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Mi hijo, mi amor, mi perdición. Capítulo 8 Parte I

en Amor filial

Mi hijo, mi amor, mi perdición. Capítulo 8 Primera Parte

 

A pesar del inicio de curso catastrófico, ocasionado por el accidente que os conté, David consiguió terminar el año con excelentes notas. El día de mi cumpleaños, a finales de junio, lo invité para celebrarlo a un buen restaurante y durante la cena le propusé de ir a pasar juntos unos días en plan cámping, playa, descanso y sexo. Sobretodo, sexo.

 

Dos días después, mientras su lengua visitaba las interioridades de mi húmeda intimidad, se detuvo y me dijo:

 

  • ¿Podría venir Víctor con nosotros?

 

Si no sois mujer quizá os cueste de comprender que se siente cuando en plena comida de coño, cuando ya una está a punto de dejarse llevar por el carro de fuego del orgasmo, la lengua maldita se detiene para preguntaros algo que, directa o indirectamente, no tiene nada que ver con el asunto.

 

  • ¡La madre que te parió, David! ¿Me lo tenías que preguntar ahora? ¡¿Ahora?!

  • ¡Uy! Perdona, mami... Ya sigo...

  • No, no sigas. Ahora ya me has cortado el rollo.

  • Lo siento.

  • ¿Víctor? ¿Con nosotros? ¿Es idea tuya o te lo ha pedido él?

  • Un poco de las dos cosas...

  • Pero... Me levanté, me puse la batita y me senté en la cama, con las piernas flexionadas, juntas y apoyando la barbilla sobre las rodillas. - No sé, cielo... Yo ya me había hecho a la idea... Una tienda, tu y yo... Me dijiste que te parecía una idea fantástica...

  • Y lo es, mamá... David se iba acariciando el cipote, a fin de mantenerlo empalmado por si las moscas.

  • Deja de darle al manubrio, ostras. Que por hoy ya está bien. Espera... ¿qué os lleváis entre manos? No pretenderás que...

  • … Se quedó en silencio como un pasmarote.

  • ¡Jodido crio! Pero tu te piensas que tu madre es una... Una...

  • ¡Por Dios, mamá! ¡Nooo! Víctor es mi mejor amigo, es muy buen chaval, ya lo has visto...

  • Sí, ya lo he visto. Sí, y ya me has dicho que es virgen, sí. Y que se mata a pajas pensando...

  • No te pido que hagas nada que no quieras hacer. Se sentó a mi lado, me abrazó, me acarició dulcemente el pelo, la cara, atrajo mi boca hacia la suya, me besó... - Sólo te pido que dejes que venga con nosotros.

 

Me quedé unos instantes en silencio. Reflexionando. David, como si tuviera la experiencia de un Casanova, como si me conociera mejor que mi propia madre, fue acariciándome, dándome besitos en la cara, en la oreja, en el cuello, en el hombro, desanudando la bata, abriéndola, buscando con su lengua las puntas de mis senos, pellizcando con sus dientes los pezones, succionándolos, lamiéndolos, atento a mis reacciones, a mis suspiros de consentimiento, al batir acelerado de mi corazón. Mi hijo, mi amor... mi perdición.

 

  • Está bien, David. Dile que puede venir con nosotros.

  • ¿De verdad? ¡Oh, mamá! ¡Eres única!

  • Ya... Seguro... Ahora, ¡vuelve a lo que estabas haciendo!

 

Unos dias después, estaba preparándome para salir a una cena de trabajo, cuando sonó el teléfono:

  • Mamá, es Amalia... Quiere hablar contigo. Mi hijo me tendía el teléfono sin sacarme el ojo de encima.

  • ¿Qué quiere? Le pregunté mirándolo con extrañeza.

 

Estaba pintándome las uñas de los pies, envuelta con una toalla de baño, con una pierna levantada y apoyada sobre un taburete.

 

  • Creo que es sobre las vacaciones...

  • Vale... Pásamela.

 

Cerré el frasquito de esmalte y sin cambiar de posición, cogí el teléfono:

 

  • Hola, Amalia... ¿Qué tal andamos?

  • Hola, guapa. Bien, por aquí... Oye, quería preguntarte algunas cositas sobre vuestras vacaciones...

  • ¡Estate quieto! Exclamé en voz baja, tapando el auricular.

  • ¿Claudia? ¿Estás ahí?

 

David, que no perdía una ocasión para meterme mano, tras un tira y afloja me sacó la toalla, dejándome en porretas.

 

  • Sí, sí, perdona... Es que estos jóvenes son unos pesados... ¿Qué me querías preguntar?

  • Víctor me ha explicado que vais a ir unos días de cámping y que lo has invitado a él también...

  • Bueno, sí. De hecho es mi hijo... Mmmm...

 

David no tardó ni medio segundo en hurgar con sus dedos mi entrepierna. Yo intentaba evitarlo dándole manotazos con mi mano libre como quien espanta las moscas.

 

  • Si quieres llamo en otro momento.

  • No, Amalia, no. Te decía que fue David quien me sugirió que invitaramos a vuestro hijo. Se entienden muy bien...

  • Si, son muy buenos amigos. A nosotros nos parece genial pero queríamos saber alguna cosita más concreta.

  • Mira, vamos a ir a un cámping de Cap d'Agde...Mmm...L'Escale, se llama...

 

Aquella conversación telefónica iba a ser complicada. Y más cuando, sin otro preámbulo que mojar de saliva la palma de su mano y huntar con ella su glande, se puso detrás de mí y me penetró con enérgica delicadeza.

 

  • De Caaap d'Aaagde...

  • Ya te he oído, Claudia. ¿Ya te ves capaz de lidiar con estos dos? De cámping, además...

  • Lo del cámping es cosaaa...mmm...míaaa...

 

Completamente pegado a mi espalda, mi hijo iba entrando y saliendo de mí, sobándome los pechos y mordisqueándome la nuca, el cuello, los hombros.

 

  • Se te oye muy rara, Claudia... Como si... Se quedó a media frase, no sé bien porqué.

  • Es este teléfono inhalámbrico... Decía que lo del cámping ha sido idea mmmía porque es el mismooo al que yo iba con mis padres...Mmmm

  • Ah, ya veo...

No, por suerte Amalia no veía nada. Ni sabía nada del porqué de mis ganas de volver a ese cámping, en el que perdí mi virginidad a los catorce años. Se lo había explicado a mi hijo la noche en la que le propuse lo de estas vacaciones y casi lo tuve que masturbar en el restaurante de lo burro que se puso.

 

  • También quería aprovechar para decirte que tienes un hijo adorable, Claudia.

  • Oh, gracias... Sé que a él le caéis muy bien... Sobretodo tú y tus tetas, pensé para mis adentros, llenos de la verga de mi hijito adorable.

  • Y no sé qué le das porque te tiene en un pedestal... Ja,ja,ja... Hasta te tengo un poco de celos, ya ves.

  • No digaaas... No digas tonterías. Me gusta ver cómo se llevan tan bien, los dos.

  • ¡Yaaaaaagggg! Soltó David de repente, sin que tuviera tiempo de tapar el auricular.

  • ¿Qué le pasa? Preguntó asustada, Amalia.

 

Debería haber dicho: Se está corriendo en mi coño y ya es la tercera vez en 24 horas. En lugar de eso, contesté:

 

  • Me está montando... un mueble Ikea que le está dando mucho trabajo... Pero parece que lo ha conseguido, ¿verdad, cielo?

  • ¡Fffff! Por toda respuesta.

  • Ya te decía yo que el tuyo es adorable. Yo tengo que rogar, casi tengo que ponerme de rodillas para que me haga el mínimo favor.

  • No será tanto, Amalia. Cuando está aquí, en casa, me ayuda en lo que le pido. Y no me pongo de rodillas.

  • Ganas no te faltan, ¿verdad, mamá? Me murmuró David al oído.

  • ¡Guarro! Le repliqué susurrando. Lo aparté de mí y enseguida sentí su esperma resbalar sobre mis muslos, caliente, pegajoso. Tráeme el guante del cuarto de baño...Y mójalo un poco antes.

  • Y... ¿vais a llevar dos tiendas? Su tono era extraño, como si sospechara algo.

  • Por supuesto. Una pequeña, para mí y una grande para los chicos. Tengo todo el material que hace falta...

  • Muy bien... Ahora parecía más relajada... ¿Sabes qué pasa, Claudia? Que Víctor parece un hombretón pero es un niño, todavía.

  • No te preocupes, Amalia. Lo cuidaré como a mi propio hijo...

  • Hum... ¿Y cuándo os vais?

  • ¡Heyyy! ¡Está muy frío! - David había vuelto con el guante de baño empapado de agua helada y en lugar de dármelo se había puesto a limpiarme por su cuenta - ¡Malparido!

  • ¿Qué os pasa ahora, Claudia?

  • Je, je, je... Nada, nada... Le he pedido un botellín de agua con gas y me lo ha pegado a la espalda... En el cuello, quiero decir.

  • ¡Qué bonito es de ver lo bien que os lleváis, los dos! Ya me gustaría a mí llevarme tan bien como tú con mi hijo...

  • Ten paciencia, mujer... Tu hijo te quiere mucho y eso es lo más importante, ¿no?

 

Por fin pude colgar. Tenía una cena de trabajo y entre pitos y flautas ya llevaba media hora de retraso.

 

  • Me gusta mucho cómo te has depilado el conejito, mami.

  • ¿Sabes que eres un sinvergüenza? Le contesté terminando de pasar el guante por mi sexo.

  • Soy hijo de mi madre.

  • Sí... Y de tu padre, seguro. Ese sí que era un sinvergüenza. Ahora déjame, que tengo que terminar de arreglarme.

 

Tenía una cena con mi jefe y un par de promotores inmobiliarios parisinos que deseaban invertar en la zona. Aunque me joda reconocerlo, mi jefe me utilizaba como anzuelo para atrapar peces más gordos que él. Si la cena iba bien, si él veía que había un buen acuerdo a la vista, en un momento dado me diría, haz que se lo pasen bien, querida.

 

Y así fue. La cena se desarrolló en una atmósfera muy distendida. Una comida excelente y todo ello regado con los mejores caldos de la zona. Los dos promotores debían estar entre los 50 y los 60 años. Los dos entrajados. Los dos con sendos anillos de casados. Yo me había puesto un vestido de gasa semi-transparente, con motivos florales, de tonos rojos, abotonado por delante, con un buen escote y bastante corto. Braguitas y sujetador granates, de fina tela transparente y unos zapatos de talón de aguja con los que me costaba un mundo andar pero que me daban un poco más de altura y realzaban la delgadez de mis piernas.

 

  • Pedro (el nombre de pila de mi jefe, Pierre) tiene mucha suerte de tener a una chica tan atractiva e inteligente como tú a su servicio. -Dijo el que parecía llevar la voz cantante, apoyando con cierta ironía las dos últimas palabras y cogiéndome la mano entre las suyas para besarla en plan caballero.

  • Claudia es una mujer muy competente en todos los dominios, ¿verdad, cariño? Mi jefe, cual viejo baboso, soltó la frase poniendo una de sus manazas sobre mi muslo y besándome en la mejilla.

  • Señores, dije levantándome, voy al servicio. Espero que este buen ambiente fructifique en un excelente acuerdo y podamos ir a celebrarlo. Y me fui hacia el baño contoneando las caderas, más por culpa de los puñeteros zapatos que por ganas de provocarlos.

 

Tardé un poco más de la cuenta en volver a la mesa. Rehicé un poco mi maquillaje, desabroché un botón más de mi escote y me rocié con unas gotitas de mi perfume Dior. Le guiñé el ojo a la imagen que el espejo me devolvía y me dije: Un poco putita si que eres, Claudia.

 

Estaban los tres charlando efusivamente, fumando unos habanos y saboreando sendas copas de coñac francés. Mi jefe está tirando la casa por la ventana, pensé. Eso significa que han cerrado el trato.

 

  • Si quieren esperar en el aparcamiento... Claudia y yo venimos enseguida.

  • Perfecto. Os esperamos fuera.

 

Mi jefe y yo nos dirigimos al maître para pagar la cena. Me puso una mano en la cintura y la fue deslizando disimuladamente hasta manosearme las nalgas.

 

  • Mañana por la mañana vendrán a la oficina para firmar el contrato...

  • Muy bien. Pero deja de tocarme el culo.

  • Ja, ja, ja... Ya sabes cuál es la cláusula...

  • Sí. Y espero tener una buena recompensa.

 

El maître no perdía detalle de nuestra conversación, clavando su mirada en mi escote. Mi jefe extendió un cheque por un pastón y dejó una propina considerable. Estaba eufórico.

 

Ya en la calle, nos dirigimos hacia el aparcamento que se encontraba justo detrás del edificio. De repente, mi jefe me arrinconó contra un portal y me morreó. Una de sus manos se adentró falda arriba y sus dedos se pusieron a juguetear con mi chochito, por encima de la fina tela de mis braguitas:

 

  • ¡Me pones muy pero que muy burro, Claudia!

  • ¿Por qué no te vienes con nosotros, eh? Le pregunté con toda la mala leche del mundo, apartando su mano de mi coño.

  • No seas mala... Si no vuelvo a casa esta noche esa arpía me mata.

 

No le contesté y me dirigí con paso raudo hacia el coche.

 

  • ¿Te vienes con nosotros, Pedro?

  • Ya me gustaría, ya. Les acompaño a un local que les va a gustar. El Sunset...

  • ¡Eso es un puti-club! Exclamé, perpleja.

  • No exactamente, Claudia... Es un bar de ambiente.

  • Que lo decida ella, dijo el que me había besado la mano.

  • Me parece lo más lógico, dijo el que le hubiera gustado besármela.

  • De acuerdooo..., dijo resignado el jefe sobón. ¿Adónde, señora?

  • ¿En qué hotel están? Pregunté con voz de gatita en celo. Y me senté en el asiento de atrás, en el centro, dejando claro que quería que los dos parisinos se sentasen a mi lado y mi jefe, a conducir.

 

Si tengo que ser fiel a la realidad, debería decir que no me follaron en el coche porque yo no quise darle el gustazo a mi jefe, de verlo en directo e incluso de participar como lo hubiera hecho. Sin embargo, si que tuvieron tiempo de sobarme por doquier, ellos y de catar la dureza de sus pollas, yo.

Al llegar a la puerta del hotel, tuvimos que recomponer a toda prisa nuestras vestimentas. Tarea que siempre es más fácil para nosotras que para vosotros.

 

Al bajar del coche, mi jefe nos dedicó un saludo derrotado y yo, buena que es una, le obsequió con un piquito en la boca y le ofrecí mis bragas para que secara sus lágrimas.

 

  • ¡Nos vemos mañana, jefe! - y colgándome de los brazos de los parisinos: ¡Vamos, chicos! ¡A celebrarlo!

 

Joder si lo celebramos. Entramos en el hotel a las once de la noche y salí a la una pasada. No voy a entrar mucho en detalles porque me falla un poco la memoria. Sé que uno se llamaba Robert y el otro tenía un nombre compuesto, Jean nosequé. El mayor, el que tenía casi los sesenta, resultó ser el más experto y el que tenía mayor resistencia porque no conseguí que se corriera hasta el final. Tampoco era el más agraciado de los dos. Una buena barriga, un pene normalito, poco pelo en la cabeza y mucho vello por todo el cuerpo. Será por todo ello que de éste me acuerdo de su nombre.

 

Como era un hotel de cuatro estrellas (no había de cinco en mi ciudad), la habitación estaba dotada de un magnífico mini-bar. Durante la cena, yo había bebido muy poco porque quería tener las ideas bien claras, pero una vez en la habitación me solté y le eché mano a todo botellín que me ofrecían. En un momento dado que estaba a cuatro patas sobre la moqueta chupándosela al Jean Nosequé noté como Robert me introducía en el coño algo que no era su rabo:

 

  • ¿Qué estás haciendo? Le pregunté a la vez que sentía como un líquido frío inundaba mi vagina.

  • ¡Me encanta el Jack Daniel's con regusto a coño!

 

Acto seguido se puso a beber de mi chocho como DiCaprio en el Lobo de WallStreet (esto lo pienso ahora, claro) y a mí me entró la risa y con la risa las ganas de mear. Al Robert DiCaprio aquello le pareció de lo más excitante porque se estiró en el suelo, puso la cabeza bajo mi surtidor y me instó a que vaciara mi bufeta sobre su cara.

 

La situación fue demasiado para el amigo Jean Nosequé porque, sin que yo me lo esperara me roció la cara con su particular lluvia de esperma al mismo tiempo que la mezcla de bourbon, fluidos vaginales y orina le dejaba al otro, la cara, los bigotes y la barba hechos un cristo.

 

  • ¡Qué delicioso néctar! Llegué a oir que decía entre diferentes gargarismos pues intentaba tragarse el máximo de líquido.

  • Estáis hechos unos buenos depravados, los dos. Les dije acercando mi culo a la cara de Robert y aceptando de nuevo en mi boca la verga del amigo, para lavársela con mi lengua, pensé yo; para orinar en ella, pensó él.

 

No era la primera vez que me sometía a este tipo de juegos pero sí que era la primera en la que se me meaban en la boca. Y no me gustó. Me levanté de sopetón y me fui al baño, dejando tras de mí un reguero de agüita amarilla. Los dos parisinos se echaron a reir y vinieron rapidamente al baño, conmigo.

 

  • Ponte en la bañera, Claudia, me ordenó uno de ellos.

  • En la cara no, por favor, acerté a balbucear.

  • Arrodíllate, me ordenó el otro.

 

Cerré la boca, los ojos y me cogí los pechos con ambas manos, ofreciéndoles un buen receptáculo para sus micciones. No obstante:

 

  • Mira como le has dejado la carita, dijo Robert entre risas.

  • Hay que limpiársela con una buena ducha, ja, ja, ja.

 

Chorros y más chorros de pis me dejaron la cara limpia de todo, de lefa, de sombra de ojos, de rimmel, de todo. La orina resbalaba por mi cara, caliente, se deslizaba por mi cuello, por mis tetas. De vez en cuando, abría la boca para respirar como pez fuera del agua y se llenaba enseguida del líquido ambarino, salado. Mis papilas gustativas, lejos de reaccionar con asco, ajenas a mis deseos, se deleitaban. Escupí una parte pero también me tragué otra, no tan importante pero si lo suficiente para decir que me gustaba, que me excitaba.

 

Cuando terminaron, me enjuagué con la ducha. Los dos seguían allí, de pie, alucinados. Robert seguía empalmado como un burro y Jean Nosequé empezaba a estar de nuevo operativo. Me pasaron una toalla, me sequé, me ofrecieron sus manos para salir de la bañera y me llevaron a la cama.

 

  • Chúpamela, Claudia. Pónmela dura otra vez.

 

Me puse de nuevo en plan perrito, pero esta vez sobre la cama, con el culo bien en pompa y le hice una mamada tan eficaz que en un minuto volvía a estar bien duro. Durante ese minuto, Robert me comió literalmente el culo. Quedaba claro por donde quería atacar.

 

  • Ponte encima de él, me ordenó Robert.

 

Así lo hice. Me empalé sobre su polla. Y me sentó de maravilla. Ya estaba harta de jueguecitos.

 

  • ¡Aaaammmm! ¡Dios, qué buenooohhh! Exclamó Jean Nosequé. ¿O fui yo?

  • Acercaos al borde la cama, pidió Robert. Quedaba claro quién mandaba.

 

Hacía lustros que no gozaba de una buena doble penetración. Soñaba a menudo con ella. Con David, algunas veces, cuando me tomaba por detrás, me introducía un consolador por el otro orificio pero no es lo mismo, no existe este contacto brutal de dos cuerpos, no sólo dos vergas, dos cuerpos que te poseen al unísono.

 

  • Robert, acércame el bolso, ¿quieres?

 

Me lo acercó y saqué un tubo de lubricante que el ginecólogo me dio tras la fisura anal.

 

  • Ponme un poco en el ano y un poco en la punta, por favor.

 

La doble penetración es todo un arte que precisa una buena preparación. Pero la espera vale la pena.

Tuve mi primer orgasmo de la noche tan solo con la penetración de Robert en mi culo. Estábamos situados de tal manera que era él el que entraba y salía de mi ano, mientras que era yo la que se movía un poco de atrás hacia delante con la verga del otro metida hasta los huevos.

 

Uno tras otro, fueron cayendo los orgasmos. Cada vez más intensos, más largos, más vivos, más sonoros. Mis gritos quedaban ahogados por la boca de uno, por la mano del otro. Ni me enteré cuando Jean Nosequé se corrió dentro de mí. No fue igual con Robert. Sentí su semen en mi recto como un enema. Y me corrí por enésima vez.

 

Un rato más tarde, ya vestida, me pidieron un taxi y cuando éste llegó y ya estaba yo en el umbral de la puerta, me dieron sus respectivas targetas de visita, asegurándome que podía contar con ellos por si alguna vez los necesitaba para montar mi propio negocio. Como así fue, unos años más tarde.

 

Fin del capítulo 8, primera parte.