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La Mascota (7 de 11)

en Dominación

CAPÍTULO 7:

Elainne asimilo su condición felina sin demasiados problemas. No le suponía trauma alguno gatear todo el tiempo que permanecía en el apartamento contiguo al suyo transformada en gatita. Se había acostumbrado tanto a tener la cola inserta en el culo que incluso la echaba de menos el resto del tiempo, en su vida normal.  Tampoco tuvo problemas para adoptar las otras pautas de comportamiento: comía y bebía en directamente del cuenco sin utilizar las manos, dormía en una mantita sobre el suelo, realizaba sus necesidades en el arenero y frotaba la cara por todos los rincones. Le gustaba estar largos periodos de tiempo al sol, dormía mucho e incluso había conseguido dejar de morderse las uñas con lo que sus manos poco a poco iban asemejándose a unas garras de verdad.

En cuanto al sexo… todavía era algo menos problemático. Más bien todo lo contrario: le encantaba.  Elainne siempre estaba ansiosa por ser tomada por su dueño por todos y cada uno de sus agujeros, incluido el sexo anal. Desde que lo probó por su entrada posterior lo practicaba con auténtica devoción, incluso ya había aprendido a pedirlo con respeto y sin exigencias.  Aceptaba los deseos de Karl fuesen los que fuesen con esa dulce sonrisa en la cara que tanto encandilaba a su dueño y fornicaban como si no hubiese un mañana durante toda la tarde en todos y cada uno de los rincones de la casa. Inclusive, de vez en cuando, hacía alguna trastada o travesura conscientemente con el fin de pasar un buen rato dentro de la habitación de la puerta verde.

Cuando estaban los dos solos su vida era perfecta.  Pero para su desgracia eso no sucedía siempre así.

Lo que mataba a Elainne realmente eran los celos que tenía de Doutzen, la esposa del piloto.

No podía soportar esos días, afortunadamente para ella no muy frecuentes, en los que ella aparecía sonriente del brazo de su marido totalmente acaramelada.  La pobre Elainne pasaba a ser del centro del universo a poco más que un cero a la izquierda, un adorno… una mascota, ni más ni menos. El piloto le regalaba unos momentos de caricias y mimos que Elainne agradecía ronroneando tiernamente, pero eran simples migajas: enseguida la rubia tomaba las riendas de la situación y lo arrancaba de su lado llevándolo a la cama para montarlo.

El primer día que el matrimonio hizo el amor delante de Elainne la chica no pudo soportarlo. Cuando vio a su amo gozando con otra hembra sus pupilas felinas se inundaron de lágrimas que, al caer por su rostro, descompuso su cuidado maquillaje hasta hacerla parecer una caricatura de sí misma. Cuando llegaron los jadeos de placer de los amantes, apretó sus garras contra las orejas, intentando inútilmente ignorarlos. Al principio su burda estrategia funcionó pero la intensidad de los gritos de Doutzen era tan grande que traspasaron la sordina y  se clavaron  en su alma como auténticos puñales.

La jovencita olvidó su condición felina y se encerró en el aseo de la vivienda para llorar amargamente el resto de la tarde.

Cuando la adulta se fue, satisfecha por su victoria tanto física como moral sobre la nueva mascota de su marido, el aviador fue condescendiente con Elainne. Entre besos y caricias le hizo ver que lo que había hecho no estaba bien. Le indicó que debía aprender a desterrar esos sentimientos de posesión hacia él, impropios de una mascota. “Los celos en una mascota están fuera de lugar” le susurró de manera amable pero firme. Después, le hizo el amor de una manera dulce, pausada, que ella agradeció desde lo más profundo de su corazón.

Elainne intentaba desterrar los celos que sentía hacia Doutzen. Pero en aquella ocasión, para más desgracia, la esposa de su dueño apareció con Hanna, la despampanante mascota pelirroja de la mujer.  Apenas llegó, la mujer se transformó en una gata de pelaje cobrizo, con una enorme “D” marcada a fuego en la nalga, con orejas, rabo y resto de complementos de ese color y comenzó a marcar la casa con su olor. Incluso olisqueó las cacas de Elainne e hizo pipí sobre su arena.

Elainne en cambio se limitó a sentarse sobre sus talones a mirar, como hacía siempre, cómo el matrimonio daba rienda suelta a sus más bajas pasiones con el corazón roto. Doutzen era una fiera en la cama y la adolescente lo sabía.  Por mucho que le doliese admitirlo, había que estar ciega para no darse cuenta de que Karl disfrutaba follando con su mujer tanto o más que cuando lo hacía con ella.  Más de una vez se le había escapado una lágrima mientras los veía disfrutar de sus cuerpos, ignorando totalmente su presencia.

Podía soportar cien latigazos antes que ver a su dueño con otra, los celos la comían por dentro. 

La joven se odiaba a sí misma por esos sentimientos impropios de su condición. Una mascota, una buena mascota como Hanna, por ejemplo, debía desear que su dueño fuese lo más feliz posible, aunque fuese con otras personas o mascotas, pero eso a Elainne le resultaba totalmente imposible, al menos por el momento. 

En realidad, Elainne deseaba que un rayo fulminase a Doutzen en ese momento: la odiaba con toda su alma por ocupar un lugar que consideraba suyo. 

La transformación física y de comportamiento de Elainne en mascota le habían resultado muy sencillas comparada con la afectiva, pero aun así seguía intentándolo. Amaba a su dueño por encima de todas las cosas y sabía que, al final, lograría ser feliz viéndole disfrutar del sexo con terceras personas, pero por aquel entonces le rasgaba el alma verlo.

-          ¡Ven aquí! Sube…

Elainne se incorporó ligeramente, levantando las orejas. Era la primera vez que Doutzen le reclamaba para algo.

-          No, tú no, cachorrita.  ¡Hanna, ven aquí!

Los ojos de Elainne se humedecieron al instante y no por las lentillas precisamente. Se sintió completamente humillada.  Estuvo a punto de levantarse e irse a su casa a llorar. Si ya le suponía un esfuerzo asumir su condición de segundo plato con respecto a Doutzen, verse superada por otra hembra, otra mascota, era algo descorazonador. 

Se quería morir.

Pero al contemplar la cara de placer de su dueño cuando la pelirroja comenzó a mamarlo Elainne se tragó su orgullo, apretó los puños y continuó mirando. Pensó que, si era lo que él quería, estaba bien y decidió que, si no podía participar, por lo menos podría aprender. Desde luego, Hanna era un buen ejemplo para seguir.

La pecosa de ojos marrones succionó la verga de Karl como una auténtica aspiradora.  Era metódica a la hora de mamar, su lengua no dejó ni un milímetro cuadrado de polla sin atender. Su boca era lúbrica, intensa, profunda. Elainne contempló alucinada como a aquella chica, que apenas tendría cinco o seis años más que ella, se le hinchaba la garganta gracias a lo cual podía admitir en su boca una cantidad de rabo espectacular.

Cuando Doutzen le arrancó la cola con violencia ni se inmutó. Siguió chupando la polla que Elainne creía suya con avidez.

-          Súbete sobre él. Usa tu culo. Móntalo.

-          Sí, señora.

La chica obedeció la orden sin la menor vacilación, a pesar de que las dimensiones del falo de Karl se salían de lo normal. Mirando a Elainne, se colocó sobre el mástil, lo agarró de la base y, llevándoselo hacia su entrada trasera, lo hizo desaparecer a través de ella por completo sin necesidad de lubricación. Ni pestañeó cuando se empaló por completo y las pelotas chocaron con su trasero.

-          ¡Oh! – Exclamó la adolescente.

Elainne no podía creerlo, ella apenas podía jalarse la mitad del rabo de Karl por su puerta trasera. Ni siquiera el día en el que él la sodomizó por primera vez, el día que se desmayó de puro dolor al ser enculada de manera bestial, pudo introducirse una cantidad parecida de carne en el intestino.

Es más, ni la mismísima Doutzen, con todo su aire de superioridad y soberbia, era capaz de igualar lo que su mascota pelirroja había hecho sin despeinarse.

-          ¡Fóllatelo!

-          ¡Sí, señora!

La gata comenzó a trabajarse el cipote con su culo. Ella lo hacía todo, el aviador se limitaba a disfrutar del glorioso quehacer de la mascota.  La barra erecta iba y venía a través del esfínter sin oposición. De vez en cuando Hanna se desacoplaba por completo y dejaba a la vista de Elainne el tremendo boquete que la sodomía provocaba en su orto y después se dejaba caer penetrándose hasta el fondo. Era espectacular.

La novicia no salía de su asombro contemplando la escena.  Intuyó que la pelirroja debía haber practicado infinidad de veces la maniobra, sólo eso explicaba la facilidad con la que utilizaba su trasero para dar placer al marido de su dueña. Le maravilló sobre todo su total entrega a la hora de proporcionar gozo al piloto, y de cómo, olvidándose de sus propios deseos, de sus necesidades físicas y, por supuesto, de sus sentimientos, hacía todo lo que estaba en su mano o más bien en su culo para que Karl lo pasase de miedo.

Elainne se dio cuenta de lo mucho que tenía que aprender hasta llegar a ser una verdadera mascota. Estaba a años luz de Hanna y eso le apenó mucho.

-          ¡Más fuerte, gatita!

-          Por supuesto, señora.

Hanna utilizaba su bello cuerpo a la perfección. Era una máquina de follar perfectamente entrenada. Sus voluminosos senos botaban al ritmo de la cabalgada y meneaba la cadera de tal manera que los suspiros de Karl ante el intenso tratamiento eran cada vez más audibles. Controlaba la cópula de tal forma que supo exactamente cuándo el macho iba a derretirse. Fue entonces cuando avisó a su dueña de tal circunstancia.

-          Ya… ya está a punto, señora.

-          Está bien, gatita. Guárdatelo en la boca.

-          Sí, señora.

Rápidamente, desacopló la polla de su orto y su boca abarcó la punta del balano, sellando sus labios alrededor de él. Un par de rápidas masturbaciones fueron suficientes para que el esperma del adulto pasase de sus testículos hasta la boca de la mascota.

Después, Hanna permaneció en posición de descanso, con los mofletes hinchados, preñados de jugo masculino esperando nuevas órdenes.

Karl se estremecía de gusto. La mascota de su mujer era increíble y así se lo hizo saber una vez más.

-          ¡Uff…!

-          ¿Es buena, eh? Me ha costado amaestrarla, pero ha valido la pena.

-          S…sí. Es tremenda…

El cumplido arañó un poco más la autoestima de Elainne, pero esta seguía en estado de shock por lo ocurrido y ni se enteró. Había visionado películas de la chica pelirroja en plena acción, pero verlo, olerlo, escucharlo y sentirlo en directo era algo impactante.

Hanna era una mascota increíble. A los celos que sentía por Doutzen se añadían la envidia que sentía hacia ella.

-          ¿Qué te ha parecido, cachorrita? Sé sincera.

-          Es… es muy buena.

-          Es la mejor, no te quepa duda. Lleva en mi familia desde toda la vida. Me la regaló mi papá cuando fui a la universidad, pero entonces no era ni la sombra de lo que es ahora. Tenía muchos vicios, mi papá es un flojo de carácter.  Dudo que algún día llegues a ser como ella – prosiguió la mujer con cierto menosprecio -.  Todavía no sé qué te ha visto mi marido para encariñarse tanto contigo… cachorrita.

-          Bueno. Ya… ya es suficiente – intervino Karl algo molesto con su esposa por haber revelado sus sentimientos hacia Elainne.

-          ¿Suficiente? ¿tienes prisa acaso? Apenas hemos empezado.

-          Tu gatita me ha dejado seco – admitió el adulto -. Voy… voy a darme una ducha.

-          Como quieras, aburridoooo.

-          ¡Mmmmmmm! – dijo él, sacándole la lengua entre risas.

Elainne se dispuso a gatear tras su dueño, habitualmente compartían tras la cópula con Doutzen pero él la detuvo.

-          No. Hoy no. Quédate con ellas.  Obedece a mi esposa en lo que quiera.

La joven se entristeció unos segundos al sentir cierto abandono, pero luego aceptó la voluntad de su dueño con la mejor de sus sonrisas, como no podía ser de otro modo.

-          Sí, señor.

-          ¡No me llames señor! ¡Je, je, je! ¡Eso son tonterías de mi mujer! – exclamó él guiñándole un ojo -. ¿De acuerdo?

-          Bueno… está bien.

-          Ve con ellas. Enseguida vuelvo. Haz que me sienta orgulloso de ti.

-          Sí.

-          Eso es, cachorrita. Ven aquí a ver si aprendes un poco, cosa que dudo.

Aquellas palabras enfurecieron a Elainne. De un salto se colocó sobre la cama y, decidida a dar todo de sí misma, imitó la postura de Hanna.

-          Hanna, pásale el esperma a la cachorra. No te quedes nada… que te conozco, gata golosa.

La pelirroja asintió y, tras pegar sus labios a la joven, vertió en ella la sustancia blanquecina que con tanta facilidad había extraído de la verga del piloto.

-          Escúchame, gatita. Debes aprender a guardar el esperma de tu dueño pase lo que pase. ¿Entendido? No debes tragártela hasta que él te lo pida.

-          ¡Uh- Ummm! – asintió Elainne.

-          Lo cierto es que tienes unas buenas tetas, las cosas como son – dijo la mujer sobándole los senos a la Elainne -. Escúchame, si cuando termine contigo no conservas la leche de mi marido en tu boca me voy a enfadar. Y si algo no te conviene es que yo me enoje; ni te imaginas lo cruel que puedo llegar a ser si eso sucede.

Elainne miró de reojo las cicatrices y las marcas que podían distinguirse en la piel blanquecina de Hanna y asintió.

-          ¿Has visto los videos, verdad?

La morena volvió a contestar afirmativamente.

-          Pues eso. Gatita, ve a buscar tus juguetes. Tenemos mucho que enseñarle a esta cachorrita.

Tras emitir un maullido, Hanna se insertó el rabo en el culo y desapareció tras la puerta. Elainne se puso algo nerviosa al quedarse a solas con la esposa de su dueño, pero esta parecía conformarse palpándole los senos.  Lo hacía de forma diferente a Karl y la chica tuvo que reconocer que sabía cómo acariciar a una hembra ya que sus pezones, habitualmente tristes, alcanzaron la dureza del granito con gran rapidez gracias a sus eficaces tocamientos.

Eso la confundió a la joven, seguía detestando a esa odiosa mujer, pero no así lo que le estaba haciendo. Se estremeció al notar un pellizco, fue algo muy leve pero lo suficiente evidente como para que la dueña se percatase de ello.

-          ¿Te gusta, eh? No hace falta que me contestes, huelo tu vulva desde aquí. Estás que te derrites por una buena verga como la de mi marido.

Las mejillas de Elainne parecían brasas incandescentes de nuevo al ser tan transparente. Le molestaba mucho no poder controlar las reacciones de su cuerpo. Estaba segura de que Hanna, de haber estado en su misma situación, ni se hubiera inmutado por los tocamientos.

-          Sé sincera.  Necesitas su polla ahora mismo, ¿no es cierto?

Elainne asintió y casi, simultáneamente, sintió cómo unas uñas atenazaban su pezón y lo retorcían con crueldad. Deseó gritar, pero tuvo la lucidez suficiente como para apretar los labios con fuerza y aguantar. No quería darle la satisfacción a aquella zorra de vencerla tan fácilmente.

-          Eso está muy mal.  Debes controlar tus instintos, cachorrita.

-          Cariño, por favor no hagas eso. – Intervino Karl entrando por la puerta en ese momento justo detrás de Hanna que ya volvía con su bolsa de juguetes colgando de la boca.

-          ¿Qué?

-          Pues que no hagas eso. Te recuerdo que Elainne me pertenece a mí y no a ti. Deja que sea yo el que la adiestre a mi manera, por favor.  Juega con ella, poséela cuanto quieras, pero no la castigues por algo que todavía no le he enseñado.

-          Pe… pero…

-          Jamás se me ocurriría inmiscuirme en la forma que tienes de adiestrar a Hanna.  Nunca lo he hecho y nunca lo haré. Sólo te pido que hagas tú lo mismo con mi… cachorrita, como tú la llamas. No vuelvas a hacerlo, ¿entendido?

La cara de Doutzen era todo un poema. Acostumbrada a que su voluntad fuese ley, no se esperaba semejante humillación pública por parte de su marido ante dos miserables mascotas. Elainne, en cambio, no cabía en sí de gozo. Se sintió querida y defendida por su dueño y eso le pareció sumamente hermoso. Lo amaba por encima de todas las cosas.

-          Yo… yo sólo quería ayudarte…

-          Y te lo agradezco, de verdad. Sé que lo hacías con buena fe, pero no es necesario. Gracias.

-          Está bien, como quieras – refunfuñó la mujer muy molesta -. ¡Trae aquí, imbécil!

Y tirando de la bolsa que Hanna le ofrecía, se la arrancó de entre los dientes con nula delicadeza. La pelirroja no esperaba ese arrebato de ira, emitió un chillido de dolor y su rabito abandonó su orto. Inmediatamente supo que Doutzen iba a pagar con ella toda la frustración provocada por no poder castigar a Elainne. 

Y no se equivocó.

-          ¿Qué sucede? ¿Te ha dolido? ¡Gata desagradecida! En cuatro… ¡ya! Te vas a enterar por no conservar tu cola como es debido.

Elainne compadeció a la otra mascota. Se sentía responsable por su desgracia. Miró a Karl pensando que, tal vez, intercedería por la otra chica, pero este siguió secándose el cuerpo como si nada.  Estaba claro que no iba a mover ni un solo músculo por ella.

-          ¡Ábrete el culo! ¡Ya!

Hanna había cometido el primer error en mucho tiempo y estaba claro que no iba a cometer otro más así que pegó su cara al colchón y utilizó sus manos para separar sus glúteos, dejando la entrada de su culo a total disposición de su dueña.

-          Está bien, cachorrita.  Vas a ser tú la que de su merecido a esta maleducada.

Sin darle tiempo a reaccionar, la hembra de rubios cabellos atrapó la mano de Elainne, apretó sus dedos de tal forma que estos formaron una especie de cuña y la dirigió hacia el oscuro agujero que se abría frente a ella.

Elainne negaba con la cabeza, intentaba resistirse, pero Doutzen era mucho más fuerte.  De nuevo buscó la ayuda de Karl con la mirada, pero él simplemente manipulaba su teléfono móvil con total indiferencia.  La jovencita temblaba como un flan cuando las yemas de sus dedos llegaron a la cavidad. Aterrorizada contempló impotente cómo sus primeras falanges penetraban en el intestino de la otra mascota sin poder hacer nada por impedirlo.

-          Estira los dedos o la destrozarás.  A mí me da lo mismo; es más, casi lo prefiero. No hace más que decepcionarme una y otra vez; es una inútil.

La morenita estaba bloqueada pero aun así llegó a la conclusión de que a Hanna le resultaría menos gravoso todo aquello si lo hacía tal y como Doutzen le ordenaba así que estiró los dedos de tal forma que su mano adoptó una posición más puntiaguda y aerodinámica. En ese momento lamentó haberse dejado de comer las uñas ya que los afilados apéndices amenazaban con rasgar el contorno del esfínter. De nuevo la elasticidad del cuerpo de la pelirroja le sorprendió y, una vez pasado el escollo de los nudillos, todo fue más sencillo: en pocos segundos su mano desapareció por completo con la misma facilidad que la verga de Karl. Sentía el pulso de la muchacha comprimiendo su mano a un ritmo frenético.

-          ¡Empuja! Empuja fuerte, retuércelo, verás cómo disfruta. No te preocupes por ella. Es sólo una estúpida mascota. No vale nada.

Elainne no sabía lo que hacer, fue la propia Hanna la que hizo todo el trabajo. La adolescente se limitó a mantener la mano en la posición indicada y la enorme gata humana se sodomizó a sí misma hasta más allá de la muñeca de la mascota primeriza.

-          Ahora la otra.  Venga, ¿a qué esperas? ¡Métesela por el coño! ¡Mira cómo le babea!

En efecto, por los muslos de Hanna descendían dos cascadas de flujo vaginal. La pelirroja ronroneaba de gusto mientras su ano era profanado con severidad. Estaba claro que ser tratada así no le disgustaba. Al final Elainne sucumbió al vicio, la curiosidad le pudo y repitió la maniobra con el orificio delantero. El resultado fue, si cabe, más espectacular: todavía le resultó más sencillo taladrar la vulva que el ano de Hanna gracias a su abundante secreción vaginal.

Con mucho cuidado de no abrir la boca, la adolescente retorcía sus manos en el interior de la otra mascota mientras esta emitía guturales sonidos de placer.

-          Eso es… ¡Fóllatela! – La animaba Doutzen fuera de sí.  

Conforme incrementaba el ritmo de las penetraciones Elainne sentía cómo la vagina que castigaba sin cesar se comprimía más y más hasta que llegó un momento que la contracción fue tan intensa su mano pareció seccionarse de su muñeca. Hanna dejó de moverse y fue entonces cuando las babas envolvieron la mano de la más joven como si fuesen gelatina. El orgasmo fue intenso, pero aun así la mascota no emitió sonido alguno más allá de un ronco ronroneo de placer. Si le dolía, no lo dio a entender.

Elainne sacó las manos con mucho cuidado. Se quedó mirándolas durante un instante. Le parecía increíble que hubiesen podido estar en el interior de otra persona. No tuvo mucho tiempo para recrearse, Doutzen todavía no había tenido suficiente. La tiró sobre la cama, le abrió las piernas y se dio un festín con su sexo. Estaba desatada y nadie, ni su mismísimo marido, iba a detenerla.

-          Te lo voy a comer todo, cachorrita.

La adulta agarró las tetas de Elainne con furia mientras le devoraba el coño con intensidad.  La chica resopló y se dejó hacer.  Temió de nuevo por su integridad física, pensó que la rubia iba a mutilarla a dentelladas, pero cuando Karl se colocó a su lado y sus miradas se cruzaron, todos sus males desaparecieron.  

-          Tranquila, sé que tú puedes. – Le dijo él en tono dulce, acariciándole el cabello.

Sumergida en el verdor de sus pupilas, aguantó estoicamente uno, dos e incluso cuatro dedos en el interior de su vagina; ni siquiera torció el gesto cuando su trasero fue desprovisto de la cola y tratado del mismo modo salvaje y cruel que su abertura delantera. Es más, hasta se abrió de piernas por completo cuando la rubia, provista de un falo de látex y un arnés a la cintura, se la tiró con furia desmedida.

Doutzen le hizo de todo, tanto por el culo como por la vagina, pero no consiguió que Elainne abriese la boca. Al final, la rubia aceptó la derrota con una sonrisa y dejó de ensañarse con la chiquilla.

-          ¡E… eres buena, cachorrita! – Le dijo mientras recobraba el aliento y mirando a su marido, prosiguió: - Eres un cabrón con suerte, cariño.

-          Ya te lo dije. Sabía que mi pequeña no me defraudaría.

-          Uff. Ya te digo. Estoy muerta. ¿Puedo bañarme con ella?

-          Por supuesto. Pero antes debes ordenarle algo, ¿no crees?

-          Claro. Serás una mascota extraordinaria – dijo la rubia en un tono mucho más amable -. Trágatelo todo, cariño. Te lo has ganado.

A partir de aquel día la actitud de Doutzen hacia Elainne cambió de manera radical, sin llegar a ser cariñosa y atenta con ella, sí que la trató con el respeto debido y jamás volvió a intentar castigarla sin motivo.

 Por su parte Elainne aprendió mucho tanto de ella como de Hanna, sobre todo a la hora de saber cómo satisfacer a un dueño de sexo femenino.

(Continuará)

Kamataruk

kamataruk@gmail.com