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Las decisiones de Rocío - Parte 17.

en Hetero: Infidelidad

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 11:30 hs. - Benjamín.

—Despierta, dormilona, que ya es casi mediodía. ¿Rocío? ¿Me oyes?

Nada. No había caso. Llevaba media hora intentando despertarla, pero ahí seguía boca abajo con la cabeza de lado hundida en su almohada. Al principio me extrañó que ya fueran esas horas y ella siguiera durmiendo, no era algo habitual. Rocío siempre había sido alguien que respetaba religiosamente sus horarios de cada día.

—Vaya gilipollas eres, Benjamín —me susurré a mí mismo luego de un último intento en vano de despertarla.

Salí de la habitación acompañado de Luna, que ahora me seguía a todos lados, y me resigné a desayunar solo. Yo llevaba levantado desde las nueve de la mañana, y estuve esperando pacientemente esas dos horas para poder tomar la primera comida del día con mi novia. Pero estaba claro que no iba a poder ser. Y era mi culpa. Lo sabía.

—Gilipollas...

Cuando abrí los ojos aquella mañana, lo primero que se me vino a la cabeza fue la imagen de Rocío saliendo de nuestro cuarto lista para darse un baño. Esa iba a ser nuestra noche. Una noche que ambos llevábamos mucho tiempo esperando. Todo estaba dispuesto para que pudiéramos sellar nuestra reconciliación de forma oficial. Pero la cagué... La jodí nuevamente. Volví a decepcionarla. ¿Cómo sucedió? No lo recordaba muy bien... Ella ya había salido hacia el baño y yo me quedé esperándola en la cama. Me puse cómodo, me arropé hasta poco más arriba del pecho y cerré los ojos simplemente para descansar un poco la vista. El día había sido bastante duro y necesitaba tomarme esos cinco minutos de relax. Pero esos cinco minutos terminaron convirtiéndose en ocho horas. Y yo me quería cortar las venas con el corazón de una manzana.

—Sí, Lunita... Soy un auténtico gilipollas.

Tenía ganas de seguir martillándome la moral, pero el día iba se me iba a presentar igual de largo que el anterior y no me servía de nada ir a trabajar deprimido. Así que, tratando de pensar en cualquier otra cosa, seguí tomando mi tacita de café y mis tostadas con mermelada de arándanos, y me dispuse a comenzar el día con la mejor de las caras. En eso estaba cuando escuché un ruido provenir desde el pasillo.

—¿Rocío? —grité.

Pero no era Rocío. Una figura alta, de metro ochenta y cinco más o menos y una cabellera rubia -que yo estaba seguro no era natural-, apareció de repente en el salón a medio vestir y sin haber hecho su primera visita de la mañana al lavabo. Estaba bastante dormido todavía.

—Buenos días —dije, carraspeando un poco antes para captar su atención.

Me miró con los ojos entrecerrados por el repentino golpe de los rayos de luz y se quedó quieto. Reaccionó poco después y levantó la mano para saludarme.

—Buen día, jefe —contestó, a duras penas.

—¿Jefe? —reí—. Llámame Benjamín, hombre. ¿Un café?

—Sí, por favor... Qué dolor de cabeza...

Y terminé desayunando con Alejo. No porque quisiera, lo cierto fue que se me ocurrió de repente para limar alguna que otra aspereza con él. Más por Rocío que por mí, lógicamente. Pero, igualmente, no hubo mucha charla que digamos. Se notaba que ninguno de los dos sabía qué decir, más allá de que ambos parecíamos cómodos dentro de ese silencio.

—Oye, siento todo eso del piso que te prometí... El cabrón este me la jugó —dije, para romper un poco el silencio.

—¿Eh? —dijo él, todavía con algunas luces apagadas— ¡Ah! No, no. No te preocupes por eso, Benjamín. Perdón que no te haya comentado nada, supongo que habrás pensado que soy un aprovechado. Resulta que ya conseguí un lugar por acá cerca, pero necesito una o dos semanitas hasta que pueda mudarme, porque todavía hay alguien viviendo y tiene que sacar sus cosas y, en fin...

Yo sólo pretendía romper el hielo, pero aquello me terminó sentando de maravilla. No iba a tener que echarlo yo, quedando mal con Rocío en el proceso. O sea, no tenía pensado darle la patada en la brevedad, quizás esperar unos días a ver cómo se sucedían las cosas, pero obviamente no iba a permitir que se quedara toda la vida con nosotros.

—Fenomenal, ¿no? —respondí—. ¿Necesitas ayuda con el traslado? ¿Fianza o algo? Yo te puedo echar una mano si estás un poco apretado con el tema —dije, con todo el buen rollo que pude. Tampoco quería parecer un desesperado por que se fuera. Aunque en verdad eso ya se lo había hecho saber varias veces, no entendía por qué lo disimulaba.

—No, por dios. Ya bastante me han dado. Vos y Rocío. No quiero abusar más, en serio. Sólo necesito esta semanita, que posiblemente sean dos, y ya no te voy a molestar más. Te lo prometo.

—Joder, es que si lo dices así... Mira, Alejo, que yo te estoy muy agradecido por haber estado con Rocío en mi ausencia. El tema es que...

—Benjamín —me cortó. Me di cuenta de que mi tono de voz había sonado un poco exagerado—. Vos querés vivir tu vida de pareja en paz y tranquilo. No soy un cabeza de termo, sé cuándo estoy de más en un lugar. Así que quedate tranquilo... Eso sí, lo único que te pido es que me dejes seguir viniendo de vez en cuando a saludar —concluyó, riendo.

El chaval ahora me parecía majo. Era la primera vez que hablábamos de esa manera tan... tan fraternal. Increíblemente, me sentía un tanto estúpido por haber pensado las cosas que había pensado sobre Rocío y él... Y sí, la desconfianza había hecho todo. No la desconfianza en mi novia, sino la desconfianza en un completo desconocido. Además de que él tampoco había aportado mucho en nuestros primeros encuentros para que yo pudiera pensar de otra manera.

No hablamos mucho más, esas pocas líneas sirvieron para que cada uno se quedara bien consigo mismo. Y entre nosotros también. En las siguientes dos horas esperé a que Rocío se despertara, a ver si al menos podía disculparme con ella. Pero no, siguió durmiendo hasta Dios sabía qué hora. Me fui al trabajo con un mal sabor de boca por eso, aunque con una leve esperanza de poder reivindicarme esa misma noche.

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 14:40 hs. - Rocío.

—¿Quién es? ¿Qué pasa?

Los ojos me pesaban, la cabeza me dolía, pero algo me hizo despertar. Di un respingo al notar algo húmedo resbalar por los exteriores de mi zona más íntima.

—¡Puaj! ¡Sos una asquerosa de mierda! Podrías haberte dado una ducha aunque sea, ¿no?

La manta que me tapaba se elevó por delante de mí hasta descubrir por completo la cabeza de Alejo, que daba pequeños resoplidos con su lengua para afuera y con una considerable cara de disgusto.

—¿Qué haces aquí? ¿Qué hora es?

—Casi las tres. Tu novio ya se fue hace rato, así que no te preocupes. Ahora andá a lavarte, que mirá cómo estoy...

Alejo se colocó en la punta izquierda de la cama y se irguió para enseñarme la tienda de campaña que tenía montada con sus calzoncillos.

—Vete de aquí, hazme el favor —le dije con desganas y volviéndome a acostar.

—No seas amarga, dale... —insistió.

—Vete —repetí, sin mover un solo músculo.

—Dale... Un ratito...

—Que te vayas.

—Un poquito...

Giré la cabeza y lo vi mirándome como un niño al que le habían prohibido salir a la calle a jugar con sus amigos. Acto seguido llevé una mano a mi entrepierna y tanteé un poco el terreno. Apenas posé los dedos allí, noté una sustancia viscosa que bañaba casi toda la zona. Me llevé un dedo impregnado de ese liquidillo a la boca y enseguida me di cuenta de que se trataba de su semen mezclado con su propia saliva. Me reí por lo bajo y luego me coloqué boca arriba sobre la cama.

—Date prisa, que tengo sueño todavía.

—No, te dije que te vayas a bañar. Me da asco así.

—Pues hasta luego.

Me di vuelta otra vez e intenté seguir durmiendo. Pero no tuve tiempo, porque Alejo volvió a la carga de inmediato.

—El otro día me hacés chuparte las tetas llenas de la saliva del boludo de tu novio —resopló y comenzó a volverse a poner encima de mí—, y ahora vengo a hacerte un regalito matutino y me encuentro con que no te lavaste después de lo de anoche. En serio, Rocío, sos un poquito cerda.

Esa forma tan seria en la que me estaba regañando me provocó una risa que fue creciendo a medida que él se terminaba de colocar entre mis piernas.

—Y encima te reís. En fin...

Alejo se pasó la palma de la mano por la lengua y luego se la llevó a su miembro ya considerablemente erecto. Después repitió la maniobra, pero con la punta de sus dedos y en la entrada de mi vagina.

—¡Ay!

Sin siquiera avisarme, comenzó a penetrarme con una delicadeza que noté forzada, porque los gestos de su cara me decían que tenía prisa por ponerse darme duro. No entendía ese afán que seguía teniendo por no lastimarme. Ya estaba lo suficientemente lubricada como para que me la ensartara de un golpe. Pero él parecía no haberlo notado.

Me abracé a él sin despegar la cabeza de la almohada y lo atraje hacia a mí. Le mordí un par de veces la oreja derecha y repartí unos besitos por lo largo de su cuello para finalmente terminar besándole la boca como sólo yo sabía hacerlo. Y no necesité mandarle más mensajes. Inmediatamente su poderoso tronco viajó a máxima velocidad por las paredes de mi coñito hasta que la bolsa de sus testículos chocó de lleno con mis glúteos. Me aferré con intención a su cuello mientras él comenzaba a taladrarme con una contundencia abrumadora. A diferencia de otras veces, este fue un polvo silencioso; ninguno de los dos fue escandaloso. Y eso me agradó, porque en ese estado no tenía fuerzas para pasar por otro igual al de la noche anterior.

A los cinco minutos llegué al orgasmo. Él lo hizo poco después de mí, vaciándose una vez más en mi interior. Y no me molestaba en absoluto que lo hiciera. O sea, seguían siendo mis días seguros y sentía que no había ningún problema. Sí, nada acorde a como pensaba hacía solamente un par de semanas, pero es que las cosas habían cambiado tanto...

—Ah... —suspiré.

Siempre había sido precavida en ese sentido, gracias a mis padres y a mi tía Elora; la persona de nuestra familia a la que Noelia y yo le contábamos las cosas que no queríamos decirle a nadie más. Y una de esas cosas fue un retraso en el período de mi hermana. Noelia era totalmente contraria a usar condones, y mi tía le echó una bronca de campeonato ese día. Además de darnos a ambas -yo estaba ahí para acompañarla a ella- una clase de educación sexual para que no olvidáramos jamás. Digamos que quedé marcada a partir de ese día; esas enseñanzas fueron las baldosas de un camino que seguí a rajatabla hasta que Alejo volvió a introducirse en mi vida. ¿Por qué hasta ahí? Porque hay veces que la práctica tira abajo todo lo que uno aprende con la teoría. "Tú no les hagas caso. Si tienes claro cómo funciona tu cuerpo, tú folla como a ti te dé la gana", era uno de los consejos de mi hermana en esa época. Un consejo al que me estaba aferrando con uñas y dientes en ese momento.

Cuando mi cuerpo terminó de sufrir los últimos espasmos gracias a ambos orgasmos, eché a Alejo de mi cama y no tardé en volver a quedarme dormida.

—Creé un monstruo... —fue lo último que escuché antes de perder el conocimiento.

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 20:00 hs. - Benjamín.

—¡Descanso para comer, amigos! —gritó Barrientos desde la otra punta de la sala.

Era el segundo descanso del día, el primero había sido hacía tres horas. Al menos tenía la decencia de darnos un respiro. En mi caso, un respiro del trabajo y un respiro de Clara.

—Voy a cenar algo con los chicos, ¿quieres venir? —le pregunté, sin muchas esperanzas.

—No, gracias —fue su respuesta, tan seca como todo lo que había salido de su boca últimamente.

—Bueno, pues hasta luego —dije, sin más, y me dirigí hacia la cafetería.

"Puta niñata de los cojones", iba pensando para mis adentros mientras caminaba por el pasillo. Poco antes de llegar, alguien me cogió de un brazo y me enterró en las sombras de un pequeño apartado que había cerca de los servicios de la planta.

—Joder, Lourdes, ¡qué susto! —me quejé llevándome una mano al pecho.

—¿Está Santos por aquí? —dijo ella, ignorándome y mirando para todos lados.

—No, ¿por? —pregunté yo, sorprendido.

—¿Te vienes conmigo a la cafetería de abajo? Necesito desahogarme... —casi que me suplicó.

—Yo es que quedé con los chicos... ¿Romina no est...?

No terminé la frase porque  me aniquiló con la mirada. No me había dado cuenta de lo feo y cortante que había sonado mi respuesta. Sea como fuere, esos ojos abiertos con el ceño fruncido me dieron a entender que era conmigo con el único que quería hablar.

—Venga, vamos —dije, finalmente. Ella cambió su gesto a una bonita sonrisa y salimos casi disparados para el ascensor.

Una vez en la cafetería de unos cuantos pisos más abajo, envié un mensaje a mis compañeros diciéndoles que me había surgido algo importante. Luciano me acusó de querer escaquearme. O sea, de no querer ir para no hablar de lo que le había dicho que hablaríamos. Pero, en fin...

—¿Entonces? ¿Qué te tiene tan mosqueada? —inicié la charla. Ella suspiró.

—Santos... o Barrientos, como quieras llamarlo. ¡Está yendo a por mí a saco!

—¡¿Qué me dices?! —me hice el sorprendido. Lo cierto es que lo había notado desde el primer momento.

—No me pude despegar de él en todo el día... Recién ahora pude meter una excusa para irme —comentaba, un tanto sofocada—. Que si enseñarme nuevos métodos de trabajo, que si mostrarme cómo lo haría él, que si aprender de cómo lo haría yo... ¡Dios! ¡Qué pesadilla!

—Bueno, mujer... Mírale el lado bueno; dinero no le falta. Es otro gran partido —añadí, riendo.

—Vete a la mierda —respondió, contrariada.

—Es una broma, jefa. No se me ponga malota. ¿Quieres que hable con...?

—Cállate, ahí viene —dijo, de pronto.

Por la puerta de la cafetería entraba Barrientos, tan jovial como siempre y hablando por teléfono. Se quedó de pie en la puerta y a los pocos minutos comenzó a buscar a alguien con la mirada.

Observándolo yo estaba cuando Lulú estiró sus dos manos y cogió una de las mías. Giré la cabeza extrañado y me la encontré mirándome como una colegiala adolescente miraría a su enamorado.

—¿En serio me vas a hacer esto? —me salió decir apenas caí en lo que pretendía.

—Cierra la boca y sígueme la corriente —dijo ella, con los dientes apretados y sin modificar ni un milímetro su sonrisa.

—La última vez que pasé por esto casi mato a un tío...

—¡Ahí viene! ¡Silencio!

Barrientos nos localizó y vino trotando hacia nuestra mesa. Si bien la intención de Lourdes era mostrarle que ella estaba interesada en otra persona -o sea, yo-, él no pareció preocupado en lo más mínimo al verla en esa situación tan... ¿íntima? conmigo.

—¡Buenas! —saludó a viva voz el jefe.

—¿Qué tal, Santos? —saludé yo también.

—¡Genial, genial! Oye, Lourdes, ¿por qué querías tomar el descanso aquí hoy? ¿Hay alguien a quien quieras evitar arriba?

—No... Simplemente por cambiar —respondió, soltando mi mano muy despacio y depositando las suyas de nuevo en su regazo. Todo ante la atenta mirada de Barrientos.

—¿Y tú, Santos? —intervine—. ¿Sueles venir a comer a esta cafetería?

—¿Yo? ¡No, no! Sólo vine porque Lourditas me llamó. Supongo que tú también, ¿no?

Fingiendo una sonrisa, giré la cara e intenté fulminar discretamente con la vista a mi amiga y compañera. Ella siguió sonriéndome bobamente, pero por debajo de la mesa me dio una patada en el tobillo como aviso para que no dijera nada innecesario.

—Sí, Santos. Claro que sí —dije yo, soportando el dolor a duras penas.

—Bueno, ya que estamos... ¿Qué tal todo con Clarita? —preguntó, de la nada. Lulú pudo dejar descansar un poco su rostro.

—¿Eh? Pues... Bien, supongo. Creo que sería mejor que se lo preguntaras a ella. Conmigo no habla mucho...

—¿Y eso por qué? ¿No erais buenos amigos? Es que no sólo tus compañeros me lo dijeron, varias personas de la planta me comentaron que hubo un tiempo en el que no os separabais —dijo. Tenía ganas de indagar al parecer. Lourdes ahora me miraba seriamente.

Lo cierto es que pude haberlo cortado sin más. Ponerle un freno. Porque, a fin de cuentas, era algo que a él no le importaba. Pero no, no me atreví. Quería mantener la relación con esa persona en más que buenos términos.

—Pues, verás, resulta que...

—Clara es una guarra, Santos —saltó Lulú, sin darme tiempo a nada más que abrir los ojos como dos antenas parabólicas.

—¿Perdona? —respondió él, también atónito.

—Se acercó a Benjamín porque le gustaba y le tiró los trastos durante semanas. Cuando él le dijo que no quería nada con ella porque tenía novia, Clara le armó una escenita y desde entonces se comporta así, como una quinceañera despechada.

Quedé boquiabierto, sin más. ¿Qué pasaría si todo eso llegaba a oídos de Mauricio? Me quería morir. Matar primero a Lulú y luego suicidarme yo. Barrientos tampoco daba crédito, pero parecía más que interesado en saber más.

—¡Joder! ¿Y por qué no me lo dijiste, tío? No te hubiese hecho la putada de ponerte con ella. Hostia, chaval... Qué mal cuerpo se me ha quedado.

—No pasa nada, en serio... ¿Cómo lo ibas a saber? Yo pretendo estar bien con todos por aquí y no andar ventilando cosas como esta —dije yo, lanzándole una nueva miradita a Lourdes. Miradita que para el jefe no pasó inadvertida.

—¡Oye! ¡No! Que yo soy una tumba, ¿eh? No te vayas a enfadar con ella. Puedes quedarte tranquilo que de esto no se va a enterar nadie.

—Vale, vale. Gracias...

—Mañana mismo se la encargo a otro... A tu amigo Luciano, por ejemplo.

"¿A Luciano?", pensé. No le iba a hacer eso a mi amigo. Aunque igual me lo hubiese agradecido. Hacía tiempo que le había echado el ojo a Clara... Pero no, no me parecía muy profesional haber aceptado una tarea y dejarla a medias. A fin de cuentas, la becaria no estaba suponiéndome ningún problema esos días.

—No te preocupes, ya empezamos con esta dinámica y creo que ella está bastante cómoda aunque no lo demuestre. Sí surge alguna complicación yo te lo comento —dije. Ahora la de la mirada atónita era Lulú.

—¿Seguro? Mira que yo no tengo...

«There is a house in New Orleans...»

El teléfono del jefe comenzó a sonar y tuvo que ponerse de pie y alejarse para contestar la llamada. Fue ahí cuando Lourdes aprovechó para soltar la mierda que se notaba tenía acumulada.

—No me voy a librar de este tío en la vida... ¿Lo has visto? Ni se inmutó cuando nos vio tan acaramelados.

—Igual es que no se lo creyó...

—No sería por mi culpa, ¡que yo soy un bombón! Podrías haber puesto un poco más de tu parte —me regañó. Lo peor era que hablaba en serio.

—Vamos, no me jodas, Lu... Al tipo se le nota legal; en cuanto le pongas un freno te va a dejar tranquila. Si es un pan de Dios.

—Yo quiero que me deje tranquila ya. Que es insoportable. Tú porque no lo tienes encima todo el día. ¿Y qué se supone que estás haciendo, bobalicón? Esta era tu oportunidad para librarte de Clara.

—Clara no me puede ni ver, Lu... Olvídate de eso ya. Y, además, no le iba a hacer ese feo a Luciano.

—No te entiendo, la verdad... Calla, que ya viene.

Barrientos cortó la llamada y volvió con nosotros. Pero no por mucho tiempo.

—Me tengo que ir, chicos. Lo siento mucho.

—Bueno, jefe. Que le sea leve —sonreí.

—Gracias, Benja... Eres un puto crack, que lo sepas —dijo, guiñándome un ojo. Me pareció notar un movimiento de cejas que señalaba un poco más atrás en la mesa; es decir, donde estaba ella—. Luego nos vemos, Lourditas.

—Adiós —respondió ella, forzando de nuevo la sonrisa.

—Bueno, ¿podemos ir ya con los chicos ahora que esta farsa terminó? —dije una vez se hubo ido.

—Haz lo que quieras —dijo, girando el cuello y esquivándome la mirada. Parecía que de verdad la estaba agobiando todo este tema de Barrientos. Pero bueno, yo no podía hacer mucho más

—Vale... Pero ven con nosotros, no te quedes aquí sola —insistí.

Sin estar muy convencida, terminó accediendo. Cuando llegamos arriba, los chicos ya estaban terminando de comer, pero tuvimos tiempo de quedarnos a charlar un rato con ellos. Por suerte para mí, no se tocó el tema de mi vida personal, ya que Luciano estaba más preocupado en contar sus últimas aventuras amorosas que de nada más. Y así transcurrieron las últimas horas laborales del día...

Viernes, 10 de octubre del 2014 - 22:00 hs. - Rocío.

"Viajar en el tiempo... Sí, vaya que sí... Qué bueno sería poder hacerlo. Pero... ¿hasta dónde? ¿Hasta qué punto tendría que viajar para intentar reconducir mi vida? ¿Hasta mi adolescencia? No, creo que mi crecimiento fue perfecto. ¿Hasta el final de mi carrera universitaria? Podría, ¿no? Quizás obligar a Benjamín a que aceptara la ayuda que le ofrecía mi padre. Plantarme esta vez; decirle que es como yo digo o se terminó. No... ¿A quién quiero engañar? Lo sé yo, lo sabe él, lo saben ellos... El momento en el que todo se destruyó... El momento en el que le abrí las puertas de mi casa al hombre que me cambió la vida. Ahí es adónde tendría que ir. Cerrarle la puerta en la cara... Decirle que se vaya a una pensión, a un hotel, a la casa de algún amigo... ¿Qué cosas dices, Rocío? En serio... Sería ideal, pero, lamentablemente, no puedo volver atrás en el tiempo. Daría lo que fuera por hacerlo, pero no se puede. Ahora ya no me queda otra que fastidiarme y seguir para adelante con lo que tengo, con lo que ya se aferró a mi vida. Benjamín es mi realidad, mi máxima prioridad, pero... Alejo ya está ahí, sentado a su lado, ganando cada vez más terreno. Y ya no creo que pueda vivir sin él. Lo intenté, Dios sabe que lo intenté, pero..."

—¿Ro? ¿Estás viva?

—Sí...

—Uff... Ya no puedo más, estoy más seco que Tutankamón. ¿Cuántos van ya hoy? ¿Ocho? ¿Nueve? ¡Estoy reventado!

Tenía la razón. No exageraba. Llevaba todo el día teniendo relaciones sexuales con él. Desde que abrí los ojos por la mañana, hasta ese mismo momento. Descansamos únicamente para almorzar y cenar. El resto del tiempo nos lo pasamos follando como adolescentes. Y yo no podía estar más satisfecha...

—¿Estás bien, nena? —preguntó Alejo, que a pesar de todo el ajetreo seguía muy parlanchín.

—Sí, ¿por?

—Qué se yo... Te noto apagada. ¿Te preocupa algo? —insistió. Esa clase de preguntas me ponían de los nervios. Era como si estuviese jugando con mi inteligencia.

—¿Eh? No sé... Quizás puede que tenga algo que ver que hace un par de días me haya reconciliado con mi novio y que hoy lleve todo el día follando con otro hombre. ¿Tú qué crees? —solté, e inmediatamente me di vuelta sobre mí misma en la cama.

—¡Epa! Calmadita, ¿ok? Que yo no soy el que te fue a buscar ayer a la noche.

—Que te den. —respondí. Él suspiró.

—Dale, boluda... ¿otra vez te vas a enojar conmigo? No, perdón, ¿otra vez te vas a enojar? Así no vas a salir nunca del bucle... Cuando no estás triste, estás enojada, y viceversa. Dejate de hinchar los huevos. Esto no es vida.

—¿Y cómo quieres que esté? No soy un monstruo, ni soy una mala persona. Esto es el precio que tengo que pagar por estar poniéndole los cuernos a mi novio —dije, incorporándome de golpe sobre la cama y mirando a Alejo directamente a los ojos.

—No. Eso es torturarte al pedo. ¿Le estás poniendo los cuernos? Bueno, está bien, son cosas que pasan en la vida. Y mirá que yo digo todo esto poniéndome en tu piel, porque yo sí que estoy enamorado de vos, yo sí que lo dejaría todo por vos, pero, visto lo visto, vos nunca vas a hacer eso por mí. Por lo tanto, el ganador acá es Benjamín y yo el perdedor. Listo. No tiene más.

Esos discursos victimistas de Alejo casi siempre funcionaban en mí. Al principio lo único que conseguían era darme lástima, pero con el pasar del tiempo me fui dando cuenta de la razón que tenía cada vez que sacaba el tema de nuestra relación. Porque no, yo no tenía planeado dejar a Benjamín por él. Ni siquiera se me había pasado por la cabeza. En cambio, Alejo nunca dejó dudas a la hora de expresar sus sentimientos hacia mí.

No obstante, una infidelidad seguía siendo una infidelidad, y por más que no fuera a abandonar a mi novio por mi amante, el cargo de consciencia seguía siendo enorme.

—¿Qué vamos a hacer, Ale? —dije entonces, igual de decaída que antes. Alejo tiró de mí y me obligó a recostarme sobre su pecho.

—¿Qué vamos a hacer de qué? Nada, Ro... ¿Vivir, quizás? Yo no sé vos, pero hoy me lo pasé muy bien. Estoy acostándome con la mujer más bella del mundo. Aunque no correspondas mis sentimientos, para mí es un privilegio que vos te hayas fijado en mí... aunque fuera por mi físico, je.

—No seas tonto... Yo no estoy contigo por tu físico... No te das una idea de lo que me has ayudado, y...

—Pero no estás enamorada de mí... —me cortó.

—Sí que lo estoy, estoy enamorada de ti, pero no de esa forma que buscas tú. Te amo porque estuviste ahí conmigo en mis peores momentos... Hace años en el instituto y ahora. Cuando no tenía amigos fuiste tú el que se acercó para integrarme. Y en estas semanas de soledad ahí estuviste tú para que alegrarme la vida. Así que deja de menospreciarte, porque tú para mí eres mucho más que un amigo, o que un amante...

No sé hasta qué punto tenía lógica lo que le decía, pero no me importaba, porque cada palabra me salía del corazón. Y con que él me entendiera a mí me bastaba.

Y vaya que sí lo hizo, porque me plantó un morreo en el centro de la boca que no me dejó decir nada más. Mi respuesta fue abrazarme a él y derramar todos los sentimientos que fluían dentro de mí a través de ese beso.

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 00:07 hs. - Benjamín.

—¿Buenas noches? ¿Hola?

Abrí la puerta de casa y me sorprendó encontrarme el salón a oscuras. Encendí las luces y volví a gritar.

—¡Hola! ¡Llegué!

Dejé mis cosas sobre el sofá y me adentré en el pasillo, desde donde vi que las luces de mi habitación estaban encendidas.

—¿Rocío? ¿Hola? —dije, tras la puerta, golpeando un par de veces antes de poner la mano sobre el pomo.

Bajé la manija dorada y abrí muy despacio. Cuando puse el primer pie dentro, sentí que el corazón me dejaba de latir. Pensé que me iba a morir ahí mismo...

—¡Puta...! ¡Puta...! ¡Puta gata!

Luna me había saltado desde el borde de la cama hacia la cara, dándome un susto de muerte. Me cagué en todo lo cagable y casi tiro a la gata por la ventana. En serio, ¿desde cuanto los gatos eran tan cariñosos? No lo entendía.

Maldiciendo en diez idiomas distintos estaba cuando Rocío entró en la habitación cubierta únicamente por una toalla blanca mientras con otra se secaba el cabello.

—¡Benja! Dios, ¡qué susto! —dijo al verme.

—No me hables de sustos, que la gata casi me asesina recién... ¡Luna! ¡Ven aquí! —pero el felino ya se había ido por donde había venido.

—Déjala... —dijo Rocío— Hace días que me evita... No lo entiendo, la verdad. Con lo cariñosa que era conmigo cuando la traje. En fin, ¿qué tal el día?

—Bueno, no me puedo quejar... Sigue siendo duro estar tantas horas ahí metido, pero mis compañeros me ayudan mucho, así que... ¿Y tú? —le conté, a medida que me iba acomodando sobre mi cama.

—Nada... Aquí metida haciendo cosas de la casa...

—¿Hoy no te tocaba darle clases al chiquillo aquél? —me interesé.

—No. Lunes y jueves, ¿recuerdas? —respondió, y se acomodó a mi lado para darme un piquito.

—Ah, cierto... Oye, discúlpame por lo de anoche... Me quedé dormido como un patán y tú ahí poniéndote guapa para mí...

—No te preocupes —dijo, sonriendo y acariciándome la mejilla—. Yo también tenía mucho sueño...

—Y tanto —reí—, si hoy cuando me fui todavía seguías durmiendo. ¿A qué hora te levantaste?

—No sé... ¿A las dos? Por un día que me quede de más en la cama no me voy a morir, ¿no? —añadió, quitándole hierro al asunto y dándome un nuevo beso.

—Claro que no. ¿Entonces? ¿Me perdonas?

—Obvio que te perdono, tontín. Pero que no vuelva a suceder, ¿ok? —dijo, con ese tono tan coqueto que había empezado a usar esos días.

—¡No! ¡Te juro que esta noche yo...!

—¿Esta noche? —me interrumpió—. No, pillín, esta noche sólo vamos a hablar. Es tu castigo por dejarme tirada ayer... —concluyó, poniéndome un dedo en los labios y riéndose con una malicia juguetona que nunca había visto en ella. Por un momento creí estar tratando con Clara y no con mi novia.

—Vale... Supongo que me lo merezco —acepté.

—Buen chico.

Y así nos pasamos la siguiente hora y media; hablando de mi trabajo, del suyo, de su tiempo libre, de Noelia, de mis compañeros... Nos pusimos al día de la mejor manera que pudimos, hasta que no pude más y caí rendido en los brazos del angelito de los sueños.

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 02:05 hs. - Alejo.

—"¿Mañana? ¿A qué hora?"

—"A la que yo te llame. Tú estate atento al puto móvil y nada más".

—"Oíme, pelotudo de mierda, yo no soy tu esclavo".

—"No, claro que no eres mi esclavo, eres mi putita. Yo te pago tu deuda, tú vienes y trabajas para mí en silencio, ¿de acuerdo?".

—"¿Tan difícil es darme una hora aproximada, pedazo de hijo de puta? ¿Por qué querés tener la pija más larga siempre?".

—"Jajaja, es lo que tiene tenerte cogido de los huevos, ¿has visto? Pero bueno, no te doy la hora porque no la tengo. Me tienen que avisar a mí también. Pero calcula, más o menos, que a partir de las cuatro de la tarde.

—"Está bien. Y haceme el favor de no escribirme más a esta hora".

—"Jódete, sudaca cabrón".

Tiré el teléfono sobre la mesita de luz y me volví a acostar. El hijo de siete kilómetros de putas de Amatista me tenía las pelotas por el piso. Menos mal todavía tenía más de diez días para terminar de adoctrinar a Rocío. Una vez logrado, iba a ser pan comido que aceptara trabajar para Bou y su gente. Pero, de momento, tenía que centrarme en hacer de repartidor del narco más hijo de puta que jamás había conocido.

—Bueno, a dormir...

Cuanto iba a apagar la luz, un golpe suave en la puerta de mi cuarto me hizo girar la cabeza de manera brusca. La puerta se abrió antes de darme tiempo a contestar el llamado. Rocío me miraba desde el umbral con una mezcla de timidez y cansancio. Y no hizo falta que ninguno dijera nada. Le hice señas para que viniera a mi lado. Ella obedeció. Cerró la puerta y se recostó junto a mí. Nos miramos fijamente un rato, todavía sin pronunciar palabra, y luego nos besamos casi por inercia.

Quizás suene repetitivo, pero ya la tenía exactamente donde quería. No faltaba mucho para que pudiera llevarla de la mano a que me hiciera rico. Esa noche volvimos a garchar como desesperados. Más o menos a las seis de la mañana se volvió para su cama.

Era mía. Era totalmente mía.

 

 

Sábado, 11 de octubre del 2014 - 23:05 hs. - Benjamín.

 

 

—¿Rocío? Ya estoy en casa, mi vida. ¿Hola?

Las luces apagadas, al igual que la noche anterior. En la mesa descansaba un plato con albóndigas y puré de patatas cubierto en papel film. La jarra de agua estaba a medio llenar. En cada extremo un plato con restos de carne picada. Me di la vuelta y observé la cocina. En el fregadero una montaña considerable de vajilla sin fregar. Me acerqué a la encimera, donde había una bolsa de supermercado llena de pieles de patatas y más restos de carne picada. Era todo un caos.

—¿Rocío?

Ignorando lo que se suponía era mi cena, puse rumbo a mi habitación, donde me imaginaba estaría mi novia esperándome. La puerta estaba abierta y la luz de una de las mesas de noche estaba encendida. Entré sin llamar. Al igual que hacía 24 horas, la gata fue la que me recibió primero; esta vez restregando su cara contra uno de mis tobillos. Alcé la cabeza y distinguí la figura de Rocío debajo del cubrecama.

—¿Ro? ¿Estás dormida?

No me respondió. Me senté en mi lado de la cama y me aproximé muy despacio a ella. Me daba la espalda, dormía de costado. Su respiración era regular y serena. Se notaba que hacía rato se había dormido. Estaba mal arropada y creí que así estaría tomando frío. Quité ambas mantas de encima suyo y...

—¿Roc...?

Casi me caigo de culo. Mi novia estaba completamente desnuda. Nunca la había visto dormir desnuda. Incluso pocas veces la había visto dormir en ropa interior. O una camiseta larga, o un camisón; pero siempre tapando lo más oculto de su ser. No me alarmé, pero sí que me preocupé. ¿Qué la había llevado a tener que dormir así? Busqué respuestas en mi cabeza mientras la volvía a cubrir.

—¿Benja? —dijo, de pronto. Hice una mueca.

—Perdona, mi vida, no pretendía despertarte —dije yo, acariciándole el hombro.

—No pasa nada... —carraspeó. No se giró—. ¿Qué hora es?

—Las once. Hoy me liberaron un poco más temprano.

—Oh... Te dejé la cena en la cocina.

—Sí, sí. Ahora iba a ir a comer un poco. Y de paso limpiar un poco... —dije, con un poco de intención. Ella no se movió ni un milímetro.

—Ah... Lo siento por eso. Hoy no me sentía muy bien y me vine a dormir pronto... No te preocupes, que mañana ya lo limpio todo yo.

—¿Qué? No, cariño. No me cuesta nada. Son cuatro cosas nada más. ¿Quieres que te prepare una tilita? ¿Qué te duele? —me preocupé.

—No... Me duele un poco la cabeza nada más, se me pasará durmiendo. Gracias.

—Bueno. Pues duerme. En un rato vengo a la cama yo también —me resigné. Le di un besito en la sien antes de ponerme de pie.

—Vale —respondió.

Nunca se dio la vuelta, parecía no querer que viera su cara. Respeté su decisión. También su intimidad; por eso no le pregunté por qué estaba desnuda. Empecé a caminar hacia la puerta, pero su voz me hizo frenar.

—Benja...

—Dime, mi vida.

—Te amo —pronunció en una voz muy baja. Me hizo sonreír.

—Yo también, mi amor.

Cené en aproximadamente unos diez minutos, luego fregué los platos sucios y terminé ordenando un poco el salón. No quise darle mucha importancia al extraño estado de Rocío. Si bien me tenía un poco preocupado, decidí atribuirlo a algún dolor físico. No creía que volviera a estar triste por algo relacionado a nosotros dos. No tenía sentido. Esos últimos días mi chica había sido pura felicidad; pura pasión...

Terminé de hacer las cosas en esa parte de la casa y luego regresé a mi habitación. Rocío volvía a dormir. Le di un nuevo beso en la sien y me acosté yo también. Estaba reventado. Ese día había sido peor que el anterior. Barrientos podía ser todo lo amable que quisieran, pero ese día había demostrado ser un verdugo. Un negrero, sin exagerar. Media hora de descanso cada cuatro horas nos permitió nada más esa jornada. Estaba exhausto.

No tardé nada en quedarme dormido yo también.

Domingo, 12 de octubre del 2014 - 08:57 hs. - Benjamín.

Abrí los ojos sobre las nueve de la mañana. Me dolía un poco la cabeza. Instintivamente estiré mi brazo izquierdo y busqué a Rocío en el otro lado de la cama. Ahí estaba ella, durmiendo todavía. Me coloqué de costado y pegué mi cuerpo al suyo. La abracé; busqué su calor, pero su cuerpo estaba extrañamente fresco. El dulce aroma de su cuello provocó que cerrara los ojos y sonriera. Su pelo también olía muy bien. Coloqué la mano en su vientre y me pegué un poco más a ella. Ella ronroneó. Volví a sonreír. No despegué la nariz de su piel en ningún momento. Bajé por el lateral de su torso hasta encontrarme con la fina tela de su braguita. Seguí bajando y dejé descansar mi mano sobre su muslo. Estaba a punto de dormirme de nuevo, pero algo me hizo reaccionar. Moví mi pecho levemente sobre su espalda, buscando sentir el contacto de algo que me raspara la piel. Lo encontré. Con cuidado para no despertarla, me separé de ella y levanté un poco la manta para cerciorarme de lo que ya era evidente. Rocío traía puesta su ropa interior. Y su pelo estaba húmedo. Su cuerpo estaba frío porque no hacía mucho se había dado una ducha.

Me extrañó. ¿Tan mal se sentía como para levantarse en medio de la madrugada para darse una ducha? Es cierto que a mucha gente eso le da resultado. Se dice que un buen baño es el mejor remedio contra todos los dolores corporales -y olores, diría mi padre-. Pero igualmente algo no me cerraba. Tantas cosas tan poco habituales en Rocío...

Me volví a abrazar a ella, pero mi mente siguió analizando su comportamiento varios minutos, que fueron los que tardé en volver a quedarme dormido.

Me desperté casi a las doce. No me lo podía creer, había dormido como un oso. A prisa me levanté y me vestí, ya que ese día tenía que estar en el trabajo más temprano de lo habitual. Rocío, curiosamente, seguía durmiendo. Profundamente además. Ya me parecía demasiado.

—¡Rocío! —la sacudí—. ¡Rocío! ¡Despierta! Ya es mediodía. ¿Hasta qué hora piensas dormir? —le reproché, cual padre a un hijo adolescente.

Hizo un par de movimientos bruscos para sacarme de encima y siguió durmiendo. No abrió los ojos en ningún momento.

Se me hacía tarde, no tenía tiempo para perder. Decidí que hablaría con ella más tarde. Por más que estuviera trabajando un par de días a la semana, no era normal que sus horarios hubiesen cambiado tanto. No quería que mi novia hiciera vida de murciélago.

Partí para el trabajo un poco cabreado, pero se me pasó al recordar que dentro de poco ya estaría yo ahí para poner las cosas en orden.

Domingo, 12 de octubre del 2014 - 22:22 hs. - Benjamín.

 

 

—¡Buenas! —dije apenas abrí la puerta.

—¡Benja! —gritó Rocío, y corrió para darme un abrazo.

—¿Qué tal, jefe? —dijo una voz que venía desde la cocina.

—Hombre, Alejo. ¿Cómo va todo? —saludé.

—Bien, bien. Gracias. Acá tiene la cena. Sírvase —dijo, trayendo consigo un plato con lo que parecía ser algún tipo de lasaña.

—¡Dios santo! Voy a tener que levantarme a correr a las cinco de la mañana para bajar esto —reí. Rocío también rio—. Gracias, máquina.

—Lo menos que puedo hacer —dijo él, guiñándome un ojo.

—Voy al baño, ahora vengo —me excusé.

Por suerte ese día había podido salir mucho antes. No eran ni las diez y media todavía. La jornada había vuelto a ser dura; el cabrón de Barrientos se había vuelto a pasar siete barrios con nosotros. Ya media oficina lo odiaba. Por no hablar de Lulú, que por tercer día consecutivo me había pedido que pasara el descanso con ella para no tener que aguantarlo. Hasta Clara soltaba algún que otro comentario violento hacia él de vez en cuando.

Me lavé las manos y la cara; me aseé un poco el cuerpo y me puse un poco de ropa cómoda que tenía ahí en el pequeño armario de la esquina. Salí del baño con unas ganas terribles de probar el plato que había preparado Alejo. Llegué el salón a los gritos y frotándome las manos. Estaba de muy buen humor esa noche a pesar del día tan jodido que había tenido. Nadie acompañó mis voces de júbilo, porque nadie había en el salón. Me había quedado solo.

—¿Rocío? —grité.

Escuché un ruido fuerte provenir desde el balcón y luego vi a mi novia aparecer por detrás de la cortina.

—Perdona, estaba regando las plantas —se disculpó—. ¡Siéntate y come! Habrás tenido un día duro, ¿no?

—Ni te lo imaginas... —suspiré mientras me iba sentando en mi banqueta—. El nuevo jefe es un tío con el que cualquiera se llevaría muy bien, pero es un explotador como Mauricio. Supuestamente estos son los últimos días con este horario.

—Ah, ¿sí? —se interesó ella— ¿A qué hora empezarás a venir?

—Pues a las nueve, como toda la vida.

—Ah —rio—. Magnífico, Benja.

—Por cierto, ¿tú mañana trabajas? —pregunté.

—Sí... —dijo agachando la cabeza y mirando al suelo—. A las cinco de la tarde.

—¿Y ese gesto? —me preocupé. La comida estaba deliciosa, por cierto—. ¿No tienes ganas de ir? Si es así no te...

—¡No, no! —saltó, rápidamente—. Sí que quiero ir. ¿De qué gesto me hablas? —rio.

—Ah, no sé. Igual me imagino cosas.

—Es posible —volvió a reír.

En eso estábamos cuando Alejo apareció desde el balcón también. Se estaba guardando algo en el bolsillo de la camisa. Me di cuenta que era una cajetilla de cigarros cuando con la otra mano dejaba un mechero encima de la mesita de café.

—Bueno, muchachos, yo me voy a dormir —dijo—. ¿Te gustó la comida, maestro? —dijo, mirándome.

—¿Eh? ¡Sí, sí! Un espectáculo. Y ya deja de encajarme profesiones. Que si jefe, que si maestro, ¡llámame Benjamín, hombre! —respondí riendo. Miré a Rocío buscando algún gesto de sorpresa ante mi nueva actitud para con Alejo, pero parecía perdida en su mundo. Jugaba con sus dedos sobre su regazo con la mirada perdida en ellos.

—Usted manda, jefe —rio él también, haciéndome caso omiso—. Bueno, hasta mañana.

Antes de irse a su habitación, me pareció que le decía algo a Rocío con los labios. Pero al final terminé atribuyéndoselo a mi imaginación, porque ella no hizo ni amago de responder.

—Termina de comer, Benja, yo después friego. Me voy a dar una ducha ahora —dijo Rocío un par de minutos después.

—De acuerdo, ve.

Cuando pasaba por mi lado, le cogí una mano para darle un besito. Vamos, un simple gesto cariñoso. Pero ella la retiró violentamente antes de que siquiera pudiera acercarla a mis labios. Me quedé con cara de tonto mirándola. Tardó un par de segundos en reaccionar.

—¿Me quieres dar un beso con la boca llena de comida? —rio nerviosamente. Lo noté—. Te veo en la cama.

Sin más, dio media vuelta y se fue. Había sido, cuando menos, curioso. No, curioso no, rarísimo. ¿Otra vez estaba enfadada conmigo? No... así no era ella cuando se enfadaba conmigo. Me lo hacía saber directamente. Su frialdad, sus insultos, sus amenazas con irse a casa de sus padres; todo eso era parte del pack.

—Putas mujeres... No las voy a entender nunca.

Poco queda comentar de esa noche, porque poco pasó. Hablamos un rato en la cama. Como tenía planeado, la regañé por dormir tanto. Le dije que al día siguiente no iba a dejar que durmiera hasta tan tarde. Ella terminó aceptando a regañadientes, e indirectamente me echó la culpa a mí de ello; argumentando que el cambio en su sueño se debía a los nervios que había tenido que pasar las últimas semanas. Me sorprendió que sacara aquello a la luz, pero permanecí en mis trece y, con severidad, le dije que la despertaría a las diez a más tardar, quisiera o no quisiera.

Estaba reventado de nuevo... Era incomodísimo irme a dormir directamente sin tratar de hacer algo con ella, o sin al menos intentar llamar su atención, como solía hacer cuando me daba vergüenza empezar algo. Pero no, no hicimos nada esa noche. Tampoco sabía si iba a querer, ojo. No tenía del todo claro si seguía "castigado" o no. Pero bueno, seguía aferrándome a la esperanza de poder darle todo lo que le debía una vez mis horarios laborales se volvieran a estabilizar.

Poco antes de medianoche, ambos caímos en los brazos de Morfeo.

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Y así concluyó el fin de semana. Un fin de semana pacífico, ¿no? Bueno, la calma que precede a la tempestad, la llaman. Sí, así es... Ese lunes, ese lunes 13 de octubre daba comienzo la semana que iba a cambiar mi vida para siempre.