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Cómo hice puta a mi tío Fabián

en Gays

Cómo hice puta a mi tío Fabián

para mi tío Lucho,

por todo lo que lo amo, por todas esas

cosas que quiero hacerle...

 

Había sido una noche bastante movida.

Y ahora estaba durmiendo como a mí me gusta hacerlo siempre. Un liviano slip blanco y nada más. Era pleno verano y el ventilador de techo me refrescaba el culito al aire, rebosante de guasca de macho bien culeador, y todo este cuerpito fatigado que esa noche había tenido que seguirle el tren a un macho divino que me había culeado tres veces, hasta las 4 de la madrugada.

Lo había levantado en un pub gay al que a veces iba. Me había metido en su auto, me llenó de chupones la boca y a los cinco minutos, yo ya estaba irresistiblemente atraído por una poronga al palo, bien lustrosa, bien al palo, y le abrí la bragueta del pantalón, después la del calzoncillo... Empecé a chupar, nos seguimos franeleando, estuvimos desesperados comiéndonos las bocas, ensalivándonos todo, abrazándonos y toqueteándonos los cuerpos... En poco más de media hora, los dos con pantalones y calzoncillos bajados, completamente al palo, resolvimos que si seguíamos así en el auto, aunque hubiéramos ido a una calle bastante desierta, corríamos peligro de terminar en un calabozo. Y ahí no íbamos a pode coger tranquilos.

Yo en el auto moría por seguir chupando esa verga. El calzoncillo de ese flaco había estado a punto de explotar y cuando mi lengüita traviesa y juguetona empezó a recorrerle la poronga para refrescársela y ponérsela totalmente a tope, el flaco se puso como loco de impaciente. Yo me había declarado adicto a esa verga, él no paraba de meterme dedos en el culo y yo ya lo tenía completamente dilatado... y hambriento, deseoso de que ese macho bestia me agarrara, me prepara un poco el ano y me lo desarmara con las embestidas de esa verga prodigiosa que tenía...

Así que, aunque parezca un tanto imprudente, resolví darle mi dirección, fuimos en el auto de él y...

Y tantas ganas tenía yo de que por fin me culeara el flaco de la poronga espléndida, dura y preparada como un mástil, que subimos a mi cuarto, nos acostamos en mi cama y estuvimos haciendo la guerra, el amor y todo el sexo del mundo hasta —como ya les dije— las 4 de la mañana.

Y me había cogido en todas las posiciones posibles: se acostó primero arriba mía hasta ensartarme el miembro al rojo vivo en el culo, después me hizo poner en cuatro, se levantó mis piernas sobre sus hombros, en fin... Se fue sin hacer ruido y dejándome sus tres escupidas consecutivas de guasca en el orto, como Pancho por su casa. Yo, por mi parte, estaba tan satisfecho pero tan exhausto y molido que no pensaba levantarme por lo menos hasta después del mediodía.

Al día siguiente cumpliría por fin mis primeros 21 añitos, y esperaba que el viejo se portara, que por fin me hiciera el regalo que le había pedido para esa fecha desde que había salido del colegio secundario.

Estaba profundamente dormido. No podía despertarme, pasara lo que pasara... Pero entre sueños sentía la voz de una mujer gritando con todas las fuerzas de sus pulmones, y además sentía algo pesado, muy pesado, que me quitaba fuerzas, que me quitaba la respiración... Me estaba ahogando. Qué fea sensación.

Por algún motivo no lograba siquiera abrir los ojos y sentía todo mi cuerpo inmovilizado por algo pesado que me capturaba y no me dejaba siquiera moverme, la asfixia estaba apoderándose de mí y no sabía qué carajo hacer. De nuevo escucho una voz de mujer bramando:

—Carlos, carajooo, decile de una vez por todas al nene que se despierte que viene la abuela a comer!!!

Y escucho la voz de un hombre gritándole desde lo más profundo de sus pulmones: —Ya vaaaa, mujer, la puta madre que te parió, ya vaaa!!!

Tarde me di cuenta. Apenas abrí los ojos me di cuenta qué era lo que me estaban haciendo.

Mi viejo se había bajado los pantalones, había sacado su poronga insaciable y hambrienta por la bragueta de su calzoncillo y me la estaba poniendo hasta el fondo de la garganta. Me había dado vuelta la cabeza y era todo su cuerpo el que me ahogaba, hincándome su verga impaciente y autoritaria para que su nenito puto se la chupara. El hijo de puta ni siquiera había tenido la delicadeza de despertarme.

—Dale, Marianito hijo, chupaselá un ratito al viejo antes que la vieja se avive, nene...

—Viejo, hijo de puta, pero yo...

—Tomáááá, nene, tomááá...

El hijo de puta la había sacado solo un segundo para darme un respiro pero volvía a arremeter y me la estaba hundiendo de nuevo. El hijo de puta cuando se pone al palo es capaz de los peores abusos. Yo tenía mi nuca sobre la almohada, me costaba respirar y el viejo se había arrodillado sobre mí, me inmovilizaba los brazos con sus piernas macizas, peludas y fuertes y yo me agarraba como podía, para no ahogarme, de su cadera, con el calzoncillo blanco reluciente totalmente puesto, por cuya bragueta salía la poronga caliente y deseosa de un nene puto que se la refrescara.

Hice como pude para sacar la boquita una vez más. Se la mordí para que me liberara un segundo, y yo pudiera tomar aire. Aproveché para decirle, mientras me puteaba:

—Marianito, concha é tu madre, cómo le hacés eso a tu viejo, pendejo de mierdaaaa...

—Sos un pelotudo, viejo... Cómo me vas a despertar así, forro!

—Bien que la venias chupando, pedazo de puto, qué mierda te hacés la puta ofendida ahora...

Le agarré la poronga de nuevo y seguí chupeteando. Obvio que me encantaba. La garompa de mi viejo es dura como un fierro, bien lechosa, te surte de guasca hasta el fondo del estómago cuando al final te la escupe. Pero que a mí me gustara transar con mi viejo no le daba derecho al hijo de puta para que me despertara así.

Seguí chupeteándole las bolas y el palo un buen rato pero el hijo de puta la quería larga esa mañana, parece... Al rato se escucha de nuevo la voz de mi vieja:

—Carlos, la puta madre que te parió, pelotudo, podés despertarlo al nene de una vez por todas... Decile que está por llegar la abuela.

—Ya vaaaa, concha é tu madre... Sabés que este hijo de puta no se levanta más...

—Despertarlo al nene Carlosss!!!

—Ya vaaaa, carajooo!!!

Yo mientras tanto seguía dándole buenas chupaditas al caño de mi padre. Ahora estaba hambriento. Y el hijo de puta hermoso encima, mientras le respondía a los gritos a mi vieja, me estaba martillando la garganta. Me había agarrado de la nuca y me la sacaba y ponía todo el tiempo, como cogiéndome por la boca. Me estaba mandando una bucal de la putísima madre esa mañana.

Mi viejo está muy bueno, pero muy bueno. De verdad. Es un potro hermoso el hijo de puta, y sabe coger mejor que nadie. Me encantaba ser su nenito puto.

Pero ahora al yeguo hermoso de mi viejo se le estaba dando por someterme a un interrogatorio, pese a que ni me dejaba responder, esclavizándome como estaba con su poronga fifándome por la boca hasta hacerme ahogar.

—¿A quién trajiste anoche, pedazo de puto? ¿Andás cagándolo a tu viejo, pedazo de puta cagadora de mierda? ¿Quién te garchó, Marianito hijo de puta, quién mierda fue?

Saqué un ratito la boquita y lo miré con mi carita más linda de nene puto: —No te enojes papi. Era un machito lindo. Pero ni en pedo es macho como vos. Macho macho bien macho como mi papi no hay.

—Sí, pedazo de puto, a todos los chongos debés decirles lo mismo... Dale chupá, Marianito, dale o te reviento, concha é tu madre... Llega entrar tu vieja ahora y nos ve y cagamos los dos.

Cuando le agarré con la boquita de nuevo la verga, hice mayor presión en la succión con mis labios a la altura del glande. Si bien tenía ganas de estar más tiempo con el yeguo de mi papi, era cierto que si entraba la vieja la cosa iba a ponerse negra.

Pero me salió el tiro por la culata. El hijo de puta al rato se calentó tanto que empezó: —A ver, Marianito, a ver... Dale levantate mi amor, dame el culo, el culito, nene, dale, dale que lo hacemos rápido...

—Noooooo, viejo, estás en pedo, ¿cómo me vas a coger ahora, boludo...? ¿Y si entra la vieja?

—Dale, forro, soy tu padre, por la puta madre que te remil parió dame el culo. Levantá las patas, dale que es una garcha rápida, carajooo...

—Ahhhhhhhhhhhh...

El hijo de puta me había levantado las patas y se las había puesto sobre sus hombros. Ya me estaba cabalgando. Ni siquiera me había untado el orto. Dolía como la putísima madre. Tenía ganas de gritar. El culo ya lo tenía dolorido de tanto pijotazo y tanta garcha. Imagínense encima ahora.

—Callate, la puta madre que te parió, pendejo de mierdaaa, querés que tu vieja se entere, forro?

—Aahhhh, hijo de putaaa, me estás matandooo...

Me ensartaba ese fusil asesino hasta el fondo del ano el hijo de puta, como si me lo hubiera preparado... Lo quería matar. Era un abusador. Siempre lo mismo.

Pasa que garcha muy bien el viejo. Si no me culeara tan bien lo mandaría a cagar, pero es medio irresistible el hijo de puta. Cada día culea mejor y cada día esta más hermoso. Por eso se abusa. Se sabe ganador desde el vamos.

—Dale, abrí los cantos, Marianito... Dale que vos ya sabés, Mariano, hijo de putaaa, no es la primera vez, carajooo...

—Aahhh... ahhh....

—¿Así te la dieron anoche, eh?... ¿Así te la dieron, yegua puta cagadora de tu viejo? Respondé, pendejo de mierdaaa!!!

—Aaahhh...

Me agarraba de las patas y volvía a arremeter hundiéndome toda la verga al palo hasta el fondo del culo cada vez que me preguntaba.

—¿Así garcha el pendejo puto que trajiste anoche, Marianito hijo de putaa?? ¿Así, así te gusta que te la dén, putazo? Aprendé lo que es un verdadero macho cuando se pone a garchar, pendejo malcriado, tomááá!!!

—Viejooo, pará, me vas a matarrrr, ahhh...

Nada. Obvio que no paró. Al rato ya me había escupido la guasca hasta el fondo del orto. Me había asesinado el culo hasta partírmelo en cuatro.

El hijo de puta terminó de escupirme por popa su bendito semen justo cuando se avecinaban los pasos de mi impaciente y colérica madre. Y yo chorreando leche de mi viejo por los cantos del culo. Salí disparando y me metí directo en el baño de mi cuarto, cerrando la puerta por adentro. Mientras salía disparando de la cama vi por el rabillo del ojo que mi viejo también se había dado cuenta y ya estaba calzándose de nuevo el calzoncillo. El resto era levantarse el pantalón y acomodarse la camisa. A los dos segundos, ya encerrado en el baño, escucho que abre la puerta de mi habitación.

—Carlos, ¿lo despertaste al nene?

Mi viejo se tiró en mi cama fingiendo cansancio. La miró bien amargo a mi vieja: —Concha é tu madre, el pendejo salió igual que vos, puta madre que te parió, cuesta un triunfo despertarlo al hijo de puta ese...

Me metí en la ducha justo mientras escuchaba que del otro lado de la puerta mi vieja sale de mi cuarto diciéndole a mi viejo:

—Ay, Carlos, sos un guarango... Cómo le decís así al nene que es un angelito.

Y cerró la puerta.

Cuando salí de la ducha ya más refrescadito y aliviado, mi viejo seguía reposando en mi cama.

Me miraba fiero: —¿Cómo se llama tu machito nuevo?

—Ufa, viejo, no rompas las bolas. No pasa nada. Es un forro. Me culeó un par de veces y se fue. Cero historia.

Pareció creerme y tranquilizarse: —Vení, Mariano... Vení. Dejame mirarte. Estas cada día más grande. Quería decirte feliz cumpleaños.

—Sí, viejo, ya me di cuenta que viniste a saludarme... Todavía me duele, puta madre que te parió... Me rompiste el culo en cuatro, hijo de puta.

—No le hables así a tu padre, pendejo irrespetuoso, mal hablado, concha é tu madre...

Sin interrumpirse, siguió: —Oíme, hijo. ¿Por qué no me das un chuponcito? Dale, uno solo... Dale que tengo el regalo para el nene.

Yo lo miré decepcionado. Obvio que me gustaba el hijo de puta. Pero la verdad ni las más putas ganas tenía ahora de enchufarle un beso en la boca al desgraciado. Y es que si decía que tenía el regalo, era obvio que el auto no era. Debía ser alguna que otra boludez, y yo lo iba a mandar a cagar. Yo quería el auto, y se acabó. Estaba podrido de que me siguieran tratando de pendejo. Lo miré con muy mala cara:

—El auto no es, viejo... Sos un cagador. Me fallaste. Me habías prometido.

Mi viejo me miró con una sonrisa cínica: —El auto podés tenerlo en la semana, cachorro lindo, si sos buena puta y atendés bien a tu viejo... Pero, vení, vení que tengo otra cosa. Vení. Besame las bolas, después un buen chupón en la boca que te cuento el regalito. Dale. Vení. Mirá, boludo, no te estoy cargando...

Medio como de mala gana me acerqué. Le besé las bolas sobre el bulto del lompa, aparentemente tenía la verga ya un poco más calma y sosegada. Le enchufé un besito bien mojado en la boca y le pregunté:

—¿Y qué es?

—Mirá, nene, la cosa es así. Hagamos rápido que está por llegar la conchuda de tu abuela. Este es un trato entre hombres, ¿okei?

—Pará, viejo, pará... Ya no soy un pendejito boludo. Quiero el auto, okei?

Me miró canchero: —Y estás dispuesto a ganártelo, no?

Lo miré serio: —Obvio. Siempre y cuando no te abuses, viejo degenerado.

Se rió y me dijo: —Mirá, Mariano, la cosa es simple. Tu viejo necesita que le hagas un favor. Si me lo hacés y volvés a la noche con el favor hecho para tu padre, te llevás una buena comisión. Y la semana que viene tenés el auto a tu nombre. Como que me llamo Carlos.

—¿Estás seguro, Horacio?

—No te hagas el vivo con tu padre, pendejo irrespetuoso, concha é tu madre... Mirá. La cosa es así.

Sacó unos papeles del bolsillo interno de su saco y me explicó bien clarito: —Tenés que ir a verlo al puto de mi hermano. ¿Te acordás del tío Fabián?

—Ufaaa, viejo...

—Pará, pendejo malcriado, pará. Primero escuchá a tu padre, carajo. Acabamos de vender una propiedad de familia y le tengo que dar al puto ese su parte. Yo con tal de no verlo soy capaz de pagarte el favor, okei? Vas a verlo, son cuatro horas justo de ruta si vas tranqui con la moto. Volvés a la noche, le dejás el cheque y me traés el recibo de que el puto te firmó. Con eso solo te ganás 2 luquitas. ¿Querés, nene?

—¿Y tengo que hablar mucho con el viejo ese, che?

—No, forro, no es un viejo. Si es mi hermano menor. Es todavía más joven que tu macho, pendejo malcriado, cómo vas a hablarme así...

—Bueno, tá bien, tá bien... Trato hecho. ¿Pero el auto cuándo?

Me miró y empezó a toquetearme de nuevo: —Y.... Podría ser la semana que viene. Nos vamos un par de días solitos a la isla privada del Tigre, nos relajamos un poquito, vos atendés bien a tu macho y yo te hago la solemne entrega de las llaves.

Me puso de nuevo la mano sobre su bulto y me miró fijo: —¿Querés, Marianito?

Me tomó bien firme de la barbilla y me inyectó una mirada muy seria en los ojos: —Pero ojo, eh? Quiero garcha ilimitada, entendido? Nada de andar mezquinándole ese culito al viejo, eh? Y nada de andar putañeando por ahí, entregándole el culo vaya a saber a qué extraños.

—Okei, viejo, trato hecho. Dale. Bajemos que ya llegó la vieja de mierda. Hay que morfar y yo tengo que apurarme para ir a ver al coso puto ese...

***

Efectivamente, había venido la abuela para morfar ese día. La cotorra esa no paró de hablar todo el almuerzo, y encima mi vieja en algún momento sacó el tema de conversación de mi cumpleaños, de mi regalo, del auto... Mientras ellas hablaban y yo trataba de seguirles el tren fingiendo compostura y cambiándoles el tema, mi viejo aprovechó para que, sin que ellas se dieran cuenta, andar manoseándome todo el tiempo por debajo de la mesa, poniéndome la mano sobre su bulto, haciéndome ojitos y gestos obscenos con la lengua todo el tiempo. En un momento hizo como que se le había caído la servilleta, se baja para recogerla y, mientras no le veían la cara, me dice al oído: —Cada día más grande y cada día más lindo, mi nenito puto, mi Marianito... Preparate Mariano, cuando vayamos a la isla te voy a dar garcha dos días seguidos sin parar.

Pero, bueno, yo tenía que irme. Fui al garaje a preparar mi moto, mi viejo me había acompañado, seguía cada tanto metiéndome manos en el culo y chupones en la boca, y en un momento yo le pregunto: —Che, viejo, ¿por qué le decís puto a tu hermano, al tío Fabián? ¿Es trolo?

Mi viejo respondió, como siempre, enigmático y lacónico: —Es un pelotudo el coso ese.

Las indicaciones que me había dado mi viejo para llegar, como siempre, estaban para el culo. Según él, si agarraba la moto y le metía tranqui como yendo hasta Mar del Plata y después hacía un desvió así y asá, estaba en menos de 4 horas. Pero el desvío ese no era el correcto, y me volví loco tratando de hallar el camino indicado para llegar al pueblo de mierda ese donde vivía mi casi desconocido tío Fabián. La última vez que lo había visto fue en una fiesta de familia y yo debía tener 11, 12 años. Ni me acordaba.

Encima hacía un calor de la putísima madre. Yo había tratado de ponerme un jean, una camisita liviana y una campera de cuero, que me gusta para hacer facha, pero con la idea de tenerla por si después refrescaba o algo así. Pero entre las cuatro dosis de guasca que me habían inyectado dos machos en un período menor de 24 horas, que no había dormido prácticamente nada y el calor de la putísima madre que hacía, mandé todo a la mierda. Al final antes de salir metí en la mochila un jean, un par de remeras y la campera. No sabía cuánto tiempo me iba a llevar ese trámite de mierda. Salí nomás con un yorsito azul y una remerita blanca, de mangas cortitas, tan liviana que casi ni se sentía. Igual me cagué de calor. Tenía el culo a la miseria, porque al margen de todo esto, de las cuatro garchas que me habían metido, ni una había podido eyacular, entonces estaba con el culo que era un flan y una temperatura interna en las bolas que era capaz de cogerme a una monja. Y encima ese calor de mierda...

Finalmente, llegué. Al final se habían hecho como las 7 de la tarde. Y era cierto nomás lo que mi viejo decía. El pueblo ese era una mierda. La poca gente que andaba circulando por ahí, por esas calles de pueblo totalmente apagado, me miraban como si yo hubiera caído de otro planeta. Al rato me di cuenta de por qué. Se me notaba mucho que era un pibe de ciudad, y encima contrastaba demasiado con los chaboncitos que debía haber ahí. No solo por la ropita, demasiado selecta y modernosa, los anteojitos de sol y todo eso, sino por la moto misma, que era un sueño por lo visto para un par de chabones que me cruzaron por ahí. Encima, por si no les dije, y aunque me acusen de inmodestia y de agrandado, debo reconocer que soy un chaboncito muy vistoso, lindo en serio. Jajajá, soy un lindo guachito, qué le voy a hacer.. Encima yo andaba en esos shorcitos mostrando unas piernas musculadas y bronceadas, una brazos torneaditos, una linda carita de nene bacán con anteojos oscuros, toda esa onda. Sobre todo el culo. Yo siempre digo que mi onda le debe resultar medio irresistible a algunos porque a este cuerpito que Dios me ha dado, hay que agregarle un culito que es una delicia y una carita de nene puto que es la perdición de varios machos, jeje...

Igual me divertí un rato en ese pueblo antes de ir para lo del tío Fabián. Les cuento.

El tío es director de colegio en el turno mañana y tarde de un colegio de varones. O sea que el macho estaba trabajando todavía, y si yo esperaba un poco, según me dijeron en ese bar del pueblo, ya lo encontraba de vuelta en su casa. O sea que me pedí una cerveza, un sánguche y me senté a hacer tiempo.

Cerca de mi mesa, a metros nomás, había un grupito de tres chabones en el pueblo. Debían tener mi edad. Yo internamente me cagaba de risa, porque veía que los chabones no me sacaban los ojos de encima y se la pasaban murmurando entre ellos. Había uno un particular, que me partió el culo en cuatro de las ganas. Era un macho bien guaso, bien morocho, de aspecto medio aindiado, que debía hacer un trabajo bien físico, según podía notarse en ese pedazo de cuerpazo de macho que tenía, y el tipo no me sacaba su cara bruta de macho guaso de encima. Y se la pasaba murmurándole cosas a sus dos machitos amigos. Para divertirme un rato nomás, aparté un poco la mesa de la silla, para hacer espacio, y que me vieran. Empecé a mover un poco las patas, para que me vieran el yorsito y todo lo de abajo en todo su esplendor. Todo esto, sin sacarle la vista del bulto a ese negro bruto que estaba magnífico en su belleza tosca y guasa.

Como supuestamente era por el calor, hice como que me rascaba las bolas, metí mi mano dentro del yorsito, aflojé todavía un poco más mi slip blanco, que siempre es medio flojito, y dejé que los muchachos se divirtieran un poco con el nenito puto recién llegado de la ciudad. Cuando el negro empieza a chuparme con los ojos las piernas, todo el cuerpo y la suculenta superficie que se refrescaba dentro del aflojado yorsito, lo miro con total desfachatez y me paso la lengüita por los labios.

Cosas que uno hace para divertirse, juaaa... Igual me habría dejado garchar por el negro, obvio. Ese bestia cuando te agarraba te debía partir el culo en mil pedazos. Debía ser una gloria el semental ese.

Pero, bueno, finalmente llegó la hora. Pagué mi sánguche, mi birra y agarré la moto de nuevo para el tramite plomo de ir a verlo al coso ese de mi tío como me había pedido mi viejo.

La cosa es que yo ardía. Literalmente, quiero decir. No solo por el calor. Tenía unas ganas de cojer imparables. Me habían dado garcha y guasca cuatro veces, yo debería estar contento pero la verdad es que tenía ganas de seguir. Insisto: así como me sentía, me cojía lo primero que se me cruzaba. Me estaba poniendo guarrito, me estaba poniendo loquito, yo me conozco, tanto es así que me dije: —Che Mariano, tranqui, total a la noche tenés fiestita de cumpleaños con los amigos y seguro te terminan fifando de nuevo.

Cuando lo vi por primera vez, yo no sé si es por la calentura briosa que tenía encima, por esas ganas de garchar que hacían que el shortcito me brincara entre las piernas como nunca, o si es porque efectivamente el macho tiene lo suyo... O qué sé yo. Cosas que nunca terminaré de entender. La cosa es que el tío Fabián me pareció mil veces más interesante como hombre de lo que yo hubiera supuesto nunca.

No es un macho divino. Pero a su manera créanme que es hermoso. Sobre todo por lo viril, lo masculino. De más joven debe haber sido un buen yeguo. Debe haber sido medio deportivo, con ese cuerpazo medio rugbier que tiene: buenas patas, pecho velludo, brazos bien armados, buena caja torácica. Sobre todo la jeta. Tiene una cara de macho bueno, bien macho, que te deshacés de amor... Igual, no sé... Ahora que lo pienso, se me ocurre que la veterana madurez a la que estaba llegando —el chabón debía andar por los 44, 45— lo hacía un mejor macho, más deseable que cuando era más joven. No se parecía mucho a mi viejo. Mi viejo tiene cara de hijo de puta. En cambio, al hermano, a mi tío Fabián, le ves esa jeta de macho buenazo y cálido y ahí nomás le querés partir la boca de un beso.

Debía medir 1,80, más o menos, y tenía un cuerpo bien equipado. Buenas gambas, sobre todo. Culo bien parado, medio grandote, culo tipo macho rugbier, con ancas y caderas bien marcadas, todo bien velludo. El bulto genital marcaba bien, yo calculaba unos 17 cm. Sobre todo buenas pelotas, bien abultadas, debía tirar buena guasca abundante el macho cuando cojía.

Todo esto me di cuenta porque justo cuando llegué el tipo andaba medio en cueros. Todo ese cuerpazo grandote y fornido enfundado solo en unos sobrios shorts azules. Nada más. Inclusive descalzo, andaba mirando unas cosas en el jardín que tiene en la parte de delante de su casa.

Cuando me vio a la entrada, tenía que recorrer varios metros para llegar a la puerta y atenderme. Yo veía que el chabón miraba extrañado, correcto pero muy serio, con el ceño algo fruncido. Acuérdense: Yo ya venia guarrito, zarpado. Tenía ganas de coger, de tirarme un buen polvo y justo me vengo a encontrar con un tío desconocido que me estaba calentando de nuevo el apetito sexual. Como el tío Fabián venía mirando demasiado serio, resolví poner actitud bien nene simpático y encararlo con alegría:

—Hola, tío!!! No me reconocés?... Jajajaja, tan cambiado estoy? Soy Marianito! Mariano, tu sobrino, tío Fabián!!!

Yo no sé si el tipo sabía algo de mí, quiero decir, si mi viejo le había avisado de algo. Parecía que no. Igual su actitud cambió completamente. Me dio un abrazo y un apretón de manos, bien cálido, bien fuerte, masculino, que el hijo de puta ni se imaginaba cómo me puso. El culo me quedó palpitando. La verga se me puso al palo y yo no sabía cómo carajo disimular, si no me había puesto nada más que ese yorsito liviano, bastante sueltito... Si seguía abrazándome y dándome esos besucones en las mejillas de macho familiero y medio paternal, si seguía así insistiendo, jeje... yo al tío Fabián me lo iba a garchar ahí nomás, a la vista de todo el pueblo...

Igual, onda nada que ver el flaco. Quiero decir: Si era puto, o mejor dicho, si ya se lo habían cogido antes que yo, la verdad ni se le notaba. Lo veías en la calle y hasta te parecía un tipo casado, cuarentón atractivo pero demasiado serio, un tipo correcto, considerado, respetable... Jamás te habrías imaginado que se ponía tan puta cuando le daban verga al tío.

Hablamos un par de boludeces. Pareció tranquilizarse cuando le dije por qué venia. Yo siempre supe que con mi viejo tienen una mala onda de añares. A medida que proseguíamos la conversación, sentados los dos en shorts, en el living de una casa solariega, amplia, luminosa, bien señorial, yo veía que iba a ser difícil entrar en confianza. El tipo parecía demasiado reservado. A lo mejor eso era porque el tío Fabián siempre esconde una timidez de la puta madre. Así como lo ven, con ese cuerpote y ese porte tan masculino, el tipo en el fondo es tímido, inseguro y le cuesta entregarse. Jejé, eso sí, una vez que le diste buena garompa por el culo, cuesta reconocerlo, juaaa... Es más puta que las gallinas el tío Fabián.

Igual ya me incomodaba la conversación. Iba menguando demasiado, no sabíamos que decirnos. La cuestión era que yo ya debería estar pegando la vuelta. Pero la verdad no tenía ganas. Tenía ganas por lo menos de tantearlo un poco al tío, ver qué onda, por lo menos hablar un cacho de algo que me calentara pensando en él y viéndole ese cuerpo machote, velludo, fornido y medio osuno...

Esos shorts le quedaban de la puta madre. Partía la tierra el hijo de puta, estaba un yeguo hermoso y yo ya me estaba poniendo loquito de nuevo. Tuve una súbita idea. De esas peligrosas ideas que se me ocurren cada tanto de tan nenito puto que soy, jeje...

—Che tío... Demasiado tranqui este pueblo, ¿no? Quiero decir... ejem... Vos sos soltero, ¿no? ¿Hay buena garcha por acá?

El tipo es como que se cerró frente a la pregunta atrevida de un sobrinito que apenas conocía. Igual yo me había dado cuenta de que, disimulando, con la excusa de ir a la cocina a traer café, con la excusa de correr algo en la mesa, el tipo con la mejor pericia del mundo me echaba unas miradas al bulto, a las gambas y al yorsito que se le notaba que estaba poniéndose cachondo el puto.

Me respondió algo como para zafar. Y como no tenía la más puta idea el tío Fabián de lo hijo de puta que podía ser el sobrinito puto de la ciudad, yo seguí mi onda:

—Che, tío... yo decía porque... ejemmm... o sea... estamos en confianza, ¿no? Podemos hablar algo entre varones... onda, digo... Con confianza, ¿no?

Ahí el tipo se ve que se le despertó la curiosidad. O el instinto de tío, qué sé yo... pero cuando le dije que era un mambo mío, que me pasaba algo y necesitaba un consejo, el tío Fabián pareció alegrarse y ponerse totalmente dispuesto.

—Nada, tío Fabián... Pasa que.... O sea.... Cumplo 21 años, ¿viste? Justo hoy, quiero decir... Y me vine desde la casa de mi viejo hasta el orto del mundo, casi sin dormir... y la verdad... la verdad... bah, no sé si decirte tío... me da vergüenza...

El tío Fabián aprovechó para felicitarme por el cumpleaños. Calurosamente me instó a que le confiara lo que me estaba pasando. Él mismo me dijo: —Acá estamos entre hombres, Mariano, quedate tranqui. Decime lo que te pasa y tu tío Fabián te va a ayudar cuanto mejor pueda.

Siempre habla así el coso, es re correcto, re sobrio, cuida las palabras. Es profesor de literatura el putazo de mi tío Fabián, jaja...

—Nada, tío... No sé si será la onda... el día, qué sé yo... la emoción de saber que estoy poniéndome adulto, que la vida cambia, toda esa onda, viste... entonces como que estoy al palo.... bah, jajaa, ya está. Te lo dije. Me pasa eso. Estoy al re palo. Tengo ganas de coger, tío Fabián. Así como me ves yo todavía soy virgen. Un quemo, ¿no? Pero, bueno, qué le voy a hacer...

Empecé a delirar: —Yo sé que estoy lindo... bah, creo... ¿no? ¿A vos que te parece?

El tío Fabián no sabía qué decirme. Yo me cagaba de risa y me costaba disimular, hacer de nene tímido e inseguro...

—Bueno, Mariano, yo creo que teniendo en cuenta tu edad, bueno, tu aspecto es saludable... es... quiero decir...

—Bueno, tío Fabián... igual onda como que quiero garcha, ¿viste? Quiero ponerla. Nada... qué se yo.... Yo pensaba... cuando vaya a verlo al tío Fabián...

El tipo puso cara de susto. Yo ya veía que era difícil. El tipo tiene una inseguridad, una timidez y un miedo a todo que hay que andarse siempre con muchos cuidados.

—Nada, pensé... Che tío Fabián... Pregunta de onda, ¿eh? Batime la justa.... Vos cuando tenías mi edad, ¿le dabas muy duro a la paja? Porque yo... eh... jajaja... yo ando masturbándome todo el santo día, tío...

Ahí el tipo se soltó. Me habló tanto de que era perfectamente normal, de que no me hiciera rollo, que hasta llegó a confesarse que sí, que era muy pajero. Frente a mi mirada incrédula, dijo que no solamente cuando era pibe. Ahora también. Y sí, era cierto, agregó, el pueblo no ofrecía muchas posibilidades.

—Llegó tu hora, Mariano —me dije a mí mismo. —Ahora o nunca.—

La cosa es que tuve que seguir engañándolo un rato al tío, porque estaba duro, no parecía muy convencido... Me bajé de sopetón todo el short y el slip, todo de una, y dejé al aire mi pobre verga hambrienta, al palo con sus 18 cm., lustrosa, caliente, y con ganas de que alguien me chupeteara un rato el palo. Pero tenía que andar con cuidado si la quería sacar buena puta al tío Fabián.

El tipo quedó impactado. Para que no se cagara demasiado, fingí la pregunta: —Tengo la pija muy chica, ¿no tío? Para mí que ninguna minita me va a querer porque soy casi castradito, tío...

Me costaba como la puta madre no cagarme de risa. Sobre todo por la cara del tío. Estaba impactado. A él también le costaba un toco disimular. Se le estaba haciendo agua la boca. El tipo empezó a moverse farfullando excusas incomprensibles. Entonces yo me hice el inseguro e insistí en que mi pija era chica. El tipo empezó a balbucear que no, que en realidad... ejem... que, bueno... que más bien todo lo contrario. Como yo me hacía el incrédulo, hice como que tomaba la decisión y le bajé de un sopetón el short a él:

—No te creo nada, tío Fabián... para mí que esto lo decís para consolar a tu pobre sobrinito desesperado.

Ahí el pobre tío Fabián se quedó demudado, tembloroso, sin saber qué hacer... yo me cagué de risa. El tío estaba totalmente al palo. Y no es joda. Su poronga es hermosa, bellísima, bien suculenta pero al lado de la mía, es un maní, jeje...

Igual parte de la historia era cierta. Yo, de un lado en particular al menos, era virgen. Solamente mi pobre culito sabía lo guarros que se pueden poner los machitos cuando quieren trincar y hacerse un culo...

Más todavía me costó convencerlo al tío Fabián de lo que finalmente hicimos. Quiero decir: Empezamos masturbándonos. Masturbándonos mutuamente.

No había otra manera. El tipo se cuidaba demasiado, se cagaba ante cada boludez medio osadita que yo pudiera proponerle. Si quería cogérmelo y desvirgar de una vez por todas la verga con ese machito espléndido de mi tío puto, tenía que ir con cuidado. Paso por paso.

La cosa es que finalmente yo me hacía el tímido. Onda el nene tímido y risueño que necesita desahogar sus pesares con el tío. Entonces le dije que si estábamos en confianza, yo le confesaba que no podía más. —Tengo que tirar guasca ahora mismo, si no me voy a morir tío Fabián, le dije. El tipo como que quería tener actitud de tío piola, buena onda y comprensiva. Y yo me abusé, jeje...

—Si estamos en la misma, tío Fabián, le dije, nos pajeamos los dos. Con el viejo no puedo hacerlo. Quiero ver, quiero que me enseñes cómo tengo que hacer para que la verga no se me arruine y pueda fifar bien cuando tenga que culear. No quiero llegar con la pija arruinada, tío Fabián, le dije. Yo me cagaba de risa por dentro, pero me hacía el pobre nene desesperado que no tenía a quién pedirle consejo.

Igual cuando empecé a masturbarme, los dos con los shorts bajados, sentados uno al lado del otro, el tío Fabián medio como que no largaba prenda. Estaba muy cagado. La poronga se le había bajado. Miraba atentamente, como queriendo fingir compostura, cómo su sobrinito se pajeaba tranquilamente al lado suyo. Cuando yo veía que el hijo de puta estaba desesperado, que no estaba convencido, de sopetón le agarré la verga y le dije:

—Cambiemos posiciones, tío Fabián. Vos pajeame a mí y yo a vos, ¿dale?

Obvio que no quiso pero ni tiempo que le di. Cuestión que a los pocos minutos el tío Fabián estaba completamente desnudo. Su cuerpo osuno y grandote se había sentado más cómodo en el sillón, su sobrinito lo pajeaba tranquilamente, me agarraba bien de la poronga y me la masajeaba muy bien el hijo de puta, mientras yo me hacía el nenito desesperado y, poco a poco, empecé a manosearlo.

El tío Fabián estaba poseído por un tranquilo éxtasis sexual, tanto que casi ni cuenta se dio. O al menos no hizo nada para apartarme. Poco a poco, fui arrinconándome contra su cuerpo; poco a poco, fui dándole besitos. Primero en las mejillas. Después, como quien no quiere la cosa, en el pecho, en el cuello, en las tetillas. En un momento el pobre tuvo un sobresalto. Su sobrinito Mariano le estaba dando un infartante, húmedo, cachondo, espeso beso en la boca. Movió el culo bien rápido para moverse y alejarme:

—¿Qué hacés, estás loco vos???

No le dejé responder. Manos a la acción, me dije. Si no con este boludo voy a estar hasta la madrugada y no me lo voy a poder culear, me dije. Así como estaba bajé la cabeza y me enchufé toda su poronga en la boca. El tipo se resistía, cada tanto me amenazaba onda:

—Hijo de puta, malcriado, pendejo malcriado... Salí de ahí, carajooo... Salí de ahí o te surto, pendejooo...

Pero obvio que no le largué la poronga ni en pedo. Cuando mi lengüita golosa, mis labios traviesos empezaron a sentir que esa verga brincaba, que por dentro estaba preparándose una leche bien espesa, caliente y lista para escupírmela toda en la boca, lo agarré de sopetón de la cara, no le di tiempo y le enchufé otro beso en la boca, mientras ahora le agarraba de nuevo la poronga con la mano y con la otra, entraba a masajearle el culo.

—Siempre te tuve ganas, tío Fabián... Siempre, siempre, siempre... siempre me volviste loquito, tío Fabián, desde que era nene, siempre quise estar con vos... quiero ser tuyo....tu machito, tu nene...

Yo no sé si era porque el tío temía que si no me dejaba seguir la cosa iba a pasar a peores, o si era porque efectivamente estaba poniéndose como a mí me gusta, bien putito cachondo, la cuestión es que finalmente no me interrumpió más... y a los dos minutos le estaba besando la boca y metiéndole la lengua hasta el fondo, mientras mi mano seguía hurgando en su culo grandote metiéndole de a poco uno, dos, tres dedos...

—La cosa es que te voy a tener que garchar, tío Fabián... te quiero coger. Si no te garcho ahora mismo creo que me voy a morir de la tristeza.

El tipo se hizo el ofendido. Es como si rápidamente hubiera despertado a la conciencia. Se levantó y me dijo que era un degenerado, que me fuera inmediatamente de allí. Amenazó con echarme como si yo fuera un perro sarnoso.

Pero yo sabía muy bien que no era un perro sarnoso. Era otro tipo de cachorro. Era el pendejito culeador que lo volvía loquito de puto a mi tío Fabián. Se le notaba en la cara. Y en el culo, en ese culo húmedo, tembloroso, palpitante, deseoso, sobre todo en el fondo de ese varonil, aromático culo se le notaba al tío Fabián que me tenía ganas.

La cosa es que tuve que ponerme algo violento. Finalmente lo que hice fue tumbarlo boca arriba en el sillón. Lo tiré tan rápido que el pobre se cayó acostado y ni tiempo le di a moverse que ya tenía enchufada toda mi poronga hasta el fondo de la garganta.

—Así te voy a coger primero, puta de mierda, putaaa... Así, por la boca, por esa boquita de viejo puto hermoso que tenés... Chupala bien o te voy a tener que surtir, tío Fabián. Y mirá que tu sobrinito Mariano sí sabe fajarte, ¿eh? Chupame bien esta garompa que en un rato te la voy a estrenar en el orto, viejo puto...

Cuanto más guarro y jodido me ponía, más puta estaba poniéndose mi tío Fabián.

—Sííí, sííí, perdoname sobrinito.... Perdoname, pendejo hermoso, perdoname haberte atendido mal... Mirá cómo te la chupo, eh... Mirá, mirá, mi cachorro lindo, mi nenito, mi pendejo hermoso... Mirá cómo te chupa la garompa tu tío puto.

Seguí tratándolo mal:

—Bien que me tenías ganas, viejo puto. Viejo conchudo de mierda, al final vino tu pendejo culeador a darte un cacho de alegría en ese culo peludo de macho al pedo que tenés. Te voy a dejar preñada, tío, te voy a dejar el orto lleno de guasca. Conmigo vas a ser una puta, una buena puta... Soy tu pendejo machito y culeador y te quiero bien putaaa...

A todo esto yo ya me había parado y caminaba alrededor del sillón, con mi tío Fabián arrodillado, siguiéndome siempre, chupeteándome la poronga todo el tiempo, sin sacársela nunca del todo de la boca, salvo por segundos para decirme:

—Perdoname, Mariano... Perdonalo al puto de tu tío, a este viejo puto, que solo vive para amarte, pendejo turro hermosssooo... Perdonalo a tu putaaa, Marianito... hummmmmmmm...

—Chupá bien, viejo puto del orto. Dale, chupá y no hablés boludeces.

Yo no sabía muy bien todavía cómo carajo se había producido la transformación. La cuestión es que el tío Fabián se me había puesto totalmente puta, estaba extasiada de tener al pendejo de su sobrino dándole maza. Parece que al viejo puto le gustaba que lo maltratara y sometiera un pendejo, jeje...

No me sacaba la boquita de la verga ni un segundo el hijo de puta. Y con esa voz gruesa, de macho cuarentón, veterano y bien viril, decía cosas bien de putita cachonda. Y qué bien que la chupaba el hijo de puta...

El putazo te agarra la poronga con tantas ganas que te cuesta en un momento no dejarte llevar y tirarle toda la guasca y mandársela de una hasta el estómago.

Pero no.

Yo no quería eso.

Quería más. Quería el culo. Quería garchármelo de una vez por todas a ese macho osuno, cuarentón, veterano, velludo y hermoso de mi tío Fabián.

Cuando empecé a decírselo, vi que el tío Fabián reculaba. Poco a poco ya no iba siendo tan puta: —No, macho, perdonemé... Perdone a este viejo puto pero...

Rápidamente me di cuenta qué pasaba. El chabón era virgo. Cosa de no creer, pero si se lo piensa un segundo era obvio. Se debe haber cogido alguna mina una que otra vez, pero... viviendo encerrado en esa casa, en ese pueblo de mierda, obvio que al hijo de puta, al yeguo hermoso, ningún macho se lo había trincado todavía.

—Me chupa un huevo, hijo de puta... Como que sos un viejo puto, un conchudo, un castrado..., ¿entendés tío Fabián? Como que sos todo eso que tu cachorro, tu pendejo, tu sobrino Mariano te va a desvirgar y te va a romper muy bien el culo... vas a terminar chorreando guasca por los cantos del orto como una yegua recién preñada, jeje...

Tenía cara de miedo el pobre tío Fabián. A mí me costaba por momentos seguir dándole tan duro porque el pobre estaba realmente cagado de miedo y me daba como compasión. Pero también sabía, tenía el convencimiento total de que si no me lo garchaba así, ni él ni yo íbamos a ser lo felices que fuimos. Realmente valía la pena. Acá el que tenía que agarrar las riendas era yo. Porque mi pobre tío puto Fabián era un cagón y solito jamás iba a tomar la decisión.

Así que finalmente lo engañé. Le dije:

—Si me chupas bien el palo, me sobás bien las bolas y me dejás chuparte el culo bien hasta el fondo, ese culo lleno de mierda de viejo puto solterón y pajero, entonces ahí sí... ahí te libero, te perdono y no te garcho. Te doy la guasca por la boquita, nomás.... pero tenés que ser buena puta con tu pendejo, ¿okei?

El pobre cayó en la trampa con total inocencia. Se puso más obediente y puta que nunca. Cuestión que finalmente, sin darme el más mínimo trabajo, me acosté en el sillón, él se acostó sobre mí, rozándome apenas, me chupó muy bien el palo mientras yo brutalmente le encajé toda la lengua dura y vibrante, bien hasta el fondo, hasta el fondo de su peludo orto macho. Un 69 donde el tío, sin saberlo, me preparaba la verga para culeármelo y yo me devoraba con frenesí su orto peludo.

Al rato el tío Fabián estaba puta como nunca. Adoraba tener la verga de su cachorro enterrada hasta el fondo de su boquita golosa y hambrienta. Y cuando sintió la estocada brutal, caliente y fría de mi lengua en su ojete peludo, en ese grandote culo macho, se puso a ronronear, feliz.

Ni cuenta se dio que por momentos yo le sacaba la lengua del culo y le encajaba uno que otro dedo. Estaba tan putito cachondo el tío Fabián que casi sin darse cuenta estaba ya con tres dedos míos bien en el fondo del ano. Y convencido totalmente el pobre de que yo iba a cumplir con mi palabra.

En un momento para seguir la trampa, le dije: —A ver, tío puto, correte... Dale, dejame salir que tu pendejo se quiere echar un meo, voy al ñoba y vengo...

Yo me imaginaba que ni loco el puto ese me iba a dejar ir al baño. Lloró, suplicó, imploró que le diera el meo, el meo ácido y chorreante y caliente de su cachorro, bien en el fondo del culo.

—Tá bien, viejo puto... Dale que tu sobrino se está meando posta, viejo conchudo...

Cuando siente el tío Fabián que el chorro lo penetra bien profundo en el ojete, entra a relinchar como una yegua.

Tan caliente, tan ronroneante, tan puta se puso que el pobre no pudo más que gritar cuando sintió que a los pocos minutos ya no eran los dedos de su cachorro Mariano el que estaba penetrándolo en el ojete. Era la cabeza de una verga dura como un mástil y hambrienta de culo de puto que se disponía a penetrarlo con toda la violencia y brutalidad necesarias.

—AAAAAAAAAAAAhhhhhhhhhh... hijo de putaaaaaa.... Sacala, pendejo hijo de putaa... Me estás rompiendo el orto, sacala que me duele, me estas matando, pendejo hijo de putaaaa, malparido, maleducado.... Ahhhh...

***

Y, sí, ya era mayor de edad nomás. Y el viejo se portó. Finalmente yo ya tenía mi auto propio. También hubo un par de fiestitas con los amigos para festejar los 21, en las que por supuesto no faltó música, desenfreno, joda y mucha garcha. Pero ya no se trataba de eso. En un punto, todo me daba igual. Todo era decepción. Nada más me gustaba. Nada ni nadie que no fuera él. Mi tío Fabián.

Lo llamé varias veces desde que volví a Buenos Aires después de aquella noche. Pero cada vez que me atendía, apenas yo decía: —Hola, tío. Soy Mariano, tu sobrino, el tipo me colgaba. Averigüé su dirección de mail. Le pedí perdón, le dije que de lo nuestro nadie se iba a enterar, que quería tener una historia en secreto con él, solamente de garcha, pero que iba a ser más respetuosa, más gentil, más... Nunca me respondió.

No pude más. Ustedes dirán que soy un forro, pero la verdad yo diría que soy más bien un pendejo enamorado. Pensaba en él y a veces no sabía si reírme o matarme.

Mi viejo me culeaba cada vez mejor, me daba todos los gustos, tenia machitos buenos y jóvenes a mi disposición... pero no había caso.

Esa cara de machazo bueno y noble, de macho maduro, osito, velludo, ese cuerpo fornido, esas piernas... Sobre todo esos gestos, esa poronga, ese culo. Esa boca que no podía parar de imaginarme besándola todo el tiempo, enchastrándola con mi saliva sedienta de la suya.

Mandé todo a la mierda un día. Me dije: —Basta, Marianito, ya somos grandes. Basta de boludeos. Acá hay que pasar al frente o fuiste. Si estás enamorado, tenés que luchar por tu machito. Aunque tu machito pueda ser tu viejo y de hecho sea tu tío.

Me moría de amor por el tío Fabián. No veía las horas de culeármelo de nuevo.

Agarré mi flamante autito otro mediodía de ese asfixiante verano en Buenos Aires. Pero estaba tan impaciente, tan muerto de amor y con la poronga tan al palo que tampoco había dormido esa noche pensando en él, en mi tío Fabián. Pero esa vez salí temprano, mucho más temprano... Al mediodía ya estaba allá.

Obvio, mi tío Fabián no estaba en su casa. Me di cuenta de que debía estar en el laburo, en su despacho de ese colegio donde trabajaba... Fui al bar al que había ido por primera vez y congraciándome con el dueño, logré averiguar donde quedaba ese colegio.

Cuando me anuncié, salió la secretaria de mi tío Fabián diciéndome que él estaba muy ocupado y que lamentablemente no me iba a poder atender. Apelé a mis mejores modales, a mi gesto más serio, a mi voz más gruesa para decirle con toda corrección a esa señora: —Bien, señora. Dígale a mi tío Fabián que yo de aquí no me muevo hasta que pueda verlo. No tengo apuro.

El hijo de puta se hizo desear un buen tiempo, cómo se hizo desear el macho hermoso, la puta madre... Dos horas y veinte minutos me hizo esperar sin que la secretaria dejara cada tanto de inyectarme una mirada llena de mala onda y resentimiento. Finalmente dio el brazo a torcer. Me atendió.

Estaba hermoso. Créanme. Hermoso el macho hijo de puta. Hermoso mi tío Fabián.

—Viejo puto de mierda, bien que te dejaste trancar y gemiste como una yegua el día que te culeé... Por qué me hacés sufrir así ahora, viejo forro, conchudo, hijo de puta, no ves que te amoooo carajoooo...

No le gustó nada que le hablara así. Parecía desarmado, entristecido. Lo vi y lo amé de nuevo como la primera vez. Qué digo, millones de veces más que vez.

—Mariano, estás loco... Qué vamos a hacer... Me hiciste puto, sabés cuántas noches lloré, me despojaste de mi hombría, sobrinito turro, pendejo de mierda... Soy un viejo, vos sos un pibe, no te das cuenta... Soy tu tio, Mariano...

—Yo te amo, tío Fabián.

—Vos estás loco, Mariano. Sos mi sobrino. Sos el hijo del hijo de puta de mi hermano. Sos un pibe.

Me di por vencido, o casi...

Moría de ganas de agarrarlo de la cara y enchufarle un beso en la boca. Es lo que hice. Pero el tío Fabián casi se cae del susto y vi que sufría en serio. Y yo no quería hacerlo sufrir. Lo amaba en serio al chabón. Casi me pongo a llorar.

—¿Sabés una cosa, tío Fabián? Me mataste de amor, viejo de mierda... Yo te re amo. Y no tengo la culpa de ser sobrino tuyo. Ni de ser un pendejito al que no te tomás en serio. Me menospreciás como machito, ese es el tema... Pero debo estar loco en serio, tío Fabián. Loco de amor por vos. ¿Sabés otra cosa, viejo putazo? Podría estar garchando ahora con cualquier machito y lo único que hago todo el santo día es imaginarte en calzoncillos y masturbarme todo el día pensando en vos, forro. Entonces... Nada. No te jodo más. Solamente me voy. Si te pido una sola cosa antes de irme, ¿me la cumplirías?

El tipo parecía desgarrado en su dolor, tanto o más que yo. Era mi tío bueno. No podía negarse.

—Te parecerá una boludez, tío... pero... Pero.... Jeje, aunque te parezca un chaboncito re forro y re pajero, yo lo único que quiero es que me muestres tus calzoncillos. Y tu culo. Solamente quiero verte el culo una vez más. Mostrame tus calzoncillos, bajatelos después, mostrame una vez más ese culo con el que me mataste de amor y... —se me hizo un nudo en la garganta.- Y este pendejo no te jode más.

Lo hizo.

Por Dios, cómo lo hizo. Por Dios cómo me gustaba mi tío Fabián. Estaba matándome de amor, de deseo, de locura...

Con algún remilgo y cerrando discretamente la puerta de su oficina privada en el colegio, finalmente el tío Fabián, con mucha dignidad, muy masculino y sobrio, apoyó las dos manos sobre su escritorio y se bajó los pantalones para que yo le viera los calzoncillos.

Eran de tela. Ese tipo de calzoncillos que yo me había imaginado para el cuerpo de él. Blancos, completamente lisos. Me estaba muriendo de la erección. Me estaba muriendo de amor por mi tío.

—Mostrame el culo, tío Fabián... Por favor, por favorrr... Por favor y me voy.

Obvio lo que pasó.

No le gustó mucho la idea pero se bajó los calzoncillos. Al rato insistí, me puse como loquito llorando, de nuevo con un antojo infantil que esta vez no era fingido, implorándole que me dejara tocarle el culo, que me dejara chupárselo.

Cuestión que a los pocos minutos, lo tenía por fin al hombre de mis sueños, a mi tío Fabián, hecho una puta nuevamente. Lo había puesto sobre el escritorio, con los calzoncillos bajados, las piernas alzadas al aire bien abiertas, mostrándome ese culo y cogiéndomelo con la lengua, matándolo de amor con cada enchastre de saliva que le dejaba en lo profundo de su ano macho y peludo.

Después fue el descontrol. No pude contenerme. La primera vez no le entró bien. Le pedí perdón, estaba casi llorando él, con la poronga gruesa totalmente al palo pero pidiéndome por favor que nos cuidáramos, que así no, que era una locura, que yo era su sobrino y todo eso.

Nos matamos de amor desnudos los dos sobre el escritorio, yo le saqué del todo el calzoncillo, lo amé dulcemente matándolo con besitos empapados en la boca y mientras tanto le iba preparando el culo con mi saliva y con mis dedos. Cuando finalmente me lo cogí, fue hermoso.

Le dejé de nuevo toda la guasca adentro. El hijo de puta estaba alzado, con las piernas subidas a mis hombros, muerto del éxtasis, ronroneante y hermoso como el mejor puto, dejándose taladrar el ano por su chaboncito pendejo culeador.

Coroné mi segunda cogida para el tío Fabián dejándolo todo mi amor en un largo espeso, húmedo, cachondo, caliente beso de lengua. Yo me moría de amor. El me miraba extasiado. Me dejó toda su guasca espesa en el pecho mientras yo lo seguía abrazando y besando en la boca

—Si fueras tan hombre, tío Fabián... Si realmente fueras tan hombre como para animarte a ser mi puta para siempre...

(Tal vez continuará)

Marianito

yorsitoblanco@yahoo.com.ar