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Jugando con fuego, me incineré vivo

en Gays

            Mi vida sexual hasta el momento había sido 100% hetero. Sólo me había acostado con mujeres. Pero en mi intimidad había tenido experiencias cercanas a la homosexualidad: me había masturbado pensando en que me hacían el orto, imaginado cómo le chuparía la verga un hombre e incluso me había calentado frotándome los pezones como si fuese una mujer. A nivel físico lo máximo había sido meterme dos dedos en el culo, lubricados con crema enjuague. Y además, sacarle la flor a la ducha y ponerme en cuatro patas para que el chorro grueso de agua caliente me diera de lleno en el agujero.

            Había una curiosidad revoloteando en mi cabeza. Fue por eso que una noche me metí a una página de chat con el objetivo de hacerme pasar por gay. Ese día en particular había discutido fuerte con mi novia, eso sirvió como detonador. Después de un rato de cruzar palabras con muchos desesperados que no me erotizaban en lo más mínimo, me topé con un usuario: “Tadeo_30”. Su nombre me sugirió belleza, pulcritud, higiene. Lo imaginé como el hombre que idealizaba en mis fantasías: ligeramente rubio, de piel blanca tirando a rosada, con el cuerpo plenamente afeitado hasta sus partes más íntimas.

            Empezamos a hablar. Me gustó la cadencia de sus frases, cómo encadenaba cada oración con la siguiente. Escribía bien, sin faltas de ortografía, con acentos y poniendo los puntos al final. Con el devenir de la charla confirmó su edad, la misma que yo: 30 años. Y también compartíamos otra característica en común: los dos estábamos de novios con una mujer hacía varios años. Se me ocurrió preguntarle a Tadeo si con su novia habían practicado sexo anal invertido, es decir, que ella lo penetre a él. Me dijo que jamás surgió la posibilidad y no se imaginaba planteándoselo. A mí me pasaba lo mismo. Alguna vez se me ocurrió preguntarle a mi novia si se pondría el famoso Strap-On. Pero todo había quedado en mi inconsciente.

            Nos quedamos chateando hasta tarde. Tadeo vivía a 10 kilómetros de mi casa. La distancia no era un impedimento. Al contrario, yo creo que a ambos al principio nos causó cierto terror que la consumación de la fantasía fuese posible. Decidimos mantener nuestra relación virtual en la clandestinidad. Ni siquiera nos pasamos los Whatsapp. Continuamos hablando por Skype, con cuentas falsas. Al menos la mía era falsa.

             Mi deseo se hizo concreto e irrefrenable cuando Tadeo accedió a pasarme una foto suya. A diferencia de mi look más varonil de barba, bigote y cuerpo menos esculpido tirando a relleno, Tadeo era muy similar a lo que yo había idealizado: rubio peinado raya al costado, afeitado al ras, ojos verdes, flaco, fibroso, 1.80 de altura. Él me confesó que en sus fantasías imaginaba a un tipo descuidado, tirando a lo salvaje como lo era yo. De hecho me sentí un poco mal porque creí que Tadeo me consideraba feo o desagradable.

            El encuentro no se hizo esperar. Después de dos semanas decidimos ir a un hotel alojamiento en un punto equidistante de nuestras respectivas casas. Durante las charlas habíamos delimitado lo que iba a ocurrir: yo estaba decidido a tener un rol pasivo, mientras que Tadeo aceptó lo que le iba a tocar hacer. Le deslicé sutilmente en algunas ocasiones si no se animaba a pasarme una foto de su pene e ir preparando mi culo para lo que me iba a encontrar, pero insistió con el factor sorpresa. Por el resto de su cuerpo, no esperaba decepcionarme. Me ilusionaba quitarle el bóxer y encontrarme con una verga rosada enhiesta, de cabeza morada y desencapuchada. No podía imaginar bien lo que iba a hacer, era mi primera vez. Pero me volvía loco de sólo pensar en acunarle suavemente los testículos con una mano y con la otra empezar a pajearlo desde la base del tronco hasta hacerle mimitos suaves en su cabecita.

            Tomé un taxi rumbo al hotel alojamiento un viernes a las 9 de la noche. La idea era hacer todo ahí: tomar algo en la habitación, si teníamos hambre cenar y si todo estaba bien que ocurriera lo que tenía que ocurrir. Nos encontramos en la puerta. Ambos fuimos puntuales. El primer momento fue tenso y frío. No sabíamos como saludarnos, si darnos la mano, si abrazarnos y palmearnos las espaldas o simplemente darnos un beso en la mejilla. Creí que lo mejor sería esto último así que tomé la iniciativa y lo invité a pasar. Tadeo tenía una voz suave y acompasaba las frases aún mejor de como las escribía. Tenía puesta una camisa manga larga celeste con unos ornamentos y un pantalón de jean negro ajustado. En los pies, mocasines. Me resultó extraño el momento de hacer check-in. Por suerte las luces negras y el estado de drogadicción que tenía el conserje ayudaron a aligerar el trámite.

            Cuando llegamos a la habitación le pregunté a Tadeo si daba para tomar algo. Me dijo que estaría bien un vino y prendió la televisión. Puso un canal donde había dibujos animados. Se notaba que estaba nervioso porque no me miraba y cada tanto largaba una risita forzada. Por suerte el vino no tardó en llegar a la habitación. Lo mandaron descorchado con lo cuál apuré la cuestión y serví dos copas.

            –Está rico –me dijo Tadeo y por primera vez me miró a los ojos y mantuvo la vista.

            –Permiso –dije y me senté a su lado en la punta de la cama.

            Creo que se inhibió cuando me acerqué porque desvió la mirada hacia la televisión. A mí, el trago largo de vino tinto me había subido la temperatura. Inspiré hondo y sentí que Tadeo tenía puesto un perfume de Calvin Klein que conozco. Me acerqué un poco más. Él no se alejo. Dejó que mi mano se apoyara sobre su muslo y se deslizara muy lento hacia su entrepierna. Comprendí que no tenía nada de que temer cuando percibí cómo se le inflaba el paquete.

            –Quiero verla –le dije mientras le frotaba con la palma de la mano los huevos y la verga por encima del jean.

            Tadeo tomó lo que le quedaba en la copa de vino y estiró la mano hacia una mesada para agarrar la botella y servirse más. Yo a todo esto seguía masajéandole el paquete, que cada vez estaba más hinchado. Él se rió y tomó rápido la segunda copa de vino.

            –Dejame relajar un poquito –dijo Tadeo.

            Me impacienté y le desabroché el botón del jean. Por suerte no llevaba cinturón. Le bajé el cierre de la bragueta y me adentré con mi mano. El bulto se sentía mucho más suave por encima de la tela del bóxer de algodón, que era de color blanco. Tironeé un poco para que Tadeo active. Dejó la copa en el piso y levantó la cola de la cama para que logre quitarle el jean. Ya que estábamos, le saqué todo junto: jean, bóxer y mocasines. La pija saltó como un resorte. Abrió las piernas para dejarmela ver. Era más linda de lo que había pensado: depilada, de huevos bien formados color marrón claro y la verga blanca tirando a rosa alcanzaba su climax de belleza con un frenillo bien tirante dejando al descubierto el glande morado y gomoso. Tenía una buena medida Tadeo. A ojo calculé unos 18 centímetros.

            –Qué buena pija –me salió decir.

            Tadeo sonrió y yo me arrodillé entre sus piernas. En ese momento no pensé demasiado, simplemente dejé que mi cuerpo se moviera por sí solo: agarré el tronco de su verga desde la base y mientras lo masturbaba le envolví la cabeza rosada con la boca. Primero paleteé suave con la lengua llena de saliva. Empuñé firme su verga como si fuese un micrófono. Cuando ví que con mi boca no estaba haciendo lo suficiente, apoyé mis manos frotando sus muslos y me la metí hasta la garganta. Tuve algunas arcadas pero me gustaba. Tadeo gemía y eso me daba más ganas de seguirsela chupando. Me sentía un experto pese a ser mi primera vez. Con el pulgar de mi mano derecha empecé a acariciarle los testículos, sabía que tenía que hacerlo con suavidad por experiencia propia. Después le realicé a Tadeo lo que más me gustaba del sexo oral: recorrer con la lengua desde la base del tronco, donde se une con los huevos, hasta la punta del glande.

            –Me vas a hacer acabar y no quiero –dijo Tadeo.

            –Esperame que me saco la ropa –le respondí.

            Yo también tenía la verga parada y me estaba doliendo prisionera de mi ropa. Él se quitó la camisa y yo rápidamente me deshice de mi pantalón, de mi bóxer y de mi remera. Ahora sí, estábamos los dos desnudos. Tadeo se detuvo por unos instantes a mirar mi verga con cierta incredulidad. Pensé que tal vez notaría diferencia entre su buen tamaño y el mío.

            –¿Querés que te la chupe? –soltó de una Tadeo.

            –Bueno –respondí tímidamente.

            Yo estaba parado y Tadeo estaba sentado en la cama. Hice dos pasos hacia adelante y mi verga erecta terminó frente a sus labios. Lo noté dubitativo. Él creo que al principio no sabía como hacerlo. Primero le dio besitos tímidos y de a poco empezó a sacar la lengua, dándole pequeñas lamidas.

            –¿Te gusta? –le pregunté.

            –Sí –me respondió y recién ahí subió la intensidad de su mamada.

            Se la metió completa en la boca. Empezó a cabecear literalmente mi ombligo. Al no ser tan grande podía tenerla entera adentro sin atragantarse. Cuando pensé que el goce mío no podía ser mayor, Tadeo me sorprendió apretando mis nalgas con sus manos. Tenía los dedos bien aferrados a los cachetes de mi culo y los estiraba hacia afuera, como si quisiera dejar al descubierto el agujero.

            –Meteme un dedo –le dije mientras no paraba de chupármela y aclaré como si hiciera falta–: Meteme un dedo en el culo, Tadeo.

            Acató la orden y empezó a trabajarme el agujero. Primero lo merodeó y luego se adentró sin ningún tipo de preámbulo. Esto hizo que las neuronas se me pongan al rojo vivo y sentí el inminente descreme de mis testículos. Aún no era el momento.

            –Cojamos, Tadeo –le dije y le saqué la verga de la boca de un tirón–. Quiero que me hagas el orto ya.

            Me encaminé hacia la cama como una gata en celo y me puse en cuatro patas. Me limité a esperar a ver cómo Tadeo encaraba la situación. Controlé mi impaciencia y tuve premio: Tadeo empezó a lamerme el hoyo con mucha fruición. Sentí como la verga se me ponía durísima y comenzaba a derramar líquido preseminal. Después de unas cuántas chupadas, noté que con su saliva me estaba dilatando poco a poco el agujero. Al principio fue un dedo, luego fueron dos. Yo estaba un poco nervioso y me costaba relajar el esfínter. La saliva no era suficiente. Le dije a Tadeo que busque algo para lubricar mi entrada y lo encontró: la vieja y confiable crema enjuague.

            La textura suave y levemente espesa de la crema enjuague hizo efecto en la mucosa de mi esfínter. Cuando me quise dar cuenta, ya tenía cuatro dedos adentro del culo. Sentí como Tadeo se acomodaba para la gran embestida: primero me puerteó la cola con la cabeza de su verga y después se aferró fuerte a mis caderas.

            –Metémela, metémela despacito –le supliqué.

            Tadeo fue suave y meticuloso, fiel a su estilo. Me hizo disfrutar cada centímetro de su verga, adentrándose con elegancia. Primero la gomosidad de su glande y luego la dureza de su tronco. Le pregunté si había entrado entera y me dijo que no, pero que así estaba perfecto. Me dijo que no quería lastimarme, que había alcanzado un tope. Una vez que entró, ahora iba a empezar a salir. Es la lógica del bombeo. Yo todavía no me acostumbraba a tener algo adentro del culo. Era una mezcla extraña entre dolor, placer e incomodidad. Pero que estaba caliente no había ninguna duda porque mi verga estaba durísima y no paraba de escupir líquido transparente, manchando todo el acolchado de la cama.

            –Ahí vamos –dijo Tadeo dulcemente.

            –Tocame las tetillas, así –le dije y le arrastré sus manos desde mis caderas hacia mi pecho.

            Cerré los ojos y me dejé culear. Por mi mente pasaban miles de imagenes. Una de ellas era mi novia. ¿Le confesaría alguna vez que me habían practicado sexo anal? Las embestidas de Tadeo eran cada vez más violentas. Sentía su pelvis chocando contra las carnes de mi culo y el suave bamboleo de sus testículos cerca de los míos.

            –Qué culo lindo y carnoso que tenés –me dijo Tadeo agitado.

            –¿Estás por largar la leche? –pregunté curioso.

            –Sí –dijo Tadeo

            –Llename el culo de leche –ordené.

            El torrente no tardó en inundar todo el canal dilatado de mi ano. Una sensación de placidez y relax embargó el interior de mi culo. Un liquido tibio y espeso se abría camino en grandes cantidades hacia mis entrañas. Como buen semental, Tadeo siguió bombeando hasta quedar seco y exhausto. Yo por mi parte, apenas tuve que hacerme unas puñetas para que de mi verga también brotara una buena cantidad de leche, manchando de blanco esperma el cubrecama del hotel alojamiento.