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Las decisiones de Rocío - Parte 10.

en Hetero: Infidelidad

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Rocío.

—¡Te amo, Rocío! ¡No quiero ayudarte más con Benjamín!

 

Cuando terminó de recitar esa frase, se quedó mirándome, como esperando a mi reacción. Pero yo no supe qué decir, ni qué hacer. Se había vuelto todo muy borroso en mi cabeza. Y respondí lo primero que se me ocurrió.

 

—Pero... ¿qué dices? Me parece que estás borracho, Ale.

—No estoy borracho. Te amo. Ahora lo sé.

 

No me podía creer que me estuviera diciendo eso. No podía ser. Algo tenía que estar mal. Si no estaba borracho, quizás era que la cena le había caído mal, o tal vez no se había curado del todo de la paliza que le habían dado. No tenía ni idea. Pero no podía ser que me estuviera diciendo eso.

 

—Siéntate, Ale. Déjame que te traiga un poco de agua —le dije aferrándome a mi teoría.

—¿Por qué no me querés escuchar? ¡Estoy perfectamente! ¿Tanto te cuesta creer lo que te estoy diciendo? —insistió con más énfasis.

—No puede ser... No tiene sentido... Esto no tiene nada que ver con nada de lo que ha estado pasando desde que has llegado aquí... —respondí mientras me sentaba en el sillón.

—¡Ya lo sé! ¡Por eso te digo que es ahora que lo sé! —exclamó sentándose a mi lado. Parecía un niño intentando contarle a la madre que había visto algo alucinante—. Quizás sea por lo que acabamos de hacer... el cómo lo hiciste, cómo lo pasamos... no sé... Lo único que sé es que te amo y que no quiero seguir ayudándote con Benjamín.

 

Era todo muy surrealista, y su explicación no ayudaba nada. Hacía unas horas me había dicho que su máxima prioridad era conseguir reparar mi relación con mi novio. ¿Cómo era posible que en cuestión de tan poco tiempo (y con varios orgasmos de por medio, sí) hubiera cambiado de parecer? Las cosas no me cuadraban en absoluto.

 

—¿O sea que te acabas de dar cuenta ahora que estás enamorado de mí? ¿No crees que es un poquito difícil de creer? Antes me has dicho que no tenías ningún tipo de intención secundaria en todo esto, y ahora me sales con que me amas. Permíteme sorprenderme, Alejo —respondí con toda la seriedad posible. Me estaba empezando a afligir.

—Ya sé... pero... no sé cómo explicártelo... Y me jode, porque no quiero que pienses que me estuve aprovechando de vos hasta ahora... —prosiguió ya un poco más nervioso y menos seguro que antes.

 

Hubo un breve silencio. Breve e incómodo. Alejo había agachado la cabeza y parecía que se había quedado sin palabras. Y yo no quería seguir ahí sentada. Pero no podía dejar las cosas así, no se lo merecía él, ni tampoco yo. Ya estaba harta de crear malos ambientes por no hablar las cosas cuando había que hacerlo.

 

—No pienso dejar que esto se quede así, Alejo —le dije con seguridad.

 

Me acerqué a él, levanté su cabeza con mis manos y lo hice mirarme a los ojos. Sólo quería hablar con él y dejar claros algunos puntos. Pero me quedé de piedra cuando su mirada se cruzó con la mía. Las lágrimas caían por sus mejillas y tenía toda la cara roja. Era el vivo reflejo de la tristeza. En ese momento me di cuenta de que no podía estar mintiéndome. Es decir, nunca había dudado de sus sentimientos, de lo que dudaba era de su 'repentino enamoramiento'. La pena que había en su cara era una evidente muestra de que lo estaba pasando muy mal y que no sabía cómo salir del atolladero.

 

—¡Ale! ¡No llores, mi vida! —me apresuré a decirle y me abracé a él inmediatamente— ¡Te creo! No llores más. Te juro que te creo.

—Soy una mierda, Rocío. Te prometí que te iba a ayudar y ahora te salgo con esto. Soy un ser humano despreciable —decía con la voz entrecortada. En cualquier momento iba a romper a llorar.

—No eres una mierda. Uno no controla estas cosas y sé muy bien que es difícil guardárselas. Y te agradezco que me lo hayas contado. Hubiese sido peor que me lo ocultaras y que siguiéramos como si nada. No me perdonaría nunca que sufrieras por mi culpa.

—¿Qué querés decir con eso? —me preguntó volviéndome a mirar a los ojos.

—¿Eh? ¿Qué quiero decir con qué?

—Con eso de seguir como si nada y que no querés que sufra por tu culpa. Porque creo que estás mezclando las cosas —continuó.

—¿Mezclando las cosas? Ahora no te entiendo yo a ti —contesté extrañada.

—Ya sé que te dije que no quería continuar las prácticas, pero nada que ver, me bloqueé y me salió lo primero que se me vino a la cabeza. Lo que no quiero es seguir ayudándote con Benjamín. Las prácticas siguen siendo por tu propio bien —concluyó.

 

Me quedé boquiabierta y, nuevamente, sin saber qué decir. Yo había dado por sentado que todo se iba a terminar ahí, porque una declaración de amor ya significaba algo mucho más serio de lo que había entre nosotros dos hasta ese momento. No se me pasaba por la cabeza continuar con ese 'entrenamiento' a sabiendas que Alejo me quería como mujer. Primero, porque era un hecho que él iba a salir lastimado; y segundo, porque el principal motivo por el que yo lo hacía era para no perder a Benjamín, y Alejo me acababa de dejar claro que ya no tenía intención de ayudarme con eso.

 

—Ni hablar.

—¿Eh? ¿Por qué? —dijo sorprendido.

—Alejo... Yo no soy tonta, aunque a veces lo parezca. Quiero que hablemos esto bien y que llamemos a las cosas por su nombre. Creo que hoy ha quedado más que demostrado que he cambiado, y mucho. Las prácticas hicieron un efecto en mí que jamás hubiera imaginado. No soy tan arrogante como para decir que ya no me hace falta aprender nada más, ni mucho menos, pero creo que con esto ya es suficiente como para darle a Benjamín lo que espera de mí.

—Pero Rocío...

—Déjame terminar, por favor. Con esto que hacemos cuando practicamos, por primera vez en mi vida me estoy sintiendo mujer en todo el sentido de la palabra. Y para serte sincera, y me da mucha vergüenza decirte esto, te juro que quería continuar con esto, aparte de por el bien de mi pareja, porque le he cogido gustillo y porque me lo paso muy bien... Pero ahora que me dices que no me quieres ayudar más con Benjamín, ya no tengo ningún motivo fuera de lo físico para seguir...

 

Estaba sorprendida de haber sido capaz de decir todo eso sin habérmelo pensado ocho veces antes y sin habérmelo practicado otras ocho. Vaya que si había cambiado. Y sabía bien que todo se lo debía a él. Así que qué menos que decirle las cosas como eran e irle sin rodeos por una vez.

 

—Entiendo... —dijo tras una corta pausa.

—Me alegra que lo entiendas... Pero quiero que sepas que...

—Terminemos con las prácticas, está bien —me interrumpió. Acto seguido, se levantó, me estiró la mano para que me levantara yo también y, sin previo aviso, me estampó un beso en los labios.

—¡¿Qué haces?! —pude decir luego de apartarlo de un empujón. Pero enseguida volvió a la carga y me dio un nuevo beso. Bueno, beso, el cabrón me estaba dando un morreo de campeonato. Al pillarme con la boca abierta, consiguió meterme la lengua y no la sacó hasta pasados unos cuantos segundos.

—Besarte, eso hago. Pero ya no como 'coach', 'entrenador', 'maestro' o como mierda quieras llamarme, ahora te beso como un hombre que está enamorado de vos y quiere hacerte suya.

 

Me quedé paralizada y sin saber, de nuevo, cómo reaccionar. Mientras me besaba, con una mano me acariciaba el culo y con la otra uno de mis pechos. Todavía no había recuperado del todo mis fuerzas debido al reciente orgasmo y no pude hacer nada para alejarlo de mí.

 

Cuando creyó oportuno cambiar de posición, se dio la vuelta y me tumbó sobre el sofá. No sobra recordar que todavía ambos estábamos desnudos y, por lo tanto, yo me encontraba servida en bandeja de plata. Y él no estaba dispuesto a dejar pasar la oportunidad. Me abrió de piernas con brusquedad, separándolas todo lo que mi elasticidad le permitió, e inmediatamente hundió su cara en mi vagina. Yo intentaba resistirme con las pocas fuerzas que me quedaban; tirando de su cabello y dándole golpes en los hombros. No quería que me chupara ahí abajo, quería explicaciones. Pero él no parecía importarle nada lo que yo quisiera y no cesó en ningún momento con la lamida.

 

—Alejo... para, por favor... —supliqué intentando no hacer muy evidente mi voz temblorosa—. Hablemos... No es necesario recurrir a la violación...

 

Cuando pronuncié esa palabra, mi amigo dejó de mover su lengua justo antes de levantar la cabeza y dedicarme una mirada penetrante y llena de tristeza.

 

—Me duele que pienses que te voy a violar, Rocío... Estoy haciendo esto porque me acabás de confesar que te gusta. Nunca en la vida haría algo que pudiera lastimarte... La verdad es que no me lo puedo creer... —dijo a la vez que se ponía de pie y se disponía a recoger su ropa.

 

Me había vuelto a meter en un lío. Me estaba volviendo una experta en herir los sentimientos de mis seres queridos. Era cierto que, al ver que no me hacía caso y seguía a lo suyo, se me había pasado por la cabeza que me iba a querer forzar. Fue por eso que se lo solté de esa manera. Pero, al ver su reacción, me sentí como una completa estúpida por pensar algo así de él.

 

—¡Espera! —dije de inmediato—. ¡No quería decir eso! ¡Pero es que eres muy apresurado! Quiero que hablemos. Nada más...

 

Me miró dubitativo un par de segundos y, luego de torcer el gesto, asintió y se volvió a sentar a mi lado, dejando bastante espacio entre los dos.

 

—¿Qué tengo que entender de eso último que has dicho, entonces? —le pregunté con seriedad.

—Que voy a ir por vos, Rocío —respondió él aún más serio.

—¿Vas a venir por mí?

—Sí. Ya te dejé escapar una vez por puto y cagón. No voy a volver a cometer el mismo error.

 

Me quedé un rato analizando fríamente lo que me estaba diciendo. Si bien no terminaba de caer del todo en que las cosas hubieran tomado ese rumbo, de alguna manera sentía que podía manejarlo. Sólo tenía que elegir las palabras correctas.

 

—Ale, no te voy a mentir, me hace muy feliz que sientas esto por mí después de todo lo que te hice pasar en el pasado y de lo que te estoy haciendo pasar ahora, en serio, pero creo que fui muy clara sobre mis sentimientos desde que llegaste a esta casa, ¿no?

—Me da lo mismo. Voy a hacer que te enamores de mí —declaró sin modificar ni un pelo su semblante serio.

 

Me estaba empezando a poner nerviosa. Miles de escenas empezaron a pasar por mi cabeza; desde Alejo plantándosele a Benjamín para contarle todo, hasta los dos peleándose a puño limpio por mí. Y no era ninguna tontería, ¿qué iba a pasar si se le ocurría retar a duelo a mi novio por mi amor? En ese momento sentí que los sentimientos de Alejo eran lo último que me importaba. Tenía que hacer algo para evitar que hiciera alguna tontería. Mi relación de pareja estaba en juego.

 

—Espera, Alejo... Vamos a serenarnos... —dije en voz baja y exhalando un poco de aire—. Te repito que me hace muy feliz que sientas esto por mí, te lo juro, pero no quiero que cometas ninguna locura...

—Estoy dispuesto a lo que sea —insistió.

—¿Incluso a destruir mi relación Benjamín? —respondí con un poco de enfado.

—A ver... Si te quiero para mí, es lógico que quiera que tu relación actual se termine... —aclaró para mi desesperación—. Pero no te preocupes, no le voy a decir nada a tu novio. Y no voy a hacer nada para hacerte pelear con él. No es mi estilo y, además, sé que no me lo perdonarías.

—¿En serio? —suspiré y sonreí por fin. No había mentira en sus ojos, ni maldad. Sabía que podía confiar en él al 100%.

—Pero... —prosiguió.

—¿"Pero", qué? —pregunté y mi sonrisa volvió a desaparecer.

—Ojo, no lo tomes como una amenaza, pero no me parecería una pelea justa si yo no pudiera jugar mis cartas. Por eso quiero que me dejes intentar conquistarte a mi manera.

—¿A tu manera...? ¿Cómo? —pregunté intrigada.

—Tengo varias, pero, de momento, vamos a seguir con esta...

 

Su mano derecha se elevó lentamente y se posó en mi mejilla izquierda. Justo después acercó su cara y me dio un suave y tierno beso en los labios. Corto, a diferencia de los que solía darme, pero lleno de intenciones. Luego se quedó mirándome un rato, esperando mi aprobación.

 

Entendí enseguida las reglas del juego, como también entendí enseguida que muchas alternativas no tenía. Después de todo, era eso o arriesgarme a que le fuera de frente a Benjamín, y ahí sí que todo se iba a terminar. No era como si me disgustara tener que ceder, porque sabía que no iba a ser diferente a lo de las "prácticas". Sabía que mientras no lo dejara cruzar esos límites pre-establecidos, no iba a tener nada de qué preocuparme.

 

Cerré los ojos un momento, volví a suspirar y, cuando los abrí de nuevo, le devolví la mirada penetrante y esta vez fui yo la que acercó el rostro para que nuestros labios se juntaran. Nos abrazamos y nos dejamos caer por lo largo del sofá del salón, dejándonos llevar por la lujuria y por los sentimientos de un gran chico que estaba enamorado de la joven equivocada, dando lugar al comienzo de una nueva etapa en nuestra relación.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 00:10 hs. - Benjamín.

—Bueno, ¿vas a decir algo de una vez? —me preguntó Lulú luego de dar un sorbo a su cerveza— Llevas callado desde que salimos de ahí...

—Cállate un rato, ¿quieres? —respondí con sequedad.

 

Todavía seguía sin creerme lo que había visto. O, por lo menos, no quería hacerlo. Tenía un pesar en el cuerpo que me tenía como alma en pena. Me había puesto de mal humor y no tenía ganas de hablar con nadie, ni siquiera con Lourdes, que había sido la que me había hecho descurbrir la verdad.

 

Técnicamente no tenía ningún motivo para sentirme de esa manera. O sea, sí; había sido engañado, estafado, humillado, golpeado y una larga lista más de verbos que podría llevarme todo el día enumerar. Aun así, nada de eso justificaba ese estado pre-depresivo en el que me encontraba. Porque hubiese comprendido tener un enfado considerable; ira, furia, rabia, etc. Pero, insisto, lo que sentía en ese momento no se asemejaba a ninguna de esas.

 

Había decidido ir a ese bar a esas altas horas de la madrugada para analizar lo que había pasado esos últimos días y para que Lulú me explicara todo lo que sabía. Pero ya iba por la tercera caña y todavía no la había dejado decir nada. En mi mente no dejaban de aparecer gigantografías de Clara besando y desnudando a Mauricio. Y yo cada vez me sentía peor...

 

—Bueno... Ya son más de las doce, no podemos estar toda la noche sin decir nada —dijo de repente.

—¿Por qué no? —dije con tono pasota. El alcohol se me empezaba a subir.

—No sabía que te iba a afectar tanto... Pareces un tío que lo acaba de dejar con su novia... —me dijo rechistando.

 

Lo cierto es que no estaba muy lejos de la realidad. La escena era tal cual la acababa de describir; yo bebiendo sin intención de detenerme y ella dispuesta a ejercer de hombro para que pudiera desahogarme. Y todo por una niñata con la que no hacía ni una semana que trataba.

 

—Vale... —dije al fin—. Cuéntame con lujo de detalles todo lo que sabes.

—¿No sería mejor que me contaras tú lo que te traías con Clara y de paso aclararme por qué cojones estás como si te hubiesen dado un tiro en un riñón?

—Tú me cuentas todo lo que sabes y ya, si eso, me fijo si te digo una mierda o no... —dije con agresividad y mirándola feo. Ni yo mismo me reconocía.

—Mira... porque te conozco y sé que aquí está pasando algo gordo, si no me iba yo a la mierda y te quedabas aquí pastando, gilipollas —me respondió ofendida, insultándome por primera vez desde que nos conocíamos.

—Va, habla... —dije sin hacerle mucho caso...

—Sabes que Clara está en la empresa como becaria, ¿no? —comenzó—. Bueno, me imagino que también sabrás que a Mauricio le gusta tomar este tipo de chiquillas como becarias, no porque sea un viejo verde ni nada por el estilo, sino para darle ese aire fresco que necesita la empresa y para que el personal masculino venga al trabajo con más entusiasmo... En fin, hasta ahí entendible, ¿no?

—Sí, ¿y?

—Bueno, hasta ahí las cosas iban como él quería, pero un día, al poco tiempo de haber empezado, la niña se le presenta en la oficina y le dice que tiene que hablar con él.

—Ajá...

—Al parecer, su familia no estaba pasando por un buen momento económico y la chica le pide que le de un adelanto. Mauricio se niega y Clara se echa a llorar en pleno despacho. Él la intenta consolar y le explica el porqué de su respuesta. Ella lo entiende y se abraza a él.

—Sigue...

—Deja de insistir con el adelanto y le sale con otro tema. Clara le dice que su futuro está en juego y que no puede permitirse sacar una mala nota. Todo esto durante el abrazo. Mauricio intenta separarse de ella pero, entonces, le coge una mano y se la pone en una teta —suspiró—. Benjamín, Mauricio está casado hace muchísimos años y jamás le había sido infiel a su mujer, así que imagínate lo difícil que habrá sido para él la situación.

—Sí, dificilísima... —reí con sorna— ¿Y entonces ahí se la folló por primera vez?

—No. No sé de dónde sacó fuerzas pero consiguió que se fuera, diciéndole que se lo pensaría. A esa altura la niñata ya se sabía ganadora.

—¿Hay más?

—Sí. Al día siguiente, Clara se vuelve a presentar en su despacho. No sacó el tema y sólo le habló a Mauricio de trabajo, pero más juguetonamente y pegajosa que nunca.

—Ajá... Entonces fue ahí cuando se la foll...

—¡Que no se la folló hasta pasado un mes, pesado! O sea... Hará una semana o dos... No tengo la fecha exacta.

—¿En serio? —pregunté extrañado—. ¿Pero qué pasó? ¿Por qué?

—Una persona no le es fiel a su pareja tantos años por nada, Benjamín... La cría se lo tuvo que trabajar. Incluso tuvo que cambiar la estrategia; la seducción y el toqueteo barato no le estaba sirviendo de mucho, por eso decidió atacar un lado más personal; se convirtió en su confidente y se le metió en el corazón.

—¿Quieres decir que...?

—Sí, Mauricio se enamoró de Clara.

—¿Y por qué tú sabes todo esto? —pregunté sinceramente intrigado. Quería saber todo lo que rodeaba a esta telenovela repentina que se había presentado en mi vida sin haberlo pedido.

—¿Me lo dices en serio? Sabes que Mauricio es como un padre para mí. Cuando volví de Alemania, me di cuenta de que se ponía raro cada vez que esa tipa estaba cerca. Me costó, pero finalmente conseguí que me lo contara todo.

—Entiendo...

 

Nos quedamos en silencio, yo sumido en mis pensamientos, procesando toda la información que acababa de recibir, y ella esperando que yo dijera algo de una vez.

Era increíble cómo Clara me había mentido en todo. Ahora sí que me sentía indignado; la puta niñata había querido ensuciar a Lulú haciéndome creer que era ella la amante de Mauricio...

 

«O no...» pensé en ese momento. Si bien lo que había presenciado esa noche concordaba con lo que me acababa de contar Lulú, todavía habían varias cosas sin explicación. Sí, todas aquellas cositas y sucesos por los que había llegado a pensar que era ella la amante de Mauricio. Había un montón de cosas que necesitaban explicación.

 

—Ok... Te voy a contar todo lo que me concierne a mí en este tema. Pero antes quiero que me expliques unas cuantas cosas...

—¿Qué cosas?

—Antes te dije que pensaba que eras tú la amante de Mauricio, ¿te acuerdas? No, no me mires así —dije enseguida al ver como abría los ojos como planetas—. Sucedieron varias cosas que me hicieron pensar eso.

—Dios mío, Benjamín, ¿cómo pudiste pensar eso? Sabes lo que significa Mauricio para mí...

—Cállate y escucha. Hace unos días, Romina me pidió que fuera a su despacho a dejar unos papeles. Ella tenía que hacer unas cosas y no podía. Hablando, me comentó que tú estabas reunida con Mauricio en ese momento, y poco antes me habías dicho que tenías otras cosas que hacer.

—Sí... —dijo esquivándome la mirada.

—Bueno, cuando fui a hacerle el favor a Romina, escuché gritos viniendo del despacho de Mauricio, y no eran gritos de pelea, precisamente... Eran gemidos... Y era tu voz... —le dije de una y sin rodeos. Tardó varios segundos en contestar.

—Mira, Benjamín, te voy a ser sincera y te voy a contar todo. Quizás cambie tu forma de verme. Quizás no vuelvas a confiar nunca más en mí... Pero, llegados a este punto, no quiero ocultarte nada...

—Soy todo oídos.

—Bueno, ahí voy... Hace una semana que volví a la empresa, ¿no? Bueno, a los dos días Mauricio me contó todo lo de Clara. Desde entonces estoy cubriéndolos.

—¿Cómo? ¿Cubriéndolos cómo?

—Pues eso, cubriéndolos. Cada vez que Mauricio queda con ella para... bueno, para follar, soy yo la que le cubre las espaldas.

—No entiendo por qué, la verdad. Mauricio ya está grandecito.

—Ese día que dices, Benjamín, Clara le envió un mensaje anónimo a la mujer de Mauricio diciéndole que él tenía una amante.

—¡¿Qué?! —exclamé pasmado—. ¿Por qué? ¿No habían llegado a un acuerdo ya?

—Resulta que ese día habían quedado para ir a un hotel a las afueras de la ciudad, pero, al final, Mauricio tuvo que cancelar los planes porque a última hora se enteró que sus suegros irían a cenar a su casa. Bueno, a Clara muy bien no le sentó esto y por eso hizo lo que hizo.

—Me imagino cómo se habrá puesto Mauricio...

—¿Eh? ¿Ponerse de qué? No te das una idea de lo idiotizado que está Mauricio con esa cría... Le pidió perdón mil veces por tener que cancelar los planes. Pero bueno, eso es otra cosa. Continúo. Ese día Mauricio estuvo toda la mañana tratando de calmar a su mujer, pero sin éxito, así que me llamó a mí para que hablara con ella —dijo antes de dar otro trago.

—Sigue, por favor...

—Me dijo de todo, Benji... De todo... Primero me acusó a mí de ser la amante. Cuando desechó esa idea, me dijo que lo estaba encubriendo y no sé qué más movidas. Bueno, resulta que me puse a llorar y empecé a gritarle por teléfono... No eran gemidos lo que escuchaste...

No dije nada. No estaba del todo seguro todavía de qué creer. Esta nueva historia que me acababa de contar coincidía con los últimos acontecimientos. Es más, lo del enfado de la mujer de Mauricio era un secreto que se había filtrado por cada rincón de cada piso de la empresa.

—Está bien, digamos que te creo...

—¿Digamos que me crees? —respondió incrédula—. Al final me vas a hacer enfadar...

—Ok. Ese mismo día nos vimos por la noche, y cuando me fuiste a dar un abrazo para despedirte, apestabas al perfume de Mauricio, estabas sin sujetador y tenías unas bragas usadas y húmedas en tu bolso. Lo recuerdas, ¿no? —volví a decir de una y sin rodeos.

—Sí, al final me voy a enfadar... —respondió apretando los dientes—. No me puedo creer que estemos teniendo esta charla...

—¿Me respondes?

—¿Sabes por qué me he estado yendo antes estos días? ¿Por qué he estado trabajando tan pocas horas en comparación con los demás?

—No.

—Joder, Benjamín, usa la cabeza. Te estoy diciendo que le estoy cubriendo las espaldas a Mauricio para que pueda tirarse a la cría esa. Asocia, chaval.

—¿Y tienes que salir de la empresa para cubrirles el culo?

—La casa de la que acabamos de venir es de mi marido. Bueno, de su padre, pero la va a heredar... Resulta que es el lugar que han estado utilizando esos dos como picadero. Desde que Clara le mandó ese mensaje a la mujer, Mauricio decidió que no iba a seguir pagando hoteles. Se había podido encargar de destruir las pruebas hasta la fecha, pero si la mujer empezaba a investigar todos sus movimientos desde ese momento, ahí sí iba a estar jodido.

—Y tú le saliste de salvadora...

—¡No! ¡Nunca hubiese hecho eso! No me preguntes cómo ni por qué, pero Mauricio sabía que yo tenía acceso a una casa que era de mi marido...

—Ok, pero sigo sin verle relación con tus escasas horas de trabajo.

—Ay... A ver... —suspiró con paciencia—. Mi cuñado vive justo arriba... Y no me interesa que se entere que estoy usando una propiedad de su hermano como albergue transitorio para un empresario cincuentón y una cría inmadura. Así que he estado yendo con ellos y me encargué de hacer pasar esos encuentros como "reuniones de trabajo".

—Ya veo... —asentí—. Un momento, ¿y hoy? ¿Por qué hoy los dejaste ir solos?

—Porque mi cuñado se fue unos días a la costa... Ahora ya no hay peligro.

—De acuerdo. Aunque no sé qué tiene que ver todo esto con mi pregunta... —insistí.

—Mira, te voy a responder a eso porque no tengo nada que esconder ya, pero es la última pregunta de tu estúpido cuestionario que pienso responder, ¿de acuerdo?

—Veamos...

—Ese día esos dos echaron un polvo de reconciliación en el despacho de Mauricio, en eso se resume todo. ¿Que apestaba a su perfume? El despacho apestaba a sexo y a humanidad, ni se habían molestado en abrir las ventanas. Cogí lo primero que encontré, que resultó ser su perfume, y lo rocié por todo el cuarto. ¿Que estaba sin sujetador? ¿Sabías que es normal que haya veces que las mujeres andemos sin sostén? Sobre todo para las que no destacamos mucho en ese atributo... ¿Las bragas? Se las había olvidado la inútil de Clara. Estaban húmedas por obvias razones...

—Bueno, vale. Te creo. Pero entiéndeme, la niñata ha estado muchos días comiéndome la cabeza —dije sin pensar. No recordaba que todavía no le había contado a Lulú mi parte de la historia.

—¿A qué te refieres con que te ha estado comiendo la cabeza? Creo que es tu turno de soltar todo lo que sabes, ¿no te parece?

Para ser sincero, no tenía ni las más putas ganas de seguir hablando del tema. Me sentía como un imbécil por haberme dejado engañar y no me interesaba que se enterara de mi estupidez. Pero, en fin, ella se había tomado la molestia de responder a todas mis preguntas, por más duras que fueran, y qué menos podía hacer yo por ella.

—¿Lo quieres paso a paso o resumido? —le pregunté mientras me bebía el último trago de birra.

—Detalle a detalle —dijo acomodándose en la silla y poniéndome, supongo, toda su atención.

 

Y bueno, le conté la historia. Aunque no entera. Naturalmente obvié la parte en la que casi le soy infiel a Rocío. No sabía cómo se lo tomaría y, además, era menester para mí que esa escena quedara en el olvido para siempre, por lo tanto, mientras menos gente lo supiera, mejor.

 

—No me puedo creer que me creyeras capaz de romperte un jarrón en la cabeza —rio con ganas—. Ahora entiendo por qué esta tarde me mirabas con tanta desconfianza.

—Muchas risas, sí, pero el chichón todavía no se me ha ido —refunfuñé.

—Tampoco puedo creer que la niñata te convenciera para creer todo eso de mí... La verdad es que estás hecho un imbécil, Benjamín —me dijo sin contenerse. Razón no le faltaba, sinceramente...

—Como sea. Ya tendrás todo el tiempo del mundo para insultarme. Ahora dime, ¿por qué razón Clara te inculparía en todo esto? Así en frío, a mí me parece uno más de sus juegos...

—Pues no, Benjamín. Creo saberlo. Mira, vamos paso a paso —dijo a la vez que comenzaba a bajarse otra caña—. Viste que te dije que Mauricio me llamó para que lo salvara con su mujer, ¿no? Bueno, ese día no tuvo más remedio que decirle a Clara que yo lo sabía todo, cosa que no le sentó nada bien a la cría. A partir de ese día hemos estado en tensión constante, principalmente porque ella no confía en mí.

—¿La amenazaste o algo? Nos conocemos bien, Lulú...

—Que no. ¡No seas tonto! Desconfianza porque sí, si yo ni la conocía. Mira, yo creo que hizo todo esto para sacarme de en medio. Vio en ti la oportunidad perfecta y la quiso aprovechar. Y yo ya me olía algo. Menos mal me decidí hoy a contarte toda la verdad.

—Espera, que me dejas con más dudas todavía. ¿Por qué te decidiste hoy a contarme la verdad?

—Te advertí que te alejaras de ella y pasaste de mí. Todo el mundo te ha estado viendo con ella los últimos días y los rumores corren —paró un momento y suspiró—. Benjamín, Mauricio está muy enchochado con esa chica. Estoy segura de que vendería a su propia madre por ella. Tenía miedo de que pensara algo que no era y te despidiera producto de la rabia.

—Vale. Lo entiendo. Lo que no entiendo es de qué manera podría quitarte de encima utilizándome a mí —dije. Por alguna razón, el hecho de que Clara me hubiera usado y que todo lo que habíamos tenido pudiera ser todo mentira, me tenía bastante inquieto.

—Bueno, no estoy del todo segura de eso, pero me imagino que tienen que estar relacionadas las cosas —aclaró llevándose las manos a la barbilla.

—Ya... —murmuré. Sus dudas me habían tranquilizado un poco—. Lulú... ¿Qué pasó en el cuarto de los empleados de limpieza en verdad? Ya te dije que Clara me dijo que la llamaste de repente para que fuera a salvarte el culo, pero...

—Pues... justo lo contrario. Ella me llamó a mí para que fuera a recoger a Mauricio y eso hice. Al parecer te metió en el cuarto contiguo antes de que yo llegara y te dejó durmiendo ahí... Tampoco vi ningún jarrón...

 

Un nuevo silencio rodeó la mesa del bar en la que estábamos. Nuestras jarras, no las primeras, ya estaban vacías y parecía que ninguno de los dos tenía intención de seguir bebiendo. Ambos nos quedamos mirando al vacío un buen rato mientras la cálida y tranquila música, blues creo que era, sonaba en el sitio.

 

—Santo cielo... —suspiré entonces—. En serio, Lourdes, no sé qué voy a hacer con todo esto...

—Tú no tienes que hacer nada. Bueno, sí, lo que tienes que hacer es dejarte de ver con Clara y punto. Yo me encargo de todo lo demás —dijo de forma tajante.

—Pero no puedo dejarte con todo el marrón a ti sola... Yo me metí solo en todo esto, me gustaría enfrentarla y decirle...

—¡Que no! —me interrumpió—. La cría te ha estado seduciendo y tú te has dejado, por lo que me has contado. Si Mauricio llega a oler algo de todo esto, tus días en la empresa están contados. Hazme caso, Benjamín, por favor... —conluyó mirándome con pesar.

—Vale, de acuerdo —asentí finalmente—. Y oye, que yo no me dejé seducir por nadie, fue ella la que...

—Que sí, que me da igual —me volvió a interrumpir—. Ya es tarde, deberíamos volver al trabajo, que cuando Mauricio vuelva nos va a crujir.

—Es verdad...

 

Me puse de pie de un salto, pero volví a caer en el asiento de forma instantánea. Me había pasado varios pueblos con el alcohol y no me había dado cuenta. Lulú intentó levantarse también, pero el resultado no fue muy distinto. No estábamos en condiciones de volver a la oficina.

 

—Vaya... —dijo ella.

—Creo que, después de todo, no es muy buena idea...

—No...

—Vamos, despacio, que te ayudo a levantarte —dije haciendo alarde de un gran equilibrio.

—No podemos conducir así... —me recordó ella.

—Vamos a esos sillones de ahí hasta que se nos baje un poco. No nos queda otra...

—Oye, Benji... ¿Y si mejor vamos a mi casa? Está a unas pocas calles de aquí. Podemos ir a pie... —propuso de pronto.

—¿Segura? ¿Y si los vecinos se piensan lo que no es? —reí al escucharla.

—Bueno, quédate aquí entonces. Yo me largo —respondió dándome vuelta la cara y cogiendo el camino hacia la salida a paso firme. A los diez pasos se dejó caer en una silla cercana. Volví a reírme y salí en su ayuda.

—Vale, vamos a tu casa, acepto tu invitación —le dije extendiéndole una mano—. Voy a necesitar recargar energías para la bronca que mañana me va a echar mañana el bigotón...

—No te pienses que a mí me espera la alfombra roja, eh... —finalizó Lulú antes de que saliéramos del Bar y nos dirigiéramos a su casa.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 11:20 hs. - Rocío.

—Arriba, dormilona.

—Un ratito más...

 

Me di la vuelta sobre mí misma y estiré mi mano a ciegas para intentar coger el despertador de mi mesita de luz.

 

—Son las once y veinte...

 

Dejé caer la mano y volví a darme la vuelta con el claro objetivo de seguir durmiendo. Entonces siento una mano de considerables dimensiones apartarme el pelo de la cara, para acto seguido escuchar una tierna voz en mi oído volviéndome a decir que me levantara.

 

—Dale, mi amor, que ya dormiste un montón.

 

A medida que me iba espabilando, mi mente iba procesando lentamente las palabras que salían de la boca de mi amigo y también iba trayéndome al presente las imágenes de todo lo que había pasado la noche anterior. No obstante, el lado aún dormido seguía dominando gran parte de mí y, quizás, fue por eso por lo que atraje la cara de Alejo para darle un suave piquito en los labios. Piquito que, poco a poco, se fue transformando en eso a lo que comúnmente llamamos beso de los buenos días.

 

—Buenos días a vos también —rio mientras despegaba su boca de la mía.

 

No le dije nada. No sabía por qué había hecho eso, ni tampoco sabía por qué había vuelto a "practicar" con él esa noche. Ya más calmada y con las cosas pensadas en frío, me di cuenta de que Alejo no era realmente la amenaza que aparentaba para mi relación con Benjamín. Si bien podía plantársele de frente y decirle todo lo que habíamos hecho, o que me quería, o lo que se le ocurriera, lo único que yo tendría que hacer sería decirle a mi novio que era todo mentira. Tenía el 75% de la batalla ganada. El otro 25% lo aportaría lo poco bien que le caía Alejo.

 

«Quizás ahora sí que es hora de terminar con todo esto...»

 

"You're way too beautiful girl, that's why it'll never work"

 

Alejo miró con mala cara al ver la pantalla de mi teléfono y luego se fue de la habitación. Me quedé pensativa unos segundos, libré mi mente de pensamientos negativos y me dispuse a hablar con Benjamín.

 

—¿Hola?

—¡Buenos días, reina!

—Hola, Benja. Buenos días —respondí bostezando.

—¿Estabas durmiendo?

—Recién me despierto. Ayer me dormí tarde... —dudé—. Me quedé viendo una peli y se me pasó la hora...

—¡Ah! Bueno, no pasa nada por que de vez en cuando trasnoches, jeje...

—No, supongo... ¿Sigues en la casa de tu compañero?

—¡Sí! Ayer terminé tarde de nuevo y, otra vez, me hicieron el favor de dejarme quedar aquí...

—Ayer no me llamaste —le dije sin proponérmelo. Aunque no estuviéramos pasando por un buen momento, me molestaba mucho que no me llamara todos los días.

—Lo siento, Ro... Sé que no tengo excusas, pero si supieras por todo lo que tuve que pasar ayer... Ya otro día te lo contaré todo con lujo de detalles.

—Ya... —dije con indiferencia—. Pues yo estuve espe...

 

Me interrumpí un momento y puse atención a otra voz que provenía del otro lado del teléfono. Era una voz femenina, una voz femenina que le preguntaba si no había visto las llaves del coche. Sonaba muy alterada.

 

—¡Que te calmes! ¿Te has fijado en la mesilla de la entrada? —respondió Benjamín—. Perdona, Ro, pero es que la hermana de mi compañero no encuentra las llaves... y, en fin, ¿de qué estábamos hablando?

 

Me quedé en silencio procesando lo que acababa de oír y recordando lo que él mismo me había dicho en el pasado. «Rabuffetti no tiene familia, vive solo el pobre hombre, por eso no le viene mal un poco de compañía...»

 

—No me acuerdo, Benja... —dije sin ganas.

—Parece que estás media dormida todavía, je —rio— Te llamaba para adelantarte que quizás en unas horas pueda darte una buena noticia. Todavía no lo sé y no quiero gafarlo, pero estate atenta a mi llamado, mi amor.

—Vale —volví a decir con nulas ganas.

—Eh... Ok. Entonces luego te llamo... ¡Y despierta ya! ¡Quiero tenerte al cien por cien cuando te llame luego! ¿De acuerdo?

—De acuerdo —ídem.

—Adiós, Ro. Y recuerda, ya falta un día menos para...

 

No lo dejé terminar la frase; colgué y me volví a estirar sobre mi cómoda camita. Me giré un poquito y llamé a mi gata Luna para que viniera a mi lado. Acudió corriendo a mi llamado y se tumbó al lado de mi pecho. Así, estuve acariciándola unos minutos mientras mi mente trabajaba a mil por hora, aunque en ese momento debía aparentar todo lo contrario, ya que me encontraba serena y en paz mimando mi gata.

 

Cuando terminé de despertarme y me cansé de estar acostada, me levanté, me puse lo primero que encontré, que fue un camisón amarillo que me llegaba a medio muslo, y me fui al baño a darme una ducha. Una vez terminé de bañarme, me dirigí hacia el salón con solamente el pedazo de tela amarilla cubriéndome y me senté en el sofá a esperar.

 

Cuando sentí abrir la puerta de la casa, me puse de pie de inmediato y me lancé a besar a Alejo como, hasta la fecha, nunca lo había hecho. El chico dejó caer las bolsas que traía, sorprendido, y se separó de mí para pedirme explicaciones.

 

—Cállate —le dije, y seguí morreándolo como si fuera la última vez.

 

Él no tardó en prenderse y a los pocos segundos ya me tenía pegada contra la pared manteniéndome elevada con la fuerza de su torso.

—Me estás volviendo loco... —dijo antes de llevarse un pezón a la boca.

 

—Dije que te calles —volví a ordenarle.

 

Lo separé de mí, me arrodillé en el lugar y comencé a desabrocharle el pantalón. Fue todo muy rápido, rapidísimo, yo no quería esperar y él tampoco. Se bajó los slips y la punta de su grueso tronco me golpeó el mentón. No sé si me estaba dejando llevar por el despecho, por la desconfianza o por la decepción, pero mi cuerpo ya estaba ardiendo y necesitaba meterme ese pene en la boca para lograr enfriarlo. Y así lo hice. Comencé a darle una mamada con todas las ganas que me habían faltado las últimas veces, incluida la noche anterior, cuando me negué y tuvo que conformarse con mi mano. Me sujetaba la cabeza y me mantenía el pelo mientras yo trataba de tragármela toda, tarea que siempre supe imposible, pero que aun así seguía intentando cada vez que se la chupaba.

 

Entonces, Alejo me apartó y me llevó hasta el sillón donde se tiró encima mío y se puso a besarme otra vez. Luego me levantó ambas piernas con una sola mano y con la otra me quitó las bragas. Yo lo dejaba actuar porque pensaba que me iba a devolver el favor, pero no podía estar más equivocada...

 

—Espera, Alejo, ¿qué haces? —dije extrañada al ver que se pasaba la palma de la mano entera por la lengua y luego me untaba el resultado por la vagina, para luego hacer lo mismo con su pene.

—Ya no puedo más, Rocío, quiero hacerte el amor... —dijo sin más.

 

Abrí los ojos como platos e inmediatamente me acurruqué en la otra esquina del sofá. Aunque parezca mentira, era la última de las proposiciones que me esperaba escuchar de Alejo. Estaba muy caliente, sí, pero esto ya significaba superar todos los límites y romper todas las barreras que había puesto en un principio. Era algo evidente que me había vuelto a lanzar a sus brazos por despecho, pero todavía no tenía ninguna certeza de que Benjamín me estuviese siendo infiel. Tenía más que claro que no podía hacerle eso...

 

—No puedo... Sabes que no puedo... —fue lo único que atiné a decir.

—Por favor, te lo pido por favor... Dejame hacerte mía —me suplicó volviéndose a acercar a mí.

—¡No! ¡Alejo, no! —grité con todas mis fuerzas, como si estuviera a punto de ser asesinada. Y me puse a llorar.

 

Alejo me miró anonadado durantes unos segundos, buscando que yo le devolviera la mirada, cosa que no hice, y luego se fue a su habitación, donde dio un portazo que hizo temblar media casa.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 12:35 hs. - Alejo

No había nada en el mundo que me rompiera más las bolas que quedarme con la pija dura. Ya no tenía que seguir manteniendo la boludez esa de las prácticas y lo del amiguito preocupado por la vida amorosa de la amiguita. No. Ahora ya ambos sabíamos a lo que íbamos y no había necesidad de andarse con rodeos. Fue por eso que el portazo que pegué fue real y no actuado, como todo lo demás.

 

Pero no me duró mucho el enojo; la cosa mejoraba cada segundo y era cuestión de tiempo que Rocío cayera. Podía darme el lujo de saltarme el guión de vez en cuando; la confianza que teníamos era total y no me iba a hacer ningún mal. Además ya tenía pensado cómo lo iba a arreglar.

Me acosté en la cama un rato, me puse una mano en el estómago y con la otra marqué el número del bueno de Ramón.

 

—¿Hola?

—Tientas a la suerte siguiendo llamando a este número, Alejo...

—Escuchame, Ramón, tengo buenas noticias. Ya sé de dónde voy a sacar la guita para pagarle a los negros...

—¿Sí? Bueno, te viene bien, para serte sincero... Resulta que Gary no era tan soplón como pensábamos. Lo de que nos había delatado había sido un farol de un poli para sacarle información a un allegado del chico. Los de la cúpula vuelven mañana y todo va a volver a ser como antes.

—¿Como antes? ¿En qué sentido?

—Van a retomar todo lo que dejaron a medias. Aunque tranquilo, con todo esto que pasó deben tener el miedo en el cuerpo todavía y no creo que rechacen un ofrecimiento tuyo si vas de buenas. ¿Y bien? ¿De dónde vas a sacar el dinero?

—Tengo una pendejita para el tipo del club de alterne. De ahí va a salir lo de los negros y de paso me va a quedar algo para mí.

—¡Estupendo! Me alegro, Pichón, en serio. ¿Pero ya lo tienes todo cerrado?

—Prácticamente. En una semana se hace todo. Pero no te llamaba sólo para contarte esto. Quiero que me organices una reunión con la cúpula.

—¿Para la semana que viene?

—No, para mañana. No quiero llevarme ninguna sorpresa. Quiero que quede todo bien con ellos hasta que tenga la plata.

—De acuerdo... Se lo haré saber.

—Pero... tampoco quiero llegar mañana y que me corten un pulgar como recordatorio... Ramón, necesito que me prestes una parte, yo la semana que viene te juro que te la devuelvo.

—Sabía que me ibas a salir con algo como eso... Ya te he dicho que estoy seco.

—Una parte, Ramón, una seña. Digamos... ¿3000 euros? Dale, para vos son monedas.

—Joder, Pichón... Vale, está bien. Pásate mañana temprano por casa. Luego te llevo yo directamente a la reunión.

—Gracias, maestro. Mañana hablamos, estoy un poco apurado ahora.

—Bien. Hasta mañana.

 

Suspiré una vez, reí en silencio y me di la vuelta para dormirme un ratito más. El primer paso para volver a encarrilar mi vida estaba dado. Sólo faltaba que las cosas no se torcieran. Lo siguiente era volver a "amigarme" con Rocío, que ya tenía todo planeado para que fuera esa misma tarde-noche.

 

—Soy un genio hijo de puta... —dije antes de cerrar los ojos con una sonrisa de oreja a oreja.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 01:15 hs. - Benjamín.

Llegamos a la casa de Lourdes bastante tarde. Yo me mantenía en buen estado pero ella apenas podía caminar. Tampoco parecía estar entera mentalmente, cosa que me resultó rara, ya que cuando salimos del bar todavía estaba lúcida. Supongo que el alcohol actúa distinto en cada persona.

 

Apenas entramos en su hogar, una casa bastante grande que suponía había pagado su marido, la dejé en uno de los grandes sofás que había en el también enorme salón, y yo me fui a tirar en el otro. No continuamos la charla que habíamos dejado; ninguno de los dos parecía en condiciones de poder hacerlo; ella porque ya estaba casi inconsciente y yo porque me estaba muriendo de sueño. Me acomodé como pude en el amplio sillón y no tardé en quedarme dormido.

 

Fue aproximadamente dos horas después cuando me desperté. Me sentía en paz y estaba tranquilo, aunque todavía los párpados me pesaban tres mil kilos. Quería seguir durmiendo y me abracé a la almohada que tenía encima pensando en Rocío. La extrañaba y tenía muchas ganas de volver a verla. Tenía decidido que, pasara lo que pasar al día siguiente con Mauricio, iba a conseguirme un hueco para poder ir a casa a verla y llevarla a algún lado de paso.

Me aferré a la almohada con fuerzas e intenté volver a dormirme.

 

—¡Ay! —sentí de repente en frente mío.

 

Me sorprendí y abrí los ojos de par en par. No era una almohada lo que estaba abrazando, ¡era el torso de Lulú! Estaba completamente dormida sobre mi regazo. Supuse que, en su estado embriaguez, había venido a mí para que la ayudara a ir hasta su habitación pero en el intento se había quedado dormida en el sitio. Sonreí cariñosamente e intenté quitarme de encima para que pudiera acomodarse mejor. Mala idea, porque se aferró más a mí al primer contacto. Y hasta ahí todo normal, podía suceder. Me empecé a preocupar cuando comenzó a ascender sobre mi cuerpo hasta que su cara quedó pegada a la mía. Nada grave, pensé, ya que ella seguía con los ojos cerrados y parecía continuar dormida.

 

Cuando volví a intentar quitármela de encima, me percaté de lo liviano y delicado que era el cuerpo de Lourdes. Me sorprendí, francamente, porque ella irradiaba fuerza y seguridad por donde pasaba, y ahora que la tenía más o menos a mi merced, me daba cuenta de lo frágil que era.

 

—No te vayas... —suspiró en sueños.

 

Y no sólo me percaté de su poco poderío físico, también me di cuenta de algunas de sus 'aptitudes' de mujer. Su camisa blanca estaba desabotonada de arriba a abajo y sus pechos quedaban justo en frente de mi vista, dado que no estaba completamente en horizontal, sino recostada sobre uno de sus brazos. Repito, hasta ahí todo normal, era algo que podía pasar, el problema fue que el contenido de mi pantalón comenzó a crecer y, por ende, a chocar contra todo el vientre de mi jefa. Y moverla era contraproducente, porque cada centímetro que lo hacía, la mala posición en la que se encontraba mi miembro me provocaba un dolor no poco notorio.

 

—Mierda...

 

Estaba en un aprieto bastante serio y mi única salida era levantarme de golpe y dejarla en el sofá. Podía hacerlo, su peso no significaba ningún problema para mí. La cosa era que no quería despertarla. Y tenía ganas de cagarme en todo por no saber qué hacer.

 

—Lu... —quise decir antes de que mi boca fuera callada inesperadamente.

 

Las manos de Lulú sujetaron mi cara con fuerza y sus labios se estrellaron contra los míos. Su cuerpo había comenzado a serpentear sobre mí y su respiración se había agitado, como si todo lo hubiese tenido planeado desde un principio.

 

—Lulú... Espera... —dije cuando tuve un segundo de respiro.

—Sólo... Tan sólo cállate... —me dijo con un tono súper erótico antes de volver a enterrarme la lengua en la boca.

 

Yo no entendía nada. ¿Por qué estaba haciendo esto? ¿Porque estaba borracha? ¿Porque estaba necesitada? ¿Porque le había dado un calentón? No tenía ni idea. Lo único que sabía era que tenía que salir de ahí lo más rápido posible.

 

—Sí... Vamos... —susurraba mientras me mordía los labios.

 

O sea, tenía que salir de ahí y lo sabía. Es decir, mi cabeza lo sabía, porque mi cuerpo ya había empezado a reaccionar de forma contraria. No sólo le estaba correspondiendo el beso, sino que también le estaba agarrando y masajeando el culo con bastante vehemencia, y a ella le estaba gustando.

 

Lo siguiente que recuerdo es que se puso de pie, se quitó la camisa y luego me bajó los pantalones hasta los tobillos, con calzoncillos incluidos. Mi memoria se empieza a nublar cuando su mano sujetó con firmeza mi ya más que erecto pene.

Domingo, 5 de octubre del 2014 - 20:10 hs. - Rocío.

—Bueno, prométeme que me vas a hacer caso y te vas a poner a estudiar todo lo que te mandaron.

—No sé si todo, pero sí la mayoría... Por lo menos lo que se me está dando más o menos bien...

—Mmmm... Vale, de acuerdo. Hoy hemos arrancado, por fin. Tratemos de no estancarnos. Vamos poco a poco, metiendo una marcha más cada sesión que tengamos.

—Voy a intentarlo... Ya sabes que soy bastante tonto...

—¡Que no eres tonto! ¡Vaya! ¡Ya me has hecho enfadar de nuevo!

—Lo siento...

—Es broma, grandullón. Bueno, creo que ya me voy, que si no voy a perder el último tren.

—¿Quieres que te acompañe hasta la estación?

—¿Eh? No, no, no. No te preocupes. Tengo un amigo que me viene a buscar. Muchas gracias de todas formas.

—Ok... Hasta la semana que viene, pues.

—Bueno, Guillermo. Nos vemos. ¡Y no te vayas a estancar mientras yo no estoy!

—Que no... Te lo prometo...

—Adiós.

 

Era mentira, nadie me esperaba. Pero no me parecía bien que un chiquillo de diecisiete años anduviera solo por esas calles tan feas y a esas horas, por más pinta de portero de discoteca que tuviera. Aunque enseguida me arrepentí de haberle dicho que no. Concretamente cuando me adentré en una peatonal que a duras penas estaba iluminada. Pero no me quedaba alternativa, así que tragué saliva y caminé hacia la estación.

 

Más o menos a medio camino comencé a sentir como alguien caminaba detrás de mí. Primero no le di importancia y seguí a mi ritmo, pero cuando el sonido de los pasos se fue haciendo más fuerte, giré en la primera calle que encontré para asegurarme de que no me estaban siguiendo a mí. Siempre fui muy asustadiza y esta vez no fue la excepción. No quise mirar para atrás y fui acelerando el paso disimuladamente. Pero no dejé en ningún momento de sentir su presencia y eché a correr apenas mi mente me lo pidió. Me desesperé seriamente cuando sentí que quien fuera que estaba ahí comenzó a correr también.

 

—¡Rocío! ¡Dejá de correr! —dijo de golpe una voz que me resultó muy familiar.

 

Me di media vuelta y corrí hacia donde estaba él. Le di un abrazo y también muchos golpes en el pecho.

 

—¡Te he dicho que no me gustan estas bromas, idiota! —dije al borde de las lágrimas.

—No pretendía hacerte ninguna broma... —dijo él secamente.

—¿No crees que la enfadada debería ser yo? —repliqué.

—Me da lo mismo lo que pienses. Vamos, que no llegamos al tren.

 

Seguía molesto por lo que había pasado por la tarde, era evidente. A mí no se me había ido del todo el miedo del cuerpo y me aferré con fuerza a su brazo. Él no hizo nada para separarse. No me gustaba su actitud y no estaba de acuerdo, porque por más que estuviera enamorado de mí no tenía ningún derecho a obligarme a hacer nada que yo no quisiera. Sin embargo, mucho menos me gustaba que el ambiente fuera malo, por esa razón fue que intenté romper el hielo.

 

—Gracias por venir a buscarme... —dije todavía agarrada de su brazo.

—De nada —volvió a decir con sequedad.

—¿Qué has hecho esta tarde? —comencé nuevamente.

—Nada.

—¿Y mañana? ¿Tienes planes? —insistí.

—Sí.

—¿En serio? ¿Dónde vas?

—A un lugar.

—Ah...

 

Estaba difícil la cosa, pero no me iba a rendir tan fácilmente. Una vez en el tren, ya sentados, volví a sujetarme de su brazo y apoyé mi cabeza en su hombro. Si tanto me quería como él decía, no iba a rechazar unos cuantos mimos de mi parte. Cabe aclarar que el vagón estaba vacío como el día anterior.

 

Así mismo, poco a poco fui enterrando mi cara en el cuello de Alejo y pegando mi cuerpo cada vez más a su brazo, haciendo que mis pechos se apretaran lo máximo posible contra él. Iba a poner en práctica todo lo que había aprendido esos últimos días, me daba igual todo, lo importante era amigarme con él. Al principio ni se inmutó, pero cuando levanté una pierna y la dejé caer sobre su muslo, noté como se ponía rígido. Sonreí al ver que por fin reaccionaba y continué por la misma senda. Pasé su brazo por encima de mi cabeza y lo siguiente que hice fue empezar una seguidilla de besos en su cuello mientras restregaba mis pechos contra su torso. La temperatura iba subiendo a medida que pasaban los segundos y no sabía dónde iba a terminar aquello, pero no tenía intención de detenerme.

 

—Después te enojás cuando me pongo como me pongo —dijo de repente.

 

Se levantó de su asiento, me agarró de un brazo y me llevó hasta la parte de atrás del vagón, la que estaba junto a la puerta que daba al siguiente. Se sentó en el lado de la ventana y de un tirón me hizo caer encima suyo. Con una rapidez sorprendente me desabrochó los siete botones de la camisa y tiró del sujetador para arriba dejando mis pechos al aire. Hundió su cara en el centro y comenzó a lamerme sin cortarse un pelo. Yo caí en la realidad e intenté separarme, pero me cogió fuerte de la cintura y lo impidió.

 

—Alejo, puede venir alguien... Basta... —dije en voz baja y sin sonar muy convincente.

—Me importa una mierda —respondió tajantemente.

 

Tras decir eso, llevó una de sus manos a mi entrepierna y, en menos de lo que me esperaba, comenzó a masturbarme ahí mismo, en el tren que nos llevaba a casa. La falda ejecutiva me permitía abrirme de piernas gracias a la amplia abertura lateral, por eso no tuvo ningún impedimento para realizar la maniobra. Finalmente dejé de resistirme, si es que en algún momento lo había hecho, y me dediqué a disfrutar de la situación.

 

—Te voy a hacer acabar y después me la vas a chupar —me dijo sujetándome la cara sin dejar de masturbarme.

 

Primero un dedo, luego dos, y por primera vez me penetró con un tercero. Yo seguía sentada a horcajadas sobre él y me movía al ritmo de su accionar. Ya no miraba alrededor vigilando a ver si alguien venía, disfrutaba como ya estaba más que acostumbrada a hacer. Y no tardé más de un minuto más en llegar al orgasmo. Cuando comencé a clavar mis uñas en su espalda, aceleró las envestidas de su mano y estallé ipso facto.

 

—Vamos al otro lado ahora, que acá ya no podemos estar —me dijo señalando la hilera de asientos de al lado y haciendo referencia al pequeño charco de fluidos que había quedado donde estábamos. No tenía ni idea cómo había conseguido que no le mojara el pantalón. Hasta eso tenía controlado el muchacho.

 

Nos fuimos al otro costado del pasillo y Alejo se sentó, pero a mí me hizo quedar de pie. Se soltó el cinturón y abrió su pantalón para acto seguido sacarse el pene, el cual ya tenía preparado para la acción.

 

—Vamos —dijo poniéndose cómodo y señalando su entrepierna— ¡Dale! Si lo estás deseando —concluyó.

 

Me lo pensé tres, cuatro y hasta catorce veces, pero finalmente terminé arrodillándome en la butaca y haciendo exactamente lo que me pidió. No me sentía nada cómoda con la situación; tenía pánico de que pudiera aparecer alguien y nos encontrara de esa forma. Estaba aterrada. Pero un rarísimo cosquilleo en el estómago me empujó y me incitó a obedecerlo. Un cosquilleo que, mezclado con el miedo a lo prohibido, me había sumido en un estado de calentura que nunca había experimentado en mi vida. Así es, estaba muy, muy cachonda, por eso mismo me arrodillé ahí mismo y comencé a chuparle la polla con la intención de darle la mejor mamada de su vida. Me había vuelto a desatar.

 

—Llegando a Estación Central. Llegando a Estación Central —dijo de repento la megafonía del tren. Era nuestro destino. La media hora más corta de mi vida.

 

Contra mi voluntad y contra la suya, tuve que dejar lo que estaba haciendo y empezar a acomodarme la ropa, igual que él. Todavía me quemaba la entrepierna y la respiración no se me había estabilizado. Sólo consiguió tranquilizarme el pensar que teníamos toda la noche para nosotros.

 

El camino a casa fue difícil, ya que no conseguía que se me bajara el calentón y me molestaba ver a Alejo tan tranquilo después de haberme hecho llegar hasta ese estado. Me sentía incómoda y alterada, caminaba muy rápido y con torpeza. No me había sentido de esa manera nunca, ni siquiera estando borracha. El otro seguía caminando a paso normal, como si todo le importara un comino. Y yo no lo entendía. «¡Es él el que se quedó a medias, no yo! ¡Por qué cojones está tan calmado!» pensaba mientras caminaba como si tuviera hormigas en el trasero. Pero no fue hasta que llegamos hasta nuestro edificio que Alejo se decidió a actuar.

 

—Vení para acá. Vamos —me dijo tomando mi mano y arrastrándome hacia el callejón que estaba tres casas antes de mi portal.

—¿Qué pasa? ¿Qué quieres? —le dije con enfado desmotrándole mi descontento con todo.

—¿Y si tu novio volvió? ¿Y si ya está en casa? —dijo para mi sorpresa.

—¿Eh? ¿Por qué me preguntas eso?

—Porque si tu novio está en casa no vamos a poder terminar lo que empezamos —dijo así sin más.

—Benjamín no va a venir a casa hoy. Al menos no me ha dicho nada...

—Pero... ¿Y si sí? —dijo como tratando de convencerme.

 

Sea como fuere, no esperó a que yo le respondiera y, ahí mismo, bajó la cremallera de su pantalón, metió la mano y volvió a sacar su pene. Yo ya estaba curada de espanto con ese chico, ya nada me sorprendía, y tampoco me sorprendían mis propias acciones. Tal y como dije antes, el calentón nunca se me fue del cuerpo, por eso me agaché, me ensalivé los labios y me volví a meter su miembro en la boca.

 

Eran muchas las emociones que sentía en ese momento. Estaba demasiado caliente; cachondísima. Seguía teniendo esa sensación rarísima de miedo en el estómago que era ocasionada por lo prohibido, por estar haciéndole una felación a mi mejor amigo en un callejón cualquiera. Pero me gustaba; me sentía viva, más viva que nunca. Por eso no quería detenerme; por eso le chupaba el pene con tantas ganas; por eso tenía una mano metida por debajo de mi falda acariciándome el coñito; por eso tenía ganas de llegar a casa y meterme con él en la cama; por eso me tragué hasta la última gota de semen que eyaculó.

 

—¿Cómo no te voy a amar? —me dijo mientras le terminaba de limpiar los últimos restos que le resbalaban sobre el tronco.

—Vamos a casa... —le respondí poniéndome de pie y tirando de su brazo.

 

No quería perder ni un segundo. No sabía de lo que sería capaz de hacer en ese estado en el que me encontraba. Acababa de tener un orgasmo pero mi cuerpo me pedía más, mucho más, y sabía muy bien que de alguna manera iba a tener que satisfacer esa necesidad... Fue por eso que, por primera vez desde que Alejo había vuelto, imágenes que había estado evitando imaginar comenzaron a aparecer en mi cabeza.

 

No sabía si en mis otros encuentros con Alejo, esas raras sensaciones que había experimentado habían significado lo mismo. Era verdad, no lo sabía. No era como si me hubiese estado intentar mentir a mí misma, ni nada por el estilo. No. Pero esta vez sí lo sabía... y era innegable... tenía unas ganas inaguantables de hacer el amor. Y no tenía ni idea de cómo iba a hacer para reprimirlas.