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A Través del Espejo. (3-4): GUSTAR

en Orgías

Esta vez Paula no se dejó amedrentar, era la cuarta vez que la adolescente estaba en una habitación de “GUSTAR” y quería la polla más grande para ella sola. Las otras dos hembras anónimas con las que compartía el octógono acolchado no se lo habían puesto fácil pero al final se había salido con la suya a base de codazos, tirones y empujones. El cipote XXL entraba y salía de su boca en exclusiva. Era enorme, casi no podía alojárselo entre las mandíbulas pero ella hacía todo lo posible para jalárselo bien adentro.  Y no solo eso, con sus manos masajeaba los miembros viriles de otros dos desconocidos con soltura. No eran gran cosa pero sí un buen aderezo al plato principal que no era otro que la barra de carne que tan gustosamente  alojaba entre sus labios. Sólo deseaba que aquellos otros dos desgraciados le avisaran con el tiempo suficiente como para poder degustar su esperma directamente de las vergas y no tener que lamerlo del suelo, cosa que, por otra parte, tampoco le suponía un gran trauma.  A veces lo hacía a posta para excitar más a los machos mientras se embadurnaba las tetas con leche. Era una chica lista, conocía sus armas y estaba aprendiendo a utilizarlas a pasos agigantados.

Las habitaciones de GUSTAR eran salas pequeñas, casi claustrofóbicas donde entraban las veteranas con ganas de mamar pollas o chicas nuevas que tenían que demostrar su valía como Paula. En aquella ocasión sólo eran tres pero podía perfectamente alojar a cuatro gargantas profundas que, apretadas unas contra otras, pugnaban por meterse en la boca el trofeo más grande. Hasta un máximo de ocho hombres introducían simultáneamente las vergas por unos agujeros y ellas hacían el resto. Cuando los testículos no daban más de sí dejaban paso a otros cargaditos de simiente, y  estos a otros, y así sucesivamente hasta que todos quedaban satisfechos o hasta que las chicas tenían que irse.  Paula perdía la noción del tiempo limpiando prepucios con la punta de la lengua. Llegaba a tragar tanto esperma en una sesión de aquellas incluso un par  de días después de hacerlo todo lo que comía le seguía sabiendo a lefa.

-          Eso es… putita… lo haces muy bien… eres la mejor…

Las habitaciones de GUSTAR permitían que los hombres viesen a las hembras en plena acción a través de mamparas de cristal. Estas barreras transparentes disponían de aberturas para que las esclavas pudiesen escuchar los comentarios  que los huéspedes hacían sobre ellas. A Paula le encantaba entrar allí y oír las barbaridades que decían sobre su cuerpo o sobre su facilidad para introducirse las pollas hasta la garganta. Sólo lamentaba no poder lamerle las pelotas al superdotado aquel, no lo había hecho hasta entonces pero intuía que iba a resultarle muy agradable juguetear con los testículos y su lengua.

-          ¿Ya sabes qué día follas, Roja? – Le dijo aquel tío.

-          No – contestó ella dándose un ligero respiro -. Cuando la Señora me de permiso…

-          Ya tendrás ganas… tienes el vicio en el cuerpo…

Ella asintió observando el órgano sexual con detenimiento.

-          Sí…

-          Espero poder venir y  partirte en dos el trasero como Dios manda…

-          Ojalá… - dijo ella sin pensar en la tortura que aquello le habría supuesto, sólo quería terminar la tarea que tenía encomendada aquel día.

El hombre no pudo seguir hablando. Sentía que se le iba la vida por la punta del capullo. Paula lo notó e incrementó el ritmo de forma considerable. Sabía que el final estaba cerca, un traguito más de semen que meterse entre pecho y espalda.

-          ¡Tomaaa, putaaaaaa!

La boca de la joven se llenó de esperma en cuestión de milésimas de segundo. La cantidad era tal que no pudo albergarlo todo y una porción de simiente salió desparramada por su cara. Se unió al ya reseco procedente de las vergas atendidas anteriormente por la adolescente.

-          Haz eso que tanto me gusta… perra…

Una vez más la ninfa cumplió los deseos de macho desconocido.  Abrió los labios y apareció su lengua bañada en néctar masculino. Comenzó a hacer gárgaras con él. Aquella extraña práctica se había convertido en una especie de marca personal, algo que la hacía diferenciarse de las demás, como si el hecho de ser la única pelirroja adolescente que frecuentaba aquel sitio no fuese suficiente signo identificativo.

A Pau le encendía la forma con la que los hombres la miraban cuando hacía eso. Les brillaban los ojos con lujuria, deseándola de una forma animal y febril.  A veces golpeaban tan fuerte el cristal que pensaba que iban a destrozarlo y que después la violarían allí mismo, con los cristales rasgándole la espalda.

Se tragó la simiente de un golpe, mostrando de nuevo su cavidad bucal expedita y limpia, lista para la siguiente verga.

Una de las veteranas aprovechó el momento de distracción de Paula y le empujó de forma traicionera a un lado.

-          ¡Hey!

-          ¡Muérete, perra!

Y de repente la joven se vio privada del majestuoso pedazo de carne y de los restos de esperma que todavía de él colgaban.

-          ¡Cuidado idiotas! Si me hacéis daño juro por dios que os parto las piernas. – Dijo muy enojado uno de los tipos a los que Paula agarraba por el rabo.

-          ¡Perdón!

-          ¡Ni perdón ni hostias, a chupar, joder!

Ella asintió y enseguida se dispuso a compensar el agravio de la mejor forma que sabía, esto es, regalándole a aquel tipo una deliciosa mamada.  Le molestó relativamente verse despojada del mejor estoque pero al menos le quedaba la satisfacción de que la primera descarga, la más copiosa, había sido para ella.

Así estuvo horas, regalando su boca a hombres anónimos que le llenaron el estómago de espermatozoides.  De repente se vio sola. Ni se había dado cuenta de que llevaba ya un buen rato sin compartir espacio con alguna hembra y que al retirarse la última verga ya no había ocupado su puesto una nueva.

No supo qué hacer, su tiempo allí todavía no había terminado. La Señora se hubiera acercado a buscarla con tiempo suficiente como para asearse de forma conveniente. Sintió frío, no estaba cómoda. No podía salir de allí sin que alguien desde afuera le abriese la escotilla por la que había entrado y comenzaba a impacientarse. Pensó en gritar pero se contuvo. Eso no gustaría a la Señora.

Se protegió instintivamente los pechos y acurrucándose en un rincón pasó uno de los ratos más angustiosos de su corta vida. Le aterraba estar sola.

De repente, a través de uno de los cristales distinguió una silueta familiar para ella. Se le alegró la mirada y el corazón volvió a latirle con fuerza.

-          ¡Ama! – Dijo llamando a la otra tal y como esta le había enseñado.

-          ¿Qué tal, puta? ¿Has gozado con tanta verga?

-          S.. sí, Señora.

-          Se nota. Estás hecha una mierda.

Viniendo de ella aquello era lo más parecido a un cumplido así que Paula lo agradeció:

-          Gracias, Señora.

 Tras un silencio la voz ronca prosiguió.

-           Lo has hecho  bien…muy bien. Ya estás preparada.

-          ¿Estoy lista para…? – dudó la chica en proseguir.

-          ¿Dime cómo pretendes hacerlo si ni siquiera puedes decirlo?

-          Para follar. ¿Estoy lista para follar, Ama?

-          Sí, pequeña sí. Estás preparada para follar.

A la chica se le iluminaron casi de forma imperceptible los ojos. Su día de atravesar el espejo se aproximaba.

-          ¿Ya es la hora, Ama?

-          Todavía falta un rato, Roja.

-          ¿Ya no hay más huéspedes, Ama?

-          No, pero sí hay una polla más.

-          ¿Una más?

La Señora no contestó. Paula se que quedó estupefacta cuando en el agujero correspondiente a la dueña apareció una serpiente de un ojo de considerables dimensiones. Era tanto o más contundente como la que se había trabajado durante la tarde, no tenía nada que envidiarle. Todavía no estaba erecta del todo.

-          Ama… tú… tú… eres… un…

-          Quítate la máscara.

Paula se liberó del antifaz, su rostro juvenil apareció en todo su esplendor.

-          Abre la boca, Roja.

-          Tú… tú no…

-          ¡Ábrela! – dijo la dueña con dureza -. ¡Obedece y calla, perra!

Paula por enésima vez cumplió la encomienda.

-          No la cierres, pase lo que pase. Haz exactamente lo que te ordene. Quiero saber de qué pasta estás hecha, quiero saber si de verdad vales para esto. ¿Entendido?

-          Sí… Ama.

Del majestuoso miembro viril salió en esa ocasión un líquido de naturaleza bien distinta al que Paula estaba acostumbrada.  Como no podía ser de otra manera dado la escasa distancia el chorrito de orina cayó directamente en su boca. La chica se quedó petrificada.

-          No lo tires… ni lo tragues. Quieta…

El travestido  vació su vejiga entre los dientes de la joven, esta aguantó el envite como pudo, cerrando los párpados y apretando los puños. Reprimió de mala manera  a base de coraje las arcadas que una tras otra partían desde sus tripas. Aguantó como una jabata, pese a que el sabor le desagradaba enormemente.

-          Eso es, mi princesa… ahora… traga…

Paula no quiso pensar, por su cabeza sólo se le pasó la idea de obedecer, y así lo hizo. Deglutió cuanto ácido pipí fue capaz.  Buena parte del mismo pasó hacia su estómago y otra porción abandonó su boca, cayendo sobre su busto a través de la comisura de los labios.  No necesitó una nueva orden, enseguida volvió a por más.   Su posición sumisa le permitía ver la silueta de la Señora que,  permanecía impertérrita detrás de la mampara.

De repente un intenso y breve haz de luz iluminó la instancia. El flash descolocó a Paula que, en un acto reflejo, cerró los labios.  Como consecuencia de ello el hilito de orín se estampó en su rostro y salpicó en sus ojos.

-          ¡Ay!  – protestó.

Intentó protegerse con las manos y se acurrucó en el suelo. La Señora no dejó de orinarla por eso, aliviándose sobre su cabello y el resto de su cuerpo, dejándola totalmente empapada.

La luz escupió de nuevo, una nueva fotografía inmortalizó el encuentro. La joven comenzó a lloriquear.

-          Pau.

-          ¡Qué!

-          ¿Quieres… dejarlo por hoy?

-          ¡No! – gritó la chica, sacando fuerzas de flaqueza. Estaba molesta pero no con la señora sino consigo misma al no haber sido capaz de aguantar -. ¡Méame la boca, Ama!

Y con renovados bríos volvió a arrodillarse frente al cipote. Su aspecto era realmente lamentable, con los cabellos revueltos  por aquí y por allí, la orina resbalando por su piel y los restos de esperma todavía decorando su cara. Decidida y dispuesta, se bebió cuanto líquido amarillento fue alojado en su boca.

 Cuando la lluvia dorada cesó y bajo una ráfaga de flases que no dejaban de cegarla puso en práctica todo lo aprendido, regalándole al último falo a su disposición todo el placer que sus labios de adolescente fueron capaces de dar. La Señora le agradeció el gesto, embadurnándole la cara con grumitos de esperma e inmortalizando la escena fotograma a fotograma.