miprimita.com

Escritor erótico: descubierto y despedido

en Sexo Anal

             Estaba lo más bien trabajando en mi escritorio cuando me llamó la encargada de Recursos Humanos. Entré a su oficina y me miró con severidad. Yo sabía que era una solterona malcogida, pero en ese momento sus rasgos de cara de culo se maximizaron. Fue directo al grano: me dijo que me iban a despedir porque el departamento de sistemas había investigado la actividad de mi computadora. Encontraron que no sólo entraba reiteradas veces a páginas web de relatos eróticos sino que también contribuía con mis textos en varias de ellas. Me dijo que la gerencia de la empresa no estaba de acuerdo con el contenido de mis escritos. Todos atentaban contra la moral y las buenas costumbres. Para fundamentar la gravedad de la situación, me señaló algunos de los títulos más escabrosos de mi autoría: “Fellatio a 300 km/h”, “Orgía en la clase de Aqua-Gym”, “Los senos más inmensos del mundo” y “Los verdaderos anales de la historia”.

            –Con todo respeto –empecé a defenderme frente a la encargada de RR.HH–. ¿Por qué la empresa está invadiendo mi privacidad?

            –Usted usó una computadora de la empresa para entrar a esas páginas web y además subir contenido pornográfico –me respondió impasible la encargada de RR.HH.

            –No es pornografía. Es erotismo –insistí ante su ignorancia–. Es distinto.

            –Me da igual –dijo ella cortante–. Tengo órdenes de que abandone su puesto de trabajo ya mismo.

            – ¿Leyó por casualidad alguno de mis escritos? –me atreví a preguntarle.

            –Tengo cosas más importantes que hacer –respondió y me invitó a retirarme de su oficina.

            Así de expeditivo fue mi despido. No tuve lugar a réplicas. Me acusaron de pornógrafo y terminé en la calle. Para colmo, la noticia se hizo vox-populi en el mercado laboral. Mis días después del despido eran pura desesperación: mandaba mails a todos lados buscando un nuevo trabajo. Mi inspiración como escritor erótico se había reducido a cero. Me habían cortado las alas.

            Una tarde, mientras actualizaba ansioso la casilla de e-mails a ver si me respondían de algún empleo, me llegó un mail de Carina Ispani. Qué raro, pensé. Qué querrá esta mina conmigo ahora. El subject decía: “Perdón por haber sido tan hostil”

           

            Estimado Ezequiel:

            Soy Carina, por si no sabías mi nombre soy la encargada de Recursos Humanos de tu trabajo anterior. Quisiera confesarte que después del encuentro que tuvimos, sentí culpa por haberte acusado de pornógrafo y me atreví a leer tus escritos. Tenías razón al establecer una diferencia entre pornografía y erotismo. Tus textos tienen un vuelo y una belleza inconmensurable. Los leí todos. Querrás saber cuál es la razón por la cuál te escribo además de pedirte disculpas por mi actitud tan severa. No puedo sacarme de la cabeza el relato “Los verdaderos anales de la historia”. No me deja dormir. Aunque me masturbo pensando en que alguien me practique un sexo anal tan detallista, no puedo con mi genio. Lo hablé con mi psicóloga y ella me alentó a escribirte. Desearía que reproduzcas con mi cuerpo lo que escribiste. Es mi anhelo más urgente. Igualmente, puedo entender que estés enojado conmigo o que pienses que estoy loca. Por favor, acepta mis disculpas y no compartas con nadie este e-mail.

            Espero tu respuesta, un beso. Carina.

 

            Lo primero que sentí al leer el mail fueron ganas de vengarme. Después pensé que podría ser una broma de algún imbécil. Pero no, chequeé la dirección de e-mail. La muy atrevida se animó a escribirme desde la casilla de e-mail del trabajo. Ah, claro... A ella no le investigan lo que hace con Internet, pensé un tanto furioso. Me serví una medida de whisky para meditar acerca del asunto. Básicamente Carina me estaba invitando a tener sexo anal. Cualquier hombre pensaría: ¿Por qué no aceptar enseguida? Digamos que yo tengo cierta autoestima y me he acostado con mujeres mucho más atractivas que Carina. Por algo ella es una solterona malcogida.

            Para decidirme hice un ejercicio: me desnudé y me senté al borde de la cama. Cerré los ojos. Si al recordarla e imaginarla desnuda se me paraba la verga, iba a aceptar. Carina debe medir 1,55, es rellenita, tiene tetas normales y culo ancho. Es caderona. Tiene tez blanca, ojos pequeños y saltones, nariz delicada y una boca normal. Los rulos de su cabellera no invitan demasiado a la acción. Sin embargo, cuando la recuerdo con su cara de Bulldog echándome de mi empleo... me agarra una furia... Creo que es la oportunidad para desquitarme rompiendole bien el orto, pienso y abro los ojos: tengo la verga bien hinchada, con ganas de adentrarse en un culo. Le respondo el e-mail a Carina. Bien seco y cortante como ella cuando me despidió:

           

              Hola Carina.

                        Acepto tu invitación.

                        Saludos, Ezequiel.

 

            Al día siguiente fui al departamento de Carina. Vivía en un monoambiente ubicado en el centro de Buenos Aires. Tuve la amabilidad de llevar una botella de vino. Ante todo, soy un caballero. Yo estaba distante: ella me saludó con bastante euforia. Me dijo que estaba cocinando un pollo con champignones y que me agradecía la aceptación. Intentó ponerle paños fríos a su calentura: me dijo que el día que me escribió estaba inspirada y sugestionada por mis textos, pero que en realidad me invitaba a cenar para disculparse... bla, bla, bla.

Apoyé con fuerza la botella de vino sobre la mesa y dije:

            –Carina... Yo vine porque para mi es un experimento artístico lo que vamos a hacer.

            –No entiendo –dijo ella un tanto sobresaltada.

            –Vamos a llevar a la realidad un texto mío –respondí con delicadeza–. Estoy realmente entusiasmado.

            – ¿Por qué tan entusiasmado? –dijo ella acercándose a mí.

            –Podés poner el pollo en cocción lenta, si querés –respondí mientras le apretaba una nalga con mi mano–. No disimules más, Carina. Estás súper caliente y yo también.

            Le agarré una mano y se la apoyé sobre mi verga erecta que quería romper el pantalón y salir. Ella me dijo que tenía razón. Que estaba caliente. Pero quería hacerlo tal cual el texto. Con ese lujo de detalles. Mi relato “Los verdaderos anales de la historia” tiene una descripción muy elegante acerca de cómo practicarle sexo anal a una mujer. Sin forzarla, sin apurarla. Con toda la paciencia del mundo, esperando que su flor se abra a su ritmo, dejando lugar para el aguijón que la va a polinizar.

            –Ok, vamos a hacerlo tal cual mi relato –afirmé mientras me desabrochaba el cinturón.

            Carina no perdió el tiempo. Se quitó la ropa y sólo se dejó puesta la bombacha. Se colocó en cuatro patas en un sillón amplio que había en su living. Yo por mi parte, me desnudé completo. Tenía la verga dura como un palo de escoba. Paciencia, paciencia, pensaba por dentro. Lo primero que hice fue ponerme por detrás de Carina y hacerle un masaje suave en la espalda baja, para que la sangre empiece a fluir hacia esa zona del cuerpo. Se la notaba nerviosa. Tenía la piel de gallina y temblaba. Me preguntó si hacía falta leer el texto en su notebook. Yo le aclaré que lo recordaba a la perfección, por eso estaba arrancando con un masaje. Todavía no le había sacado la bombacha. Se ve que se había puesto su mejor ropa interior para la ocasión. Un tanto naif para mi gusto, el encaje color rosa. Ya habría tiempo para quitarlo. Inspeccioné con mis manos sus senos. Colgaban turgentes, con los pezones bien duros. Se lo apreté, ambos a la vez y dejó escapar un gemido un tanto reprimido. La respiración de Carina era agitada. Se mantenía respetuosamente callada, dejándome hacer. Estaba totalmente entregada. Antes de sacarle la bombacha, metí la mano en su entrepierna para tener una idea clara de la situación. Una concha mojada nunca miente. Carina estaba empapada. Era hora de quitarle la ropa interior.

            Fui arrastrando la bombacha suavemente, despegándola de sus nalgas y bajándola por sus muslos. Carina me ayudó levantando las piernas. Todo era en cámara lenta. Ya cuando la bombacha estaba por los talones, a punto de retirarse de su cuerpo, pude oler ese aroma tan característico de la mujer que hace tiempo que no tiene sexo: una mezcla entre humedad, sabor amargo y crema hidratante corporal.

            Procedí a separarle las nalgas. Cuando hice eso, Carina empezó a temblar nuevamente. Ambos permanecíamos callados. Yo recordaba al pie de la letra mi narración, mi descripción. Pude ver su agujero anal impoluto: no necesité demasiados segundos para darme cuenta de que su ano era virgen. Eso me calentó aún más. Miré mi verga, que estaba expulsando una buena gota de líquido preseminal. Sostuve sus nalgas separadas con firmeza, clavando mis dedos en la carne. Me acomodé y me sumergí de lleno en el esfínter de Carina: primero le dí un beso, como para hacerle notar mi presencia y mi amabilidad. Después empecé a lamer despacito con la lengua. El agujerito de Carina estaba muy cerrado y eso me excitaba. La puntita de mi lengua hacía movimientos microscópicos focalizándome en ese hoyito que de a poco iba demostrando que estaba vivo y apenas se dilataba. Tomaba unos descansos pequeños y aprovechaba para besarle las nalgas. Al principio se notaba que Carina contraía los músculos pélvicos y su culo estaba rígido. Pero a medida que fui paladeando su esfínter y llenando mi boca de ese sabor amargo pero nada desagradable, Carina se fue relajando.

            –Ahhhh, dios mío –dijo por fin como si lo estuviese conteniendo hacía horas y se relajó del todo.

            Con sólo unos minutos de lengua, el culo de Carina iba adquiriendo otro dinamismo. Era un culo convencido, amigable. Las dudas se habían disipado. No había retorno, iba a ser desflorado y era feliz por ello. Procedí a ensalivar la entrada del culo de Carina. El proceso iba a ser al natural, con los fluidos propios del ser humano, sin lubricantes artificiales. Mi saliva tibia y su mucosa anal excitada iban a facilitar la dilatación. Introduje suavemente mi dedo índice para empezar el proceso de abertura.

            –Primero eran unos mimos suavecitos con el pulgar –me corrigió Carina con la voz agitada.

            Tenía razón. Me había olvidado de la parte del pulgar. Apoyé los cuatro dedos sobre la parte superior de su culo, justo antes de la cintura y dejé caer el pulgar sobre su esfínter. Empecé a hacer movimientos como las agujas del reloj. Me gustaba el hoyito virgen de Carina. Tenía una textura agradable al tacto.

            –Mmm... me encanta... –se limitó a decir Carina. Ya no temblaba.

            La sangre estaba irrigando bien, hacia el lugar correcto. Se sentía el calor al tacto. Acerqué mi boca a la raya del culo de Carina y escupí una gran cantidad de saliva. La empujé adentro de su hoyo con mi dedo índice. No le costó entrar para nada. La dilatación se estaba dando de manera muy natural. No hay que forzarlo al culo, hay que dejarlo a su ritmo, ser paciente. Es sorprendente como la mesura te premia. Me animé a deslizar otro dedo más, el dedo mayor. Ingresó cómodo también. Carina largaba unos pequeños quejiditos. De a poco empezaba a menearse hacia atrás, a desear que ese intruso entre sus nalgas sea mi pene. Mi verga seguía erecta como un mástil. Continuaba escupiendo líquido preseminal. Me atreví a meter un tercer dedo, siguiendo las órdenes de mi relato erótico “Los verdaderos anales de la historia”

            –Ay... no aguanto más... estoy muy ansiosa... –exclamó Carina con la respiración entrecortada–. Meteme la pija ya mismo, por favor.

            –No desesperes, Carina –advertí yo–. Vamos paso a paso como en el relato.

            –No falta demasiado para la pija en el relato –dijo Carina dejando entrever que lo había leído varias veces.

            Mi verga también estaba ansiosa. En el relato que escribí, el protagonista sacaba los dedos de adentro del esfínter y contemplaba el agujero dilatado y agrandado. Después acercaba su boca cargada de saliva y escupía adentro. Eso fue lo que hice exactamente con Carina. Era impresionante como se había relajado toda su musculatura anal. Probé meterle cuatro dedos: el índice, el mayor, el anular y el meñique, amontonándolos. Ingresaron cómodos. Era la hora.

            –Por favor, Ezequiel, me estás haciendo sufrir –dijo Carina.

            Antes de puntearle el ano con mi verga, le acaricié la espalda. Estaba hirviendo. No era joda la calentura de Carina. Acerqué el glande a su esfínter húmedo y dilatado. Le separé bien las nalgas de ese culo carnoso y bonachón. Lo deslicé suavemente. No hizo falta hacer fuerza. Su esfínter me daba la bienvenida, invitaba a pasar a mi pene, a sentirse como en su casa.

            –Sí... sí... mi sueño hecho realidad –dijo Carina una vez que entró la cabeza del pene.

            La sensación de estar adentrándome en ese hoyo era hermosa. Su carne anal virgen, tierna y caliente era el abrigo que toda verga desea. Podía sentir la humedad en la punta de mi pene, el líquido preseminal haciendo el retoque final de lubricación: unos buenos goterones estaban terminando de allanar el camino. Cuando noté su entrega total, se la enterré entera. Su culo quedó pegado a mi pelvis y mi pene ya no se veía: se lo había tragado el agujero de Carina.

            –Ahhhhhhhhhhhhhhhhh –exhaló un grito ahogado Carina y rompió la postura de cuatro patas. Apoyó su pecho sobre el sillón y relajó los brazos. Sólo mantenía el culo para arriba. Se distendió y se dedicó a disfrutar.

            Era el momento de mi “venganza”. Empecé a bombearla fuerte. La agarré firmemente de las caderas y le dí duro. Mete y saca, mete y saca. Con prolijidad, dejando el glande siempre adentro. Las nalgadas también eran parte de mi relato. De la paciencia se iba pasando gradualmente a la salvajía.

            – ¡Más duro! ¡Más fuerte! –gritaba Carina cada vez que yo le daba un chirlo en las nalgas.

            Los cachetes del culo de a poco se le iban enrojeciendo y eso me excitaba cada vez más. Metí una mano por debajo de su pierna para ver cómo estaba su vagina. Me encontré con la mano de Carina, que se estaba estimulando el clítoris. Igualmente la humedad había llegado hasta los muslos, era una cascada de flujo. Quién iba a pensar que el culo de esta encargada de Recursos Humanos iba a ser semejante banquete. Encima estaba sin estrenar.

            –Quiero la leche... llename de leche, por favor, dame la leche –dijo Carina mientras aumentaba el volumen de sus gemidos. Se notaba que estaba por acabar; movía el brazo que estimulaba el clítoris cada vez más rápido.

            Mis huevos ya estaban listos para mandar el semen a la verga. Quería quedarme para siempre adentro del culo de Carina. La metía y la sacaba limpia. Era un placer. Estoy seguro que se preparó, se hizo varios enemas para cerciorarse de que todo el agujero estaba impecable. No tardé en eyacular imaginándome a Carina haciéndose enemas, para mí, para el escritor erótico devenido en desflorador anal.

            –Uffffff... ahí va todo... –atiné a decir antes de aferrarme fuerte a sus caderas.

            Le dejé enterrada la verga hasta el fondo mientras vaciaba todo lo que tenía encima. Allá iba toda mi leche acumulada después de varios días.

            –Ahhhh... dios mio... me quema las entrañas... me fascina... –dijo Carina extasiada–. Estoy acabando... estoy acabando...

            Me quedé estático por unos instantes hasta cerciorarme de que había vaciado todo el contenido de mis testículos. Siguiendo el procedimiento de mi relato, la saqué de adentro de su culo con amabilidad y elegancia. Un goterón de leche saltó al tapizado del sillón. Observé como disimuladamente mi semen quería escaparse del esfínter anal de Carina.

            – ¿Me lo llenaste mucho de leche? –preguntó Carina risueña.

            –Bastante –le respondí–. Todavía falta la parte final del relato.

            –Sí, sí –advirtió Carina–. La parte del souvenir.

            Le pedí su teléfono celular. Ella me lo pasó con la aplicación de la cámara abierta. Se nota que lo recuerda a la perfección. El protagonista de “Los verdaderos anales de la historia” después de eyacular en el ano dilatado de su amante, le tomaba una foto. Yo procedí a hacer exactamente lo mismo. Tomé varias fotos. La leche no paraba de brotar de su culo dilatado.

            –Bueno, Carina –dije algo sonriente–. Ahora si querés podemos comer el pollo que estabas cocinando cuando llegué...

            – ¡El pollo! –exclamó Carina–. Debe haberse quemado...

            Miré a los ojos a Carina. Su cara de bulldog enojado había cambiado. Sus rasgos estaban más dóciles. Me agarraron ganas de bañarle el rostro con mi leche, que salte la lefa hasta su pelo.

            –Qué pena el pollo... –dije con sarcasmo–. Si querés puedo hacerte el culo de nuevo o podemos probar otra cosa, no tengo problema...

            –Ya se está poniendo paradita de nuevo... Mirá... –dijo Carina y se agachó a chuparme la verga.