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Mi hijo, mi amor, mi perdición. Capítulo 5

en Amor filial

Mi hijo, mi amor, mi perdición

Capítulo 5

 

Dos semanas más tarde, le quitaron las vendas. Casi diez dias antes de lo previsto. Durante esas dos semanas y media, vivimos, mi hijo y yo, una actividad sexual que dificilmente podría reproducirse. Eramos como dos perros callejeros en periodo de celo. Hice un esfuerzo monumental para airear y limpiar la casa pues ésta olía a sexo consumado, a fluídos vaginales, a semen. A David le gustaba llevar una especie de estadística: contaba mis orgasmos, las veces que se había corrido en mi boca o en mi coño, las felaciones, los cunnilingus. Me hacía mil preguntas, sobretodo desde que le enseñé las fotos de mi embarazo y principalmente, las que no había visto de la última sesión cuando estaba ya de ocho meses y medio.

 

  • Si te da asco de verlas, es mejor que no siga mostrándotelas, le dije aquella noche.

  • ¿Con un perro? ¿Lo hiciste con un perro?

  • Sí, hijo... Bien se ve que no es un peluche. ¿Las guardo?

  • ¡Nooo! Es sólo que nunca había visto nada igual... Y de saber que eras tú... ¿Te gustó?

  • No lo hice por iniciativa propia.

  • Pero no te forzaron, ¿verdad?

  • No, no me forzó nadie.

  • ¿Entonces?

  • Tu padre y yo debíamos mucho dinero, muchos meses de alquiler del piso... El tenía un amigo fotógrafo. Lo invitó un día a casa, cuando yo estaba de seis meses...

  • ¿Y te gustó? Lo hiciste todo con el perro... ¡Joder, mamá!

  • Ya no tengo secretos para ti. Ya no... Sí, me gusto... Me gusto muchísimo.

  • Entonces, las caras que pones... ¿No fingías?

  • Se me da muy mal fingir...

  • ¿Follaste con el fotógrafo, también?

  • Sí, follé con él. Pero no me cortes. Nos dijo que él hacia reportages para revistas porno danesas y suecas y que las embarazadas iban muy buscadas, pero que todavía era un poco pronto...

  • ¿Qué pasó, pues?

  • Como necesitábamos con urgencia el dinero, accedió a hacer una primera sesión de fotografías donde tu padre y yo nos lo montábamos ante la cámara. A esta sesión invitó a un par de desconocidos...

  • Son las de la otra caja...

  • Mamá, te comportaste como una puta. ¿Eras consciente de ello?

  • No estoy de acuerdo. A tu padre, que era un vago y un impresentable, le saqué las castañas del fuego. Lo hice todo para que tu no llegaras al mundo en la más triste miseria.

  • ¿Gozaste?

  • Contéstame, por favor, mamá... ¿Te lo pasaste bien con todos esos hombres? ¿Con el perro?

  • Sí, me lo pasé muy bien. Tuve un sinfín de orgasmos. Aquel fotógrafo iba diciendo que era la primera vez que veía a una mujer, a una joven, gozar de aquella manera tan espontánea del porno. Más adelante nos propuso de ponernos en contacto con una productora francesa para filmar una peli.

  • ¿Y lo llegásteis a hacer?

  • No. A los tres meses de nacer tú, tu padre desapareció del mapa... y con él, el fotagrafo y todo lo demás.

  • ¿y no lo volviste a repetir nunca más?

  • ¿Con un perro? Sí, unas cuantas veces más... Pero en otro contexto. Con una amiga, y más recientemente.

  • ¿Me lo contarás algún día?

  • Te lo contaré... Algún día.

 

Decir que aquellas tres semanas fueron las más felices de mi vida sería quizás exagerado. Lo que os puedo asegurar es que me sentía como una adolescente con las hormonas alteradas. Si salía un rato al trabajo, volvía corriendo para acostarme con él. Si íbamos juntos al cine o a comprar, o a pasear, daba igual, no podía evitar tocarlo, no podia evitar tocarme, no podía evitar masturbarlo, con las manos, con la boca e incluso una vez, en un Burguer-King con los pies. Y a pesar de todo, todavía no le había ofrecido mi culo... Y no sé bien porqué, pues él lo deseaba y yo también y en más de una ocasión, cuando me ponía de cuatro patas para que me penetrara, él intentaba guiar su glande hacia mi ano, pero yo me retraía pidiéndole que esperara un poco.

 

Los primeros días después de quitarle los vendajes fueron muy delicados porque la piel de las palmas todavía estaba muy sensible, todavía no se había regenerado. Sin embargo, sus dedos ya estaban operativos. La primera vez que me introdujo sus dedos en la vagina me entró la risa cuando me dijo todo serio: ¡Esto está hirviendo! ¡Se me van a fundir! Pero qué placer poder sentirlos dentro de mí, que goce sentir la yema de sus dedos sobre mi clítoris, o bien abriéndome la vulva para poder comerme como Dios manda.

 

Y llegó el día en que volvió al instituto. Esa mañana, le preparé un buen desayuno y cuando ya estaba en la puerta, con su mochila, preparado para irse, le dije:

 

  • Espera, cariño.

  • Mamá, que voy a llegar tarde... Protestó, pensando que le iba a echar un discurso o a darle un bocadillo de más.

 

Le desabroché el pantalón, se lo bajé hasta media rodilla, le saqué la polla y en cuclillas me puse a comérsela una vez más. No tardó mucho en eyacular. Poquita cantidad pues habíamos hecho el amor varias veces en las últimas horas:

 

  • Recuerda, cielo, que todo lo tuyo es mío. ¡No lo olvides!

  • ¡Uf! ¡Valeee! ¿Estarás en casa cuando vuelva?

  • No lo creo... Pero lo intentaré.

 

Creo que a ambos nos costó reincorporarnos a nuestras vidas cotidianas. Habían sido prácticamente cuatro semanas en las que vivíamos el uno para el otro, en las que a la mínima ocasión estábamos morreándonos, lamiéndonos, chupándonos, mordiéndonos... follando. Yo tenía el gusto de su semen grabado en cada papila gustativa. Cuando se corría dentro de mí, tardaba en lavarme, dejando que su esperma fuera goteando entre mis muslos. Las paredes de la casa habían sido testigos de mis gemidos, de sus bufidos, de mis gritos...

 

Cuando entré en la oficina de la agencia inmobiliaria en la que trabajaba por entonces, mi jefe salió rápidamente a mi encuentro:

 

  • ¡Querida Claudia, por fin de vuelta! Exclamó eufórico. Y me estampó un par de besos demasiado cercanos a la boca. Y poniendo su mano en mi cintura, demasiado cercana a mis nalgas, añadió para que mis dos compañeros lo oyesen: - Aquí tenéis a la mejor vendedora de todos los tiempos. Perdirle consejo que ella os dará siempre el mejor.

 

Sin dejar que nadie, ni yo misma, pudieramos abrir la boca, me susurró al oído:

 

  • Ven a mi despacho, Claudia... Tenemos que hablar.

 

El señor Manuel, mi jefe, era un sesentón, alto, muy elegante, francamente atractivo. Felizmente casado y con dos criaturas que ya eran padres. Durante una época, nos acostábamos regularmente e incluso llegó a decirme que iba a dejar a su mujer, cosa que evidentemente no se produjo.

 

  • ¿Cómo va tu hijo? ¿Ya ha vuelto al insti?

  • Todo bien, Manuel. Ha sido largo y sacrificado. Pero ya está...

  • Te he echado de menos, ¿sabes? Estaba sentado frente a mí y no había tardado nada en ponerme la mano sobre mi rodilla.

 

Aunque nunca en la vida se me ha pasado por la cabeza de ganarme la vida como prostituta, sí que he tenido siempre claro hasta donde era capaz de llegar para conseguir mis objetivos. Lo hice cuando estaba embarazada, lo hice una vez con un profesor de la universidad para que no me suspendiera, lo hice con el propietario los primeros meses de vida de mi hijo cuando su padre me dejó y ahora, sabiendo que el señor Manuel estaba a pocos meses de su jubilación y que yo podía, debía ser quien le sustituyera, vaya, que lo tenía claro:

 

  • Yo también, Manuel...¡Mucho! Le repliqué acompañando su mano hasta mi entrepierna.

  • ¡Dioses, Claudia! ¡Estás empapada!

  • ¡Y tú empalmado! Le contesté poniendo mi mano sobre su bragueta.

  • Vamos. Acompáñame a hacer una visita...

 

Acababa de llegar y apenas diez minutos después, sin poder explicar nada a mis colegas, ya estaba subida al coche del jefe camino de la zona residencial.

 

  • Manuel, estate quieto con las manos y mira adelante.

  • Me aprietan los pantalones, Claudia.

  • Sé paciente... Ya eres un poco mayorcito para que te hagan según que cosas en el coche, a plena luz del día, ¿no?

  • Contigo me siento como un chaval de …

  • ¡Chut! No digas nada...

 

La visita llegaría en media hora. Era un piso duplex, alto standing, amueblado, con párking y todos los servicios dados de alta. Fue abrir la puerta, entrar y cerrarla detrás nuestro y el deseo de Manuel se desató como un huracán:

 

  • ¡Quieto, fiera! ¡Que me vas a romper el vestido!

 

Me saqué las bragas, me levanté la falda hasta la cintura, apoyé las manos sobre el respaldo del sofá y le dije:

 

  • ¡ Ahora sí!

 

Me penetró con violencia. Se notaba su ansia. Sus embestidas eran profundas, enérgicas. La sacaba prácticamente del todo y la volvía a meter con redoblada fuerza. Mi vagina explotaba en unos graciosos “flop-flop” como si se tirara pedos. Manuel era un buen amante. A pesar de que en ese momento sólo pensaba en su placer personal, tenía experiencia y aguante. Me conocía muy bien y sabía qué es lo que me hacía gozar.

 

  • ¡Zas! ¡Zas! Me propinó una serie de cachetes en las nalgas.

  • ¡Auuu! ¡Brutooo!

  • ¡Zas, zas, zas, zas! Me has tenido un mes en ayunas... ¡Te mereces un castigo!

  • ¡Ayyy! No podía... ¡Auuu!

  • Llevas el coño depilado... ¡Zas! ¿Para quién? ¿Con quién has follado?

  • Para ti, Manuel... Mmmmmm... Lo he hecho para ti.

 

Entonces, escupió en mi ano y sin previo aviso me la metió por el culo. El dolor hizo que me saltaran las lágrimas:

 

  • ¡Aaahhh! ¡Bestia! ¡Eres un bestia!

  • Vamos, querida, no me llores...Que sé que te encanta.

 

Fueron unos largos minutos de sodomización brutal, intercalados con pausas en las que me azotaba las nalgas con la palma de su mano, para, agarrándome del pelo, volver a metérmela hasta el fondo. Y me corrí. Me corrí como una perra, como una cerda, como una yegua:

 

  • ¡Siiiiiiiiiii! ¡Ohhhhhhhhhhh! ¡Dioooooooooooosssss!

  • Así me gusta, querida. Dilo alto y fuerte. Di que nadie te folla como yo

  • ¡Nadie me folla como tú! ¡Nadieeeee!

  • Bien, querida... Muy bien... Ahora voy a acabar en tu boca. ¡Arrodíllate!

 

Me había follado el coño, me había follado el culo y ahora me estaba follando la boca, dejándome sin respiración, apretándome la cabeza contra su pubis. Me vino una arcada, ocasión que aproveché para deshacerme de su presión. El siguió pajeándose a ritmo frenético y soltando un alarido lobezno eyaculó copiosamente sobre mi cara.

 

Justo en ese instante sonó el interfono. La pareja de visitantes acababa de llegar. Fui corriendo al baño. Me miré en el espejo. La cara y el pelo cubiertos de reguerones de lefa. Se me había corrido el rimmel de los ojos. Me lavé y aseé como pude. No había toallas. Sólo un poco de papel higiénico.

Me senté a orinar. Me dolía la vulva y también el ano. Me quedé unos instantes con los codos apoyados en mis piernas y sujetándome la cara con las manos, pensando, reflexionando en qué me estaba corvintiendo. Una madre incestuosa. Una zorra capaz de dejarse dar por culo para ganar una posición laboral. Sí. Esa era yo.

 

El gesto automático de subirme las bragas me hizo ver que no las llevaba puestas. Al salir, me presenté a la pareja, disculpando mi estado, diciendo que no me encontraba demasiado bien. No importaba, me dijeron. Manuel me pidió que le esperara en el coche que ya hacía él la visita.

 

Quince minutos después, se sentó al volante. Me miró y acercó su mano a mi pelo. Recogió con las yemas un poquito de esperma y me lo restregó en los labios:

 

  • ¡Todo lo mío es tuyo! Ya lo sabes...

 

Fin del quinto capítulo.