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La Mascota (9 de 11)

en Dominación

CAPÍTULO 9:

Elainne rabiaba de placer, su pulso se aceleraba por momentos. Dentro de la habitación verde, tumbada sobre el potro de torturas, con los tobillos unidos por cinta americana a las muñecas, adoptaba una postura tremendamente incómoda para sus extremidades y que dejaba expuesta toda su anatomía íntima a cientos de espectadores. Con todo, eso no era lo más doloroso ya que las cadenitas que colgaban del techo tiraban de los aritos que pendían de sus pezones cada vez que se retorcía. La joven se los había perforado, a instancias de Karl y a escondidas de su mamá, unas semanas atrás al comprobar que las pinzas metálicas que solía colocarse en los pezones no le producían dolor alguno.

Sus tremendos chillidos quedaban amortiguados por el aislante sonoro de la estancia y eran del todo ininteligibles ya que el extraño aparato que llevaba en los labios aprisionaba su lengua de tal forma que esta permanecía fuera de la boca todo el tiempo.  El aparato bucal le provocaba un babeo constante con la consiguiente descomposición de su maquillaje felino. El espéculo de frio acero que le dilataba el esfínter anal tampoco le resultaba cómodo. El terrible instrumento separaba las paredes del intestino de la muchacha dejando salir a través de él las heces y otros fluidos. El dueño que lo manipulaba se había ensañado sexualmente con su orto antes de torturarla, anegándolo de esperma.

La pareja norteamericana llevaba una toda la semana poniendo a prueba a la mascota de Karl sin éxito. Elainne no había cometido ni un solo fallo como gatita sumisa y complaciente, era la perfección hecha carne. La poseyeron sexualmente de una y mil formas, pero ese no era su verdadero objetivo; era evidente que deseaban más de ella.  Desesperados, se saltaron las normas y le pidieron, más bien le suplicaron a la adolescente que hiciese algo indebido el último día en que permanecerían en Quito. Habían recorrido siete mil kilómetros para estar con ella y temían irse a casa sin poder disfrutar de su cuerpo en la habitación verde.

Elainne les complació defecando sobre las botas de cuero negro de Dior de la mujer mientras les miraba pícaramente y eso destapó la caja de los truenos.

La dueña se disponía a verter la tercera andanada de cera caliente sobre la parte más sensible del sexo de Elainne cuando un sonido estridente envolvió la estancia. La chica lo identificó de inmediato, era su teléfono móvil. Su semblante cambió de inmediato. Desesperada, intentó decirle algo a la mujer, pero ésta sólo quería completar el sellado de su coño con cera roja.

-          ¡Es su teléfono, suéltala! – Dijo el hombre dejando de beber los fluidos que obtenía de aquel ano dilatado.

-          No. Sólo un poco más.

-           El trato con Karl era muy claro. Si suena el teléfono la liberamos de inmediato.

-          ¡No!

Elainne chilló y forcejeó cuanto pudo, pero la dueña seguía derramando gotitas incandescentes en su coño una tras otra.

El hombre tomó la iniciativa y, después de empujar a su mujer, comenzó a liberar a Elainne a toda prisa.  A esta le costó reaccionar pese a que el hombre anduvo rápido. La dueña había vertido la cera muy de cerca, sin darle tiempo a que esta se enfriase durante la caída y las últimas andanadas le habían dolido de veras. Aun así, hizo de tripas corazón y, haciendo un esfuerzo supremo, tomó el celular. Le temblaba todo cuando lo examinó.

-          Mierda, mi madre. - Murmuró.

Respiró varias veces intentando recuperar el aliento mientras se limpiaba el sexo de cera.

-          Hola.

-          ¿Dónde estabas?

-          En el baño, duchándome.

-          ¿Otra vez? Seguro que estabas mostrando las tetas a algún pervertido como dice tu sobrina.

Elainne encajó el golpe lo mejor que pudo, no dijo nada.

-          La señora Julia… ha muerto.

-          ¿Qué?

-          Lo que oyes, de un infarto. Estaba en mercado y, de repente, cuando estaba comprando mangos nuestro señor la acogió en su seno.

-          Oh.

La noticia pilló de sorpresa a Elainne. La señora Julia era una vecina con sus rarezas, pero con ella siempre había sido bastante amable. Eso sin contar que era pariente lejano de su padre.

-          Necesito que hagas algo. Compra comida y también bebida, lo que se te ocurra. Tendremos que preparar algo para la gente que venga al velorio. Toma todo el dinero que haya en la casa, sabes que la señora Julia tiene muchos amigos en el barrio. Como parientes lejanos por parte de tu papá tendremos que hacernos cargo nosotros de todo. Esta vez tendrás que acompañarme a la iglesia, te guste o no. Ya estoy harta de esa tontería tuya de renegar del buen Dios.

-          Entiendo.

-          Sobre todo no te duermas ni te distraigas. Necesito que, por una vez, seas útil para variar.

Esta vez la impertinencia pasó desapercibida para Elainne. Despistada por naturaleza, intentaba memorizar todo lo que su mamá le había pedido. Se esforzaba mucho en complacerla, aunque no siempre sus esfuerzos tenían la recompensa merecida. La mayoría del tiempo ella se sentía un estorbo, un cero a la izquierda. De hecho, sólo durante el tiempo que permanecía en la casa de Karl transformada en gatita encontraba sentido a su vida.  

-          Tengo que irme. Una vecina ha fallecido.

-          ¡Oh… qué pena! – Dijo la mujer bastante molesta.

-          Has estado fantástica, de verdad. – Apuntó el hombre mucho más atento.

-          Vendremos a verte otro día, no lo dudes.

-          Como deseen.

-          Karl tiene muchísima suerte de tenerte como mascota. Se lo digo siempre.

-          Te hemos traído algo para que lo uses aquí.  Es sólo una bagatela. – Dijo la señora entregándole una bonita cola con un dildo metálico dorado con una K troquelada. –Es bañado en oro de 24 quilates.

-          Cariño, eso no hacía falta decirlo.

-          Y esto para ti. Sé que probablemente no puedas ponértelos, pero puedes venderlos si lo necesitas – comentó la mujer enseñándole unos pendientes de oro con unos pequeños brillantes dentro de una cajita -.  Son muy caros.

-          Disculpa a mi mujer – dijo él encogiéndose de hombros -. Piensa que todo el mundo necesita su maldito dinero.

-          No importa. Son preciosos. Muchas gracias, de verdad.

La joven se desmaquilló a toda prisa mientras el matrimonio discutía y se fue a su casa no sin antes taparse los pezones con unos apósitos. Solía llevar ropas amplias, más bien de chico, y eso le permitía ocultar con mayor facilidad las joyas áureas que adornaban sus pechos. Tenía en mente colocarse un tercer aro en el clítoris, pero no se atrevía por miedo a ser descubierta.

La noche se hizo larga, fue un ir y venir de gente a la casa de la señora Julia. Elainne y su hermano se emplearon a fondo cocinando y atendiendo a las personas que fueron a darle el último adiós a la vecina. Casi se le cae la bandeja de dulces a la muchacha al descubrir a Karl y a Doutzen, vestidos de riguroso duelo, dándole las condolencias a su madre. Hanna, su mascota humana, les acompañaba en un discreto segundo plano.  Ambos estuvieron exquisitos y actuaron como si fuese la primera vez que conversaban con Elainne cuando la mamá de esta les presentó. Hanna no habló en toda la velada con la excusa de no entender bien el idioma.  Los dueños y su mascota permanecieron en la casa de la vecina haciendo gala de una amabilidad impoluta. La chica estaba muy nerviosa al ver a su mamá y a Karl charlando de manera cómplice y distendida.

-          Tendríamos que ir a casa para asearnos y a cambiarnos de ropa para el funeral.  – Dijo la mamá a Elainne unas de horas antes del sepelio, a la madrugada siguiente.

-          Sí.

-          Vayan sin cuidado. Nosotros atenderemos a todo el que venga a última hora. – Dijo el piloto de manera afable. 

-          Muchas gracias.

-          No hay de qué.  

Una vez en su vivienda la señora se dirigió a su hija:

-          Es muy atento el vecino, ¿no crees?

-          S…sí.

-          Y su mujer es una bellísima persona. Además, es muy hermosa.  Me parece increíble que él sea capaz de engañarla de esa manera tan miserable; estoy segura de que esa pelirroja es una de sus amantes. Decía la señora Julia, que en la Gloria esté, que en esa casa entra gente diferente un día tras otro y que montan unas orgías tremendas por las tardes. Todavía no comprendo cómo tú no oyes nada estudiando al otro lado de la pared.

-          ¿Me… me pongo la mini falda negra? – Preguntó la chica intentando desviar la conversación.

-          Por supuesto. Por una vez sería bueno que te parecieses a una señorita de verdad y no a un machito.

Al llegar a la iglesia todo era un caos. A diferencia de una boda, la muerte no se prepara y todo el mundo andaba loco con los preliminares: el párroco, las flores, el coro y mil cosas más.  Elainne se mantuvo al margen, estaba realmente agotada; la noche de vigilia le pasaba factura. Los pies le dolían bastante ya que no acostumbraba a llevar zapatos femeninos así que se sentó en un rincón y, discretamente, procedió a quitárselos cuando una mano con cuidada manicura se posó en su hombro.

-          Acompáñame al baño, gatita. – Dijo Doutzen exhibiendo su pulsera con las serpientes entrelazadas.

La orden le pilló por sorpresa, pero Elainne tenía tan asimilada su condición de mascota humana que contestó mecánicamente:

-          Sí, señora.

La joven siguió el hipnótico movimiento de caderas de la adulta.  Estaba muy inquieta ya que era la primera vez que un dueño se dirigía a ella fuera del hogar de Karl y no sabía a qué atenerse. Nada le apetecía menos que el sexo en aquellos momentos. Todavía tenía molestias en sus genitales por los excesos cometidos por el matrimonio americano y eso sin contar que una iglesia no le parecía el lugar más apropiado para mantener relaciones sexuales del tipo que fuesen.  Había renegado de su fe católica pero aun así respetaba a todo aquel que tuviese sentimientos religiosos y entendía que un templo era un lugar sagrado para ellos.

Elainne se sorprendió bastante de que la rubia pasase de largo el lavabo femenino y le abriese la puerta del masculino de manera discreta:

-          Vamos, rápido. El segundo de la derecha. Siéntate y espera.

Sin saber muy bien cómo, la adolescente se vio sobre la taza de un inodoro de un aspecto nada higiénico. No tuvo que esperar mucho para saber el motivo de su presencia allí. Se le iluminaron los ojos al identificar al gigante que entró en el estrecho receptáculo y cerró la puerta con cerrojo tras de sí.

-          ¡Karl! – Exclamó.

-          ¡Psss! Silencio, gatita – replicó él bajándose la cremallera -. No sabes las ganas que tengo, llevo toda la noche deseando esto.

Elainne comenzó a retorcerse los dedos mientras el hombre liberaba su falo.  Estaba tan nerviosa que muy a gusto hubiese devorado sus largas uñas una tras otra. Al ver la serpiente de un solo ojo que la traía loca comenzó a salivar y todos sus dolores desaparecieron de un plumazo. No había mejor anestesia para ella que el olor que desprendían las partes íntimas de su dueño.

-          ¡Chupa hasta el fondo, date prisa! – Le ordenó él sin la menor empatía.

Una vez más ella obedeció a su dueño. Se introdujo la cálida barra de carne entre los labios y, junto con su lengua, comenzó a succionar intensamente, jalándose la polla hasta que esta golpeó su garganta mientras la frotaba con su mano con rapidez. No dudó lo más mínimo, obedeció sin rechistar como siempre, como la mascota humana perfecta en la que se había convertido.

Con la verga de su dueño martilleando su glotis Elainne se olvidó de todo: de lo inapropiado del lugar; de lo arriesgado de su maniobra; del altísimo riesgo de ser descubiertos; del olor a orina que desprendía el asqueroso inodoro; de su abrumadora madre y, por supuesto, de su difunta vecina que, de cuerpo presente, la esperaba junto al altar del templo. Su único objetivo en aquel momento era obtener la mayor cantidad de néctar posible de las peludas pelotas de su dueño y, después, dejarle la polla brillante y perfectamente aseada para su siguiente uso.

-          No te lo tragues hasta que yo te diga.

-          Como gustes.  – Dijo la joven recogiendo sus babas con la lengua antes de volver a mamarle la polla con renovados bríos.

-          Dale duro. Falta poco. Tengo muchísimas ganas.

Espoleada por la inminente corrida Elainne dio lo mejor de sí misma. Buscó nuevos ángulos de ataque con la boca a la vez que masturbaba al piloto con soltura. Ya estaba a punto de lograr su objetivo, de hecho, ya paladeaba los primeros líquidos preseminales sorbiéndolos del prepucio cuando, de improviso, alguien entró al baño a toda prisa.

La joven se paralizó cuando identificó la voz de su hermano hablando por el celular justo en el receptáculo adyacente. Sólo le separaba de él una estrecha pared de madera de no más de un par de centímetros de grosor:

-          Pues claro que sí, mi amor – Dijo su hermano mientras se bajaba la cremallera del pantalón -. En cuanto entierren a la vieja voy para allá. Tengo todo el día de permiso gracias a ella.  Es una suerte que tus papás no estén en tu casa, tengo unas ganas tremendas de… ya sabes… darte duro.  ¿Me esperarás encuerada como siempre? Deseo que seas muy mala conmigo hoy.

Karl la incitó a seguir con la tarea encomendada dándole un ligero toque en la nuca. Elainne se enfadó bastante consigo misma, era impropio de ella desatender a su dueño de una manera tan grosera. Enfurecida, se trabajó el cipote a conciencia sin el menor ruido y sin dejar de mirar al piloto a los ojos, olvidándose de su hermano mayor y su tórrida conversación con su novia. 

-          No te preocupes, mi amor. Me las arreglaré para que la tonta de mi hermanita se ocupe de recoger todo en la casa, como siempre. Esa tetona malcarada es la que hace todo el trabajo y soy yo el que se lleva el mérito siempre. Olvídate de esa amargada, tú sólo has de preocuparte por hacerme esas cositas sucias que tanto me gustan…

La eyaculación del piloto coincidió en el tiempo con el cese del sonido de la orina cayendo al inodoro de al lado.  Elainne recibió la generosa dosis de esperma alojándola entre los labios sin derramar una sola gota.  Estaba más que acostumbrada a recibir las eyaculaciones del piloto, así como a conservar su simiente en su boca durante horas.

-          Has estado perfecta, como siempre Elainne. Ahora vete junto a tu mamá, la ceremonia ya ha comenzado. – Dijo él subiéndose la cremallera del pantalón

La joven, sorprendida, abrió los ojos de par en par. Esperó en vano la orden que le permitiera tragar el semen.

-          ¡Venga, largo de aquí gatita, o tu mamá se pondrá nerviosa! – Dijo él entre risas.

Cuando Elainne abandonó el lavabo de caballeros con la cara descompuesta temblaba como un flan. Justo al cerrar la puerta se cruzó con varios hombres que la miraron extrañados.  Tal y como Karl le había dicho, el funeral ya había comenzado. Recorrió el pasillo central de la iglesia mientras el coro entonaba los cánticos iniciales.  Deseaba hacerse pequeñita hasta desaparecer ya que sentía las miradas de todos los presentes sobre ella. Debido a su calentura, pensaba que todos sabían lo que había hecho y, lo que le producía más morbo, lo que todavía llevaba en la boca.

Se sentó junto a su mamá y su hermano. Notó su entrepierna encharcada de flujos, incluso las burbujitas que salían de su vulva sin cesar.

-          ¿Se puede saber dónde estabas? - Murmuró su mamá muy enojada -. Siempre llamando la atención, no se puede ser más egoísta, Elainne.

La ceremonia continuó con normalidad. Elainne, entre tanto, paladeaba el semen de su dueño. Lo hacía pasar entre los dientes y lo batía con su lengua con sumo gusto.  Fue su mamá la que la sacó, una vez más, del trance:

-          No hagas que me enfade y pasa a comulgar como todo el mundo. Toda la iglesia nos está mirando.

Superada por los acontecimientos, la adolescente se encaminó hacia el sacerdote muy despacio. Apretaba al máximo la boca para que el esperma no se le escapase por la comisura de los labios, pero era consciente que, al abrir la boca para recibir la oblea, el párroco descubriría el esperma en su interior y montaría un escándalo. Mientras se aproximaba a la Santa Forma, notó cómo su braguita ya no daba de sí a la hora de contener sus fluidos vaginales y cómo estos descendían lentamente por sus muslos. Solo deseaba que la cascada se detuviese antes de aparecer bajo su falda.  Al acercarse el momento de la comunión estuvo a punto de desfallecer y tragar, pero, al ver comulgar a una anciana de un modo diferente al habitual, recordó que también existía esa posibilidad.

Cuando el sacerdote le ofreció la carne de Cristo, Elainne la tomó entre sus manos de manera respetuosa y fue de camino de vuelta a su asiento cuando, de forma discreta, la introdujo en su boca, bañándola con el esperma de Karl. Mientras escuchaba la misa, notaba cómo la pasta se iba deshaciendo lentamente en su boca. La herejía que estaba cometiendo era tan sucia que le sobrevino un orgasmo, por fortuna para ella silencioso esa vez, justo en el momento en el que el cura derramaba el agua bendita sobre el féretro de su vecina.

La ceremonia eclesiástica finalizó y el caos se hizo en la iglesia. Karl aprovechó la coyuntura para acercarse a su mascota de manera discreta.

-          ¡Muéstramelo! – Le susurró.

Elainne miró a ambos lados y, pese que el miedo a ser descubierta le atenazaba, abrió la boca para demostrarle a su dueño que seguía cumpliendo el mandato encomendado.

-           Eso está muy bien. Puedes tragártelo cuando quieras.

-          Gracias. – Dijo ella después de trasladar el ungüento viscoso a su estómago.

Él le sonrió agradecido y todavía tuvo la osadía de decirle algo al oído antes de marcharse junto a su mujer.  Elainne asintió, con la mirada encendida.

-          ¿Qué te ha dicho el vecino? Parecías muy… excitada. – Le preguntó su mamá de repente con evidente mala intención.

-          Me preguntó que si tenías novio. - Contestó la joven, rápida de reflejos.

-          ¡Oh!  - Exclamó la señora con el ego por las nubes y rubor en sus mejillas -. Entiendo. ¡Qué desfachatez, con su esposa ahí al lado! ¡No se puede ser más sinvergüenza!

Y, componiéndose la falda discretamente, prosiguió en tono autoritario:

-          Ve inmediatamente a casa y recógelo todo. Yo tengo que acompañar al féretro al cementerio. Tu hermano no puede ayudarte, le han llamado del trabajo para una cosa urgente y ha de irse de inmediato.  Deberías aprender de él, es realmente bueno en lo suyo, en lugar de ir siempre con esos perdedores con los que andas.

-          Claro mamá. Como desees.

Al llegar a su hogar Elainne tenía las braguitas tan mojadas que parecía haberse orinado.  Se encargó de limpiar toda la casa de manera concienzuda como hacía siempre. Después se tomó un baño. Cuando su madre llegó, ya de noche, olía a alcohol y se trababa al hablar.  Ni siquiera tuvo la delicadeza de agradecer su espléndido trabajo y se introdujo en su habitación sin más con la excusa de estar agotada.

La morenita de suave sonrisa tomó una larga ducha y se metió en la cama totalmente desnuda no sin antes dejar abierta la puerta del balcón. Solía dormir mucho, le costó mantenerse despierta, pero cuando escuchó un ligero ruido en el exterior de su cuarto la somnolencia se esfumó.

Una sombra se introdujo en su habitación. Pretendía ser sigilosa, pero tropezó con algo dada la penumbra que reinaba en la estancia.

-          ¡Joder! – Gruñó Karl tras lanzar otros juramentos en su lengua materna.

-          ¡¿Pero qué haces?! - Rió Elainne.

-          Me he dado en toda la rodilla ¿Cómo puedes ser tan desordenada? Me juego la vida saltando por el balcón y luego resulta que voy a partirme la pierna con una puta silla.

-          Perdón. – Dijo la joven refugiándose bajo las sábanas.

-          ¡Te vas a enterar!

-          ¡Perdóóónnn! – Siguió riendo la chiquilla.

La sonrisa de su cara no se borró cuando aquel gigantón lanzó la ropa que cubría su cama por los aires, ni tampoco cuando bruscamente le dio media vuelta sobre el colchón, ni cuando abrió sus piernas con nula delicadeza. Ni siquiera cuando su tremenda verga comenzó a masacrarle el culito sin misericordia. 

Elainne se limitó a deslizar sus manos, agarrarse al cabecero de su cama y lanzar una dentellada a la almohada para ahogar sus ronroneos de placer.

Ni aullando su mamá la hubiera descubierto. El escándalo que montaban Doutzen y su mascota al otro lado del tabique era de tales proporciones que era imposible que en cien metros a la redonda se escuchase algo más que los gemidos de ambas hembras dándose placer mutuamente.

Continuará… 

Kamataruk.

kamataruk@gmail.com