando recobrar un poco la noción de la realidad, intenté recomponerme para continuar con aquél día que todavía estaba lejos de terminar. Pero Rocío volvió a asomar la cabeza por el pasillo y...

—Ale... Esta ha sido nuestra última vez. No voy a volver a tener relaciones sexuales contigo.

—¿Cómo?

Tras decir eso, me sonrió de una forma que no terminé de entender, y volvió a perderse tras la esquina de aquél pasillo.