Si no sois mujer quizá os cueste de comprender que se siente cuando en plena comida de coño, cuando ya una está a punto de dejarse llevar por el carro de fuego del orgasmo, la lengua maldita se detiene para preguntaros algo que, directa o indirectamente, no tiene nada que ver con el asunto.
Al volver de la consulta del sexólogo y a pesar de haber gozado como una zorrita en una orgía, entré en casa con la sana intención de ofrecerme a las carícias de mi hijo mientras le contaba todo lo que me había dicho, todo lo que me habían hecho y la extraña manera en que había terminado aquella sesión terapéutica.
Tres días después del incidente del párking, decidí sincerarme con David, contarle todo lo que me había pasado y cómo me sentía desde que veía cómo él iba distanciándose de mí, involuntariamente pero de manera evidente. Su reacción me demostró hasta qué punto estaba equivocada con él
Después de las fiestas de Navidad, cuatro meses después, David volvió a los entrenamientos de su equipo de rugby. Tres veces por semana, por la tarde. Y partido los domingos. Volvía a casa, casi siempre, magullado, con moratones por todas partes. Y luego alardeaba de que el rugby es un deporte noble. Puede que sí, que lo sea, pero en todo caso los que juegan son unos bestias.
Dos semanas más tarde, le quitaron las vendas. Casi diez dias antes de lo previsto. Durante esas dos semanas y media, vivimos, mi hijo y yo, una actividad sexual que dificilmente podría reproducirse. Eramos como dos perros callejeros en periodo de celo. Hice un esfuerzo monumental para airear y limpiar la casa pues ésta olía a sexo consumado, a fluídos vaginales, a semen
Una vez la enfermera se hubo marchado, me puse a preparar un desayuno pantagruélico: vitaminas, proteínas, glúcidos y lípidos. La señora Diaz lo había dejado muy claro: era muy importante que David comiera muy bien estos dias para poder regenerar su piel y fortalecer su organismo. Para fortalecer su... ¿Más todavía?
Me va a costar hacer una cronología de lo que pasó entre el momento en que le ofrecí mi chochito como entrante hasta el momento en qué tuve que levantarme deprisa y corriendo para abrir a la enfermera antes de que ésta alertase a los vecinos. Pero vamos a intentarlo
Llevaba puesta una “nuisette”, un camisón de tirantes, azul marino, cortito. Sin ser provocador dejaba ver mis muslos y en ellos estaba fijada su atención. No me estás escuchando, David. Deja de mirarme las piernas... Si no te miro las piernas, mamá. Miro tus manos. Tienes unas manos preciosas.
Desde muy jovencita, he intentado darle a mi cuerpo todo aquello que me pedía, sin límites... y sin tabúes. No, el sexo no es mi problema. Al contrario, considero que es la cosa más maravillosa que nos ofrece la madre naturaleza. El problema ha sido y es mi hijo, mi único hijo...Mi gran amor y mi perdición.