miprimita.com

Por los calzoncillos de su machito Sebastián...

en Gays

Por chuparle los calzoncillos a su machito Sebastián

 

para Tavo

Todo había empezado con Sebastián, ese amigo mendocino que había tenido Gustavo cuando ambos vivían en el hotel.

Gustavo cursaba entonces el primer año de Medicina, y en el curso de ingreso había conocido al lindo, simpático, bien machito Sebastián. Un tipito lindo, de buen físico, con el que en seguida se hizo amigo Gustavo. Un machito bien morocho, de estupendos, excelentes pectorales, de carnosos labios morados, de un bulto genital suculento que marcaba un paquete espectacular en sus apretados jeans rotosos. Por supuesto, desde el primer momento que lo vio, Tavo ardió de deseos por Sebastián. Pero, obviamente, tímido y tapadísimo como era, no dijo una sola palabra al respecto. Y el hermoso machito Sebastián era tan cordial, solidario, afable y buen amigo que se habría muerto de espanto de sólo pensar que su amigo porteño Gustavo era en realidad puto y que se la pasaba masturbándose pensando en él, en su físico deseable de machito deportivo, rozagante, casi siempre sudado y siempre totalmente irresistible.

En alguno de sus cafés entre clase y clase en el bar de enfrente de la Facultad de Medicina, Sebastián le comentó que desde que había venido de su provincia a la capital tenía problemas de vivienda. Ni lento ni perezoso, Gustavo salió por un rato de su mutismo habitual. Y con un énfasis y una predisposición que le llamaron muchísimo la atención al bueno de Sebastián, pues Gustavo siempre era tímido y de muy pocas palabras, el amigo porteño se arrebató contándole una sarta de mentiras inconcebibles sobre lo mal que se llevaba con sus padres, sobre lo deseoso que estaba de vivir con un buen amigo, de independizarse un poco y "vos viste, Sebastián, entre machos nos entendemos, entre varones... (Gustavo debía disimular pues apenas le decía a Sebastián palabras como varón o macho, se ponía al palo hasta morir), "...entre machos nos vamos a arreglar, mi vieja me rompe mucho las bolas y vos sos como un hermano para mí, macho"...

A los pocos días nomás, Sebastián y Gustavo se mudaron juntos a la pieza de un hotel en una calle medio apartada del solariego, tradicional barrio de Caballito. La dueña del hotel era una mujer macanuda, para quien lo más importante era que los pensionados no jodiesen, no hicieran escándalos ni líos y pagaran puntualmente. Así que se llevó bárbaro con los jóvenes machitos nuevos y jamás se entrometió en nada.

Nadie, nadie, absolutamente nadie en el mundo sabría nunca cuál era el deseo más íntimo, el secreto más secreto de Gustavo, eso que lo hacía ser el tipo de puto que era el puto Gustavo. Nadie sabría nunca de su pasión verdadera, de la raíz genuina de todos sus padecimientos, arrebatos y pasiones sexuales. Ese secreto para Gustavo era lo más profundo de su naturaleza y ni siquiera cuando estuviera en pareja lo diría.

Como con todos los machos, lo que menos le importaba a Gustavo de los machos era que comprendieran su pasión. A él sólo le importaba eso, eso que los machos dejaban tirado por ahí sin la más mínima desconfianza ni sospecha.

Y de más está decirlo: Cuanto más varones, cuanto más machos, cuanto menos putos fueran, más adorables e irresistibles los machos para Gustavo. En definitiva era justamente eso lo que los hacía deseables. Que no lo comprendieran nunca. Que no fueran putos como él. Que fueran totalmente varoniles, casi totalmente inconscientes del aroma profundo de sus cuerpos, de esos cuerpos totalmente deseables, apetecibles, infartantes, irresistibles...

Después de haber acomodado todas sus cosas juntos, después de casi tres horas que les había llevado adaptar un poco esa diminuta pieza de hotel, totalmente solos, Gustavo y Sebastián, totalmente bañados por la transpiración, se habían sentado a la mesa de la habitación para tomar una coca y descansar por fin un rato. Cuando su machito Sebastián, totalmente inocente, dijo lo que dijo, Gustavo tuvo un cimbronazo tal en la pija, se le abrieron tanto las cachas del culo que creyó que iba a morir. La erección de haberle escuchado el comentario a Sebastián y tener que responderle lo estaba poniendo totalmente loquito. El comentario de Sebastián era:

—Che, Tavo... Un calor de cagarse, ¿no?... Con este calor tendríamos que ponernos en bolas un rato, macho...

Sin tener un segundo para pensarlo, Gustavo no sabía qué hacer. Obvio que lo que decía Sebastián era cierto. Hacía casi 40 grados esa tarde, y ellos encerrados en esa pieza de hotel, sin siquiera un ventilador... Agréguenle ustedes la temperatura voraz que recorría de deseo por ese macho todo el cuerpo apasionado de Gustavo.

Pero Gustavo no era tonto. Sabía que si no quería que su amigo el machito Sebastián sospechara nada turbio de él, tenía que darle la razón. Hacerle caso. Y ponerse en bolas los dos. Pero Gustavo estaba muerto de miedo. No podía siquiera creer que su sueño se haría realidad con tanta facilidad, ahora mismo... Tendría que disimular. ¿cómo hacer para no enloquecer, para no ponerse totalmente puto, para no dejarse llevar por esa corriente de deseo que le electrizaba todo su cachondo y putísimo cuerpo, para no abalanzarse sobre el sudado cuerpo macho de Sebastián y olerlo, saborearlo, recorrerlo, chuparlo todo? Y el problema básico era, además, que si de disimular se trataba, al putito Gustavo la locura lo estaba llevando a la erección más fulminante, más intrépida, más indisimulable de toda su vida.

Suspiró Gustavo, para darse sólo un brevísimo lapso de segundos antes de responderle a Sebastián. Finalmente lo hizo: —Sí, Seba... la verdad un calor de la putísima madre. Me estoy re cagando de calor, macho, la verdad....

Entonces mismo, mientras le farfullaba una respuesta, se le ocurrió a Gustavo la genial idea. En un borbotón de palabras, excitado como siempre cada vez que concebía una mentira nueva, se la dijo de un saque a Sebastián: —Mirá, macho...

(Cada vez que le decía macho a Sebastián para simular que estaban entre dos varones exactamente iguales en su virilidad, Gustavo se ponía más cachondo y más puta): —Ehhh... mirá macho... hagamos una cosa... quedate en shorts, en calzoncillos... algo así... yo me voy a pegar una ducha si no te jode, ¿ok?

Sebastián, totalmente inocente, respondió con total naturalidad: —Dale Gustavito, todo bien... metete en la ducha, hermano, te va a hacer bien. Yo me saco los lompas y la remera esta y me tiro un rato en la catrera que estoy hecho mierda...

Ni siquiera tuvo que pensar Gustavo cómo hacer para que su machito Sebastián no sospechara. Lo que hizo fue precipitarse dentro del baño, recogiendo rápidamente una toalla de su mochila, sin darle tiempo a Sebastián de sospechar ni decir nada, y abrir cuanto antes la ducha para que el machito siguiera actuando naturalmente. A los segundos nomás, todo estaba espléndidamente tal cual lo había planeado Gustavo, el puto insaciable...

Efectivamente, Sebastián se había quitado todo menos su calzoncillo y ahora mismo estaba recostándose en calzoncillos en su flamante cama de machito soltero, al lado de la que sería de Gustavo.

Y también a los pocos segundos nomás, Gustavo podría hacer de las suyas y gozar como una yegua en el éxtasis de su deseo realizado. Y efectivamente fue una de las masturbaciones más locas, salvajes, calientes, abrasadoras que haya tenido alguna vez el puto Gustavo. Se había puesto totalmente en bolas Tavo, silenciosamente, cuidadosamente, apenas arrodillado para estar en una cómoda posición para mirar todo desde el ojo de la cerradura de la puerta del baño, y masturbarse salvajemente de sólo mirar a su machito Sebastián en calzoncillos, macho espléndido y bellísimo en calzoncillos, descansando con su masculinidad intacta y pura en total libertad, sin sospechar nada de su puto compañero.

Fue como a los tres minutos de haber entrado al baño Gustavo que Sebastián dijo en voz alta, para que Tavo lo escuchase mientras supuestamente estaba duchándose: —Che hermanito... Dale respiro al agua, jajaja... Cómo demorás vos en la ducha, hermanito, jeje...

Apenas se sacó las manos de la verga Tavo para responder. Se corrió un poco hacia donde estaba la ducha, y alzando la voz lo más que pudo respondió: —Uuuuuyyy, sí, macho, yo con el agua soy tremendo... ¿No te jode si le meto un rato largo, macho?

Cada vez que le decía MACHO a su amigo Sebastián, más puta se sentía, más cachonda, más emputecido de amor por su macho.

Y Sebastián respondió: —Metele tranqui, nomás, hermanito, a mí no me jode para nada... Ahora somos libres, jajaja...

La risa de Sebastián era espléndida, regia, profunda. Hasta para reírse era totalmente macho.

Volvió a su posición Tavo apenas pasó el incidente. Cuando Sebastián se sintió libre y relajado, viendo que a Gustavo no le pasaba nada y que había avisado que iba a demorar en la ducha, se distendió por completo y se puso a sus anchas.

En sus infartantes, espectaculares calzoncillos blancos de tela, esos que le habían quedado del servicio militar, Sebastián abrió bien sus patas, se despatarró completamente a sus anchas en su cama, primero se desperezó, mostrando un espectáculo infartante de pectorales henchidos y saludables, de patas duras y macizas, de pecho palpitante, ligeramente velludo...

Gustavo casi eyacula en su pasión voyeurista cuando observa por el ojo de la cerradura que Sebastián levanta sus brazos y con su nariz se olfatea a sí mismo sus propios sobacos, para inspeccionar si había chivado muy fuerte. Casi grita la puta de Gustavo cuando observa la delicia de que Sebastián, al no sentirse mirado por nadie, saca su intrépida lengüita y se chupa a si mismo un poco su sobaco. Luego se despatarra todavía un poco más y como si nada mete su mano dentro de su propio calzoncillo y se rasca distraídamente las bolas. Sigue metiendo su mano movediza dentro de su calzoncillo y en vez de rascárselas, las bolas de Sebastián empiezan a recibir la debida atención de su macho soberano. Desfachatadamente, con total libertad y naturalidad, Sebastián se masturba un poco, apenas un poco, básicamente sobándose las bolas y cada tanto apretándose un poco la verga, que es puntiaguda, cabezona, de glande morado, con las bolas apenas henchidas por su torrente interno de guasca... Cuando Gustavo ve la última parte, su culo se termina de abrir de par en par y le cuesta no pegar un alarido pasional de yegua recién culeada.

Sebastián decide incorporarse apenas un poco, acomodar bien su cuerpo en la cama, a la que ocupa toda a sus anchas, tocarse apenas un poco el calzoncillo y rápidamente, soberanamente, machamente, sacárselo del todo el calzoncillo y tirarlo ahí nomás, a sus pies, en la cama... Cuando el puto Gustavo ve el calzoncillo levantar un poco de vuelo y dejar a su macho soberano totalmente en bolas, siente que toda la eyaculación se le viene de repente hasta casi mojarle el culo. Los últimos segundos de tocarse la verga Gustavo sigue observando un poco el calzoncillo a los pies de la cama del macho, y otro poco al macho totalmente desnudo, en bolas, en libertad, espléndido y machísimo en su solitaria escena de varón regio, saludable, al palo...

Cuando el cuerpo de Gustavo estaba ya empapado de su propio semen y el de Sebastián se hundía poco a poco en una improvisada siesta, Gustavo sintió un poco de culpa (como siempre). Se sintió sucio, puto, degenerado, y corrió a refugiarse en la ducha, bajo los chorros de agua caliente. Salió a los brevísimos dos minutos, apenas enfundado en su toalla roja.

Lo primero que intentó decirle a Sebastián, apenas aproximándose a su cama, fue: —Sebastián... eh... che Sebastián, Sebaaa... ¿Qué te pasa, macho?...

Tenía miedo de tocarlo Gustavo a Sebastián. Su amigo seguía en bolas, su erección crecía segundo a segundo, Gustavo no podía dejar de mirarle la verga hinchándose, creciendo segundo a segundo, y no había modo de despertarlo. Estaba profundamente dormido.

—Boludo, despertate... Che, bolu...

Había sido demasiado para el bueno de Sebastián. Apenas si había dormido la noche anterior y el trabajo de la mudanza había sido tremendo para ambos. Estaba inmensamente exhausto su machito Sebastián.

Gustavo se dio por vencido. Se sacó la toalla. Se puso un púdico slip y sintió tanto miedo por la situación que cuando se acostó en su flamante cama, sintió la tentación de cubrirse con las semanas. Pero habría sido un disparate. Cubrirse tanto incluso podía ser sospechoso si Sebastián se despertaba, nada más insólito que un tipo que se cubre tanto al acostarse una siesta de una tarde de 42 grados, encerrados los dos en una pieza de hotel sin un mísero ventilador siquiera.

El puto Gustavo podría haberse relajado, disfrutar un poco la situación, quizás reírse pero... pero estaba totalmente emputecido. Si bien había eyaculado hacía poco más de cinco minutos, estaba de nuevo totalmente emputecido, al palo, loco de deseo, sus pensamientos degenerados y salvajes le estaban haciendo palpitar el putísimo culo más que nunca...

Al puto Gustavo le costaba tanto relajarse, distraerse, pensar en otra cosa, no sucumbir a la tentación, que en un momento se dijo a sí mismo en voz muy baja:

—Llegás a hacer lo que estás pensando, puto de mierda, llegás a tocar eso con tus pútridas manos de puto enfermo, yo te juro, hijo de remil putas, degenerado de mierda, por mi madre te juro que yo a esa puta, hedionda mano de puto degenerado te la corto y te la hago paté, puto enfermo degenerado, hijo de remil putasss...

Pero no hubo caso. Definitivamente no hubo caso. Y esa fue la tarde más intensa y lujuriosa que nunca hubiera vivido el puto Gustavo. Allí mismo, esa tarde, empezó su máxima calentura, su pasión más tórrida... Esa tarde cuando se tentó empezó también su perdición de puto.

Ya no era Gustavo. Ya era una puta con el culo voraz, hambriento, palpitándole, chupándolo todo con la mirada a su machito Sebastián, quien en su regia virilidad machaza seguía durmiendo con un calzoncillo blanco tirado a sus pies en la cama, mientras su amigo Gustavo, su puto en secreto, lo derretía con la mirada, lo chupaba, lo lamía todo en su degenerada imaginación calenturienta. El puto Gustavo había enloquecido. Se había salido de sí mismo. Ahora era sólo un culo y una boquita de puto insaciable que moría por su presa...

Lo primero que hizo el puto fue mandar a la mierda su slip, deslizarse la mano por su propio culo. Trató de simular el mismo éxtasis con su propio slip pero por supuesto no hubo caso. El culo de un puto jamás olería igual que el calzoncillo de un macho: no tenía el mismo sudor, no tenía ese aroma a bolas, ese olor profundo y embriagante del calzoncillo que había sujetado la verga de un auténtico macho en celo, de un verdadero varón...

Cuando ya estaba completamente poseído por la lujuria, completamente enloquecido, totalmente fuera de sí, el puto Gustavo, deseoso de su macho espléndido durmiendo en calzoncillos, se tiró al piso y fue gateando como una puta degenerada y en celo en busca del calzoncillo de su macho... Fue gateando por el piso con el culo al aire hasta la cama donde dormía su macho con su calzoncillo blanco y sudado a sus pies.

El primer contacto fue el de la mano de Gustavo robándole el calzoncillo a Sebastián. Ese primer contacto le hizo sentir en lo más profundo de su ano una sensación indescriptible que jamás había sentido tan fuerte. La sensación de ser puto, tremendamente puto, inmensamente puto, totalmente puto, y un puto muerto de amor, esclavizado de amor por su macho en calzoncillos.

Luego... luego la sensación de tener el calzoncillo de Sebastián y poder pasárselo por el cuerpo, entre las piernas, la sensación de tener a su macho ahí en bolas, a centímetros nomás, sin sospechar nada, la sensación de pasarse el calzoncillo por la boca, por la nariz... Empezar a chupar atolondradamente el calzoncillo, untar con su propia saliva de puto el calzoncillo impregnado del olor de su macho, de sus bolas, de su sudor, de su naturaleza masculina profundamente embriagante... Ya tenía los ojos entrecerrados Gustavo cuando chupaba, lamía, olía el calzoncillo de su macho, en los momentos de mayor estremecimiento no podía con su genio de puto y se lo metía en el culo... El aroma a bolas de su macho Sebastián era lo más extasiante, era un manjar, una delicia, era un atentado de lujuria y placer contra sus sentidos...

Estaba en cuatro, como una perra, con el culo al aire, pasándose el calzoncillo intrépidamente desde sus labios húmedos hasta su nariz, desde su nariz hasta su culo, muerto de amor por su macho, chupándole todo el calzoncillo, comiéndose su aroma, su perfume a bolas, las emanaciones exquisitas de su cuerpo de varón, así estaba con el culo alzado y transportado a otro mundo, muriéndose de amor el puto Gustavo por su machito Sebastián, así estaba Gustavo cuando Sebastián despertó...

Siempre había improvisado el puto Gustavo. A él mismo lo sorprendía eso de estar inventando mentiras a cada rato, de estar simulando situaciones, tener tanto ingenio para salir del paso del modo más verosímil posible... Súbitamente habían tenido los dos, Gustavo y Sebastián, que enfrentarse de nuevo con la conciencia y las apariencias. Sebastián se restregaba los ojos y miraba pasmado y sin entender cómo su amigo Gustavo estaba en el piso, totalmente en bolas, tapándose la cara con su calzoncillo, del que ya no recordaba ni habérselo sacado, y se veía a sí mismo ahora completamente en bolas, igual que el otro...

—Che Tavo, hermanito... ¿Te pasa algo?, ¿te sentís bien?

No tuvo tiempo de pensar el puto Gustavo, sólo se dejó llevar por su degenerada naturaleza de puto vicioso. Rápidamente movió la cabeza para señalar que no, poniendo cara de sentirse endemoniadamente enfermo, y así como estaba, desnudo y con el calzoncillo de Sebastián en la mano, corrió de nuevo y se encerró en el baño. Sebastián lo siguió. Tavo había cerrado la puerta del baño con llave. Estaba muerto de miedo. Se sentía para el carajo. Y no sabía cómo seguir.

Por su lado Sebastián estaba muerto de la angustia, verdaderamente preocupado por su amigo. No entendía absolutamente nada de lo que estaba pasando. Empezó a golpear en la puerta del baño mientras decía:

—Gustavo, dale Gustavo, abrime boludo, qué carajo te pasa... Decime hermanito, abrime por favor...

Como amigo, Sebastián era el tipo más bueno y más adorable del mundo, siempre solidario, siempre... Eso lo hacía sentir para la mismísima mierda al puto Gustavo. No tenía tiempo de pensar, simplemente se le ocurrió hacer lo que hizo. Empezó a hacer ruidos con la garganta primero, se arrodilló frente al inodoro e hizo ruidos lo más parecidos posibles a como si estuviera vomitando. Después hizo correr agua por el inodoro, y después por el lavatorio. Escuchaba la voz de Sebastián cada tanto, y le respondía: —Estoy bien, estoy bien... Ya voy a salir, esperame un cacho...

Miró el calzoncillo de Sebastián que tenía en la mano. Estaba completamente enchastrado por los lengüetazos, estaba totalmente impregnado de manchas de saliva de puto... Resolvió empaparlo todo en el lavatorio, lo lavó por completo y, cuando lo hizo, el puto degenerado volvió a tener una erección. Sentirse un puto lavándole el calzoncillo a su macho...

Se tomó un segundo para pensar. Su slip lo había dejado en su cama. Resolvió hacer lo que hizo. Se puso él el calzoncillo de Sebastián. Salió actuando lo más serio y taciturno que pudo.

Al lado de la puerta del baño lo esperaba un preocupado, verdaderamente preocupado Sebastián. Se había puesto un short deportivo azul, que usaba para ir al gimnasio... Sebastián no pudo evitar observar que Gustavo le había sacado el calzoncillo y se lo había puesto él... Gustavo empezó rápido con su mentira:

—Perdoname, me puse esto, no iba a salir en bolas, jeje...

Se distendió Sebastián. Se rió él también. Pero se notaba que seguía preocupado. Gustavo empezó a mentir, como hacía siempre, hablando a borbotones:

—No sé, loquito, será el calor... qué se yo, encima no morfamos nada hoy ninguno de los dos... había salido de la ducha, me había puesto en bolas para dormir la siesta, y al toque me desperté sintiéndome para el carajo... Estaba como sin aire y con naúseas... entonces me fui caminando hasta tu cama y pedirte ayuda... y, no sé.... me sentía tan mal que se ve que me caí, me tuve que hincar y me dieron ganas de vomitar... entonces... entonces me agarré de...

Sebastián ya estaba tranquilo. Paternal, protector, le apretó los hombros a Gustavo, al puto:

—Uuuyyy, loquito, qué mal que estuve... Yo estoy para cuidarte acá, qué boludo fui, todo culpa mía.... Vamos, nene, vamos... Vamos que el hermanito mayor te va a llevar a comer una pizza y tomarnos una birra a algún lugar con aire acondicionado...

Gustavo lo miraba fingiendo inocencia. Dentro suyo sentía crecer tanto amor por ese hombre hermoso y varonil que no podía dejar de imaginarse enchufarle un beso en la boca. Lo miró a Sebastián en su short:

—Bueno, nos tenemos que vestir, jaja...

—Dale, boludo... nos ponemos un short, una remera y listo.

Casi enferma de la lujuria Gustavo cuando ve lo que hace Sebastián. Saca de su mochila un short de él y se lo tira a Gustavo para que se lo ponga. En el interín lo señala en el calzoncillo y le dice: —Y el solsiyonca ese quedateló, loquito... Hiciste mal en agarrarlo, igual.... Acordate de no taparte nunca la boca cuando tengas náuseas. Un estudiante de medicina tendría que saberlo, jeje...

Amor, pasión, lujuria, deseo, amor, amor, amor, cada segundo sentía más y más amor Gustavo por ese macho... No podía más. Se estaba poniendo un short de Sebastián y encima su macho le había regalado recién su propio calzoncillo de macho.

Esa fue la primera noche en su convivencia de Sebastián y Gustavo. Pronto las ansias sexuales de Gustavo lo llevaban al borde de la locura, a sentirse más puto y más lujurioso que nunca por su machito. Sebastián, por su parte, cada vez más saludable, de mejor humor y más atlético, pasaba sus mañanas en el gimnasio de enfrente, siempre con sus espectaculares shorts deportivos, que le marcaban un cuerpo cada vez más vigoroso, saludable y deseable...

Hacía las delicias sexuales voyeuristas de Tavo pasarse las mañanas enteras mirando, desde la ventana de su pieza de hotel o desde la ventana, a su machito Sebastián haciendo sus hermosas destrezas físicas en el gimnasio de enfrente, enfundado apenas su cuerpo con un short liviano, empapándolo con su sudor copioso, suculento, varonil, fragante...

La locura de Gustavo empezaba, de todos modos, cuando Sebastián regresaba en ese mismo short empapado de sudor a la pieza del hotel. Allí Gustavo lo esperaba en la cama, con solo un diminuto slip de vestimenta, con el pretexto de ese calor terrible que los mataba ese verano de Buenos Aires, y Sebastián, siempre con risas y bromas, se despojaba brutalmente, violentamente del short y se lo tiraba al cuerpo acostado, o a la cara temblorosa de Gustavo, su amigo, su hermanito del alma, su puto enamorado en secreto:

—Dale, larva, largá los libros esos y venite un día conmigo al gimnasio, vaguito, jajajaja...

Pero el putito Gustavo sabía qué era lo que más lo enloquecía de su machito Sebastián. No era solamente que fuese un amigo estupendo, siempre inundándolo de abrazos de hermanito mayor y besucones, que lo ponían a Gustavo cada vez más confundido y al palo, ni tampoco ver cómo su macho hermoso mejoraba cada día la belleza masculina de su cuerpo infartante en el gimnasio, con esos shorts espectaculares y sudados... Lo que mantenía el humor y el vigor en la masculinidad de Sebastián era que era un machito que no dejaba un solo día de ejercitarse sexualmente: era un cogedor insaciable su machito, el macho ardía de lujuria todo el santo día y se la pasaba, risueño y sobrador, hablando y mostrando sus súbitas, espectaculares, adorables erecciones, siempre en sus regios, masculinos shorts...

Al principio, viendo que Sebastián tenía un éxito infalible con las mujeres y no dejaba de culear una sola noche, sufría de celos y pasión oculta Gustavo. Después empezó en cambio a admirarlo, a adorarlo cada vez más, a enamorarse cada vez más cuando veía que su machito Sebastián, su amigo bellísimo y regio, no dejaba una sola noche de ir de putas. No había mina a la que se le arrimase que pudiera resistirse frente a un machito espectacular tan divino, tan espectacular, con ese cuerpo, siempre apenas vestido, siempre en shorts o jeans apretadísimos y rotosos, y que no le diera tarde o temprano su cuerpo de hembra sexualmente cachonda, lujuriosa, enfebrecida...

Obviamente a Gustavo no podía dejar de ocurrírsele siempre fantasear con ser una puta enamorada de su machito Sebastián, entregarle su cola, sus tetas, su virginidad hambrienta de un machito lujurioso y tan buen cogedor...

Pero en la mayoría de sus masturbaciones Gustavo simplemente imaginaba verlo a su amigo Sebastián fornicándose a una minita, y con eso solo le bastaba para ponerse loquito, cada vez más puto, cada vez más enamorado de su macho... Pretextaba cualquier cosa cada noche cuando Sebastián lo invitaba, incansable, una y otra vez, a salir de putas con él, y le decía que no podía, que tenía un pacto secreto con una novia lejana, que había mucho que estudiar...

Eran generalmente las 3 o las 4 de la mañana cuando Sebastián volvía, habiendo rociado su generosa, abundante, suculenta guasca de macho divino en una hembra de por ahí, y Gustavo se hacía el dormido cuando su amigo machito soñado volvía... Se hacía el dormido y generalmente también se destapaba a propósito y largaba las sábanas...

La mayoría de las veces Sebastián, antes de tirarse a su propia cama, se sacaba la ropa, se desnudaba y tiraba su calzoncillo a cualquier parte, como hacía con toda su ropa, era un desordenado incorregible... Las veces que el calzoncillo le llegaba cerca a Gustavo, éste apenas podía disimular el brinco del deseo pegándole fuerte en su culo de puto insatisfecho y enamorado de su macho... No demoraba mucho su machito Sebastián en dormirse, y allí iba a Gustavo, reptando silenciosamente, a recoger su botín de puta en celo, su tesoro adorado, el calzoncillo de su macho, al que olería, chuparía, besaría, adoraría durante minutos, horas, horas de lujuria, de desenfrenado placer, de enamoradísima masturbación...

Fue mucha más complicada, mucho más tenebrosa y confusa la ultima noche que pasaron juntos Gustavo y su machito hermoso Sebastián.

No le había avisado nada antes Sebastián a Tavo, lo que hizo mucho más terrible el infierno del pobre puto enamorado. Una tarde cualquiera, supuestamente normal, volviendo ambos en colectivo de la Facultad al hotel, Sebastián le cuenta abruptamente que durante todo ese tiempo había estado carteándose con una novia de siempre que tenía en su provincia. Que por fin habían llegado a un acuerdo. Que Sebastián largaba la Facultad, su estadía en la ciudad, todo, y que finalmente volvía a sus pagos para casarse y emprender una vida matrimonial. A Gustavo se le trituró el alma de un solo tirón. Sebastián lo miró con cariño. Le dijo, dándole un abrazote de hermano mayor y algo bruto, de esos que le daba siempre a Tavo:

—Igual de mi hermanito en la ciudad nunca me voy a olvidar, jeje...

Gustavo sabía que no podía llorar ni reclamar nada. Le deseó suerte. Le preguntó cuándo se iba del hotel y Sebastián le respondió que en tres días. Gustavo asintió amargamente sin decir una sola palabra.

Por supuesto, los días y las noches que quedaron no alteraron para nada la rutina de los dos amigos. Sebastián siguió yendo al gimnasio, siguió tirando sus shorts sudados y cargadísimos de olor a macho saludable y algo bestia en el hocico de su tembloroso amigo Gustavo, sin sospechar nunca nada... Sebastián siguió yendo de putas cada noche y por supuesto siguió tirando sus calzoncillos con olor a bolas y sudor, con manchas de guasca recién eyaculada, en el hocico tembloroso de su amigo supuestamente dormido...

Gustavo siguió adorando, lamiendo, tocando, chupando, oliendo y atesorando esos shorts y esos calzoncillos que su machito Sebastián tiraba siempre con el mismo descuido y la misma despreocupación... Pero súbitamente Gustavo se dijo que pronto no iba a sentir más la cercanía física de su macho adorado, que ya no iba a poder robarle ni chuparle más los shorts ni los calzoncillos...

El dolor lo laceró. Tuvo que tomar la decisión que finalmente tomó. Le robó prácticamente todos los calzoncillos a su machito Sebastián, y se guardó también en un lugar secreto los dos o tres shorts que más gastaba y más rompía, que más chivaba su machito Sebastián en el gimnasio. La tarde que Sebastián se dispuso a embalar sus cosas para volverse a Mendoza le comentó extrañado a Tavo:

—Che, loquito, ¿vos llevaste mi ropa a lavar al lavadero?

Gustavo sabía que la pregunta iba a llegar tarde o temprano, pero no tenía respuesta preparada. Simplemente, no sabía qué hacer ni qué decir, ni cómo reaccionar... Lo miró a Sebastián y casi se larga a llorar. Le costaba terriblemente disimular.

Como si supiera, como si de algún extraño modo supiera, Sebastián se acercó a Tavo. Extrañamente, le dijo:

—Okei, Tavo, vamos a hacer como que la puta de la dueña del hotel se los guardó para ella... —y se rió.

Gustavo no sabía qué hacer, pero hizo como que compartía la risa con Sebastián. Para seguir la broma, Sebastián farfulló:

—Es una vieja re puta, no sabés, hermanito... Se calienta tanto por este machito provinciano, se la pasa robándome los calzoncillos, después se calienta oliéndolos, chupándolos.... La vieja puta es re perversa, jeje, se masturba calentándose pensando en mí y se pasa todos mis calzoncillos por las tetas y por la concha, juaaa...—.

Se rieron los dos, Tavo cada vez más incómodo, como desnudado y muerto de miedo. Le costaba simular la risa. Su machito adorado prosiguió:

—En cuanto a vos, hermanito...

Le tocó la barbilla, mirándolo amigablemente pero con algo de tristeza:

—En cuanto a vos, me gustaría que algún día probaras algo mejor...

A Gustavo le costaba mantener la compostura. Levantó la mirada, desde la cama en la que estaba sentado, y trató de enfrentarlo a su dulce, cálido, bellísimo, amigo varonil, más potro y hermoso que nunca. Trató vanamente de hacerse el desentendido:

—¿Algo como qué?

Es como si Sebastián hubiera decidido fingir, actuar lo que finalmente hizo. Algo en Gustavo sabía que Sebastián no era así pero que era su modo de poder empezar a jugar el juego que tenía planeado. A Gustavo la respiración se le cortó. Tenía a su hermoso, divino machito Sebastián en shorts parado frente a él. Sin dejar de tocarlo, sobre todo en la barbilla, en la cara, apretándolo en los hombros, Sebastián se bajó los shorts y le mostró a Gustavo.

Tenía una verga espectacular, que pocas veces le había podido ver Tavo. Era cabezona, gruesa, rozagante, algo puntiaguda, con un glande suculento y morado que le había quitado la respiración a Gustavo. El aroma de las bolas por fin desnudas y al aire, el aroma fuerte y pesado de la entrepierna, del vello, del cuerpo palpitante, inundaban la mirada tiesa y enfebrecida del putito.

—Tirame la goma, puto.

Gustavo entró a enloquecer. No podía seguir fingiendo que no entendía, o que no quería, o que no podía... Lo miró extrañado a su machito Sebastián hermoso, totalmente desnudo, con el short bajado entre las piernas:

—Por lo menos tirame bien de la goma, puto enfermo...

Gustavo no demoró en cumplir. Empezó a masturbarlo, primero suavemente, como con miedo. Al segundo Sebastián cerró los ojos y empezó a gimotear. Qué hermoso era el macho hijo de puta, el amigo adorable, el machito divino deportivo, saludable, vigoroso, con esa verga de hijo de puta hinchándose más y más a cada segundo, a medida que su putito enamorado lo masturbaba. El culo de Gustavo estaba abierto de par en par y no podía dejar de contemplarlo extasiado a Sebastián a medida que lo masturbaba, que le sobaba las bolas, a medida que resoplaba de placer y gimoteaba el machito hermoso con los ojos totalmente cerrados, quien a los pocos minutos le dio la nueva orden a su puto:

—Tengo calor. Mojame bien el palo con esa lengüita de puta cachonda. Dale puto. Chupamelá bien.

Gustavo no tenía ninguna experiencia, pero lo que no tenía de experiencias lo tenía de ganas. Y de miedo. Estaba cagado de miedo. Pero eso no le imposibilitaba agarrarle la poronga a su machito Sebastián y metérsela toda entera, pese al tamaño henchido que amenazaba con hacerle explotar la boca. Su machito Sebastián a medida que aumentaba el volumen impresionante de su verga empieza a decirle cosas a su amiguito puto como:

—Bien, bien puta... te voy a hacer más puta que a las otras minitas, jaja... Mirá vos, yo te creí mi hermanito, y sos un pendejo puto tragapijas.... Dale boludo, trabajame bien las bolas y el palo con esa lengüita golosa de puto comevergas, dale putito turro, complaceme... si sos puto obedecé a tu macho y complacelo, putito... aaahhh....

Nunca se había metido antes la verga de un macho en la boca el putito Gustavo. Pero aunque se le dificultaba la respiración no podía dejar de mirarlo a su machito Sebastián, y el hijo de puta a medida que se excitaba se estaba poniendo bien guarro, mucho más macho, mucho más hermoso, mucho más hijo de puta...

En un momento, viendo que su putito Gustavo lo miraba arrobado, con amor a los ojos mientras le chupaba las bolas y la pija, Sebastián lo increpa:

—¿Qué querés ahora, putito turro? Dale puto forro, decime carajooo...

Y le sacó súbitamente la poronga de la boca. Gustavo se desesperó. Se dio cuenta de que no aguantaba tener a su macho tan hermoso y tan hijo de puta enfrente con la poronga al palo y que se la quitara, no poder chupársela... Sebastián lo miró como con furia, increpándolo, brutalmente, bien guaso:

—Si querés ser un buen puto, puto bien de mierda, puto chupapijas, dale puto, entonces decime qué carajo queres de tu macho, decilo hijo de putaaa...

Gustavo se asustó. Aun sin entender del todo, le hizo caso a sus instintos. Le confió a su hermoso machito Sebastián lo más profundo que le pasaba por el culo, desde lo más hondo de sus instintos de putito cachondo y bien degenerado:

—Quiero olerte todo. Quiero chuparte todo el cuerpo, Sebastián. Quiero que seas mi macho. Quiero ser tu puto, macho hermosooo... dejame olerte las piernas, el culo, los sobacos.... dame verga, macho hermosssooo, haceme putaaa...

Su macho Sebastián lo miraba sin moverse, con una cara cínica, arrogante, totalmente transformada, era un hermoso hijo de puta tiránico y morboso, dispuesto a sacarse toda la guasca usando bien a ese puto, al puto de su amiguito Gustavo, y hacer que el puto se ganara la poronga que se quería morfar.

Lo miraba al puto con un gesto totalmente perverso, cínico, morboso, sabiendo que era el macho ganador, sabiendo cuál era el secreto de ese putito vicioso, bien degenerado, bien morbosito, bien enamorado de su machito el potro Sebastián.

—¿Así que te gusta olerme los calzoncillos, puto de mierda? ¿Así que te gusta andar chupándome los shorts, pedazo de puto degenerado, la putísima madre que te recontramil parió???

Gustavo lo miraba. Miraba esos shorts bajados, miraba esa poronga al palo, miraba desde abajo, sentado en su cama, cagado de miedo, muerto de la excitación, lo hijo de puta hermoso que estaba volviéndose su adorado machito Sebastián.

No sabía que decirle.

—Sabés que sos un puto degenerado, no?

Gustavo lo miraba en silencio. Humillado, avergonzado, sumiso, temeroso. Sin decir una palabra asentía con la cabeza.

—Confesate puto...

Sebastián se sonreía cínicamente: —Confesame toda la verdad, puto degenerado, putito turro, pendejito puto chupapijas... Explicame bien por qué carajo le afanabas los shorts y los calzoncillos a tu macho, putito... A ver, decimeló...

Gustavo no podía hablar. Simplemente no podía hablar. Ese era su secreto. Nunca nadie lo había desnudado así. Ese era su sucio secretito lujurioso de puto cachondo, degenerado... Su macho Sebastián se estaba poniendo hermoso pero lo estaba haciendo sufrir de veras.

Pero el hijo de puta hermoso seguía apuntándole con la verga en la cara, a milímetros de su nariz, de su boca... El puto Gustavo estaba enloqueciendo de sentir el aroma de esa pija lubricada recién por su baba de putito enamorado... Esa verga estaba palpitando, se veía hermosa, suculenta, lubricada, húmeda... dispuesta a satisfacerse escupiendo su espeso chorro de guasca en la cara de un puto... Debía confesarse el putito Gustavo si quería más poronga de su macho Sebastián.

—Quería sentir tu olor.... Tu aroma a macho. Quería agarrar uno de tus shorts y sentir el aroma de tu chivo, de tu cuerpo, de tu transpiración, de tus bolas... Quería chuparte todos los calzoncillos y deleitarme con el aroma bien de macho, ese olor profundo que tenés en las bolas y en la verga, ese calzoncillo que te había terminado de bajar una minita a la que le partiste la concha a porongazos, esa putita a la que le llenaste la concha con tu guasca haciéndola la hembra más feliz y mejor culeada del mundo... Ese olor que dejás en tus calzoncillos, Sebastián... Ese aroma profundo a macho que me hace sentir tan puto, tan, tan puto....

Gustavo mientras se confesaba lo miraba a su macho. Sebastián se sonreía ganador, canchero, complacido... Parecía que el putito Gustavo había hecho lo que correspondía hacer.

Pero Gustavo no podía más de la vergüenza. Se había confesado. Un macho hermoso, hijo de puta, del que estaba totalmente enamorado, con un hermoso short bajado entre sus piernas de varón brioso, lo miraba como disfrutando de haberle sonsacado su secreto de toda la vida, haber descubierto la degeneración oculta a su putito cachondo, muerto de amor... Moviendo despaciosamente la boca, como juntando un buen escupitajo dentro de su ancha boca de hombre ganador, su macho Sebastián le dijo:

—Mirá, puto, putito turro... Ya me di cuenta de que sos un putito que le anda chupando los shorts y los calzoncillos a los machos, okei... Para que sigas siendo un buen putito pajero, un buen putito cachondo que se consuela oliendo los shorts y los calzoncillos de su macho, te voy a regalar un short... Y te voy a dejar de recuerdo dos o tres calzoncillos de los que me afanaste, putito turro...

Gustavo lo miraba loco, emocionado, totalmente arrobado... No podía creer la estupenda generosidad de su macho.

Pero Sebastián ya no era el mismo. Lo miraba con un gesto de superioridad totalmente perverso. Algo bien jodido estaba tramando el hermoso hijo de puta, de eso podía darse cuenta el putito Gustavo... Lo miraba con una sonrisa bien perversa, bien de hijo de puta:

—Jajaja, pero con una condición...

Gustavo temblaba. Tenía miedo. Tenía cagazo. No sabía qué quería hacer su macho Sebastián con él, con su putito enamorado... Además, Gustavo era virgen. Nadie jamás le había roto el culo. Y tenía muchísimo miedo de eso Gustavo, de que el hijo de puta se zarpara y quisiera romperle el culo, quisiera darle garcha hasta matarlo...

La poronga de Sebastián seguía apuntándole a la boca y a Gustavo le costaba contenerse para no acercar el hocico y seguir metiéndosela toda en la boca, mamándosela, acariciándola y dándole placer en el glande, en el tronco, en las bolas, hasta recibir toda su ración de leche de varón...

—Te dejo el short y los calzoncillos para que te pajees, putito de mierda, siempre y cuando antes me laves bien el culo...

Y súbitamente, sin ningún aviso, agrega Sebastián: —Porque para eso sos puto. Un putito turro. Un enorme pedazo de putazo, putito enfermo...

Y con cara de asco le dispara en la jeta a su puto una escupida que le dio exacto en el centro de la cara, mojándosela toda: —Y ahora lo que necesito del puto, del trolo, del putazo degenerado que sos, es que me laves bien el orto, que este culo de macho anda necesitando un buen servicio de puto, ¿okei?

No esperó Sebastián que Gustavo respondiera. Ni siquiera quiso darle tiempo, ni convencerlo... Solamente quería que su puto le lavara bien el orto, se lo chupeteara bien, se lo dejara totalmente empapado de saliva de puto, un puto como el que tenía ganas de hacerse y que nunca había probado antes.

Inmediatamente se puso en posición en cuatro, como para ir a cagar, con la cara del puto prácticamente pegada a su culo, a milímetros nomás... apenas para que no se asfixiara el puto y se lo chupara bien el orto.

Gustavo, el putito, poco pudo hacer... Sabía que si quería ganarse el short de su macho, y los dos o tres calzoncillos que su macho le había prometido de recompensa, tenía que hacer lo que el macho mandase... Por otra parte estaba enloquecido de placer de sentir tan cerca el culo aromático, morocho, duro, velludito de su macho Sebastián...

Lo único de lo que tenía miedo Gustavo era de que su macho Sebastián se zarpara demasiado y se lo quisiera garchar. Terror tenía el putito Gustavo porque nunca antes le había dado el culo a un macho, tenía terror de que le rompieran el culo, por algún misterioso motivo de su inconsciente quería mantener el culo intacto, tenía terror del dolor, la humillación, el entregarse por completo a un macho... pero por lo visto eso no iba a pasar...

Y estaba totalmente loquito de las ganas de ganarse ese short de su macho, y esos calzoncillos... y apenas puso la lengüita golosa y juguetona en el ano abierto y palpitante de su machito Sebastián, Gustavo lo escuchó decir: —Y, como siempre, puto... Mientras me mojás bien el orto y me hacés un buen servicio en el culo, no dejés de tirarme de la goma...

Y empezó a relinchar y bufar como un loco Sebastián apenas sintió que la lengüita húmeda y poderosa de su putito entraba a juguetearle en el ano: —Ahhhhhhh, sí, qué buen puto.... Yo sabía... ahhhh.... yo sabía que para chupar no hay nadie mejor que un puto, ahhh... te voy a dejar toda la guasca en la jeta, putito, si te portás bien, si seguís chupando así de puto goloso el culo de tu macho... ahhh... no dejés de tirarme de la goma, puto...

Apenas daba abasto el putito Gustavo con semejante pedazo de tamaño de potro sentado sobre su cara de puto chupapijas y lameculos. Estaba como loquito del frenesí, estaba en plena gloria lujuriosa Gustavo porque además de chupetearle bien el ano, de masturbarlo a su macho Sebastián tirándole de la goma, sentía que ese cuerpo lo ahogaba, lo cubría por completo, y se dejaba acariciar por su puto, chupetear, lamer, oler, saborear, empapar... Su macho Sebastián también estaba como loco.

—Qué hijo de puta que sos, putito, qué pedazo de puto, cómo te lo estás morfando a tu macho.... Dale putazo, dale, morfate este culo de macho, chupátelo bien y no dejés de tirarme de la goma que te quedá sin regalito para pajearte después, putito turro, jajaja...

Lo masturba frenéticamente. Su mano estaba casi adolorida de agarrarle el henchido, suculento pene a su macho Sebastián, rebosante de guasca, lleno, voluminoso, y masturbarlo para que su macho gozara del servicio de su puto... Sebastián, su macho, ya tenía además el culo totalmente empapado, comido, culeado por la leguita ansiosa y golosa y traviesa de su putito, que le estaba dando el mejor servicio que un puto pudiera darle al magnánimo culo de su macho...

Sebastián no para de gimotear, bufar, relinchar, y por momentos dice: —Ahhhh, hijo de puta, eso, eso, damelá por el orto y tirame de la goma que te voy a dejar la jeta bañada de guasca, putito turro, jajaja.... ahhhh....

Cuando el putito Gustavo se hace ilusiones y está creyendo ya que su macho Sebastián le va a dejar toda la guasca en el pecho y en la cara, mientras él se deleita sorbiendo el aromático, profundo, fuerte néctar de su culo de macho, raudamente Sebastián se da vuelta y le mete de un sopetón, sin darle tiempo siquiera a respirar, todo el choto en la boca: —Dale puto, dale que mejor te la voy a dar por la boca la leche, , juaaa... seguí chupando bien a tu macho, dale puto, vos sabés cómo hacerlo...

Sebastián lo agarra brutalmente de la nuca a Gustavo y le ensarta toda la verga al palo en la boca. Empieza a mover la pelvis enloquecidamente, sin dejar de bramar para culearse por la boca a su puto, que está casi al borde de la asfixia...

—¿Querías el short, puto, no? ¿Querías ganarte los calzoncillos de tu macho, no es cierto, putito? Bueno, puto, entonces laburá, dale, seguí chupando, ganatelós los calzoncillos, putazoooo... ahhh...

Pero si bien el putito Gustavo se morfó la verga del mejor modo que pudo, poniéndole a su macho su carita mejor de putito enamorado, si bien le sobó bien las pelotas pesadas y henchidas de guasca a su macho... si bien hacía todo eso y estaba esperando ya el torrente voluminoso, chorreante, caliente de leche de varón inundándole bien la garganta, algo imprevisto ocurrió, para terror del pobre putito Gustavo...

Su macho raudamente pareció tomar una decisión, le sacó súbitamente la poronga de la boca a su puto, lo agarró por las patas y se las subió por sobre los hombros.

Con cara de macho soberano que acaba de tomar una decisión cagándose en la opinión de los demás, declaró bien hijo de puta: —Te la ganaste, puto... Quiero culear. Quiero culearme a un puto. No me voy de esta puta ciudad de mierda sin haberme garchado antes un puto.

Gustavo estaba tan cagado de miedo que al principio no atinó siquiera a gritar. Sintió que su macho con sus manos pesadas y callosas le abria brutalmente las cachas, se tiró una escupida en sus propias manos y ahora estaba untándole el culo para prepararlo algo antes de ensartársela.

—Nooooooooo, Seba.... Noooo, machito, por favor, por faaavorrrr te lo suplicoooo... El culo no, el culo nooo...

Sebastián apenas lo escuchó. Seguía escupiéndose en las manos, pasándole las escupidas por las cachas del culo a su putito Gustavo y farfullando como si hablara sólo para él mismo: —Te voy a culear... Como que sos puto te voy a culear y te voy a dejar más garchada que a una hembra... Yo no me voy de esta puta ciudad de mierda sin antes haber probado cómo es garcharme a un puto...

Gustavo estaba aterrorizado. Solamente atinaba a decir mientras las lágrimas le caían pesadas y raudas por la cara: —Te lo suplicoooo... Somos amigos, Seba, por favor, por favorrr... Quedate con tus shorts y con tus calzoncillos. Olvidemos lo pactado, loquito, somos amigos, perdoname de ser puto... Te juro, te devuelvo todos los calzoncillos, Sebastián, perdoname, perdoname... Pero el culo no.... El culo nooo.... te imploro, te suplico, el culo nooo...

Sebastián siguió escupiéndole en el culo y preparándole el orto. Únicamente le dijo: —Me cago en los calzoncillos, puto... Me chupan un huevo los calzoncillos, puto forro, lo que quiero ahora es culear, tirar guasca...

Gustavo pegó un alarido tan fuerte cuando sintió el primer cimbronazo de la pija en el culo que Sebastián lo miró loco de furia.

No estaba preparado el pobre culito del puto Gustavo. Nomás había entrado la cabeza, sintió que le laceraban las entrañas y el alarido que pegó le salió bien de adentro. Estaba aterrorizado. Lloraba sin poder parar: —Nooo, por favor, el culo noo, el culo noooo... Yo no soy así, macho, perdoname, perdoname... pero el culo nooo...

Sebastián lo miró con asco, sin piedad. Volteó un poco la cabeza para mirar la puerta de esa pieza de hotel. Tenía miedo que alguien hubiera escuchado el grito del puto. Con la verga al palo, con el puto subido a los hombros, pareció pensar un segundo y muy serenamente, pero con un dejo de desprecio muy profundo en la cara, le dijo a Gustavo: —Querías el short, ¿no?... ¿Eh, puto? Decime la verdad.... ¿Querés ganarte el short y los calzoncillos de tu macho, putito turro?

Gustavo no podía parar de llorar. Asentía. Pero también le dijo: —Pero te los devuelvo. Aunque me muera de la tristeza, perdoname Sebastián, te los robé de puro puto turro que soy, te los devuelvo, pero por favor por favor no me rompas el culo, el culo nooo...

El short de Sebastián había quedado tirado al borde de la cama. Su dueño lo miró tranquilamente. Enseguida volvió a mirarlo al puto Gustavo. Solamente dijo: —Okei, puto...

Lo liberó. Le liberó las piernas y dejó que Gustavo llorara mientras él se arrimaba en búsqueda de su short. Estaba completamente desnudo. "Está completamente hermoso el macho", se dijo a sí mismo el pobre putito Gustavo, sin poder parar de llorar...

Sebastián, desnudo, totalmente en bolas, se acuclilló un poco para agarrar su short. Seguía completamente al palo. Tenía un mástil poderoso, hermoso, fuerte, palpitante... Además un culo empapado por su puto, que Gustavo no pudo dejar de mirar sin suspirar...

Mientras Gustavo trata de serenarse, Sebastián se calza el short. El tamaño de su poronga creció tanto que el short parece a punto de explotar por la fuerza palpitante y dura de la verga. Con el short puesto, con la verga totalmente al palo, lo mira con desprecio al putito Gustavo, se lo baja apenas un poco el short, y deja de nuevo su verga hambrienta y dura en total libertad...

Sebastián lo mira con tanto enojo que Gustavo no puede dejar de musitar, repitiendo cada vez: —Perdoname... perdoname... perdoname...perdoname...

Gustavo casi no puede creerlo cuando ve que su machito Sebastián se sube tiernamente, en un ademán masculino, sereno y protector, se pone sobre él en la cama y le parte de un beso la boca. Le deja la boca totalmente empapada de su saliva, sin despegar del todo su cabeza de la de Gustavo, y le dice sonriente mirándolo profundo a los ojos: —No hay nada que perdonar, putito turro...

Se sonríe, le da otro beso, de nuevo le empapa la boca con su saliva de varón, y vuelve a decirle: —Nada que perdonar...

Se saca del todo el short su hermoso machito Sebastián. No entiende nada Gustavo qué quiere hacer su macho... Y el pobre putito, todavía con lágrimas en los ojos, solamente lo mira arrobado y enamorado. "Es tan completamente hermoso, macho, viril, masculino...", se dice a sí mismo, mirándolo a Sebastián...

Sebastián sigue besándolo cada tanto, mojándole con la lengua toda la boca, enchastrándolo de su saliva, y le dice: —Sos un buen puto, Gustavito... Un buen putito turro, jajaja...

Agarra el short y se lo empieza a pasar por la cara a su puto. Gustavo entra enloquecidamente en un frenesí sexual. Su macho Sebastián le está pasando el short por todo el cuerpo, el short con su aroma a macho, el short con el gusto y el sudor y el olor de su cuerpo...

Por momentos suplica el putito Gustavo y Sebastián, que es un macho bueno y conoce su secreto, le deja olerlo, chuparlo ese short... Pero al segundo se lo vuelve a correr y sigue deslizándolo por todo el cuerpo tembloroso y ardiente de su putito Gustavo... Se lo pasa por la cara, entre las piernas, por el culo y, cuando lo ve hecha una yegua enloquecida a su putito turro, vuelve a pasárselo por la nariz, por la boca... Gustavo está tan enloquecido que casi no se da cuenta de nada. Todo pasa en un segundo.

Le hunde su macho Sebastián el short en lo más profundo de la boca. De a poco el putito Gustavo se empieza a asfixiar. Sebastián entra a manejar el short sabiamente por la cara de su puto, para que no se ahogue del todo, para que cada tanto lo pueda oler, lamer, chupetear, saborear...

Pero cuando hace lo que hace, cuando empiece de nuevo a gritar su putito, el putito Gustavo estará ahogado por ese short que fue su perdición... Poco y nada podrá hacer cuando su macho Sebastián le levante de nuevo las patas, se las suba a sus hombros, le escupa el culo y... Tendrá el short metido casi hasta el fondo de la boca, cuando la verga asesina de su macho Sebastián entre a penetrarle definitivamente en el ano, empiece a clavarlo y atornillarlo en el culo, y nadie en el hotel lo va a poder escuchar:

—Nooo... El culo nooo.... El culo noooo...

Marianito

yorsitoblanco@yahoo.com.ar