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Mi hijo, mi amor, mi perdición

en Amor filial

Mi hijo, mi amor, mi perdición

Capítulo 6

 

  • ¿Dónde te duele, mi vida? ¿Aquí?

  • ¡Fffuu! ¡Sí, aquí! No aprietes tan fuerte...

  • No seas quejica...

 

Después de las fiestas de Navidad, cuatro meses después, David volvió a los entrenamientos de su equipo de rugby. Tres veces por semana, por la tarde. Y partido los domingos. Volvía a casa, casi siempre, magullado, con moratones por todas partes. Y luego alardeaba de que el rugby es un deporte noble. Puede que sí, que lo sea, pero en todo caso los que juegan son unos bestias.

 

  • Tienes una buena contractura en el hombro...

  • Ya... ¡Auuuhhh!

  • Deberías dejarlo...

  • ¿Y quedarme sin tus masajes?

  • ¡Qué bobo eres! ¡Te los daría igual!

 

Cuando llegaba a casa, después del entreno, normalmente ya se había duchado en el campo. Entonces, iniciábamos el ritual. Ponía unas toallas encima de la cama, de nuestra cama, unas velas perfumadas, una musiquita zen y, una vez desnudo, se estiraba de espaldas. Yo me desnudaba también. Adoraba el contacto de su piel contra la mía. Había comprado un buen tarro de aceite de masaje, especial para deportistas, caro pero eficaz.

 

  • Bien... Ahora voy a ir bajando hasta las lumbares... Poco a poco...

  • ¡Dios, mamá! ¡Cómo siento tu coño!

  • ¡Chiiit! ¡Cierra los ojos! ¡Relájate!

 

Le iba masajeando la espalda muy lentamente, dejando que mi vulva se frotara lúbricamente sobre sus muslos, duros como piedras. Mi vagina goteaba, cálida, húmeda, caliente.

 

  • ¿Y aquí te duele, también? - le pregunté, poniendo las palmas de mis manos sobre sus nalgas.

  • Un poquito...

  • ¿Quieres que te cure como la última vez?

  • Mmmmmm... ¡Vale!

 

Deposité un poco de aceite sobre cada uno de sus glúteos y se los masajeé, en círculos, abriéndole las nalgas poquito a poco, rozando su ojete con parsimonia. Lo escuchaba gemir como un cachorrillo pidiendo que lo saquen a pasear.

 

  • ¡Ufff! ¡Cómo me gusta!

  • Y a mí, cielo... Y a mí...

 

Dejé caer un par de gotas directamente sobre su ano y delicádamente se lo acaricié con la yema de los dedos, dilatándolo con suavidad.

 

  • Relájate, amor... Bien... Así... Bien... Le susurraba mientras iba penetrándolo con mi dedo mayor. ¿Te gusta así, verdad, cariño?

  • ¡Me encantaaa! Sigue, sigue...

 

Hasta ese momento sólo lo había penetrado con dos dedos, pero hoy iba a ir un poco más lejos. Quería que sintiera lo que se siente cuando eres sodomizada. Y hoy quería ofrecerle mi culito, por primera vez.

 

  • ¿Sientes mis dedos?

  • ¡Sííí!

  • ¿Cuántos?

  • ¡Doooos!

  • ¿Y ahora?

 

Le follé el culo con los cinco dedos, en forma de cono o de pico de pato, como se suele decir en el argot SM, sin llegar a meterle la mano entera. David se retorcía, poniéndome el culo en pompa mientras yo iba abriendo y cerrando los dedos. Un par de minutos después, saqué los dedos y le di un cachete en la nalga.

 

  • Venga, date la vuelta.

  • ¡Ooohhh! Con lo bien que estaba...

  • Ahora estarás mejor, ya verás...

 

En lo que a mi concierne ya se había terminado la sesión de masaje terapéutico. Se dio la vuelta. Lucía una erección de campeonato. Me puse a horcajadas sobre su pene, sin dilación, clavándome en él, feroz, agresiva, violenta.

 

  • ¡Siiiiii! ¡Cómo te deseo, mi vidaaaaa!

  • ¡Mamááá! ¡Mmmmm!

  • ¡Me viene, me viene, me vieneeee!

 

A veces me sorprendía a mi misma... Era capaz de correrme en cinco segundos, tal era el grado de excitación que sentía con mi hijo. Y él, poco a poco, iba alargando su resistencia, pudiendo estar cada vez más tiempo dentro de mí. Se estaba convirtiendo en un amante de primera categoría. Y aun le faltaban dos meses para ser mayor de edad. Claro que con la práctica todo se aprende. Creo recordar que en los primeros seis meses sólo dejamos de follar en cinco o seis ocasiones, en mi primer dia de menstruación, porque tenía unas reglas bastante dolorosas. Y un par de fines de semana que pasó con su padre.

 

  • ¡Qué feliz me haces, cielo! Le dije dejándome caer sobre él, besándolo en la boca.

  • Esto es sólo el principio, mamá.

 

Me agarró el culo con ambas manos y se puso a bombearme el coño como el pistón de una máquina de vapor.

 

  • ¡Me encanta tu cara cuando gozas, mamá!

  • ¡Ooooohhh! ¡Uauuuuu!

  • ¿Quieres que vaya más despacio?

  • ¡Nooooooo!

 

Una vez que lo hicimos delante de un espejo, pude contemplarme, pude ver a qué se refería. Los ojos se me salían de las órbitas, abría la boca como un pez fuera del agua, perlitas de sudor surcaban mi frente, mis mejillas, mi cuello. David las recogía en sus manos y con ello me amasaba los pechos.

 

  • ¡Voy a correrme otra vez! ¡Pellízcame los pezones, amoooor!

  • Sí, mamá, córrete...

  • ¡Más fuerteeeee! ¡Yaaaaaaaaaa! ¡Hiiiiiiiiiiiiiiiii!

Cuando el orgasmo era muy fuerte, mi garganta emitía una especie de grito muy agudo, prolongado, que me dejaba sin aliento. También había sido una de las razones de que nos mudaramos. Una mañana, al salir al rellano de la escalera, me salió la vecina de al lado para preguntarme si tenía una nueva pareja. Al contestarle que no enseguida me di cuenta de que había metido la pata. La señora se quejaba del ruido que hacíamos por la noche, a todas horas, me dijo; es que nuestra habitación está pegada a la suya, añadió. Le prometí que iríamos con cuidado. Es usted una pervertida, me espetó a la cara. No le contesté, pero esa misma noche aullé, maullé y grité como nunca. Desde el otro lado iban dando golpes a la pared, gritando que parásemos, que iban a llamar a la policía...

 

Su marido, un cincuentón barrigudo y calvo, mucho llamar a la policía pero cuando me veía me echaba unas miradas que parecía que me violase sólo con los ojos. Un dia que iba yo un poco más caliente que de costumbre, observé que me miraba desde el umbral de su piso, con esos ojos pequeños de cerdo lascivo y me salió del alma...Dejé las bolsas del super en el suelo, delante de la puerta de mi casa, me giré hacia él y le dije: ¿Qué mira, vecino? ¿Lo que no tiene la arpía de su mujer? Desabroché varios botones de mi vestido y me saqué las tetas, sosteniéndolas con ambas manos. El desgraciado babeaba sin decir ni mú. Abrí la puerta y entré dejándolo allí plantado.

 

Hablé con Manuel, mi jefe, y me consiguió una casita de alquiler, toda mona ella. Aunque el alquiler lo pagué doble, en dinero y en especies. Ya sabéis cómo. Hicimos hasta quince visitas juntos. Los compañeros del trabajo se llevaban un cachondeo conmigo y no paraban de insinuarse para acompañarme en la próxima visita. El cabrón de mi jefe llegó a decirme que debería acompañarlos para mejorar su eficacia vendedora.

 

El día que nos mudamos, el marido de la vecina, se me acercó y casi pegándose a mí me espetó: la voy a echar de menos, ¡pedazo de puta! ¡Oh, perdone las molestias que les hemos causado pero es que tengo mucha necesidad, yo! Le repliqué y añadí: Dedíquese a follar a su mujer en lugar de tener el oído pegado a la pared.

 

  • David... Quiero que me tomes por detrás

  • ¿Por el...?

  • Sí, cielo... Por ahí... Ya sabes que no me gusta utilizar según qué lenguaje.

 

Descabalgué mi montura e hice que se hiciera a un lado. Seguía teniendo la polla durísima. Me puse a cuatro patas, la cara contra la almohada y con mis manos me abrí las nalgas.

 

  • Ponme un poco de aceite, cielo... Como yo he hecho contigo.

  • Sí, mamá. ¡A tus órdenes!

 

Se le fue un poco la mano con el aceite y me dejó las nalgas oleosas como tocinillos de cielo. Enseguida me penetró con un dedo. Mi ano lo engulló como si fuera un pescadito frito. Un segundo dedo se perdió en mi recto.

 

  • ¡Tómame! ¡Ya! Le exigí.

 

Siempre había disfrutado mucho con el sexo anal, pero ese día era muy especial. Le estaba ofreciendo mi culo a mi hijo y eso redoblaba mi excitación. Apoyó timídamente su glande en mi ojete pero no osaba empujar:

 

  • Adelante, hijo. Sin miedo. Quiero sentirte en mis entrañas.

  • ¡Santo Dios, mamá! Estoy super excitado. No sé si voy a poder aguantar...

  • ¡Aaaaaaaaggggg! ¡Ffffuuuuuhhh! Aullé cuando se hundió en mi culo.

  • Oh... Es una sensación diferente

  • Mmm, sí, amor... Para mí también... Pero es...Mmmmmm...muy...Aaahhh...agradable.

 

Deslicé una mano hacia mi clítoris y me dispuse a masturbarme para acelerar el éxtasis. Le pedí que entrara y saliera completamente de mi culo, lentamente; que esperara que mi esfínter se cerrara un poco para volver a penetrarme. Para mí, ahí residé la principal fuente de placer en el sexo anal: en la sensibilidad del ojete.

 

  • Mamá... Voy a eyacular... ¡Ya no aguanto más!

  • Un segundo, amor...Un segundo... Espera un segundo...Mmmmmmm.

  • ¡Yaaaaaaaaaaa! ¡Aaaaaaaahhhhh!

  • ¡Uauuuuuuuuu, amor mioooooo! ¡Qué pasadaaaaaa!

 

Cuando eyaculaban en mi vagina, era tal la cantidad de fluido vaginal que emanaba de ella que apenas sentía el contacto del esperma en mi interior. Por el ano, es todo lo contrario. Tuve la sensación de que se orinaba dentro de mí. La cabeza me daba vueltas. Me temblaban los muslos. Había gozado como hacía tiempo que no lo hacía. Me dejé caer sobre la cama, con mi hijo sobre mí, dentro de mí. Sudados, colmados. Felices.

 

  • Tengo hambre, mamá.

  • Pues si dejas de aplastarme iré a preparar la cena.

  • ¡Uy, perdón! Exclamó saliendo de mí y poniéndose a un lado.

  • ¡Era broma, tontorrón! Por mí me puedes aplastar siempre que quieras.

 

Desgraciadamente, aunque no debería decirlo, David no era mío. Y no tardó en salir con sus amigos y, como no, a salir con chicas. Jamás hasta entonces había sentido celos. Pero ahora era muy diferente, era una obsesión. Por un lado le decía que me parecía muy bien, pero por otra me consumía la sensación de perderlo. Lo único que le pedí es que no me las trajera a casa. Accedió sin problema. Y la verdad es que cuando salía, al regresar siempre venía a mi cama y me hacía el amor fuera la hora que fuera. Aunque no siempre me encontraba.

 

Empecé a frecuentar un club al que había ido con mi ex, en el que las prácticas SM estaban a la orden del dia. Una mujer sola en este tipo de antros era para los dueños, una pareja gay, como un maná caído del cielo, una atracción para decenas de hombres. Durante aquellas sesiones viví cosas y me hicieron cosas que hasta entonces apenas sabía que existían: baño de esperma, lluvia dorada, penetraciones dobles, bondage... Cada noche era un desenfreno, un dejarse ir sin límites. Follar con desconocidos se convirtió en una costumbre. No sabía ni sus nombres. Nada. Me ofrecía a ellos en medio de la pista, en los aseos, en el párking. Me estaba convirtiendo en una auténtica ninfómana.

 

Siempre digo que todo pasa por algo. Una de esas noches me lo monté con un grupo de jóvenes en el párking del club. Y la cosa degeneró. Eran cuatro o cinco, apenas mayores que mi hijo. No puedo decir que me violaran porque yo les había provocado. Quería follar con ellos. Pero fue muy violento. Habían venido con una camioneta. Me subieron a ella. Me desnudaron por completo. Se pusieron con sus pollas en mano a mi alrededor y de rodillas empecé a chupársela. Me agarraban del pelo, me follaban la boca brutalmente, me sobaban los pechos sin ningún miramiento. Me follaron los cinco, por el coño y por el culo. Me hicieron una doble penetración vaginal. Y anal... Allí fue cuando les rogué, les supliqué que me dejaran. Lo hicieron. Pero antes se corrieron sobre mi cara y tres de ellos se mearon sobre mí. Me dejaron tirada en aquel párking y se fueron. Tardé unos minutos en reaccionar. Me llevé la mano a mi ano y vi que sangraba copiosamente. Busqué mis bragas pero no las encontré. Sólo tenía el vestido y el abrigo. Por suerte, habia dejado el bolso en el coche y pude llegar hasta él y conducir como pude hasta casa.

 

Al llegar vi que David dormía plácidamente. Me lavé, me curé un poco la herida en el ano y me acurruqué a su lado.

 

Me dormí pensando que al día siguiente teníamos que hablar.

 

Fin del capítulo 6.