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Marcelo, mi macho hermoso, mi amo y señor

en Gays

Marcelo, mi macho hermoso, mi amo y señor

Yo nunca tuve problemas en darme cuenta de mis gustos sexuales. Desde que era chiquito, desde que iba al jardín de infantes, siempre, siempre, siempre me gustaron los hombres. Pero Uds. sabrán que nada hay peor para un puto que haber nacido en un pequeño pueblo de provincia. Ése fue mi caso. Nací en un pueblito de mierda que ni figura en el mapa. Y cuando terminé mi secundario de pronto me di cuenta de que no iba a poder más allí.

Quería hombres. Quería que me culearan, quería que un hombre hermoso, fuerte y algo bestia por fin me rompiera el culo y me hiciera su puto. Así que debía irme a la ciudad, me dije a mí mismo. Y antes, por supuesto, exactamente la misma noche anterior a mi partida, se los dije a mis padres. Todavía no había llegado el plato principal, recién estábamos por la sopa.

—Papá, mamá... tengo que decirles algo. Soy puto. Me gustan los machos.

A Mami casi le agarra un infarto. Me miró con los ojos desorbitados. Mi padre se puso rojo, empezó a juntar rabia en todos los músculos de su cara.

—Quiero que los machos me hagan el culo. Quiero ser puto siempre. Amo a los hombres. Me encantan.

Y agregué: —Mañana mismo ya no estoy acá. No se preocupen.

Y así fue. Yo no tenía prácticamente un peso, solamente algunos billetes de mierda que había juntado como podía (en mi casa éramos bastantes pobres). Pero con esos pocos billetes grasientos yo me mandaba a mudar, y a la mañana siguiente ya estaba en la estación de tren para llegar por fin a la grandísima, hermosísima, densísima, putísima Buenos Aires.

Ahora podría contarles todo lo que pasé, todos mis infortunios y todas mis pequeñas glorias, desde que vivo en esta ciudad inaudita. Todos Uds. saben lo mal que puede pasarla un jovencito inexperto provinciano en una ciudad como ésta. Pero lo que quiero contarles es todo lo concerniente a él. A Mi Hombre. A Mi Macho. A Marcelo.

Yo ahora soy su puto, y cada mañana me siento feliz de despertarlo y verlo todavía durmiendo, bello, maduro, velludo, fuerte, varonil, descansando con su verga creciendo y su pecho palpitante, en calzoncillos, en la cama... le preparo el café y se lo llevo a la cama. Y lo habitual es que mientras Mi Macho toma y paladea su café, yo tomo y paladeo su verga. Si Mi Macho Marcelo se levanta con demasiadas ganas de mear, yo lo sigo como su mascota hasta el baño y mientras se baja las pelotas y la poronga por el calzoncillo, yo le sostengo las bolas y voy palpándolas, voy viendo cómo ese hermoso caño de macho viril descarga su meo y se va inflando de guasca, mientras a mí se me hace agua la boca. Pronto Mi Macho Marcelo habrá meado y ahí mismo yo me arrodillo y termino de lavarle las bolas y el palo con mi lengüita ansiosa de nenito puto glotón. Me encanta cuando me escupe su meo caliente y amarillo, rabioso y fulminante, por la carita o por el culo. Me encanta que me mee, pero las más de las veces cuando se lo ruego, Marcelo me responde bramando: —Dale, marica enfermo, dejate de joder, dejame mear tranquilo que ahora te voy a romper la boca con ésta... y a la noche te parto el culo, Marianito, andá preparando el orto...

Sea cuando le chupo la verga y los huevos enseguida después de mear, sea cuando le sirvo el café y le chupo la poronga por la bragueta de su calzoncillo, Mi hermoso Macho Marcelo sabe cuál es el desayuno que su esclavito sexual, su mascota predilecta, su Marianito, quiere para el desayuno. Yo quiero su leche, su guasca, su semen hermoso, hirviente, burbujeante, espeso. Y me la trago toda, sin dejar de chuparle y palparle con la lengua las pelotas y el palo mientras él me escupe toda su guasca por la boca. A él le gusta mancharme la carita de nene puto con su escupida rabiosa de guasca, pero a mí lo que más me gusta es tragármela toda, beber ese néctar varonil y guaso que es la razón de mi vida. Igual como Marcelo es mi macho y señor, es muy mandón, y lo que él quiere de sus putitos (sé que tiene varios en su colección pero también sé que soy su preferido) es que lo sepan complacer y sean obedientes. Así que si tiene ganas de enchastrarme la cara con su blanca escupida de macho, a los gritos, gruñón y hermoso como es, Marcelo me lo hace saber con sus gruesas puteadas matinales, y por supuesto no dejo de obedecer. Después lo ayudo a elegir su calzoncillo para ese día, y yo mismo se lo pongo. Quiero que mi señor esté hermoso para cuando llegue a su oficina. Y mucho no me cuesta porque francamente es hermoso, elegante, viril, el sueño de todo puto. Y todo hombre elegante empieza por elegir bien sus calzoncillos. A mí me encanta comprárselos, probárselos, elegírselos, lavárselos y chupárselos: todo eso, nada menos... y así son entonces nuestras ceremonias matinales de mi Macho conmigo, Marianito, su nenito dócil y su mascota sexual preferida.

Pero quiero contarles ahora cómo tuve la inmensa dicha de conocerlo a Marcelo.

Como tenía poco dinero, y debía vivir en alguna parte, busqué una pieza mugrienta en una pensión de mala suerte. Tenía solamente para pagar unos dos o tres días de esa pieza. A las pocas cuadras, caminando desolado y desorientado por esta ciudad terrible y nueva para mí, vi un bar. En la puerta habían puesto un cartelito que decía SE NECESITA MUCHACHO PARA LAVACOPAS MOZO Y ENTREGA A DOMICILIO. Entro al bar, tímido como soy, pero algo decidido porque realmente ahora tenía que arreglármelas solo.

Me atiende un señor gruñón, fue una conversación bastante parca, el sueldo era miserable, pero yo estaba en apuros. Durante todo el tiempo que el viejo me hablaba el mozo me miraba. Era un tipo bellísimo, de unos 24 años. No era un macho lindo en el sentido de los modelos publicitarios, actores de telenovela y cosas así. Era un tipo decididamente macho, reo, laburante y bastante bestia. Forzudo, de músculos bien marcados pero por haber trabajado (me contaría después) haciendo trabajos en el puerto, como repartidor de gaseosas después, etc. Era bien velludo, machote, tenía unos brazos espectaculares, un lomo infartante, unas piernas que parecían de roble y una cara totalmente viril, de macho medio malo y bastante bruto. Además como era verano vestía solamente un jean apretado y una musculosa. Por ese jean que no pude dejar de mirar todo el tiempo mientras el patrón me hablaba, me di cuenta de que tenía un culo perfecto, bien parado, y un bulto genital impresionante. El tamaño de esas pelotas y de ese palo adentro del jean era tan marcado que francamente daba un poco de miedo. Pero también y sobre todo, muchísimo deseo. Lo que había hecho la naturaleza con ese pedazo de macho animal era impresionante.

Como el negro se daba cuenta de que yo lo miraba y me lo comía con los ojos, se puso orgulloso y sensual, cuando nadie más nos miraba se sobaba las bolas y el caño por el jean y me hacía gestos obscenos con la lengua. Soy terriblemente tímido, pero ese macho —al rato siguiente mismo me enteraría de que se llamaba Fabio— me estaba calentando tanto que mis instintos sexuales de putito desesperado me hacían sentir totalmente caliente, cachondo, yo me moría porque ese negro bruto me agarrara y me hiciera mierda, me hiciera sentir como una puta. El patrón terminó de arreglar conmigo, el sueldo era miserable pero me aclaró que más no podía, y además que yo no hinchara y que hiciera todo bien porque él no podía venir más porque tenía que encargarse de otro bar que tenía en otro barrio. Así que agregó: —Yo vengo una vez por semana, me llevo la guita y los papeles y no quiero problemas. Vos y Fabio se la tienen que arreglar solos.

Yo me sentí totalmente puto, desinhibido y sensual cuando mirándolo con la mejor sonrisa a Fabio, le dije al patrón: —Por supuesto, señor. No se haga problema. Fabio y yo nos arreglamos solos.

Cuando dije eso, Fabio volvió a pasarse la lengua por los carnosos y abultados labios y volvió a exhibirse sobándose las pelotas para que yo lo admirase, lo disfrutase, lo desease... Estábamos ya excitadísimos el uno con el otro Fabio y yo. El patrón dijo: —Mañana te espero, entonces.

Y ahí fue cuando escuché por primera vez la voz de Fabio que me dijo, sin que el idiota del patrón sospechara nada, mirándome de frente a los ojos con su cuerpo impactante de macho hermoso, con su voz gruesa de varón bruto y guaso, sobándose las pelotas:

—Yo también te espero mañana, Marianito.

A la mañana siguiente, a las 7 de una mañana hirviente de calor en el febrero de Buenos Aires, yo ya estaba en ese bar. Apenas entro casi me desmayo, se me abre el culo de par en par, medio dormido como estaba sentí tanto deseo sexual de lo que estaba viendo que me habría dejado garchar ahí mismo, en la puerta de calle. Estaba Fabio vestido únicamente con un short blanco, había corrido todas las mesas y estaba lavando el piso del bar. Tenía un cuerpo tan espléndido, tan fuerte y tan machazo, de movimientos tan brutos y majestuosos, que el ano se me puso como un capullo. Apenas me ve, se da cuenta de lo que me estaba pasando por todo el cuerpo a mí. Y entonces hace su sonrisa de siempre, ésa que hace cuando se sabe un macho deseado, cuando sabe que quien lo mira se está volviendo loco de deseo y de lujuria. Y me dice:

—Todavía faltan cuarenta minutos para abrir, Marianito... —y tocándose las bolas como le gusta hacer siempre, me agrega: —Tenemos tiempo...

Yo no sabía qué decir, le pregunté: —¿Tiempo para qué?

Me mira fija a los ojos, no puedo dejar de mirarle ese cuerpo espléndido y bellísimo en esos shorts mojados y palpitantes: —Ponete cómodo, nene... Sacate todo que hace calor y ayudame, después nos pegamos una ducha...

Su sonrisa de hombre deseado, de macho en celo porque sabe que está siendo deseado, lo hace todavía más y más hermoso al negro bestia. No puedo con mi timidez, con mi miedo, con mi culo latiendo enfebrecido, y le digo: —No tengo nada abajo del pantalón, solamente un slip...

—Quedate con eso, entonces... y vení así me ayudás y terminamos más rápido y nos duchamos antes de abrir. Hay una ducha en el fondo...

Me quedo solamente con el slip y durante todo el tiempo que trabajamos juntos, nos sentimos tan sudados y tan calientes por el hambre sexual, que empezamos a equivocarnos, a reírnos, a jugar y a tirarnos baldazos de agua. Nuestros cuerpos están empapados, él en su short, yo solamente con un pequeño slip blanco que se me pega al cuerpo y al culo, y ninguno de los dos hace nada para disimular que estamos los dos completamente al palo y devorándonos con la mirada. Terminamos de secar, de acomodar la última mesa, Fabio me agarra bien bruto y tocándose las bolas y tocándome sin la menor vergüenza ni pudor el culo se fija la hora y me dice: —Ok, Marianito, dale rápido, a la ducha, tenemos quince minutos antes de abrir...

Rápido y bien bruto, me agarra del brazo, así como estamos los dos, semidesnudos y empapados, me lleva hasta el fondo y veo que no hay un baño ni una ducha, sino solamente un pequeño patio. Ahí Fabio abre una canilla y una manguera y seguimos jugando los dos, se saca el short, brutalmente me arranca el slip, nos empezamos a jabonar, a tirarnos agua el uno al otro con la manguera, él empuña el jabón y entra a apretarme bien fuerte todo el cuerpo, se demora un buen rato en el culo, yo no puedo parar de manosearlo, a él le encanta que lo manosee y de repente sin ningún preámbulo ni problema, me agarra de la cabeza, me hace arrodillar y me dice que se la chupe. Cuando se baja del todo el short, y su miembro sale erecto y radiante golpeándome en la cara, me asusto. Nunca vi un pedazo de verga semejante. Me da un poco de miedo, esa poronga no me entra en la boca, no debe medir menos de 20 cm., está totalmente al palo, vibrante, palpitante, esperando ser lustrada. Fabio nota mi temor y me dice: —Dale, Marianito, la vas chupando de a poquito, no tengas miedo...

Yo sí tengo miedo porque pienso que si mi macho se calienta demasiado va a querer penetrarme y con semejante pedazo de fusil en el culo va a asesinarme. Igual cumplo sus órdenes, el macho está impaciente y yo muero aunque sea terrible por tener ese miembro animal y asesino en la boca. Le chupo las bolas, de a poco voy tocando con la lengüita el miembro hasta perderle el miedo, está demasiado sabrosa, demasiado erguida, vibra demasiado, pide la lengua de un puto la pija esa. Al rato estoy chupando frenético y enfebrecido, amo a este macho, nunca vi un pedazo de hombre semejante, pero aunque no pueda con toda la poronga en esta pequeña boquita que Dios me ha dado, me lo quiero comer todo. El negro empieza a gimotear y rápidamente me escupe en la lengua su leche a borbotones, yo estoy al palo pero Fabio se enjuaga bien, agarra una toalla, tira el short a un costado y se pone la ropa. Yo sigo talmente al palo, loco, loco de amor y de deseo por ese hombre. Entonces se da cuenta y me dice, sin agresividad pero bien firme y dictatorial: —Si querés más verga, puto, tenés que venir más temprano. Mañana vení un cacho antes y te doy un rato largo, así estás bien amamantado antes de empezar a laburar.

Se ríe, se termina de vestir, hago lo mismo y vamos a abrir el bar.

A partir del día siguiente, repetimos cada mañana el mismo ritual, cada vez mejor preparado pero en lo fundamental sin mayores modificaciones. Llego cada mañana un buen rato antes de abrir, cada mañana hace más calor y Fabio ya está al palo, deseoso y en sus espléndidos shorts, que le marca todo su infartante cuerpo y hace que el bulto de sus pelotas crezca de guasca urgente haciéndole apretar el volumen del short. Me pongo en slips y mientras baldeamos el bar y preparamos las mesas, ya estamos tocándonos todo el cuerpo, él me toca descaradamente el culo, yo cada vez con menos timidez y pudor acaricio sus pelotas creciendo bajo el short, luego nos vamos atrás, sacamos la manguera, empezamos a tirarnos agua a los cuerpos enfebrecidos de calor y de frenesí sexual. Yo cada vez me detengo más y más tiempo en paladear sus pelotas henchidas de guasca, de ese semen espeso, rabioso, suculento que a los pocos minutos Fabio me escupirá por la cara. A él le encanta que yo me demore en su cuerpo, que lo toque, que lo manosee, que le palpe el bulto, los pectorales, el lomo, incluso el culo, sin sacarle del todo el short, hasta que luego me arrodillo y preparo mi lengüita para saborearlo todo, empiezo cuando él me lo ordena a saborearle el pene, que ya estará tenso, al palo, deseoso, urgido, esperando por la frescura de la lengüita de su putito hambriento que soy yo, Marianito... Cada tanto me tocará el culo, yo me demoraré por momentos en besarlo, en chuparlo, en saborearlo, recorro con mi lengua y con mis manos milímetro a milímetro todo su cuerpo salado, fibroso, sudado, deseante... Cuando por fin tenga mi carita de nene puto totalmente ensuciada por la escupida de su guasca, Fabio me dirá cada mañana:

—Mirá que sos lindo puto, ¿eh?

Durante el resto de la jornada, hablamos poco y nada de nuestra intensa actividad sexual de cada mañana. Como quien no quiere la cosa, cuando hay pocos clientes y en la radio no pasan nada divertido que absorba nuestra atención, Fabio empieza a sonsacarme:

—Y a vos te gustan los hombres siempre, no?... Porque mirá que yo tengo una yegua de novia que si la vieras, no sabés qué tetas la hija de puta, también se la doy por el culo a veces... a vos nunca te hicieron el culo, Marianito?

Yo no respondo nada, como mucho cada tanto me río y hago el papel que mejor me sale: el de nene boludo.

—Porque yo tengo unos amigos que... bueno... ellos me dijeron una vez que... eh... nada... que en el barrio había un pibe una vez como vos y... eh... bueno, si querés yo les digo a ellos de vos... vos podés venir al barrio y...

Yo ya sé qué es lo que quiere Fabio. Poco a poco, como puede, con su mucho morbo y su poco y nada de cerebro, Fabio lo que quiere es culearme delante de todos sus amigos para quedar como el más macho, el mejor semental, mi macho, el dueño exclusivo de su putito Marianito, y después prestarme a todos sus amigos para que me culeen ellos también.

—Total... no le vamos a decir a nadie, no?... porque... bueno... si a vos te gusta... porque a vos te gustamos solamente los tipos, no?... esteeee.... entonces.... vos venís al barrio y....

Hasta el momento nunca habíamos hecho otra cosa con Fabio más que sexo oral. Yo le chupo el miembro y me dejo ensuciar todo por su guasca generosa, divina, bien de negro animal... a él le gusta ver mi carita de nene corrompido por el macho bestia... me detengo en su cuerpo porque lo admiro, lo amo... pero no sé si tanto como para dejarme culear. El tamaño del miembro de Fabio es impactante: es bellísimo, dan ganas pero también muchísimo miedo, cagazo. Y yo me siento totalmente miedoso de perder la virginidad de mi pobre culito trolo a manos de semejante pedazo de burro. Creo que si me agarra no solamente me va a doler. Me va a matar. Y una vez que me la ponga, quién mierda va a poder lograr que me la saque. Me va a asesinar con semejante pedazo de caño. Nunca logré ponérmela toda en la boca, con eso les digo todo...

Así estábamos siempre, cada mañana, repitiendo ese ritual algo insuficiente, porque siempre nos quedábamos con algo de ganas mi machito Fabio y yo. Él de culearme, yo —como casi nunca eyaculaba— de seguir mamándole la poronga y a veces fantaseaba de que Fabio me agarraba por la fuerza y me rompía por fin el culo.

El bar abría temprano a la mañana, pero había un poco de movimiento —tampoco demasiado, no era un bar tan grande ni tenía muchas mesas— hasta la hora en que los comensales iban a sus trabajos, cuando abrían los bancos y las oficinas. Entonces no quedaba casi nadie, alguna que otra vez algún universitario que consumía poco y se quedaba mucho, entonces Fabio y yo nos aburríamos y pronto nos olvidábamos de todo. Cuando se aburría demasiado Fabio empezaba a insistir en entregarme a sus amigos del barrio para que me culearan entre todos. Y yo dudaba, y evadía el tema...

En esos momentos fue cuando lo vi por primera vez, cuando lo conocí, cuando lo deseé fervientemente, cuando se me despertaron unas ganas sexuales que me abrían las cachas del culito de par en par, ahí fue cuando lo vi por primera vez a mi macho, a mi hombre, a mi amo y señor, a mi macho Marcelo. Mi hombre.

¡¡¡Qué pedazo de varón, por Dios!!!

Maduro, de unos 46, 47 años; con un físico duro, palpitante, velludo; un hombre con un porte varonil, con una virilidad que arrasaba... el pelo sumamente corto, algo plateado por las canas, las facciones agudas, como de hombre malo; el tipo era sumamente recio; parecía un tipo de despertar un poco de miedo, o en todo caso muchísimo respeto; no te daba como para acercártele a él así no más... la primera vez que lo vi a Marcelo yo estaba distraído, creo que limpiando las tazas de café de la mañana... Una se me cayó del pedazo de sensación que me dio subitamente en el culo de sólo mirarlo... El tipo apenas me miró, porque esa primera vez lo atendió Fabio. Cuando oyó el ruido de la taza haciéndose trizas, apenas levantó la mirada y apenas me miró, con total indiferencia y arrogancia... yo me quedé haciéndome agua la boca, con el culo palpitándome... Tenía los restos de la taza en la mano y mi pose debía ser de tan absorto y ensimismado, sin poder despegarle un segundo la mirada, que tuvo que venir Fabio para darme un empujón, mientras me decía, porque se daba cuenta de todo:

—Parece que el veterano te despertó el culo, Marianito...

Ahora les digo la verdad, algo que siempre me pregunto. A Uds. les parecerá una boludez, pero cada vez que hago memoria sobre Marcelo, no puedo dejar de preguntármelo a mí mismo. La pregunta que me hago tiene que ver con en qué momento del día Marcelo estaba más hermoso, más potro, más machazo hiper viril e irresistible. Porque en general, de lunes a viernes, que era cuando abríamos, Marcelo venía a nuestro barcito dos veces por día. Una vez a la mañana, y después de nuevo a la tarde.

La primera vez por la mañana, caía a eso de las 9, 9 y 15. Por la ropa, que ahora pasaré a describirles, se notaba que iba para el trabajo. Después volvía casi a la hora del cierre, tipo 19, 19.30, y se quedaba hasta que cerrábamos, tipo 20, 20.15. Créanme que en ambos momentos del día Marcelo me dejaba extasiado, con el culo totalmente abierto, con ganas de entregarme a él. Yo creo que nunca en mi vida me había sentido tan, tan puto hasta conocerlo a él, a Marcelo... yo ya estaba profundamente enamorado, cada vez que lo veía no podía dejar de fantasear las cosas sexuales más bajas, más degeneradas, pensando en él, en su cuerpo, en ese cuerpo duro y palpitante, fibroso, maduro, velludo, duro, macizo... debía tener una poronga espectacular, debía ser bellísimo en pelotas Marcelo... yo no podía dejar de pensarlo... no podía dejar de que por mi cerebro me trepidaran imágenes de Marcelo, de sus piernas, de su bulto, de su miembro infartante, de su pecho velludo, palpitante, de hombre veterano, algo dominante y sumamente soberbio, arrogante, viril... quería ser su puto, quería entregarme a él. Que él me rompiera el culo, me hiciera su puto, totalmente suyo, que me hiciera mierda si quería, pero yo quería ser de él, de mi Macho Marcelo, solamente de él... le daba mi vida a ese hombre. No me importaba nada. Solo quería seguir mirando su belleza, su virilidad, darle mi culo y todo mi cuerpo, que se dignara aunque más no fuese a mirarme y usarme una sola vez.

Pero nada de eso pasó la primera vez. Me miró, como les dije, casi con desprecio, pero más que nada con indiferencia.

La primera vez que lo vi fue durante la mañana. Por las mañanas Marcelo estaba bellísimo, era un tipo maduro, veterano como le decía Fabio, pero admirable, espléndido, totalmente elegante y totalmente masculino, más masculino de lo que yo había visto alguna vez. La imagen de Fabio, totalmente bellísimo, estupendo como era, palidecía por completo si uno la contrastaba con la de Marcelo, que por lo menos debía llevarle unos 20 años. Un tipo trajeado, generalmente con pantalones grises o negros, camisa blanca, saco al tono. Una cara perfecta, un semblante austero, tranquilo, macho, perfectamente empilchado, prolijo, afeitado. Yo no podía dejar de mirar cada mañana el bulto que marcaba en esos pantalones. Y me preguntaba siempre lo mismo. Me preguntaba qué calzoncillos debía usar ese macho. Porque, les cuento, por el bulto genital tremendo y palpitante, impresionante y suculento que marcaba en los pantalones o tenía un pedazo de pija que no había calzoncillo que pudiera sujetársela bien y por eso marcaba tanto volumen, o era todo la imagen alucinada de un putito muerto de deseo como era yo cuando lo tenía, ahí nomás, a metros de mí, a mi macho Marcelo. Qué pedazo de macho, qué hombre... se sentaba, sin mirarme a mí ni a Fabio cuando pedía su café, con un tono algo mandón y sumamente parco, solamente daba la instrucción:

—Café. Bien cargado, negro, sin azúcar. Dos medialunas. Una de cada. El diario y la cuenta.

Todo lo hablaba así, pronunciaba sin énfasis pero con total contundencia, para no darle al otro, a Fabio o a mí, el más mínimo espacio para que turbáramos su tranquilidad. Quería estar tranquilo, no miraba a nadie, no quería charla, quería solamente que se cumplieran sus órdenes y que nadie le rompiera las pelotas. Yo una vez lo intenté. Quiero decir, hablar de cualquier cosa, sonsacarlo, yo ya estaba totalmente enfermito de amor por él, enfebrecido... quería por lo menos la dádiva de que me dirigiera una vez la mirada o una palabra. Entonces yo una vez no tuve peor ocurrencia que decirle, con la mejor intención de querer ser amable, servicial con él:

—¿Quiere que ponga alguna música en especial en la radio?

Jamás podré describirles a Uds. la cara que me puso. Apenas alzó la mirada. Creo que se sintió burlado, como si yo quisiera ser irónico... ¡nada más lejos que mi intención verdadera, que era la de un putito que se desmayaba de amor por él! Me miró con total desprecio y bien parco y seco me dijo:

—Rajá, pibe, y que el café y el diario me lo traiga el otro negro.

Yo casi me pongo a llorar, pero no dije nada. Me quedaban solo dos chances, y les juro que las pensé. Pero qué iba a hacer yo. En definitiva yo era un pobre pendejito puto y provinciano que no era digno de un hombre macho y soberano como él. O le aclaraba que había querido ser amable, y Marcelo me iba a sacar cagando por seguir molestándolo, o me enojaba —aunque no me correspondía pues el macho era él y yo solamente tenía que complacerlo llevándole el café— y Marcelo no venía más y yo ni siquiera iba a poder mirarlo, que era lo único que me correspondía a mí como putito de mierda indigno de él... mirarlo, desearlo, admirarlo... Creo que si frente a mi ofrecimiento de la radio, Marcelo al menos me hubiera escupido, para demostrarle quién era yo y cuánto lo respetaba y lo amaba a mi macho, me habría tirado al piso ahí mismo, con el culo totalmente dócil, para comerme todo su escupitajo: mi néctar, la saliva de un macho, del único macho verdaderamente macho que habia visto yo en mi pobre vida de putito provinciano.

Todo el episodio fallido de mi ofrecimiento a Marcelo, Fabio lo había visto. No dijo una palabra el negro, pero pareció disfrutarlo. Le llevó el café, el diario, ni a mí ni a él nos dijo nada, pero todo el tiempo me miró como disfrutándome. Marcelo por supuesto tampoco lo miró ni nada a Fabio. Pero Fabio estaba contento porque veía que así yo era solamente de él, que un putito como yo no tenía derecho a ningún macho espléndido como Marcelo, que era un macho en serio, y que a mí me correspondía solamente un negro bestia y bruto como él, como Fabio... Yo casi no aguantaba las ganas de llorar. No había otros clientes para atender. Me quedé en un rincón del mostrador, mirándolo, deseándolo, amándolo a Marcelo. A Fabio no le di pelota, ni le dirigí la palabra en el resto del día, y al día siguiente no fui temprano a curtir con él, a propósito llegué bien tarde, un minuto antes de abrir el bar. A mí no me correspondía limpiar, ni tampoco quería coger más con Fabio.

También venía por la tarde Marcelo al barcito. Y ahí, la primera vez que lo vi por la tarde, casi relincho como una yegua y me tiro a morir ahí mismo, en un solo orgasmo mortal por haberlo visto. Salía del gimnasio Marcelo, y se ve que antes de volver a su casa pasaba por el barcito para tomarse el último café del día mi espléndido, mi bellísimo macho. Ahí usaba shorts y una remera —y si bien se notaba que se había duchado antes de salir del gimnasio, porque incluso estaba un poco húmedo todavía mi macho—, por el calor que hacía ese verano ya venía de nuevo un poco sudado. Estaba más hermoso que nunca. Más hombre, más animal, más macho en celo portentoso que nunca, cuando estaba en shorts. Verlo en shorts fue lo que terminó de convencerme de dos cosas: que yo era un puto, que jamás sería otra cosa más que un puto, y que él era mi hombre, y que yo lo amaba.

Si yo fuera un escritor como la gente, lo primero que haría es describirles esas piernas. Ojalá pudiese. Imposible describir una belleza, una masculinidad semejante. Tenía unas piernas bien apretadas, duras, venosas, velludas, pero todo con total moderación, equilibrio, se ve que había hecho deporte toda su vida mi macho Marcelo, pero, como todo en él, sin ninguna exageración, sin ninguna mariconeada, todo en su justa, elegante, viril medida... Ese hombre era —es— un prodigio de elegancia y virilidad, nadie puede nunca ser como él, es simplemente perfecto... y esos shorts!!! Según los días, usaba diferentes shorts. Usaba unos grises la mayor parte de los días, bien deportivos, tipo fútbol, no tan apretados pero sumamente masculinos. Pero los que a mí más me gustaban eran unos shorts azules, de un azul un tanto oscuro, porque además de marcarle bien el apretado, ceñidísimo bulto, le marcaba un culo perfectamente delicioso, duro y bien paradito, totalmente masculino, a mi macho. Apenas lo vi en esos shorts, les juro que tuve como un ataque de locura, no pude sino cerrar los ojos e imaginarme a mí mismo bajándoselos, chupándole muy bien después el pene y las pelotas sudadas, tragándome todo su sudor, después su semen... y... después pidiéndole por favor que me prestara sus shorts bien sudados, esos shorts que habían acariciado y palpado sus piernas, su culo, sus pelotas, su verga... de solo poder chupar y oler esos shorts yo habría dado la vida, y me habría muerto ahí nomás, de una sola vez, de un solo y putísimo orgasmo de tener esos shorts, y olfatearlos, chuparlos, saborearlos...

Desde que lo vi por primera vez a Marcelo, incluso cuando ya me había despreciado, yo tenía cada vez más amor por él y menos ganas de curtir con Fabio. Y el negro estaba furioso con eso, cada día que pasaba sin que yo le chupara la pija y me fuera a desayunar su guasca como hacía antes, se ponía cada vez más loco. No tardó en decírmelo. Se daba cuenta de todo el negro, tan bruto en el fondo no era cuando se trataba de garcha. Yo estaba en el mostrador, en silencio, bien sumisito en un rincón del mostrador, mirándolo y deseándolo furtivamente a mi macho Marcelo en sus shorts, cuando escucho la guasa voz de Fabio diciéndome:

—La cagada es que al veterano no le van los putos...

Yo hice como que no había escuchado, aunque había escuchado perfectamente por supuesto, y bien machito como soy a veces, disimulé mis ganas de llorar y ni un músculo de la cara se me movió. Al final, qué me importaba Fabio, y qué me podía importar a mí que yo para Marcelo no existiera. Yo lo único que quería era amarlo a él, a Marcelo, admirarlo y desearlo en secreto. Mientras lo tuviera ahí, a pocos metros de mí, en sus espléndidos y machazos shorts, con todo ese hermoso cuerpo encima, yo mantendría mi lugar. Yo sabía que no me merecía un macho como él.

Pero pasó algo muy raro esa tarde en que Fabio me dijo eso. Y es que Marcelo había escuchado. Sí. Así nomás. Marcelo escuchó y entendió perfectamente bien lo que Fabio me había dicho.

Me di cuenta porque inmediatamente Marcelo había interrumpido la lectura de su diario, se ve que había estado profundamente concentrado y absorto, y cuando Fabio dijo lo que dijo, fue la primera vez que lo vi a mi macho levantar la mirada, algo confundido... Miró al mostrador. Yo me estaba conteniendo las ganas de llorar, estaba disimulando y seguí haciéndolo. Fabio es un pobre bruto, así que menos que menos iba a cambiar su actitud. El único que cambió su actitud fue Marcelo, mi macho. Hizo algo que mostraba lo hombre que es, algo que jamás podría hacer ni entender un boludito como Fabio. Me miró expeditivo y me preguntó:

—¿Algún problema, pibe?

Yo no sabía qué hacer. Entre las ganas de llorar que había tenido por lo que me había dicho Fabio y la emoción de que mi macho me hablara y se preocupara por mí, la verdad no sé cómo no me morí en ese mismo instante. Lo único que atiné a hacer fue un gesto de negación con la cabeza, totalmente turbado, tanto que debo haber parecido un pobre forrito.

Marcelo volvió a su diario, a que nadie le rompiera más las bolas. Sus hermosas bolas. Sus bolas de macho espléndido, exquisito, viril, elegante, maduro... en esos shorts...

Fabio es un tipo bestia, había vuelto a la cocina a sacar un tostado para una vieja que recién se lo había pedido, y yo no podía creer lo que me había ocurrido... ¡¡¡Mi Macho Marcelo me había dirigido la mirada, me había hablado y —lo definitivamente increíble— se había preocupado por mí!!!

Los minutos pasaban, ningún cliente nuevo entraba al bar, de a poco se iba haciendo la hora de cerrar. Y entonces, ahí nomás, a minutos nomás de lo que había ocurrido con el comentario bruto y bestia de Fabio, veo algo que mis ojos no pueden creer.

Sin desviar un segundo los ojos del diario, con su porte espléndido de macho elegante y viril, Marcelo empieza a tocarse las bolas por sobre el bulto de su short. Al principio algo despacio, después bien marcadamente, sin perder un segundo la compostura. Sus manos pesadas se deslizan poco a poco por toda la superficie del short, van redondeando su camino por todo ese espléndido bulto genital aparatoso y palpitante, poco a poco el short va delatando cómo se hincha el volumen portentoso del bulto genital de mi macho, cómo la guasca que corre espesa y burbujeante le va haciendo crecer las pelotas, esas espléndidas pelotas llenas de leche masculina y vital, haciendo que el short crezca y crezca más... se toca las bolas con total elegancia y total desparpajo mi macho Marcelo. Nadie en el mundo salvo yo asiste a ese glorioso, solitario, bellísimo espectáculo. Solamente yo. Yo, su putito. Ese espectáculo de mi macho acariciándose sus propias pelotas, al que asisto en silencio, con el culo totalmente abierto, de par en par, sí, soy su puto, me excita terriblemente mirarte, Marcelo, estás más macho, Marcelo, más hermoso que nunca, qué bien te queda ese short, cómo te están creciendo esas grandiosas bolas que tenés papito, ese suculento pedazo de poronga que amo dentro del short, cómo me gustaría lamerte todo, Marcelo, quiero ser tu putito, quiero sacarte el short y empaparte las bolas con mi boquita de nenito puto hambriento, embelesado, enamorado de su macho...

En algún momento, sin dejar un solo segundo de sobarse las bolas sobre el short, Marcelo me mira. Me mira como es él. Parco, serio, varonil. Yo no sé qué hacer. Le sonrío. Él me retribuye ahondando un poco el tacto de sus manos sobre el bulto de sus testículos llenos de guasca fresca, de leche caliente, que va preparando poco a poco. Como enseñándome lo macho que es. Mostrándome su short, sus piernas, su cuerpo. Sus bolas. Le sigo sonriendo. Sé que tengo linda carita, la carita de nenito puto es lo único que puede ayudarte en este momento, Marianito —me digo a mí mismo.

.Marcelo al segundo nomás deja de mirarme. Ya sé. Entiendo lo que está haciendo. Está haciéndome disfrutar de su presencia de macho poderoso y deseable, está disfrutando haciéndose desear, sabiéndose deseado y fantaseado y reverenciado por un pibito enamorado y emputecido como yo. Y yo por supuesto sé retribuirle el gesto. No dejo un segundo de mirarlo. De disfrutarlo. De amarlo. Sigue tocándose sus velludas y pesadas pelotas en su hermoso short mi hermoso macho Marcelo. Aunque no me mire. No pienso dejar de mirarte un segundo, mi macho Marcelo, estoy aquí para observarte, para amarte, admirarte, desearte, sólo espero con mi culo totalmente deseoso —y totalmente al palo yo también ahora— que me des tu orden para ir corriendo a complacerte, macho mío...

Tan al palo estoy que no me doy cuenta de qué es lo que estuvo ocurriendo con mi cuerpo todo este tiempo que estuve amando a mi macho Marcelo en sus shorts. Fabio observó lo que estaba ocurriendo, y al palo y hambriento sexual como estaba, se me había puesto atrás, se había parado detrás mío, y me había depositado su propio bulto en el culito. Como a su vez mi macho Marcelo está concentrado en su diario y no me mira más, él tampoco se dio cuenta de lo que está haciéndome Fabio. Sigue acariciándose las bolas, sigue haciéndose desear por su putito mi macho Marcelo. Fabio aprovechó, está prácticamente culéandome, me aprieta cada vez más fuerte el culo con su bulto totalmente al palo. Yo me dejo hacer, pero no me gusta nada. No puedo desviar un segundo la mirada del bulto impresionante en los shorts de mi macho Marcelo. Quiero rebelarme.

Estoy totalmente al palo, boludo, totalmente al palo pero no por vos, por él, por mi macho, por Marcelo, forro, boludo, no te das cuenta —quiero gritarle a Fabio pero... pero por supuesto no puedo. Soy tonto, estoy totalmente excitado, esto es como un sueño, no sé qué hacer, estoy totalmente puta de sólo mirarte y desearte y amarte, Marcelo, por eso me pasa lo que me pasa... Fabio hace danzar el bulto de su pija sobre mi culo, empieza a disfrutarme, está como loco, hace círculos con la verga al palo bordeándome y apretándome todo el culito, y de a poco empiezo a rebelarme, empiezo a decir cosas tontas y deshilvanadas, sin poder apartar la mirada y la mente del short de mi macho Marcelo:

—No, Fabio, pará.... No, boludo, noooo.... salí, forrooo... No jodás, che, pará....

Por supuesto Fabio ni bola que me da. Aprovecha el embotamiento general de todos. Aprovecha que la vieja en un rincón alejado del bar mordisquea, ensimismada en su propio mundo, su tostado y su café con leche. Aprovecha que mi macho Marcelo disfruta palpándose sus hermosas bolas y de la exhibición para mí de su hermoso, viril, fabuloso cuerpo. Fabio aprovecha que yo también estoy al palo, y seguramente el boludo sabe que no es por él, que es por mi macho, pero también se debe creer que estoy disfrutando el camino sinuoso, palpitante, penetrante de sus bolas franeleándome todo el culito hambriento:

—Fabio pará, che...

Marcelo sigue con su diario, con su propio manoseo en sus propias bolas, con su propio short, en su hermoso propio viril mundo de macho... donde no entro yo. Por eso casi no sé qué hacer cuando Fabio me baja el jean. A pesar de que yo no quiero, no sé qué hacer. El degenerado de Fabio me saca el jean, quedo solamente en un yorsito blanco, desgastado, bastante rotoso, muy diminuto y chiquitito, mientras el hijo de puta me dice:

—Es que hace mucho calor, Marianito... no pasa nada... hace mucho calor y estás muy calentito...

Mientras me escupe sus guasas palabras de macho reo calentón, Fabio me entra a meter manos dentro del short, está adueñándose de mi culito, lo recorre ansiosamente, está caliente el negro, entra a manotearme y después a recorrerme con el palo totalmente duro y caliente explotándole dentro de su propio calzoncillo, yo no sé qué hacer, no puedo dejar de pensar en Marcelo, estoy a punto de acabar, quiero eyacular porque amo a mi macho Marcelo y no puedo dejar de mirarlo un segundo mientras sigue tocándose las bolas y el pene totalmente al palo dentro de su short mi macho Marcelo, cierro los ojos, estoy a punto de gemir, cuando de repente, totalmente poseído por el sexo degenerado e invasor de Fabio en mi culo, con los ojos cerrados, escucho.

—Oiga joven, ¿se puede saber qué carajo está pasando acá???

Le está preguntando mi macho Marcelo a Fabio.

El espectáculo debería resultarle insólito a cualquier transeúnte que pasara por la calle, pero en esta zona y a esta hora no pasa nadie. Yo con el culito totalmente expuesto, el yorsito blanco mustio y forcejeado caído a la altura de mis rodillas; Fabio detrás mío, sacando su fusil al palo con el jean medio bajado también, sacando la verga enrojecida y al palo por la bragueta de su calzoncillo; y mi Macho Marcelo, espléndido y regio en sus shorts, grises, que no pueden ocultar el espectáculo impactante de su miembro totalmente erecto, distinguido, elegante, machísimo:

—Nada, señor... Algo entre el pibe y yo, don, no se haga drama —le responde Fabio, medio guaso.

—Mirá, negro de mierda —dice mi hermoso macho Marcelo sin el más mínimo pudor por su verga enfurecida bramando dentro del short—. Mejor dejalo ya mismo al pibe, si no te la vas a ver conmigo...

Fabio cuando está con hambre sexual como lo está ahora, pierde totalmente los cabales:

—Oíme, viejo choto, ¿por qué mierda no te vas a hacer un enema y me dejás tranquilo culearme al puto, que encima le gusta?

Marcelo sigue bellísimo, machísimo, inmutable, regio y viril y despótico en sus shorts, la verga no le baja ni un milímetro cuando le responde a Fabio:

—Vos a mi edad vas a ser una puta vieja y enferma buscando chongos... pero no quiero discutir con un forro de mierda. Se va a hacer lo que el puto diga.

Y me mira. Por segunda vez mi hermoso macho Marcelo me está mirando. Yo estoy babeando, totalmente famélico, lo amo, lo amo, pero no soy un buen puto, soy muy tonto, soy un putito enamorado de vos, Marcelo, pero muy boludito, por eso no sé qué decirte, pero te amo tanto, Marcelo, te deseo tanto, sos mi hombre, te admiro, te deseo, Marcelo, por eso nomás, porque me hacés sentir tan puto siendo vos un macho tan macho, será por eso nomás que te digo:

—Él siempre me molesta, señor...

Y no puedo hacer nada para evitar que empiecen a brotarme las lágrimas, que se me haga un nudo en la garganta cuando te digo, Marcelo, macho mío:

—Él siempre se abusa de mí, señor... me quiere violar... me quiere llevar a no sé dónde para culearme él y sus amigos... y yo no quiero... y yo... yo... buahhh... yo lo deseo a Ud., señor, solamente a Ud...

Cuando pienso en lo que acabo de decir, pienso que Marcelo me va a escupir del asco, de la lástima, de todo lo que le doy, cuando sé dé cuenta él qué puto de mierda que soy.

Pero nada de eso ocurre. Es como que despierto de un confuso letargo, pasa solamente una milésima de segundo, miro y veo que Marcelo está como siempre, hermoso, desafiante, arrogante, viril y machazo en sus shorts, con el fusil al palo. Y me doy cuenta de que Fabio medio como que retrocedió, porque percibo que se acomodó el calzoncillo y dejó de manosearme el culo como si fuera mi dueño.

Marcelo dictamina, como mirándolo con asco y desprecio a mi (ex) machito Fabio: —Esto se arregla entre machos. Y ya mismo.

Ni yo ni Fabio entendemos qué debe estar queriéndonos decir Marcelo. Inconscientemente, sin darnos cuenta, veo que los tres miramos todo el bar, para darnos cuenta de que sólo estamos nosotros tres, salvo por la vieja que se quedó dormida después de bajarse su café con leche y su tostado.

Fabio no pronuncia una palabra. Marcelo pregunta: —¿Dónde es que te lo llevás al puto, vos pelotudo de mierda?

Fabio como un autómata responde: —Al fondo, señor... Al fondo hay como un patiecito y a la mañana el puto me la chupa ahí ...

—Vamos ya mismo.

Yo estoy como obnubilado, no sé qué quieren de mí. Pero sé que voy a hacer cualquier cosa que mi macho Marcelo ordene. Soy un puto, soy su mascota sexual, aunque él no me use, ni me mire, ni me quiera, yo a él sí lo amo y hago lo que mi macho quiera. Fabio es medio lerdo para entender pero aunque yo tampoco entienda por qué, obedece lo que dice mi macho y de repente lo veo diciéndole a Marcelo, enseñándole el camino, como con respeto:

—Por acá es, señor...

Como por instinto, yo me arrimo más a Marcelo, mantengo la distancia, no me pego a él. Pero prefiero por instinto estar más cerca de él, me siento más cuidado, más protegido... Fabio sigue al frente, caminando, cada tanto da vuelta la cabeza para cerciorarse de que Marcelo y yo lo seguimos. Cuando estamos en el patiecito, Fabio para. Marcelo mira alrededor. Yo me mantengo lo más cerca posible de mi macho. De él. De Marcelo.

Marcelo como que inspecciona el lugar. Al segundo nomás le dice a Fabio:

—Sacate todo menos el calzoncillo.

Todo es como una película muy rara, porque aunque todo sea insólito, percibo que en ningún momento Fabio cuestiona a mi macho, al que hace sólo un rato incluso había insultado. Fabio cumple la orden de mi macho Marcelo, entonces. Frente a la mirada escrutadora, inquisitiva de mi macho Marcelo, Fabio se saca todo menos su hermoso calzoncillo blanco de bruto hermoso y calentón. Marcelo dictamina:

—Estás más o menos bueno. Buen lomo y buenas patas. Igual se nota que sos un pedazo de forro pelotudo. A ver. Sin sacarte ese calzoncillo mugriento de negro sucio, sacá la poronga por la bragueta del calzoncillo y mostramelá...

Fabio empieza a sonreírse. Empieza a hacer su clásico gestito con la lengua de macho obsceno. Me imagino lo que se debe estar creyendo. Marcelo también, porque al toque le dice al pobre:

—No seas forro, pedazo de boludo. No soy maricón, no me van las vergas y menos las de un pedazo de forro pelotudo como vos. Pero mostramelá que quiero averiguar algo.

Es la primera vez que Marcelo se da vuelta para mirarme y darme a mí, también, una orden:

—Vos, pibe, a ver... Mostrame el orto.

Por supuesto lo hago. Pero créanme que no lo hago para seducirlo. Sé que mi culo es lindo pero jamás seré un putito como para él. Sólo lo hago para complacerlo a él, a mi Macho Marcelo, que me dio la orden.

Al mismo tiempo, como sometiéndose a un examen, algo temeroso y avergonzado, Fabio saca por la bragueta de su calzoncillo su poronga infartante completamente al palo. Yo estoy con mi yorsito bajado, mostrándole el culo a mi macho Marcelo.

—Cerrá los ojos, pibe... —escucho que me dice.

Él lo dice, yo lo hago. Cierro los ojos. Escucho un ruido raro, al segundo me doy cuenta de que está escupiendo, se escupe en las manos y empieza a manosearme el culo. Totalmente emputecido y muerto de amor por mi macho como lo estoy, el culo se me dilata rápido. Marcelo me manosea, hace pasar sus raudas, brutas manos expertas por toda la superficie de mi culo, las nalgas, las cachas, después se escupe nuevamente, entra a meterme dedos en el culo, mientras escucho que le dice a Fabio:

—¿No ves vos, forro? Así se prepara a un puto...

Marcelo me está culeando con sus dedos, está horadándome perfectamente, labrándome bien guaso y penetrante el ojete, el ano, mi inexperto culito virgen, yo me dejo hacer, me olvido casi totalmente de Fabio, pero no puedo porque Marcelo vuelve a hablarle: —Con ese pedazo de poronga que tenés y un culito de puto demasiado bueno para un pobre pelotudo como vos, si no te lo sabés trancar bien lo vas a matar al pibe, boludo...

Y agrega: —Y nunca te conviene montarte a un puto, hacerle doler el orto cuando no lo tenés bien metejoneado con vos... se te retoban después... Yo hago así porque puedo, el puto está muerto conmigo...

No entiendo muy bien lo que quiere hacer Marcelo, por el rabillo del ojo veo que Fabio también está confundido, no sabe qué hacer él tampoco, Marcelo sigue culeándome, cogiéndome con su sabio mano experta e invasora, qué bien me coge, qué bien me siento dándole el culo, tiene tanta fuerza y tanta pericia en las manos que por momentos casi me olvido de fantasear con su pene, hasta que escucho la orden de mi macho Marcelo diciéndome:

—A ver, mojame bien el caño, putito... Chupame y lustrame bien la verga... Vos, negro forro, mirá cómo lo tengo dominado al puto...

Obviamente lo hago. Me arrodillo, y veo por primera vez a mi macho Marcelo bajarse un poco el short, al mismo tiempo que se baja el calzoncillo, tan rápido y expeditivo que no puedo verlo el calzoncillo, saca ante mí por primera vez el pene hermoso, impactante, elegante, masculino, experto, veterano de mi macho Marcelo. Apenas me da a comer de su miembro, me lo meto todo en la boca. Estoy demasiado caliente, demasiado hambriento, tanto es así que mi macho Marcelo me dice:

—Pará, pará, nene, tranqui... no te lo voy a sacar. Tenés un rato largo para chupar que papá es generoso. Vos primero enjuagame bien las bolas y el tronco y solamente ahí después te la ponés toda en la boca.

Yo me lo quiero engullir todo, es que no puedo creer el miembro hermoso de Marcelo disparándose fulminante y machísimo delante de mi carita de nenito puto con su lengua glotona. Pero hago como él me dice. Fabio debe estar más confundido que nunca, porque al toque escucho la voz de Marcelo totalmente firme pero sosegada y autoritario diciéndole:

—Mientras Marianito y yo te enseñamos a culear, vos tenés derecho a pajearte...

No me molesta para nada que Fabio pueda observar qué puto soy con Marcelo, cómo me estoy llenando la boca del miembro henchido y palpitante de mi macho. Al contrario. Estoy orgulloso. Orgulloso de ser el puto de un macho así y me excita muchísimo más si puedo mostrarle al mundo entero cómo soy un buen putito complaciendo a mi señor Marcelo. Que está más hermoso, más machote y majestuoso que nunca, con el short bajado, el calzoncillo a la altura de las rodillas, la verga poderosísima al palo, con su putito arrodillado ante él comiéndose semejante pedazo de pija.

—¿Viste, negro?.. el puto la chupa muy bien, eso seguro... pero es porque está caliente conmigo, porque le gusta su macho... ahhh... bien, bien, putito... viste, negro, no me da el más mínimo trabajo... al contrario.... uuuuhhhh... qué bien la chupa el puto, negro, no sabés.... está re caliente conmigo, desde la primera vez que me vio... la de pajas que se debe haber hecho el puto soñando con su macho, con un momento como este... ahhhh... cómo la chupás Marianito, qué buen puto chupavergas que sos, mirá negro vas a ver cuando me lo entre a culear cómo se pone el puto...

Apenas escucho que Marcelo me quiere garchar, me agarro bien fuerte de su miembro con la boca, entro a hacer trabajar la lengua frenéticamente, quiero darle todo el placer, quiero mostrarle, quiero hacerle sentir cómo lo amo, cómo me desvivo por su pene, cómo soy de puto, el puto más puto, con él, con mi macho, con Marcelo, mi macho el más macho. Todo es como un sueño. Sueño que Marcelo me da de comer su pija de macho soñado y que tengo que ganarme su guasca que me va a bautizar y me va a dar la dicha eterna haciéndome entrar en el paraíso. Porque esto es la felicidad. La felicidad es ser el puto de un macho como él. Como Marcelo.

Totalmente poseído, enfebrecido, hambriento, feliz, orgulloso, siento que mi macho Marcelo da la próxima orden:

—Sacame del todo el short y el calzoncillo, pibe...

Lo hago. Pero se ve que frente a un macho portentoso como él, hasta el más boludito como yo sabe ser el mejor puto. No le saco el short con las manos. Tiene el short bajado hasta la altura de la ingle, se lo saco trabajando bien con la lengua y con mis labios, voy chupándole bien el short, y de paso beso sus piernas, se las chupeteo un rato, voy probando la superficie tibia y salada de su piel de macho, y bajándole el short poco a poco agarrándolo con mis labios y haciendo fuerza.

Se ve que a mi macho Marcelo le gusta, porque cuando el short ya cedió un poco y bajó algunos centímetros, se impacienta y se lo termina de sacar del todo él. Y ahí se devela el misterio. Porque mi macho quiere sacarse ahora del todo el calzoncillo que tiene a la altura de sus rodillas. El misterio de sus calzoncillos develado ante mis ojos. Tiene un slip blanco, tipo Jockey, exquisito, varonil, elegante, perfecto, limpio, macho, que le molesta a mi macho entre las piernas. Yo todo el tiempo había estado chupándole el pene con el short medio bajado, él se había bajado rápido el calzoncillo para sacar la poronga, lo tenía a media asta, por eso no se lo había podido ver. Ahora mi macho Marcelo se sacó todo. Está totalmente en bolas.

Apenas lo veo totalmente desnudo, me hago puta. Llega el prodigio. Ya no soy más Marianito, el pobre provinciano boludito. Ahora soy el puto más puto, la yegua putísima de mi macho Marcelo. Es el hombre más hermoso del mundo. Es el hombre al que amo, al único que voy a amar. Es Marcelo. Mi hombre. Mi Macho. Mi Macho con o sin short, mi Macho Marcelo con o sin calzoncillos.

Que digan los putos mal culeados que el hombre de los sueños jamás se hará realidad. Marcelo es verdadero, es ahora mi realidad, muchísimo tiempo antes de que yo pudiera animarme siquiera a soñarlo. Es que un pibito como yo jamás habría tenido cabeza ni imaginación suficiente para soñar semejante ejemplar de macho.

Delante de Fabio, que no podía dejar de pajearse frenéticamente, como un zombi, Marcelo me tiró al piso.

—Lo agarrás bien al puto, lo manipulás así... ves?

Me agarra bien fuerte Marcelo, me sube a una mesa que hay ahí, sin sacarme un segundo la mano del culo me abre las gambas mientras le dice a Fabio:

—Si tenés el culo del puto así de abierto... ves, infeliz?... le metés un cacho la mano, se la untás bien así...

Se manda otra escupida en la mano mi macho Marcelo y me mete de una tres garfios escupidos por él mismo bien profundo dentro del ano, hasta hacerme gritar:

—Si grita mucho el pibe, le tapás la boca con el solsiyonca así...

Agarra su calzoncillo mi macho y me lo mete de una hasta asfixiarme, soy un putito desesperado, lo amo, me duele el ano donde me culean los dedos de mi macho, con su calzoncillo casi no me deja respirar pero lo amo, lo amo, quiero entregarle mi culo, sentir su pene horadándome, desvirgándome, culeándome, no puedo más, al mismo tiempo lo escucho:

—Mirá cómo está el puto, mirá cómo lo tengo... está muerto de amor conmigo, quiere que su macho lo haga mierda. Cuando sienta la verga empomándolo bien, va a abrírsele el culo más que una concha... Aprendé vos, forro —le dice a Fabio.

Me terminó de trabajar el culo con su experta mano escupida, Marcelo me abrió las cachas, me escupió él mismo bien adentro del ano, me bautizó con el chorro fulminante de su escupida de macho y sigue sacudiendo sus crueles, machos, expertos dedos abriéndome el ano que ya tengo por completo dilatado, impaciente, urgido, totalmente extasiado, enamorado mi culito de la manopla de mi macho Marcelo, esperando con desesperación que entre su pene a matarme y bautizarme de una vez por todas.

—Mirá cómo gime el hijo de puta... Éste es un puto de primera, forro, mirá lo que te estás perdiendo... Mirá cómo lo tengo, está feliz el nene de que su macho se lo vaya a culear, miralo...

Marcelo se untó el palo con su propia saliva bendita, Marcelo entró en mí, me culeó, me rompió el culo, me hizo su puto, me hizo brincar de placer, de dolor al principio, de éxtasis después...

Cuando su poronga al rojo vivo, dura como un fierro, presurosa, pujante me entró de una en el culo, pegué un grito que casi sin querer escupo el calzoncillo de mi macho que tengo en la boca y casi se me sale. Bien bruto, mi macho Marcelo me pega más fuerte en el ano, me empuja todo la poronga hasta el fondo, casi hasta hacerme quebrar, no puedo parar de gemir, cómo me hacés doler hijo de puta, qué pedazo de poronga tenés que estás acribillándome y sin embargo no puedo dejar de amarte, de pedirte más, más, más...

—Abrí bien el culo, Marianito, abrí bien ese ano de puto que te voy a partir el culo en cuatro, te voy a hacer mierda... Mirá, miralo vos negro boludo, mirá cómo le duele al putito y sin embargo quiere más... Mirá cómo le doy... mirá, mirá...

Tengo las piernas abiertas de par en par, la boca tapada por el calzoncillo, estoy desesperado, feliz, urgido, muerto de miedo, muerto de ganas, como una yegua puta que quiere que su potro la deje preñada. Mi Macho es impiadoso, cuanto más dolorido y más enamorado me ve, más me pega con su pene henchido y durísimo, más me lo hinca hasta el fondo, sabe que me tiene enamorado, sabe que me domina, no va a tenerme la más mínima piedad. Tiene entre sus piernas el arma fatal y quiere usarla hasta el final el hijo de puta.

Entra a bombearme, sádico, cruel, hermoso, el mejor cogedor... se mueve rítmicamente, sin piedad, hace toda la fuerza con el pubis, casi no mueve sus piernas para trepidarme. Me quiere dar toda la pija sin respiro, quiere sacarse la guasca, usar a su puto, me tiene tan dominado y enamorado que ni le importa que el culo me lo está haciendo añicos.

—Mirá... ahhh... qué buen puto, loco... ahh... mirá cómo se queja y cómo goza, mirá cómo le estoy dando al puto... Le voy a dejar el culo sangrando, puntos de sutura van a tener que darle, va a chorrear tanta guasca por los cantos que después le vamos a chupar el culo entre los dos... ahhh... Dale puto, abrí, abrí bien ese culo... aaaahhh... Mostrame cómo querés a tu macho, Marianito... cómo te gusto hijo de puta, eh?... qué ganas me tenías Marianito, puto, putito... ahhh...

Apenas entró a bombearme, poseído totalmente por la fuerza imperiosa del sueño, supe que era en serio lo que yo le decía, mi juramento de amor al macho que me desvirgaba:

—Sííííí, te amo, soy tu puto, ahhhh, Marcelo, mi macho, mi hombre... haceme tuya, Marcelo... ahhhh.... quiero ser puto únicamente para vos, para vos mi macho, mi hombre, mi dueño, rompeme el culo, haceme mierda, haceme puta, quiero ser tu puto, Marcelo mi machoooo... te amo, te amo, te amoooo, ahhh... ahhh...aaaaahh...

Marianito

yorsitoblanco@yahoo.com.ar