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Enamorado del culo de mi tío Eduardo

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Enamorado del culo de mi tío Eduardo

Esa mañana me levanté totalmente decidido. No sé, será que había soñado esa noche con el tío Eduardo... pero algo pasó en mi todavía adolescente cerebro para que tomara por fin la decisión. La mejor, la más importante decisión de mi vida. La de irme a vivir por fin con el tío Eduardo.

—Mamá. Papá. Soy puto. Me gustan los machos.

Pensé que iba a ser paro cardíaco. Casi lo fue, pero no llegó a tanto. Eso sí. Perdieron toda capacidad de reacción. Mi viejo quedó absorto, con todos los músculos de la cara tan congelados como los de Walt Disney. Mi vieja parecía más de plástico que nunca.

—Y qué le voy a hacer. Me gustan los hombres. Me gustan que me ensarten el culito, no es mi culpa al fin y al cabo...

Cuando Mami pudo articular palabra, atinó a preguntar: —¿Y adónde vas a irte, Marianito?

Cuando les di la respuesta, ya no pude permanecer en casa un minuto más. Me dio tanto miedo que agarré el equipaje ya preparado y salí corriendo. Es que me dio pánico ver que pasaban de ser dos monstruos congelados a pasar a ponerse verdes, violetas, rojos, turquesas, fucsias...

—A lo del tío Eduardo. Me voy a vivir con el tío Eduardo.

Ya a bordo del bus que me llevaba a la pequeña ciudad marítima donde vivía mi tío Eduardo, yo pensaba qué padre hijo de puta me había tocado en esta vida. Porque la cuenta es fácil: si alguien en este mundo odia a mi tío Eduardo, es porque es un hijo de puta. O un amargo. O un tarado. O un imbécil. O alguien que odia la vida. O todo eso junto. Y todo eso junto es mi padre.

Porque el tío Eduardo no solamente es el sol de mi vida. Yo sé, me consta que todo el mundo lo ama, lo aprecia, lo quiere. No solamente es bellísimo. Es el tipo más adorable del mundo. Da gusto ver cómo todo el mundo lo aprecia por las mismas cosas: por ser cálido, macanudo, cordial, atento, respetuoso, solidario, simpático. Y hermoso. Porque vaya si no es un macho hermoso mi tío Eduardo.

Y bueno, ahora el amargo de mi viejo tenía una buena nueva, lo mejor que le puede pasar a un amargo, que es descubrir una desgracia más. Y a mí me da orgullo decirla con todas las letras la desgracia de mi padre: YO SOY TAN PUTO COMO SU HERMANO EDUARDO.

Mi tío Eduardo tiene demasiada belleza en su cuerpo y en su alma como para quedarse a vivir en el mismo lugar que nuestra pútrida familia. Se cansó de ser infeliz y desdichado. Hizo bien. Se fue a vivir solo adonde nadie lo jodiera y donde todo el mundo lo quiere. Ahí estaba yendo yo.

Mientras la espesa y sensual voz de Sade me cantaba sus sensuales canciones por los auriculares del discman, a bordo del bus, yo pensaba que iba rumbo a la felicidad, iba a vivir feliz y dichoso con mi tío Eduardo, a resguardo de mi viejo y de todos los hijos de puta como él. Solos, solitos, juntos, felizmente putos, totalmente bellísimos y amándonos íbamos a vivir mi tío Eduardo y yo. Mi tío Eduardo es director en un colegio secundario de varones, es director allí del turno tarde y del de la noche. Como seguramente yo iba a llegar después de las 5 de la tarde, pensaba pasar directamente por el colegio y darle la sorpresa.

Llegué al colegio muerto de la excitación y de la impaciencia a las 5 y cuarto de la tarde. No pude verlo entonces mismo a mi tío Eduardo. Me atendió su secretaria, una vieja bastante atenta, que me dijo con una sonrisa después de salir de su despacho y consultar con él: —Su tío Eduardo está muy contento de su venida, señor Mariano. Dice si por favor puede esperarlo en la confitería de la esquina que él estará allí en una hora.

Pedí una coca-cola, un sanguche de jamón y queso y allí mismo, en la mesa de ese bar, desplegué todos mis regalos para mi tío Eduardo. Nueve calzoncillos, siete slips y cuatro shorts (uno de ellos, por supuesto, de rugby, blanco...)

Estaba muerto de la excitación. El mozo lo debe haber notado, porque cuando me trajo el sánguche y la coca cola se ve que el culo me palpitaba tanto de la excitación que debía vibrar todo el bar. En el momento en que llegó con el pedido, yo no me había dado cuenta y estaba rozando con mis labios el short de rugby para mi tío Eduardo, con los ojitos entrecerrados, la boquita húmeda y golosa, y tocándome la entrepierna... Mi tío Eduardo. Qué hermoso iba a quedarle ese short: pensaba en su cuerpo grandote y velludo, en sus piernas macizas, en su culote peludito y sabroso, marcándole bien ese cuerpo tierno y fuerte e infartante y colosal y paternal y sensual al que yo adoraba...

Es que yo de chico, antes de decirle a nadie que era puto —ni siquiera a mí mismo me lo decía—, no podía cada tanto de dejar de tener ataques que ya manifestaban lo que siempre sería: un putito adorador de los machos en shorts y en calzoncillos. No podía parar, así chiquito como era, de estar todo el tiempo buscándole los calzoncillos a mi tío Eduardo, que dejaba olvidados por ahí en su dormitorio cuando salía de la ducha, cuando se cambiaba para ir al trabajo... yo creo que él de algún modo sabía y los dejaba siempre a mano. El tema es que después sus calzoncillos no aparecían por ningún lado, y nunca les comentó nada a mis viejos de esa extraña desaparición. Un par de veces, únicamente a mí me dijo: —Qué raro, Marianito, alguien en esta casa parece que la pasa bien robándome los calzoncillos... —y lo dijo con un tono tan encantador, con un gesto tan risueño que así chiquito como yo era casi le arranco la boca de un beso. Mi tío Eduardo era un hombre fenomenal. Qué macho bellísimo.

En esa época, cuando yo debía tener 12 o 13 virginales e inocentes añitos, me hice la primera paja. Por supuesto, fue de noche, escondido en mi dormitorio debajo de una pesada y lanuda frazada, pensando en mi hermoso tío Eduardo y con un calzoncillo de él, que le había robado esa mañana, era un calzoncillo clásico, de tela, lisa, blanco... y yo me lo pasaba por la carita, por el culito, por la nariz, por la boca... absorbía todos los aromas intactos de mi tío macho, mi tío hermoso, pensaba en que ese calzoncillo había acariciado y lamido esas piernas, esa piel, esas bolas, ese pene, ese néctar de hombre fabuloso...

Cuando cumplí los 18 años —y me emociono mucho al recordarlo—, cuando ya todos se habían ido después del festejo, y mis viejos ya estaban peleando y yendo a amargarse más entre ellos en su propio dormitorio, mi tío Eduardo vino a verme a mi habitación. Entró hermoso y fenomenal, canchero, varonil, tierno, lindísimo; se sentó a mi lado, apoyó su pesada y cálida mano en mi pierna izquierda, me dio un hermoso, injustificado, prolongado beso en la mejilla, me acercó mucho sus labios a mi orejita para decirme:

—No te hagas problemas. Vos sos como tu tío, yo soy como vos... Nos queremos, Mariano... Todo va a estar bien... Por favor no sufras... Yo te amo, bebote lindo.

Me dio luego un espeso, cálido, largo, tierno, sensual, masculino beso en la boca. Yo no sabía si llorar, reírme o qué... había respondido a su hermoso gesto y le acariciaba la nuca mientras él seguía prodigándome su varonil encanto de macho potrazo chupándome la boca... No me dejó seguir mucho. No pude tocarlo demasiado, yo me moría por hacerlo, pero él me ganó de mano... No pude tampoco quitarle los ojos de encima mientras con su espléndida sonrisa de hombre grande se retiraba de mi habitación...

Había dejado sobre mi cama su regalo para su sobrinito puto, extasiado, que se derretía de amor por él. Era un calzoncillo. Un calzoncillo de él, de mi tío Eduardo...

Después él se fue, primero a vivir solo en un barrio apartado, y después pidió el pase y se fue a vivir a esa pequeña ciudad marítima donde yo estaba ahora visitándolo, en la que al poco tiempo de llegar le dieron el cargo de director del turno tarde y noche. Siempre nos habíamos escrito mucho, eso sí... primero cartas, y luego, cuando pusieron la compu en casa, mails... Al poco tiempo de intercambiarnos mensajes, ya nos intercambiábamos fotos de machos... Pero yo nunca me confesé y —si bien él me pasó toda su colección de fotos de machos en calzoncillos y yo la mía—, nunca le dije la verdad que es que yo siempre fantaseaba en él, que estaba totalmente enamorado, que él era mi único hombre en mis masturbaciones, o al menos el que yo adoraba más... Que no podía dejar de imaginar que él era mi hombre y que me desvirgaba y que me cogía y me culeaba cada vez más duro y más fuerte y más violento y más y más y más...

Ese hombre que venía ahí, al que veía por los vidrios de la confitería... ¿¿¿ese hombre??? ¿¿¿Ese hombre era mi tío Eduardo???... ¡¡¡Dios mío!!! Apenas lo vi, el culo se me abrió tanto que casi se me cae. Ese culito me lo podía abrir así solamente él. Un macho como él. Uuuyyy, por Dios, qué macho. Culeame, tío, cogeme, partime el ano tío Eduardo...

Guardé rápido en mi mochila el short de rugby junto con los otros shorts y calzoncillos.

Los años no habían pasado en vano. Calculé que mi tío Eduardo debía andar ya por los 47 años. Por Dios... Qué hombre. Qué varón fenomenal. Qué pedazo de hombre estupendo. Los años le habían dado un porte y una masculinidad que me hicieron sentir totalmente arrobado, extasiado... si nunca lo hubiera visto, si no hubiera sido mi tío Eduardo, si lo viera por primera vez, estaría igual e irremediablemente y totalmente enamorado a primera vista de ese potro machazo.

Alto, serio, corpulento, fornido, exudaba virilidad por todos sus poros... Era medio osito, velludo y grandote. Su pelo era extremadamente corto, de un masculinísimo color gris. Las facciones se le habían agudizado, tenía unas arruguitas preciosas. Nadie jamás podría decir que era puto. Tanta belleza masculina, insisto, chorreaba virilidad por los cuatro costados. Qué piernas. Qué morrudo que era. Ese cuerpo de rugbier, esas bolas, ese lomo... Qué bien le quedaba esa ropa de trabajo, ese pantalón gris que marcaba unas piernas y un bulto impresionante, esa camisa blanca, esa corbata azul. Qué hombre bellísimo. Qué varón estupendo, mi tío Eduardo... No pude con mi genio... ¿Qué calzoncillos estaría usando mi hombre adorado, mi tío re potro, mi varón legendario, mi tío Eduardo debajo de esos masculinísimos pantalones grises?

La sorpresa debía ser mutua. Por lo visto o mi tío Eduardo no me reconocía o no podía creer que fuera yo... Y... Los años pasan...

Fue un abrazo formidable, y yo no sé si él habrá sentido lo mismo que yo cuando me lo dio. Porque lo que es como por mi parte, se me puso la verga a mil cuando sentí el calor y la fuerza de su cuerpo compacto, grandote y morrudo apretándome. No pude disimular, yo ya casi tenía una tercera pierna... Sonrojándome tuve que sentarme porque de lo contrario, de la erección que me había provocado el tío Eduardo, iba a terminar perdiendo el equilibrio y cayéndome.

Estuvimos hablando en ese bar casi dos horas. En algún momento, sin pudor, con total naturalidad, mi tío Eduardo se sirve de mi vaso de coca y se lo lleva a sus labios. No puedo dejar de mirarlo. El orgasmo mío lo debe haber notado, pues me miró bien hondo y me tiró de nuevo una sonrisa tan cachonda, varonil y sensual que el culo se me hizo una concha. Pasó juguetonamente sus húmedos, gruesos labios varoniles y después su gorda, empapada lengua por el vidrio del vaso y, luego penetrándome con la mirada más masculina y provocativa que puedan imaginarse, me devolvió el vaso para que yo lo agarrara.

Eso hice. Y pasé mi propia lengüita por donde él la había pasado. Quería chuparme todo lo de mi tío Eduardo. Ya voy a tener tiempo de chuparte el pene, las bolas, el culo, el cuerpo todo, tío... empiezo por el vaso, pero andá preparándote tío, porque te voy a amar palmo a palmo de todo tu cuerpo. Qué puta enamorada de su macho era yo con mi tío Eduardo.

De repente, con toda mi calentura intacta por mi tío, me doy cuenta por su cara de que algo debe haberle ocurrido. La mirada hermosa de mi tío Eduardo se transforma súbitamente. En una esquina veo a dos flacos. Por las edades, calculo que pueden ser perfectamente alumnos de la nocturna que dirige el tío Eduardo. De noche es un colegio para adultos. Uno debe tener unos 25, 27 años; el otro parece un poco más pendejo, más o menos de mi edad, unos 20, 20 y algo...

El de 25 tiene unos jeans espectaculares, apretadísimos, que le ciñen bien apretado un bulto genital impresionante, palpitante, suculento. Tiene una barbita candado y si bien parece tranquilo, le veo como un gesto perverso, como una especie de diablo contenido bien jodido, un morbo raro, inquietante, que si te fijás bien da un poco de miedo.

El más joven es menos disimulado, y la verdad me cagaría en las patas si me lo encuentro solo en la calle. Tiene una onda más villero, es bien desfachatado, usa unas zapatillas carísimas con una remera y un jean bien berretas, que no por eso dejan de marcarle un cuerpo menos espectacular que el primero, pero de todos modos se nota por el bulto que va al frente con una poronga infartante... El jean marca unas bolas bien apretadas, que por el aspecto parecen a punto de explotar de guasca. El chabón lo sabe y le gusta mostrarlas, así, casi reventando el calzoncillo dentro del jean...

El mayor lo mira al tío Eduardo tranquilo, bien profundamente, como destilándole, bien despacito pero firme y con perfecta tranquilidad, una mala onda que da cagazo. El villerito también lo mira, medio como cagándose de risa, tiene una cara bien de morochazo reo, unos labios carnosos y morados que de a poco van preparando un espeso y pesado escupitajo que tira en la vereda de la calle, entre sus piernas, sin dejar de mirarlo con burla y desprecio a mi tío Eduardo. Ninguno de ellos se fija en mí.

Tío Eduardo sigue mirándolos. No veo en él ningún escándalo, parece estar manso, triste, melancólico, acepta mansamente el desprecio que le tiran, con infinita tristeza... y yo me enamoro cada vez más del tío. Pero no por eso deja de preocuparme la situación. Recién al largo rato, parece que el tío Eduardo se acuerda de mí. Sin ningún disimulo, me mira con tristeza y me confiesa:

—José Luis Ramírez y Miguel Castro... Expulsados ambos por tu tío ayer del colegio. O sea que los dos fueron alumnos del cole, y me sacaron canas verdes...

—Algo habrán hecho —dije yo.

—Y, mirá, Mariano... hace tres años que estoy en la dirección. Hice todo lo que pude. Hasta plata les presté alguna vez. Les di consejos, tiempo, ayuda de todo tipo. Todo al pedo. Me desprecian. Siempre me despreciaron... quizás... quizás porque... bueno, vos sabés... Viejo y puto, ¿no?

Quise interrumpirlo pero me puso las manos sobre la boca el tío Eduardo para callarme: —Es así. Está bien... Cada uno es como es. Yo soy así, y ellos son a su manera... No juzguemos por favor.

Qué hombre bellísimo mi tío Eduardo. Yo habría parado al mundo para comerle de una vez por todas la boca a mi tío Eduardo con un beso, el beso más largo, espeso e infinito del mundo. Cuánto lo deseaba... Me estaba volviendo loco de deseo y de amor ese hombre.

—Hace ya como un año que me vuelven loco con el tema de la merca. No solo consumen como bestias, eso al fin y al cabo sería asunto de ellos... Venden. Son capaces de venderle cualquier merca, poxirrán, coca, lo que le pidas, a un pibito de primer año... De hecho lo hicieron. Hablé con ellos miles de veces. Eso que le viste hacer a uno, eso de escupirme prácticamente a los pies, adonde voy a pisar yo, es un gesto que hace siempre, y marca cuál es el territorio de cada uno. Así me desafían siempre. Se cagan en mí, se cagan en todo... Recibí presiones, de todos lados... Padres, autoridades, profesores... O ellos o yo... Y así fue como...

Yo no podía más de seguir escuchando a ese hombre tan bello desarmarse de tanta tristeza e impotencia delante mío.

—Hiciste bien, tío... —y traté de reírme cuando agregué: —Vas a tener un problema menos...

Me costaba seguirle esa larga conversación a mi tío, pues yo no podía dejar de sentir una calentura por él que estaba derritiéndome todo el cuerpo.

El pacto que me propuso el tío fue bárbaro para mí en ese momento: no tenía problemas con que yo viviera con él, al contrario, estaba encantado, yo lo miraba para corroborar y sí, realmente parecía totalmente complacido, me dijo que yo era su punto débil, su "nene predilecto"... Yo casi relincho como una yegua en celo cuando me dice eso. "Después veremos", me dijo al final, "un pibe joven como vos pronto se va a aburrir de vivir con un viejo".

Yo seré muy tímido, muy introvertido, un poco tonto... pero... pero no la iba a dejar pasar. Yo ya estaba harto de no ceder a mis impulsos y deseos más profundos. Por eso le dije al tío Eduardo lo que le dije:

—De un viejo puede ser. Del hombre más hermoso, más bueno, del macho más espectacular que vi en mi vida, no. Eso nunca. Nunca jamás.

Cambió muchísimo la mirada de mi tío Eduardo cuando yo le dije eso. Pero era la verdad. En cuanto a él, me penetró con la mirada más masculina y profunda que puedan imaginar. Me sentí totalmente bañado, húmedo, empapado, subyugado por la sensualidad tan masculina del tío Eduardo. La situación en ese bar estaba resultando insostenible. Estábamos devorándonos con la mirada, chupeteándonos todo el cuerpo el uno al otro con las miradas, yo sentía una urgencia física, inaguantable de desnudarlo y lamerlo todo y decirle cuánto lo deseaba, cuánto lo amaba... él seguía cogiéndome con esos ojos de macho espectacular... yo ya no sabía qué decir. Él, por su parte, mi tío Eduardo, parecía estar gozando la situación. El silencio lo hacía más bello, más enigmático, más seguro que nunca en su dominio de macho espléndido que se sabe deseado, que sabe estar despertando la lujuria más tórrida en su putito enamorado.

—Eh... eeehhh... y... ehhh... te traje algo, tío Eduardo...

Se limitó a decirme, casi gozándome con su bonachona sonrisa: —Ajá.

—Sí... ehhh... espero que te gusten.

Cuando vio las bolsas hizo el gesto que mejor lo caracterizaba: el de saberse un macho que tiene a sus pies a un puto dispuesto a ser su esclavito sexual, su mascota muerta de amor por el dueño.

—¿Calzoncillos son?

—Sí... sí, tío Eduardo...

Lo miré bien fijo, no le quité un segundo la mirada a ese veterano hombre espléndido y bellísimo delante mío, cuando le dije, paladeando bien cada palabra:

—Sí, tío Eduardo. Estos calzoncillos y estos shorts los eligió tu sobrinito Mariano. Que se muere de amor por vos. Que estuvo todos estos años deseándote. Que te amo. Que te adoro. Que no dejo de pajearme una sola noche pensando en vos. Porque sos mi macho, tío Eduardo. Porque me tenés enamorado. Porque quiero ser tuyo, tío.

Me miró todo el tiempo, escuchó atentamente cada una de mis palabras. No dijo una sola palabra él como respuesta. Encendió un cigarrillo, totalmente calmo, sosegado, dueño de sí, dueño de la situación, dueño de mí. Apenas acercó un poco su hermosa, varonil cara de macho maduro a la mía para decirme:

—Y... Marianito?... ¿No te gustaría probármelos?

Pufff, el culo se me abrió de par en par.

Le dije la verdad, mirándolo por momentos fijo a su bellísima cara de macho veterano, por momentos al bulto apretado y palpitante de sus pantalones grises, en los que se adivinaba la presencia pujante de una poronga llena de guasca fresca:

—Me late el culo de probarte calzoncillos, tío Eduardo... Me tenés completamente puto, completamente enamorado. Cogeme, tío Eduardo, culeame yaaaa que te amo...

Yo nunca había dicho esas palabras en voz alta, nunca, a ningún hombre, créanme... pero me estaba derritiendo de amor y de ganas y de incontenible deseo por ese hombre maduro re fuerte frente a mí, mi tío Eduardo...

Me miró de nuevo bonachonamente, cancheramente, mientras pagaba la cuenta. Cuando subimos a su auto y arrancamos, lo primero que me dijo con su espesa voz cálida y varonil fue:

—Y agarrate bien fuerte, Marianito...

Me dijo señalándose ese bulto genital impresionante y adorado por mí... Aclaró por si hacia falta:

—Agarrate bien fuerte de mi verga, sobrino, que apenas lleguemos te voy a reventar el culo a pijotazos... Andá preparándole la poronga a tu tío, Marianito... Dale que con este palo te voy a desvirgar, sobrino...

Suerte que no era muy largo el trayecto desde la confitería hasta su casa en esa pequeña ciudad, ni había mucha gente en las calles... Igual no me habría importado nada, lo habría hecho igual. Ardía de deseos por el tío Eduardo, tenía el culo abierto de par en par, moría ganas de que me rompiera el culo y me lo hiciera pedazos, nunca me había sentido tan puto con ningún otro hombre... Como el macho no dejaba de señalarse —autoritario, bien canchero, adorable— su bulto en ese elegante pantalón, lo primero que hice, presurosamente, casi desesperadamente, fue abrirle la bragueta. Divisé un calzoncillo hermoso, espléndido, blanco, como de tela de camisa, clásico y bien de macho, por la bragueta de ese calzoncillo saqué por fin mi tesoro, el botín de toda mi vida de puto. Era una poronga infartante. Tenía la cabeza bien gruesa, la rodeaba un vello bien oscuro y afilado, con unas pelotas del tamaño de pomelos, la cabeza de ese pene suculento y henchido palpitaba enloquecido. Mientras mi tío Eduardo manejaba presurosamente a su casa, a nuestro futuro nidito de amor y lujuria, me agarré bien fuerte de su pene, y empecé a masturbarlo primero con ternura, luego con furia. Cuanto más masturbaba a mi tío Eduardo, más cabezona, más henchida de leche burbujeante y fresca, más loca se ponía esa pija que estaba esperando llegar para recibir la frescura de una boquita de putito joven, un culo deseante y muerto de amor para desvirgar... Yo apretaba y apretaba esa verga, él ni me miraba ni me tocaba. Por mi parte yo cuanto más lo masturbaba más me derretía por su belleza de macho hermoso y no podía dejar de mirarlo..., qué hombre espléndido, qué macho... Llegó un momento en que lo estaba masturbando tan fuerte que temí que quisiera culearme allí mismo en el auto.

Pero no. Bien tranquilo, macho, hermoso, sosegado, dueño de la situación, el tío Eduardo estaciona frente a su casa. Se acomoda tranquilo su arma poderosa, el tesoro de mi vida, su pene exultante dentro de la bragueta del calzoncillo y luego lo guarda en su elegante pantalón gris. Tiene el bulto más marcado, más deseable que nunca dentro de esa ropa de macho bellísimo. Me mira tranquilo y me dice:

—Así no entrás...

No entendía nada. Quería que me culeara. Que me rompiera el orto yaaaaa. Lo amaba. No entendía nada, estaba desesperado del amor y de deseo y él me decía que... qué? Frente a mi mirada atónita, con una adorable sonrisa irónica y canchera me explica:

—Así no entrás porque estás demasiado vestido, Marianito... Así no me gustás. Así no me servís. Así no tiene que venir un putito a la casa de un macho para complacerlo.

Entendí la orden. Seré inexperto pero no tonto. Rápidamente, me bajé del auto y apenas salí, ahí nomás, pegadito a la puerta del auto, enfrente de mi tío Eduardo que también salía por su lado, mandé a la mierda mi remera, mi pantalón, mi camperita de verano, mi mochila. Me saqué todo. Quedé únicamente con un diminuto, pequeñito, gastadito yorsito azul.

El tío Eduardo se me acerca con cara de inspector interesado en su presa recién agarrada. Mientras me hace apoyar en el capó del auto, me abre de piernas, como un cana que va a palpar a un delincuente al que por fin agarró. La diferencia es que aunque su voz está más gruesa, más de macho que nunca, pero así como es, gruesa y adorable, autoritaria y mandona, no pierde un ápice de sensualidad y cordialidad.

—Entendé, sobrino... has crecido pero no te vi en detalle. Primero tengo que ver si me servís, Mariano... primero tengo que ver si tenés un culo interesante para que un semental como yo te lo rompa en mil pedazos. Porque si me servís cuando te empiece a coger no te largo más, te voy a destrozar el ano... necesito un sobrinito bien putito y con un culito que se sepa aguantar esta tranca...

Ahí nomás se abre la bragueta del pantalón y la del calzoncillo y empiece a hacerme ronronear como una putita en celo mientras me pasa su infartante poronga por las cachas, y después bien cerquita del hoyo deseante de mi culito virgen, todo mientras cancheramente, con experiencia, con pericia de varón experto y dominante, no deja de manosearme el culo y de meterme cada tanto un dedo bien adentro del culo.

—Un culo de primera, Mariano... lástima que ahora te voy a coger, vas a ser más feliz que nunca pero te lo voy a dejar hecho mierda, sobrino... subite el yorsito, quiero un putito que no sea una puta barata de mierda que se pone en bolas enseguida se le arrima a su macho...

Trato de guardar compostura, de comportarme bien machito, pero la verdad me está volviendo loco, miro alrededor y no veo a nadie, me subo el short, hago como mi macho ordena, le sigo el juego, le sigo el juego porque lo amo y porque lo deseo y porque me va a desvirgar y porque con esa voz de macho hermoso me acaba de vaticinar que me va a rompe el culo en mil pedazos.

Me subo el short, entonces, él acomoda su pija de nuevo dentro de su calzoncillo y de su pantalón, lo sigo bien sumiso y calladito mientras él con su paso seguro, pesado, elegante va ingresando en la casa.

Apenas miro la casa cuando entramos. Lo único que atino a hacer es ir hasta el sofá al que mi tío Eduardo me señala, sin decir una palabra, allí me acomodo sentado con mi yorsito azul y completamente loquito de pasión, de impaciencia, totalmente emputecido. Cuando me ve sentarme, me hace no con la cabeza. Me hace señas de que me acueste con el culito para arriba. Cumplo.

—Bajate un poquito el short, nada más...

Le muestro un poco de mi virgen culito, de mi culito urgido y deseante por ese macho que me estaba volviendo loco. Recién ahí me pregunta.

—A ver, Mariano... ¿Qué calzoncillo vas a probarme primero?

Insisto: soy inexperto pero no tonto. Su cara de macho hermoso me confirma que di en el clavo cuando le respondí:

—El que mi tío Eduardo quiera. Voy a respetar la orden de mi macho. Yo soy su putito y hago lo que mi tío Eduardo pida.

Está contento mi tío Eduardo, está satisfecho. Cada tanto me echa una mirada, a mi culito, a mi yorsito al que hago palpitar involuntariamente del pedazo de calentura temblorosa y cabalgante que tengo en lo más profundo del ano. Pero yo sé cómo es el ritual. Aunque nadie me lo haya explicado. Aunque el tío Eduardo no me haya dado ni una orden ni una instrucción al respecto. Nos entendemos. Él es mi macho. Yo soy su sobrinito puto. Y el ritual marca que el macho es él. El deseado es él. A mí sólo me corresponde ser un putito enamorado de su hombría, de su belleza de macho regio y espectacular. Mi culo sólo importa para satisfacerlo a él. Él es el Macho. Él es mi tío Eduardo. Y yo lo amo.

Acto seguido no puedo creer lo que veo. Se para delante de mí, pero a varios metros. Sabiéndose el macho de la situación, el que la domina, sabiendo que tiene un putito casi en bolas derritiéndose de amor por él, mi tío Eduardo empieza a desnudarse. Mientras se va sacando el saco, la corbata, la camisa, el pantalón, me va diciendo:

—Acá quiero un sobrinito bien puto y bien respetuoso. En esta casa manda el tío Eduardo. No hay lugar para pendejos malcriados, ni desordenados, ni que no sepan respetar...

Cuando se saca la camisa, creo que voy a gritar como una yegua en celo, de un orgasmo que me parte el cuerpo en dos. Tiene un lomo, un pecho espléndido mi macho, mi tío Eduardo... tiene una piel adorable, tersa, de un tinte ligeramente bronceado, poblado por un vello tupido, continuo. Adorable. Exquisito. Su jeta se está poniendo más hermosa que nunca, más de macho veterano irresistible. El culo me palpita de pasión, creo que me voy a morir de amor por él. Me sigue hablando:

—Ahora me vas a ver en calzoncillos... ahora en minutos me vas a ver en bolas. Y te vas a preguntar si te merecés un macho así.

Cuando se saca el pantalón, se lo baja de un tirón. Ya no tiene calzado ni medias. Solamente el calzoncillo. Mi culo grita, mi cuerpo tiembla, se me empiezan a escapar gotas de saliva por la boca a punto de gritar...

—Y la respuesta es que no. Ciertamente no, Mariano... Para ganarte este macho, vas a tener que respetarlo. A tu macho y a su casa. NUESTRA casa. Vas a tener que ser cumplidor y hacendoso. Y nada de cuestionarme.

Dueño de la situación, hermoso, macho irresistible, el tío Eduardo saca la poronga por la bragueta de su infartante calzoncillo, empieza a masturbarse suavemente cada tanto la cabeza de su pene palpitante y adorado, empieza a masajearse suavemente las bolas.

—Acá se hace lo que te digo yo. Vos me amás. Ok. Yo lo acepto. Pero tu lugar de puto en esta casa te lo tenés que ganar. Tu tío te va a cuidar. Tu tío te va a coger. Vos vas a cuidar la casa y hacer lo que tu macho mande para aprender a ser un buen puto y complacer a tu tío. A tu macho.

Se da vuelta, totalmente dueño de la situación, sabiéndose deseado, reverenciado, amado, deseado... se baja el calzoncillo un poco, lo suficiente para dejar totalmente expuesto al aire el mejor culo de macho que vi en mi vida. Compacto, grandote, de cachas duras y abultadas, totalmente velludo en el orto.

—Miles de putos maleducados e irrespetuosos darían la vida por chupar el culo de este macho. Vos vas a tener ese lujo. Espero que sepas merecértelo.

No puedo más. Ardo de pasión. El tío Eduardo no deja de hacerme poses, no deja de hablarme, no deja de darme órdenes. Estoy dispuesto a decirlo que sí a todo.

Él lo sabe. Sabe que lo amo. Sabe que me está matando de la urgencia.

Cumplo la orden de no moverme de mi posición en el sofá pero tengo la verga tan parada y excitada que me duele la entrepierna endemoniadamente. Mis ojos deben estar desorbitados porque no puedo parar de chuparlo todo con la mirada, de empaparlo con la lujuria líquida e hirviente de mis ojitos putos, se me escapa sin querer la saliva por las comisuras de mi boquita hambrienta de ese macho.

El tío Eduardo me enseña su mástil completamente al palo. Nunca en mi vida, créanme, nunca en mi vida me imaginé que mi tío Eduardo tendría semejante pedazo de poronga. Está palpitante, dura como una estaca, lustrosa, señalándome directo a la cara:

—Primero me vas a probar los calzoncillos. Después los slips. Después los shorts.

Se desnuda completamente, tira a un costado su hermoso calzoncillo pero se arrepiente y me lo tira directo en la cara:

—Sentilo, sobrino... Así huele el calzoncillo de un macho. Así de aromado a macho está ese calzoncillo que vas a tener que lavar con tu propia lengua.

Me lo paso, ya completamente fuera de mí, totalmente entregado a mi locura, me lo paso por la cara, por la nariz, por el culo, me masturbo con ese calzoncillo olvidándome por completo de todo, sabiendo todo el tiempo que mi tío Eduardo me está poniendo a prueba, quiere saber si soy un buen puto, quiere saber si sé qué hacer con mi tesoro, con su calzoncillo impregnado de su sudor, su aroma a macho, con mi trofeo.

A partir de ese momento todo se hace difícil de explicar. Yo estaba totalmente embriagado, emborrachado de mi tío Eduardo y sus calzoncillos. Se hizo tocar, chupetear, pidió distintos tipos de manoseos y chupadas en todas sus partes, en sus piernas, su culo, sus bolas, su pecho, mientras yo enloquecido no paraba de probarle distintos calzoncillos y distintos shorts. En un momento le puse un slip blanco, totalmente sencillo pero colosal, espectacular mi macho el tío Eduardo, que le sujetaba y le apretaba tanto las bolas y el palo que pensé que el calzoncillo iba a reventar. Fue ahí cuando me ordenó:

—Chupame las bolas por sobre el slip. Quiero que lo manches por completo con tu saliva de putito enamorado de su tío. Cuando el slip esté a punto de explotar me lo vas a sacar. Ahí me vas a besar el culo mientras al mismo tiempo me tirás de la goma. Tenés que ir preparándome la poronga para cuando te garche y te haga mierda.

Metí la lengua hasta el fondo de su tupido, aromático, machísimo culo y me lo cogí a mi tío Eduardo con la lengua más dura, más erguida, más fálica que puedan imaginarse. Mi tío Eduardo casi enloquece cuando se siente totalmente penetrado, cogido por la lengua de su putito sobrino. Se arrodilla sobre el sofá, se abre completamente el culo mientras yo me arrodillo sobre el piso para seguir penetrándolo con mi chupada en su culo. Él mismo se abre las cachas, yo le meto la lengua para matarlo con cada punzada mojada y dura que le doy con la lengua en el fondo del orto. Al rato escucho:

—Andá preparando el siguiente calzoncillo. Uno clásico, de tela, con bragueta. Dale. Y no dejes de chuparme el culo, puto, aaahhhh, qué bien lo hacés, sobrino, qué pedazo de lengua, cómo me estás cogiendo el culo putito hermoso, ahhhh, pero dale, Mariano, preparame el siguiente calzoncillo mientras no dejás por un segundo de tirarme de la goma.

En algún momento se para, con el culo totalmente empapado y machazo, me lo saca, empieza de nuevo a manosearse las bolas y el palo mientras yo arrodillado y gimiendo como una puta enloquecida le pongo un calzoncillo estampado, azul, con bragueta, el tío Eduardo rápido y casi violento me agarra de la nuca y me encaja de sopetón todo su arma poderosa y furiosa en la boca por la bragueta de su calzoncillo recién estrenado.

—Chupá, Mariano... Chupame bien el palo. Así, bien, bien, presioná el glande con la puntita de la lengua. Bien, bien, putito, bien... besame las bolas, dale...

No puedo parar de chuparlo, de lamerlo, siento venir la oleada incontenible, presurosa, urgente, adorada, fresca, hirviente de su guasca hinchándole las bolas y la verga.

—Dale, puto... Dale Marianito puto hermoso, dónde se ha visto a un tío que recibe a un sobrino y no le da de tomar la leche al nene...

Succiono tan fuerte el pene del tío Eduardo cuando escucho eso, me enloqueció con lo que dijo, me hizo definitivamente su puta, el tío Eduardo me escupe toda su guasca, fresca, caliente, hirviente, densa, espumosa, blanquísima en la jeta.

Me ensucia toda la carita con su semen adorado. Al rato de haber eyaculado, sigo besándole un poco el culo y me voy casi sin querer, tengo la cara completamente impregnada del semen de mi tío Eduardo, él me mira a la cara, le debe gustar su nenito con la cara enchastrada de su guasca. Me tomo los restos de mi lechita, la que me dio el tío Eduardo, chupeteándomela de los labios, no dejo un milímetro de leche de mi tío Eduardo sin tomármela, quiero ser un nenito puto y buenito con mi tío Eduardo cuando me da a tomar la leche.

Me premia abrazándome fuerte, poderoso, tierno, varonil, reposamos los dos en el sofá donde empezamos todo, él eligió un bóxer blanco para su descanso glorioso, yo estoy totalmente desnudo, me besa en la boca largamente, quedamente, espesamente:

—Te amo, tío Eduardo, te amo...

Así nos quedamos aquella tarde, amarraditos, abrazaditos en el sofá, él casi en bolas, en sus magnánimos calzoncillos, yo con un yorsito y el culito al aire, o si él me lo saca, nada... Estoy re enamorado del tío Eduardo. Cada vez más enamorado, soy totalmente un putito feliz cuando me abraza, me siento bien agarrado de su cuerpo morrudo y cálido, velludo, palpitante, que me da calor de macho, aroma de hombre hermoso... Es un osote lindo y tierno aunque en el momento de trincarte se debe poner como un diablo y hasta que no te parte el ano y te lo deja chorreando de guasca no debe parar.

Se sabe deseado, amado, y lo hago feliz, aunque no creo que tanto como él a mí. De noche vamos a estar durmiendo tipo cucharita, él siempre detrás de mí, agarrándome bien fuerte y protector y machazo, y se mete cada tanto en mi culito alegrando mi despertar, enfebreciendo mis sueños... otras veces no puedo más del deseo, lo veo dormir, adoro su cuerpo palpitante y grandote y velludo, pero sé que el tío Eduardo necesita descansar porque trabaja mucho y entonces aunque me cuesta prefiero no molestarlo, entonces, así como está, machito dormido hermoso en sus sueños, despacio despacito le voy sacando el calzoncillo, lo dejo completamente desnudo y acabo yo solito, muerto de felicidad y el deseo, mirándolo hermoso, machazo, veterano maduro y espléndido en bolas, oliendo, tocando, acariciando, chupando su calzoncillo... que es mi trofeo de nene puto enamorado...

Esa tarde cuando me dio la leche por primera vez yo sabía desde el comienzo que era mi bautismo. Por eso cumplí con todo el ritual. Estoy enamorado de mi tío Eduardo y sé cómo encenderlo de calentura para que me ame él a mí. Él me bautizó con su leche haciéndome su puto, convirtiéndose en mi macho por siempre y para siempre...

Esa primera tarde después de tomarme toda mi primera ración de guasca de mi tío Eduardo, jugueteamos mucho, nos franeleamos y me besó largo en la boca por primera vez. Ahí creí enloquecer. Tiene la boca grande y perfecta, fresca y experimentada, los labios de una calidez exquisita, su saliva es dulce, espesa, cálida, me mete su lengua mimosa y húmeda bien adentro y me lo quiero comer todo. Nos matamos tanto a besos con el tío Eduardo que terminamos lastimándonos sin querer, haciéndonos sangrar los labios.

Cuando me besó la primera vez les juro que lo sentí a mi macho no sólo en la boca: lo sentí en el culo, entre las piernas, en el alma. Qué macho es mi tío besando, cómo te rompe la boca, cómo te sentís de puto feliz cuando un macho tan hermoso, con esa cara de veterano bellísimo, se te acerca para partirte los labios de un beso. Ese primer, prolongado, paternal beso se prolongó tanto que casi me quedé sin respirar, pero lo que más me impresionó fue que, como les dije, lo sentí en todo mi cuerpo, me dio como un escalofrío, el culo se me puso como un pimpollo de toda la fiebre de deseo que me despertó ese magnífico hombre.

Yo sabía, por supuesto, que algo faltaba. Nos matamos de amor, de pasión, nos habríamos quedado toda la vida yo chupándolo y él dejándose amar, mojar, chupetear todo, lamer íntegro, en calzoncillos, por su enamoradísimo sobrinito puto. Pero a ninguno de los dos se le pasó por alto que mi tío Eduardo no me había culeado todavía.

Yo quería. Por supuesto que quería. Ninguna otra cosa quería. Yo a ese hombre le daba mi vida, lo amaba con locura, cómo no iba a querer... ¡¡¡No quería otra cosa más que me rompiera el culo en mil pedazos, por fin!!! Yo quería que fuera él, ese macho hermoso, ese semental generoso y espléndido el que por fin me desvirgara. Porque esa también era la cuestión. Mi culito era virgen todavía. Y no les miento con esto que les digo. Es la verdad. Yo siempre supe que era puto pero siempre le reservé mi culito al que más amaba, al único hombre del que estaba enamorado hasta el fondo del culo: por supuesto, claro está, mi hombre, mi macho, mi tío Eduardo.

Las bolas de mi tío Eduardo, además de peludas y grandotas como pomelos y rebosantes siempre de guasca fresca y pujante, eran un manantial generoso del que yo no podía dejar de alimentarme. Me hice adicto a su pene. No podía vivir tranquilo si no me agarraba urgente de la mamadera de mi tío Eduardo y la chupaba y la chupaba y ejercitaba todos los movimientos posibles con mi lengua, los más dulces, los más frenéticos, los más sutiles, los más hambrientos, para que por fin de ese miembro viril poderoso, hermoso y durísimo como el fierro, brotara a chorros mi alimento más preciado: su guasca. Su generosa, chorreante, abundante, burbujeante guasca de macho.

Fue el mismo tío Eduardo el que sacó el tema: —Ya sé que te gusto, sobrino... vos también me gustás a mí. Hacía rato que te venía juntando guasca en estas bolas, porque te tengo ganas desde que cumpliste los 15, Marianito... y todavía falta lo mejor, jajaja... andá preparándome bien ese orto, sobrino, que cuando te agarre te mato. Te voy a culear tanto que no vas a poder sentarte en diez días, jajaja...

Su risa es como música de Vivaldi, está tan hermoso, tan casi en bolas en sus hermosos calzoncillos que acabo de regalarle, está tan velludo, su cuerpo me da tanto calor que no puedo sustraerme y, muerto de amor y felicidad, me aprieto bien apretadito a su cuerpo de osote bello y vuelvo a besarlo, largo, mojado, cálido, en la boca...

Y allí agrega mi tío Eduardo: —Pero para tener el culito bien preparado para rompértelo, necesito que tomes primero una buena cantidad de leche, jajaja...

Obviamente apenas me dijo eso, me arrodillé, me puse a las patas de mi macho, le bajé un poco el calzoncillo y agarré urgente ese pedazo de pene impresionante.

—Esperá, esperá sobrino... No sólo de guasca vive el puto. Además hay que morfar.

Se subió el calzoncillo, se puso delante de mí bien erguido para que su sobrino admirara y se calentara más con ese físico espectacular, y me preguntó, sonriendo con su hermosa sonrisa:

—¿Sabés cocinar vos?

Tímidamente le confesé que no con la cabeza.

—¿Y limpiar? ¿Lavar los pisos? ¿Lavar los baños? ¿Mantener una casa, en fin?

Yo ya me sentía una mierda. Es que yo nunca me había tenido que encargar de esas cosas. Él me miraba como cagándose de la risa, buenote, hermoso, machísimo, se ve que le divertía que su sobrinito fuera tan torpe y tontito.

—Vas a aprender todas esas cosas. En casa del tío Eduardo no se mantienen vagos ni pendejos malcriados. Tenés que aprender a merecerte el macho que te tocó en suerte.

Y me dijo, dándome una macanuda palmada en el hombro con ese cuerpote que casi me hace tambalear:

—Dale, vení... Te muestro toda la casa, que es grande. Vas a tener que laburar bastante en esta casa para que yo me digne tirarte guasca a la noche.

Me mostró todo. Era una casa bastante grande. Típica casa de un hombre solitario. Algunas cosas muy abandonadas, otras ordenadas de acuerdo a sus manías, muchas cosas de buen gusto, no caras, sino de tipo sensible, que entiende. Y libros, mucho libros. Miles de libros y papeles casi tapaban la computadora. Cuando llegamos por fin al dormitorio, con cara de adorable entendido risueño, me dice:

—Acá duermen el nene y el tío Eduardo.

Yo ya estaba ardiente de nuevo, no aguantaba más las ganas de volver a franelearme con el tío Eduardo, además estaba vez quería llegar tan lejos como para ponerlo bien al palo para que esta vez no se aguantara y me rompiera por fin el culo. No aguantaba más mi virginidad. Estaba enamorado. Quería darle a mi macho todo mi amor.

Con todo eso en la cabeza, aprovechando que me mostraba por primera vez nuestro dormitorio, haciéndome el tontito inocente le pregunté:

—Uuuuyyyy, qué bueno tío... Porque yo... eh... jeje... Yo siempre tuve que dormir solito... y... jeje... como soy medio boludito yo a veces de noche me da miedo...

Entonces se me acercó, me rodeó por completo con su hermoso y grandote cuerpo, y tirándome en la boca un beso infartante, me dice al final:

—Cuando tengas miedo, Mariano, vos te agarrás de mi pija. De aquí en más vos sos mío. No tengas miedo. Yo te cuido.

Con el culo palpitándome a mil, totalmente puta loca de amor por mi tío, traté de sosegarme y seguirle el camino, ahora que él de nuevo bajaba las escaleras y se internaba en la cocina. Y me dijo el tío Eduardo:

—Ahora el tío se va a poner cocinar. Así como está. En calzoncillos. Vos mirás a tu tío en calzoncillos y vas calentándote para que después te ensarte y te rompa el culo. Pero además mirá bien que tenés que aprender a cocinar, vaguito...

Traté de hacerlo. El tío desplegaba toda su machaza, infartante masculinidad por toda la cocina, en calzoncillos. Yo trataba de entender qué hacía con la comida pero no podía dejar de mirarle el cuerpo, el bulto, los sobacos, el pecho, el vello, las bolas, el calzoncillo... me lo quería comer todo al tío Eduardo. No aguantaba más.

Al rato se da vuelta, siempre en calzoncillos, con el bulto bien hinchado adentro del calzoncillo, y siempre risueño me dice:

—Te da hambre, no?

Yo me puse totalmente puta. Me arrodillé y hablándole bien fijo al bulto de su calzoncillo le confesé:

—No puedo más del hambre, tío. Quiero comer ya.

—Dale, sobrino puto. Empezá.

—Puedo, en serio, tío?

—Empezá, dale... no me hagas repetir.

Le bajé el calzoncillo, empecé a masajearle las bolas, después me metí casi toda una pelota bien peluda y palpitante de mi tío Eduardo en la boca, no pude más, agarré con la boca abierta y totalmente golosa, lo más abierta que pude, todo el infartante pene de mi tío. Chupé y chupé y chupé hasta que le escuché decirme:

—Esto se quema. Tengo que darme vuelta, pará de chupar un rato, Mariano...

Y de nuevo se subió el calzoncillo y me da la espada. Está muy concentrado en una salsa que aparentemente necesita cuidado urgente porque está por quemarse.

Pero yo también estoy por quemarme. Ardo de deseos. No puedo más.

Sin interrumpirlo siquiera un instante en su quehacer culinario, decido seguir con mi parte como pueda. Yo sigo arrodillado en el piso. Miro fijo al culo de mi tío. Grandote. Peludo. Intacto. Bellísimo. Machazo. Sigue revolviendo su cacerola el tío Eduardo.

Le bajo el calzoncillo y empiezo a cogerme con la lengua a mi tío Eduardo.

Lo agarro de sorpresa. Escucho su gemido instantáneo y nervioso apenas toda la pujante, afilada, vigorosa lengua hambrienta del putito Mariano se mete en lo más profundo de su peludo culo de macho. Cuando mi lengua está bien al fondo de su exquisito culo, aspiro bien para no quedarme sin aire. Mi lengua empieza a girar. Da vueltas, infinitas, famélicas vueltas en el culo de mi tío Eduardo mi lengüita de putito goloso. Me estoy cogiendo a mi tío Eduardo, qué gloria. Él apenas se deja hacer al principio, luego se enloquece. Se agarra bien fuerte de los bordes de la cocina, abre bien las piernas y luego con sus raudas, pesadas, velludas manos se abre bien las cachas. Tengo todo el culo abierto de mi tío en la boca. Me lo quiero comer. Chuparlo todo. Le empapo el ano hasta el fondo y cada vez hago más fuerza y penetro con más y más violencia y frenesí en ese orto exquisito de macho semental. Empiezo a escuchar cómo su bellísima voz de macho espléndido va cambiando

—Ahhh... ahhhh... Mariano... más más... ahhh... más por favorrr... ahhhh....

El tío está completamente abierto, de par en par, tiene un culo espectacular, glorioso, y yo no pienso parar hasta comerme todo su culo. Enseguida advierto que su pene está duro como un mástil. Poderoso, pujante, rebosante de guasca. Aunque estoy a pleno laburo en el culo de mi tío Eduardo, ni loco pienso dejar abandonado ese pene que es mío, que es el de mi macho. Lo agarro como para arrancárselo, al toque estoy masturbándolo locamente, salvajemente... Mi tío gimotea desesperado, lo escucho decirme

—Sos un hijo de puta, Mariano, eso no se le hace a un tío pero... ahhh... ahhhh... seguí Mariano por favor, por favor, por fa... ahhh...

Me estoy haciendo adicto al culo de mi macho. Mi tío Eduardo tiene un culo que es un manjar, qué olor, qué textura, qué fuerza en esas cachas, qué profundo y qué oscuro y qué peludo y qué rico su ano intocado, su ano desvirgado por la lengüita golosa y famélica de su putito Mariano, no puedo parar de masturbarlo, acariciarle la bola, agarrar todo el cuerpo de su pene desde las bolas hasta la cabeza hasta que tire toda la guasca, yo también quiero comer tío, mi macho, voy a tragarme toda tu leche, voy a comerme toda tu mierda...

Quién de los dos, el sobrinito puto enamorado, el legendario tío Eduardo, el macho más bueno y más fuerte del mundo, cuál de los dos... No. Ninguno de los dos podría haberlo sospechado nunca.

Jamás podría haber sospechado ninguno de los dos que en ese mismo nos estaban espiando desde una ventana y que pronto seríamos los dos víctimas de una vejación brutal.

(...)

¡Continuará!

Marianito

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