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El último baño (con la hermana mayor)

en Amor filial

            Desde un comienzo en mi casa fuimos mi vieja, mi hermana y yo. Mi vieja se pasaba todo el día laburando así que yo quedaba al cuidado de mi hermana mayor, que me llevaba quince años de distancia en edad. Ella me preparaba el desayuno, el almuerzo, la cena. También me ayudaba con las tareas. Pasábamos muchísimo tiempo juntos.

            El recuerdo más llamativo que tengo es que siempre a la hora de bañarnos, lo hacíamos los dos a la vez. Mi hermana era grandota: medía aproximadamente 1,70, tenía una cara imponente de rusa cachetona, espalda ancha, algo de panza y piernas morrudas. Pero lo que más me viene a la mente es el tamaño de sus tetas y de su culo. Tenía pezones grandes, del tamaño de una hamburguesa sin cocinar y sus nalgas eran realmente inmensas. Siempre me daban ganas de hundir mi mano en ese culo carnoso y exhuberante. Lo que había entre sus piernas era un misterio total. Para mí, hasta que mis amigos me mostraron una vagina en una revista porno, era como una cicatriz. Yo tenía conocimiento de su cuerpo porque a veces pasábamos más de media hora en la ducha. Los dos nos quitábamos toda la ropa y nos metíamos bajo el agua. Ella primero me llenaba el pelo de shampoo y aprovechaba la espuma que iba cayendo por mi cuerpo para frotármela con la esponja. Me gustaba que mi hermana me bañara. Lo hacía con mucha delicadeza. Cuando llegaba el momento de lavarme el pene lo agarraba con mucho cuidado y le tiraba la piel para atrás, dejando el glande afuera. Se ponía jabón en el dedo pulgar e índice y me limpiaba. Yo le decía que el jabón me hacía arder pero ella insistía en que la higiene de esa parte del cuerpo era muy importante. Después para enjuagarme, hacía que la lluvia de la ducha impacte sobre la palma de su mano y de esa manera un chorro tibio y suave caía sobre mi pene desencapuchado. “Bueno, ahora se guarda” me decía cuando terminaba de lavarme el glande y me corría la piel otra vez a su lugar. También me lavaba los testículos. Los manipulaba con ternura y suavidad. “Tenés que ser cuidadoso con tus huevitos” me decía. Mis testículos fueron los que determinaron la última vez que me bañé con ella: un día me dijo muy sorprendida “Ah, ya tenés pelos”. A partir de ese día empecé a ducharme solo.

            Un día, en pleno apogeo de mi adolescencia, mi hermana entró a mi habitación de golpe y me dijo:

            –¡Qué olor que hay en este cuarto! ¿Cuánto hace que no te bañás, asqueroso?

            –Hace 3 días –respondí risueño.

            –Sos un caradura –me gritó–. Ya mismo te vas a bañar, no se aguanta el olor que tenés.

            En esa época de mi vida yo tenía las hormonas encendidas con el fuego del mismísimo infierno. Me masturbaba más de cuatro veces por día. Me pasaba todo el día imaginando escenas porno, pensando en cómo sería el puto día de mi debut sexual.

            –¿Por qué no me bañás vos como antes? –le dije de golpe.

            –Ya estás grandecito –me respondió seria–. Sos un boludón importante.

            –Bueno, si no me bañás vos, no me baño –la desafié.

            –Ya sos un hombre –me retrucó mi hermana–. Ya estás crecidito, mi amor.

            Cuando me dijo eso me agarró una electricidad en todo el cuerpo. Me levanté de la cama y empecé a sacarme la ropa adelante de ella. La remera, el pantalón, las medias, el calzoncillo. Me quedé parado con la verga colgando a ver si eso le daba ganas de bañarse conmigo.

            –¿Qué hacés? –me dijo sorprendida.

            –¿Tan hombre te parezco? –le dije.

            Se quedó apoyada sobre el marco de la puerta de mi habitación. Noté que no podía quitar la mirada de mi pija.

            –Quiero que me bañes por última vez –insistí.

            Hubo un silencio. Mi hermana revoleó los ojos.

            –Esperame en la ducha –dijo y se fue a su habitación.

            La esperé adentro de la ducha pero sin abrir el agua. Pasaron unos minutos y apareció en ropa interior. Llevaba un corpiño blanco y una bombacha negra. Me sentí un poco traicionado pero era mejor que nada. Ella estaba un poco ofuscada por la situación. Abrió el grifo de mala manera y empezó a llenarse las manos de shampoo.

            –A ver si te sacamos esta mugre, asqueroso.

            Mientras me lavaba la cabeza, empecé a ver cómo el agua mojaba su corpiño y transparentaba sus tetas. Noté que tenía los pezones entimbrados. Se me empezó a parar la pija. Mi hermana me refregaba con la esponja por todo el cuerpo, incluso las piernas. Cuando tuve la verga dura como una roca, se hizo la desentendida.

            –A ver, date vuelta así te lavo la espalda –me ordenó.

            A mi hermana nunca le había conocido un novio. Supongo que alguna de las veces que salía de noche debe haber tenido alguna aventura. Pero seguía viviendo en casa conmigo y con mi vieja. Más allá de ser un poco gorda, a mi me estaba calentando de sobremanera. ¿Cómo podía ser que no tuviera pareja? me preguntaba mientras me refregaba la esponja enjabonada por la raya del culo. Se le escapó un poco la mano y me raspó apenas los huevos con la esponja. Otro estímulo letal.

            Giré de nuevo hacia ella con la pija más empinada que nunca. La miré a los ojos y después me miré la entrepierna: sentía como me latía la verga, tenía la cabeza completamente desenfundada y roja.

            –No… el pito no –se negó mi hermana.

            –¿Te acordás cuando me decías que era la parte más importante?

            –Mirá cómo la tenés –dijo y miró para otro lado.

            –Lo que más me gustaba del baño con vos era este momento –le dije y le agarré la mano acercándola a mi verga tiesa.

            Lentamente la fue tocando, primero dubitativa con la palma de la mano. Después la envolvió y la sostuvo del tronco. Con la otra mano, agarró el jabón.

            –Esta vez no me va a alcanzar con los dedos –me dijo y empezó a frotar el jabón por toda mi verga, desde la punta hasta la base de la pelvis. Después repitió la misma operación pero arrancando desde la cabeza, recorriendo el tronco de la verga hasta llegar a mis huevos.

            –El jabón me hace doler –le dije–. Prefiero que lo hagas con tus manos, que son más suaves.

            Obedeció y se enjabonó, hasta que una película blanca cubrió sus dedos y las palmas de sus manos. Después de eso, empezó a hacerme una paja suave.

            –¿Así te gusta? –preguntó mirándome a los ojos.

            Yo la miré a los ojos también pero no pude decir nada. Estaba hipnotizado. Una mano ajena recorriendo mi verga, con la suavidad que le otorgaba la espuma y el agua tibia, sumado a un pequeño ardor en el glande producto del jabón. No pude contenerme mucho tiempo. Esas sensaciones nuevas convierten en precoz a cualquiera.

            De repente, saltó un lechazo directo a una de sus piernas. La cantidad de semen era abrumadora. Mi hermana tuvo la gentileza de esperar a que termine de eyacular todo. Después de eso me la soltó.

            –¿Estás contento ahora, asqueroso? –me dijo.

            –Perdón… no me di cuenta –dije avergonzado por lo que acababa de hacer.

            –Ahora te toca a vos limpiarme a mí –me dijo mi hermana y me dio la esponja.

            Lo primero que hice fue limpiarle el lechazo que le dejé en el muslo. Un poco se había diluido por el agua de la ducha, pero igual parecía no querer despegarse de su piel. Después cargué un poco de shampoo en mis manos y se lo fui esparciendo por el pelo. Tenía lindo pelo mi hermana. Me gustaba el olor que despedía. Le masajeé el cuero cabelludo y aproveché la espuma que le caía para refregarle la espalda con la esponja.

            –Esperá, que sino no vas a poder lavarme bien –dijo de repente–. Desabrochame el corpiño.

            Nunca había manipulado un mecanismo tan complejo. Tardé casi un minuto hasta que pude desengancharlo, pese a que mi hermana me guiaba. Una vez que logré resolver esa especie de enigma mi hermana se sacó el corpiño y se dio vuelta. Tuve sus tetas enormes en mi cara. La verga otra vez se me endureció, con la piel de la capucha más tirante que nunca y el glande rojizo. Mi hermana miró hacia abajo y lo notó.

            –¿Me las vas a lavar o qué? –preguntó y dejó escapar una risita.

            Empecé a refregarle los pechos con la esponja pero me interrumpió:

            –Las tetas también son delicadas –dijo mi hermana–. Quiero que las laves sólo con tus manos.

            Me pasé el jabón por las manos varias veces hasta que me quedaron bien espumosas. Empecé a lavarle las tetas a mi hermana: agarré una con cada mano y haciendo movimientos circulares las enjaboné bien. Eran enormes sus pechos, como dos pelotas de vóley. Noté como sus pezones pasaban de estar blandos a estar sumamente tensos, erectos. Estaban duros como dos confites.

            –Me voy a sacar la bombacha porque se me va a arruinar con el agua –dijo de repente mi hermana con total naturalidad.

            Sentía mi verga arder como nunca en la vida. Estaba realmente caliente. La temperatura de mi cuerpo parecía como después de haber estado al sol del mediodía sin bronceador. El agua tibia me quemaba. Seguí refregando con espuma su panza, su ombligo. No me animaba a meter la mano entre sus piernas. Quise continuar enjabonándole los muslos pero mi hermana me agarró las manos.

            –Te estás olvidando de algo, asqueroso –me dijo y me guió entre sus piernas.

            Nunca había tocado una vagina antes. Se sentía como una carne tierna y tibia. Empecé a explorar con mis dedos. Estaba depilada. Con el dedo mayor empecé a recorrer hacia arriba y hacia abajo eso que para mi hasta entonces era una cicatriz. Noté que si seguía hacia abajo me encontraba con un agujero, en donde mi dedo podía deslizarse con facilidad ya que estaba húmedo en su interior. Me animé a entrar. Mi hermana dejó escapar un “Ahhh” un tanto reprimido de su boca. Procedí a hacer el recorrido nuevamente, desde abajo hacia arriba. Esta vez, me topé con un pequeño bultito, una especie de botoncito que se había hecho presente en donde arrancaba el tajo.

            –Ahí, ahí, tocame ahí –dijo mi hermana con la voz cambiada–. Mové el dedo rápido, ahí, ahí, ahí, sí, sí.

            Levantó una pierna y la apoyó sobre el borde de la bañera. Ahí se abrió más y pude tener más acceso visual a la vagina de mi hermana. Pude verla con detalle: era como una boca de labios imperfectos pero hipnóticos, su interior era rosado y blando. Parecía un churrasco jugoso. Me quedé un rato abriéndola con mis dedos, tratando de ver si encontraba algo llamativo en el interior de ese agujero.

            –Bueno, basta de jueguitos –me apuró mi hermana–. Metemela ya o me voy a volver loca.

            No supe que hacer. Mi hermana me manoteó la verga y me llevó hacia ella. Se apoyó contra la pared y guió mi verga hasta su agujero. La sensación fue indescriptible: esa carne tierna, caliente y húmeda abrazaba mi pene. Lo mío era todo ensoñación e inocencia, con una mezcla irrefrenable de hormonas dispuestas a estallar. Mi hermana tenía una calentura inconmensurable. No encontraba explicación frente a su estado de locura.

            –Bombeame, bombeame así, metela y sacala, metela y sacala –me daba órdenes con la voz quebrada entre gemidos y exhalaciones.

            Yo trataba de acatar sus órdenes pero su gran cuerpo era un desafío difícil para un adolescente en pleno debut. La metía y la sacaba como ella me había indicado. Me ponía en puntas de pie para que la penetración fuese más profunda. Eso le gustaba. Cada vez que me esforzaba en metérsela hasta el fondo me decía “Así, así, seguí así”.

            –¡Chupame las tetas! ¿No te gustan? –me dijo y me metió de prepo una teta en la boca. Empecé a succionarla como si fuese una naranja. Pareció que le gustaba porque otra vez dijo “Así, así, seguí así”.

            Me saqué las ganas de hundir mis dedos en esas nalgas enormes. Como ya me sentía cerca de eyacular de nuevo, la tomé del culo con todas mis fuerzas y la apreté como si fuese una masa de pizza cruda. Eso pareció calentarla bastante porque me dijo:

            –Estoy por acabar. Esperame, esperame, no largués la leche todavía.

            Cerré los ojos y me concentré. No podía quedar mal. Era mi primera vez. Me acordé cuando mis amigos me dijeron que pensara en algo feo: recordé un video de dos sapos apareándose. Mantuve esa imagen en mi cabeza con muchísimo esfuerzo, tratando de llevar mi mente lejos de las sensaciones hermosas que recibía mi pene al estar aprisionado y abriéndose camino en esa caverna tibia y mojada.

            –Ahhhhhhhh, ahhhhhhhhhh –exclamó mi hermana de repente y me clavó las uñas en la espalda tanto que me hizo doler. Se quedó petrificada por unos instantes. No sabía si era normal, pensé que le había agarrado un infarto o algo así. Finalmente habló y dio la orden:

            –Ahora sí, sacate toda la leche de encima.

            Ni bien dijo “sacate” yo ya estaba vaciando mis huevos. Fue un alivio enorme, tenía una tensión en la pelvis que ya me estaba dando dolores tremendos. Largué todo mi semen en la vagina de mi hermana. Quedé rendido con la cara entre sus tetas, que me reconfortaban como dos almohadas. Nos quedamos así un rato, respirando agitados, sin decir nada.

            –Bueno, asqueroso… Espero que estés contento –dijo mi hermana para romper el silencio y me apartó de encima de ella.

            Yo estaba tan sedado y conmovido por la situación que no dije nada.

            –Me voy a cambiar y después al supermercado. Hay que darle de comer a ese cuerpo de hombre –dijo y antes de salir del baño le hizo un pequeño mimo a mi verga exhausta pero feliz.