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Macho rugbier prostituto y morboso

en No Consentido

Macho rugbier prostituto y morboso

a Carlos y a Leandro

Carlos estaba de nuevo solo en la oficina. Había terminado otra de sus interminables, fatigosas reuniones de trabajo. Esas que lo tenían nervioso todo el día y cuando terminaban, lo dejaban saturado, cansado, como vacío. Y completamente al palo. Todos se habían ido. No quedaba nadie en su despacho, ni cerca. Carlos estaba completamente solo. Y al palo. Tan excitado, tan caliente y cachondo estaba Carlos que casi le estallaba el calzoncillo. Y se sentía más puta que nunca.

Para cualquiera que lo viese, mujer o puto, Carlos era un machito más que lindo, sumamente deseable. Pero como era tan serio y se hacía tanto rollo con su vida sexual, nunca tenía Carlos la posibilidad de escuchar qué sensual y deseable, qué masculino y lindo era para los demás. En lo más íntimo de su ser, Carlos se sentía como el peor. Y totalmente abandonado.

En lo sexual se sentía totalmente angustiado e insatisfecho. De 41 años recién cumplidos, vestido de oficina, con unos hermosos pantalones azules y una reluciente camisa blanca, impecables mocasines y medias blancas, el pelo sumamente corto y una cara totalmente de machito lindo y varonil, Carlos suspiraba en su oficina mientras se refregaba las bolas. Se sentía ardiendo. Sentía que el culo se le abría de par en par. Su culo de puto secreto le ardía de deseos de que lo hicieran puta, tenía hambre de macho, hambre de verga y de un chorro de guasca que le inundara hasta el fondo de su ondulado, velludito culo hermoso y virgen.

Era casado. Su mujer lo deseaba muchísimo todavía, jamás había dejado de desearlo en 7 años de matrimonio, sus dos hijos varones le daban muchísimas satisfacciones... Carlos también la quería a ella, incluso a veces la deseaba, jamás había dejado de cumplir hermosamente sus faenas sexuales de machito esposo ejemplar, y era un excelente padre. Era además muy buen cogedor Carlos con su esposa, y también lo había sido antes, con otras, cuando soltero. A culear nadie le podía enseñar.

Pero lo que sentía en el culo, íntimamente, eso solamente Carlos lo sabía. En ese sentido, Carlos estaba muy solo. Le tenía pavor y rechazo a la vida gay y, como era tan machito y masculino —y sumamente discreto—, ningún amigo tenía para confesarle que, en lo más profundo de su ano intocado, Carlos se sentía una puta totalmente voraz, hambrienta, insatisfecha... Amaba los machos. Los amaba. Los adoraba, se volvía loquito Carlos por los machos. Quería probarlos, chuparlos, complacerlos, ser su puta, ponerse a disposición del macho más guaso y bestia. Quería que un macho lo hiciera puta.

Pero hasta para eso estaba condenado Carlos, con ese aspecto de machito algo juvenil y casi maduro, totalmente masculino y sin ningún amaneramiento. Además, se cagaba Carlos de sólo pensar en andar merodeando por algún lugar del ambiente para deambular como un putito en busca de un macho que se lo garchara.

Carlos se decidió y finalmente optó por tomar el teléfono y llamar, sin dejar de masturbarse en ningún momento. Así como estaba, en sus hermosos, varoniles, estupendos slips blancos, el lindo machito Carlos, con los pantalones bajados y la verga totalmente al palo, discó el número de teléfono de una línea de contactos gay.

No era la primera vez que llamaba a esa línea. El número lo había sacado de Internet. No cobraban ningún servicio especial, así que se quedaba tranquilo de que no iba a figurar ningún número telefónico extraño cuando llegara la factura. Y podía estarse horas con el teléfono en esa línea, pues por su trabajo Carlos, que era traductor y editor, se pasaba casi todo el día solo en su oficina. Salvo cuando había reuniones como la que había habido recién, que por tanto stress lo dejaban como ahora, aturdido de deseo, totalmente puto, con ganas de que un macho lo agarrara, lo desvirgara por fin y le dejara el culo hecho pedazos, inundado de espesa leche de varón.

Cuando se llamaba a esa línea había al principio una pequeña introducción con una voz grabada que explicaba cómo había que hacer, que números había que discar para las diferentes opciones. Carlos ya se las sabía todas de memoria, así que salteó la explicación. Cada miembro que entraba —siempre masculinos, pues no podían entrar mujeres a esa sala de chat telefónico— tenía 30 segundos para dejar grabada su presentación. Esa presentación era la que escuchaban todos los otros hombres que estuvieran conectados con sus teléfonos en ese momento.

En esa pequeña introducción había un ejemplo, que Carlos por supuesto no había seguido nunca. Y eso que también escuchaba los mensajes de presentación que dejaban los otros hombres. Pero Carlos siempre se cagaba, lo cual lo hacía sentir muchísimo peor. "Además de puto, cobarde y cagón" —se recriminaba a sí mismo. Cuando le llegaba el bip para anunciarle que era el tiempo para dejar grabada su presentación, ya Carlos estaba tan molesto y cagado que lo único que atinaba a decir era: "CARLOS".

Aun así, muchos hombres lo llamaban. Los mensajes eran breves, directos y expeditivos. Por ejemplo, "¿En qué zona estás?, ¿Qué andas buscando, Carlos, te gustaría un putito de 18? ¿Qué hacés, man, te va que garchemos hoy a la tarde? Yo tengo lugar, estoy por el centro y vos?"

A veces Carlos se excitaba nada más que de escuchar las presentaciones ajenas, las de otros hombres que con menos pudor y más conocimiento sexual, se mandaban frases como QUIERO UN MACHO BIEN GUASO COGEDOR QUE ME HAGA MIERDA EL CULO Y ME LO DEJE LLENO DE GUASCA. Así le habría gustado hablar a Carlos. Pero no se animaba.

Las más de las veces, terminaba masturbándose con otra clase de miembros frecuentes: los pajeros. Esos que llamaban y explícitamente sólo buscaban sexo telefónico con otros pajeros. Por supuesto, Carlos terminaba accediendo a tener sexo telefónico con ellos, incuso a veces directamente llamó a alguno que ofrecía eso. Carlos hablaba poco, casi nada. Más que nada lo que hacía era ronronear, suspirar, decir cosas como sí, macho, sííííí... Los que se prendían más con Carlos eran los machos bien activos, que no necesitaban que el puto de Carlos hablase mucho, solamente lo usaban, quería que el puto gozase escuchando las obscenidades y los extraños caprichos sexuales que le pedían. Y generalmente eyaculaba así Carlos, escuchando a los machos acabar, aunque eso después lo dejaba todavía más frustrado e insatisfecho. Él quería otra cosa. Quería que lo agarraran con fuerza, con violencia, que le manosearan el culo y lo franelearan, que lo violaran. Que le partieran el culo. Ese culo que lo llamaba a Carlos desde las mañanas gritándole a los alaridos su deseo de macho. Su deseo de que se lo culearan.

A los pocos minutos, se arrepintió Carlos de haber entrado a la línea. Incluso la erección se le estaba bajando, cada tanto volvía apenas un poco cuando le mandaban mensajes con las frases y preguntas típicas: "Y Carlos, ¿por dónde andas? ¿Qué te gusta que te hagan? Che machito, decime cómo sos, ¿querés que hagamos algo esta tarde?"

Pero Carlos quería otra cosa. Quería que lo putearan, que lo hicieran puto, que lo maltrataran o, mejor dicho, que lo trataran como lo que él realmente era: un puto, un puto de mierda, dispuesto a suplicar por poronga, por garcha, dispuesto a rebajarse y a complacer a su macho haciéndole cualquier cosa con tal de que le rompiera el culo. Que le hiciera en el orto la realidad de su deseo más íntimamente, más secretamente puto.

Había que marcar 3 si uno quería ir pasando rápidamente cada presentación, para ir salteándolas, y era lo que Carlos hacía, sólo que cada presentación era un nuevo fiasco. Eran todos nenes, o bisexuales casados inseguros como él, sin brío, sin grosería, o peor, hombres que se ponían nombres femeninos y hablaban como mujeres. A Carlos le gustaban los MACHOS. Lo que había ahí era todo lo contrario a lo que él necesitaba. Hasta que, de repente, una voz en particular, una voz de macho pareció directamente golpearle en los oídos, en la cabeza, directo en el culo.

"Te parto el culo y te hago puta si me garpás bien. Soy lo que un puto como vos necesita. Soy TU MACHO. Rugbier, 29 años, en zona capital, no voy a domicilio ni hoteles, poronga 28 x 5, cabezona, al palo siempre, para hacerte el orto. Te hago todos los morbos. Llamame y concretamos rápido. Si no, no me rompan las pelotas. Chau, putos".

Otra de las opciones era la 6, marcar el 6. Era para rebobinar y volver a escuchar el mismo mensaje de presentación. Es lo que hizo Carlos durante más de quince minutos.

Cuando se dio cuenta de que estaba poseído por una súbita locura por ese rugbier de vozarrón brutal, estaba con el calzoncillo totalmente sacado, tirado al lado suyo en el piso, sobre la alfombra, tocándose el culo... se había puesto completamente puta. No podía dejar de escuchar esa voz. Era la voz de un auténtico macho, bastante bestia, soberbio, jodido, bien grosero... El macho que Carlos necesitaba.

No atinaba a pensar nada concreto Carlos. Sólo se tocaba el culo una y otra vez, se masturbaba lentamente, como extasiado, escuchando una y otra vez la presentación del rugbier. Hasta que de pronto se dio cuenta de que marcando nuevamente el 6 ya no le daban la presentación del rugbier. Carlos se desesperó, estaba como loco, se había enamorado de un rugbier bestia y bruto que a lo mejor ni siquiera existía... había tantos hombres que inventaban cada cosa en esa línea...

Recapacitó. Se dio cuenta de que no pasaban las presentaciones de los tipos que estaban ocupados en comunicaciones privadas. Pero Carlos era un cagón, ni se le había cruzado por la cabeza pedir una comunicación privada con el macho rugbier. Debía haber otro puto más decidido que lo estaba encarando a su macho. No había pensado nada concreto para hacer con él, solo quería escucharlo, imaginarlo...

Cuando por fin se dio cuenta de que ahora el rugbier debía estar transando con un puto para cazarlo como su cliente, Carlos se desesperó. Casi enloquece de la envidia, los celos, el deseo, y por la dilatación anal súbita y enloquecida que se estaba apoderando de él.

No sabe qué hacer. Hasta que se decide, apenas escucha de nuevo la presentación del rugbier. Decide elegir rápidamente la opción 1, que es la de enviar un mensaje privado. Así que tenía que hablarle al rugbier. Decirle algo. Pero Carlos nunca había tenido contacto sexual con un hombre. Y estaba tan cagado y tan muerto de miedo y con el culo tan palpitante y muerto de deseo que cuando suena el bip para anunciarle que tiene que grabar su mensaje para el rugbier, lo único que atina a decirle es: "Eehhh... ehhh... Soy Carlos... eh... Me interesa, me interesa mucho lo tuyo... eh..." Demoró tanto en hablar, en balbucear algo, que se le venció el tiempo, y salió el mensaje sin que pudiera decirle a su macho rugbier nada concreto. Ahora esta más cagado de miedo que antes Carlos. Sólo cabe esperar. Ver qué responde el rugbier.

Carlos entra en desesperación a medida que pasan los minutos sin recibir ninguna respuesta del rugbier. Entra a maldecirse y a putearse a sí mismo por haber sido tan estúpido, por no decirle nada para retenerlo. El rugbier debía estar pactando algún negocio sexual más rápido y concreto con un puto más expeditivo, que supiera tener menos pudor e ir directamente al grano. Otro puto se está llevando a su macho delante de sus propias narices. Y Carlos se siente a punto de morir de celos.

Su corazón se sobresalta, su culo se abre todavía más cuando le llega un anuncio de que tiene mensaje del Rugbier. Aprieta el 1 que es el número que hay que marcar para escucharlo.

"Está bien, Carlos, puto... Decime qué te gusta que te hagan, pedazo de trolo, decí bien claro y concreto. Y a qué hora querés la garcha. Yo estoy por Boedo. Hablá concretamente, puto forro, que tengo otros putos que atender".

Carlos casi enloquece de lujuria al escucharlo. La voz es totalmente varonil. Depravada. Se ve que es un macho bestia, grosero hasta decir basta, no tiene ninguna cordialidad ni afecto para hablar. Carlos no sabe qué hacer. Pronto comprende que, aunque más no sea para poder terminar de masturbarse bien, necesita seguir en contacto con él, escuchar su voz, imaginarlo, imaginar su cuerpo, sus bolas, su vello, su verga...

Escucha el mensaje una y otra vez apretando el 4. Pronto se decide, diciéndose a sí mismo que al fin y al cabo supuestamente quien paga es el puto y por lo tanto tiene algún derecho a exigir. Trata de hablar con voz más segura cuando le graba al Rugbier su segundo mensaje de puto interesado y cachondo: "Gracias por responderme, Macho... eh... eh... Siempre me gustaron los rugbiers. Esos cuerpos peludos, grandotes.... Sobre todo los shorts. Me vuelven loco los shorts de rugby, Macho... me gustaría que me atendieras en tus shorts de rugby, sobre todo si están muy usados y hechos mierda... no me importa la suciedad ni el olor a chivo. Al contrario. Eso me excita. Decime cuándo y cuánto y voy para allá. Espero tu mensaje. Gracias. Carlos".

Con el calzoncillo tirado a su lado, con el culo desnudo al aire, Carlos se olvida de todo, completamente hecho puta, completamente poseído por la voz de su macho rugbier...

Se estaba apoderando de su culo de machito virgen y emputecido todo el deseo que tenía acumulado durante años por los machos del rugby, por los machos que por ejemplo veía en la televisión, fingiendo un interés deportivo que en realidad no era tal... Se calentaba como una puta, se volvía completamente puto Carlos mirando esas piernas, esos vellos, esos cuerpos macizos, morrudos, algo brutales, empujándose, dándose duro, maniatándose, revolcándose, matándose entre si... y esos shorts!!!

Los shorts de rugby, sobre todo los blancos, cuanto más sucios y rotos y desgarrados estuviesen, eran su pasión más profunda de puto fetichista secreto. Cuánto daría Carlos, la vida daría, por tener entre sus labios de puto entregado la verga henchida y brutal de un rugbier con sus shorts sudados, embarrados, sucios y hechos bolsa, sin sacárselos ni bajárselos...

Carlos, con el culo al aire, se masturba salvajemente, frenéticamente, desnudo, con su calzoncillo al lado, esperando únicamente la única señal de vida que ahora le importa: la respuesta de su macho rugbier. Con esa voz de patán hijo de puta, grosero y brutal, bien macho, tratando como se debe a un puto como él, a un puto como Carlos, que sólo necesita maltrato y garcha de un macho que le dé bien duro. Carlos enloquece de furia, de celos, de angustia cuando a medida que pasan los minutos imagina que tantos otros putos como él se están abalanzando sobre el macho, sobre el rugbier, sobre el único macho existente en esa línea habitada únicamente por putos como él, por putos como Carlos...

Tiene pavor, locura, ganas de llorar y gritar Carlos cuando se da cuenta de que pronto un puto con más dinero y experiencia de puto le va a sacar a su macho. Carlos no sabe cómo hacer, no sabe hablar como un puto para seducir a un macho. Lo que sí ya sabe es que está dispuesto a pagarle al macho todo el dinero que sea necesario para que éste lo deje saborear con sus temblorosos labios de puto la superficie sucia y mugrienta de su short de rugby, con la verga palpitante abajo. Pero no le importa tanto la verga como sentir la cercanía física del macho bestia, del macho jugador de rugby, sentir el short en los labios, en el culo, arrodillarse como un puto siervo frente a su patrón, un macho vestido únicamente con unos mugrientos, desgarrados, sucios, blancos shorts de rugby...

Pronto llega el mensaje de respuesta de su macho en shorts de rugby, y cuando lo escucha Carlos no sabe si seguir masturbándose o si ponerse a llorar... "Ahhh... ehh... quién eras vos... ah, sí, sí, la puta de Carlos, jaja... Huuuy, loco, me están bombardeando a mensajes todos los putos hoy, jaja... Bueno, che puta, Carlitos, vos querías que te garcharan y que te pongan la bombachita... ¿o no, ese era otro?... huuy, jaaa, ni me acuerdo... ¿o te gustaba el yorsito de rugby a vos?, ya no me acuerdo boludo... jaaa... bueno, loco, no sé... ahora estoy en el baño sentado y me estoy mandando un cago así que no me acuerdo de nada porque todos los putos me llaman y yo me voy al carajo que me estoy re cagando.... ahhh, puta madre, se me está partiendo el culo, juaaa... bueno, che Carlos, puto, forro, jaaa... bueno, si querés tenés mis datos en Internet, fijate puta... ahí tenés mis datos puto... ahhh, mierda, ahhhh, cómo me estoy re cagando, ahhh, me está partiendo el culo este cago, anotá che..."

Así como estaba, Carlos, con el culo al aire y la verga a punto de estallar —imaginando a su macho en shorts de rugby, bajados, sentado en el inodoro, cagando, con la verga erguida como un mástil— se incorpora como puede y anota rápidamente la dirección de Internet donde el macho bestia que se está cagando dice que están sus fotos y sus datos.

Carlos tiene el culo totalmente enfermo de pasión, de locura, de hambre por su macho guaso en shorts de rugby. "No tengo que pensar, tengo que HACER, tengo que hacer que mi MACHO con SHORTS de rugby me entre a GARCHAR, me haga mierda el CULO", se dice a sí mismo Carlos.

Por cuestiones de laburo, Carlos estaba prácticamente toda la jornada conectado a Internet. Sin levantarse, se arrodilla frente a su escritorio con su hermoso culo masculino y virgen al aire para llegar al teclado de su compu y teclear la dirección que le había dado su macho en shorts de rugby.

Carlos empieza a temblar apenas entra a la página de su macho. Sin darse cuenta, su culo tembloroso y deseable entra a palpitarle y no puede contener la saliva que empieza a desprenderse de sus carnosos labios entreabiertos, su hermosa cara de varón empieza a gesticular en obscenos gestos de deseo por ese hombre, ese macho velludo y patán en shorts de rugby.

En la página está escrito en grandes letras mayúsculas el nombre de su macho, Leandro... Tiene una gran foto en el cuerpo central de la página, y a un costado figuran el número telefónico, sus datos corporales y miniaturas de otras fotos. La foto central es la que saluda al ingresante a la página.

En el centro del plano de la foto, se ve a un jugador de rugby en shorts blancos, con un buzo verde. Alcanzan a verse sus piernas, el centro prominente de la escena lo ocupan los genitales, pulposos y grandotes, con una verga en ostensible estado de erección, cubiertos por el short. Las piernas son gruesas, musculosas, sumamente velludas. Los brazos son impresionantes, por su fuerza, por su tamaño. Un brazo sostiene un balón de rugby apoyándolo sobre la cadera, acentuada en su compacta y fuerte estructura varonil por el contorno del short blanco... El otro brazo cruza su cuerpo y termina con la mano dentro del short, acariciándose el macho por dentro del short los genitales, las bolas... En otras fotos lo que muestra el rugbier es el culo y la verga, totalmente al palo, en primer plano... la verga tiene un glande rosado, está totalmente hinchada, lustrosa... debe medir no menos de 18 cm.

En otra foto impresionante, el macho en shorts de rugby aparece acostado sobre el piso de lo que parece ser un vestuario. Tiene el culo de glúteos duros, apenas velludos, de una piel cobriza, totalmente abierto, con el short de rugby bajado, y el culo se muestra en todo su esplendor varonil abriendo bien abiertamente las cachas generosas y palpitantes... En la parte de abajo de la página, en letras más chicas, hay unas palabras en español y abajo, más chiquito todavía, un texto mal traducido al inglés. El texto dice algo así como: SOY TU VICIO, TU CALENTURA, TU VICIO SUCIO DE PUTO SECRETO. LO QUE EXIJO DE VOS: QUE ESTÉS TOTALMENTE EXTASIADO POR UN MACHO DISPUESTO A HACER REALIDAD TODAS SUS DEPRAVACIONES SEXUALES CON VOS, PUTO DE MIERDA.

Al segundo de darse cuenta Carlos de que hay un número telefónico privado, un celular, lo anota enfebrecidamente. Anota al lado del número, LEANDRO, RUGBY.

"Leandro, mi macho, debe estar todavía sentado en su trono, en el baño, cagando, con sus shorts de rugby bajados, con la verga al palo palpitando, buscando un puto para hacerse unos mangos y tirarse un buen chorro de guasca...", se dice Carlos.

Con un coraje y un impudor desfachatado de putito cachondo que nunca tuvo él antes, Carlos verifica apretando el 6 si su macho rugbier está todavía en línea.

O está ocupado, o se fue... U otro puto de mierda está queriendo arrebatárselo...

Casi no piensa Carlos. No puede sacarse la imagen de su macho en shorts de rugby de su cabeza, de su cuerpo, de su culo. Si pensara, Carlos se cagaría nuevamente y cortaría. Sabe que no va a animarse jamás a contratar a un prostituto. Pero no hace a tiempo de pensar.

El corazón casi se le da vuelta, su culo se crispa, la cabeza le estalla, el pecho entra a palpitarle cuando llega un anuncio de que tiene un mensaje privado del Rugbier. No sabe qué hacer. Se da cuenta de que ya no hay paso atrás. Está totalmente vencido Carlos. Con las manos temblando y el culo palpitándole salvajemente, aprieta el 1 para escucharlo.

"Dale, Carlos puta... ¿qué era lo que te gustaba a vos, putazo?... Ah, dale puto que me tengo que ir, tengo el culo embarrado de mierda que acabo de mandarme un cago de 2 kilos y tengo que hacerme a un puto que ando necesitando guita... Avisame si te va, puto de mierda, te doy garcha y te hago todos los vicios que tengas, puto de mierda degenerado... Avisame rápido que voy a colgar en un rato y me voy al carajo... Ah, dale que me estoy limpiando el orto y tengo a otro puto esperando, el que garpa mejor se lleva a este machito y me lo culeo, jajaja... Bueno Carlos putita, chau, puto forro...."

La línea vuelve a recordarle a Carlos cuáles son los distintos números de las distintas opciones. Carlos se las sabe de memoria. No es ese su problema. El problema es que se está cagando de miedo pero, a la vez, arde de deseos por ese macho guaso y degenerado en shorts de rugby. No sabe qué hacer. Tiene miedo. Tiene una lujuria tal que se siente completamente puta, completamente desvergonzada y degenerada, completamente ávida de su macho, de sus bolas, de sus piernas, de su cuerpo, de sus shorts... Pero eso no hace olvidarle el miedo... Al contrario...

Si marca 1 le manda un mensaje de respuesta. También puede ignorarlo, apretando el 3. Si apretara el 5 Carlos lo bloquearía y el rugbier ya no tendría más modo de comunicarse con él en esa sesión. Si apretara el 4 escucharía una vez más el mensaje guaso del macho, una y otra vez: con eso Carlos podría masturbarse, escuchándolo una y otra vez a su macho hablándole como a un puto, como lo que es verdaderamente, íntimamente Carlos... Si aprieta el 2 tendría que esperar unos segundos, le pondrían en línea una frenética música electrónica y tendría una comunicación privada con su macho en shorts de rugby, podría hablar directamente con él... con Leandro...

Es lo que hace Carlos. Está totalmente poseído, totalmente puto por su macho en shorts de rugby... no mide las consecuencias. Cuando su inconsciente censor entra a recriminarle, Carlos se dice a sí mismo que quizás todo lo que haga es masturbarse mientras habla con su macho Leandro, engañándolo, diciéndole que quiere contratar a un servicio y masturbándose con las imágenes que le entren a sacudir el cuerpo y el culo a medida que escuche sus palabras guasas, en esa voz de macho tan sexual...

La música es insoportable, pero el culo de Carlos está tan vicioso y corrompido por el recuerdo de la guasa voz de su macho en shorts de rugby que casi no le importa. Cuando por fin los comunican a Carlos y a su macho Leandro, a Carlos se le para el corazón, está totalmente cagado de miedo y no puede hablar. Como no dice palabra, el macho la toma él, bien resueltamente:

—Dale, puto... ¿Qué te gusta que te hagan, trolo, qué anda necesitando ese culo...?

—Eh... yo... yo...

—Pufff, bueno loquito... Si querés te corto y te volvés a pajear en soledad.... ¿Querés eso, puto?

—Noooo!!!... No, no, por favor Leandro, no...

—Okei, puto... Mirá, te voy diciendo. El servicio es caro porque este macho se lo merece, okei? Tengo un caño que te parte el ano y te hace ver las estrellas. Vas a ser la puta mejor culeada del país con este pedazo de poronga que te ensarto en el ano, puto, jajaja... Atiendo a los putos en mi casa. Venís, garpás y te doy garcha bien dura. Si sos un puto bien degenerado y querés morbitos raros, me avisás y te digo cuánto. Dale, avisá.... Dale que tengo otro puto en línea. Ya te dije, el que garpa mejor...

—Eh... eh...

—Dale, putazo de mierdaaaa, hablá de una vez carajoooo!!!

—El problema es que... yo... eh... que yo... eh...

—A ver, puto forro. De una vez. Decime de una vez, directo. ¿Qué carajo te gusta a vos, puto forro? ¿Qué te llamo la atención, que te gustó de mí?... ¿Viste la página mía, putazo?...

Carlos se da totalmente por vencido. Se da cuenta de que ya no hay paso atrás. Ya desnudó su culo, está con todo el cuerpo totalmente desnudo, tirado sobre el piso, tiritando y sosteniendo bien fuerte el teléfono contra su cuerpo. Ahora le toca desnudarse completamente el alma. Decirle a su macho qué anda necesitando, cuál es su pasión secreta, su vicio imperdonable, aquello que le hace palpitar el culo de deseo...

—Es que... eh... Yo... Yo soy virgen, Macho...

La respuesta del Macho es rápida y neta: —Okei, puto... No problem... ¿Qué más? ¿Querés que te desvirgue de una vez y te haga el culo, putazo? Todo bien... Que más te gusta, Carlos putazo....

—Eh.... yo... yo....

—Hablá, carajo, que me tengo que ir.

—Eh... Me gustan los machos.... los machos que.... —Carlos se está quedando sin respiración, su pija está totalmente bajada, su culo abierto de par en par— Me... eh... Me... Me gusta que me traten como a una puta.

—Ahhh... bien... bien... Me va interesando... qué más...

—Me gustan los rugbiers. Siempre me gustaron... Eh... Me vuelven loco, loco.... eh... Puto me vuelven...

—Ahhh, ya me acuerdo, puto, vos sos el que se calentás con los yorsitos....

—Sííííí.... eh... síííí... Me vuelven loco, loco, los machos en shorts de rugby...

—Okei, puto... Como sos medio boludo vos y yo estoy apurado, te hago un par de preguntas rápidas, respondé directo y vemos si transamos, okei trolo?

—Dale.

Carlos está vencido. Está extasiado. Está cagado de miedo. Está feliz. Está enamorado. Aterrorizado. Completamente puto está Carlos.

—Los yorsitos que tengo ahora son blancos... están hechos mierda, medio embarrados, se me hicieron mierda en el último partido... ¿Todo bien???

—Síííííí, Leandro, síí, macho, sííííí.... Todo bien, sííí...

—Okei, puta, pará de chillar.... ¿Te va que te peguen?

—Noooo...

—¿Que te pongan la bombachita?

—Noooo...

—¿Que te escupan? ¿Que te meen en el culo, en la jeta? ¿Que te caguen? ¿Que te...

Carlos lo interrumpió, decidido pero con miedo todavía:

—Que me traten como a una puta. Eso soy. Eso soy con vos, mi macho Leandro. Pero ponete esos yorsitos, por favor, esos shorts que me dijiste que... ah...aaaahhh...

—Che puto, ¿no serás un pajero vos? ¿No te estarás haciendo la paja mientras me estás cagando y al final no tomás servicio, no?

—Nooo, te juro...

—Dame tu número y te llamo yo.

Carlos se muere de miedo. Pierde la cabeza. Su culo manda ahora, su ano profundamente masculino y virgen se apoderó de Carlos y ahora es el que lo hace hacer lo que hace. Le da el número. Su macho en shorts de rugby cuelga y lo llama directamente, ahora a su número privado de celular.

—Okei, puto... ¿Estábamos?.... ¿Querés tomar servicio?

—No puedo salir... Es que yo trabajo... ahhh... Te decía, macho, perdoname. Me cuesta hablar porque estoy nervioso.

—Me cago en tu trabajo, Carlos. Acá vas a trabajar de puta que es lo que sos, ¿entendiste?

—Sí, Macho... Perdonemé.— Carlos traga saliva.

—Mirá, Carlos puta. Es simple. Tengo un puto que también ya me dio el número. Al puto ese lo que le calienta es que se lo culeen bien fuerte, lo trate como a una mina y que antes de garchármelo le ponga una bombachita.

—Ajá... pero...

—Pará, puto, pará... Dejame hablar... Quiere que me lo coja el puto ese con la bombachita puesta... Que se la ponga como si lo hiciera como mambo mío, y él quiere hacer como que se resiste para que sea más fuerte la humillación. Bah, el morbo de él... Le gusta ser humillado al puto... Una mierda. A mi me da asco un macho con bombachita, forro... Así que te prefiero a vos...

—Ajá... bueno, me alegro, Macho... Jajá.

—Si, pero.... el puto garpa bien...

—Entiendo, Macho...

—Entonces, puto, dale. De una vez. Bien clarito. A ver.... ¿Cuánto estás dispuesto a garpar vos, trolo?

—Bueno, pero yo... eh...

—Simple, Carlos. Simple. Directo. Este macho se culea a putos por la guita, ¿entendés?.... El puto que mejor pague se lleva al macho, yo me lo culeo, le cobro y me rajo... ¿okei? Así que dejate de romperme las bolas, puto, y decime cuánto...

Carlos traga saliva. Tiene miedo. Está cagado de miedo. Pero no es su voz, ni su cabeza los que responden. Es su culo. Su culo enamorado, virgen, masculino, totalmente puto y enamorado de este guaso macho en shorts de rugby...

—Lo que haga falta, Macho... Lo que mi Macho Leandro ordene... Lo único que este puto pide, implora... eh... por favor entiendamé Macho... es... eh... es...

—Sí, ya sé, puto, ya sé... El yorsito. Te voy a atender con el short, putazo, no te hagas drama, jeje... El puto ese garpaba 150 mangos para que me lo culee en bombachita y lo humille antes de culeármelo... Así que a vos te cobro 200 y te hago el orto y te dejo chuparme todo y te trato como a una puta... Y con el yorsito puesto, jajaja... todo por 200 mangos... ¿Todo bien, puto?

Carlos está desesperado. Pero vuelve a repetirse: No hay paso atrás. Vuelve a mirar su compu. En el monitor sigue viendo la figura compacta, excitante, enloquecedora de su macho en shorts de rugby. Carlos ya es un puto enamorado. Sabe que ahora no puede permitirse cagarse de miedo otra vez. Es su única oportunidad en su triste vida de puto vicioso en secreto. Las bolas de Leandro, de su Macho, siguen desde el monitor de su compu desafiando el volumen inflado de sus shorts de rugby, haciéndolos casi estallar de guasca...

Carlos anota la dirección del rugbier. De Leandro. De su Macho.

Desganadamente, resignadamente Carlos se pone el calzoncillo. Y los zapatos, las medias, el pantalón, la camisa, el saco... Se mira en el espejo. "Ya está, ahí está, soy Carlos —se dice a sí mismo—, soy un machito deseable si me miro bien, pueden desearme varias putas, pero no hay nada que hacerle. Me gustan los machos. Amo a los machos. Yo, Carlos, soy una puta. Y ahora me va a terminar de hacer puta un Macho en shorts de rugby, ante quien voy a esclavizarme, voy a ser su mascota sexual, su puto de mierda, su puto rebajado, va a sodomizarme, va a hacerme el culo, va a cogerme. Voy a ser el puto de mi macho soberano en shorts de rugby".

Nadie le vigila los horarios a Carlos, el editor y traductor eficiente. Todos confían en él. Es un machito ejemplar, un padre respetable, un marido fabuloso, un excelente profesional... Si alguien llama a su estudio y Carlos no está, nadie va a pensar nada malo ni feo. Se trata de Carlos, nada menos. Quién va a sospechar de él.

Por momentos vencido y resignado, por momentos calenturiento y a punto de eyacular en su calzoncillo nada más que por los movimientos frenéticos de su imaginación ardiente, prisionera de su macho en shorts de rugby, Carlos agarra su auto y, cada tanto manoseándose las piernas, el pecho, el culo, se dirige mansamente a la dirección que le dio su macho soberano en shorts de rugby, que queda en el barrio de Boedo, bastante lejos del centro.

Por momentos piensa Carlos en la imagen de su macho con esos shorts de rugby embarrados, mugrientos, desgarrados y hechos bolsa, y se dice: "No le voy a dar mi culo. Voy a chuparle la poronga, voy a manosearlo en sus shorts, voy a besarle las piernas, el culo, las bolas, voy a chuparlo todo... Pero el culo no se lo puedo dar. Soy un machito. Soy un padre de familia, un profesional. De mi culo ningún macho tiene que saber porque si el macho me hace el orto, va a hacerme su puto para toda la vida y... Y ahí sí, Carlos, ahí sí cagaste: ya no hay vuelta atrás. No le dés el culo, Carlos, por Dios haceme caso" —se decía jodidamente a sí mismo.

No es Carlos quien se baja de ese auto, enfrente de ese edificio, y toca el número indicado en ese portero eléctrico. Nadie sabe quién es, él menos que nadie. Es otro, no es Carlos... Es un puto vicioso, un enfermo cachondo de lujuria, un hombre cagadísimo de miedo, un extraño... Está tan sumido en su locura, en su vergüenza, en su humillación, en su pasión de puto que apenas si escucha los bocinazos, la gente que circula alrededor... Cuando escucha la voz de su macho soberano (¿se habrá puesto ya sus shorts de rugby, el estupendo hijo de puta, el grandísimo macho hijo de puta?), acepta mansamente la pregunta:

—¿Sos vos, puto?... ¿Carlos, el puto putazo, el trolo de mierda, ese sos? Juaaaa, subí puto, subí, que acá Leandrito te va dar garcha, juaaa... Dale puto, dale que ya me puse el yorsito, jeje...

Carlos, encogido de hombros y temblándole todo el cuerpo, encerrado en el ascensor, apesadumbrado pero apasionado, muerto de amor, cagadísimo de miedo y humillado, muerto de vergüenza, nota una vez más que el culo le palpita y que si sigue así, sin poder desviar de su cabeza las imágenes de su macho en shorts de rugby, se va a eyacular encima y se va a enchastrar todo el calzoncillo con su semen de puto.

Cuando se abre la puerta y su macho soberano aparece, ya desaparece Carlos. Ahora es la puta, la puta de él, de Leandro. Ahora es su puto para que su macho Leandro le haga mierda el culo, se lo parta en pedazos, se sirva de él para descargarle bien profundo dentro del ojete su chorro inigualable de guasca de macho semental.

Tal cual como en la foto. Pero no tenía ya el buzo verde, ni zapatillas, ni medias... Estaba casi totalmente desnudo, descalzo... Nada en su cuerpo macizo y contundente y bello y portentoso... Nada, sólo el prometido, embarrado, sucio, blanco short de rugby.

—Arrodillate, puta.... Entrá gateando como lo que sos. Una puta de mierda.

Carlos baja la cabeza, aunque le cuesta muchísimo hacerlo. No puede dejar de mirarlo a su macho Leandro en su semidesnudez. No puede dejar de mirar esas piernas, ese cuerpo, ese bulto con esa verga inigualable y poderosa hinchando el short. Ese short. El short de rugby, el prometido short de su macho Leandro.

—Así acá no entrás, Carlos... Grabateló bien en esa cabeza de puto. Acá entrás en bolas, o en slips en todo caso. Bajándotelo el slip para mostrar bien el culo, que es lo único tuyo que no me da tanto asco. Acá sos una perra y venís a complacer a tu macho... ¿Entendido, puta?

—Entendido, Macho...

El departamento está casi a oscuras. Es un despelote ese departamento, tiene olor a encerrado, casi no hay luz, todo se viene abajo del muchísimo desorden que hay, la alfombra está sucia, y entre un par de sillas y una mesa y un sofá destartalado, Carlos tiene que arrastrarse e ir gateando porque así se lo pidió su macho en shorts...

El hocico de perra caliente de Carlos casi pega un alarido de éxtasis cuando percibe que sobre esa alfombra hecha mierda, completamente polvorienta, su macho Leandro desparramó todos sus calzoncillos.

—Sí, ya sé, ya sé, Carlitos... Como sé cómo son los putos como vos, por eso te preparé los solsiyoncas de tu macho... Para que los mires, los chupes, los laves con la lengua... Dale, puta de mierda, agarrá el calzoncillo más roñoso y andá chupando... Empezá a laburar, puto, que andan necesitando una buena lavada los calzoncillos de tu macho...

Carlos se había desnudado rápido, casi intrépidamente. Había tirado toda su ropa de oficina a un costado de la habitación, sobre una silla que estaba a punto de caer de lo vieja y rota... Se había quedado únicamente en sus impecables slips blancos Calvin Klein. Como su macho en shorts se lo había ordenado, su macho Leandro, Carlos no se sacó del todo el slip, pero se lo había bajado a la altura del culo, para ofrecerle su culo de perra en celo a su macho soberano.

Gateaba, se arrastraba, y cuando su macho le dijo que empezara a chuparle los calzoncillos que había en el piso para lavárselos, para darles a todos una buena chupada y dejárselos impecables, Carlos casi pega un grito de yegua en éxtasis. Agarró un slip que había en el piso, era también blanco, como el suyo, pero éste estaba casi amarillento... Tenía restos de gotas de meo, de guasca. Tenía un fuerte olor a pelotas, tan intenso el aroma a bolas que casi lo tumba del impacto a Carlos, que ya al segundo se recupera y se estaba extasiando con el olor intenso, fuerte a las bolas peludas e henchidas de su macho Leandro.

—Mientras vas chupando y lavando los calzoncillos de tu macho, puto, me vas a ir garpando. Y no dejés de chupar y laburar que te hago mierda el culo pero a patadas y no te doy la garcha.... ¿entendido, puto?

—Entendido Macho.

—Chupá bien. Quiero ver cómo me lo lavás a ese calzoncillo chupándolo bien con tu lengua de puto, dale. Bien, bien, perra, ... a chupar, a laburar carajooo, a chupar!!!

—Sí, Macho, sí, síííí, sí.... Mirá cómo te chupa el calzoncillo tu perra...

—Dale, trolo, lavameló bien...

Y lo miró dictatorialmente: —¿Trajiste la guita, puto roñoso?

Carlos no larga el calzoncillo que viene chupando. Ese calzoncillo lo está poniendo totalmente puto y en éxtasis; a Carlos le inunda el cuerpo el aroma a ese calzoncillo, con su olor a bolas, con sus restos de meo, con la sombra y el aroma de los pedos de su macho Leandro. Pero sin largar ese calzoncillo ni loco, va arrastrándose Carlos hasta la silla donde dejó tirado su propio pantalón, agarra la billetera y saca la plata. Lo mira suplicante a su macho en shorts, Leandro: está bellísimo, poderoso, infartante... Está para chuparle todo ese macho espectacular, que lo mira con cara de grandísimo hijo de puta, y así suplicante, arrodillado en el piso, Carlos lo mira desde abajo y le dice:

—Permítame pagarle sus honorarios, Macho... Tome, por favor.

Cuando estira su mano para darle el dinero, su macho Leandro se pone fiero y con la cara más furiosa que le haya visto Carlos en su vida a un macho, se pone como loco y le tira una escupida que le moja toda la cara:

—¿Cómo vas a pagarme así, puta de mierdaaa?... ¿Cómo te atrevés, puto forro?

Carlos no entiende. Está muerto de miedo. Arde de deseos. El culo le palpita enloquecidamente. Lo mira a su macho en shorts y casi llora de pensar que si su macho se enoja y se ofende con él, lo va a echar, no lo va a dejar ser su puto y Carlos nunca va a poder probar semejante machazo que le está cagando la vida, que lo está enamorando, que lo está haciendo puto...

Leandro lo mira con asco a su puto tirado en el piso, chupando su calzoncillo como un nene asustado que no sabe qué hizo mal. Leandro entiende que su puto no entiende. Por eso con un bufido de impaciencia, le explica a su puto:

—La guita me la tenés que pasar por todo el cuerpo, puto forro... Me franeleás bien las bolas con la guita, me la pasás por el culo, por el bulto, me la pasás por la verga... ¿O no es eso lo que querés vos, puto infeliz?... ¿No es garcha acaso lo que está buscando ese puto de mierda que chupa el calzoncillo de su macho, carajooo???

La voz de Leandro resuena en todo el departamento. Carlos asiente, tembloroso. Tiene miedo de que su macho se enoje demasiado y le pegue. O que haga un escándalo, alguien reaccione y todo el mundo se entere de que Carlos, el machito ejemplar, el buen padre de familia, el profesional respetable, es en realidad un puto de mierda muerto de amor por un macho bellísimo y jodido en unos infartantes, espectaculares shorts de rugby.

—¿Puedo soltar el calzoncillo entonces, Macho Leandro?... Lo suelto un minuto y después se lo sigo chupando y lavando... Digo... eh... para... para poder pagarle, Macho...

Leandro lo mira serio pero se nota que está complacido con su puto Carlos. Se hace el serio, frunce el ceño:

—A ver. Mostrameló. Mostrame el calzoncillo a ver cómo me lo estuviste lavando...

Carlos se lo da, tembloroso, con el culo palpitándole como una concha, siempre tirado en el piso, como corresponde, sin pararse. Leandro revisa el calzoncillo. Se lo tira de nuevo a la jeta.

—Tenés que chupar mejor, puto... Mirá, ¿ves acá? Acá todavía está sucio... ¿ves acá?... Tiene unas gotas de meo todavía y en la parte del culo está marrón, ese debe ser un pedo que me debo haber tirado, juaaa...

Carlos chupa. Le muestra a su macho Leandro cómo puede chupar mejor. Cuando llega a la parte del culo en calzoncillos, advierte que efectivamente todavía está manchado. Refriega mejor con la lengua mientras chupa. Se lo deja impecable. Pero su verga empieza a crecer espectacularmente, está por explotarle, porque mientras chupa el calzoncillo no puede dejar de mirarlo a Leandro en sus mugrientos, gastadísimos shorts de rugby.

—Sí, puta, ya sé, ya sé... Vos querés el yorsito, juaaa... Vení, perra, vení a pagarle a tu macho que ya te ganaste un poco del short, juaaa...

Cuando Carlos empieza a hacer su trabajo sucio de esclavito sexual fetichista, ni su macho Leandro puede creer que el puto lo haga tan, tan bien... Le pasa bien los billetes por el culo, entre las piernas, sobre el bulto. Hasta que de repente Leandro se cobra. Agarra los billetes y se los pone dentro del short, debajo de las bolas...

Chupa como el mejor puto Carlos. le acaricia las piernas, se las besa, se las chupa, sigue arrodillado, sigue toqueteando, manoseando, palpando febrilmente el cuerpo de su macho en shorts. En un momento, cuando finalmente Carlos llega al infartante bulto genital de su macho Leandro, el culo casi se le cae de lo mucho que se le abre. Tiene el culo ya completamente puto Carlos. Arrodillado, con el slip bajado y el culo al aire, no deja de mirar un segundo, frente a frente, las bolas de su macho Leandro, el tamaño infartante de su bulto pujando dentro del short... Lo mira, solamente lo mira. Lo huele.

Está casi a punto de llorar de éxtasis el puto Carlos. Su macho Leandro lo mira. Solamente abre la boca para decirle:

—Seguí manoseando a tu macho, Carlitos, sé una buena perra... Olelo bien. Olé esas bolas. Y depositá apenas con la puntita de la lengua un besito en el bulto, sobre el short... dale, puto, eso viniste a buscar, pedazo de puto...

Carlos en éxtasis, sin proferir palabra, no deja de manosearle a su macho en shorts las piernas, el culo, sigue arrodillado mirando fijamente el bulto de su macho Leandro. Ni se anima a tocarlo. Sólo a olerlo. Sentir ese aroma a macho despuntando en el short de rugby. Es tanto el respeto que siente ante ese bulto majestuoso en el short que ni se anima a moverse. Se sobresalta cuando escucha la voz de su macho Leandro gritándole:

—Te dije que me chuparas el bulto sobre el short, puto de mierdaaaa!!!

Una vez que puso su lengüita golosa, insaciable, ávida sobre el short, el puto Carlos ya dejó de ser para siempre quien había sido. Ahora era solamente una perra. La perra feliz y esclava de su macho Leandro en shorts de rugby...

Estuvo horas franeleando, tocando, oliendo, besando... en ningún momento se animó a bajarle el short a su macho Leandro, a su dios, a su tirano, a su macho esplendido y despótico, infartante y majestuoso y bellísimo... Habría estado horas besándolo solamente sobre el short, con la puntita de la lengua. Olfateándolo. Sintiendo cómo ese aroma a macho lo embriagaba y lo transportaba a un mundo de placer tan inaudito y profundo que solamente era un culo palpitando Carlos, gozando sin necesidad de tocarse el culo, sin necesidad de bajarle a su macho ese short... Hasta que de pronto su Macho Leandro se impacienta nuevamente:

—Bueno, puto forro... Acabá de una vez, puto enfermo, que ya me estoy durmiendo... Además todavía tenés muchos calzoncillos de tu macho para chupar y lavármelos bien, juaa... los necesito a todos los calzoncillos para esta noche, puto...

Y se caga de risa, le señala los calzoncillos que siguen estando tirados sobre la alfombra roñosa. Carlos los mira, tristemente. Aparta apenas un segundo su hocico de perra en éxtasis del bulto que se hincha desmesuradamente dentro del short de rugby.

Leandro lo mira. De algo se da cuenta. Además se mira el reloj. Ya es hora de desembarazarse de ese puto. En un rato va a tener a otro cliente puto que también paga bien. Además tiene ganas de tirar la guasca ya y el putito de Carlos con su fetichismo del short ya le está rompiendo las bolas.

Carlos está triste. No sabe qué hacer. Por él seguiría chupando a su macho en el short, únicamente sobre el short, horas y horas... Por momentos piensa en decirle a su macho Leandro que está dispuesto a dejarle su sueldo entero si es necesario... pero que necesita horas, horas, para seguir manoseándolo en el short y olfateando ese bulto, pero que por favor, por favor, que no se lo baje el short...

Pero no se anima a decir nada. Así que nada puede hacer para rebelarse cuando escucha la voz de su macho Leandro diciéndole:

—Además tengo hambre, puto... hambre de culo. Me quiero morfar un culo, juaaa... Dale, puto, dale que me voy a servir...

Lo mira todo el tiempo Leandro, macho majestuoso y bellísimo en shorts, a Carlos, a su puto entregado Carlos. Sabe que puede hacer lo que se le canten las bolas con ese puto, lo tiene totalmente enamorado... y le quiere hacer el culo. No dejó de mirarle un segundo durante todo ese tiempo el culo a Carlos. Le señala el sofá:

—Ahí... Arrastrate, andá gatendo y mové ese culo, Carlitos... Dale que quiero hacerme tu culo, juaa... Dale que te voy a hacer mierda, Carlos enorme pedazo de puto forro, juaa...

Carlos se mueve como una puta, pero sólo porque su macho en shorts se lo pide. Es Leandro. Su Macho. Su Dios. Pero en lo más íntimo de su ano, Carlos sabe que lo que más quiere en el mundo es seguir olfateándole y besándole el bulto sobre el short. Nada más que eso. Y tiene miedo. Está cagado de miedo Carlos. Miedo de perder la virginidad de su bellísimo culito de machito, intacto.

Pero sabe que su culo está más que apetecible, sabe que si entrega ese culo... Tiene miedo. Pero como es una buena perra, el puto Carlos sigue moviendo el culo y se va gateando hasta el sofá, le da la espalda y le muestra el culo a su macho Leandro que está en shorts, detrás de él... Y aunque Carlos no lo pueda ver, puede escucharlo, puede sentirlo... Sabe que Leandro se está bajando el short. Escucha cómo prepara una escupida dentro de su boca. Mientras le muestra el culo, Carlos ve perfectamente, dando vuelta la cara, que su macho Leandro está con el short bajado y manoseándose las bolas y el palo con su propia escupida, preparando el arma letal que va a terminar por romperle el culo definitivamente, por hacerlo puta...

—Noooo, Leandro, por favor no... Eh... nooo... El culo nooo... Es que no gozo así yo, por el culo, ¿sabe macho?... eh...

Leandro no responde. Cada tanto Carlos escucha sus risotadas. Sigue escupiéndose, cada tanto le tira un chirlo en las cachas del culo de Carlos, abierto de par en par, pero la mayor parte del tiempo se escupe y se refriega las bolas y el palo con su propia saliva. Hasta que de repente Leandro dice:

—Callate, perra... Callate, Carlitos, que te quiero hacer el culo. Y me cago en vos. Me cago en lo que te gusta y en lo que no te gusta, ¿entendiste perra???

—Si, macho, pero... Perdonemé, pero... noooo, por favor, el culo no, el culo nooo...

Es que Carlos ya está sintiendo las dos manazas brutales e invasores de su macho, con el short bajado, desplazándose hambrientas y violentas sobre su profundo culito intocado. Su culito virgen. El hermoso, elegante, algo velludo culo masculino de Carlos.

—Te voy a hacer perra. Te voy a dejar hecha una puta perra preñada, juaaa...

Las manos de Leandro manosean infatigablemente las cachas del culo de Carlos. Pronto los dedos violentos, brutales, invasores, empiezan a entrarle en el ano a Carlos.

—Por favor, por favor, macho, nooo.... Entiendamé, por favorrr... El culo noooo....

—Juaaa, Carlitos, cagaste... Cagaste ya una vez que entraste acá porque tu macho siempre quiere culo, jaaa... Tengo hambre. Hambre de culo. Quiero cogerme ese culo, Carlitos, te voy a preñar, juaa...

Carlos quiere negociar. No está convencido. Mejor dicho: Está convencido de que si entrega su culo, ya no volverá a ser nunca más Carlos. Va a volverse una puta. Una puta adicta a su macho en shorts de rugby. Y no sólo a su short sino, de una vez y para siempre, adicto a su verga fatal.

—Por favor, por favor, Macho... entiendanmé... Sírvase, sírvase pero no me garche... úselo, tóquelo, chúpelo... Lo que usted quiera... pero no me lo rompa por favorrr... noooo... por Dios, el culo no, el culo noooo...

Leandro no responde una palabra. Súbitamente se arrodilla, lo agarra a Carlos por el culo, que sigue temblando sobre el sofá, lo escupe bien profundo adentro del ano y sigue chupando, clavándole la lengua hasta el fondo, moviendo infatigablemente la lengua dura y mortal por todo el culo, cogiéndoselo a Carlos por la boca, con la lengua, revolviéndosela hasta hacerlo llorar...

—Nooo, por favor, por favorrr... El culo noooo.... Eso no.... Por Diosss, se lo ruego... Le imploro, Macho, por favor... No me culee macho, por Diosss, el culo noooo...

Carlos no para de llorar. Siente todo el tiempo, durante largos minutos, cómo insiste su macho Leandro en cogérselo con la lengua, en revolverle esa lengua brutal y dura como un fusil dentro del ano. Ojalá solamente se lo chupase. Por Dios que no me garche, se dice Carlos todo el tiempo, que no me coja, que no me rompa el culo, por Diosss...

En algún momento, Leandro se incorpora. Carlos se da vuelta y lo mira a la cara, suplicante. Leandro, se nota, está verdaderamente disgustado.

Carlos vuelve a hablarle, trata de no llorar. Trata de componerse y hablar como un macho, como un verdadero machito:

—Perdoname, Leandro... En serio perdoname. Pero no puedo. El culo no, por el culo no puedo... Si querés... eh... chupalo, usalo así, pero no me cojas, por Dios te lo ruego, no me culees... El culo no, Leandro, te ruego, entendeme. El culo no.

Leandro se cruza de brazos. Carlos casi pega un alarido de yegua cuando atravesado por un orgasmo lo ve a Leandro calzarse nuevamente su short de rugby. Leandro lo mira disgustado y pensativo, con el ceño fruncido:

—Solamente gozás chupando a un macho en shorts, ¿no, puto enfermo?

Carlos asiente tristemente. Es su ultima oportunidad. Sabe que si no lo engaña así a Leandro, el macho se lo va a culear y...

—Mirá, puto, Carlos... eh... Me cagaste. Verdaderamente te digo: Me cagaste. Yo tengo hambre. Quiero culo. Quiero culear.

Carlos lo mira, es la última oportunidad que se le ocurre:

—Te puedo pagar. Pagar más por haberte defraudado, por no haberme dejado culear.

Leandro lo mira. Serio. Adusto.

—Está bien. De acuerdo, puto... Sacá toda la guita que tengas y volvé a metérmela entre las bolas, adentro del short...

Carlos explota de alegría, corre salvajemente y saca todo el dinero que tiene en su billetera. Vuelve a repetir el ritual de untarlo con plata a su macho en shorts. Lo vuelve a acariciar, a toquetear, a manosear, insistiendo casi todo el tiempo sobre el short, hasta que se lo baja nuevamente un poco, solamente un poco, para depositarle su pago de puto entre las bolas. Y le deja los billetes ahí.

Leandro se sonríe, aunque se nota que es una sonrisa forzada. No dejó de estar disgustado:

—Y eso no es todo, puto... algo más tenés que pagar, todavía...

Carlos lo mira. Leandro le señala los calzoncillos, entre los cuales también hay algunos otros shorts, que están sobre la alfombra:

—Necesito que me lavés todo eso, puto...

Carlos lo mira extrañado, poseído, feliz, intrigado, con el culo gozando más que nunca ahora que sabe que va a chupar todos los calzoncillos y shorts de su macho para complacerlo y lavárselos.

Pero Leandro le hace un gesto admonitorio con el dedo y le advierte:

—Pero así como estás, con el slip únicamente, mostrando el culito con el slip bajado, y para hacer más rápido, porque en un rato viene otro puto, te voy a hacer chupar solamente uno. El resto los vas a lavar, acá, en el lavadero. Vení puto...

Carlos lo sigue. Lo sigue como su macho Leandro le había ordenado desde el principio. Semidesnudo, gateando, únicamente con el slip, bajado a la altura del culo. Leandro se dirige en sus shorts hasta una cocina. Abre una puerta y Carlos ve que pasándola hay un lavadero. Leandro da la orden:

—Vas a traer acá todos los shorts y calzoncillos. Podés chupar solamente uno, el que vos elijas.... El resto me los lavás acá que los necesito a todos bien limpitos para esta noche que hay una fiesta... ¿Entendido, puto?

Carlos asiente. Sabe que el macho está caliente, que se lo quiere culear y que fue él, Carlos, el que le cagó los planes de culeárselo. Su machito Leandro se lo quería coger y Carlos no se dejó. Y a su modo Carlos se sentía para la mismísima mierda por eso. Pero a la vez sentía cierto alivio, el de saber que había resguardado su culo...

Lo miró manso a Leandro. Estando los dos en el lavadero, él con sus slips bajados a la altura del culo, Leandro espectacular y bellísimo en sus shorts, Carlos le hace un gesto señalándole a Leandro los balcones vecinos. Desde todos lados podía verse el lavadero del departamento de Leandro.

El hermoso rugbier no tarda en responder. Se encoge de hombros y le dice a Carlos:

—Me cago en eso, Carlitos... Me chupa un huevo. Vos empezá a chupar y a lavarme los calzoncillos que si no te garcho y te hago mierda. Dale, empezá, trae los calzoncillos y empezá a laburar, perra cagona...

Carlos no sabe qué hacer. Mira nuevamente. Una vieja lo mira inquisitivamente desde el balcón de un departamento más arriba. Le mira los slips y Carlos se siente cagado de vergüenza y de miedo. Más abajo todavía, Carlos observa que hay unos obreros trabajando y que entre ellos vociferan, se cagan de risa y lo señalan. Escucha que uno dice:

—Mirá, miralo al puto... juaaa...

Y los llama a los otros y entre todos los obreros lo señalan y se cagan de risa, algunos se empiezan a manosear las bolas, las vergas y le hacen gestos obscenos a Carlos.

Carlos sabe que es mucho, demasiado, lo que hay en juego. Su macho Leandro ya había entrado, estaba de nuevo en el living. Ahí lo está esperando. Carlos sabe que tiene que cumplir, sino este macho brutal y hermoso pero muy hijo de puta le va a arrebatar el culo.

Como puede, con su poco coraje juntado, Carlos regresa al lavadero con toda la ropa que juntó y se pone a lavar los calzoncillos y los shorts de su macho. Tiembla. Llora. Pero al rato viene Leandro y observa que su putito Carlos se había levantado un poco el slip, ya no está mostrando más el culo como él se lo había ordenado, y tampoco tiene en su boca un calzoncillo de su macho para chuparlo mientras refriega los otros en la pileta de lavar.

Cuando se lo recrimina, lo putea, lo maltrata, lo escupe, todo en voz bien alta. Incluso la señora del otro departamento lo escucha. Carlos tiembla más y llora... pero obedece. Sigue lavando, agarra el short que le ordena Leandro, se lo pone en la boca y entra a chupar. Sin dejar de lavarle los otros calzoncillos con sus propias manos, con jabón y agua bien caliente.

Al rato todos los obreros se están cagando de risa, Carlos observa por el rabillo del ojo que otros vecinos están saliendo también de sus departamentos. Los machitos obreros de la construcción le gritan guarangadas y le siguen mostrando las bolas y las vergas.

Mientras lava, Carlos chupa, saborea el calzoncillo de su macho Leandro. Está casi nuevo el calzoncillo ahora, ahora que lo chupó bien, ya tiene menos olor a bolas y a meo de Leandro. Le cuesta gozar. Le cuesta dejar de llorar.

La situación empeora.

Siente al rato cómo el hijo de puta de Leandro lo está apoyando por detrás. El hijo de puta se está bajando el short. apoya todo el peso inpresionante de su bulto genital, de su verga al palo en el aterido, tembloroso culo del machito Carlos.

Aunque no puede verlo, Carlos siente en su culo lo que el hijo de puta hermoso de Leandro le está haciendo. Está pasándole toda la verga por las cachas del culo. Le está mostrando a los vecinos y a los obreros de abajo cómo su puto se deja hacer el culo, cómo se deja manosear el orto mientras le chupa y le lava los calzoncillos a su macho.

Carlos ya sabe lo que va a pasar. Vuelve a escuchar la escupida de Leandro. Vuelve a percibir que su macho hijo de puta está bajándose el short. Vuelve a escuchar el sonido de otro chorro de escupida. Vuelve a sentir, aun sin mirarlo, que su macho Leandro está de nuevo lustrándose las bolas y la verga con su saliva mientras lo agarra a Carlos por detrás y le pone el short de rugby en la boca. Es poco lo que puede hacer Carlos.

La diferencia es que ahora, cuando le pone el short en la boca, Carlos siente que una escupida de Leandro va directamente al centro de su ano. Le abre un poco las cachas con sus brutales manos el hijo de puta. Cuando Carlos está por empezar a gritar, cuando siente en su culo la presencia amenazante y letal de la verga entrándole en el culo, Leandro hace rápido y le tapa la boca con el short, hace un bollo con el short y se lo mete bien hasta el fondo de la jeta, tapándole casi toda la cara al puto.

Es por eso que cuando le entre la poronga en el culo a Carlos, cuando el puto violado empiece a gritar, los obreros y los vecinos, que no dejan de mirar el glorioso espectáculo de la violación, lo único que van a escuchar es la débil voz aprisionada de Carlos, taponeada por el short:

—Aaahhhh... ahhh... Noooo... El culo noooo... Aahhh...

Marianito

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