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Las decisiones de Rocío - Parte 18.

en Hetero: Infidelidad

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 09:20 hs. - Rocío.

 

 

—¡Arriba! ¡Arriba!

—Dios... ¿Qué hora es?

—Las nueve. ¿No querías que me levantara temprano hoy? Pues aquí estamos. ¡Arriba!

—Pff... Eres mala, ¿eh?

Benjamín tenía razón, no podía apalancarme en ese ritmo de vida. De una forma u otra me iba a terminar por hundir esa monotonía. Por eso me desperté, me di un buen baño y me predispuse a pasar la mañana haciendo muchas cosas que tenía pendientes del fin de semana.

—¿No te vas a levantar? Bueno, como quieras. Voy a ponerme a limpiar un poco, que tengo la casa hecha un desastre. Ya cuando te despiertes me avisas.

—Una horita más, por favor... —dijo él, sin abrir los ojos. Yo me quedé mirándolo con una semisonrisa de incredulidad en la cara. Él, que tanto me había regañado la noche anterior, ahora no quería levantarse.

Me senté en mi lado de la cama y le pasé la mano por debajo de su flequillo despeinado. Me provocaba ternura verlo así... y me salía acariciarlo por pura inercia. Sentía la necesidad de darle un poco de ese cariño que tanto le había estado negando esos días. Por eso me recliné un poco y le di un besito en la frente, luego me acosté a su lado y me quedé observándolo un rato...

—Mi Benja...

Tantas semanas pensando que ya no me quería, tantas semanas creyendo que me iba a dejar, tantas semanas mortificándome por algo que no era real. No exageraría si dijera que llegué a odiarlo. Tantas sensaciones negativas, tantos sentimientos horribles. Todo en vano. Pero bueno, todo eso ya era pasado, ya no me quedaban dudas de cuánto lo amaba.

Mientras pensaba en todo aquello, algo me hizo desviar la mirada hacia la puerta de la habitación. Lo que vi me hizo soltar una especie de carcajada. Mi gatita Luna me miraba inerte debajo del marco, perforándome con esos ojazos amarillos que tanto me gustaban. Me reí porque, por alguna razón, sentí que me estaba acusando. No sé, era como si me hubiese estado leyendo la mente todo ese rato... Como si me dijera: "¿de verdad puedes ser tan hipócrita?"

—¡Shuuu! —grité desde mi posición, haciendo que el pobre felino se diera la vuelta y saliera corriendo en dirección al opuesta.

Ya no era raro que viera o me imaginara ese tipo de cosas. Me sentía culpable por lo que estaba haciendo y en todos lados creía ver dedos señalándome. El problema era que, a pesar de todo eso, me sentía incapaz de ponerle a fin a mi relación con Alejo... Sabía que eso solucionaría muchos de mis problemas, pero no podía. Y, en cierto modo, tampoco quería. Ahí ya volvía a entrar en el dilema de siempre: ¿por qué iba a cortar todo ahora cuando faltaban, como mucho, un par de semanas para que Alejo se fuera? Ya el daño estaba hecho, ¿por qué no amortizar de la mejor manera los pocos días que me quedaban junto a él?

—Mmm... ¿No te ibas a hacer cosas? ¿Qué haces aquí todavía? —dijo Benja de pronto, sacándome de mis pensamientos.

—Me dio un poco de pereza... —pronuncié con una voz curiosamente baja— y no me pareció mal quedarme un rato aquí contigo.

—Ven, anda.

Benjamín estiró el brazo que no tenía debajo de su cuerpo y me rodeó con él por encima de mi hombro, haciendo presión en la parte alta de mi espalda y acercándome a él para después darme un tierno besito en los labios.

—Ahora sí me voy, que la casa no se va a limpiar sola —dije, separándome de él y poniéndome de pie.

—Déjame dormir un rato más y luego te echo una mano, ¿sí?

—¿Qué? ¡No! Ya bastante tienes con tu trabajo... Cuando te levantes ya estará todo reluciente.

—¿Sí? A ver si es verdad... —dijo entonces, con incredulidad.

—¿Qué pasa? ¿No me ves capaz? No me conoces, listillo. Vas a pensar que estás en el palacio real cuando salgas de aquí —contraataqué, llena de confianza.

—Sí, sí, sí. Ya me veo en un par de horas teniendo que terminar todo yo.

—¡Serás...! —grité, haciéndome la enfadada y tirándole un cojín en la cara.

—¡Vete ya! ¡Que se te acaba el tiempo! —rio.

—¡Yo me voy si quiero! ¡Lo que faltaba! —me indigné.

—Santo cielo... Ya me veo volviendo al trabajo con agujetas por haber tenido que hacer la limpieza de la casa... —volvió a soltar, con ironía y sin despegar la cabeza de la almohada.

—¿Sí? Más te vale que pienses cómo recompensarme cuando salgas y te deslumbres. ¡Me voy!

Dicho eso, me terminé de vestir y fui para el salón con la cara enmarcada en felicidad. Hacía tiempo que no tenía una de esas "discusiones" con Benjamín. Aquello me hizo volver a los primeros días en ese piso, cuando las cosas entre nosotros estaban de maravilla y éramos las dos personas más felices del mundo.

Mi gesto cambió cuando llegué y me encontré con Alejo. No porque no tuviera ganas de verlo, sino porque fue como un golpe de realidad. Lo saludé con la desgana y fui a buscar las cosas para comenzar a limpiar la casa.

—Epa, ¿qué te pasa? —dijo él.

—Nada,  tengo un poco de sueño todavía.

Pensé que ahí se iba a quedar la cosa; pero se levantó del sofá y, en dos segundos, se colocó detrás de mí. Antes de darme cuenta ya tenías sus manos en mi cintura y la cara pegada a mi cuello.

—¿Por qué no viniste a verme anoche? —susurró.

—¡Oye! Suél... —intenté no gritar— Suéltame, por favor.

—Pará... Tengo ganas de estar con vos...

—Te he dicho que no.

—Un ratito nada más...

Cuando su mano alcanzó mi trasero, me enervé y me lo quité de encima de un fuerte codazo.

—¡Bueno, bueno! Perdón...

—Ya te he dicho que ni te me acerques cuando Benjamín esté en casa. Te lo dejé claro anoche en el balcón —dije, girando un poco la cabeza, enfada.

—Sí, pero el otro día no decías eso cuando allanaste mi cuarto. Parece que acá sólo se pueden hacer las cosas cuando tenés ganas vos.

—¿Qué? —ya no pude más— ¿Tú eres consciente de la comparación estúpida que estás haciendo? ¡Que mi novio se puede levantar en cualquier momento, descerebrado! ¡Vete a tomar por culo de aquí! —exclamé, con los dientes apretados para no vociferar.

—Bah... Como quieras —dijo, y volvió al sillón.

Todo el fin de semana había sido igual, cuando Benjamín no estaba en casa no tenía que preocuparme por nada... Mis verdaderos problemas llegaban cuando sí que estaba presente. No sabía por qué, pero me daba la sensación de que Alejo me buscaba más... No sabría decirlo, pero como que lo notaba más envalentonado. Quizás había sido culpa mía por ir a buscarlo aquella madrugada, cuando me acosté con él mientras mi novio dormía... Que, por cierto, esa velada sentí que el sexo fue diferente. ¿Cómo decirlo? Más... más... más bestial. No me lo pasé mal; pero me arrepentí de aquello el resto del finde, porque así fue como le di alas para que comenzara a asediarme estando Benjamín en casa. Un par de días después volvió a entrarme en el balcón, donde prácticamente me obligó a masturbarlo luego de que Benja se hubiera ido a duchar... Ahí pude aplicarle el freno y decirle que nunca más.

Mientras pensaba en todo aquello, terminé de limpiar la cocina y de fregar el suelo. Me tomé un pequeño descanso y me senté en el sofá, muy cerca de Alejo.

—Quita eso... Estoy harta de política —dije, tratando de rasgar un poco la tensión que se había creado a raíz de mi reciente rechazo.

—¿Y qué querés que ponga?

—No sé... pon el canal de comedia.

No pretendo engañar a nadie, a esa altura de la película yo ya estaba terriblemente apegada a Alejo. Cuando Benjamín no estaba cerca, ya prácticamente hacíamos vida de pareja. Y ya no se reducía todo al sexo, no... O sea, sí, follábamos un montón; pero lo que sucedía entre polvo y polvo era algo que solamente podía pasar entre dos personas que se querían. Esos besos llenos de pasión, esos abrazos, esos mimos, esas palabras bonitas que siempre tenía para mí... En definitiva, Alejo ya había circulado varios kilómetros más allá de ese cartel que lo catalogaba como "amante". Por eso, cuando le dije que estaba enamorada de él, lo hice de verdad.

—Ese, deja ese canal —le sonreí.

El cacao mental que padecía en ese momento era alucinante. Pasaba de ser la mujer más feliz del mundo por un simple abrazo de mi novio, a ser la mujer más feliz del mundo por solamente sentarme a ver la televisión con mi otro chico. Era cuestión de con quién estuviese, y el problema era que casi siempre estaba con el mismo...

—Che, ¿no es tu móvil eso que suena?

Alejo me sacó de mis pensamientos de repente. Me levanté del sofá y cogí mi teléfono de encima de la mesa de la cocina, donde lo tenía cargando. Resoplé escandalosamente cuando vi el mensaje...

—¿Otra vez tu hermana? —preguntó Alejo.

—Sí...

—Está bastante hincha pelotas, ¿eh?

—Pues sí...

Sí, sí que lo estaba. Desde el viernes que me estaba buscando. Tenía unos problemas con unas promesas de trabajo que le habían hecho desde Bélgica y quería venir a desahogarse conmigo. Que no, que yo no tenía ningún problema en apoyar a mi hermana; el problema era que ya le había dicho varias veces durante todo el fin de semana que ya iría yo a visitarla en la semana, que no se preocupara. Pero no, la muchacha tenía que seguir insistiendo. Incluso había tenido que cerrarle la puerta en la cara el domingo por la tarde.

—¿Qué quiere?

—Hablar... Lo de siempre...

—¿Y por qué no vas y te la sacás de encima de una vez?

—Porque se supone que estoy deprimida... Si voy y no me ve con ojeras, despeinada y con la ropa sucia, se va a dar cuenta de que le estuve mintiendo.

Sí, me tuve que hacer la deprimida para no tener que quedar con mi hermana, y lo hice usando todo el tema del trabajo de Benjamín. No se me había ocurrido nada mejor... No era fácil pensar en una excusa con el cuerpo extasiado después de haber llegado al enésimo orgasmo de la tarde.

—Eso te pasa por inventarte boludeces... Esperemos que no decida venir para acá.

Yendo al grano, Noelia se creía que estaba deprimida y, ¡ah, cierto!, que Alejo ya no vivía más con nosotros... Todo gracias a otra de mis torpes e inconvenientes excusas.

—No creo... ¿Después de cómo le cerré la puerta en la cara? Tú no tienes la menor idea de lo orgullosa que es...

—¿Si es tan orgullosa por qué carajo sigue escribiéndote?

—¡Porque estoy "deprimida"! Se preocupa por mí...

—Meh...

No hablamos más. Me quedé de pie ahí un rato mirando el móvil y luego seguí ordenando la casa, tal y como le había prometido a Benjamín.

Una hora después, el susodicho apareció por el pasillo.

—Buenos días, gente —dijo, coqueto, abrazándome y dándome un piquito.

—Buenos días —respondí, sin más.

—¡Hola! —saludó Alejo desde la distancia.

Inmediatamente, Benjamín me soltó y se quedó de pie en el centro del salón mirando muy serio para todos lados. En un momento determinado, su mirada se posó en Alejo y se quedó mirándolo fijamente. Luego me miró a mí. Todavía no estaba acostumbrada a que estuviéramos los tres juntos en una habitación, era una situación bastante complicada para mí. El corazón me latía a mil por hora.

—En fin... —pronunció entonces, con un deje de disgusto en su semblante.

—¿En fin qué? —reí nerviosa.

—¿Como que qué? Que la casa está reluciente. Tenías razón al final...

—¡Ah! Claro... O sea, ¡claro! ¿Qué te esperabas? Payasín.

—Nada menos, mi amor —conluyó, acercándose y dándome un nuevo beso en los labios.

Benjamín se aferró con ambas manos a mi espalda e intensificó el beso de una manera nueva en él... La sorpresa fue grande, pero la molestia fue mayor e, instintivamente, lo aparté de un empujón. No entendía qué me pasaba, pero estaba claro que no podía ponerme cariñosa con mi novio estando Alejo cerca. Tampoco lo entendió él, que se me quedó mirando con una carita que me rompió el alma. La escena se tornó tensa de repente. El silencio se apoderó del salón y tuve que improvisar algo rápido.

—Oye, que no estamos solos... —lo reñí, intentando así justificar mi reacción. Y coló, porque el pobre enrojeció como un tomate.

—Perdona... Es que me tienes muy abandonado y... —intentó susurrar, para que Alejo no escuchara.

—Vale, pero no es momento, ¿de acuerdo?

Benjamín asintió y volvió a la habitación muerto de vergüenza. Y a mí se me vino el mundo abajo. No podía, simplemente no podía. No sabía qué era, pero no podía. La sensación era horrible; como si la sangre se me subiera toda a la cabeza de golpe, como si todo el oxígeno del lugar desapareciera. ¿Por qué? ¿Por qué me sucedía eso? ¿Porque no quería hacer sentir mal a Alejo? ¿O porque su mera presencia me hacía sentir culpable delante de mi novio? Aquello era un sinvivir... 

—¿Estás bien? —preguntó Alejo desde el sofá.

—¿Qué? Sí. Tú sigue a lo tuyo.

El resto de la mañana transcurrió sin inconvenientes. Benjamín se encerró en la habitación porque tenía que rellenar no sé qué cosas del trabajo, yo continué ordenando la casa y Alejo se la pasó en el balcón hablando por teléfono. Lo cierto es que agradecí esa tranquilidad, y ojalá se hubiese podido prolongar por el resto del día...

Cerca de la una de la tarde, Alejo soltó por fin el móvil y decidió cocinar algo para los tres. Benjamín salió de la habitación aproximadamente media hora después, cuando ya la comida estaba lista. La mesa del salón cocina no era muy amplia, apenas había lugar para cuatro personas; y era de estas que hacen de separación entre un ambiente y otro, de las que tienen poco espacio para meter las piernas. Cuando teníamos invitados o venía Noelia a cenar, solíamos desplegar otra mesita de jardín que teníamos guardada en el balcón; pero esta vez no, supongo que porque a nadie se le ocurrió

Cuando Benjamín llegó, Alejo y yo ya estábamos acomodados y preparados para comer.

—Sírvase, jefe —dijo un Alejo risueño.

Benjamín se quedó mirándome de pie, como esperando que yo hiciera algo. Y tardé en caer, tenía demasiadas cosas en la cabeza como para preocuparme por algo así. ¿Qué sucedía? Que Alejo se había sentado junto a mí, del lado de la cocina, en el lugar que solía ser de Benja. Y él, tan poco avispado como siempre, no pareció enterarse de las miraditas de mi novio.

—Siéntate, Benja —le dije, resignada.

—Claro —aceptó, no sin antes fulminar a Alejo con la mirada.

Hasta ahí todo normal, comimos los tres juntos y sin complicaciones. Incluso ellos dos tuvieron alguna que otra charla sobre fútbol y demás, cosa que me sorprendió. Charlas iniciadas por Benja, que parecía querer mostrarme que se podía llevar bien con mi amigo. El problema llegó cuando...

"Wooo, wooo, wooo, Sweet Child O' Mine"

—Disculpen, chicos —dijo Benjamín, levantándose rápido y yendo a buscar el teléfono.

No pasaron ni diez segundos. No, menos, quizás cinco. No lo sé, pero apenas Benja nos dio la espalda, Alejo metió una mano por debajo de la mesa y la aparcó sobre mi muslo. Di un respingo y me alarmé.

—¿Qué haces? —le susurré asustada.

—Callate.

Levantó la vista para ver lo que hacía Benjamín y, cuando se cercioró de que no miraba, enterró todavía más su mano entre mis piernas. Intenté levantarme, pero me lo impidió tirando de mi brazo hacia abajo.

—Quedate quieta, tarada, o se va a dar cuenta...

Tras soltar esa amenaza indirecta sin pudor alguno, volvió a introducir su mano por debajo de la mesa y no se detuvo hasta alcanzar mi braguita. Esta vez cerré las piernas con toda la fuerza que pude, evitando así que pudiera mover sus dedos; pero él, cabrón como nadie más, comenzó a hacer ruido con los platos de la mesa para llamar la atención de Benjamín.

—No seas malo... Luego tenemos todo el tiempo que quieras —volví a susurrar.

—Pero así no tiene gracia... —sentenció.

Esa frase me ayudó a resolver muchísimas dudas. A Alejo le daba más morbo tocarme cuando estaba Benjamín cerca y acababa de confirmármelo. Ya me había dado muestras de ello cuando contestó un llamado suyo mientras estábamos haciendo el amor, sólo que en ese momento creí que era todo para que yo me soltara más... ¡Qué ingenua!

Volviendo al tema, decidí quedarme quieta para que Alejo no hiciera más tonterías. Total, ¿qué tan lejos podía llegar en esa situación? Benjamín no se dio la vuelta en ningún momento y no parecía que lo fuera a hacer, estaba muy metido en su conversación. Así que decidí aguantar.

Alejo siguió moviendo sus dedos por encima de mi braguita, dibujando circulitos por la zona del clítoris y dándome pequeños pellizquitos en los labios exteriores. Todo con una sola mano. Si alguien hubiese presenciado la escena, únicamente hubiese visto a dos personas sentadas una al lado de la otra. Bueno, a una de ellas un poco frígida y tensa; porque él, por encima de la mesa, seguía picoteando de su plato como si no estuviera sucediendo nada.

—¿No tuviste suficiente diversión ya? —dije de nuevo, sin levantar la voz.

No me respondió; sonrió y por fin retiró la mano de mi vagina. Suspiré tranquila y pude volver a acomodarme, sintiendo que no había sido tan terrible la cosa después de todo. Pero la calma no duró mucho. Cuando volví a girarme hacia él con la intención de regañarlo, casi me caigo de espaldas con lo que vi. Se había abierto la cremallera del pantalón y ahora tenía el pene al aire duro como una roca.

—¡¿Qué haces?! —volví a alarmarme.

—Te toca a vos ahora —respondió, sonriente.

—¡Estás loco! ¡Guárdate eso! —dije después, apretando los dientes para no elevar la voz.

Ignorándome completamente, me cogió la mano más cercana a él y la colocó sobre su miembro. Lo tenía durísimo, durísimo como pocas veces lo había sentido. No entendía cómo podían ponerlo así esa clase de situaciones.

—Eres un pervertido... Mira cómo estás...

—Callate y pajeame.

Por más increíble que pareciera, Benjamín llevaba casi diez minutos hablando sin haberse volteado ni una sola vez hacia nosotros. Parecía que discutía con un tal Barrientos sobre algo, pero no logré enterarme bien sobre qué. Alejo también se percató de que mi novio estaba demasiado ocupado y siguió metiéndome prisa.

—No se da cuenta de nada... Apurate, dale...

No estaba del todo convencida, pero parecía la única manera de sacármelo de encima. Así que, sin perder de vista a Benjamín, comencé a masturbarlo lentamente. Estaba acostumbrada a hacerlo así, despacio y sin preocuparme, era ya instintivo; por eso tardé en caer en que la situación requería un poco más de velocidad. Así que aceleré el movimiento de mi mano y recé a todos los dioses para que Benjamín no se diera la vuelta y para que Alejo eyaculara pronto. Ahora sí que estaba llamando demasiado la atención y cualquiera se hubiese dado cuenta de lo que estaba pasando. Mi posición despejaba cualquier tipo de dudas; levemente inclinada hacia mi derecha haciendo un exagerado movimiento vertical de brazo y hombro. Era demasiado evidente.

—Vamos, un poco más... —suspiró Alejo.

Cinco minutos más pasaron y ahí seguíamos los tres; yo regalándole una paja a mi amigo de la infancia y Benjamín discutiendo por teléfono con alguien del trabajo sin enterarse de lo que estaba pasando a sus espaldas. Alejo decía que ya estaba a punto, pero a esas alturas yo ya conocía mejor que nadie como funcionaba ese falo. Si bien se notaba que la situación lo tenía mucho más caliente de lo habitual, yo sabía que no iba a terminar hasta que no le diera algo más...

—Un poco más...

No sé cómo me atreví a hacer lo que hice a continuación, pero, suceder... sucedió. Fueron unos escasos treinta segundos, pero fue suficiente para acabar con aquella desafortunada escena. Solté el pene de Alejo y, sin pensármelo dos veces, me incliné sobre él y me lo metí en la boca. Como ya dije, fue poco menos de medio minuto, pero con unas cuantas chupadas conseguí hacer que eyaculara todo lo que tenía guardado. Me apretó el cuello con fuerza, supongo que para reprimir las ganas que tenía de gritar, y descargó todo su semen dentro de mi boca. La posición era muy incómoda, pero igual pude tragar una gran catidad. Otra bastante grande también terminó cayendo en sus muslos y en el suelo.

—Qué barbaridad... —susurró Alejo mientras se recuperaba.

Aguantándome las ganas de toser, me la saqué de la boca y luego me limpié la comisura de los labios con su camiseta. Me di el gusto de pellizcarle un testículo antes de enderezarme, provocando que diera un pequeño grito de dolor.

Cuando terminé, levanté la cabeza y me di cuenta de que Benjamín no había notado nada. Me dio mucha lástima verlo ahí, hablando por el móvil y sin preocuparse por nada más... Lástima y... también sentí un poco de decepción. Sabía que eran tonterías, pero yo siempre había creído que entre nosotros existía algún tipo de conexión extrasensorial... ¿Cómo explicarlo? Un hilo invisible que nos mantenía unidos y, de alguna forma, nos hacía sentir cuando uno de los dos necesitaba al otro. Pero no, acababa de hacerle una mamada a otro hombre delante de sus narices y él ni se había inmutado. Me puse de pie, sin preocuparme de nada más, y me fui a mi habitación sin esperar a que colgara esa llamada que tan embobado lo tenía.

Cinco minutos después vino a buscarme.

—¿Ro? —dijo, cruzando el umbral de la puerta casi de puntillas—. ¿Por qué te fuiste?

—Porque ya había terminado de comer —respondí desde la cama. No quise parecer disgutada, e intenté actuar normal—. ¿Qué pasó en el trabajo?

—¿Eh? Ah, no te preocupes por eso. Son discusiones creativas que suelo tener con el nuevo jefe. ¿Te vas a quedar aquí?

—Sí, me entró sueño.

—Vale... Entonces te dejo dormir. Yo estaré ahí fuera.

—De acuerdo —concluí.

Me sabía mal despedirme de esa manera, pero en ese momento me salió así. Mi intención no era crear tensión entre nosotros, que se diera cuenta de que estaba enfadada; pero aun así lo hizo...

—Ro...

—¿Qué?

—¿Estás enfadada por lo de antes? —preguntó, como un gatito asustado.

—No, Benjamín, estoy bien.

—¿En serio? Es que antes... No sé, sentí como que no te gustó nada y... —continuó victimizándose. Me estaba dando muchísima lástima, pero lástima de la mala...

—No pasa nada, en serio —insistí.

—Sé que no está bien que te ande besuqueando delante de otras personas, pero...

—¡Que no estoy enfadada, Benjamín! ¡Vete de una vez! —grité ya harta y mirándolo a la cara.

No se esperó una respuesta así. Se hizo un silencio largo que ninguno se atrevió a romper. Al no obtener respuesta, me volví a recostar en mi lado de la cama.

—Vale, perdón por ser tan pesado. Nos vemos por la noche —dijo al fin, con un tono de voz lleno de tristeza. Luego cogió su maletín y se fue, cerrando la puerta tras de sí.

Media hora tardó en invadirme la culpa. Me levanté a toda prisa de la cama y me dirigí al salón en busca de Benjamín. Me había equivocado y lo sabía.

—¿Benja? —exclamé apenas llegué.

—Se fue a trabajar ya. Me dijo que te diga que no a sabe a qué llega hoy —respondió Alejo, que ya estaba acomodado en el sofá.

—¿Por qué me tienes que complicar la vida así? —lo increpé, enfadada.

—¿Qué? ¿Ahora qué hice? —preguntó, indiferente a todo, también como siempre.

—Vete a la mierda... —simplifiqué las cosas, ya sabía que no tenía ningún sentido discutir con él.

—¡Epa! Qué boquita...

Tenía ganas de tirarle algo en la cabeza. Juro que buscaba algo con la mirada para arrojárselo. Todo había sido su culpa... Todo. Cada vez que provocaba una situación así, me hacía pensar todas aquellas cosas de Benjamín que no quería pensar. Esta vez, por primera vez, había sentido pena por mi propio novio. Y fue horrible, porque al verlo en la habitación luego de haberle hecho una mamada a nuestro invitado, la sensación que me dio fue la de estar viendo a un pobre infeliz al que le estaban follando a la novia en su cara. Y esa era la última imagen que quería tener de Benjamín...

—¿Estás enojada? —volvió a hablar, esta vez levantándose y acercándose a mí.

—¡Sí! ¡Estoy harta de ti! —le respondí, al borde de las lágrimas.

—¡No! —rio—. ¿En serio te pareció que estuve tan mal? Vení, vení... No te pongas así.

—Eres un cabrón...

No quería estar con él, pero acepté su abrazo de todas maneras. Ya a esta altura mencionar cómo me sentía en ese momento no tiene sentido, porque mi estado de ánimo cambiaba a cada rato. Sólo puedo decir que no rechacé el beso que me dio Alejo después... Tampoco sus caricias... Tampoco sus disculpas... A medida que me iba empujando contra la pared, fui perdonando cada una de las cosas que me molestaban de él. Mientras me levantaba en brazos y me llevaba hasta la habitación, fui aceptando y esperando lo que estaba a punto de suceder. Ya no lo podía rechazar... y mucho menos con la imagen de Benjamín que se me había quedado grabada a fuego en la cabeza.

—Fóllame —fue lo último que le dije antes de volvernos a fundir en un nuevo beso.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 18:30 hs. - Benjamín.

—Hoy no te vas a escapar, lo sabes, ¿no?

—Que no, tranquilo. Pero primero tengo que ir a buscar a Lulú, que está agobiadísima con Barrientos. ¿Puedo?

—¡Pírate, anda! Si no estás aquí a las siete, te traigo de los cojones.

Ya no iba a poder estirar más el momento. Esa tarde mis compañeros me iban a fusilar a preguntas sobre mi vida privada y no iba a poder escaparme de ninguna forma. Lourdes era, en parte, mi salvación. Así como yo iba a ser la de ella en un par de minutos.

Llegué a la misma cafetería del otro día y allí me la encontré. Me esperaba sola en una mesa, tan guapa como siempre y con cara de pocos amigos.

—Por fin llegas...

—¡Oye! Vaya carita me llevas...

—Tú porque no sabes lo que es tener un pesado siguiéndote todo el día de arriba a abaj... —se interrumpió ella sola al verme levantar las cejas—... Vale, sí que lo sabes. Pero a ti no parecía molestarte mucho la presencia de Clara.

—Si tú supieras... En fin, vámonos, que Luciano y los chicos nos están esperando.

—No, espera. Nos quitamos de encima rápido a Santos y luego vamos. No será mucho tiempo, te lo prometo.

—Bueno, vale.

No entendí muy bien qué sentido tenía esperar a alguien para luego decirle que nos íbamos, pero no pregunté. Supuse que Lulú iba a intentar algo como lo del otro día... y no me equivoqué del todo. A los diez minutos apareció Barrientos por la puerta de la cafetería.

—¿En serio? Jolines, Benja... ¿siempre eres así? —dijo, de la nada.

—¿Eh? ¿"Así" cómo? —respondí, un poco perdido. Me devolvió una patadita por debajo de la mesa—. ¡Ay... Ah! Bueno, ya sabes cómo soy, ¿no? Je...

—Brillante eres —dijo ella, mirándome embelesada.

—¡Ya lo creo que lo eres! —se metió Barrientos.

—Buenas, Santos —lo saludé. Lulú sólo hizo un gesto con la mano.

—¿Qué tal, chicos? ¿Qué tal el día, Benjamín? —preguntó, tan amable como siempre.

—Pues... aquí estamos, descansando un rato.

—Y bien merecido lo tienes, que antes estuve hablando con Clara y es increíble lo que ha progresado. Eres brillante, tal y como dijo Lourditas —soltó, desviando poco después la mirada hacia Lulú y lanzándole una sonrisa.

—Bueno, gracias... supongo. Ya te digo que yo sólo hago mi trabajo y ella me observa. Es todo mérito de Clara.

—Deja de ser tan humilde —intervino Lulú, manoteándome el brazo de forma coqueta.

—Eso mismo, eres muy bueno en lo que haces, ¡disfrútalo! —concluyó Santos.

—Bueno, basta, que me van a hacer sonrojar. Santos, perdón por ser tan cortante, pero nos están esperando los chicos en la cafetería de arriba. Si quieres vente y...

—¡No, no! —me cortó—. Tengo algunas cosas que hacer ahora, aunque sí que me gustaría hablar un momento contigo. ¿Puedes?

—¡Sí, claro! Lu, ve subiendo tú, en un rato te alcanzo —le dije, mientras los tres nos íbamos levantando.

—Vale. Hasta luego, Santos —se despidió ella, bastante fría.

—¡Hasta luego!

Una vez se hubo ido, Santos se sentó más próximo a mí en la mesa de la cafetería y carraspeó un par de veces antes de volver a hablarme. Parecía que no sabía cómo comenzar...

—Esto... No quiero parecer... O sea, cómo decirlo... Es tu vidra privada y tal, pero... ¿Qué relación tienes...? A ver, ¿tú y Lourdes...? Ya sabes... ¿Estáis...? —logró decir al final. Estaba sudando el pobre. Aunque más pobre yo, porque no sabía cómo salir de ese engrudo sin perjudicar indirectamente a mí compañera.

—Santos...

—O sea, sé que no es momento ni lugar, pero... —hizo una pausa y se acercó más a mí para susurrarme—... pero me gustaría que me lo aclararas porque... la verdad es que estoy interesado en ella.

—Santos, sabes que Lourdes está casada, ¿no?

—¡Ya! ¡Por supuesto que lo sé! Pero lo están dejando, ¿o no? O sea, sí; que me lo dijo ella misma.

Aquello me descolocó. ¿Lulú se lo había dicho? ¿Por qué? ¿No se lo quería quitar de encima? Si es así, ¿por qué le dice que lo está dejando con su marido? Quedé completamente desconcertado con eso, pero decidí continuar con la misma estrategia.

—Si ella te lo dijo supongo que será así... —respondí, casi sin mosquearme.

—Vamos, Benjamín, que creo que ya hay bastante confianza entre nosotros... No me tomes por gilipollas —dijo entonces, con un tono un poco más severo.

—¿Perdona?

—Que ya sé que Lourdes y tú sois íntimos, ¿me vas a venir a decir que no sabes lo de su matrimonio?

—Santos, perdona que te diga; pero es que esos son asuntos de ella... No me vas a ver por aquí ventilando la vida de nadie —lo frené en seco. Barrientos era un tipo razonable, se notaba a leguas, y menguó un poco su ofensiva.

—De acuerdo, tienes razón. Mala mía ahí. Pero respóndeme lo que te pregunté, por favor —ahora me miraba expectante. Nervioso y expectante.

—¿El qué?

—¡Joder! ¿Estáis liados o no?

 —¡No!

Se nos estaba a punto de ir de las manos la cosa. Ya bastantes problemas me había traído todo el tema con Clara, no iba a arriesgarme a meterme en otro laberinto por ayudar a Lulú, por muy amiga que fuera.

—¿Seguro? —insistió.

—Claro que estoy seguro, dios bendito. Que tengo novia y la amo más que a mi vida.

—Vale...

—Bien.

—Pero está coladita por ti —prosiguió. Al final sí que había tenido éxito la táctica de mi jefa.

—¿Cómo dices?

—Oye —me ignoró—, ¿me ayudarías con ella?

—Espera, ¿qué?

—Lo que has oído.

—¿Ayudarte? ¿Cómo?

—Ella se derrite por ti, cualquiera que os haya visto sentados aquí se habrá dado cuenta. Por otro lado, tú tienes novia y, según dices, estás muy enamorado de ella. En definitiva, que creo que podrías ayudarme con Lourdes —concluyó.

—¿Y de qué manera podría ayudarte? Yo no termino de verlo —dije, con pesimismo.

—Ya hablaremos de eso. Vete con tus compañeros, que tampoco quiero comerte todo el descanso.

Nos despedimos con total normalidad y ahí se terminó la charla. A mí, personalmente, no dejaba de sorprenderme esa capacidad que tenía últimamente para meterme en fregados. Y casi siempre por culpa de terceros...

Salí de la cafetería y me encontré a Lulú esperándome de pie en la puerta del ascensor. Ahora iba a tener que ir y darle explicaciones sobre mi vida personal a Luciano y al pesado de Sebastián, y lo cierto es que no tenía ganas. El día ya había comenzado muy mal con esa discusión con Rocío y se había terminado de torcer con lo de hacía un momento. Por eso, en un arranque que tuve, cogí a Lu de la mano y me la llevé de nuevo a la cafetería de la que acabábamos de salir.

—¿Qué te pasa? —me preguntó.

—Que no estoy ahora para soportar a nadie.

—¿Por qué? ¿Qué te dijo Santos?

—Quiere que lo ayude contigo.

—¡¿Qué?!

—Ahora te cuento... ¡Camarero!

Las complicaciones en el trabajo no habían hecho más que comenzar...

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 21:30 hs. - Rocío.

—¿Qué hacés acá? Te estoy esperando hace media hora.

—En cualquier momento viene Benjamín. Vístete o enciérrate en tu cuarto.

—Qué fría que sos a veces...

La calma era necesaria. El día había sido demasiado ajetreado y necesitaba distanciarme un poco de Alejo, quien parecía que todavía tenía fuerzas para continuar. No es que llevábamos todo el día "dale que te pego", pero igual...

—Dale... —insistió.

Por la mañana, una vez se fue Benjamín, nos metimos en mi habitación y lo hicimos varias veces. No paramos hasta las tres de la tarde, cuando Alejo se tuvo que ir a hacer un trabajo de urgente en no sé dónde. Más o menos a esa hora me telefoneó la señora Mariela, diciéndome que no fuera ese día a su casa porque Guillermo no se encontraba del todo bien, por lo que tuve toda la tarde para terminar de dejar la casa impecable. Alejo volvió a las ocho con más ganas de marcha. Cenamos, me ayudó a recoger la mesa y después nos fuimos a mi habitación para continuar lo que habíamos dejado "a medias". Y así se hicieron las nueve y media de la noche...

—No puedo seguir tu ritmo... Déjame descansar —casi que le supliqué.

—El otro día lo seguiste lo más bien. Dale, vení, no te hagas desear.

Me terminé la cerveza de un trago y luego me fui a sentar al sofá. Benjamín había dicho que no sabía a qué hora vendría, así que tampoco iba a poder estar mucho tiempo más con Alejo. Pero a él mucho no le importaba eso, porque me volvió a abordar apenas se sentó en el sofa.

—Esp... Espera... —le pedí, pero ya no iba a dejar de besarme.

Los tirantes de mi camisón cayeron más rápido que mi resistencia; pero no más que los pantalones de Alejo, que ya estaba más que listo para volver a entrar en acción. Con la fuerza de su boca me recostó sobre la cama y luego se subió encima mío de un salto.

—Está bien... la última de hoy... A partir de mañana ya vuelves a usar condón, ¿de acuerdo?

—Hecho.

—Y date prisa, que Benjamín puede llegar en cualquier momento...

—Hecho.

 Asintiendo con la cabeza y acatando mis órdenes, terminó de montarme bien y, sin más preámbulos, comenzó a penetrarme lentamente. Una vez se acomodó bien encima de mí, comenzó a mover sus caderas a ese ritmo perfecto que había quedado establecido sin que ninguno de los dos tuviera que decirlo. Alejo ya sabía exactamente cómo me gustaba hacer el amor y no tenía ningún problema en adaptarse a mis peticiones. A los pocos segundos, ya ambos nos encontrábamos jadeando y gimiendo, disfrutando de la fusión de nuestros cuerpos.

—Hablame —dijo, de pronto.

—¿Q-Qué...?

—¿No querés que me de prisa? Bueno, hablame... Decime cosas...

—¿Y... qué quieres que... qué quieres que te diga?

—No sé... Animame... gritá más... gemí... aullá...

Era la primera vez que me pedía algo así. ¿Era otro de sus fetiches? ¿Le ponía más escuchar a su mujer disfrutar? No entendía por qué nunca me lo había dicho; más teniendo en cuenta que, salvo momentos de espectaculares clímax, yo no era de hacer mucho ruido a la hora de tener sexo. Pero parecía que iba a tener que cambiar un poco esa costumbre...

—Aaaahhhhhhhhh... Aaaaaaahhhhhhhhhhh... —comencé.

—Sí... ¡Así! —me animó él, acelerando un poco la velocidad de la penetración

—¡Aaaaaaaaaahhhhhhhhh! ¡Aaaaaaaaaaaaaah!

—Sí... ¿T-Te gusta? ¿Te gusta que te coja?

—Sí, Ale... M-Me encanta...

—¿El qué... qué te encanta? —insistió— Contestame, yegüita.

—Me e-encanta que me c-co...cojas... ¡Me encanta que me folles, joder!

Fue raro, porque nunca me había insultado... y me gustó. No sé por qué, pero me gustó. La situación era completamente diferente a lo que había vivido hasta ese momento, y aquello me animó a soltarme más todavía de lo que ya lo había hecho.

—¡Síííííí! ¡Métemela más fuerte! ¡Fóllame más fuerte! —volví a gritar, cada vez más alto.

—¿T-Tanto te gusta, yegüita? Ahhh... —continuó él, sin dejar de embestirme.

—¡Ya te he dicho que sí! Aaaaaahhhhhh... ¡Aaaaaaaaahhhhhhhh!

—Pedime más. ¡Pedime más te dije! —gritó esta vez él. El movimiento de sus caderas ya rozaba la violencia. El crujir del sofá se oía casi tan alto como nuestras voces.

—¡M-Más! ¡Dame más! ¡Fóllame más! ¡Fóllame más! ¡Fóllame más! —no podía parar.

—Decime que me amás... Pedime que no me vaya nunca... Decime que soy el único hombre de tu vida.

Yo todavía estaba lo suficientemente cuerda como para entender el significado que me estaba pidiendo. Sabía que todo formaba parte de aquél polvo, que no me lo estaba diciendo en serio... No obstante, me echaba un poco para atrás pronunciarlo tal cual él lo quería.

—¡Te amo! ¡Te amo! ¡Te amoooooooooooooooo! —grité, aferrándome a su espalda y clavando mis uñas en su piel.

—Eso es... A-Ahora pedime que no me vaya nunca... Que me necesitás a tu lado...

—¡No te vayas nunca, mi amor! ¡Te necesito a mi lado!

—Y que... y q-que soy el único hombre de tu vida...

—Eres... Eres... —no quería decirlo, pero estaba desbordada en sensaciones.

—¿Soy qué? ¡¿Soy qué?!

—Eres... Lo eres... —no quería...

—¡¿El qué?! ¡¿Qué carajo soy?! —insistió, ahora sí taladrándome con gran violencia.

—¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah! ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaah!

—¡Contestame, mierda!

—¡El hombre de mi vida! ¡Eres el único hombre de mi vida! —dije, finalmente.

No necesitó más. Su torso se irguió encima de mí, sus nalgas se apretujaron y el tronco de su pene llegó a su dureza máxima justo antes de soltar una nueva carga de semen en las profundidades de mi ser. Yo no pude llegar, pero lo que sentía en ese momento superaba cualquier tipo orgasmo que hubiera tenido hasta entonces. Me sentía fuera de mi propio cuerpo... Mis garras seguían enterradas en la piel de mi amante y en mi cara se podía apreciar una enorme sonrisa... Pero no me sentía yo misma. Esa no era yo. Ese no era mi cuerpo. No podía ser yo la estuviera sintiendo todo aquello. No podía ser yo la que había pronunciado todo aquello.

Tras sus últimos bufidos, Alejo se quito de encima y se quedó sentado en la otra punta del sofá. Estaba exhausto, parecía que en cualquier momento se iba a desmayar... Me reincorporé como pude y me abracé a él. Necesitaba sentirlo. Quería sentirlo. Alcé la cabeza y busqué sus labios. Nos dimos un tierno y largo beso que nos ayudó a volver a poner los pies sobre la tierra.

—Te amo —dijo, entonces.

—Yo también te amo —respondí, con una sinceridad que me asustó.

Nos quedamos así, abrazados y tranquilos mirando la televisión, sin vestirnos siquiera. Benjamín no dio señales de vida, ni siquiera me llamó; así que dejamos de preocuparnos por que pudiera aparecer, al menos durante un rato. Me sentía feliz y agradecida de estar ahí con Alejo. No quería que el tiempo pasara. Pero pasó, casi sin darnos cuenta, y se hicieron las diez de la noche.

—Me voy a dar un baño —le dije, previo a darle un último besito en la boca.

—Dale.

Estaba desbordada, sentía que flotaba en ese momento. Hacía mucho tiempo que no me sentía tan entera física y mentalmente. Y quería seguir sintiéndome así, no quería parar. Ya no se trataba solamente del tan buen sexo que tenía con Alejo, era mucho más que eso...

Regresé al salón aproximadamente media hora después; Alejo seguía desnudo de cintura para abajo, bebiéndose una cerveza y zapeando con el mando en la mano. Iba a enfadarme y decirle que se diera prisa y se fuera, pero entonces me llegó un mensaje que no esperaba:

"No sé a qué hora voy a llegar hoy, tengo que ayudar al jefe con unas cosas... Voy a comer algo por aquí, así que no te preocupes por mí. Cuídate. Te quiero mucho".

—No viene —dije, en voz alta.

—¿Eh? —respondió Alejo, creyendo que le hablaba a él.

—Que no viene... Benjamín... O sea, que no sabe a qué hora.

—Ah...

—De todas formas, vístete.

—Che, Rocío, ¿te puedo pedir una cosa? —dijo, de la nada.

—¿Qué cosa?

—Vení...

Sin saber qué se proponía, fui hacia el sofá con la intención de sentarme a su lado; pero, por alguna razón, me interceptó antes y me hizo caer en su regazo. Se quedó varios segundos observándome fijamente, como deleitándose con lo que veía... Yo lo miraba expectante, con ganas de saber ya qué quería, y a la vez sintiendo vergüenza por la intensidad de su mirada.

—¿Qué quieres? —le pregunté, con más timidez que otra cosa.

—¿Ya te dije que sos hermosa? —sostuvo, sin apartar sus ojos de los míos.

—Sí... Y si es sólo eso, yo...

Me besó apenas hice el amago de levantarme. Me besó y comenzó a acariciarme con la mano que tenía en mi espalda. Le devolví el beso, con la esperanza de que fuera algo rápido; pero esa no era su intención. Sin separarse de mis labios, me depositó de espaldas en el sofá y luego llevó su mano a uno de mis pechos. Por la incomodidad tuve que separar las piernas. Cuando cayó de lleno encima de mí, volví a notar su dureza. Alejo volvía a estar listo para más.

—Te dije que era la última de hoy...  —logré articular en un segundo de descanso—. Benjamín puede venir en...

—Shh... Vos dejame a mí.

Abandonó el beso y seguidamente descendió por mi torso hasta llegar al centro de mi pecho. Se detuvo unos segundos en ese sitio, olfateando suavemente la zona y dándome pequeñas lamidas sobre la piel. Después, en un acto rápido, llevó su boca al pezón más cercano y se entretuvo con él otro largo rato. Yo seguía sin saber qué pretendía exactamente, pero no me privé de gozar un poco de ese tratamiento tan gentil que me estaba ofreciendo.

—En serio, Ale... En cualquier momento...

—Callate... Haceme caso —susurró, sin dejar de morder mi rosadita protuberancia.

Cuando se cansó de jugar con mis mamas, siguió bajando por mi cuerpo y esta vez no se detuvo hasta que llegó a mi entrepierna. Me imaginaba lo que quería, así que me coloqué un cojín en la nuca y abrí un poco más las piernas. Por alguna razón Alejo quería regalarme un cunnilingus, y yo no me encontraba en posición de negárselo.

—Rápido, porfa... Como tú sabes...

Antes de terminar la frase, ya lo tenía moviendo sus dedos en las profundidades de mi vagina mientras que su lengua bailoteaba encima de mi pequeño clítoris. La ferocidad de sus movimientos me hizo entender que quería volver a oírme gritar, a rogarle que me diera otro orgasmo. Y no lo quise privar de sus deseos, por eso comencé a gemir y a chillarle que no se detuviera.

O al menos lo intenté. Alejo alzó la mano que tenía libre y, con dos dedos, me tapó los labios. No quería que gritara, no quería que hiciera nada. Me sorprendí al principio, pero luego dejé que mis emociones salieran de mí de forma natural. No volví a forzar nada más.

—No te asustes, ¿ok? —dijo, de pronto.

—¿Eh?

Sin dejar de mirarme a los ojos, descendió un poco más entre mis bajos y colocó sus brazos en mi vientre, haciendo fuerza para que no me moviera.

—¿Qué haces?

—Quedate tranquila.

Empecé a imaginarme por dónde iban los tiros, pero no me lo terminé de creer hasta que comenzó a hacer circulitos con su lengua en el más pequeño de mis orificios.

—¡Oye! ¡Alejo!

No me hizo caso. Me mantuvo sujeta con sus brazos en mi estómago y no cesó en ningún momento los lameteos en mi ano.

—¡Alejo! ¡Que no quiero eso! ¡Para ya! —bramé por última vez, logrando así quitármelo de encima.

No estaba muy segura de si pretendía lo que yo creía, pero la mera insinuación ya me daba pánico... y asco.

—¿Tanto te cuesta confiar en mí? —exclamó, un tanto ofendido.

—No seas injusto, siempre confío en ti —respondí, dejándome llevar por su reacción.

—¿Y qué te cuesta hacerlo una vez más? ¿Alguna vez te lastimé?

—No, pero... ¡Esto es diferente! —me defendí. No quería saber nada del asunto.

—No seas pelotuda, ¿no habíamos quedado en que ibas a dejar tus prejuicios atrás?

—No es un prejuicio, es que yo nunca...

—Entonces sí que tenés miedo.

—¡Pero no porque no confié en ti!

—Escuchame, Ro —dijo, volviéndose a acercar a mí—. Yo nunca voy a hacer nada que te pueda lastimar. Sólo quiero mostrarte una cosa nueva más...

No estaba para nada convencida; el sexo anal era algo que nunca me había siquiera planteado, y algo que tampoco me había planteado nadie. No le encontraba ningún sentido comenzar con ello a esa altura de mi vida... Además, ¿por qué cambiar? Si en ese momento estábamos disfrutando del sexo tradicional como nunca lo habíamos hecho.

—No quiero...

—Bueno, ¿qué le vamos a hacer? —finalizó, con resignación.

Cuando creía que la noche se iba a terminar ahí, nuevamente se abalanzó sobre mí y me besó. Me tomó por sorpresa, pero esta vez también se lo correspondí. Instintivamente abrí la boca para dejar entrar su lengua y volvimos a fundirnos en un apasionado morreo.

Enseguida entendí que aquello terminaría en un nuevo polvo y, por eso, busqué con ambas manos su falo mientras nuestras lenguas no dejaban de jugar entre ellas. No necesité masturbarlo mucho tiempo; a los pocos segundos que lo envolví por debajo de nuestros cuerpos, adquirió su tamaño y dureza habitual. No dejaba de sorprenderme la capacidad de Alejo para siempre estar listo para una ronda más. Y yo no quería ser menos...

—Métemela... —le pedí.

Ilusa yo, creía que la cosa iba a ser igual que antes; pero Alejo había quedado claramente dolido por mi negativa a iniciarme en el sexo anal. Me imagino que se debió a ello la violenta estocada que me propinó después. Yo no dije nada, aunque me dolió mucho más de la cuenta. Él se dio cuenta, pero pareció no importarle, porque continuó taladrándome con el frenesí típico de cuando estaba a punto de acabar.

—Espera, me duele... —me animé a decirle.

—¿Te duele?  —habló al fin.

Inmediatamente me la sacó de dentro y se reincorporó de un salto. Se sacudió un par de veces el pene y pronto volvió a sentarse a mi lado. No me habló más. Me tironeó del brazo para que me levantara yo también y luego me indicó con una seña que me subiera encima de él. Yo estaba un poco perdida con esa nueva situación, pero obedecí de todas maneras. Pasé una pierna por encima de la suya, pero me frenó y me señaló que así no, que quería que me montara del revés.

—¿Cómo? —pregunté.

Con dureza una vez más, me cogió de un brazo y él mismo hizo que me girara. Así, dándole la espalda, quería que me sentara encima suyo y que me fuera penetrando yo solita.

—¿Encima? ¿Así? Espera... ¡No! ¡Espera! ¡Qué esperes!

Mis quejas fueron en vano; Alejo me sujetó con ambas manos de la cintura y me la metió hasta el fondo de un solo intento. Proferí un grito de dolor que se tuvo que haber oído hasta en Río de Janeiro. La tenía demasiado grande para hacer esa clase de cosas y él, evidentemente, todavía no era consciente de ello. Y tampoco le importaba mucho, porque se sujetó de mis pechos y empezó un mete saca al mismo ritmo violento de antes. Se había puesto en plan macho alfa y no había nada que hacerle.

—No hace falta que seas tan bruto. Deja que me mueva yo sola, sólo dime si lo hago mal —le pedí una vez el dolor disminuyó.

Cuando por fin decidió parar, pude colocar ambas manos detrás de mi espalda, apoyándolas en su panza, y empecé a subir y bajar sobre su pene por mi propia cuenta.

—¿Así está bien? —pregunté, girando levemente la cabeza para buscar su respuesta.

Asintió y me dio la orden para que continuara. Era la primera vez que lo hacíamos en esa posición y yo tenía mis dudas; pero, a pesar de la incomodidad, me fui acostumbrando a medida que pasaron los segundos y logré coger un ritmo rápido y seguro. Al poco rato ya estaba dejándome llevar y disfrutando a tope esa nueva sesión de sexo.

—Lléname... —conseguí decir entre jadeo y jadeo— Lléname y asegúrate de disfrutarlo... Ay... Ah... Ah... P-Porque... Porque es la última vez que lo hacemos sin condón.

Lunes, 13 de octubre del 2014 - 23:25 hs. - Noelia.

—¿Hola?

—¿Noe? Soy Aura.

—¡Aurita! ¡Hola! ¿Qué sucede que me llamas a estas horas?

—Ya, perdona que te moleste, pero es que no encuentro mi móvil por ningún lado y me preguntaba si no te lo habías llevado tú por error...

—¿Me estás llamando ladrona?

—¡No, Dios bendito! Es que como tú siempre acomodas la zona de las taquillas y vas quitando y pon...

—¡Que es broma, jodida! Dame un segundo que me fijo.

—¡Cómo eres, bonita!

—Pues sí... Ya puedes ir llamando a la policía, porque tu móvil lo tengo yo.

—¡¿En serio?!

—¡Que sí! Está en mi bolso, no tengo ni idea por qué...

—¡Vaya peso me sacas de encima! Todavía lo estoy pagando...

—¿Quién es el maromo que está contigo en el fondo de pantalla? No sabía que tenías un noviete. Está buenorro, por cierto.

—¡Es mi hermano! Jajaja. Cuando quieras te lo presento.

—¿Sí? ¡Digo no! ¡Quita, quita! Estoy yo ahora para relaciones... Bueno, mañana te llevo el teléfono al trabajo y...

—En realidad lo necesito ahora... Si me dices dónde vives yo misma voy a buscarlo.

—¿Segura?

—¡Que sí!

—En fin... La juventud de hoy en día que no puede andar sin sus maquinitas...

—¡Menuda lo dice! ¡Si vives con el móvil en la mano!

—Jajaja. Cállate, anda. ¿Tienes para apuntar?

—Venga, dime...

Quedamos en diez minutos a partir de ese momento en el portal de mi edificio. La pobre parecía desesperada de verdad. Tenía que volver a bajar los ocho pisos, pero no me importaba, sinceramente. Lo que había escuchado hacía un par de minutos me tenía en las nubes. Mi hermanita por fin empezaba a disfrutar de la vida; a deshacerse de los estúpidos prejuicios que le habían marcado a fuego mis padres durante su etapa de crecimiento. No sé qué tanto tenía que ver Benjamín en esto, pero a él era al que iba dirigido mi agradecimiento. Por más problemas que estuvieran pasando, él seguía siendo aquél que había hecho cambiar a Rocío; el que había conseguido lo que ningún otro. Y yo que me alegraba.

Salí de casa a los cinco minutos e, inevitablemente, me acerqué a la puerta donde vivía mi hermanita y volví a pegar la oreja. No logré escuchar nada al principio, pero esperé un rato y nuevamente Rocío volvió al ataque. Esta vez no logré descifrar nada, pero ni falta me hacía, porque la chica seguía gimiendo como si se estuviera follando un caballo. No quería perder mucho más tiempo, mi compañero podía llegar en cualquier momento y estaba feo hacerla esperar, así que separé la oreja y me puse de camino a las escaleras -no tenía planeado esperar ese maldito ascensor-. Eso sí, antes de irme logré escuchar un largo y estruendoso bufido masculino... ¡Vaya corrida se había pegado el cabrón del Benja!

Bajé los ocho pisos a toda prisa y llegué al portal para esperar a mi compañera. No hacía mucho frío, pero sí que estaba un poco fresquito. Eso, sumado a mi buen ánimo, hacía que no me molestara en lo más mínimo tener que esperar a Aura.

—¡Noe! ¿Llevas mucho esperando? —me dijo la pobre apenas me vio, pocos minutos después. Estaba sin aliento.

—Acabo de bajar, tú. A ver si te piensas que iba a estar aquí tomando frío sólo por ti—le contesté. Ella rio—. Toma tu móvil.

—Gracias, Noe... No sabes qué alivio...

—No es nada. Te juro, de verdad, que no sé cómo llegó a mi bolso.

—Creo que fui yo la que lo metió ahí... Estaría apurada y habré confundido el tuyo con el mío, como son negros los dos...

—Vives en las nubes, Aurita...

—¡Pero cómo te at...!

No escuché nada más. No pude escuchar nada más. Todo se nubló a mi alrededor. En especial la dulce carita de Aura. Lo único que permanecía nítido era la pequeña silueta que se aproximaba a unos cincuenta metros detrás de mi compañera. Una figura masculina de 1.85, pelo negro y barba de dos días.

—¿Me oyes, Noe? ¡Hooola!

—¿Eh? Sí, sí... —pude responder.

Miles de cosas pasaron por delante de mis ojos en ese momento. Miles de recuerdos comenzaron a dar vuelta por mi cabeza. Esas quedadas que nunca pude hacer con Rocío... El portazo que me había dado el fin de semana en la cara... Conversaciones, mensajes, llamadas... Todo mentiras. Sólo tardé diez segundos, y sin tener que hablar con él, para darme cuenta de lo que estaba pasando.

—¡Ostras! ¡Buenas noches! —saludó apenas se acercó a nosotras, tan alegre como siempre.

—Benjamín... —logré decir. No me salían las palabras.

—Sí, ese soy yo. ¿Estás bien? ¡Oh! Perdón, qué modales los míos. Yo soy Benjamín, el cuñado de Noelia —dijo cuando pareció advertir la presencia de mi compañera.

—Aura, compañera de trabajo —respondió ella con una sonrisa.

—¡Encantado! Bueno, no quiero molestarlas, yo voy subiend...

—¿Qué? ¡No, no! —lo frené, en un arranque de lucidez.

—¿Eh? ¿Por qué no?

—¡Porque no! —me alteré. No sabía qué decir.

—Esto... Yo ya me voy, Noe... —dijo Aura de pronto un tanto incómoda. Mi comportamiento no estaba siendo normal y se notaba a leguas—. Gracias por el móvil.

—No... de nada... ¡Ah! ¡Eso es! Benjamín, Aura vino a buscar su móvil... Resulta que me lo traje por error y... la pobre tuvo que venir hasta aquí y... Joder, ¿puedes llevarla a casa? Yo voy con ustedes —dije, al fin. Sabía que Benjamín no se iba a negar a eso.

—¡Oye! ¡No! Que tengo a un amigo esperándome en la esquina... Igual, gracias por preocuparte. Eres un sol, Noe —saltó enseguida Aura, tirándome todo al suelo.

—¿Segura? Mira que no me cuesta nada, ¿eh? —intervino él, tan amable como de costumbre.

—Muchas gracias, pero en serio que está mi amigo esperándome en la esquina. ¡Ya me voy! Un placer, Benjamín. Gracias de nuevo, Noe. ¡Adiós!

—¡Adiós! —se despidió mi cuñado también—. Qué agradable, ¿no?

—Sí...

—Bueno, ¿subimos?

—Sí...

Entramos al edificio y llamamos al ascensor, al que agradecí por primera vez que estuviera estropeado. Seguía sin saber qué hacer... En ese momento estaba muy enfadada con Rocío. Tenía ganas de tirarle abajo la puerta de la casa y liarme a hostias con ella. Realmente se lo merecía. El problema era que Benjamín no... El chico era demasiado bueno como para tener que llevarse un disgusto así después de otro largo día de trabajo. Además, yo, egoístamente, no quería que aquella tontería de mi hermana rompiera la pareja más bonita que había visto en mi vida. Por eso, intenté tranquilizarme y trazar un plan de ataque. Primero necesitaba información.

—Oye, Benja... El chico este... Alejo... ¿sigue en tu casa? —comencé a indagar.

—¿Otra vez con eso? A ver, Noe, el muchacho se va a ir dentro de poco, ¿de acuerdo? No quiero que sigas...

—¡No, no, no! Tranquilo, sólo preguntaba... —lo corté, al mismo tiempo que mi corazón se oscurecía de ira...

Apreté los puños y me apoyé contra la pared disimuladamente y a espaldas de Benjamín. Hubiese incendiado todo el edificio si hubiese podido. La confirmación de que mi hermana había caído en los brazos de ese hijo de la grandísima puta terminó de hervirme la sangre.

No le pregunté nada más, no necesitaba saber más. Mi hermana me había estado mintiendo en la cara y estaba completamente segura de que llevaba bastante tiempo follándose a ese cabrón, por eso mismo se puso tan histérica cuando le descubrí el primer piso del pastel. Por eso me había dicho todas esas cosas horribles aquél día.

Los siguientes diez minutos, que fue el tiempo que tardamos en subir al octavo piso, Benjamín se la pasó hablando de su trabajo; pero yo no lo escuchaba. En mi cabeza sólo había lugar para una sola cosa... y eso no era nada más y nada menos que pensar en cómo me iba a deshacer de Alejo Fileppi.

—Benjamín, necesito hablar de algo contigo... —le dije cuando llegamos a la mitad del pasillo.

—¿Ahora? ¿No puede esperar a mañana? Quiero irme a casa ya...

—Ese es el tema, que no quiero que vayas a casa todavía... ¿Puedes venir conmigo? —dije, ante su atenta mirada. Enseguida me di cuenta de que la había cagado, pero todo era fruto de la desesperación.

—¿Y por qué no quieres que vaya a casa? —me preguntó, con gran seriedad.

—Ven conmigo —insistí, una vez más, tomándome el atrevimiento de cogerlo de una muñeca.

—Noelia —repitió, fulminándome con la mirada—, ¿por qué no quieres que vaya a casa?

El silencio se adueñó del pasillo de repente. Me había metido en un berenjenal y no tenía ni idea de cómo cojones salir de ahí... Pensando en una solución me encontraba cuando la puerta al costado nuestro se abrió de golpe.

—¿Noe? ¿Benjamín? ¿Qué está pasando aquí? —preguntó Rocío, bastante perdida, desde el umbral del 8º C.