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Las decisiones de Rocío - Parte 24.

en Hetero: Infidelidad

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 00:35 hs. - Rocío.

 

Cuando te lanzas a vivir esto que se llama vida como a ti te da la gana, te arriesgas a que la sociedad te ponga mala cara. Bueno, o al menos si intentas hacerlo más allá de las reglas establecidas. Porque sí, tienes que jugar como ellos quieran, como ellos te digan. Y, dependiendo de cómo lo hagas, te dirán si eres más "negro" o más "blanco", menos "bueno" o menos "malo", etc. Siempre ha funcionado de esta manera, así que no te engañes. Te podrán decir que no están de acuerdo contigo, pero que igual te apoyarán; o quizás te digan que no te apoyarán, pero que tampoco se meterán en tu camino... Da igual, porque, de una forma u otra, al final terminarán juzgándote como el mundo les enseñó. Así son todos. Te lanzarán miradas de comprensión, pero por dentro te despedazarán como a un cerdo en el matadero.

—Me voy a la cama, mi amor.

—No, Ale... Quédate un rato más.

—Pero, ¿y si viene...?

—Me da igual. Quédate...

Tenía clarísimo cómo funcionaba la cosa, pero ya me daba lo mismo. No tenía por qué seguir unas reglas que lo único que hacían era reprimirme como ser humano. Por eso mismo, y por muchas otras cosas, ya estaba decidida a jugar con las mías propias. Sí, ya no iba a seguir permitiendo que me dijeran cómo tenía que vivir.

—¿Cómo que te da igual? Se va a pudrir todo si nos ve.

—Mejor... Ya va siendo hora de que blanqueemos esto.

No era un venazo que me había dado de un momento a otro, era algo más parecido a una revelación; como un momento de luz entre tantas dudas y sentimientos encontrados. Y el detonante de esta revelación había llegado justo cuando le dije el primer te amo cien por cien sincero a Alejo, porque fue ahí cuando me di cuenta que jamás iba a poder elegir a uno solo.

—¿Blanquear el qué?

—Lo nuestro.

No, no me daba la gana tener que desechar a uno de los dos amores de mi vida, ¿por qué? Amaba a Benjamín y amaba a Alejo, y quería estar con los dos. ¿Por qué iba a tener que privarme de la estabilidad en todos los sentidos que me ofrecía Benjamín? ¿O por qué iba a tener que renunciar a una vida llena de un sexo espectacular al lado de Alejo? ¿Por qué tenía que ser uno u otro? Pues no, no iba a hacer lo que ellos me dijeran. Me iba a quedar con los dos, y las consecuencias me importaban una mierda.

—Es broma, ¿no?

—No, no es ninguna broma.

—Eh... creo que estás cansada, Ro. Yo me voy a mi cuarto, ¿está bien? Necesitás dormir.

—Piensa lo que quieras. Yo te aviso que si no es hoy, será mañana. Tú verás.

—Rocío, ¿me estás hablando en serio?

Y ellos iban a ser los primeros en aceptarlo. Aunque tuviera que encerrarlos juntos en una habitación toda una semana, aunque tuviera que encadenarlos a mis brazos, aunque tuviera que hacer que Benjamín me pillara con Alejo desnudos en nuestra cama... Estaba tan decidida que no me importaba desafiar cualquier lógica con tal de lograr lo que quería.

—Pues sí... Ya me cansé de vivir así. Estoy harta de tener que fugarme por las noches para follar contigo, y estoy harta de sufrir todos los días por no saber cómo resolver esto. Le voy a contar a Benjamín lo nuestro, y espero que tú estés presente cuando lo haga.

Todavía en calzoncillos, Alejo se volvió a sentar en el otro lado de la cama y ahí se quedó varios segundos mirándome con incredulidad. Yo, lejos de achantarme, me incorporé, dejando al descubierto mi pecho desnudo, y le devolví la mirada esperando que se diera cuenta de lo en serio que iba.

—Estás loca, Rocío —dijo, al cabo de un rato, rompiendo el contacto visual y negando varias veces con la cabeza.

—Te he dicho que harta, no loca.

—No es ningún juego esto. Lo sabés, ¿no? Acá hay muchísimas cosas en juego.

—¡Claro que hay cosas en juego! —respondí enseguida y airadamente—. Cosas en juego para mí. ¿Tú qué tienes que perder?

—¿Que qué tengo que per...? ¡Esto, carajo! ¡Una vida al lado tuyo!

—¿Y a ti quién te ha dicho que no vas a seguir estando a mi lado?

Alejo se sorprendió con mi respuesta. Tanto, que se tomó unos segundos para analizarla bien antes de volver a decir algo.

—Esperá... ¿Me estás diciendo que...? O sea...

—No pienso perderte, Ale —le dije, sin bajar ni un ápice la seguridad de en mi tono de voz.

—¿Eso quiere decir que...?

—No —lo corté enseguida—. Ya sé por dónde vas. Y no, no voy a dejar a Benjamín para quedarme contigo.

—¿Entonces?

Y ahí llegaba lo ya expuesto: la primera prueba contra la sociedad. Prueba que sabía no iba a superar, pero que me seguía dando igual. No pensaba cambiar de opinión.

—Quiero quedarme con los dos, Alejo... Quiero estar junto a ambos, ¿vale?

—Nah... Dejate de joder.

Su reacción fue instantánea; se levantó de la cama, agarró su ropa y se fue de la habitación. Un minuto después, volvió hecho una furia.

—¿Vos estás escuchando lo que estás diciendo? ¿En serio se puede vivir tan sumido en una burbuja de pedos? —arrancó, en un tono de reprimenda que no me gustó nada.

—Me importa poco tu opinión... —respondí, todavía en la cama, mientras me ponía cómoda sobre una de mis almohadas.

—¡No se trata de mi opinión, pelotuda! —dijo, levantando alzando todavía más la voz—. ¿Te paraste a pensar un segundo en cómo va a reaccionar tu novio cuando se lo digas?

—Me importa muy poco eso también.

—¡¿Cómo que te importa muy poco?! Por favor, Rocío, abrí los ojos... ¡Que te va a dar una patada en el culo y se va a mandar a mudar!

—Eso no lo sabes.

—¡Dios bendito!

Su nivel de indignación crecía con cada respuesta mía. Se llevaba las manos a la cabeza y caminaba de un lado para otro sin parar. Pero yo no pensaba dar el brazo a torcer. Me sentía muy bien con la decisión que había tomado.

—Rocío, escuchame una cosa... —dijo, tras varios segundos intentando calmarse—. ¿Cómo sería tu plan? ¿Ir y decirle que llevamos un mes acostándonos, que te enamoraste y que ya no podés vivir sin mí?

—Y que tampoco puedo vivir sin él le voy a decir. Y que busquemos una manera de ser felices los tres.

—Entonces —volvió a suspirar—, aun conociéndolo, ¿esperás que agache la cabeza, te dé un abrazo y diga que sí?

—No soy idiota, Alejo. No espero que las cosas sean tan fáciles. Si me tengo que comer un bofetón, me lo voy a comer, me da igual; pero después me voy a poner de pie y voy a seguir insistiendo hasta que se digne a escucharme.

—Si lo cuento no me lo creen —murmuró para sí mismo—. ¿Y el embarazo? ¿Qué pasa con el embarazo?

—"Posible" embarazo —le recalqué.

—¡Ah! ¿Así que ahora sí que es "posible"? —preguntó, indignado, haciendo aspavientos con las manos. Luego suspiró y continuó—. Bueno, está bien, "posible" embarazo. ¿Qué pasa si estás embarazada? ¿Qué le vas a decir?

—Que estoy embarazada, ¿qué quieres que le diga?

—Ya veo... Ya entiendo. Resumiendo, no sólo esperás que acepte sin más unos cuernos de mes y pico con un tipo que él te dejó meter en su casa, sino que también pretendés que se banque que ese mismo tipo te haya hecho un bombo... Tiene mucho sentido, sí.

—Tómatelo cómo te dé la gana. Además, tengo miles de salidas para el tema del embarazo. Y por eso mismo tengo que darme prisa.

Tras oír aquella respuesta, Alejo se volvió a ir de la habitación visiblemente cabreado. Yo me acomodé en la cama, apagué la luz y traté de dormirme; pero a mi amigo de la infancia todavía le quedaban un par de cosas por decirme.

—Mirá, Rocío —dijo cuando volvió, ya mucho más relajado—. Capaz necesites dormir un poco nada más, consultarlo con la almohada como se suele decir. Sólo te quiero pedir que, si mañana te levantás todavía con ganas de que nos fusilen a los dos, que no te apures. Como favor personal te lo pido, no te apures. Tragá saliva, o lo que sea que te haga bien, y aguantate un poco más.

—¿Cómo que me aguante?

—¡Sí! O sea, dame un par de días para mentalizarme... Y para pensar bien lo que le voy a decir a tu novio cuando venga de frente a querer ponerme los dientes en la nuca, ¿está bien?

—No sé... —dudé—. Ya te dije que mientras más tiempo pase, peor va a...

—¡Unos días nada más! ¡Hasta el domingo! ¿Te parece bien? El domingo, si querés, yo me siento y pongo el pecho con vos.

No le respondí... No pude... Su tono de voz había cambiado de forma radical. Era la primera vez que lo escuchaba tan... ¿desesperado? Ni cuando se presentó el primer día en la puerta de casa lo había visto así...

—Tengo sueño, Alejo. Mañana lo hablamos.

—Está bien —dijo él, todavía con ese tono de voz—. ¡Pero no hagas ninguna boludez cuando te levantes! Por favor te lo pido.

—Que sí, que sí... Vete ya.

Antes de marcharse definitivamente, se acercó y me dio un suave beso en la frente. Y ahí pude confirmar su estado total de nerviosismo. Sus labios temblorosos al besar mi piel, su mano empapada en sudor sobre mi hombro... Alucinaba con lo que estaba viendo.

—Te amo, mi amor. Hasta mañana.

—Yo también... Hasta mañana.

¿De verdad tenía tanto miedo tenía de que Benjamín le pudiera pegar? ¿O acaso era por la posibilidad de quedarse en la calle? Porque el chico no tenía donde caerse muerto y... vaya. Porque miedo a perderme no creía que fuera... Él no era esa clase de hombre.

Tenía curiosidad por saber qué le pasaba, pero más me urgía saber dónde diantres se había metido Benjamín... Por eso, saqué el móvil y marqué su número una última vez...

—¿Hola? —dijo, por fin, su voz al otro lado del teléfono.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 00:30 hs. - Benjamín.

 

Y se detuvo, se detuvo cuando llegué a su lado. Alzó la mirada y se quedó observándome todavía con esa sonrisa llena de vida. De repente, la música dejó de sonar, la gente a nuestro alrededor desapareció, y sólo quedamos ella y yo; uno delante del otro, cogidos de las manos y cruzando nuestras miradas. Y fue mutuo, ninguno tomó por sorpresa a ninguno, ambos sabíamos que era lo que queríamos, que era lo que deseábamos. Ambos sabíamos que aquella era la cura para todos nuestros males, que sólo nosotros la poseíamos, y que sólo nosotros la podíamos intercambiar el uno con el otro.

«Bien hecho».

Lulú y yo nos besamos, y nos besamos con la misma pasión con la que nos habíamos besado aquella noche en el aparcamiento de la empresa; pero esta vez sin mentiras y sin ningún tapujo de por medio. Ella me acariciaba a mí la cara y yo a ella la cintura, y no detuvimos aquella maravillosa unión de nuestros labios hasta que, motivada por el ardiente deseo que esto había provocado en ella, se separó de mí y me susurró unas palabras al oído que jamás olvidaría.

—Ven conmigo, Benji.

No la cuestioné, confiaba en ella como nunca había confiado en nadie. Por eso la cogí de la mano y me dejé guiar a través de la muchedumbre hacia Dios sabía dónde.

—Por aquí —dijo, al cabo de un rato, mirando hacia una esquina con sofá y mesa donde no había mucha gente cerca.

Lulú caminaba ansiosa, y no tenía inconvenientes en chocarse con quien fuera con tal de llegar rápido a donde nadie nos molestara. Verla de esa manera me emocionaba de una manera tremenda. El darme cuenta de que, a pesar de mi estupidez, de mi ceguera y de mis constantes rechazos, ella no había perdido nunca el deseo por mí, me devolvía todas las ganas de vivir que había perdido en esas últimas horas. Por eso apuré el paso y la relevé en la tarea de abrirnos camino entre todo el mundo, porque quería demostrarle que yo también me moría por estar con ella.

Cuando llegamos, nos sentamos en la parte más profunda de aquel sillón forrado en cuero negro. Una vez ella se terminó de deslizar a mi lado, busqué su dulce carita con la mirada y me quedé apreciándola embobado. Esos ojitos verdes cargados de anhelo, ese rubor que se marcaba de una forma desmesurada en sus blanquísimas mejillas, esa sonrisa de oreja a oreja que sólo podía ser la traducción de lo feliz que se debía sentir en ese momento...

—Lu... —murmuré, sin dejar de comerla con los ojos.

—Benji... —susurró ella, dándome una tierna caricia muy cerca de los labios con la contracara de sus deditos.

Y la besé de nuevo. Despacio, ya sin prisas. Quería disfrutar el momento, deleitarme con la dulzura de sus labios, con el calor que desprendía su respiración, con la calidez que emanaba su cuerpo... Y ella se debía de sentir igual que yo, porque me besaba con la misma calma, muy tranquila, como pensando "ya está", "ya lo tienes para ti", "no tienes que preocuparte por nada más". Y sí que era así, vaya si era así.

—Benji... Espera... —dijo, de pronto, parándose en seco—. Tus amigos... ¿No se van a preguntar dónde estás?

Increíble... Ahí me tenía delante, por fin me tenía donde quería, pero ella se seguía preocupando por mí; de que no quedara mal con la gente que me había acompañado. Y yo no me podía sentir más feliz por tener a semejante ángel a mi lado. Y tampoco entendía cómo podía haberla ignorado durante tanto tiempo... Cómo había sido ajeno a tanta bondad, a tanto amor que tenía para dar... Y quería compensarla... Necesitaba compensarla.

—Ahora mismo sólo me importas tú, Lu.

Sonrojada, por supuesto, agachó la cabeza y se puso a jugar con mis dedos.

—Jolín, Benji... Así no voy a querer dejarte ir nunca...

—Tranquila, que no tengo intención de irme a ningún lado.

Apenas terminé de pronunciar la última palabra, los ojos se le iluminaron y me regaló la sonrisa más brillante que jamás le había visto. Entonces nos volvimos a trenzar en un nuevo y, esta vez sí, apasionado beso. En consecuencia, tomé su espalda y, con la otra mano, comencé a acariciar el lado derecho de su torso. Ella, por su parte, rodeó mi cuello con ambos brazos, buscando afianzar nuestra unión, dejándose llevar por el frenesí del momento y cediendo por momentos ante otro tipo de deseos, porque su cuerpo estaba cada vez más pegado al mío, más encima del mío, intentando abarcar partes que no le pertenecían pero que quería, que necesitaba poseer. Y yo no pude más, tanto énfasis por su parte me obligó a acelerar las cosas. Por eso la alcé y, con un rápido movimiento, la senté sobre mí, sobre mi entrepierna. Le saqué una risilla, y me siguió besando. Estaba entregada, completamente entregada, y parecía no importarle que las pocas personas que pasaban por nuestro lado nos pudieran ver. Más claro me quedó cuando me cogió la cara e, irguiendo el cuerpo, me metió la lengua lo más adentro que pude mientras se ponía a contonear sus caderas a sabiendas de que lo que había debajo iba a comenzar a cobrar vida de un momento a otro.

—Estoy un poquito cachonda —volvió a reír luego de varios minutos, cuando por fin nos despegamos—. Y me parece notar que tú también... Esto que tienes aquí... está... está... ¿vibrando?

—¿Qué? —reí yo, sin entender del todo su juego.

—Sí... Te están llamando, Benji... —dijo, mirándome seria, aunque sin perder ese brillo de excitación en sus ojos.

—¿Qué? No me jodas...

Puse la mano en mi bolsillo, y, en efecto, me estaban llamando.

—Tú no te preocupes, sigamos.

Era evidente que era ella. ¿Quién más sino? Y la maldije varias veces en mi cabeza antes de sacar el teléfono del pantalón. No sabía cómo ese maldito aparato se había vuelto a poner en vibración, pero tenía claro que no me iba a arruinar mi momento con Lulú. Busqué con desesperación la forma de hacerlo callar, pero...

—Contesta, Benji —me dijo, colocando su mano sobre la mía.

La miré a los ojos buscando algún indicio que contradijera sus palabras; pero no, volvía a sonreír y su mirada seguía iluminada.

—Pero, Lu...

Sin darme tiempo a decir nada más, Lourdes deslizó su dedo por el iconito verde de la pantalla de mi móvil, y luego se bajó de mi regazo tratando de no hacer ruido.

—¿Hola? —dije, todavía sin entender lo que acababa de pasar.

¡Hola! ¡Al fin!—dijo ella del otro lado.

Y no esperó a que yo terminara de hablar... Claro, ¿para qué? Sin dejar de sonreír, Lulú se acomodó la ropa, se despidió lanzándome un besito y volvió a perderse entre la multitud que abarrotaba la pista. Yo seguía sin entender nada, y dejé varios segundos a Rocío hablando sola. Tuve la tentación de salir corriendo detrás de mi querida compañera, pero algo me decía que no lo hiciera, que era en vano, que la cosa ya se había terminado ahí. Y un sentimiento de rabia increíble me llenó de arriba a abajo.

Todo era su culpa.

—Espera un momento —le dije, sin detenerme a escucharla, mientras me dirigía hacía los baños.

Una vez dentro, esquivé a un par de personas, entre ellas a varias mujeres (curioso tratándose de un baño de hombres), y me metí en la primera letrina abierta que encontré. Allí, necesité algo más de tiempo para tranquilizarme, respirar y no dejarme llevar por las horribles emociones que me invadían... Mi cabreo era máximo, pero no podía descargarme con ella sin tener que explicarle qué coño estaba pasando.

¿Me estás escuchando? —fue lo primero que oí cuando me volví a poner el auricular en la oreja.

—No, perdón. Estaba buscando un lugar tranquilo.

¿Dónde estás? ¿Tú sabes lo preocupada que estaba?

—Me vine a tomar unas copas con mis compañeros.

¿Y no podías avisarme? ¿Tanto te costaba? —decía, tranquila a pesar de todo. No parecía tener ganas de pelear.

—Lo siento —fue lo único que se me ocurrió.

Sí, estaba muy enfadado, pero lo mejor era no discutir. Sí, se me ocurrían miles de cosas para decirle, miles de reproches, de insultos, de poesías irónicas que tenían que ver con lo puta que era; pero soltárselo por teléfono tampoco me parecía la mejor opción. Por eso decidí callar y aguantar la que viniera...

No... —dijo ella entonces—. Yo soy la que lo siente.

—¿Qué?

Que lo siento, Benja... Siento haberme portado tan mal contigo estos días y... siento no estar a la altura de alguien tan bueno como tú...

De nuevo no entendía nada. ¿A qué venía esa mierda justo en ese momento? Juro que era lo último que quería escuchar: disculpas y más excusas. Pero, ¿por qué tan de repente? ¿Acaso sospechaba que yo podía saberlo todo y era su forma de tomar la delantera en caso de que yo decidiera escupírselo en la cara? Pero, ¿cómo? Me había asegurado de no dejar ningún rastro cuando regresé a mi cama aquella noche... ¿O simplemente era porque me había ido por ahí sin avisar? No, no podía ser... porque ya por la mañana me había dicho algo similar, y yo no le había dado ninguna razón para ello... Entonces, ¿por qué?

Se lo tenía que preguntar...

—¿A qué viene todo esto ahora? —lo solté, mientras me apoyaba en la puerta de aquel pequeño habitáculo.

Es que... nunca te habías portado así conmigo...

—¿"Así" cómo?

Pues... lo que pasó esta mañana... Tú nunca me habías tratado de esa manera, y nunca me habías dicho cosas así... Y ahora te vas por ahí sin avisarme...

Más o menos lo que me imaginaba. Aunque seguía sin cuadrarme, porque eso me lo había dicho antes de que lo hiciéramos en el sofá...

Me estaba empezando a doler la cabeza.

—Rocío... Mejor hablémoslo en casa. Mira, voy para allí y...

No —dijo, interrumpiéndome—. Quédate con tus amigos todo el tiempo que necesites. Y haz lo que tengas que hacer... Ya mañana hablaremos lo que tengamos que hablar.

Esa última frase me hizo abrir los ojos como platos. Lo sabía, lo tenía que saber. "Haz lo que tengas que hacer". ¿Qué hiciera qué? ¿Follarme a quien me quisiera follar y que luego volviera a sus brazos? Lo tenía que saber... ¿Cómo? Ni puta idea... Pero esa propuesta no era nada normal viniendo de ella. ¿Tal vez estaba sobreestimándola? Rocío nunca fue de las que hablan con doble sentido, o de las que te hacen leer entre líneas cuando te quieren decir algo... Aunque... ¿cómo iba a saber yo con qué Rocío estaba hablando en ese momento? ¿Con la mía, con la que conocía como a la palma de mi mano? ¿O con la nueva, con la guarra asquerosa que se tiraba a su amigo de la infancia en mi propia casa? Imposible saberlo...

Lo que sí sabía era que ya no quería seguir hablando.

—De acuerdo. Igual no voy a llegar muy tarde.

Seguramente me pillarás dormida, salvo milagro.

«O follando con tu amigo», pensé.

—Bueno, no te despierto. Mañana hablamos.

Te qui... Te amo, Benja.

—Vale... Buenas noches —cerré, y colgué.

Guardé el móvil y volví a agachar la cabeza. Me senté en la taza, sin siquiera pararme a observar si estaba sucia o limpia, y me quedé un largo rato pensando en todo. En Lulú, en Rocío, en los pedazo de cuernos que calzaba... y en Clara.

—¡Clara! —exclamé en voz muy alta.

Me había olvidado por completo de ella, y ya había pasado más de una hora desde la última vez que la había visto. Me levanté como una exhalación y salí del baño esquivando a la multitud como mejor pude. Una vez fuera, volví a sacar el móvil y marqué el número de Clara. Me arrepentí enseguida de haber salido del servicio, porque nuevamente me iba a encontrar incapaz de poder escuchar nada. Por suerte, un par de metros a la izquierda, me di cuenta de que había otra puerta. Tenía un cartelito que ponía "no pasar", pero me importó un pimiento y la abrí igual.

¿Benny? ¿Hola? —contestó Clara.

—¡Cierra la puta puerta, gilipollas!

Levanté la cabeza, sorprendido por el agravio, y allí vi a Elías, el amigo de Clarita, con la cara rojísima y sudada. Justo delante de él, había una mujer ligeramente inclinada hacia adelante y con la falda remangada hasta la cintura. El baño era pequeño, quizás era un reservado para minusválidos, así que no pude ni dar un paso hacia dentro antes de comerme ese portazo que casi me revienta la nariz.

¿Estás ahí? ¿Benny?

—¡Espera, voy fuera, que aquí no te oigo nada! ¡Ahora te llamo!

¡Vale!

Fui rápido, y apenas un minuto después ya estaba en la puerta del pub.

—Vaya, no tardaste nada —me dijo la mismísima Clara una vez llegué a la calle.

—¡Ostras! ¿Qué haces aquí?

—Salí un rato a tomar el aire —rio—. Lo cierto es que me agobia un poquito este lugar a partir de ciertas horas... ¿Y tú? ¿Dónde estabas?

—Pues... Me encontré con unos amigos y me olvidé de todo... —mentí—. Sí, lo sé, soy un asco de tío.

—¿Qué dices? —volvió a reír ella—. Te traje aquí para que te distraigas, y si tus amigos te ayudaron, ¡yo que me alegro!

—Eres un ángel, Clarita... —sonreí al notar la sinceridad en sus palabras—. ¡Es cierto! ¡No te vas a creer lo que acabo de ver!

Todavía me sentía asqueado por lo que había presenciado minutos antes, pero quería comentárselo igual a mi amiga, para que estuviera al tanto de cómo se manejaban en su grupito de amigos...

—¿Qué? ¿Qué acabas de ver?

—A Elías... en el baño para minusválidos...

—Follándose a Jessica, ¿verdad?

—¡Follándose a...! Espera, ¿era Jessica? ¡No me jodas!

—Así que al final lo consiguió... —rio para sí misma—. Nada, Benny... Ya te lo contaré por el camino... ¿Me acompañas a casa?

—¿Jessica? ¿De verdad me lo dices?

—Que sí, pasmado —volvió a reír—. ¿Me acompañas a casa o no?

—Sí, por supuesto. ¿No les dices nada a los demás?

—No, déjalos. Brian estará distrayendo a Giovanni ahora mismo... Y lo cierto es que no me sentiría cómoda viéndolo a la cara mientras la novia está... En fin.

—Pues... sí, tiene sentido. Joder con la chica... Si es que al final son todas...

—¡¿Todas qué?! —vociferó con falsa indignación ella.

—Rebeldes, rebeldes... —respondí yo, incapaz de no seguirle el juego. Su risa era demasiado contagiosa.

—¡Más te vale! —rio una última ve—. ¿Vamos?

—Vamos.

Se cogió de mi brazo y, todavía riendo, ambos nos pusimos en marcha hacia su casa.

Ah, ¿que por qué dije que jamás olvidaría las palabras que me susurró Lulú? Tiempo al tiempo...

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 09:30 hs. - Rocío.

 

Abrí los ojos y lo primero que hice fue girarme hacia mi derecha en busca de Benjamín.

No estaba. No había pasado la noche en casa.

Su lado de la cama estaba impoluto, con la sábana intacta y la almohada sin una sola arruga. Y me enfadé... Sabía que no debía, pero me enfadé de todos modos. ¿Qué más tenía que hacer para que me perdonara? Había dejado que me tratara como a un trozo de carne el día anterior, había perdonado que se fuera por ahí sin avisar y, encima, lo había animado a que se divirtiera y que no se preocupara por mí. ¿Por qué me seguía torturando entonces?

Y lo llamé, vaya que si lo llamé.

—Contesta, cabronazo...

Pero no, no contestó.

Cogí la almohada y ahogué lo que hubiese sido un pedazo de grito contra ella. La rabia me estaba consumiendo, y estaba a punto de tirar el móvil contra la pared, pero...

«You're way too beautiful girl, that's why it'll never work»...

—¿Dónde coño te has metido? —dije inmediatamente luego de pasar el dedo por la pequeña pantalla—. ¿Te parece bonito hacerme esto, hijo de...?

¿Qué? —me interrumpió una voz que no esperaba.

Me aparté el móvil de la oreja y miré la pantalla. No era Benjamín... era Guillermo.

¿No habíamos quedado a la hora de siempre? —prosiguió, descolocado—. Joder, ¿lo habías adelantado? Me cago en la puta. Te juro que yo...

—Tranquilízate, Guillermo... —lo corté esta vez yo a él—. Creí que eras otra persona...

Ah. Pues vaya susto... Ya pensaba que la había cagado de nuevo —rio tímidamente.

—No... No has hecho nada. ¿Qué querías?

Confirmar lo de esta tarde... Todavía sigue en pie, ¿no?

No lo tenía del todo claro, sinceramente. Estaba con la cabeza en otro lado y no sabía si iba a conseguir mantenerme centrada para darle clases al chiquillo ese. No obstante, sentía que no iba a venirme nada mal abstraerme un poco de todo lo que me rodeaba. Hubiese preferido otra cosa, pero el crío era lo único que tenía a mano...

—Sí, Guillermo... Todavía sigue en pie.

¿Entonces a las cinco?

—Sí, a las cinco. Ahora te dejo, que estoy esperando una llamada —seca, como nunca.

¡Espera! —se apresuró a decir él.

—¿Qué quieres? Por dios... De verdad que ahora no estoy para...

Joder, chiquilla... Qué arisca que te pones a veces... Nunca me pasaste la dirección de tu casa, no creo que pueda ir si no me la dices. ¡Vaya con la...!

—¡Que vale, joder! Apunta.

Ni un "lo siento" ni nada, vaya... —suspiró, del otro lado—. Venga, dime.

—Avenida del Príncipe, número 22, 7º C. No vengas antes de la cinco, porque no pienso abrirte la puerta.

Vale... Allí estaré.

—Adiós.

Venga.

Sin darle respiro al aparato, volví a marcar el número de Benjamín; que siguió sin cogérmelo.

—¡Hijo de la gran puta! —grité entonces, sin contenerme—. ¡Alejo! ¡Alejo!

Ya me daba todo igual.

—¡Alejo! ¡Alejo! ¡Alejo!

Todo me daba igual.

—¡ALEJO!

La puerta se abrió del golpe mostrándome a un agitado, despeinado y perdido Alejo.

—¡¿Qué pasó?! ¡¿Estás bien?! —me preguntó apenas me vio.

—Ven aquí.

—¿Qué? ¿Pero...?

—¡Ven aquí, joder!

Dubitativo, se acercó a mí y se me quedó mirando con desconfianza. Ni le pedí permiso: fui a lo que fui.

 

—¡Ey, ey! ¿Qué hacés?

Mientras seguía preguntándome qué me pasaba, metí la mano por la delantera de su pantalón corto y le saqué la polla. Sin darle tiempo a reaccionar, comencé a chupársela con una voracidad que ni me sorprendió.

—¿De verdad te pusiste a gritar como una enferma por esto? No me lo puedo creer...

Lo ignoré y seguí comiéndosela como si la cosa no fuese con él. Era simple despecho, sí. No podía insultar a Benjamín, tampoco podía pegarle ni tirarle cosas, así que opté por hacer lo único que se me ocurría que me haría sentir bien conmigo misma.

Al cabo de unos diez minutos, lo solté y me abrí de piernas en la cama delante de él.

—Vamos, haz lo tuyo —le ordené.

Tras unos segundos observándome fijamente con una ceja levantada, Alejo se agachó en el lugar y hundió su cara en mi entrepierna.

—Eso es... ¡Mueve bien la lengua!

Mientras el chico me lameteaba toda, por dentro maquinaba mil venganzas para hacer sentir a Benjamín como la última de las mierdas del universo. Ya no me interesaba intentar convencerlo para que aceptara a Alejo, ahora me moría de ganas por obligarlo a hacerlo. Yo sabía mejor que nadie lo que disfrutaba ese mamonazo de la nueva Rocío, y que no le resultaría fácil separarse de ella, por muy humillado que pudiera llegar a sentirse. Y me daba igual tener que barrer el suelo con su hombría, él se lo había ganado. Yo había puesto todo de mi parte y a él se la había sudado, por eso ahora iba a pagar.

—¡Más rápido! ¡Quiero correrme, joder!

Cuando me estaba imaginando la cara del gilipollas de Benjamín luego de enterarse de mi embarazo, Alejo se abrazó a mis piernas y aumentó la velocidad y precisión de cada lengüetazo. Y yo comencé a gemir con más fuerza, disfrutando de cada caricia que me propiciaba el también gilipollas de mi amante.

—¡Ahora sí! ¡Ahora sí! ¡Vamos, Alejo!

Ahí lo tenía, ya llegaba; me encontraba al borde de un nuevo orgasmo cortesía de este chico que no había hecho más que traer problemas a mi vida... Su mentón ya estaba completamente empapado con mis fluidos, y yo quería darle más, ahogarle la boca para que se diera cuenta quién mandaba ahí.

—¡Sí! ¡Joder! ¡Sí!

—No.

—¿Qué? ¿No? ¿Por qué no?

Pues sí, no... Alejo se detuvo en el acto, se puso de pie y se marchó de la misma forma que había venido, dejándome con el calentón y el clímax aporreando la puerta.

 

—¡¿Cómo que no?!

—Ya me escuchaste... ¡No! —gritó desde el pasillo, dejando oír luego un buen portazo.

Y se me hirvió la sangre. A grito pelado, comencé a desmontar toda la cama, a revolear almohadas de un lado para otro, a patear zapatos, ropa sucia y lo que se pusiera en mi camino.

—¡Gilipollas de mierda! —le grité desde ahí—. ¡Tú también puedes irte a la mierda! ¡No te necesito! ¡No necesito a nadie! ¡Pedazo de cabrón!

No entendía por qué me había dejado así, no tenía ni idea de qué tramaba, pero me importaba muy poco. En ese momento sólo quería que se muriera. Igual que Benjamín, igual que Noelia, igual que todos los que me habían soltado la mano.

Con un cabreo de mil demonios, me vestí y, sin recoger el desastre que acababa de montar, me preparé para afrontar ese día que no podía vislumbrarse más negro.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 11:04 hs. - Benjamín.

 

—¡Venga, Benny! ¡Arriba!

Entreabrí un ojo y la luz del sol me hizo cerrarlo de nuevo. Tenía mucho sueño y quería seguir durmiendo.

—Benjamín, que vamos a llegar tarde al trabajo.

Lo volví a entreabrir, pero esta vez no lo cerré, la imagen que tenía delante era demasiado impresionante como para ignorarla.

—¿Qué miras? —dijo ella, volteando un poco la cabeza regalándome una bella sonrisa.

—A ti... ¿Qué sino?

Porque sí... de espaldas a mí, revolviendo en su armario, con sólo un pequeño tanga de color violeta cubriendo su cuerpo... ¿Qué más iba a mirar si no era a ella? ¿Y más cuando no le importaba pasearse así delante de mí?

—Venga, vístete. Ahí te he dejado unas camisas blancas que creo que te pueden servir —dijo, señalando al pie de la cama—. Y no me preguntes por qué las tengo, ¿vale? —zanjó, guiñándome un ojo.

Dicho esto, se puso un sujetador a juego con su prenda de abajo, y salió por la puerta con su ropa de trabajo colgando de un brazo.

Entonces... ¿Que qué hacía yo comenzando el día en la casa de Clara, junto a una Clara semidesnuda? Pues...

—Ah —dijo de repente, asomándose de nuevo por la puerta—. Vete haciendo a la idea de que me vas a contar por qué no quisiste irte a tu casa anoche, ¿entendido? Y también puedes ir pensando en qué le vamos a decir a los chicos cuando los veamos, porque esos ya deben estar pensando que nos hemos pasado la noche follando...

—Pues... —dudé.

—Vístete ya, anda. Luego lo hablamos mejor, que pareces un zombi.

Pues eso, que decidí pasar la noche en lo de Clara porque todavía no estaba preparado para volver a dormir con Rocío. Simplemente por eso. Además de que tampoco tenía ganas de cruzarme con el otro hijo de la gran puta... Y lo de que Clara se paseara delante de mí en pelota picada, pues cosa de ella. Habría decidido que ya nos teníamos la suficiente confianza y que no hacía falta andar ocultándonos el uno del otro. O eso quería creer, no sé.

Sea como fuere, me vestí lo más presentable que pude, ya que esas camisas me quedaban un poco holgadas, y fui hacia la cocina a ver si la becaria me ofrecía algo para desayunar.

—Mira —dijo apenas me vio, con la carita iluminada—. Aquí tienes zumo de naranja, tostadas y un poco de todo. Elige tú mismo.

—¡Buah! Te lo agradezco infinito, Clara. No te das una idea del hambre que tengo —respondí con una gran sonrisa mientras ya le echaba el ojo al frasco de nocilla.

—De nada, hombre —rio antes de darle un buen sorbo a su café—. Bueno, tenemos media hora antes de irnos... ¿Me vas a contar por qué no te fuiste a casa anoche?

Le debía una explicación, sí. El caso era que me sentía demasiado bien en ese momento como para traer a escena cosas que sólo lograban ponerme de mal humor. Además de que no estaba muy seguro de hasta dónde era necesario contarle...

—Me peleé con mi novia —dije, al fin.

—Bueno... eso ya me lo imaginaba —dijo ella, entre risas.

—Pues eso.

—¿Ya está? ¡Venga, Benny! Que hay confianza...

No quería contarle que era un cornudo... Y no porque no confiara en ella, sino porque uno tiene su orgullo y... eso.

—No puede ser tan grave, ¿no? —añadió.

—Hombre... el fin del mundo no es, pero...

—Vale... —volvió a sonreír de pronto—. Ya no hace falta que digas más.

—¿Por qué? —pregunté yo, sorprendido.

—Porque sólo hay una cosa que a un hombre le cueste mucho contar cuando se trata de una pelea de pareja.

—¿Qué cosa?

—Además —me ignoró—, tu forma de comportarte ayer, que aceptaras por fin venir conmigo a tomar unas copas y...

—¿Y qué?

—Que hayas estado tan receptivo conmigo estas últimas horas... —cerró, esquivando un poco mi mirada... con una timidez un tanto coqueta.

No terminaba de asociar todo eso que me estaba diciendo con que ya supiera lo que había pasado entre Rocío y yo, pero que mencionara aquello me hizo acordar de golpe que la noche anterior nos habíamos vuelto a besar.

—Tu novia te puso los cuernos, ¿verdad?

¿Había algo que se le pudiese ocultar a la muchacha esa? Ya no valía la pena seguir esquivando el bulto...

—Sí —confirmé.

—Menuda guarra... —dijo ella, enseguida, sin perder la tranquilidad.

—Pues sí...

—¿Con el tío ese que metiste en tu casa?

—Sí, con el tío... —me detuve y la miré a los ojos—. Oye, ¿y tú cómo sabes eso?

—Jessica —rio tímidamente—. Y me lo dijo ayer, justamente.

—¿Hay algo que se te escape, Clarita? —reí yo también—. Es que lo sabes todo, caray. ¿Llegaste a todas estas conclusiones ayer mismo?

—Bueno, ya te dije que algo me olía, pero lo terminé de confirmar cuando me pediste pasar la noche aquí.

—Ya, claro...

—Ya te lo dije ayer, Benny, para mí eres como...

—Como un libro abierto, ya.

Curiosamente, no me sentía tan mal cómo me había imaginado. Clara me inspiraba demasiada tranquilidad, demasiada confianza... A pesar de haber reconocido que otro tío se estaba follando a mi novia, mi orgullo como hombre seguía intacto. En ningún momento intentó recordarme lo ingenuo o gilipollas que había sido, o achacarme que si hubiese tomado otras decisiones la cosa habría resultado de otra forma... Ni siquiera me había pedido detalles del asunto. No, su única intención era animarme, y yo no podía estar más dispuesto a dejar que lo hiciera.

—Puedes quedarte aquí todo el tiempo que quieras. Lo sabes, ¿verdad?

—Gracias, Clara... pero no puedo seguir evitándola mucho tiempo más.

—Supongo que no...

Con toda la ternura del mundo, Clara puso su mano encima de la mía, que había permanecido sobre la mesa en todo momento. Ese simple gesto, por alguna razón, me hizo vomitarlo todo.

—La otra noche... —tragué saliva—, por lo que fuera, por primera vez en mucho tiempo me levanté de madrugada para ir al baño...

—Benny, no tienes que... —intentó detenerme.

—Entonces, en pleno pasillo, algo me hizo... —seguí, sin hacerle caso—. No, algo no, nuestra gata Luna... Nuestra gata Luna, por más extraño que te parezca, me llevó hasta ellos, a que los viera cómo follaban en el balcón...

—Benny...

—Me quedé un rato viéndolos... Intentando entender... Intentando recordar ese momento en el que la había empujado a los brazos de ese tipo... Intentando sentir también... Intentando sentir algo, lo que fuera... Pero nada, ni una cosa ni la otra... Eso sí, todos los detalles que había dejado pasar, ya fuera porque confiaba en ella o por no querer pensar en lo peor, me vinieron todos juntos a la cabeza, haciéndome sentir como un verdadero inútil, como un trozo de mierda sin valor alguno...

—No —me cortó ella, y me apretó la mano con mucha fuerza—. No digas eso, ¿vale? No eres ningún trozo de mierda sin valor, eres el hombre más maravilloso que he conocido jamás.

Nos quedamos en silencio. Ella, tranquila y con un gesto tan amoroso como tranquilizador, y yo... pues estupefacto.

—Clara...

Y otra vez esas ganas de querer estar a la altura de las circunstancias, de querer corresponder al esfuerzo que ella sola, sin que nadie se lo pidiera, estaba poniendo para que yo no cayera en las garras de la depresión...

—Clara... —repetí.

Mi cuerpo se movió solo. Era imposible resistirse a tanta bondad, a tanta empatía por parte de un ser tan perfecto como Clara... Por eso me acerqué, la sujeté de los hombros, y esta vez no iba a permitir que ningún incordio volviera a interrumpir nuestra unión.

—Es tu culpa... —dije yo, cuando por fin logré separar mis labios de los suyos.

—¿Mi culpa por qué? —preguntó ella, con una voz apenas audible, ruborizada a más no poder.

—Porque me estás haciendo sentir cosas que hacía mucho tiempo no sentía...

No respondió. La lanzada y desinhibida Clara no respondió. Aunque tampoco hizo falta que lo hiciera. Las palabras sobraban ahí.

No nos volvimos a besar, ya se nos hacía tarde para el trabajo, pero ambos sabíamos que difícilmente las cosas iban a volver a ser como antes entre nosotros... Algo había nacido ahí, y no dependía ni de ella ni de mí decidir hasta dónde iba a crecer. El tiempo era el que diría, y nuestras acciones sólo lograrían acelerar o ralentizar el proceso.

No hablamos más esa mañana. Ambos nos terminamos de preparar y salimos para el trabajo.

Eso sí, el día no había hecho más que comenzar.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:08 hs. - Alejo.

 

—Con permiso.

—Llegas ocho minutos tarde.

—Lo siento, creía que sería más fácil moverse por el centro.

—Te pienso cobrar la hora completa. Avisado quedas.

—Que sí, que sí...

El momento había llegado. El pendejo llegó a casa como estaba previsto y ya estaba todo dado para culminar la transformación final de Rocío. Y para eso iba a tener que convertir esa tarde de estudios en una velada llena de sexo y puterío. Tarea más que fácil tal y como estaban dadas las cosas.

Aunque primero, obviamente, iba a tener que presentarme como era debido.

—¡Buenas! —grité, después aparecer muy contento delante de nuestro invitado.

—Eh... ¡Hola!

El chico, que todavía estaba sacando las cosas de su mochila para comenzar a estudiar, se puso de pie y me ofreció la mano, la cual apreté gustosamente. En esos cuatro segundos que duró el saludo, tuve tiempo de observarlo bien, y sobre todo de entender los motivos por los que le había resultado tan fácil garcharse a Rocío.

—¡Guillermo! ¡Encantado! —dijo después, sin ningún tipo de vergüenza, demostrando bastante madurez para la edad que tenía.

No había exagerado para nada nuestra putita... El pibe era un pedazo de potro. Decían que tenía 17 años pero aparentaba 35. Era bastante más alto que yo y tenía el doble de musculatura. ¿De dónde había sacado a semejante mastodonte?

Me giré hacia ella un segundo para lanzarle una mirada cómplice y una arqueada de cejas, y la conchuda me devolvió el gesto con una sonrisita llena de seguridad y orgullo. "Mira lo que es un hombre de verdad" era lo que quería decirme. La conocía como a la palma de mi mano.

—Tú debes de ser Alejo. Rocío me ha hablado mucho de ti —añadió enseguida el pendejo.

Excelente dato. No recordaba que Rocío me hubiera dicho que le había hablado de mí al pibe. Aunque enseguida supuse que todo pudo haber sido a raíz de aquella llamadita que le había hecho mientras estaba con él aquella vez de hacía no mucho.

—Ah, ¿sí? ¿Y qué te dijo de mí? —dije yo, intentando indagar más.

—Pues...

—Pues lo que cualquier chica diría de su novio, tontito —se adelantó ella, poniéndose de pie y agarrándome de un brazo.

—Ah... Sí, claro. ¿Qué más iba a ser, amor? —contesté yo, cazándola al vuelo, y acto seguido le planté un tremendo beso en los labios.

No le gustó. Si bien el chico se tomó la escenita con humor, Rocío me soltó un seco "contrólate un poco" para después desaparecer por el pasillo.

—Ve preparando lo de matemáticas, que ya voy —gritó desde lo lejos.

—¡Entendido!

Estuvimos un rato en silencio luego de eso, yo con mi birra en la mano y él haciendo no sé qué mierdas en una hoja en blanco. De vez en cuando levantaba la mirada y me sonreía, como tratando de que no hubiera tanta incomodidad. O sea, no la había, pero era el típico silencio molesto que se forma entre dos personas que no se conocen. A mí me daba lo mismo, era él el que intentaba que no se notara. Aunque demasiado para mi gusto, porque llegó a hacerlo más de tres veces en cinco minutos, y de una forma que en un momento empezó a romperme las pelotas... Algo así como... como si me estuviera sobrando.

Y claro, caí.

—¿Te creés que tenés la sartén por el mango, nene? —le solté de golpe.

—¿Perdona? —dijo él, levantando la cabeza, algo confuso.

—¿Vos te pensás que soy el típico cornudito al que se le garchan a la mujer sin que él sepa una mierda?

No dijo nada, y su carita de nene bueno se tornó seria de repente.

—Acá no pasa nada sin que yo me entere, Guillermito. Y te lo digo para que no te creas el rey del mundo solamente porque te empomaste un par de veces a Rocío.

—Para el carro —dijo entonces—. ¿De qué vas?

—De nada, nene, está todo bien. Pasa que no voy a dejar que vengas a mi casa y me mires por encima del hombro

—Yo no te estaba miran...

—Guillermito —lo corté—, ¿sabés la cantidad de mujeres emparejadas, comprometidas y casadas que me cogí? Incluso cuando era así un pendejito como vos, y yo también iba a sus casas y me les cagaba de risa en la cara a los cornudos que vivían con ellas. Pero, ya te digo, eso cuando era un pendejito boludo como vos. Cuando vas creciendo, aprendés a comportarte delante de la gente.

Se quedó callado de nuevo. Lo había agarrado donde se creía inmune y no pudo decir nada más. Aunque no se terminó ahí la conversación.

—Entonces... —volvió a hablar al cabo de un rato—. Entonces... ¿eres de esos?

—¿De esos qué?

—De los que... ya sabes, de los que les pone que otros se follen a su novia. Quiero decir... si sabías lo que pasó entre Rocío y yo... ¿por qué...?

—¿Por qué no te cagué a trompadas todavía y te saqué a patadas de mi casa? ¡Ja! —la seguí yo, casi sin poder aguantar la risa—. Primero, porque creo que no podría con vos en un mano a mano. Y segundo, porque ya te dije que acá no pasa nada sin que yo lo sepa.

—Pues por eso, entonces sí eres de esos...

—No, Guillermito, no soy de nada yo. Rocío vive su sexualidad como yo vivo la mía: sin ataduras. Yo no voy diciéndole a quién se tiene que curtir y a quién no, ¿me entendés?

—Supongo que sí... Son liberales de esos.

—No le pongas nombre, es una boludez eso. Disfrutamos la vida como mejor podemos. Punto pelota. Disfrutadores podés llamarnos si querés.

—Vaya...

Por más que pudiera parecer que me había dolido que me tratara como a un cornudo infeliz, lo que estaba haciendo ahí era poner los cimientos de lo que estaba a punto de construir esa misma tarde.

Y con todo ya más que dispuesto, sólo me faltaba saber si el verdadero corneta iba a venir a cagarme los planes. Y la única que podía saberlo con seguridad era Rocío.

Dejé al pibe, todavía pensando, en el salón, y me fui a buscar a la guarrita.

—Golpea la puta puerta, gilipollas —me dijo apenas entré en su habitación.

—Tremendo galgo te montaste, hija de puta.

—Cierra el pico, que te puede oír.

—¿Y? Recién hablé con él, ya sabe que yo sé todo —le confesé. Se quedó dura un par de segundos y después sacó la cabeza del armario.

—¿Qué coño le has dicho? —dijo con el ceño re contra fruncido.

—La verdad. Bueno, la verdad siguiendo tu jueguito ese de que somos novios... Le dije que somos una pareja liberal y que acá la que manda es mi poronga. Ningún problema, ¿no? —cerré, quedando a esperas de su reacción, que fue inmediata.

—¡Ja! El señorito no podía soportar que le pusieran la etiqueta de cornudo, ¿no? Ni siquiera un chico al que, como mucho, vas a ver una vez por semana, y no por mucho tiempo.

—¿Y qué más te da a vos? En definitiva, te estoy facilitando las cosas. Te lo vas a poder garchar cuando quieras y las veces que quieras sin que el pibe pregunte demasiado.

—Eso a ti no te incumbe —contestó ella, y volvió a meter la cabeza en el ropero—. Espero que no le hayas dicho nada de Benjamín.

—No, ¿qué le voy a decir de Benjamín? Si en esta historia no pinta un carajo. Claro, siempre y cuando no aparezca una tarde de estas y te encuentre empalada por el pendejo.

Se la dejé picando, esperando que resolviera mi duda de una vez; pero Rocío se había convertido en una impresionante caja de sorpresas.

Sacó la cabeza del armario de nuevo, me sonrió y me tiró a las manos un montón de ropa interior revuelta.

—Elige —me dijo entonces, sin dejar de sonreír.

—¿Que elija qué? —le respondí, algo perdido.

—El juego de lencería que quieres que me ponga.

—¿Y para qué?

—¿Cómo para qué? Pensé que te haría ilusión decidir lo que voy a tener puesto cuando Guillermo me folle esta tarde.

Me quedé mirándola con cara de pelotudo. No me la esperé jamás, para nada. Y tardé mucho en reaccionar, tiempo que ella aprovechó para seguir contándome sus planes para ese día.

—¿Qué pasa? ¿No tenías tantas ganas de que me lo volviera a follar? Pues deseo concedido. Es más, ya lo tenía decidido antes de que vinieras a dártelas de machito todopoderoso, lo que no tenía muy claro era si traerlo aquí o quedarnos en el salón; pero, con lo que me acabas de decir, eso ya no es algo que me preocupe. Lo haremos estés tú delante o no. Así que, venga, elige.

Me costó, pero al final lo entendí: despecho puro y duro. Ya me extrañaba que se le hubiese pasado tan rápido el tremendo enojo de antes. Estaba claro que mi desplante de esa mañana le había dolido de verdad y esa era su forma de vengarse. Y yo no podía estar más encantado. Eso ya dejaba todo listo para que diera comienzo la fiesta.

—¿Y qué vas a hacer si vuelve tu novio? —dije, tirando sus prenditas encima de la cama.

—No va a venir. Recién me mandó un mensaje diciéndome que pasó la noche en la casa de un amigo y que de ahí se fue directo a trabajar.

«Cartón lleno».

—Bueno, hacé lo que quieras, yo me voy a encerrar en mi cuarto. Tratá de no hacer mucho ruido.

Ni se molestó en contestarme, y entendí que yo ya no tenía nada más que hacer ahí. Pocas veces la había visto tan decidida a hacer algo, así que no tenía que preocuparme por nada.

Y ya sólo quedaba esperar... Esperar pacientemente en mi cuarto a que fuera la hora de volver a intervenir.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:25 hs. - Rocío.

 

—Ya estoy aquí. ¿Qué tienes hoy?

—Eh... lo mismo de la semana pasada, supongo.

—Pues, venga, a ello.

Una hora y media nos quedaba antes de que Guillermo tuviera que irse. Y no me podía permitir malgastar ese tiempo pensando en estupideces. Había venido a estudiar, y eso es lo que íbamos a hacer.

—¿Es verdad? —dijo, de pronto.

—¿El qué?

—Que tu novio y tú tienen... pues eso, una relación abierta.

—Veo que estuviste hablando con el gilipollas ese de cosas que no te incumben.

—Un poco, sí —se rio—. Aunque el tema lo sacó él, no yo.

—No tienes que jurármelo.

—Entonces... ¿es verdad? —insistió.

—Joder... ¿Por qué tanto interés?

—Pues... no sé, me sorprende un poco —respondió, arqueando las cejas y mirando al suelo.

—¿Estás decepcionado o qué?

—¡No! No es eso —se apresuró a aclarar, todavía algo nervioso—. Es que... no me cuadra mucho con lo que he visto de ti hasta ahora.

—¿Y por qué no? ¿No hemos follado ya varias veces?

—Sí, ya... Pero lo que me costó que te abrieras... O sea, de mente... Tú ya me entiendes.

—¿Me hablas en serio? —dije yo entonces, sin perder la calma—. ¿Y cómo te crees que funciona esto? ¿Viene un tío con ganas de follarme y yo me dejo sin más? No, guapito, esto es como todo; si me quieres, tienes que ganarme.

—¿Eso quiere decir que yo te gané? —volvió a sonreír.

Estudiar, sí, o eso creía... Me iba a resultar muy difícil tal y como estaban dadas las cosas. El anormal de Alejo había encendido la llama y a saber cómo iba a hacer para que el chaval se concentrara en lo suyo... Que sí, que le había dicho al otro que me lo iba a follar; pero había sido más charlatanería que otra cosa. No me hacía mucha gracia la idea de acostarme con Guillermo en mi propia casa, por mucho que antes me hubiera quedado con un calentón del diablo.

—Tú no has ganado nada todavía, chavalín. Te queda mucho camino por recorrer.

—¿De verdad?

—Sí.

Guillermo, suponía que envalentonado por el tono que había tomado la conversación, se deslizó sobre el sofá en forma de 'L' que decoraba nuestro salón, y quedó a muy pocos centímetros de mí.

Exactamente como pensaba, lo de estudiar igual iba a tener que quedar para otro día...

—¿Y me dejarás recorrerlo? —dijo, mirándome así de cerca.

—Tú te flipas demasiado a veces, ¿no crees? —le contesté yo, sin moverme ni una pizca.

—¿Y a ti te parece que habría llegado tan lejos si no fuera así de flipadito?

Así mientras hablaba, levantó una mano y la dejó sobre mi muslo desnudo. Yo llevaba un vestidito veraniego y, de alguna manera, estaba a su merced para ciertas cosas. Aunque no tenía intención de ceder con tanta facilidad...

—Ya te he dicho que todavía te falta mucho.

—Pues no sé qué puede haber más allá de aquí... Yo me siento en la luna ahora mismo.

Curiosamente, aquello no era simplemente una metáfora, porque lo decía mientras la manita avanzaba lentamente bajo de mi vestido. Debo decir que me sorprendió que no se aventurara directamente hacia el premio final. Quiero decir, lo hubiese frenado inmediatamente y ahí hubiese encontrado la excusa perfecta para terminar con todo eso de una vez; sin embargo, al moverse con tanta lentitud, con tanta paciencia... como que hizo reaccionar a mi cuerpo. Y, en fin, ya me había aguantado demasiado para un solo día...

—¿Vas a seguir hablando tonterías o me vas a besar de una vez?

La carita se le iluminó y su respuesta fue inmediata: un beso tan rápido y fuerte que me tumbó de espaldas sobre el sofá. Me cogí de su nuca y recibí aquel morreo con muchísimas ganas. ¿Estudiar? Bah.

—Quiero hacerte muchas cosas esta tarde —dijo entonces, mientras bajaba por mi cuello y le daba los primeros achuchones a mi pecho.

—¿Aunque esté mi novio aquí?

—Tu novio ya dijo que no le molesta.

—¿Quieres decir que sólo haces esto porque tienes su permiso?

—Buen intento —sonrió de nuevo, justo cuando se disponía a subirme la blusa—, pero esa carta sólo te serviría si esta fuera la primera vez que te voy a follar.

—¿Y quién te ha dicho que voy a dejar que me folles? —pregunté yo, sin poder evitar soltar un pequeño suspiro al sentir como la mano de antes se aproximaba a mi calorcito.

—Eso no lo decidirás tú, lo decidirá tu cuerpo.

Dicho aquello, apresuró su mano debajo de mi vestido, y me quedé completamente sin habla cuando sus dedos hicieron contacto con la hinchada colina que se formaba por encima de la braguita que había elegido exclusivamente para él.

—¿Lo ves? Tu cuerpo es mucho más sincero que tú.

Pues sí, lo era, porque apenas se puso a jugar sobre aquella zona, mi respiración se aceleró y los gemidos comenzaron a salir por sí solos. Me jodía tener que ceder ante las caricias de aquel criajo con tanta facilidad, pero estaba increíblemente cachonda.

La culpa era suya, sólo suya...

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:40 hs. - Alejo.

 

Salí de la pieza aproximadamente quince minutos después, básicamente con la idea de poner un poco la oreja para ver qué carajo estaba pasando. Gratísima fue mi sorpresa al escuchar los suspiros de la puta de Rocío. Aunque todavía no me podía entrometer, tenía que dejar pasar un poco más de tiempo. Y tampoco podía asomarme... No quería correr el riesgo de arruinar el ambiente. Por eso, me apoyé contra la pared del pasillo y me quedé escuchando lo que pasaba al otro lado.

Fueron unos cinco minutos seguidos de suspiros y respiraciones agitadas, hasta que por fin decidieron darme alguna pista de lo que estaba pasando.

—Cómemelo ya —dijo ella, con su típica voz de perrita en celo.

—¿Ahora tienes prisa? —le contestó el pendejo, con un deje de soberbia.

—Que me lo comas ya, puto niñato.

—¡Vale, vale! Joder, qué carácter...

No pude evitar reírme al escucharla. Y no porque me hiciera gracia la situación, sino por el hecho de que fuera culpa mía que ella se portara de esa manera. Porque esa cerdita que le estaba ordenando al pibe que le chupara la concha, era mi creación. Y el orgullo que sentía por semejante logro apenas me cabía en el pecho.

—Ah... Ah... Ah... La lengua, Guillermo... Mueve más la lengua...

—¿Así?

—Sí... ¡Joder! Así... ¡Dios! Usa los dedos también... Méteme algún dedo, por favor...

E, inevitablemente, terminó poniéndoseme dura. Todo mi ser me pedía intervenir de una puta vez, pero todavía no era el momento, tenía que esperar un poco más, y también que la recompensa iba a valer la pena.

—¿Qué haces? ¡No pares ahora, gilipollas! —dijo ahora ella, bastante alterada.

—Déjame quitarme los pantalones, joder, que me están haciendo doler la polla que no veas.

—Acuéstate, anda.

Me causaba gracia escuchar cómo el pendejo trataba de imponerse, y cómo todo el rato terminaba con Rocío dándole las órdenes a él. Si bien el chico aparentaba más edad y experiencia de la que tenía, se notaba que todavía no estaba preparado para una mujer como esa. Y también dudaba mucho que pudiera estar a la altura de lo que significaba satisfacerla sexualmente.

Volviendo a la escenita, de pronto se hizo otro silencio, durante el que supuse que se estarían poniendo en posición para hacer un sesenta y nueve. Cosa que se confirmó al poco rato cuando ella empezó a ahogar sus gemidos con, lo que evidentemente era, la pija de Guillermo.

—Quiero correrme ya... —dijo entonces Rocío.

—Dame un respiro, tía... Además, así es más difícil.

—Por eso no tenías que detenerte antes, tonto del culo.

—¿Por qué no te callas y me dejas que lo haga a mi ritmo?

—No sirves para nada...

Estaba aguantando la respiración para no cagarme de la risa. El pibe estaba poniendo todo de su parte, pero seguía sin alcanzar. Y Rocío le respondía como su nuevo instinto le decía que lo haga... De verdad que lo digo, me sentía tremendamente orgulloso de ella, y tenía unas ganas inmensas de entrar ahí, empujar al retardado ese y darle a mi reina la garchada que se merecía.

—Buah... Déjalo —volvió a hablar Rocío, al cabo de otros cinco minutos—. Vamos a follar ya.

—Vale... —respondió un ahora bastante inhibido Guillermo.

—A ver si así respondes de una jodida vez...

Pasaron otro par de minutos en silencio, hasta que por fin sonó aquel suspiro de alivio tan característico en Rocío...

—Mmm... ¡Aaahhh!

Y esa era la señal... La señal para que yo entrara en escena.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:00 hs. - Rocío.

 

Ya me había cabreado, y harta de la torpeza de Guillermo, me saqué su pene de la boca y giré mi cara para que viera en primera plana mi cara de decepción.

—Vamos a follar ya.

—Vale...

—A ver si así respondes de una jodida vez...

¿Qué coño le pasaba? ¿Tanto respeto le daba estar en un lugar que no conocía? Parecía un puto virgen. Era inentendible, mucho más después de las buenas folladas a las que me tenía acostumbrada.

Pero, en fin, estaba demasiado cachonda y tenía muchísimas ganas de correrme como para parar ahí. Ya casi no había morbo en la situación, y la imagen que tenía del chico había quedado bajo el sofá, pero no me importaba, porque lo único que necesitaba de él en ese momento era su polla lista para darme lo mío. Además, quería que el gilipollas se Alejo escuchara como me follaban bien follada.

Así que, haciendo todo lo posible para no ver la cara de crío asustado que me traía Guillermo, me monté de espaldas hacia él y me enterré, centímetro a centímetro, su ardiente pene.

—Mmm... ¡Aaahhh!

Menos mal que el chiquillo seguía duro como una piedra, porque no sé si hubiese podido soportar también que me viniera con problemas de virilidad...

En fin, el caso es que me mentalicé para tratar de disfrutar aquella follada lo máximo posible, y comencé a saltar sobre él como si no hubiera un mañana.

Lo que no me esperé nunca fue lo que sucedió a continuación...

—¿Qué coj...? —dijo Guillermo, que se había quedado igual de anonadado que yo.

—Vos seguí a la tuya, pendejo, que acá los mayores tenemos cosas importantes que tratar —le contestó Alejo, que había aparecido por el arco del pasillo, desnudo de cintura para abajo.

Tras decir aquello, se quedó quieto delante de mí, mirándome un buen rato con esa sonrisa suya de superioridad que tanto me irritaba. Y yo no me lo podía creer, porque era lo último que me esperaba que hiciera.

—Chupala —me dijo, acercándome la polla a la boca, luego de varios segundos aguantándonos las miradas.

—Flipas —le respondí, con cara de asco, cuando logré salir de mi asombro.

—Yo no soy el boludito ese, eh. Abrí la boca y chupámela.

—En tus sueños, imbécil.

—Vas a abrirla, Rocío. Vas a abrir la boquita y me la vas a chupar.

—¡Que no voy a abrir...!

Me detuve en seco porque algo llamó mi atención. Algo que estaba debajo de mí... Algo que estaba dentro de mí. Sí, el pene de Guillermo se estaba deshinchando, y justo en el peor momento posible.

—¿Guille? —le dije, volviéndolo a mirar a él.

—Si es que te quedas quieta... Yo desde aquí abajo no puedo hacer mucho.

Claro, no me había vuelto a mover ni un milímetro desde que había aparecido Alejo, y el idiota estaba demasiado inhibido como para cogerme de la cintura y obligarme él mismo a que siguiera cabalgándolo.

—¿Qué pasa, princesita? ¿Por qué no seguís saltando sobre el pibe? ¿Te molesto acá?

Quería correrme, y quería correrme mucho, pero no me daba la gana que ese tío se pusiera a pasarme la polla por la cara mientras me follaba al crío. Por eso, de pronto me vi en la situación de tener que elegir entre mi orgullo o mi gozo. Era ceder ante Alejo y otorgarle una victoria que sentaría varios precedentes, o terminar todo aquello ahí y dejarlos a los dos idiotas tirados con sus pollas flácidas en la mano.

Sin embargo, de repente todas las piezas encajaron en mi cabeza.

—Eres un hijo de puta... —le dije.

Todo tenía sentido ya. Todas esas preguntas sobre mis encuentros con el crío, toda la insistencia en que me lo volviera a follar, la comida de coño interrumpida aquella mañana... Todo había sido hilado perfectamente para que la cosa llegara hasta ese punto en el que nos encontrábamos en ese instante. Todo calculado con meticulosidad para llevarme al primer trío de mi vida. Lo había vuelto a hacer, había vuelto a jugar conmigo, y yo pisé cada palito que él puso delante de mí.

Ya no hacía falta que me metiera la polla en la boca para herir mi orgullo... Ya lo estaba, y diría que de muerte... Y no pude evitar esbozar una sonrisa de resignación cuando lo volví a mirar a los ojos. Había querido hacerme la fuerte, la decidida y la que iba a manejar mi vida sin que nadie me dijera cómo hacerlo, y, aun así, Alejo, con tan sólo aparecer desnudo delante de mí mientras trataba de vengarme de él, se había encargado de que todos mis esfuerzos parecieran un juego de niños.

Me sentía increíblemente derrotada, y ya no pude encontrar otra excusa para no tener que ceder ante él. Total, ¿para qué? Él lo orquestaba todo, y cualquiera cosa que hiciera yo iba a quedar en la nada si le daba la gana a él. Por eso mismo abrí la boca y dejé que empujara su polla todo lo adentro que quisiera, por eso mismo reanudé las subidas y bajadas sobre el rabo del chaval... Y por eso, con alguna que otra lagrimilla comenzando a caer sobre mis mejillas, traté de vaciar mi cabeza de cualquier cosa que no tuviera que ver con ese trío que estaba a punto de montarme.

La victoria era suya, sólo suya...

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 17:45 hs. - Benjamín.

 

Luego de un comienzo de día de lo más gratificante, y a la vez increíblemente extraño, la jornada laboral estaba saliendo mejor de lo que me había imaginado en un principio. Había conseguido abstraerme de los problemas de mi vida y estaba logrando que el trabajo saliera con facilidad y sin ningún tipo de inconvenientes. Obvio que Clara, con quien ya me entendía a la perfección, también estaba siendo de gran ayuda para ello.

Increíblemente, en esos instantes sentía que esa oficina era mi nuevo lugar en el mundo.

—Venga, un último esfuerzo, que ya viene el descanso —me dijo, sonriente, desde su silla.

—Sí, gracias al cielo —dije, soltando un sonoro suspiro.

Sin embargo, más allá de lo bien que estaba saliendo el día, algo me tenía intranquilo... y era que Lulú no había dado señales de vida en toda la tarde. Y me tenía intranquilo porque no sabía cómo se había tomado lo de la noche anterior. Si bien lo de irse cuando llamó Rocío fue cosa de ella, algo adentro me decía que me había portado como un imbécil. Y por eso quería hablar con ella para, por lo menos, pedirle disculpas...

Saqué varias veces el teléfono y amagué con enviarle un mensaje, pero en todas me terminé arrepintiendo. No lograba decidirme si forzar las cosas o dejar que fuera el tiempo el que la volviera a poner delante de mí...

En eso estaba, cuando...

—¡Benjamín! —me sorprendió una voz desde la distancia.

Luciano, al que llevaba sin ver varios días, apareció por la puerta junto a ¿quién sino? Sebastián.

—Hombre, Lucho. ¡Sebas!—dije, levantándome y dándoles un abrazo a ambos—. ¿Qué les trae por aquí?

—Nada, estábamos terminando unas cositas cuando de golpe nos acordamos de tu existencia. ¿Te vienes a la cafetería con nosotros?

—Venga, va —dije, al instante—. Que hace días que no nos juntamos. ¿Te vienes, Clara?

—Eh... —me miró, algo sorprendida—. ¿Seguro? No quiero molestar...

— ¡Pero qué vas a molestar tú, muchacha! —se me adelantó Luciano—. Si eres una de las pocas cosas dignas de ver que hay en esta puta empresa.

—Ya lo dijo él todo —añadí, entre risas.

—Calla, anda... —rio ella también—. De acuerdo, voy.

Fuimos a la misma cafetería de siempre. Bueno, a la que siempre íbamos nosotros como grupo. Y nos sentamos en la misma mesa de siempre. Yo en una esquina, Luciano y Sebas a mis lados, y Clara en el otro extremo. Cada uno hizo su pedido, y entonces dio comienzo una sorpresiva charla que, probablemente, iba a ser la responsable de que mi vida cambiara para siempre.

—Bueno... —dijo Luciano, aseverando el gesto de forma repentina—. Yo creo que deberíamos ir al grano, ¿no?

—Concuerdo —dijo Sebas.

—¿Qué grano? —respondí yo.

Miré a Clara, buscando algún gesto de complicidad, pero lo que hizo ella fue agachar la cabeza.

No tardé nada en caer.

—¿Qué has hecho, Clara? —dije, mirando al techo con pesar.

—Pues preocuparse por ti, gilipollas. Que andas por ahí sufriendo en silencio teniendo dos pedazos de amigos como nosotros —saltó Luciano enseguida, que parecía bastante cabreado.

—Remarco lo de gilipollas. Y añadiría un "te lo dije" como una casa —añadió Sebas.

Los miré a ambos, también a Clara, y me dieron ganas de salir corriendo de ahí. Pero, ¿de qué me iba a servir? Esa gente me iba a perseguir hasta que me dignara a hablar con ellos del tema...

—Vale, ¿y qué mierda quieren? Bueno, tú ya lo has dicho: "te lo dije". ¿Algo más? Con lo bien que iba el día... —respondí yo, tratando de no levantar la voz, pero algo encendido ya.

—Oye, que queremos ayudar, mamonazo —prosiguió Luciano, manteniendo la calma también.

—¿Y cómo? A ver, que yo vea cómo. ¿Me van a dar unas palmaditas en la espalda y a invitarme a unas copas? No... No necesito eso, chicos. Es más, lo que menos necesito es hablar de este tema ahora mismo.

Ninguno supo qué contestar a eso. Clara se mantenía callada, y ahora parecía bastante arrepentida de haberse ido de la lengua. Luciano, por su parte, negaba con la cabeza sin despegar la vista de la tele de la cafetería. Y Sebas...

—Y una polla vamos a dejar de hablar del tema —dijo, justamente Sebas, esta vez sí levantando levemente la voz.

—Oye, más bajo —lo regaño Luciano.

—Me la suda. ¿No ves que este subnormal piensa dejar que el hijo de puta aquél le siga follando a...?

—Baja la voz. Último aviso —intervine de inmediato, dedicándole la mirada más intimidante que pude poner.

Aquello hizo que Sebas se callara, pero simplemente se estaba mordiendo la lengua, porque ni mucho menos parecían haber disminuido sus ganas de discutir... Por suerte justo llegó el camarero con nuestros pedidos, y las cosas se calmaron un poco durante ese rato.

—Vamos a ver, Benjamín... —la comenzó nuevamente Luciano, un poco menos serio que antes—. No queremos hacerte pasar un mal rato, tampoco pretendemos meternos en tu vida; pero creo que deberías sacártelo todo de adentro lo antes posible.

—¿Y qué se supone que tengo que sacarme de adentro? —respondí yo, algo más calmado también.

—¡Todo, joder! Cómo te sientes, las cosas que tienes ganas de hacerle a ese cabrón, lo que tienes ganas de decirle a ella, lo que piensas hacer con respecto a esta situación... Todo.

—¿En serio? —reí, con bastante sorna—. Pues lo típico, Luciano... ¿Qué esperabas escuchar? Me siento como una mierda, tengo ganas de matar al tío ese y de decirle a ella lo guarra que es. Y quiero irme de esta ciudad para no volver jamás. ¿Te sirve esto?

—A mí no, payaso, te sirve a ti. ¿Le habías dicho a alguien esto ya?

—Pues no, y ni falta que hacía. Me sigo sintiendo igual de mal. ¿Igual? Un cojón, ahora me siento peor que antes. Con lo bien que iba el día...

—Vaya que sí hacía falta —volvió a meterse Sebastián—. Me estás dando la razón. Estás en modo "que se joda la cerda y haga lo que quiera, que a mí ya me la suda todo".

—¿Y qué si es así? —le contesté yo, en tono desafiante—. ¿Qué tendría que hacer según tú? ¿Ir a casa y quemarla con ellos dentro?

—No entiendo por qué te cierras tanto —respondió él mismo—. No tienes que quemar a nadie, es tan fácil como que vayas, les digas las verdades en la cara y luego los mandes a tomar por culo, ¿me sigues?

—Ya... Debe parecer todo muy fácil desde el sofá de casa —dije yo, antes de darle un buen sorbo a mi café.

—Sabes bien que él pasó por lo mismo que estás pasando tú, Benjamín... No seas injusto —me regañó Luciano.

—¿Por lo mismo que estoy pasando yo? —contesté, y exploté al mismo tiempo—. ¿Y tú cómo sabes que es lo mismo? Rocío era la mujer más pura del universo antes de que apareciera ese cabrón, ¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío jamás había soltado una palabra mal sonante antes de que apareciera ese mal nacido, ¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío me demostraba todos los santos días de su vida cuánto me amaba antes de que apareciera ese hijo de puta, ¿puede Sebas decir lo mismo de su ex? Rocío... Rocío no era... Rocío no era así antes de...

Entonces... ¿la revelación? Ponerme a pensar en las cosas buenas de Rocío de pronto me trajo a la cabeza todos aquellos felices pasados junto a ella. La imagen de su sonrisa, de su carita de felicidad cuando llegaba a casa después de una jornada larga de trabajo, el sonido de su vocecita alegre cuando le daba una buena noticia... ¿Cómo era posible que un solo tío la hubiese hecho cambiar tanto en tan poco tiempo? ¡No tenía puto sentido!

Mientras todos me miraban, eché un poco la silla para atrás, anudé las manos y miré al suelo para intentar concentrarme. Sentía le necesidad de volver a poner todo sobre la mesa y analizarlo todo desde el principio. ¿Por qué? Pues porque recordar todo eso me hizo recobrar un poco la esperanza... Quiero decir, en ningún momento me había planteado la posibilidad de darle un voto de confianza a Rocío... ¿De qué manera? Había varias... Por ejemplo, pensar que lo del balcón había sido un desliz. O, por ejemplo, yendo un poquito más lejos, pensar que el hijo de puta ese la estaba coaccionando de alguna manera... Había dado por hecho que llevaban mucho tiempo follando, pero también estaban todas estas posibilidades. Que sí, que las pruebas jugaban en contra de ello... Los condones desaparecidos, las conversaciones telefónicas raras, las charlas también raras a través de la puerta del baño, los paseos nocturnos... Sí, todo parecía muy evidente, pero en ese momento me sentía con unas ganas increíbles de creer que todo estaba en mi puta imaginación.

Además...

«Perdóname por lo imbécil que he sido estos días. No te lo mereces. Para nada te lo mereces».

¿Por qué se había disculpado tanto esos últimos días? ¿No jugaba eso a mi favor? ¿No podía significar que estaba arrepentida por haberla cagado? ¿No cabía la posibilidad de que ese hubiera sido la última vez que se folló al amigo?

«Lo siento, Benja... Siento haberme portado tan mal contigo estos días y... siento no estar a la altura de alguien tan bueno como tú».

¡Claro que era posible! ¿Por qué me iba a decir todo eso si no? Cada frase que recordaba me iba convenciendo cada vez más de que arreglar todo todavía era posible.

"Quédate con tus amigos todo el tiempo que necesites. Y haz lo que tengas que hacer... Ya mañana hablaremos lo que tengamos que hablar".

«Y haz lo que tengas que hacer».

Un castigo. Rocío se quería castigar a sí misma por su error. Lo veía claro. Pero necesitaba confirmarlo. Y sólo había una manera de hacerlo...

Por fin me sentía listo para enfrentarla.

—¿Estás bien, Benny? —me preguntó Clara, cuando levanté la cabeza.

No me había dado cuenta de que estaba en cuclillas al lado mío con una mano en mi espalda. Tampoco me había dado cuenta de que media cafetería nos observaba. Al parecer había gritado más de la cuenta y había terminado llamando un poco la atención.

Me acomodé en la silla, carraspeé y traté de recuperar la compostura.

—Lo siento —dije, ya mucho más calmado.

—¿Estás bien? —insistió una todavía preocupada Clara.

—Sí, gracias.

—Soy una idiota... Perdóname, Benny... No tendría que haberles dicho nada...

—Sí, no tendrías que haberlo hecho, pero no te preocupes, en serio —le dije, forzando una sonrisa, y luego me dirigí a Sebas.

—Discúlpame tú también, Sebas... Me pasé tres pueblos.

—¿Qué? —dijo, riendo—. Si a mí me la suda ya la guarra esa. Tienes razón, nunca fue nada de lo que dijiste, pero ya está en el pasado. Por mí como si se muere mañana.

Clara volvió a su lugar y no pudo evitar soltar una risita mientras por el comentario de Sebas mientras lo hacía. Luciano, por su parte, me seguía mirando pensativo.

—¿Y? —dijo, al fin—. ¿Qué coño piensas hacer?

—Déjalo ya, Luciano —intercedió de nuevo Sebas, para sorpresa de todos—. Si no está listo, no está listo. Forzamos más de la cuenta hoy aquí.

—Sí, yo creo que tiene razón —dijo también Clara, ante la cara de resignación del más veterano de todos.

Igual no era buena idea comunicarles mi decisión; sin embargo, me sabía mal dejarlos en ese estado luego de haber mostrado tanta preocupación por mí.

Así que...

—¿Sabes qué, Lucho? —dije, entonces.

—¿Qué?

—Antes le dije a Rocío que no iba a volver hasta la noche.

—Sí, ¿y? —me miró sin entender nada.

—Pues que... igual no cumplo esa promesa.

Ambos se miraron como si no entendieran lo que quería decir.

—¿Te vas a ir de putas? —preguntó Luciano, con una seriedad que me asustó.

—¿Qué? ¡No! Pienso volver más temprano a casa, anormal.

—Ah... ¿Para qué?

—Sí, ¿para qué? —repitió Sebas.

—Estuve pensando recién, y... creo que se merece un voto de confianza.

Los muchachos se volvieron a mirar, de nuevo, sin entender nada. Clara, por otro lado, me miraba atentamente y sin cambiar el gesto serio que había adoptado desde que había vuelto a su lugar.

—¿Un voto de confianza? —preguntó Sebastián—. Oye, no estarás pensando en perdonarla, ¿no?

—Perdonarla sólo si lo de la última vez fue un desliz —dije, al fin.

Sus respuestas fueron instantáneas: Sebas se llevó las dos manos a la cara, Luciano echó la mirada tan atrás que sus ojos casi se quedan completamente blancos, y Clara... bueno, Clara sólo torció un poco los labios.

—¿Tú eres gilipollas? —comenzó a ladrar, para variar, Sebas—. ¿Qué quieres decir con un desliz? ¿Te piensas que se lo folló esa noche en el balcón porque se tropezó y tuvo la mala suerte de ir a parar justo encima de su polla?

—No, retrasado —respondí yo, harto ya de que me faltaran—. Pero muchas cosas pudieron haberla llevado a esa situación, ¿sabes?

—¡Jooooder! Yo es que no me lo creo.

—¿Y qué tienes planeado hacer? ¿Ir y ver si los pillas acostados? —dijo ahora Luciano.

—Tal cual —contesté, seguro de mí mismo.

—No lo sé, Benjamín... ¿Y si no están haciendo nada?

—Pues me llevaré a Rocío a donde podamos estar solos y le diré que lo sé todo. Luego le daré la oportunidad de explicarse.

No parecían muy convencidos, pero tampoco daba la impresión de que fueran a oponerse. Sea como fuere, me daba igual lo que opinaran. Ellos querían que actuara, pues iba a actuar, aunque a mi manera.

—Espera... —dijo Clara, de repente—. ¿No te parece que te la juegas demasiado a esa única carta?

—¿Qué quieres decir? —dije yo, un tanto sorprendido por su pregunta.

—O sea, estás diciendo que vas a ver si la puedes pillar con el otro, y que si no, le vas a soltar todo en la cara y esperar su excusa. ¿No te parece muy arriesgado?

—¿Por qué?

—¿Cómo que por qué? ¿Y si no los pillas juntos de pura casualidad? ¿Y si resulta que en ese momento no tenían ganas de follar?

—Tiene razón... —comentó Sebas por lo bajo.

—Cállate —lo señalé—. ¿Puedes ir al grano? Porque no te entiendo, de verdad.

—¡Joder, Benny! Que si cuando vas, da la casualidad de que en ese momento no querían montárselo por "X" o por "Y", luego cuando le sueltes que lo sabes todo, le darás una oportunidad única para que se excuse. Te dirá que sólo ha sido esa vez y tú te lo creerás, porque es lo que quieres escuchar, ¿me entiendes?

Tenía lógica lo que me decía, por supuesto que la tenía; pero no me gustaba nada que, entre líneas, me estuviera tomando por gilipollas.

—O sea, lo que quieres decir es que soy un idiota fácil de manipular, ¿no?

—¿Qué? ¡No! —dijo, exaltándose más de la cuenta—. ¡Lo que quiero decir es que ella se puede aprovechar de tus buenas intenciones! Joder, que no quiero que te ciegue el cariño que aún le tienes.

—¡Es amor, me cago en la puta! ¡No cariño! ¡La amo con toda mi alma, ¿vale?! ¡Y no me sale de los cojones que me la quite un hijo de la gran puta que apareció en nuestras vidas de un día para otro!

Otra vez hice demasiado ruido, y varias cabezas volvieron a girarse para mirarnos. Me arrepentí enseguida de haber gritado, y no me quedó otra más que volver a encogerme en la misma silla.

Y sí, ya era demasiado evidente que quería creer en la inocencia de Rocío sin importar qué. Que quería pensar que todo había sido un error y que estaba arrepentida. Necesitaba sentirlo así. Y Clara lo único que lograba haciéndome ver la realidad era que me alterara más.

—Clara... —dije, cuando me volví a calmar—. Tienes razón, mucha razón, pero yo también puedo tenerla, y no voy a crucificar a Rocío sin haberme cerciorado antes de que es culpable al cien por cien. Además, pase lo que pase, pienso decirle a ese tío que se vaya de mi casa hoy mismo.

No dijo nada, sólo agachó la cabeza para evitar el contacto visual conmigo. Era obvio que no le había gustado mi respuesta.

—Basta —intervino de nuevo Luciano—. No estamos aquí para discutir. Estamos aquí para ayudarte. Si tú crees que la solución es hacer eso que dices, yo te apoyo.

—Y yo, ¿qué cojones? Es más, te vamos a acompañar —añadió Sebas, ante mi sorpresa.

—¿Qué? No, no. Esto es entre...

—Te vamos a acompañar y punto. Necesitas tener apoyo moral cerca si llega a suceder lo peor —zanjó Sebastián.

—Yo vuelvo al trabajo. Ya me cuentan mañana lo que pasó —dijo entonces Clara, como intentando volver a sonreír.

No nos dio tiempo a despedirnos, se levantó y se fue sin más.

—De verdad sabes que tiene razón, ¿verdad? —insistió Sebas.

—Sí, claro que lo sé... pero mantengo lo que dijo recién.

—De acuerdo... Aun así creo que deberías disculparte la próxima vez que la veas.

Cuando Sebas dijo eso, recordé el beso que Clara y yo nos habíamos dado esa mañana, y también el de la noche anterior, pero sobre todo el de esa mañana, más que nada por el significado sentimental que había tenido... Y me sentí increíblemente mal. El pensar tanto en Rocío me había hecho olvidar de lo que se había formado entre Clara y yo... y me había hecho olvidar de todo el esfuerzo que había puesto ella misma esos últimos días para que yo no me viniera abajo... Y mi respuesta había sido decirle que en mi mundo sólo existía Rocío y nadie más... La había ninguneado y ni me había dado cuenta de ello.

—Pues bien, en marcha, ¿no? —dijo Luciano, sacándome de mis pensamientos.

—¡En marcha! —gritó un animado Sebastián.

—¡Es hora de ponerle un fin a todo esto! ¡A ver si van a venir ahora de afuera a joderle la vida a nuestro queridísimo amigo! —siguió Luciano, que también parecía bastante eufórico.

—Vale, vale, chicos... Pero bajemos la voz, por favor.

—¡Estás tú para hablar! —dijeron casi al unísono, antes de echarse a reír.

Pero sí, tenían razón, ya era hora de ponerle fin a todo aquello. Saliera como quería yo, o saliera como todo el mundo pensaba que iba a salir, los días de esta triple convivencia estaban a punto de llegar a su fin.

Me metí en el ascensor junto a mis dos compañeros, y juntos emprendimos un viaje que nos llevaría o bien al cielo, o bien al mismísimo infierno.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:10 hs. - Alejo.

 

De golpe, Rocío abrió la boca como si me estuviera invitando a hacer lo que quisiera con ella. Como si se estuviera rindiendo, como si por fin hubiera asumido que ahí, definitivamente, el que mandaba yo. Y no me hice desear, le empujé la verga por toda la boca hasta que empezó a toser. Después ella solita se puso a chupármela con tremendas ganas mientras volvía a subir y bajar sobre la poronga del pendejo.

—Sacá esa cara de pelotudo, nene. Mirá a la yegua que te estás empomando. Ponele huevo, pedazo de virgo.

Me estaba enfermando verle esa cara de asustado al pibe. Si fuera un puberto de verdad, todavía me la aguantaba, pero teniendo ese cuerpo mastodóntico no se podía portar así.

Y pareció que mi reto lo hizo despertarse un poco.

—Sí... mucho virgo, pero... pero el que tiene su polla dentro de ella soy yo —se puso a reír.

A partir de ahí, la actitud del pendejo pareció cambiar. Se agarró de la cintura de Rocío y empezó él a hacer el laburo pesado. Lejos de enojarme, solté tremenda carcajada y me sujeté fuerte de la cabeza de Rocío para hacer esa chupada mucho más intensa.

—No aguanto más... Abrí la boquita bien porque te la voy a llenar.

No me insultó como de costumbre, se calló y la abrió sin rechistar mientras con una mano me pajeaba fuerte. Me sorprendió que tampoco me mirara desafiante como solía hacerlo. No, miraba fijamente mi pija, sin mostrar ninguna emoción. No sabía qué mierda estaba pasando por su cabeza, pero yo estaba encantadísimo con esa nueva actitud sumisa suya.

—¡A-Ahí va, Rocío! ¡Dios!

Abrió la boca más todavía y se volvió a meter casi media verga. Los chorros salieron con una fuerza de la puta madre. Hasta cuatro llegué a contar, y bastante abundantes. Ella, como buena puta, intentó tragársela toda, pero algo se escapó por la comisura de sus labios y fue a parar directamente a sus tetas, dejando ante mí una imagen espectacular que describía perfectamente lo puta que se había vuelto Rocío en tan poco tiempo.

Cuando terminé, me senté en una de las sillas de la cocina y me quedé viendo como el pibe se la seguía garchando.

—Perdoná que no haya durado más, pero es que entre esto y la chupadita de la mañana... ya te podés imaginar cómo estaba.

De nuevo no me contestó, y siguió cabalgándolo con las manos apoyadas en sus propios muslos y con el cuello tirado para atrás. Ah, y con los ojos cerrados, como buscando abstraerse de todo y dedicarse únicamente a disfrutar de la cogida. O eso parecía... porque tal vez era una forma de hacer que el tiempo pasase más rápido. Repito, me gustaba que se portara así, que acatara cualquier orden sin quejarse, pero era imposible no sentir curiosidad ante una actitud que hasta el momento no había visto en ella...

Sea como sea, después de unos cinco minutos viendo como seguían garchando en la misma posición, Rocío empezó a mover las caderas mucho más rápido. Reconocí enseguida esa forma de gemir y contonearse, y confirmó mis sospechas cuando estiró todo el cuerpo para atrás y se puso a gemir como una enferma.

Le dejé unos dos minutitos más para que se recuperara, y después decidí que ya era hora de volver a intervenir.

—Abrí la boca de nuevo, princesa —dije, acariciando su perita con los dedos índice y pulgar—. Ponémela dura otra vez.

Esta vez sí que me miró a los ojos, e hizo una especie de amague como para contestarme, pero, otra vez, prefirió no hacerlo y obedeció sin rechistar.

—Así... Así... Despacito... Ensalivala bien y usá la lengüita cómo vos sabés. Si lo hacés bien, enseguida la vamos a tener lista para romperte de nuevo el culito.

Y se paró en seco. Se detuvo y me miró fijamente, pero ahora sí que mostraba una emoción... y era lo más parecido al odio que jamás me había hecho ver desde que la conocía. Sin embargo, de nuevo no dijo nada y, después de no más de diez segundos quieta, siguió chupándomela como si nada.

—Aminora un poco, Rocío... Que me voy a correr en nada... —dijo el pendejo.

Ella lo ignoró y siguió a la suya. Diferente al trato que tenía conmigo. A mí me trataba como si fuera el amo, y al pibe como si no existiera.

Me gustaba sentirme superior al mocoso ese prepotente, pero no me convenía que hiciera acabar al pibe tan rápido.

—Levantate, Ro. No queremos que el pibe se venga todavía.

No se lo tuve que decir dos veces, se desensartó y se quedó parada al lado del sofá esperando la siguiente indicación.

—Ahora vos vas a esperar un ratito. Dejá que se te baje un poco y enseguida seguimos, ¿estamos? —le dije al pibe.

—Sí... Supongo.

Inmediatamente, me llevé a Rocío hasta la parte de la cocina, ahí le dije que se apoyara sobre la mesa alta y levantara un poco el culo. Cuando ya la tuve en posición, me agaché atrás de ella y me puse a trabajarle el asterisquito con la lengua.

—¡Ay!

Su primer quejido llegó cuando metí el primer dedo. Que salió limpio y sin ningún tipo de hedor, por cierto. Si algo tenía Rocío era su impecable higiene personal.

—¡Aaah! Espe...

Un segundo quejido al segundo dedo... y esta vez casi vino con una petición. Pero no paré un carajo, seguí moviendo los deditos al mismo tiempo que le estimulaba el clítoris con la lengua. Y ahí los quejidos cambiaron por gemidos.

—Mmm... Mmm... Ah... ¡Aaaay! ¡AAAAY!

Hasta que el tercer dedito hizo su aparición.

—¡P-Pa...! —hizo el amague de gritar de nuevo, pero se interrumpió ella solita—. M-Más despacio, por favor...

—¿Más despacio el qué querés?

—L-Los dedos... No seas tan... ¡AAAHHH!

Mientras intentaba decirme lo que le molestaba, metí de golpe los tres dedos hasta donde la mano me dejó. Su cuerpo se tensó de tal forma que no pudo evitar ponerse de puntita de pies. Y no los saqué hasta que el dolor se le fue unos treinta o cuarenta segundos.

—Pensaba que ya lo tenías acostumbrado... Te llego a meter la pija y te destrozo hoy...

Lo decía en serio. No sabía si era porque estaba nerviosa o por a saber qué mierda de tara le había agarrado ese día, pero no me iba a arriesgar a desgarrarla estando a tan pocos días de la reunión con Bou.

Me levanté y le ensalivé un poco la conchita para atacar por ahí. Justo cuando apoyé el glande en la entrada, su mano me detuvo.

—No.

—¿"No" qué?

—Por ahí no.

—¿Por qué?

—Porque tú no quieres por ahí...

Juro que me quedé helado. ¿Qué carajo estaba pasando? ¿Qué mierda estaba ocurriendo ahí? Prometo que no tenía ni la más mínima idea de qué le había dado ese día. Nunca, pero nunca se había entregado tanto a mí... Y ya no era una cuestión de querer satisfacer a su hombre, no. Me sentía en ese momento como su dueño, como su protector... como su amo. No me lo podía creer, y me quedé varios segundos estupefacto.

—¿Ale...? —dijo ella, devolviéndome a la realidad.

—¿Eh? Sí, sí... ¿Por el culito entonces? ¿Estás segura?

Volvió a girar el rostro hacia adelante, como si ya hubiese dicho suficiente y no quisiese hablar más conmigo. Algo le pasaba, eso era seguro. No obstante, y como ya dije antes, no tenía pensado averiguarlo en ese momento.

Agarré el pomito de lubricante que ya tenía listo desde antes, me puse una buena cantidad por toda la poronga, y me preparé para volver a romperle el ojete una vez más.

—Ahí voy, hermosa.

No dijo nada, pero noté como su cuerpo se volvía a tensar. Y dando por hecho que esa era la señal, puse el glande en su culito, y empecé a apretar muy, pero que muy despacio.

—Mmgghh... —gimió ella, casi inaudiblemente.

Como vi que todo iba bien, empujé un poquito más hasta que la cabeza entró entera. Ahí volvió a hacer un sonido similar al anterior, y el cuerpo se le tensó otro poquito más.

—¿Sigo?

Al pedo le preguntaba, porque no me iba a contestar nada más, pero me salía de adentro. Una parte de mí se sentía preocupada por ella.

Pero, en fin, teniendo muy claro que no quería hablarme más, acerqué las caderas unos centímetros más hasta que la parte más gorda de mi pija quedó cerca de entrar.

—¡Mmgghh! —volvió a quejarse, esta vez con algo más de fuerza.

Al ver que el dolor no parecía muy grande, seguí empujando, todavía muy despacio, milímetro a milímetro, hasta que logré meter lo mismo de las últimas dos veces. Rocío seguía callada, soltando algún alarido cada tanto, pero sin quejarse demasiado. Cuando noté que la cosa estaba resultando, se la saqué con toda la suavidad que pude y se la empecé a meter de nuevo, también muy lentamente.

—¿Tienen para mucho? —dijo de golpe el pendejo—. ¿Van a cámara lenta o qué?

Giré la cabeza y lo miré con desprecio. Hasta me dieron ganas de ir y encajarle un buen cachetazo... Sin embargo, al mirarlo... se me ocurrió algo que, increíblemente, no había tenido en cuenta hasta ese momento...

—¿Tenés ganas de participar, pibe? —le dije, cambiando la mirada asesina por una más amigable.

—Por supuesto que quiero. Si sigo viendo cómo juegan a los enamorados se me va a bajar esto rapidísimo —contestó él, señalando su pene con las dos manos.

Sin esperar más, le saqué la pija a Rocío y la llevé hasta el sofá de nuevo.

—Acostate vos —le dije a Guillermo—. Boca arriba.

El chico, obediente, acomodó un poco los almohadoncitos y se puso justo como le dije.

—Rocío, subite arriba suyo y metete su pija en la concha. Cara a él, eh.

Otra vez, sin objetar nada, se montó sobre el pendejo y se enterró ella solita la verga del pibe, que todavía tenía cierta dureza. Una vez clavada, me volvió a mirar esperando la siguiente orden.

—Empezá a garchártelo.

Sin más, se apoyó en los pectorales de Guillermo y empezó a subir y a bajar sobre él. No tardó nada en entonarse, y esta vez sí que la vi un poco más metida en la garchada.

—Ahora voy yo —fue lo último que dije.

Rocío me miró, y como que preparó el cuerpo para volver a chupármela. Así que se podrán imaginar la cara de sorpresa que puso cuando me acomodé atrás de ella.

—¡Oye, no! —dijo, alto y claro por primera vez en la noche—. N-No... ¡Eso no! ¡Eso no!

—Calmate, ¿estamos? No te va a doler. Es lo mismo de siempre, sólo que por ambos lados al mismo tiempo.

—¡No quiero! ¡Me voy! —volvió a protestar, y se puso a desencajarse de la chota del pendejo.

—¡ROCÍO!

Aquello fue un grito que retumbó por toda la casa. Jamás lo había hecho, y me sorprendió a mí mismo mi atrevimiento. Porque sí, lo había hecho a consciencia. Ver durante toda esa última hora cómo Rocío me obedecía a todo lo que le decía, como que me dio alas para jugarme la carta de la autoridad. Y ni miedo tuve de haberla cagado, porque de verdad sentía que tenía agarrado al toro por los cuernos.

Se hizo un silencio incómodo, silencio que acompañé con un gesto serio y decidido. Al cabo de un rato, Rocío habló...

—Vale. Como tú digas.

Otro movimiento inesperado. No se había vuelto para pegarme ni me había insultado. No, había vuelto a obedecer, y esto sí que ya me ponía en la cima del mundo.

Dicho esto, Rocío se volvió a sentar sobre Guillermo, inclinó el cuerpo levemente hacia adelante y sacó un poco el culo para afuera.

—Hazlo —dijo entonces.

Me asomé un poco sobre el cuerpo de ella y me fijé en la cara del pibe. Sonreía ahora el hijo de puta. Sonreía porque seguro le emocionaba la idea de ser parte de una doble penetración. Y yo también sonreí, porque sentía que la vida, el mundo y los dioses me sonreían a mí también, porque Rocío ya era mía. Sí, lo dije mil veces, pero esa vez ya lo podía tomar como literal.

Rocío me pertenecía. Rocío era de mi propiedad. Rocío iba a prostituirse para mí. Rocío me iba a hacer millonario.

Con todo eso, y mucho más, en mente, cerré los ojos, respiré profundo, y traté de centrarme en lo que tenía delante, que no era nada más y nada menos que el hermoso orto de mi nueva esclava sexual.

—Allá voy —dije, y volví a acercar mi poronga al culito de Rocío.

 

Jueves, 23 de octubre del 2014 - 18:37 hs. - Rocío.

 

—Allá voy —dijo, y sentí cómo su pene se volvía a pegar a mi culito.

Traté de no pensar, de sentir el menos dolor posible, pero me resultaba muy difícil al tener ya dentro de mí la polla de Guillermo. Además, todavía me escocía el ano por lo de antes...

Apenas sentí el primer empujón, no pude evitarlo y clavé las uñas en los hombros de Guillermo, que lo aguantó como un campeón. Intenté no emitir ningún sonido, porque sabía que si me quejaba, aquello iba a durar más tiempo todavía, y yo quería que terminara ya. Por eso, al notar que no había ningún tipo de problema, Alejo siguió empujando con la misma paciencia que había tenido minutos atrás.

—Mmgghh...

No pude reprimir ese quejido, pero, por suerte, no fue suficiente para hacerlo detener. La presión aumentó de golpe y sentí cómo entraba todo el glande... Me dolió, esta vez sí me dolió, y tuve que morderme los labios para que no se diera cuenta.

Guille me miró a los ojos entonces, y algo debió notar, porque de pronto se incorporó un poco y empezó a lamerme el pezón derecho con mucha suavidad. Inmediatamente, dejando sus dos brazos detrás de él como soportes para su cuerpo, comenzó a mover su pene dentro de mí también.

—¡Aaahhh!

Esta vez me salió un gemido largo y alto, justo antes de que sintiera cómo todo el miembro de Alejo me terminaba de empalar completo.

Y no me dolió. Por primera vez en mi vida tenía dos pollas llenando mis dos agujeritos más íntimos, y no me dolía. Y, justamente, a pesar de haberme decidido a que me dejaría usar como Alejo quisiera, en ese momento me volví a sentir con voluntad propia. Como si esas dos pollas hubiesen activado algo dentro de mí para que pudiera liberarme de las garras de Alejo... De pronto volvía a sentirme con unas ganas tremendas de girarme y desfigurarle la cara, pero el deseo de regalarme un nuevo orgasmo estando clavada de esa nueva y fantástica manera eran mucho mayor.

Eso sí, no iba a dejar pasar la oportunidad de demostrarle al cabrón ese que había vuelto. Giré el rostro un poco hacia atrás, y busqué hacer contacto visual con Alejo.

—¡Muévete ya, gilipollas!

Ya lo había dejado jugar bastante conmigo por un día. Y ahora me tocaba a mí tomar las riendas de la situación. Por eso no mantuve la cara virada para ver la reacción de Alejo, por eso me agaché en el lugar y besé a Guillermo con tantas ganas que le corté un labio con los dientes, por eso dejé de contenerme y empecé a gemir, jadear y gritar como si no hubiera un mañana...

Por eso...

Por eso...

—¡Hostia!

—¡¿Qué fue eso?!

Todos nos detuvimos. Todos nos frenamos. Todos nos quedamos congelados mirando en la misma dirección. Los gemidos, los chapoteos, los crujidos, todo dejó de sonar. Todo menos mi corazón, que pasó de cero a mil en menos de un segundo.

Porque sí, eso había sido un portazo. Un portazo pesado, además, cuyo sonido había venido justamente desde la entrada de casa. Y, aunque no había llegado a ver quién lo había dado, no necesitaba ser adivina para saberlo.

—¡¡¡QUITA!!! ¡¡¡QUITA, JODER!!! ¡¡¡QUITAAAAAA!!!

Jamás en la vida había dejado salir un grito semejante de mi garganta. Jamás en la vida había deformado tanto mi voz para dirigirme a alguien. Jamás en la vida había experimentado eso que suelen llamar "sudor frío" en carne propia. Jamás en la vida había tenido tantas ganas de saltar por ese balcón...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

Jamás en la vida...

CONTINUARÁ...