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Mi hijo, mi amor, mi perdición.Capítulo 7 Parte II

en Amor filial

Mi hijo, mi amor, mi perdición

Capítulo 7 Segunda Parte

 

  • Hola, cariño. Ya estoy en casa...¡Toda tuya!

 

Al volver de la consulta del sexólogo y a pesar de haber gozado como una zorrita en una orgía, entré en casa con la sana intención de ofrecerme a las carícias de mi hijo mientras le contaba todo lo que me había dicho, todo lo que me habían hecho y la extraña manera en que había terminado aquella sesión terapéutica.

 

Sin esperar su respuesta, dejé el bolso sobre la cómoda del recibidor, colgué la chaquetilla tejana que llevaba, me descalcé y ya empezaba a desabrocharme la blusa cuando David apareció ante mí, vestido con su chándal de entreno:

 

  • ¡Ostras, mamá! Exclamó con esa cara que ponía cuando me veía en plan “aqui te pillo, aquí te mato”

  • ¡Ven! ¡Dame un abrazo! Le dije atrayéndolo hacía mí. Tenía ganas de achucharlo, de olerlo, de besarlo. Me ponía a mil cuando volvía de los entrenamientos, sudado, sucio. Claro que yo tampoco debía oler a rosas, precisamente.

 

Se dejó abrazar pero cuando le ofrecí mi boca para darnos lengua, me apartó suavemente y enseguida me dijo:

 

  • Mamá, que no estoy solo...

  • ¡Hola, señora Claudia! David se hizo a un lado y pude ver a Víctor, uno de sus amiguetes del instituto y del rugby, aún más alto y corpulento que mi hijo, pero no tan guapo.

  • ¡Ay, Víctor, hola! No sabía que estuvieras en casa... Le dije abrochándome de nuevo la blusa, disimuládamente.

  • Ya me iba, señora... Estábamos haciendo una partida con la cónsola...

  • No pasa nada. Quédate a cenar con nosotros. Ahora mismo os preparo una buena cena...

  • Es que no he dicho nada en casa...

  • Pues, llama a tu madre... Seguro que le parece bien.

  • ¡Vale! Es muy amable, señora.

 

Víctor me recordaba, sin hacerlo a propósito, dos cosas: una, que eran todavía dos adolescentes con cuerpos de hombre que se divertían jugando a los videojuegos y que yo era una “señora”, madura, a la que se le habla de usted. Bueno, el doctor también me hablaba de usted mientras me follaba. Pero esa es otra historia.

 

  • Mamá, un poco más y nos engancha... Me murmuró al oído mi hijo en cuanto Víctor se fue al salón a llamar a su madre.

  • ¡Uf, sí! - le dije, guiñándole un ojo y metiéndole mano en el paquete.

  • ¡Joder, mamá! ¡Estás muy salida, hoy! Y... hueles raro...

 

Era automático. Era agarrarle la polla por encima del pantalon y sentir como ésta se ponía dura al instante.

 

  • Ya está. Mi madre ha dicho que sí y que muchas gracias. ¿Seguimos la partida, David?

  • Claro. Voy al baño y vengo enseguida... Dijo, medio de espaldas a su amigo. Y es que una erección juvenil se nota mucho con un pantalón de deporte.

  • Perfecto, chicos. Yo me voy a dar una duchita y enseguida os preparo la cena.

 

Cuando estaba secándome, entró mi hijo. Pasó el pestillo. Casi me arrancó la toalla de las manos y me abrazó, me besó, me tocó...

 

  • ¡Qué ganas que tengo de ti, mamá! Exclamó bajándose los pantalones. Su verga salió disparada, tiesa como esos muñecos de antaño que surgían como un cohete en cuando abrías la tapa de la caja.

  • Y yo de ti, cielo... Pero ahora no... Tendrás que esperarte un rato...

  • Sólo una pajita, mami...Porfa... Ya me habia cogido la mano y la había llevado hasta su pene.

  • Anda, vuelve con tu amigo... ¿Qué va a pensar?

  • Le he dicho que tenía que hablar un tema del instituto contigo...

  • Ya... En el cuarto de baño... ¡Eres un caradura! Exclamé medio riendo mientras empezaba a masturbarlo.

  • ¿Me lo haces con la boca?

  • ¿Será posible? ¡Nooo! Como el primer día... Ven, acércate al lavabo.

 

Una felación hubiera acabado con aquel ritual en un par de minutos, pero no quería, no me gustaba chupársela cuando no se había lavado desde yo que sé cuando. Así que le dí al manubrio, primero con una mano, después con la otra y le dejé que me fuera sobando hasta que soltó el bufido orgásmico y en media docena de potentes sacudidas eyaculó contra la blancura del lavabo. Blanco contra blanco.

 

  • ¿Más tranquilo? - le pregunté mientras me lamía una pequeña parte de esperma que había quedado en mi mano. Venga... Ahora, vuelve con Víctor.

  • ¿Sabes qué me ha dicho? - me preguntó subiéndose el pantalón.

  • ¿Quién? ¿Víctor?

  • Sí, Víctor... Me ha dicho: ¡Joder, nene! ¡Qué buena que está tu madre!

  • Vaya... Qué bien, pues... Y tú, ¿qué le has dicho?

  • Jajaja... Yo le he dicho que a mí me gustaba la suya...

  • ¡Mal hijo! - le repliqué, dándole un bofetón de broma.

  • Se llama Amalia...

  • Ya sé cómo se llama...

  • Y tiene...

  • Ya sé lo que tiene... ¡Anda! ¡Largo de aquí!

 

Un par o tres de horas más tarde, después de una velada muy agradable en la que Víctor me iba echando ojeadas, tímidas pero del todo evidentes -vale la pena aclarar que me puse una batita de tirantes, tipo salto de cama, de lo más sugestiva, sin sujetador, marcando los pezoncitos- y tras despedirse los dos chicos, nos encontramos de nuevo a solas, David y yo.

 

  • Creo que mi amigo va a hacerse una buena paja, esta noche...

  • Tú también, ¿no? - le dije, a la vez que lo apartaba de mí, pues ya iba lanzado al ataque.

  • ¿Cómo?

  • Sí, cielito... Te vas a poner a pensar en las tetazas de su madre y “chaca-chaca-chaca”. Le repliqué imitando el gesto de la masturbación.

 

No fue exactamente así, como pasaron las cosas, pero sí que me hice desear. Me encantaba verlo impaciente como un cachorrillo esperando a que lo saquen a pasear. Tuvo que esperar a que le contara todo lo que había pasado en la consulta del sexólogo...

 

Y ahora os lo cuento a vosotros:

(viene del capítulo anterior)

 

Se levantó y se dirigió a la puerta. Llamó a su hija por su nombre, Indira, y le pidió que viniera. Me esperaba cualquier cosa menos esa. Sin embargo, lejos de disminuir, mi excitación se acrecentó. El doctor se posicionó detrás de mí y, mientras esperábamos a la chica, me dijo, poniendo sus manos sobre mis pechos, amasándolos cual panadero la masa para hacer pan:

 

  • ¿Sabe qué me ha preguntado antes, mi hija?

  • ¡Hummm! - acerté a gemir, simplemente.

  • ¿Te la vas a follar, papá?

 

Cuando volvimos a estar solos, le pregunté:

 

  • ¿En qué idioma hablan? Es muy bonito... ¿Es indio?

  • Se llama hindi. Gracias. Pero vamos a hablar francés para que nos entienda...

 

Era incluso gracioso hacer esta pregunta a un tipo que se hace llamar sexólogo -¿eso se estudia?- y que te está sobando las tetas sabiendo que te va a follar cuando quiera y cómo quiera.

 

  • Ah, querida, ya estás aquí...

  • Sí, papá. He cerrado la puerta de entrada, por si acaso.

  • Bien hecho, hija. Ven, acércate.

 

El doctor me fue desabotonando la blusa hasta dejarla totalmente abierta. Introdujo sus manos en las copas del sujetador y me dejó los dos pechos al aire. Indira se situó de pie, justo ante mí. Ahora la podía observar con más detenimiento: unos cabellos larguísimos, de un negro azabache brillante, unos ojos oscuros, grandes, almendrados; una boca de labios carnosos y un cuerpo delgado, con poquísimo pecho pero con esos pezones que parecían querer perforar su blusa blanca. Una belleza oriental, hindú, zíngara, gitana...

 

  • ¿No es hermosa? ¿Has visto que piel más blanca? Parecen cuencos de leche... Ven, tócalos.

 

Aquello tomaba un giro inesperado. Minutos antes, me veía a mí misma follando con el doctor y acepté sin rechistar sus primeros toqueteos. Ahora, pero, estaba ofreciéndome a su hija y yo no oponía la más mínima resistencia.

 

  • ¡Qué piel más suave! - exclamó Indira al mismo tiempo que los acariciaba y sopesaba en sus manos. ¡Maravillosas, papá!

 

El doctor me ayudó a sacarme la blusa y el sujetador. A continuación, sin mediar palabra, posicionó mis piernas sobre los apoyabrazos. Mientras lo hacía, su hija me deslizó las bragas hasta sacármelas por completo. La sincronización de sus gestos me hizo pensar que esos dos los habían repetido más de una vez. Sin pràcticamente dejarme la oportunidad de rechistar. Me sentía muy serena, muy tranquila y tremendamente excitada.

 

  • Mira que pies más bonitos tiene... La chica se llevó uno de mis pies a la boca y empezó a chupetearme los dedos hasta que terminó por meterse el gordo en la boca y a chuparlo.

  • Es una hermosura de mujer. Vamos a pasar un rato muy agradable. Añadió el doctor pellizcándome suavemente los pezones.

  • Hum...¿Esto forma parte del tratamiento? Pregunté a media voz.

  • Aún está a tiempo de marcharse, Claudia... Prosiguió a la vez que aumentaba la presión de sus dedos sobre mis mamelones. Indira se olvidó de mis pies y su boca buscó rauda mi raja.

  • ¡Oh, nooo! ¡Mmmm! Susurré abriéndome la vulva para que la niña pudiera lamerme como debe ser.

  • Muy bien... Vamos, Indi, vamos... Haz que se corra.

  • ¿Has visto, papá? Qué pétalos más rosados... Y... ¡Qué néctar más delicioso!

 

Indira lamió la obertura que con tanta generosidad le ofrecía; muy lentamente, como si saboreara un helado de chocho. Me arquée instintivamente, acercando todavía más mi sexo a su cara. Solté un largo y profundo suspiro que fue convirtiéndose en resoplido cuando mi clítoris fue lamido y relamido, succionado y mamado por aquella joven pero experta lengua.

 

Y me corrí. Un primer orgasmo breve pero intensísimo. Nunca he sido discreta en esos momentos de éxtasi. Yo me conozco, claro. Mis amantes, al principio, no... Pero ninguno se me ha quejado de los grititos, maullidos, alaridos, gemidos que mi cuerpo exhala en una imparable sinfonía orgásmica.

 

  • ¡Qué hembra! Una diosa, una auténtica diosa. El doctor parecía satisfecho de este primer asalto. - Indira, desnúdate, mi vida.

 

Era obvio que el doctor ejercía una influencia total sobre su hija pues ésta se incorporó en un santiamén y se despojó de toda su ropa. El me acarició la cara, el pelo y se dirigió al lado de Indira.

 

  • Claudia, obsérvala...

 

Se puso detrás de ella, sujetó su larga melena con una mano y la tiró hacia atrás, haciéndola gimotear de manera casi imperceptible. A pesar de ser una chica alta, él la pasaba de casi un palmo. El doctor se inclinó y hasta que sus bocas se encontraron. Yo seguía espatarrada sobre el sillón, empapándalo con mis juguitos que no cesaban de manar de mi coño, sin quitar los ojos de aquella criatura exótica...

 

Lo que llamó en primer lugar mi atención fueron sus senos. Dos pequeñas protuberancias, practicamente de prepúber, sin aureola, coronadas por los pezones más largos y gruesos que nunca había visto antes. Eran como dos grageas, dos balas cilíndricas del tamaño de medio dedo meñique, de un hermosísimo color café y enhiestos como los pitones de un miura...

 

Mi mirada se deslizó hacia su vientre, ofensivamente plano y su pubis, recubierto de un tupido vello negro recortado en forma de triángulo invertido, indicaba el nacimiento de su sexo.

 

  • Separa las piernas, mi niña... Dijo el doctor, entonces.

  • Papa, oh, papa. Susurraba Indira, mientras abría sus muslos y su padre multiplicaba los tocamientos.

 

La chica tenía los labios menores de su vagina hipertrofiados. Colgaban de su vulva como plegadas alas de mariposa.

 

  • Abre tu “yuni”, mi vida. Le ordenó su padre. - Quiero que te vea bien abierta, que vea el tesoro que escondes entre tus muslos.

 

Indira, con sus dedos finos y largos, extendió los labios de su coñito dejando que apareciera su vagina brillante de fluídos, rojiza y palpitante.

 

  • Venga, Claudia... Venga a disfrutarla.

 

Me levanté como una autómata y me acerqué a ellos. El doctor se separó y nos dejó fundirnos en un abrazo lésbico.

 

  • Bésela, Claudia. Tóquela. Siéntala...

 

Lo hice. Su boca sabía a especias, a soja, a caramelo...a mi coño... Su lengua era una babosa gigante que se retorcía en mi boca. Cerré los ojos y me abandoné a ese morreo interracial, intergeneracional y profundamente excitante. Le acaricié las nalgas, pequeñas y duras como piedras. Le metí el extremo de un dedo en su prieto ano. Le pellizqué los pezones, fuerte, muy fuerte. Se los chupé. Era como tener un caramelo en la boca. Se los mordí hasta hacerle chillar de dolor... Le hundí un dedo en el coño; húmedo, caliente. La volví a besar. La niña se estaba abandonando a mí...

 

Cuando volví a abrir los ojos, vi que el doctor se había desnudado. Tenía un cuerpo fino, sin una pizca de grasa, sin rastro de vello, en ninguna parte. Era como una estatua de bronce. Su verga colgaba entre sus piernas, larga, muy larga, en una reposada semi-erección.

 

  • Puede llamarme por mi nombre, Claudia.

  • Y... Usted puede tutearme, doctor. Le contesté sin mirarle a la cara, fijando mi mirada en su miembro viril.

  • Me llamo Shakti, que significa poderoso.

  • Shakti... Mmmmmm...¡Me gusta!

  • ¿Os dejo solos? Preguntó con un dejé de tristeza, la niña.

  • Ni hablar, mi flor... Vamos a disfrutar, los dos de Claudia.

 

Dicho esto, el doctor volvió a coger a su hija por el pelo y la obligó a ponerse en cuclillas hasta que su carita quedó a la altura de su pene.

 

  • Muéstrale a Claudia cómo una hija debe tratar a su padre.

 

Indira empezó lamiéndole los testículos y no tardó en meterse el glande en la boca. Yo no me perdía detalle, imaginándome sin querer lo que vendría después. El miembro del doctor fue endureciéndose lentamente hasta alcanzar toda su tumescencia. La hipertrofia genital debía ser algo congénito pues tenía ante mí la polla más larga – no la más gruesa, todo hay que decirlo- que había visto en mi vida, y había visto unas cuantas.

 

  • Vamos, Indi... Sí... Así... Buena chica...Vamos, hija... Más adentro, más adentro...Hummmm...

 

Indira, la niña tragadora de sables. Debía tener los genes de algún fakir porque aquello que estaba haciendo era una auténtica proeza. Los hombres sois muy dados a mediros la polla, sobretodo cuando ésta tiene dimensiones superiores a las normales. Recuerdo que de jovencita salí con un magrebí que la tenía enorme y que se vanagloriaba permanentemente de sus veintidós centímetros de rabo. Cuando me follaba no paraba de decirme: ¿Te gustan mis 22 cms., eh?. Sin embargo, os diré una cosa: una buena enorme no es sinónimo de un buen amante. Ayuda, pero no lo es todo. Vaya, me estoy desviando del tema...

 

Me arrodillé a su lado y acaricié su cuello, notando en su garganta la dureza de la verga de su padre, como si se estuviera tragando una serpiente de mar. Miré hacia arriba y vi como Shakti el poderoso nos observaba, sin dejar de apoyar fuertemente la cabeza de su hijita contra su pubis.

 

  • ¡La va a ahogar! Protesté, más admirativa que otra cosa.

 

El doctor retiró la cabeza de su hija. A Indira le lloraban los ojos, le babeaba la boca; respiraba con dificultad. Pero se la veía feliz, en trance. Pensé un breve instante en mi amiguito argeliano y sus veintidós centímetros. ¿Era posible que aquella anguila reluciente de cabeza granate pudiera medir más?

 

  • Prueba tú, Claudia. Me sugirió Indira.

  • ¿Eh? Oh, yo...

  • Vamos, Claudia...Seguro que se lo haces igual a tu hijo. Añadió el sátiro de Bombay.

 

Lo probé pero no lo consegui. Cuando tenía dos tercios de su verga en la boca y que la punta iba adentrándose en mi esófago, me vino una arcada que casi me hace vomitar. Me retiré bruscamente.

 

  • ¡Ufff! No puedo... No puedo...

  • No pasa nada. Necesita un entreno especial. A mí Indira le enseñó su madre, mi amada Lakshmi. Era una diosa de la felación tántrica.

  • Pero... ¿Qué edad tenía? No, es igual... No me lo diga.

  • No te ofusques, Claudia. Es muy natural entre miembros de nuestra casta.

 

Hubo unos breves momentos de silencio. Los dos me observaban como esperando una respuesta, un desenlace. Me pasó por la cabeza que ya había tenido bastante y que debía marcharme. El doctor pareció percibir ese cambio en mi actitud. Y reaccionó:

 

  • Túmbate, Claudia. Tengo ganas de penetrarte.

  • ¿Aquí? ¿Sobre la moqueta?

  • Indira...

  • ¿Sí, papá?

  • Extiende en el suelo el sarong que tenemos en el armario...

  • ¿Qué es un sarong? Pregunté como quien pregunta a su profesora de costura.

  • Esto. Indira sacó una tela del armario, la abrió y la extendió delante de nosotros. - Ahora, estírate. Cielo, ponle un par de cojines debajo de la espalda y otro bajo la cabeza.

 

Un minuto después, estaba postrada, con la pelvis ligeramente levantada y la cabeza repostada en un suave cojín de satén naranja. Me sentía como si fuera a ir de parto. Sólo que el bebé no me lo iban a sacar sino que me lo iban a meter hasta el útero.

 

Shakti se posicionó sobre mí, apoyando sus manos a ambos lados de mi tronco, con los brazos extendidos.

 

  • Abre bien tus piernas... Más... Sí... ¡Así!

 

Su verga debía estar dotada de un captor de coños porque no precisó de ayuda manual, ni mia ni suya, para encontrar la entrada de mi vagina.

 

  • ¡Mírame, Claudia! ¡Mírame!

 

Hice más que mirarlo. Cuando me penetró, se me salieron los ojos de las órbitas y lanzé un aullido que suerte que no había nadie en la sala de espera.

 

  • ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaaahhhhhhhhh!

 

Dicen que la cavidad vaginal se adapta a la longitud del pene, pero yo sentí como si me estuviera atravesando el útero.

 

  • ¿Sientes el nirvana, Claudia?

  • ¡La madre que le parió! Me está... ¡Aaaaahhhh! ¡Me estaaaaa!

  • Indira... ¡Ven!

 

La chica se sentó en tijera sobre mi cara, de espaldas a su padre y no tardé en sentir el sabor salado de su sexo contra mi boca.

 

  • Quiero correrme en tu cara, me dijo la hija.

  • Quiero correrme en tu coño, me dijo el padre.

 

Fueron unos largos minutos en los que me sentí levitar. No sé si aquello era el nirvana pero si no lo era se le parecía. El doctor era una auténtica máquina de coser. Me perforaba las entrañas con la cadencia de un martillo pilón. Mi lengua saboreaba aquel exótico coñito con auténtica devoción. Los orgasmos se encadenaron, uno tras otro, hasta perder la cuenta. La consulta se llenó de nuestros gemidos, de nuestros gritos. El aire se volvió sólido de nuestros olores corporales. Sexo en estado puro. En un momento dado, Indira se arqueó hacia atrás, emitió una especie de chillido gutural intensísimo y su yuni brotaron chorritos de un líquido transparente e insípido que me dejaron la cara empapada. Se había literalmente corrido sobre mí.

 

  • Aparta, mi tesoro. Le ordenó su padre.

 

Indira se dejó caer a un lado y el doctor se irguió como un fauno sobre mí, sin dejar de penetrarme, cada vez con más fuerza, cada vez más rápido. Me corrí por enésima vez:

 

  • ¡Me está mataaaaaa...aaaannnnn... doooooo!

 

De repente, Shakti se salió de mí, profirió una especie de grito ahogado y échandose hacía atrás, agarrándose la verga con ambas manos, eyaculó. Varios cordones de lefa, describiendo parábolas perfectas, fueron estampándose sobre mis pechos, sobre mi vientre...

 

Me dejé caer sobre la tela del sarong. Sofocada, sudada, cubierta de semen...colmada. Indira no tardó en recoger la simiente de su padre, con sus dedos, con su lengua... Lo saboreaba y me lo ofrecía. La besé de nuevo y nos bebimos juntas aquel divino nectar.

 

Nos olvidamos durante unos largos instantes del macho poderoso. Nos deleitamos sensualmente de nuestros cuerpos. Hasta que la voz dulce y dura al mismo tiempo del doctor me devolvió a la realidad.

 

  • Claudia. Ahora debe marcharse. Me volvía a hablar de usted.

  • Sí, claro. Respondí algo confusa por aquel cambio de tono.

  • Indira la acompañará a la secretaría para que pueda pagar la consulta.

 

Shakti, el poderoso, el sátiro, el padre incestuoso, era, antes que nada, un hombre de negocios. Suerte que su hija, en un gesto comprensivo y compasivo me acompañó al baño, me ayudó a limpiarme un poco y me dijo, en plan confidencia:

 

  • Le has gustado. Te llamaremos.

  • Vaya, pues no lo parece...

  • El es así... Un místico...

  • ¡Ya!

  • Y la próxima vez, ven con tu hijo.

 

Fin del capítulo 7, segunda parte.