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La Mascota (6 de 11)

en Dominación

CAPÍTULO 6:

Una semana después, Karl llegó a su casa de Quito realmente cansado. El vuelo había sido imprevisto, largo y complicado. No veía el momento de tomar cama.  Pero al llegar al salón cambió de opinión al ver lo que le esperaba: Elainne estaba más hermosa que nunca.

La mascota lo esperaba sentada sobre sus talones sobre el parquet cabizbaja y totalmente transformada. No le faltaba detalle: la cola inserta en el trasero, las orejitas en su sitio, las medias, las tiras de cuero realzando sus pechos… todo; absolutamente todo perfecto. Concretamente el maquillaje que llevaba era espectacular, iba mucho más allá que el simple pintado de labios, con otros detalles que realzaban su aspecto felino como largas pestañas que destacaban sobre sus párpados cerrados.

-          Hola.  – Dijo el hombre con frialdad.

-          ¡Miau!

-          Puedes hablar, sabes que eso no funciona así.

-          Ho… hola. –Dijo la chica sin alzar la mirada.

-          ¿Y esas pinzas en los pezones?

-          La… las encontré por ahí, pensé que te gustaría verme con ellas.  Lo vi en alguna de tus mascotas.

-          Entiendo, pero no hace falta que las lleves siempre. Son sólo para cuando no te portes bien.

-          No… no me porté bien. – Apuntó la joven compungida.

-          Eso es cierto.

-          Lo siento.

-          ¿Cuánto llevas así?

-          ¿Qué… qué hora es?

-          Las cinco y media.

-          Pues… pues como unas dos horas, más o menos.

Karl reconoció el esfuerzo de la joven. No era nada fácil aguantar aquellas pirañitas plásticas mordiendo las crestas de sus exuberantes senos durante todo ese tiempo.

-          Deben dolerte.

-          U… un poco.

-          Puedes quitártelas si lo deseas.

-          No – repuso la muchacha -. Estoy bien así.

El hombre sonrió de forma casi imperceptible. Debía ser duro con su mascota, pero aun así se le escapó un cumplido hacia ella.

-          Estás muy guapa.

-          Me alegro de que te guste. –Dijo la muchacha alzando la mirada.

-          ¡Oh! – Exclamó el adulto muy sorprendido.

Los ojos de Elainne habían mutado de su bonito tono marrón original a un inquietante color amarillo. La jovencita había trasformado su mirada gracias a unas lentillas con pupila felina y vertical. Incluso la muchacha se había pintado sobre el rostro los correspondientes bigotes gatunos y la punta de la nariz ennegrecida.

El mimetismo entre la chica y el animal que representaba era notable.

-          ¿Qué sucede, no te gusta?

-          S… sí, está muy bien.

-          La… las compre con el dinero de la Xbox que me regalaron. La vendí.

Aquel gesto desinteresado realmente conmovió al adulto. Sabía lo mucho ella deseaba tener esa consola de juegos.

-          Comprendo. Creí que te gustaba mucho.

-          No importa, el amo es lo más importante para una mascota… todo está bien.

-          El dueño. No soy tu amo, soy tu dueño.  Es importante que conozcas la diferencia.

-          Perdón. Tienes razón. Lo olvidé. Supongo que piensas de mí que soy una niña tonta.

El propietario de la casa tiró de su maleta hasta colocarse sobre la muchacha, acarició su cabello y después su cara, ella le correspondió buscando el roce de su bello rostro primero con la mano y con el pantalón después, como haría cualquier gato cuando su dueño llega a casa.

-          No eres ninguna niña tonta.

-          ¿Puedo ronronear?

-          Sí, eso sí.

-          ¡Grrrrggg!

-          Eso es, así está muy bien.

Después, él anduvo por el pasillo en dirección a su habitación con su mascota siguiéndole gateando. Cuando llegó, otra sorpresa todavía más impactante le esperaba.

-          ¿Co… cómo trajiste la arena?

-          E… en la mochila del colegio. He tenido que hacer varios viajes por el garaje para que la vecina no me viese. No he ido al cole, le dije a mamá que tenía la regla.

-          ¿Y el comedero?

-          Teníamos un perro que murió hace unos meses. No creo que mi mamá lo eche de menos.

-          La comida de gato no era necesaria. No puedes comer eso; enfermarías.

-          Yo… yo… yo no sabía qué hacer. Gasté lo que quedaba de la Xbox en eso.

Elainne se derrumbó:

-           Lo siento, de verdad; lo siento mucho. No sé qué hacer ni qué decir para que me perdones. Fui una estúpida, una estúpida desagradecida. Tú…  tú has sido bueno y amable conmigo y yo no he sabido corresponderte.

No había que ser muy perspicaz para saber que la chica estaba a punto de echarse a llorar. El adulto no se conmovió y, tras reflexionar un poco, le ordenó sin cambiar el semblante duro y frío.

-          Usa la arena ahora.

-          ¡Sí!

La chica pareció animarse, aquella era una orden que esperaba y eso le infundió ánimos.  Gateó hacia la arena no sin antes encender la cámara de video.  Se subió al montoncito de tierra y, arqueó la espalda abriendo las piernas levemente de manera que proporcionó al objetivo un nítido primer plano de la zona más íntima de su cuerpo.

Estaba muy nerviosa, pero, aun así, después de apretar y apretar logró que de su cuerpo saliese un considerable chorrito de orina sin que la cola saliese disparada. Era la primera vez que lo conseguía después de varios días entrenando en el arenero.

-          Mira a la cámara.

-          ¡Vale!

La chica se contorsionó logrando que todo quedase encuadrado a la perfección.

-          ¡Oh… Dios mío! – Murmuró el hombre al descubrir las cicatrices de su inicial en la nalga de la muchacha.

Elainne apretó los puños, pero no protestó cuando sintió el dedo de Karl repasar la marca de su trasero. La herida era demasiado reciente, le escocía bastante pero aun así aguantó el dolor pensando que ese gesto agradaría a su dueño.

-          No… no era necesario llegar a esto. – Dijo él.

-          Bueno… ¿te gusta?

El piloto asintió:

-          Me gusta, pero por favor no vuelvas a hacer algo así.

-          Lo que desees.

Elainne todavía quería ir más allá a la hora de demostrar su total entrega. Estaba dispuesta a darlo todo para no perder a su dueño.

-          Qui… quiero hacer… ya sabes… cacas.

-          Entiendo. No tienes que pedirme permiso para eso.

-          Lo sé. ¿Puedes quitarme la cola tú, por favor?

-          Sí.

-          ¡Tira fuerte!

-          No puedes hacer eso, no puedes exigir nada a tu dueño…

-          ¡Perdón!

-          Puedes pedir las cosas – dijo él acariciándole el costado y tomando la cola con la otra mano -, pero no exigirlas. Es crucial que entiendas eso; hasta que no lo hagas, por mucho que te disfraces, jamás llegaras a ser una buena mascota.

-          Entiendo – repuso la joven contoneando la cadera -. ¿Puedes tirar fuerte, por favor?

-          Será un placer.

El hombre apretó el rabo sintético y tiró de él con firmeza. El apéndice salió disparado dejando un considerable boquete en el orto de la chica.

-          ¡Uff! – Gimió ella mordiéndose el labio.

-          ¿Estás bien?

-          S… sí. No… no aguantaba más…

La privilegiada posición le permitió a Karl un perfecto visionado de la vulva de la joven. Pudo distinguir con claridad su humedad, incluso los mocos blanquecinos que rodeaban el agujerito central. Estaba muy pero que muy excitada, eso saltaba a la vista.  El macho notó un cosquilleo en la entrepierna, al fin y al cabo, por muy duro que quisiera aparentar, no era de piedra.

De repente, el esfínter anal comenzó a ensancharse. De inmediato empezó a brotar un churrito de heces que cayeron graciosamente sobre la arena formando un montoncito marón justo delante de la cámara.

Elainne llevaba practicando aquella maniobra varios días; el primero fue un auténtico desastre, terminando totalmente embarrada de cacas pero, a fuerza de ir probando y probando, el día crucial logró hacerlo sin apenas mancharse e incluso con cierta expresión lasciva en su cara.

Lo cierto es que, bajo el maquillaje, la chiquilla estaba muerta de vergüenza haciendo algo tan sucio bajo la atenta mirada del hombre que le tenía arrebatado el corazón y de la cámara de vídeo, pero estaba decidida a someterse por completo y nada ni nadie iban a detenerla bajo ninguna circunstancia.

-          ¿Pu…puedes limpiarme, por favor?

-          Claro.

Karl fue sumamente delicado aseando el trasero de la mascota. Utilizando unas toallitas húmedas limpió hasta el último grumito de heces. Después, no pudo evitar la tentación e introdujo un par de dedos en su vulva.  Los apéndices desaparecieron dentro de la vagina con suma facilidad. La lubricación de Elainne era máxima.

Ella se derritió como una vela junto a una hoguera.

-          ¡Grrrrr! – Ronroneó la joven, abriéndose el sexo con la ayuda de las manos.

Pero Karl no iba a ponérselo tan sencillo pese a que en aquel momento su verga ya estaba dura como el acero.

-          Ven, sígueme. – Le ordenó él incorporándose.

Elainne estaba confundida, sus planes se habían truncado ya que pensaba que, tras el numerito sobre la arena, él la tomaría obteniendo, además de un enorme placer, el perdón deseado. Decidió que su única salida era obedecer así que lamió la parte plástica de la cola, se la insertó de un golpe en el ano y lo siguió.

Como intuía, su paseo terminó justo delante de la puerta verde.

-          ¿Qué sucede? – dijo él apenas metió la llave en la cerradura, notando la inquietud de su mascota.

-          No… nada.

-          ¿Estás nerviosa?

-          U… un poco.

-          Sabes lo que hay ahí, ¿verdad?

-          Sí. Lo he visto en las películas.

-          Puedes dejarlo cuando quieras. No voy a retenerte bajo ningún concepto…

-          No, no. Continúa, por favor.

-          Obraste mal, tengo que castigarte. Es mi deber enseñarte lo correcto.

La chica rezó para que la inquietud que sentía no se reflejase ni en su cara ni en sus gestos. Sabía lo que le esperaba allí adentro pero aun así no vació:

-          Sí, sí. Está bien. Lo entiendo.

-          Adelante.

Elainne se introdujo lentamente en la habitación. Se estremeció cuando la puerta se cerró tras ella con llave.  Pudo ver con sus propios ojos todo lo que encerraba aquella inquietante sala: multitud de látigos, cinturones de castigo y fustas colgaban de las paredes; enormes consoladores de diversas formas, algunos incluso rematados con púas, descansaban sobre los aparadores; media docena de cámaras de vídeo acompañaban la enorme televisión y, cómo no, el impresionante potro de torturas forrado por completo de cuero negro presidía el centro de la estancia.

-          Levántate.

-          Sí.

Pese a que sus piernas temblaban, ella obedeció.

-          Puedes gritar cuanto quieras, nadie te oirá. La habitación está insonorizada.

-          Lo… lo sé.

-          Es… es tu última oportunidad para echarte atrás.

-          No… no lo haré.  Soy… soy tuya, puedes hacer lo que quieras conmigo.

-          Está bien. Acércate, pon la cabeza aquí.

-          ¿A… así?

La chica se recostó sobre el artilugio de castigo de tal forma que su trasero quedó totalmente expuesto y sus voluminosos senos colgaban bamboleándose libremente gracias a la gravedad.

-          Sí, así está muy bien. Tienes un cabello muy largo, lo apartaré a un lado para que se distinga bien tu cara.

-          Lo que quieras.

-          Pon las manos aquí, en estos dos agujeros.

-          Vale.

-          Ahora… ahora voy a colocarte esto encima. Es una especie de guillotina que impedirá que sueltes la cabeza. Será un poco agobiante, pero podrás respirar sin dificultad en cuanto te acostumbres. Si no puedes soportarlo, solamente tienes que decirlo y todo terminará, te lo prometo.

-          No te preocupes, he visto cómo funciona. Sé que merezco el castigo. No te fallaré nunca más, te lo prometo.

-          Está bien.

El piloto no dejaba de acariciar el cuerpo de Elainne con suavidad y dulzura. La chica respiró profundamente intentando mantener la calma, pero cuando él comenzó a desnudarse, su vagina se humedeció todavía más. Comenzó a salivar al contemplar el cipote semi erecto de su próximo torturador a apenas un palmo de su cara. Incluso alargó el cuello cuanto pudo y ofreció su boca para que esta fuese usada por su dueño, pero estaba claro que el piloto tenía otros planes.

De improviso la pantalla cobró vida y la muchacha se sorprendió al verse desde diversos ángulos a cuál más explícito e indecoroso. La cara, el culo, la vulva y sus senos se reflejaban claramente, así como un numerito rojo que no dejaba de crecer.

-          El número representa la cantidad de dueños que nos están viendo en este momento.  Los castigos se transmiten en directo a todo el mundo, al igual que las fiestas. – Dijo Karl recolocando los grabadores de vídeo.

-          ¿Qué… qué es eso de ahí?

-          Esas son películas especiales. No debes verlas sin mi permiso.

-          E… está bien.

Elainne tragó saliva. Quiso no pensar en ello, pero la última vez que se fijó en la cifra superaba ampliamente las dos centenas y seguía subiendo como la espuma. La posición era dolorosa y le costaba un mundo mantener la cola inserta en el trasero así que decidió centrarse en eso y olvidarse de lo demás: no quería volver a avergonzar a Karl delante de otros amos como había sucedido con Doutzen.

-          Veamos…  yo creo que con estas ya será suficiente.

-          ¡Aggg! – Chilló la joven.

Tras varios días castigándose los pezones pensó erróneamente que aquellas pirañas doradas no iban a dolerle tanto y así hubiera sido de no ser por las pesas metálicas que las acompañaban. Los pechos de Elainne quedaron tirantes hacia el suelo, formando una especie de cono puntiagudo gracias a la dentellada cruel de aquellas mandíbulas doradas contra sus senos. 

La chica estaba confundida. Le dolían los pechos a rabiar, eso lo tenía previsto, pero con lo que no contaba es que el castigo hiciese que su vagina se convirtiera en gelatina. Siempre había disfrutado con el dolor, pero nunca hasta ese extremo. Turbada por el ardor de su zona íntima, no podía imaginar el placer que iba a sentir cuando la tortura comenzase de verdad.

-          ¡Sigue…! – Ordenó, olvidando sus modales.

Un duro cachete estalló en su culo, marcándole los cinco dedos en la nalga.

-          ¡Au! – Chilló la joven apretando los puños.

La agresión la pilló tan de improviso que no pudo evitar que la colita saliese disparada de su orto.

-          ¡Así no, gatita!

-          E… entiendo. Lo… lo siento. Me… me gustaría que siguieras… po… por favor.

-          Eso está mejor. Lo haré.

-          ¿Me harías el favor de meterme la colita de nuevo?

-          Pues claro. Saca la lengua y límpiala primero. – Contestó él acercándole el apéndice a la boca.

-          Sí.

Elainne limpió todos y cada uno de los restos que ensuciaban su plug anal con auténtica pasión.  Durante los primeros días dicha maniobra de limpieza bucal le producía arcadas, pero ya se había acostumbrado tanto al sabor de su intestino que incluso lo echaba de menos cuando el extremo de su colita estaba limpio al principio de cada sumisión.

Cuando lo consideró oportuno y no antes, el adulto atacó el trasero de la muchacha con el artilugio sin la más mínima lubricación. De manera consciente, fue extremadamente torpe y cruel a la hora de insertarlo; no lo hizo con el cuidado debido sino siguiendo un movimiento rotatorio al estilo de tornillo que hizo crujir la entraña de Elainne provocándole un ardor insoportable en su entrada trasera. Por si eso fuera poco, el piloto empleó un ángulo de ataque a todas luces erróneo, provocando una distensión en el esfínter anal de la mascota mucho mayor de la necesaria.

La gatita chillaba como si estuviese pariendo mientras su intestino se dilataba de una manera antinatural. Se retorcía y se convulsionaba con violencia y eso provocaba que las pesas tirasen todavía más de sus pezones. El escozor en su orto no dejaba de crecer de manera exponencial y tenía la sensación de querer hacer cacas de nuevo pero la colita no se movió de su lugar natural.

-          ¡Aggrrrrr!

-          Listo. Cuando lleguemos a trescientos, comenzamos.

Elainne abrió los ojos de par en par.

-          ¿Co, co… comenzar?

-          Claro. Esto sólo han sido los preliminares.

-          ¿Eso es…?

-          Sí. Una navaja. Ten cuidado, no te muevas, podría suceder algo irremediable.

El hombre se limitó a sonreír al ver el terror mal disimulado en la cara de Elainne. Tiró de las pesas lentamente hacia abajo para aumentar su dolor.

-          ¡Aaaauuuuuuuu!

-          Eres una mascota muy desobediente pero tranquila, no es para lo que piensas: no me gusta la sangre. – Dijo él recorriendo el cuerpo de la joven con el canto del objeto punzante.

Tras unos momentos de alarma, la gata respiró aliviada al comprobar que Karl se limitaba a cortar las tiras de cuero que envolvían su cuerpo, dejándola completamente desnuda.  Había visto las suficientes películas del aviador holandés para saber que, al contrario de Doutzen que era una auténtica sádica, los daños físicos que él infligía a sus mascotas jamás llegaban al extremo de provocar sangre.

-          Bien, ya podemos comenzar. ¿Lista?

-          S… sí.

-          No me gustan las mascotas que gritan cuando se les corrige, pero al ser tu primera vez no te lo tendré en cuenta.

-          E… está bien. Haré lo que pueda.

-          Uhm, veamos qué tenemos aquí. La fusta es excitante pero no eres una yegua así que no sería lo correcto.  El látigo estaría bien, pero tienes la piel muy delicada y no queremos que tu mamá se entere de que eres una chica muy traviesa…

-          Me… me gustaría…

-          ¿Sí?

El hombre la miró muy sorprendido. Pensaba que Elainne se vendría abajo en cualquier momento, pero en lugar de eso se la veía muy entera y totalmente predispuesta al castigo. Conocía las reacciones de su cuerpo juvenil lo suficiente como para saber que no estaba pasando un mal rato… sino todo lo contrario.  Estaba muy pero que muy cachonda y eso lo tenía totalmente descolocado.

-          Dime. Dime qué estás pensando. Habla libremente.

-          Me gustaría que utilizases la pala, por favor.

-          Uhm… ¿seguro? Si tienes que estar mucho tiempo sentada en el colegio no es lo más recomendable. Te dolerá día y noche después.

-          Por favor. – Suplicó la chica.

-          Uhm… hace tiempo que no la uso y, por supuesto, jamás me la habían pedido. Supongo que está bien.

El adulto se dirigió a la pared y descolgó de ella el artilugio deportivo. Se trataba de una pala de cricket de madera de sauce blanco y empuñadura de cuero del mismo color.

-          Vamos allá. ¿Estás lista? – Preguntó el blandiendo la herramienta.

-          Sí.

Gracias a la pantalla Elainne pudo ver cómo el hombre se colocó tras ella y, después de levantarle la cola con la mano, meneó la cabeza.

-           Uhm… mejor quitamos esto.  Toma – le dijo a la joven insertándole el apéndice felino en la boca -, no dejes que se caiga o me enfadaré.

Ella se limitó a asentir.

Después, sin ningún tipo de delicadeza ni preámbulo, le soltó un contundente golpe que aterrizó sin piedad en el culo de la joven.

La chica creyó que se moría, el ardor en su trasero era tremendo.  Estaba rota de dolor y eso que sólo había recibido el primer golpe.  Sus ojos se inundaron de lágrimas, apretó los puños con fuerza, mordió el dildo con furia hasta marcar sus dientes, y gracias a todo ello consiguió su objetivo que no era otro que el no gritar.

De repente, todo cambió tras el primer golpe.

La segunda andanada fue más sencilla de sobrellevar. La tercera no le dolió tanto y la cuarta incluso no le desagradó. Tras la quinta, arqueó el trasero para recibir mejor a la sexta y a la séptima comenzó a ronronear como una gatita en celo. Con la octava, se murió de gusto y la novena fue el preámbulo de un espectacular clímax que llegó con la décima y última descarga contra su culo.

La colita alargada apenas daba de sí a la hora de ahogar los gemidos de placer de la joven mascota. Le costaba distinguir qué le ardía más por los golpes: el trasero o la vulva. Ni las más salvajes de las folladas de su amante habían arrancado de ella un orgasmo semejante.

La adolescente asustada se había evaporado dejando paso a una hembra ávida de nuevas sensaciones. Elainne no pensaba, no razonaba; actuaba por instinto, un instinto animal que llevaba dentro y la dominaba.

Karl no salía de su asombro, contemplando aquella criatura divina, sudorosa y satisfecha. La vulva de Elainne, siempre generosa a la hora de auto lubricarse, rezumaba jugos transparentes como nunca aun sin haberla estimulado directamente. Comprendió entonces cuánto se había equivocado con ella, la ninfa estaba muy por encima de sus expectativas. Era un auténtico diamante en bruto: una mascota ideal de los pies a la cabeza.

Con todo, lo que más le impactó fue la cara de la joven.  Lasciva, erótica, sensual… cualquier adjetivo se quedaba corto a la hora de describirla. Con las pupilas amarillas fijas en el objetivo de la cámara, succionaba la cola con gula, babeándola abundantemente como si fuese una polla.

El contador de visitas saltó por los aires en ese momento y más aún cuando la gatita miró al adulto y, tras sonreírle, escupió el plug de manera voluntaria.

-          ¡Oh! – dijo en tono desafiante -. Se… se cayó. ¿Vas… vas a castigarme otra vez?

Karl dudó.  En aquellos momentos tenía muy claro quién dominaba a quién y que no era él el que controlaba la situación.

-          Está bien, pequeña. Tú lo has querido.

-          ¡Grrrrrr! – Ronroneó Elainne abriendo cuanto pudo su trasero.

El primer golpe fue tan fuerte que las pezoneras no aguantaron y salieron disparadas contra el suelo.  Mordiéndose el labio hasta casi hacerlo sangrar, Elainne esperó una nueva descarga que no se produjo. En su lugar notó cómo su recto era ocupado de nuevo, aunque esta vez no por un objeto inanimado sino por la gloriosa verga de su amante que la abría en canal.

-          ¡Aggg…! – Exclamó mientras su entraña crujía.

Al ardor provocado por los golpes se le unió el dolor de su esfínter al ser profanado. Lentamente fue llenándose de verga, el sufrimiento por poco le volvió loca. Deseaba soltar una de sus manos para satisfacerse y castigar su clítoris con rabia mientras su dueño disfrutaba de su culo. Tentada estuvo de ordenar más dureza a la hora de la monta, pero, pese a la calentura, no olvidó su papel de sumisa complaciente y se dejó encular según la voluntad del macho. Quería ser usada por él, convertirse en la mascota perfecta, en un objeto sexual cuyo único fin sería proporcionarle la mayor cantidad de placer posible a su dueño.

Karl no la decepcionó. Tiró de su cabello con fuerza y le desvirgó el trasero con una serie de severas arremetidas a cuál más intensa e implacable. El tipo se ensañó con ella, le castigó el orto sin piedad con un ritmo machacón que arrasó con todo.  Elainne pensaba que iba a partirle en dos, su pequeño cuerpo no daba más de sí frente al acoso del gigantón europeo, pero, aun así, hacía todo lo que podía para facilitarle la tarea. Sintió cómo las heces se escapaban de nuevo de su intestino pero tal circunstancia no frenó el ímpetu del adulto que, agarrándola de la cadera a una mano, hacía cuanto podía por penetrarla más profundamente.

La sodomía se alargó por espacio de más de media hora, durante la cual se sucedieron las eyaculaciones una tras otra, corridas que barnizaron de manera abundante el interior del intestino de Elainne con simiente masculina. Cuando Karl terminó con ella, exhausto y satisfecho, la adolescente ya no estaba allí, sólo su cuerpo permanecía en la habitación de la puerta verde.

Su mente no había podido resistir tanto dolor y terminó rindiéndose. 

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-          ¡Elainne! ¡Elainne! ¿Estás bien, hija?

La morenita abrió los ojos, parecía tener cristales dentro. Le costó un mundo identificar su propia habitación y a su mamá mirándola con gesto preocupado.  Se alteró mucho, no tenía ni idea de cómo ni cuándo había llegado allí. Lo último que recordaba era el contador de visitas más allá de las dos mil unidades y su vagina contrayéndose una y otra vez.

-          Hija, ¿qué te pasa? ¿Es la regla otra vez?

-          S… sí. – Mintió la joven casi sin fuerzas.

-          ¡Oh, lo siento! ¿Quieres tomar algo?

-          No… no, mami. No me apetece. Déjame dormir hasta mañana.

-          ¿Mañana? Si es la hora de levantarse, cariño. Tienes que ir al colegio.

Elainne comprendió que llevaba más de diez horas durmiendo.

-          Mami… no, no puedo. Me duele mucho.

-          Está bien, descansa mi amor.

Cuando Elainne se quedó sola en su cuarto buscó reconfortarse con la almohada. La abrazó imaginando a su vecino.  Le dolía el culo, mucho… muchísimo en realidad, pero estaba tremendamente satisfecha.

Estaba claro que su dueño la había perdonado.

Su mano buscó el botoncito de placer y, tras aliviarse, durmió profundamente de nuevo.

 (Continuará)

Kamataruk

kamataruk@gmail.com