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Te odio... te deseo...

en Hetero: Infidelidad

Tuve que sujetarme a la pared para no caer; las piernas no me sostenían. Ella seguía en el suelo delante de mí, el pelo revuelto, jadeante, los muslos entreabiertos, la falda recogida en la cintura y la blusa desabrochada, dejando ver sus pechos, ligeramente enrojecidos. Levanté la vista y mi mirada se cruzó con la de ella. Una sonrisa de satisfacción se dibujó en su rostro, sabía que había ganado, que me tenía en sus manos. Ahora y siempre que quisiera. Se llevó la mano a la boca, y entreabriendo los labios, pasó lentamente la lengua por cada uno de sus dedos. Tragué saliva y me apoyé con más fuerza aún en la pared. Estaba disfrutando de su victoria.

No podía apartar la vista de ella… Se levantó despacio, asegurándose de no ocultarme nada. Se colocó frente al espejo para arreglarse el pelo. Mi pulso comenzó a acelerarse. Traté de respirar hondo y dominarme, pero mi cuerpo estaba reaccionando de nuevo. Ella se dio cuenta y volvió a sonreírse. Terminó de abrocharse la blusa, se colocó la falda y se acercó, pegándose mucho a mí. Sentí su respiración en mi cuello, la cálida cercanía de su piel. Aparté la vista y traté de de pensar en otra cosa, pero su perfume se clavaba en mi cerebro. Noté el roce de su mano a la altura de mis caderas, buscándome, haciendo que me excitara aún más. Me susurró al oído… "¿Te gusta, verdad? No quieres que pare…" Su mano había empezado a moverse suavemente, adelante y atrás. Cerré los ojos y me mordí los labios…me estaba enloqueciendo.

Entonces se detuvo. "A lo mejor otro día…pero tendrás que pedírmelo", dijo, y dio un par de pasos hacia la puerta. Tragué saliva y un débil "nunca" salió de mis labios. Ella se volvió hacia mí, sorprendida, pero una vez más mi mirada me traicionó y leyó en mis ojos lo mucho que la deseaba. No puedo evitarlo…por más que la odiara lo que de verdad quería hacer en ese momento era agarrarla con fuerza, llevarla hasta la pared y follármela. Subirle la falda hasta la cintura, romper sus braguitas y clavarme dentro de ella. Sujetarla del pelo y llevar su cabeza hacia atrás, escuchar sus gemidos.

Se rió de nuevo, mirándome con desprecio. Recogió las braguitas del suelo, pero en vez de ponérselas me las tiró a la cara y antes de marcharse me dijo: "quédatelas, y no olvides traérmelas cuando vengas a verme".

Abrió la puerta y se fue, tirándome un beso. Me quedé quieto unos instantes, apoyado en la pared y sin saber qué hacer. Al fin reaccioné. Tenía que arreglarme y volver rápido. Podía entrar alguien en cualquier momento. Al pensarlo un escalofrío me recorrió la espalda de arriba abajo. Menos mal que no había venido nadie… ¿cómo lo hubiera podido explicar? Todos los que estaban en la fiesta nos conocían, y conocían a Ana, mi novia, que estaba fuera. Por lo menos ahora tenía la esperanza de que nada se supiera, porque nada de todo esto tenía que haber sucedido. Y desde luego, no iba a volver a pasar, no podía volver a pasar. ¿Qué se creía? Me había cogido pillado por sorpresa, nada más, sin tiempo para reaccionar