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A Través del Espejo. (1-4): La Pensión de la Viuda

en Orgías

Las esposas apretaban más de lo que ella había esperado, Paula pensó que tal vez a la gobernanta se le había ido la mano a la hora de inmovilizarla con el cabecero de la cama, pero no hizo nada que pudiese demostrar su desasosiego.  También el artilugio que se alojaba en su boca le pareció más grande ahora que era ella la que lo tenía dentro  y no otra de las chicas que habían ocupado ese mismo lugar.  No le suponía problema alguno el no ver pero le resultaba fatigoso tragar saliva y respirar.  Podía haber actuado al respecto, hacer la señal  de seguridad convenida y todo hubiese  acabado incluso antes de comenzar pero hizo de tripas corazón y aguantó. Al fin y al cabo estaba allí para eso, para ser tratada como un simple  juguete sexual.

-          ¿Todo bien?- Le dijo la Señora.

Paula asintió. Era poco más que una adolescente asustada pero al mismo tiempo decidida a dar el siguiente paso. No engañaba a nadie, su juventud saltaba a la vista, no era más que un manojo de nervios de rasgos cobrizos dispuesto a iniciarse en el sexo a lo grande.

Respiró profundamente, no había vuelta atrás. Estaba al otro lado del espejo, como Alicia en el País de las Maravillas. Ya no iba a ser una mera espectadora: su turno había llegado.

Le  inquietaban los preliminares y más en aquella ocasión al ser partícipe de ellos. Le incomodaba la parsimonia con la que el ama de rostro impenetrable lo disponía todo. El ritual siempre era el mismo: colocaba a las chicas desnudas delante del espejo y les cepillaba el cabello con suavidad, sentadas en un diván de terciopelo negro. No era más que un pretexto para que los del otro lado de cristal pudiesen contemplar libremente la presa a devorar como era el caso de Paula.

 El anonimato tanto en  hombres como en  mujeres era obligado en la Pensión de la Viuda. Todos los que allí entraban debían cubrirse con máscaras que impidiesen ser reconocidos.  No era extraño, pero sí poco frecuente, que las hembras dispuestas a realizar el sexo optasen por el modelo de castigo extremo, el elegido por Paula. Era la opción que hacía saber a los participantes de la orgía que la hembra a domar deseaba ser objeto de las prácticas sexuales más duras. Se trataba de  una  especie de capucha de dos piezas  de cuero negro, separadas por una fina cremallera trabada por un pequeño candado.  La parte superior  impedía la visión y la inferior facilitaba el libre acceso de los penes a la garganta a través de un tapón roscado de plástico.  A quien se le antojase utilizar la boca de la sometida le bastaba con desenroscar el artilugio e introducir el pene a su gusto ya que el morboso aparato  estaba diseñado para que el que lo portara no pudiese cerrar los dientes y oponerse de ese modo a ser violentado oralmente. 

Mientras Paula se dejaba  acicalar, imaginaba  lo que estaría sucediendo en la habitación contigua. Había estado en ella un infinidad de veces antes de aquel día.  Sabía de memoria los comentarios soeces que los hombres harían hacia su joven anatomía o a su condición de mujer fácil. Montones de sementales estarían diciendo de todo sobre ella: que era una guarra, una perra,… una puta.

Todos los insultos pero en especial ese último le ponía tremendamente cachonda: PUTA. Precisamente ella, que tenía fama en su instituto de ser todo lo contrario, una mosquita muerta incapaz de romper un plato.

También la turbaba saber que esos mismos hombres estarían fanfarroneando acerca de lo que iban a hacerle, de las veces que la penetrarían vaginalmente o de lo adentro que le meterían la verga por el culo.

Con todo, sin duda lo que más le excitaba era divagar sobre qué opinarían de ella sus compañeras de clase si pudieran verla en ese momento. Esas engreídas pavisosas que se vanagloriaban de sus pueriles hazañas sexuales. Correrías infantiles y mojigatas al lado de la sucia orgía que ella estaba a punto de protagonizar.

 El coño de Paula chorreaba, deseaba masturbarse imaginando las caras de asombro de las otras chicas si la descubriesen  así de sometida, pero no podía. Las ligaduras de sus muñecas se lo impedían.

Si había un momento de máximo nerviosismo era en el que la maestra de ceremonias depilaba el coñito a las chicas y aquella vez no fue una excepción.  Tenía motivos fundados para sentirse realmente intranquila, aquella vez era su clítoris y no el de una extraña el que corría el riesgo de ser mutilado por accidente.

-          Han venido muchos, Roja…  - Le informó la Señora con su voz dura e inexpresiva.

Paula intentó controlar sus nervios apretando los puños.  La mujer le abrió las piernas hasta que los tendones le dijeron basta. La postura no era nada cómoda pero de este modo camino hacia su coño quedó expedito y libre para ser aseado… y visto por todos.

-          Ni te imaginas cuántos …

La adolescente no pudo evitar ponerse en lo peor, no obstante era consciente de que no había motivo objetivo para inquietarse, la dueña había repetido el ritual infinidad de veces. Que Paula supiera, jamás había hecho daño al rasurar a ninguna chica, pero el miedo es libre y no conoce de estadísticas ni probabilidades. Dio un respingo cuando el envés del afilado filo rozó su más íntimo apéndice.  El corazón le latía a mil por hora, intentó evadirse y no pensar  pero le fue imposible hacerlo. Halló consuelo imaginando lo que iba a sentir después cuando se entregarse a todo aquel que quisiera gozarla.

No quería hacer el amor… sencillamente quería follar, follar mucho.

-          Están como lobos por tenerte, nena…

Paula pensó que su desasosiego sería menor  si la metódica barbera, en lugar de utilizar aquella antigua navaja de afeitar  de empuñadura negra con ribetes dorados, hubiese empleado una moderna y funcional cuchilla desechable. Era muy joven para saber que la falta de riesgo restaba erotismo al juego, no era consciente de lo que tremendamente morboso que resultaba aquel ritual al que lo contemplaba tras el cristal.  Lo que sí sabía es que estaba enteramente a la merced de la otra y eso… eso le volvía loca… casi tanto o más que el saberse observada en aquel estado de indefensión total.

-          El agua está caliente, puta… si por mí fuera te la echaría hirviendo, no lo dudes...

La chica de piel casi albina comprobó  en sus carnes la veracidad de aquellas palabras experimentando un severo fulgor en la entrepierna provocado por el ardiente elemento que vino a sumarse al que ya sentía de por sí. El coño le ardía como una cafetera hirviendo, tanto que serían precisas un montón de mangueras para extinguir su fuego.  Por suerte iba a tener a su disposición una cantidad escandalosa de ellas.

La Señora no  escatimó con la espuma. Para extenderla, utilizó una vetusta brocha de afeitar con el mango de nácar tallado. Pronto,  el escaso vello púbico de la adolescente desapareció bajo grumitos blancos de burbujitas brillantes. Paula sintió un inquietante cosquilleo recorriéndole la espalda cuando el filo de la navaja recorrió de nuevo los aledaños de su sexo, llevándose por delante los pocos pelitos bermellones que adornaban su vulva, acompañados de espuma jabonosa. El sonido que producía la cuchilla rozando su bajo vientre le excitaba tanto o más que el sentirse totalmente indefensa y expuesta una vez más a la voluntad de aquella enigmática persona.

Se quedó sin aliento cuando los dedos ajenos manipularon sus pliegues de un lado a otro en busca de algún rizo rebelde que se resistiese a su destino. No era la primera vez que era tocada en aquella zona por el dedo de la Señora pero sí delante de espectadores  y sin poder hacer nada para impedirlo. Su vulva reaccionó de inmediato, dejando salir diminutas perlas de líquido viscoso.

-          Estás muy húmeda… necesitas una buena follada… no te impacientes Roja, pronto tendrás muchas vergas… muchísimas… ni te imaginas cuántas…

Durante el trasiego de idas y venidas de los dedos en su sexo  a Paula se le escapó un gemido ahogado por la mordaza que nació en la zona más profunda de su pecho. Cruzó los dedos de los pies y ofreció su vulva para repetir sensaciones pero no obtuvo el premio buscado. La Señora no estaba ahí para eso.

Para usarla… estaban los otros.

Nadie pudo verlo pero bajo la máscara a la adolescente se le encendieron las mejillas, parecían ascuas a un tono tan vivo como el rojo de su cabello. Llevaba días mentalizándose para intentar no parecer una niña asustada pero no pudo evitarlo, quiso morirse de vergüenza al haber mostrado de forma tan evidente su exacerbado estado de excitación, como si el hecho de tener los pezones de sus relativamente generosos senos completamente empitonados o la vulva chorreando jugos no fuesen signos inequívocos de sus imperiosas necesidades físicas.

Era un efervescente cóctel  de hormonas a flor de piel, imposible de controlar.

La mujer se limitó a limpiar la cuchilla en una palangana y secar su intimidad con una gasa a base de ligeros golpecitos.

-          Pareces una perra en celo… con todo tu coño expulsando babas… pequeña zorrita…

Cuando su dueña  terminó su trabajo Paula se relajó, al menos relativamente.  Incluso le pareció que el flujo sanguíneo llegaba hasta sus manos con menor dificultad.  De forma errónea pensó que, en lo que ha preliminares se refería, ya había pasado lo peor. No contaba con el mal trago del enema y eso que no le supuso sorpresa alguna que su recto fuese aseado de esta manera; era norma de la casa el que las hembras entregasen todos sus agujeros sin excepción y estos debían estar  en perfecto estado para ser gozados.   

Para limpiarle el intestino la buena mujer utilizó una pera de irrigación, un artilugio diseñado para tal menester. Con sumo cuidado, introdujo el apéndice más estrecho a través del esfínter anal de la joven, expulsando su contenido en el interior de su recto. Paula apretó los dientes contra la mordaza mientras su trasero era atravesado por tan fino instrumento;  se sintió sorprendida al no resultarle aquel asunto demasiado desagradable. Solía castigarse el ano con su cepillo capilar, mucho más grueso y duro que aquel extraño objeto, con lo que su esfínter acogió al intruso sin problemas.  Esta vez sí el líquido purgante se encontraba a una temperatura similar a la humana y no experimentó más que un ligerísimo escozor en su ojete.  La Señora se dispuso a colocar una especie de palangana en forma cuña bajo su orto. Paula arqueó la cadera para facilitarle la tarea y fue con ese leve movimiento cuando comenzaron los problemas. Su intestino  comenzaba a reivindicarse.

-          Relájate, suéltalo todo, Rojita.  Es mejor no resistirse. Tómate tu tiempo, putita...

Paula cerró los párpados y recodó cada uno de los pasos que le habían llevado hasta una situación como aquella mientras las heces y purgante fluían entremezclados a través de su esfínter anal. Poco podía imaginar la tremenda expectación que su presencia había causado en aquel sórdido establecimiento.

Y había motivos para  ello; era la más joven de todas las hembras que por allí habían pasado y además se había corrido la voz de un excitante rumor…

-          Todos quieren ser el primero en tenerte, princesa… - Sentenció la dueña -. Se matan por arrebatarte el virgo…

*****

Un par de meses atrás, en una tarde en una cafetería del centro y mientras su mamá estaba enfrascada en una de sus interminables chácharas telefónicas con alguna de sus estúpidas amigas, Paula escuchó la conversación que le cambió la vida en boca de tres señores trajeados  que ocupaban la mesa de al lado. Les había visto entrar, llamándole especialmente la atención la imponente planta de uno de ellos. De un tiempo hasta esta parte la adolescente se fijaba más en los hombres maduros que en los chavales de su edad. Mientras se masturbaba soñaba con unas manos  grandes y fuertes como las de aquel tío acariciándole por todo el cuerpo. Era su sueño iniciarse en el sexo con alguien como él.

-          No veo que lo que me contáis tenga nada de extraordinario. Es una casa de putas y punto… - dijo uno de ellos.

-          ¡Que no!

-          ¿Ves como no prestas atención?

-          No son putas. Son mujeres normales, como la tuya o la mía, que tienen ganas de marcha y van allí para que se las follen…

-          Un amigo mío tiene un conocido que cree que se encontró allí con su cuñada.  La reconoció por un antojo que tenía en el escote. Por lo visto le dio por el culo todo lo que quiso y más…

-          ¿Y ella no le reconoció?

-          ¡Que noooo!

-          Allí todo el mundo lleva antifaz. Además, incluso puedes atar a esas puercas para tirártelas si así te sientes más tranquilo.

-          ¿Atarlas? Vosotros alucináis. Os lo creéis todo…

-          ¡Que es verdad, joder!  Yo he ido ya un montón de veces, hostia. Puedes hacerles lo que te de la gana…

-          Vaya con el futuro papá.

-          ¿Y qué quieres que haga? Tu hermana no deja de hacerme la cobra desde que está preñada. Uno… tiene sus necesidades…

-          ¡Tranquilo, tranquilo! No te enfades, que yo también echo una cana al aire de vez en cuando pero…

-          Mañana quedamos y, en lugar de ir a jugar al puto paddel , nos tiramos a alguna guarrona…

-          ¿Una para los tres?

-          ¡Pero qué dices! Ya te gustaría. Una para un montón de tíos más. En ese lugar no se puede elegir, te cepillas lo que hay. Descargas la escopeta, dejas el sitio para el siguiente y te piras. Allí se va a lo que se va, a meter y ya está.  Ni copas, ni bailecitos, ni otras chorradas.  A ese lugar sólo se va a follar.

-          Bueno, hay quien se conforma con mirar…

-          ¡Eso son mariconadas!

-          Pero algo se pagará…

-          Que no, que es gratis. Esas tías no son profesionales. Lo hacen por vicio.

-          Bueno hay que darle algo de propina a la gobernanta, a la Viuda…

-          ¿La Viuda?

-          Lo llaman la “Pensión de la Viuda” así que supongo que la mujer que lleva el negocio será eso… la Viuda.

-          ¡Qué tonterías dices! Se llama así desde siempre…

-          Bueno, ¿y qué más da?

-          Tíos estáis enfermos…

-          En cuanto al dinero puedes darle lo que te dé la gana. No hay una cuota establecida. Le pagas lo que te apetezca y punto. No hay tarifa fija…

-          Pero tú no seas rata, cabrón, que estás podrido de pasta.

-          Eso sí, no te dejes los condones…

-          ¿Condones?

-          ¡Uff, sí! ¡Se me olvidaba! Eso es importante…

-          Puedes hacerles lo que quieras y por donde quieras pero si les metes la verga tiene que ser con capucha. Eso es indispensable.

-          Vaya.

-          No se puede tener todo. Es por precaución, ya sabes.

-          ¿Hasta por la boca?

-          ¡No, hombre no! Las bocas son para follarlas a pelo, no me jodas.

-          ¿Y dónde está ese tugurio?

-          En la esquina de…

-          ¡Paula, Paula! ¿Se puede saber en qué estás pensando? – dijo una voz a la chica sacándola del trance.

La chavalita no pudo quedarse con la dirección, su mamá le miraba con cara de pocos amigos. Por lo visto llevaba un tiempo intentado establecer conversación con ella pero Paula estaba tan metida en la charla ajena que no se había dado cuenta de esa circunstancia.

-          Te… tengo que ir al baño.

-          Pues date prisa, papá nos espera.

La adolescente tuvo que, prácticamente, clavarse los dientes en el antebrazo para que la Señora que ocupaba el lavabo contiguo no se diera cuenta de lo que estaba haciendo con su otra mano. No le gustaban lo más mínimo los alocados chicos de su edad, ni siquiera los mayores de los últimos cursos del instituto y por eso no le había encontrado gusto a eso de frotarse la entrepierna pensando en ellos. Había comenzado a masturbarse relativamente tarde en comparación del resto de sus compañeras de clase, desde que comenzó a sentirse atraída por los papás de sus amigas. Si las otras chicas le habían cogido previamente ventaja en cuanto a número de tocamientos, en poco tiempo ella ya las había atrapado.  Lo hacía varias veces al día, y mucho más en época de exámenes como en la que se encontraba.  Entre pajas y libros pasaba las noches en vela, pero siempre con hombres maduros en su mente.

Después de la cena hubo más de lo primero que de lo segundo. Frotándose el clítoris  y estrujándose las tetas con fuerza, se imaginaba en brazos de aquellos tres hombres, siendo tocada en todos y cada uno de  los centímetros de su piel, con sus enormes dedos profundizando en su interior.  En su delirio transitorio quiso pensar que los dedos pronto darían paso a las vergas, llevándose de un plumazo el precinto virginal de sus orificios. Sus ensoñaciones le tuvieron ocupada hasta que cayó rendida en los brazos de Morfeo con los dedos insertos en su sexo.  Por suerte para ella la prueba académica del día siguiente no era demasiado exigente y la superó con facilidad. Era una chica  lista.

A la noche siguiente Paula estuvo buscando en su teléfono móvil la ubicación de la “Pensión de la Viuda”, pero el moderno aparatito no le sirvió de nada.

-          ¿Qué buscas, Pau? – le dijo su mamá mientras colocaba la mesa para el almuerzo.

-          Nada… bueno sí. ¿Tú sabes dónde está la Pensión de la Viuda?- Dijo ella pensar en las consecuencias de su pregunta.

Enseguida se dio cuenta de que probablemente había metido la pata.  Las pecas desaparecieron bajo el rubor de su cara. Solía ser muy reflexiva pero a veces de su boca salía lo primero que se le ocurría; al fin y al cabo hacía poco tiempo que había dejado de ser una niña.

-          ¿Pensión de la Viuda? ¿Aquí? No me suena. Pregúntale a tu padre, lleva en el barrio toda su vida…

-          No, no… es igual.

-          ¿Cariño?

-          Dime.

-          ¿Tú sabes dónde está la “Pensión de la Viuda”?

-          ¿La “Pensión de la Viuda”? – Dijo el hombre apareciendo por la puerta del salón muy sonriente – Pues claro pero, ¿para qué quieres saberlo?

-          Tu hija mayor me lo ha preguntado.

-          Yo… yo no.

-          Es… bueno era un burdel, un puticlub, un lupanar... ¿dónde has escuchado hablar de ese sitio, Pau?

-          ¡Manolo!

-          ¿Qué pasa? Ella ha preguntado.

-          Bueno, pero podías no ser tan explícito.

-          Venga, no seas monjita. Paula ya no es una niña. Seguro que sabe mucho más de lo que a ti te parece.

-          ¿E Irene?

-          No se entera, está en su mundo.

-          ¡Manolo!

-           Estaba prácticamente en  esta misma calle, en el callejón sin salida que hay cinco o seis esquinas más abajo – prosiguió el padre sin hacer caso a la advertencia -.  Aparentemente era un hostal sin más pero en realidad… era un prostíbulo…

-          ¡Manoloooooo!

-          ¿Qué?

-          ¡Parece que sabes mucho de eso!

-          ¡Uff! ¡Si yo te contara!

-          ¡Manoloooooooooooooo!

-          ¡Que es broma, tonta! Me lo contó mi padre…

-          ¡Cómo no!

-          Sabes que le iban ese tipo de sitios.

-          ¡Ya es suficiente!

-          De todos modos creo que lleva cerrado unos años. Ya sabes, lo abren, lo cierran, según sople el viento…

Paula  intentó pasar desapercibida. Cuando el tema de conversación derivaba hacia su abuelo paterno siempre terminaba en lo mismo: en putas.  Por lo visto, el fallecido ancestro era un aficionado consumado a frecuentar a aquel tipo de mujeres. Tanto su mamá como su papá se tomaban el tema con humor y aquella vez no fue una excepción. Por fortuna para ella, la conversación fue hacia otros derroteros menos comprometedores, pero Paula no escuchaba. Su mente estaba en otro sitio.

 

No le  fue difícil a la pelirroja, un par de tardes más tarde, escabullirse del laxo control parental y plantarse frente a la puerta donde supuestamente estaba el establecimiento en cuestión.  Con razón no había reparado en él ya que carecía de cualquier distintivo exterior que indicase su presencia. Tan solo un minúsculo cartel en la botonera de los timbres de acceso le hizo saber que la Pensión de la Viuda estaba ahí, entre una docena de viviendas decrépitas. El indicativo tenía un aspecto raído y viejo, como todo el entorno.

Llegado a ese punto Paula no supo qué hacer. Le entraron dudas. Pensó que con toda probabilidad su papá tenía razón y que la Pensión de la Viuda no era más que un vetusto inmueble vacío. Salió de su letargo cuando una voz masculina y ronca dijo a su espalda:

-          ¿Me dejas pasar, guapa? Por favor.

Paula se dio la vuelta, descubriendo a un achaparrado señor, de unos cincuenta años de edad que le miraba con una forzada sonrisa tras sus gafas de pasta. Se sintió incómoda, aquel hombre le observaba de forma  extraña, como si la desnudara con la mirada.  Tuvo la sensación de que, en lugar de detener sus ojos en su cara, le miraba descaradamente las tetas a través del escote de su camisa. Hacía calor y la muchacha lo llevaba algo más abierto de lo normal, aunque sin llegar a resultar excesivo. Tan solo dejaba ver el inicio del juvenil canal formado por sus senos,  ya bastante desarrollados para su edad que, sin sostén alguno, se mecían libremente bajo la fina tela color canela. Una vocecita interior le decía que lo correcto en ese momento era cubrirse o, mejor aún, largarse como alma que lleva a diablo pero permaneció quieta, dejando que el hombre se recrease la vista con sus curvas.  Notaba una ligera calentura en todo su cuerpo, algo general,  que ahogaba el dictado de su conciencia.  Sin pensar  y sin que nadie le obligara hizo algo impropio de ella:

Se exhibió.

Descaradamente se agachó de forma que sus pechos quedaron a la vista de aquel desconocido sin nada que los cubriese. Aparentemente, manipulaba su sandalia como si tuviese algún problema con ella pero hasta un ciego se hubiese dado cuenta de que  lo que en realidad hacía era mostrar su cuerpo de forma explícita. El  hombre por su parte no se cortó un pelo, se recreó la vista todo lo que quiso, inclusive se retiró un paso atrás para poder disfrutar mejor del espectáculo.  A nadie le amarga un dulce y los pechos de Paula eran un par de  contundentes merengues coronados por  puntiagudos y sonrosados botoncitos capaces de hacer las delicias a cualquier hombre que mereciese ser considerado como tal.

La chica tragó saliva, no tenía el descaro y el valor suficiente como para mirar hacia arriba y encontrarse frente a frente con el mirón así que se limitó a permanecer inmóvil,  intentando no dificultar la visión de sus senos. Deseó enseñarle más a aquel desconocido pero acertadamente pensó que sería arriesgado desabrocharse un botón más allí, en mitad de la calle y a plena luz del día. Optó por otra alternativa algo menos osada pero igual de efectiva: lentamente se llevó el dedo índice hasta su escote y se separó la camisa del cuerpo de tal forma que resultara  imposible que él no le viese todo. Ella estaba temblando por la excitación y por el miedo a partes iguales.

El hombre carraspeó e indisimuladamente se metió una mano en el bolsillo. La chica lanzó furibundas miradas la entrepierna que se encontraba a escasos centímetros de su cara. Los movimientos en el interior del pantalón del sujeto no dejaban lugar a la duda, aquel señor se estaba tocando mientras le miraba las tetas. La calentura de Paula crecía por momentos, casi tanto como  el tamaño de la verga de aquel desconocido. Permanecieron así durante un tiempo indeterminado, cada uno disfrutando de la situación a su manera.

Pero de repente la magia desapareció;  un coche entró en el callejón de improviso y todo se quebró. Asustada, Paula se puso de pié  y prácticamente corriendo abandonó el lugar sin mirar atrás. Anduvo un buen rato sin rumbo, temerosa de que aquel individuo le estuviese siguiendo y muy avergonzada por lo sucedido. Sólo cuando comprobó que no era perseguida se encaminó  hacia su casa. Al llegar, le faltó tiempo para encerrarse en el baño y decirle al manojo de nervios que se reflejaba en el espejo:

-          ¡Estás loca!

Poco a poco se fue calmando. En cuanto recobró la respiración se regaló la mayor paja que se había hecho nunca reviviendo lo sucedido.  Se metió tres dedos por la vulva todo lo adentro que le fue posible, tanto que incluso pensó que se había desgarrado el himen por sí misma. También por primera vez no sólo se limitó a acariciarse el ano sino que introdujo en él el más largo de sus apéndices hasta el fondo.  Fue cuando descubrió que su cepillo para el cabello podía servir para cosas más interesantes.

Tuvo suerte de estar sola en casa, difícilmente hubiese podido explicar a sus padres los gritos de placer que salieron de su boca aquella tarde.