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Chocolate

en Amor filial

 

Con el ajetreo de la oficina, teléfonos sonando aquí y allá y gente corriendo por los pasillos no

escuché el típico tintineo de mi móvil al recibir un mensaje. Sólo cuando noté que algo vibraba

en el bolsillo de mi americana me di cuenta de que alguien me estaba llamando. Esbocé una

sonrisa cuando identifiqué a la autora de la llamada.

- ¡Qué querrá esa locuela! – pensé mientras descolgaba el celular.

- ¡Tío! – dijo mi sobrina de inmediato.

- Dime, ¿dónde está el fuego, princesa?

- ¡Por favor, bórrala!

- ¿Borrarla? ¿A qué te refieres?

- A la foto que te he mandado por whatsapp sin querer. No era para ti…

El tono de voz de Miriam era realmente alterado. Ella solía ser una chica soñadora y prudente,

mucho más teniendo en cuenta sus dieciséis primaveras recién cumplidas y aquella forma de

hablar tan atolondrada no era propia de ella. Supe entonces que realmente algo sucedía.

Manipulé mi teléfono y busqué su mensaje con mi torpeza característica. Entendí de inmediato

su nerviosismo.

- Miriam…

- ¿La has borrado?

- Miriam…

- ¡Bórrala, joder! – Me gritó desesperada.

Era la primera vez que le escuchaba decir una palabra malsonante dirigida a mí.

- Miriam, tenemos que hablar…

Como respuesta sólo hubo llanto.

- ¡No se lo digas a mis padres! – Fue lo único que acertó a balbucear antes de colgar.

Respiré hondo, insistí e insistí y por fin obtuve respuesta.

- ¿Miriam?

- ¡Qué!

- Sobre todo estate tranquila con lo de tus padres, seré una tumba como siempre, ya lo

sabes. Pásate por casa esta tarde y hablamos de esto. ¿Vale?

- Vale… - Me contestó pasados unos segundos.

Después de colgar me dirigí al lavabo buscando discreción y volví a mirar la fotografía en

cuestión. Como mi sobrina hay montones de muchachas, todo el día pegadas a sus teléfonos

móviles, chateando y haciéndose fotos continuamente. Raro era el día en el que no me

mandaba dos o tres mensajes a cual más intranscendente pero el de esa mañana no lo era en

absoluto. Como en muchos de estos whatsapps aparecía ella haciendo morritos con su larga

melena rubia oscura sacando la lengua de forma divertida y portando sus gafas de pasta

azules apoyadas en la punta de su naricita chata a punto de caer. Pero lo que le diferenciaba

de manera sustancial con el resto de las recibidas hasta ese momento era que se encontraba

completamente desnuda, abierta de piernas y con sus dedos separando los labios vaginales de

su coño sonrosado y libre de vello.

Era ella, no había lugar a dudas, incluso identifiqué sin dificultad el cuarto de baño de mis ex

suegros y su rostro era perfectamente reconocible.

El resto de la mañana estuve como ausente, no hacía más que mirar el reloj de mi escritorio.

En mi cabeza sólo estaba la imagen de Miriam, no podía creer que fuese una de esas chicas tan

inconscientes que muestran su intimidad en la red . Siempre la había considerado como una

chica prudente y con la cabeza muy bien amueblada.

Mi primera inquietud fue tratar de adivinar la identidad del verdadero destinatario de tan

comprometida foto. Estaba claro que para mí no era así que intenté recordar el nombre de

algún amigo de mi sobrina igual o similar al mío pero como apenas conocía a su círculo de

amistades pronto desistí para centrarme en la foto en sí. Mi corazón comenzó a acelerarse

recordando sus curvas a medio hacer, sus piernas flaquitas y fibrosas, sus pechos

redondeados y perfectos, con sus correspondientes pezones rosáceos completamente

empitonados y sobre todo en su sexo abierto y húmedo mirando desafiante a la cámara.

Por primera vez consideré a mi sobrina como mujer y no como una niña. Eso me turbó, tanto

que mi pene se endureció en pleno atasco de la Nacional II. Me sentí culpable por ello pero no

por eso mi erección disminuyó un ápice.

A penas probé bocado ese día. En cambio pasé la sobremesa con los ojos clavados en la

pantallita. Estuve a punto de eliminar la foto un millón de veces pero, cuando llegaba la hora

de confirmar el borrado, algo dentro de mí me lo impedía.

- Sólo una vez más... lo prometo. – Me decía en voz alta como queriendo convencerme

a mí mismo.

Y volvía a caer en la tentación de sus curvas una y otra vez hasta que mi calentón llegó a un

punto en el que mi naturaleza de macho se reivindicó, me bajé la bragueta, me saqué la verga

y me hice una soberana paja a la salud de mi sobrina. Manché el suelo, el sofá, mi pantalón e

incluso la pantalla del teléfono. Una gota de esperma tapó la parte correspondiente al sexo de

Miriam. Me volví a sentir culpable pero satisfice de forma parcial mi instinto. El que no se

consuela es porque no quiere.

Limpié mi lefa lo mejor que pude y, tras encender un cigarrillo, me puse a pensar en ella de

manera menos ardorosa y más reflexiva. Evidentemente ya no era una niña, de eso ya me

había dado cuenta hacía tiempo. Recordé los acontecido ese mismo verano, cuando le regalé

un bikini demasiado pequeño creyendo que era de su talla. Ella amablemente quiso agradecer

el gesto probándoselo en casa de mis suegros y por lo visto casi lleva a la tumba a su abuelo

cuando la vio de semejante guisa.

Miriam siempre había sido una una criatura muy hermosa pero puedo asegurar que jamás

hasta ese día en el que la vi completamente desnuda había tenido algún pensamiento impuro

referente a ella . No obstante había que estar ciego para no ver que se había convertido en

toda una mujercita realmente bella y deseable. La mirada de los hombres cuando paseaba con

Miriam colgada del brazo lo decían todo. Parecían auténticos perros de presa desnudándola

con la mirada. Yo no me consideré uno de ellos en absoluto, para mí seguía siendo una

chiquilla inocente a mi ojos… hasta ese día en el que su desnudez hizo trizas mi entrepierna.

La ruptura con mi ex, o sea la tía carnal de Miriam, no fue fácil y eso nos distanció un poco

pero siempre seguimos en contacto. Es más, conforme fue creciendo y los encontronazos

típicos de la adolescencia con sus padres fueron surgiendo, nuestra relación mejoró. Venía a

mi apartamento situado a escasos metros de su colegio casi todas las semanas a merendar

conmigo y a contarme sus penas. Jamás la juzgué ni le reproché nada, tampoco hablé mal de

sus padres ni por su puesto de mi ex, sólo me limitaba a escucharla, darle mimos y a hacerle

reír con alguna chorrada de las mías. Recordé que una de nuestras mejores tardes juntos fue

una en la que ella llegó llorando a moco tendido a mi apartamento. Había discutido con su

mamá por no sé qué bobada de una minifalda demasiado corta . Estuvimos esbozando

monigotes en mi mesa de dibujo y tomando chocolate con churros como cuando era niña. Se

marchó con la conciencia tranquila, una sonrisa de oreja a oreja y energías renovadas para

enfrentarse a la dura vida de una adolescente. Me despidió con un largo abrazo y un beso

cálido en la mejilla, el mejor regalo que puedes recibir de alguien a quien quieres en este

mundo.

Y yo aquella sobremesa me había masturbado mirando su foto desnuda; me sentí el hombre

más miserable en la faz de la tierra. Había traicionado nuestro vínculo de la manera más sucia

posible.

Cuando ya estaba decidido a borrar la fotografía de marras sonó el timbre de la puerta. Dejé el

teléfono a un lado y volé para abrirla. Cuando la abrí estaba ella, cabizbaja y triste. Con el

uniforme del colegio privado parecía aún más niña y vulnerable. Daba la impresión de querer

refugiarse tras una carpeta decorada con un montón de fotografías de cantantes de moda y sin

ni siquiera mirarme me saludó:

- Ho… hola tío.

- No te quedes ahí pasmada. Adelante. ¿Chocolate?

- No… hoy no…

Si algo sé de los adolescentes es que someterlos a un interrogatorio es tan agotador como

inútil. También sé que lo que sale de su boca en un primer momento no tiene por qué ser

exactamente lo que piensan así que, mientras ella se desplomaba sobre el sofá, yo preparé

nuestra merienda favorita.

- No tengo churros…

- No… no quiero nada, de verdad.

Enfrascado estaba yo peleándome con un brick de leche cuando escuché su voz tras de mí.

- No… no es lo que piensas, de verdad…

- No hay dios quien abra esto. ¿Por qué cojones le llaman abre -fácil?

- Es… es un juego, una gansada, una broma entre amigas…

- Anda, alcánzame las tijeras que soy capaz de cometer una locura…

- ¿Te acuerdas de Elena?

Mientras fingía buscar la herramienta de corte buscaba en el obsoleto disco duro de mi cabeza

información por la tal Elena.

- ¡Sí, claro! Elena… tu amiga Elena… ¡Cómo no!

- ¡Tonto! Te he hablado de ella un millón de veces.

Aquello me abrió la carpeta correspondiente. Sólo recordaba detalles pero con ellos ganaría

tiempo.

- ¡Ah, sí! Esa que está fuera estudiando, ¿no?

- ¡Australia! ¡Está en Australia! – gritó mi sobrina sacando por fin la furia que llevaba

dentro -. ¿Puedes creerlo? Ella no quería ir pero la obligaron. Sus padres son… son…

Tuve que incorporarme para ofrecerle un hombro en el que llorar. Con sus botines de tacón,

era prácticamente igual de alta que yo y olía maravillosamente a flores frescas. Mientras

sollozaba, sus tetitas rozaban mi brazo y su calor corporal hizo que se me erizase el vello. Por

fortuna no se me erizó otra cosa, por lo menos la paja que me hice a su salud me había servido

de algo. Volví a sentirme fatal por acordarme de eso en aquel momento tan trascendente.

De forma discreta intenté separarme unos milímetros para evitar males mayores pero ella se

aferró a mí como una lapa. Yo era para ella su osito de peluche y necesitaba tenerme lo más

cerca posible. Hice de tripas corazón y me dejé estrujar en silencio. Mi cuerpo permaneció

quieto y sereno frente a su cándido roce pero no así mi mente y enseguida comencé a

recordar la dichosa fotografía.

De la manera más sutil que pude me despegué de ella utilizando el viejo truco de la cazuela

humeante.

- ¡Huy, que se quema! – Y me di la vuelta rogando a Dios que la erección que sentía

fuese sólo cosa de mi mente calenturienta. Tuve que meter la mano bajo el grifo

intentando que el frescor se transmitiese por todo el cuerpo.

- ¡Yo la amo! ¿Lo entiendes? ¡La amo! Y ella también me quiere, lo sé. Cuando

estábamos juntas todo era maravilloso y ahora… ahora…

La segunda andanada de lágrimas emergieron de sus ojos aun con mayor virulencia que la

primera.

- Venga. Vamos a merendar. Verás como luego ves las cosas de otra manera.

Mientras buscaba algo para untar en el chocolate lancé una pregunta indirecta. Ya había

recordado bastantes detalles de la tal Elena.

- Pero sólo estará allí durante el curso, ¿no?

- Sí - Contestó Miriam agarrando el vaso con las dos manos para calentarlas -. Iba a venir

en Navidad pero en lugar de eso viajann sus padres para allá… ¿Puedes creerlo? ¡Hijos

de puta! Lo hacen a posta para que no estemos juntas…

Segundo taco. La cosa era realmente seria.

- El verano llegará antes de lo que piensas… - dije torpemente, eso no era lo que ella

necesitaba oír.

- ¡Eso dice mamá!

Tal revelación hizo saltar las alarmas. Mi cuñada y yo no podíamos ir por el mismo camino si lo

que quería era consolarla. Me senté junto a ella e inundé el chocolate con trozos de galleta

antes de proseguir.

- La foto era para ella pues. – Apunté introduciéndole un trocito de galleta pringada de

dulce en su boca.

- ¡Sí! ¡Uff… está caliente!

- Perdona.

Tuve más cuidado con la segunda ración y después de soplarla y darle un besito para

comprobar su temperatura se la puse entre los labios. Una gotita de chocolate se rebeló

cayendo por la comisura que los separaba. De manera refleja la recogí llevándola de nuevo a

su boca y ella me chupó el dedo como hacía siempre. Después caí en la cuenta de que parte de

mi simiente podría permanecer todavía en mi apéndice y la retiré como rayo, rezando para

que no encontrase el sabor extraño.

Tras una pausa me dio mi ración de igual modo y prosiguió:

- Es solo un juego. No quiero que se olvide de mí y por eso lo hacemos. Ella también me

envía muchas. ¿Quieres verlas?

No me dio tiempo a reaccionar. En menos que canta un gallo manipuló su móvil y me plantó

frente a mis ojos una sucesión de fotografías con relativa buena calidad de una jovencita

morena de la que hasta entonces sólo conocía su nombre pero que jamás olvidaré. Por poco

me atraganto. Las instantáneas que me mostró dejaron a la de mi sobrina Miriam en una

niñería; eran pura pornografía realizadas por una adolescente: contorsiones extremas,

felaciones simuladas, coños penetrados por multitud de objetos de la vida cotidiana a cuál más

extraño, pezones acribillados por pinzas, clítoris retorcidos con saña, anos sangrantes

profanados por objetos cortantes… prácticamente todo lo que uno pueda imaginar e incluso

unas cuantas cosas que jamás se me hubiesen pasado por la cabeza que podían hacerse.

Me retorcí nervioso en mi asiento pero Miriam estaba desatada. Era evidente que quería

desahogarse y una vez más lo hacía conmigo sin ser consciente de las consecuencias de sus

actos.

- Estas son las mías, ¿ves? – Dijo dificultosamente mientras masticaba.

Si la primera sucesión de fotos ya había sido difícil de asimilar esta segunda a punto estuvo de

infartarme. De manera inconsciente negaba con la cabeza: mi sobrina, mi tierna sobrina, la

dulce niña de mis ojos, adicta al chocolate, no era capaz de hacer aquellas cosas. Eran similares

a las de su amiga… o peores… o mejores, según se mire. Yo estaba tremendamente

descompuesto y no sabía qué pensar de ella. De repente una me llamó poderosamente la

atención.

- ¡Espera, espera, espera! ¡Para! ¡Déjame ver esa!

- ¿Cuál? ¿Ésta?

- No… la de antes, atrás, atrás… ¡Esa!

Miriam se encogió y volvió a agachar la cabeza totalmente avergonzada, como si quisiera

desaparecer del mundo en ese preciso instante cosa que no me extrañó en absoluto. Ni qué

decir tiene que aparecía ella totalmente desnuda y con los labios abiertos en la instantánea en

cuestión pero eso no era lo relevante sino lo que realmente estaba haciendo: se estaba

meando ella misma en la cara y en la boca.

- Ya.. ya te digo que es sólo un juego…

- ¿Un juego?

- Pe… pero… ¿cómo…? ¿cómo se hace esto..?

- Es muy fácil – Me interrumpió como queriendo terminar con aquello cuanto antes -.

Usas una pared para apoyarte el trasero y con el palo del selfie te lo metes por el coño

y …

- ¡Vale, vale, vale! – Me apresuré a interrumpirla, no quería más detalles. Me estaba

enfermando por momentos.

- La mayoría que me hago así tengo que borrarlas antes de enviarlas, salen

desenfocadas.

- Comprendo.

- ¿Se lo dirás a papá y a mamá… – me preguntó por fin –… o borrarás la foto y me

guardarás el secreto?

Mi pene me dolía a rabiar, no me dejaba pensar con claridad. Estaba claro que si reaccionaba

como un adulto responsable y optaba por la primera opción perdería aquello tan bonito que

teníamos los dos para siempre. Si optaba por lo segundo con toda probabilidad me vería

obligado a borrar su foto y tampoco quería eso. Estaba claro que de una forma u otra nuestra

relación cambiaría a partir de aquella tarde así que opté por una tercera vía tan disparatada

como improbable:

- ¿Quieres… quieres que te haga yo las fotos? Para… para enviárselas a Elena, quiero

decir…

Si increíble me pareció la pregunta a pesar de que fui yo mismo el que la formuló todavía me

dejó más estupefacto la respuesta casi inmediata:

- ¡Siiiiiiiii!

Fue como quitarle la espoleta a una granada. La chiquilla asustada y compungida se

transformó en un polvorín de entusiasmo y éxtasis. A punto estuvo de mandar el chocolate a

tomar por el culo cuando se abalanzó sobre mí cubriéndome a besos. Me llené las manos con

sus glúteos y esta vez no fue algo casual ni casto. Se los palpé severamente, agarrándolos con

lujuria bajo la falda pero Miriam estaba tan contenta por mi propuesta que no pareció

importarle lo más mínimo.

- ¡Gracias tío! ¡Ya le dije a Elena que no me fallarías!

- Espera, espera… ¿Elena?

- ¡Sí! Después de mi… “cagada” me dijo que viniese aquí e hiciera todo lo que hiciera

falta con tal de borrar esa foto. Ella también se mete en un buen lío si nos descubren…

Sus papás son muy religiosos, ya sabes.

Ese “todo lo que hiciera falta” retumbará siempre en mi cabeza pero no era el momento ni el

lugar para darle más vueltas al asunto.

- ¿Listo? - dijo una vez hicimos sitio en el centro de mi salón.

Mi apartamento no es gran cosa y tuve que echar a un lado la mesa para adecuar el

improvisado set de fotografía.

- Sí.

- Ya sabes. Sólo tienes que darle al botón una vez y luego enfocar, nada más. Cada diez

segundos lanza una foto. Si quieres disparos rápidos le das a la estrellita…

- Ya, ya…

Apenas le puse atención, la impaciencia me comía vivo, me moría de ganas de que comenzase

el espectáculo. Pulsé el primer botón que vi sin pensar y tragué saliva. Sabía que jamás

olvidaría aquella tarde. Miriam no dejaba de sonreír y dar saltitos de alegría. Después se puso

algo más seria y se puso coquetear con la cámara. La forma sensual de relamerse me confirmó

lo que ya sabía: experiencia en posar de manera obscena no le faltaba, eso estaba claro.

- A veces me pongo algo de música cuando me desnudo para Elena. Me… motiva…

- Entiendo.

- A Elena le encanta verme con el uniforme, dice que me sienta muy bien. Le pone

cachondísima cuando me lo quito delante de la cámara…

- No… no me extraña.

- Ella enseguida se queda en pelotas pero a mí me gusta hacerlo más despacio…

- Me… me parece bien.

- Primero, jugueteo con la corbata… y me la quito lentamente… eso la pone muy

caliente.

- ¡Humm!

- Después los botones de la camisa… ¿lo ves? Aproxímate y haz algunos primeros planos

de mi escote. Le encantará…

Me acerqué tanto que se podían contar cada una de las decenas de pecas que adornaban el

comienzo de sus senos. Siguiendo su costumbre no llevaba sostén así que conforme iba

desabotonando la prenda fueron apareciendo progresivamente las perfectas manzanitas que

adornaban su pecho. Llegados a ese punto yo pensaba que mis bolas iban a estallar y las

manos me temblaban como si fuese un colegial.

- Lo que más le gusta de mí son mis tetas. Me lo ha dicho. – Dijo en tono divertido

observando sus redondeces por la abertura de la camisa-. Está todo el día

toqueteándomelas y chupándomelas, es toda una obsesa del sexo… bueno al menos

eso hacía cuando estábamos juntas.

- Co… comprendo.

- ¿Tú qué opinas, tío? – preguntó sacando pecho y agarrándose los senos con ambas

manos -. ¿Crees que tengo unas buenas tetas? ¿No piensas que son pequeñas? Los

chicos de clase dicen eso…

- Pequeñas… para nada. Son preciosas.

- Las de Elena son un poco más grandes, pero las mías están más duras y con el pezón

más hacia arriba.

Sacado de contexto no hay duda de que lo que hice a continuación estaba fuera de lugar pero

le toqué el seno como aquel que quiere comprobar la madurez de una fruta, como si fuese lo

más natural del mundo. Lo hice con cuidado, acariciándole la parte inferior suavemente con

las yemas de los dedos al principio, con la totalidad de la palma después. No era pequeña, ni

mucho menos sobre todo teniendo en cuenta sus apenas dieciséis primaveras pero es que yo

soy un tipo grande y su seno prácticamente desapareció en mi mano. Estaba caliente y el

calificativo de duro no le hacía justicia, más bien lo calificaría de pétreo o diamantino. Utilicé

el pulgar para juguetear con su pezón y este no me defraudó en absoluto, parecía querer salir

disparado. Pensé que no era raro que su amiga se volviese loca chupándoselos y que si yo

moría algún día quería hacerlo pegado a una teta como aquella.

Miriam comenzó a respirar cada vez más fuerte pero yo estaba tan ensimismado disfrutando

de su cuerpo que apenas reparé en ello. Sólo cuando cambié de pecho y repetí mi actuación

con ella me percaté de su estado de sobrexcitación y eso me turbó. No hizo falta decir nada,

bastó con cruzar nuestras miradas. Los ojos le brillaban como luceros, tenía la boca

entreabierta como si quisiera decirme algo o simplemente buscando oxigeno. No tuvo ánimo

para expresar nada, ni bueno ni malo. Lo que sí que puedo asegurar son dos cosas: que no

movió músculo alguno para evitar que la siguiese tocando y que su cuerpo era la antítesis a la

frígida de su tía: se calentó tan rápido como el chocolate en mi cazuela, tanto que me pareció

estar escuchando en ese instante el chapoteo de su vagina mientras la acariciaba.

De hecho, cuando la cordura volvió a mi cabeza y dejé de sobarla, inconscientemente

aproximó su busto para que lo siguiese tocando. Pareció sentirse defraudada cuando dije de

forma dificultosa:

- ¿Seguimos?

- ¿Qué…qué?

- Con lo de las fotos. Seguimos o lo dejamos…

- No, no… adelante.

Roja como un tomate, se bajó las bragas hasta las rodillas sin quitarse la falda tan velozmente

que tuve que detenerla.

- Tranquila, no te aceleres. Hay que hacerlo más despacio. Las fotos serán más

morbosas, ¿no crees?

- Vale.

- Súbetelas de nuevo y hazlo más despacio, más sensual, con más sentimiento… ya

sabes… piensa en Elena. Imagina que es ella la que está aquí delante de ti.

- ¡Elena! - dijo como recordando de repente el motivo de todo aquel numerito -. Sí,

claro, claro…

Volvió la prenda a su lugar y el segundo intento fue mucho más morboso y erótico que el

primero. Tras una sucesión de sugerentes fotografías la minúscula lencería terminó en su

tobillo en primer lugar y seguidamente fue lanzada por los aires en un gracioso gesto que dejó

a mi sobrina prácticamente desnuda ante mis ojos. Sólo la falda y sus pequeños calcetines

cubrían su cuerpo.

- Siéntate en la mesa, ¿te parece?

- Estupendo.

Miriam parecía repuesta de mi magreo y volvía a tomar las riendas del asunto. Parecía una

profesional posando, era excitante ver cómo evolucionaba sobre el tablero, entre los restos de

la merienda. Resultaba muy erótico el coqueteo que se llevaba con la cámara. Al principio

sugería más que mostraba pero pronto me demostró que no tenía el menor problema en

desinhibirse, mostrar su sexo y abrírselo de par en par ante en objetivo… y ante mí. Como yo

no manejaba muy bien el teléfono me acerqué a aquel coñito lampiño que me atraía como la

luz a las polillas en lugar de arriesgarme a hacer un zoom como Dios manda.

- ¿Se ve bien? ¿Hay pelitos? Me depilé ayer pero a veces se queda alguno rebelde…

Tuve que aclararme la garganta antes de contestar.

- No. Está perfecto.

- ¡Pero apunta bien, ¿en?! Que se vea todo centrado.

- Sí.

- ¿Se ve bien?

- Perfecto…

- Que se vea bien el clítoris y el agujerito. ¿Le falta algo?

Mi estado febril era tal que a punto estuve de contestarle que una buena polla como la mía

adentro pero en cambio salió de mi boca otra cosa distinta pero no menos excitante:

- ¡Chocolate!

Miriam se detuvo al instante, como si estuviese procesando la información y cuando lo hizo su

reacción fue, de nuevo, como una si una bomba atómica estallase.

- ¡Siiiiii! ¡Eso es, tiooooo! ¡Es genial! ¡Qué buena idea!

El que fue superado por los acontecimientos a partir de entonces fui yo. Mi pequeña sobrina

es flaquita y mal comedora pero cuando se trata de ese oscuro dulce todo es poco. Es por eso

que yo solía preparar una gran cantidad de chocolate espeso para nuestras meriendas

privadas. En menos que canta un gallo se abalanzó sobre el cacharro donde guardaba dulce

sobrante, agarró la cuchara de madera y se sirvió una generosa ración de cacao en la

entrepierna. Sin dejar de reír, se recreó en el juego de extendérselo por su más íntima

anatomía, sus jugos se entremezclaron con el postre y su sexo quedó pronto enterrado en una

fina capa de esencia de cacao. Como colofón se colocó un par de trufas coronando sus senos y

se llevó la cuchara a la boca para lamerla tal y como era su costumbre. Yo solía reprenderla

cuando hacía eso pero en aquella ocasión ni se me pasó por la cabeza.

Miriam, siempre tan modosa y comedida, con esa cara de niña buena que nunca ha roto un

plato, parecía aquella tarde la viva imagen de la lujuria, totalmente desatada y embadurnada

de chocolate por todos los lados.

- ¿Qué… qué tal estoy? ¿Crees que le gustará? – dijo mientras degustaba la mezcla de

sabores con su lengua - . ¡Uhmm, esto está delicioso…!

Yo estaba fuera de mí, también quería probarlo y lo hice. Ni siquiera sé lo que hice con el

teléfono, lo cierto es que utilicé las dos manos para mantenerle las piernas abiertas y

emborracharme de su coño azucarado a tumba abierta. Enterré mi cabeza entre sus muslos y

mi lengua parecía tener vida propia entre los pliegues íntimos de mi sobrina buscando sus

fluidos íntimos. Puedo jurar que jamás he probado ni probaré un nada que combine mejor con

el chocolate que el coño adolescente de mi sobrina predilecta.

- ¡Tioooo! – Gimió una y otra vez al verse atacada en tan íntimo recoveco -.¡Tiooooo….!

Su boca protestaba pero si ella me agarró del cabello no fue precisamente para que dejase de

chuparla sino para que lo hiciese con mayor ahínco. Arqueó la cadera para facilitarme la

cabeza y sus espasmos eran tan fuertes ante mi arremetida que parte de la vajilla cayó al

suelo, haciéndose añicos contra él. Me atrajo tan fuerte que prácticamente me asfixió contra

su vulva pero no me importó en absoluto, no veo mejor manera de morir que aquella.

Ni recuerdo cómo logre liberar mi herramienta, medio arrodillado en el salón de mi casa y

comiéndole el coño a mi pequeña princesa. El hecho cierto es que de repente la vi en mi mano

y no pensé en nada más que en montarla. Me levanté como un resorte, agarré a Miriam por

sus caderas, la coloqué justo en el borde de la mesa y se la clavé tan adentro como me fue

posible. Mi delicadeza o mesura debieron perderse con el teléfono móvil desaparecido.

Ella lanzó un chillido agudo al que siguieron mil más, uno por cada arremetida. Sólo dejó de

gemir cuando me abalancé sobre ella y clavó sus dientes en mi hombro mientras la penetraba.

Se enroscó en mí como una anaconda, fusionando su elástico cuerpo con el mío.

Fue un polvo animal, febril, intenso… casi violento. Fue algo mágico… diría que irrepetible,

pero no fue así ya que resultó ser el primero de una larga serie que aún perdura.

Decir que me corrí en su coño es sencillamente quedarse corto. Aguanté lo que pude pero es

que la niña se corrió de tal forma, apretó sus entrañas en torno a mi falo de una manera tan

intensa y desmedida que me fue imposible contenerme por más tiempo y justo cuando ella

alcanzó el orgasmo yo me derretí como la pastilla de chocolate en el fuego de su vagina.

Permanecimos los dos solapados, abotonados como perros, mientras intentábamos recobrar

el aliento. Para los dos fue un polvo especial: para mí el mejor y para ella el primero de su vida,

al menos con un hombre.

Según me confesó después hasta ese momento sólo había tenido diversas experiencias

lésbicas una de las cuales se llevó por delante su himen.

Cuando todo terminó la situación fue cuanto menos embarazosa. Ninguno de los dos sabíamos

cómo actuar. Vergüenza, miedo, culpa… eran sentimientos que se contraponían con la

satisfacción carnal obtenida. Supongo que a mí como responsable me correspondía decir algo

pero no tuve el valor para hacerlo. Me limité a ayudarla a buscar sus ropas y verla cómo se

vestía en silencio, sin mirarme a la cara. Por encima del resto de sentimientos había uno que

prevalecía: el miedo. Miedo no por lo que habíamos hecho sino todo lo contrario: miedo a que

no se repitiera. Al fin y al cabo ella era la menor y yo el adulto. Supuse que iba a perderla para

siempre así que me armé de valor y quise decir algo ocurrente que lo impidiera:

- Yo… yo…

- ¿Dónde está el móvil? – me interrumpió de repente.

- ¿El móvil?

- Sí, mi teléfono. Lo… lo llevabas tú, ¿dónde lo has puesto?

- No sé.

Nos pusimos los dos a buscarlo. Enseguida lo encontré junto a una de las patas de la mesa.

Mientras ella lo examinaba volví a la carga pero ella de nuevo se me adelantó.

- Pero, ¿qué has hecho?

- No sé… no sé en qué estaba pensando. No… no he podido contenerme…

- Digo con en móvil, ¿qué botón has apretado?

- ¿Qué?

- ¡No has hecho ni una foto! ¡No se ha grabado nada! – Me dijo con los ojos muy

abiertos con cara de alucinada.

- ¿Qué? Yo… yo le di al botón ese…

- ¿Ese? ¡Pero ese no es, era este otro! – me indicó entre risas otro de los iconos distinto

al que yo había pulsado.

Temí su reacción airada pero una vez más su carácter dulce salió a relucir. Regalándome una

cálida sonrisa se apiadó de mi torpeza suprema dándome un beso casto en la mejilla.

- Eres un desastre con esto de las tecnologías, tío. – Me susurró al oído -. ¡Te quiero!

Y me tras decir esto me estampó un beso en los labios que por poco me deja sin aire.

Mientras su lengua jugaba con la mía me sentí aliviado por su actitud conciliadora y para nada

beligerante. Cuando dejó de besarme no me quedó más remedio que, una vez más, admitir mi

analfabetismo tecnológico.

- Lo siento.

Los dos teníamos muy claro que mi disculpa no sólo se debía a mi escasez de pericia con el

teléfono.

- No pasa nada. ¡Qué se le va a hacer! – Dijo quitándole importancia al asunto con su

natural frescura.

Y tras guiñarme pícaramente prosiguió:

- Tendré que volver mañana. ¿Te parece?

- ¿Mañana?

- Sí.

Y tras una pausa apunté sonriente:

- Haré chocolate. Un montón de chocolate, montañas de chocolate…

- ¡Síiiiiiiii!

 

Ya han pasado algunos años desde aquello. Elena pasó a la historia pero mi sobrina ha tenido

y de hecho sigue teniendo pareja femenina de forma más o menos constante. Dice que su

lesbianismo está fuera de dudas pero aún así, de vez en cuando, menos a menudo de lo que a

mí me gustaría, sigue viniendo a casa a por su buena ración de… chocolate