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La Mascota (11 de 11)

en Dominación

CAPÍTULO 11:

-          ¿Holanda?

-          Sí, eso he dicho: Holanda. Es un país de Europa…

-          Mamá, sé dónde está Holanda. No soy tonta.

-          Sí, ya lo sé, Elainne. Sé que no eres tonta. Y por eso tienes que aprovechar esta oportunidad que te brinda la vida, aquí no tienes futuro.  La señora Doutzen está dispuesta…

-          ¿Señora Doutzen?

-          Sí, ya sabes: la mujer de ese vicioso, del piloto, ¡del vecino!…

-          Ah. Sí, esa Doutzen.

-          ¿Conoces a alguna más?

-          No.

-          ¡Pues deja de interrumpirme de una vez!

-          Vale, vale.

-          Necesitan una niñera. Por lo visto tienen cinco hijos… ¿puedes creerlo? Con la figura que tiene esa señora.

-          Entiendo.

-          Están dispuestos no sólo a darte un sueldo por tu trabajo sino a acogerte en su casa con todos los gastos pagados, a pagar una academia de idiomas e incluso a costearte la carrera universitaria que desees.  ¡Me parece increíble! Me pareció un regalo caído del mismísimo cielo. Sabes que ni yo ni mucho menos el desgraciado de tu padre podemos pagar una educación así.

En su fuero interno, Elainne daba botes de alegría. Obviamente conocía la propuesta, llevaban meses planeando todo aquello con el matrimonio europeo, pero debía disimular su felicidad puesto que pensaba que, si su mamá la veía demasiado entusiasmada con la idea de viajar al extranjero, era capaz de echarse atrás solamente para hacerle daño. Era típico de ella comportarse así con su hija.

-          ¿Pero qué va a ser de ti? ¿Quién hará las tareas del hogar cuando no esté?

-          Tu hermano se encargará.  Me he dado cuenta de que no es más que un vividor. ¿Puedes creer que casi todas esas veces que se supone iba a trabajar haciendo horas extraordinarias las pasaba con esa… esa… putita que tiene por novia? Me ha tenido bien engañada todo ese tiempo, tanto él como la “santa” de tu sobrina. Otra desgraciada. Decía que tú mostrabas y luego resulta que era ella la que andaba con hombres casados.

-          Entiendo.

Los cimientos de su familia se habían resquebrajado un par de meses antes, cuando se descubrió que la hija de su hermana se había quedado preñada del chico del expreso, el conductor casado de taxi privado que las llevaba al colegio a diario y con el que tomaban alcohol de vez en cuando.

-          Tendré que pensarlo.

-          ¿Pensarlo? ¿Estás loca? Si no vas allá te echo a patadas de casa.

-          ¡Mamá!

-          Perdóname, hija. No quise decir eso.

Los ojos de Elainne se abrieron de par en par: era la primera vez que escuchaba una disculpa de los labios de su mamá.

-          No es mi intención ofenderte, pero en verdad te digo que serías una tonta si dejas escapar una oportunidad como esta.  Esos señores parecen buenas personas en el fondo.  Inclusive el señor. Dejando aparte sus pecados, es agradable y atento. Además, si has conseguido mantenerte alejada de las garras de ese pervertido todos estos meses seguro que puedes hacerlo allá, en su hogar, con su esposa vigilando.

Elainne comenzó a toser. El zumo de papaya no entró por el conducto apropiado y le produjo la tos.

-          ¿Qué tienes?

-          Me… me atraganté.

-          Entonces, ¿qué me dices?

-          Lo pensaré.

-          ¿Que lo pensarás? Pues no lo pienses mucho y decídete pronto, la señora me dijo que teníamos que decirle algo esta semana.

-          Está bien.

-          ¿Qué?

-          Que sí. Dile que sí.

La mujer abrazó a su hija como hacía tiempo que no sucedía. Podía parecer arisca e incluso fría con ella, pero en el fondo de su corazón la quería más que a su vida.

-          ¡No sabes cuánto te echaré de menos, hija!

-          ¿De verdad?, ¿seguro que no lo haces para librarte de mí?

-          ¡No digas eso ni en broma! ¡Prométeme que me mandarás un mensaje todos los días!

-          ¡Sí, mamá!

-          Y fotos, muchas fotos. Dicen que Holanda es un sitio precioso, todo lleno de flores…

-          ¡Que sí, mamá!

La mujer comenzó a divagar y a soñar despierta. Elainne, en cambio, sólo pensaba en que, a partir del momento en el que entrase en el hogar de los Addens, podría transformarse todo el tiempo.  La chica estaba muy feliz por eso, tanto que incluso le pareció que la fiebre remitía. La herida del piercing de su clítoris se había infectado un poco y no lo estaba pasando demasiado bien esos días.

Los preparativos del viaje apenas llevaron unas pocas semanas.  El secretario del embajador, que era un adorable conejito en sus ratos libres, se encargó de tramitar todo el papeleo de manera diligente. 

El día de la partida fue un cúmulo de risas, lloros y emociones, sobre todo por parte de su mamá, su papá, su hermano e incluso de su hermana y su sobrina, que ya mostraba un estado de gestación considerable.

 Elainne disimuló lo mejor que pudo su indiferencia, apenas sintió emoción alguna al despedirse, hacía tiempo que no les consideraba su familia.  No tenía la menor intención de volver a verles, ni tan siquiera llamarles. Quedarían atrás en su vida como un mal sueño, un nuevo horizonte se abría paso frente a ella.

La joven apenas se llevó equipaje, allá donde iba no necesitaba demasiada ropa. De hecho, le costó más dejar atrás la casa de Karl que la suya propia. Recordaba los buenos momentos vividos dentro de aquellas paredes y sabía que la iba a echar mucho de menos.

Mientras recorría la estancia gateando por última  un pensamiento : cabía la posibilidad de que otra mascota ocupase su puesto en ella. Al  principio de su relación con Karl eso hubiera supuesto un problema pero estaba tan sometida a la voluntad de su dueño que tal circunstancia no le importaba en absoluto. Todo lo que él deseaba ella lo asumía como propio.

Voló en la clase Bussines Premium en la KLM Royal Dutch Airlines, a todo lujo; no se privó de nada. Allí le esperaba una complaciente y servil auxiliar de vuelo. Le costó un poco hacerse a la idea de que Doutzen estaba allí para satisfacerla y no al revés. Saltándose las normas, la llevaron a la cabina. Allí descubrió a Hanna, la comandante de vuelo más joven de toda la compañía. Le sorprendió bastante averiguar que los roles de mando privados eran inversos con respecto a los de la vida real.

El vuelo llegó al Aeropuerto de Hassen sin mayor novedad. Tras pasar la aduana y recoger el equipaje, las tres mujeres tomaron un taxi hasta un hotel. Como ya era tarde, compartieron habitación y vicio en un lujoso hotel como anticipo de lo que iba a suceder a partir de entonces.

A la mañana siguiente dejaron a Hanna en su hogar. Allí la esperaban su marido y una pecosa niña de tres años.

El taxi prosiguió su marcha hasta una bonita casa en las afueras de Utrecht. Elainne descubrió un frondoso jardín y miles de tulipanes en él, con una enorme tapia a su alrededor; el sitio ideal para gatear libremente desnuda, lejos de miradas indiscretas.

Karl salió a su encuentro y se fundieron en un intenso abrazo acompañado de besos y tiernas caricias. Doutzen optó por dejarlos solos, sabedora de que había momentos en los que dueños y mascotas deseaban no ser molestados. En realidad, tenía un poco de celos de la adolescente, pero no más de los que una persona normal tiene de la mascota de su ser más querido.

El matrimonio ejerció de perfectos anfitriones. Le enseñaron todas y cada una de las estancias de la casa. El ático estaba cerrado por una robusta puerta verde así que no hizo falta que le enseñaran lo que tras ella se escondía.

Por supuesto le mostraron su habitación, que era bastante más grande que el salón de la casa de su mamá. En ella se encontraba un coqueto arenero, juguetes y un confortable colchón en el suelo donde dormir. También le regalaron toda una colección de orejas felinas, artículos de maquillaje e incluso varios plugs anales de diversos tamaños y formas. Como es lógico también había un armario donde colocar sus cosas humanas y un escritorio con todo tipo de aparatos electrónicos de última generación.

Después de un largo baño reparador y de una sesión de sexo salvaje con su dueño, la jovencita de rasgos latinos se transformó de nuevo en esa sensual gatita negra que a todos tenía encandilados.

Ya era media tarde cuando conoció a, Klazina, una  bellísima joven de aproximadamente su edad, heredera sin duda de las voluptuosas curvas de su madre y Koenradd, el primogénito de la familia, viva imagen de su padre.

Como corresponde a la magnífica mascota en la que se había convertido, Elainne enseguida descubrió que las varillas de las gafas de Klazina eran en realidad dos diminutas serpientes entrelazadas. También identificó el mismo símbolo en  Koenradd, esta vez tatuado en su antebrazo. Llena de gozo, a partir de entonces, pasó a convertirse en la mascota de todos ellos.

Nada le apetecía más que formar parte de aquella familia de dueños.

Por la forma de mirarla supo que los dos vástagos deseaban darle algo más que caricias; tanto Koenradd como Klazina ardían en deseos de poseerla y pudieron satisfacer sus ansias de sexo con ella durante el resto de la tarde. Elainne les dio lo mejor de sí y ambos quedaron muy satisfechos con ella.

A la hora de la cena, todos se reunieron junto a la mesa. La familia tuvo la deferencia de colocar un cuenco con la comida de Elainne, justo al lado de la chimenea, para que su nueva mascota estuviese lo más cómoda posible.

Cuando terminaron el ágape, Karl se dirigió a la recién llegada:

-          Elainne, por favor. Levántate y ven aquí.

-          Sí, señor. – Dijo la muchacha incorporándose.

-          Toma, esto es para ti.

La joven recogió de las manos de su dueño una cajita negra y alargada de terciopelo negro. Cuando la abrió, sus vivarachos ojos marrones centellearon más inclusive que las ascuas de la hoguera. En ella pudo ver un utensilio semejante al utilizado para marcar las reses de ganado sólo que con brillantitos engastados en la empuñadura y una diminuta “K” en el extremo contrario.

-          Guárdala todo el tiempo que sea necesario, Elainne.  No haremos uso de ella hasta que estés completamente segura de lo que eso implica. Piensa que, una vez seas marcada, ya no habrá vuelta atrás. Serás la mascota de mi familia hasta el final de tus días.  Te aconsejo que no te precipites…

El hombre dejó de hablar. Elainne tenía la decisión tomada desde hacía mucho tiempo así que, mientras su dueño lanzaba su innecesario discurso, ella agarró el hierro y colocó la “K” en la parte más vigorosa del fuego. Después, se arrodilló en el suelo y, colocando su trasero a la vista de todos, ofreció sus nalgas para fuesen marcada con la inicial de su dueño.

-          ¡Miauuu!  - Aulló de manera insistente.

Al ver que su marido dudaba Doutzen intervino:

-          ¿Quieres que lo haga yo?

-          No.  Es mi mascota, debo ser yo el que la marque. Así son las cosas y así deben ser.

A Karl le temblaba la mano cuando agarró el hierro candente. No era la primera vez que inscribía su inicial a fuego en la piel de una joven mascota, pero Elainne era mucho más que eso para él.  De hecho, poco antes de que la muchacha iniciase aquel viaje de no retorno, el hombre le confesó su amor incondicional y su firme disposición a dejarlo todo atrás para estar con ella como hombre y mujer, pero la chica tenía tan asimilado su papel de mascota humana que lo rechazó. No cabía en su cabeza otra relación entre ellos que no fuese el amor puro e incondicional correspondiente a un buen amo y su fiel mascota. 

El dolor que sintió Elainne al ser marcada de manera permanente fue tan intenso que rompió buena parte de sus uñas arañando el parquet. Lanzó un alarido desgarrador y olió su propia piel quemada justo antes de desmayarse. Aun así, su vulva reaccionó tan rápido a la agresión sufrida que, antes de desvanecerse, le regaló el mayor orgasmo que había sentido en su vida.

Al día siguiente se despertó cuando el sol estaba ya en lo alto.  Al principio creyó que todo había sido un sueño, pero la decoración de la habitación y, sobre todo, el intenso dolor en su trasero le hicieron saber que lo sucedido era real.

A su lado descubrió la cara de Karl sonriéndole.

-          Buena chica, buena chica. – Le susurró acariciándole la mejilla.

La gatita entornó los ojos y comenzó a ronronear.

Fin.

Kamataruk.

kamataruk@gmail.com