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La primera noche que cojimos con Hector

en Bisexuales

La primera noche que cojimos con Héctor

Para mi amigo "a27le"

 

Mi nombre es Carlos. Tengo 39 años, recién cumplidos, soy abogado, vivo en Buenos Aires... No sé por qué, pero cada vez que tengo que presentarme lo primero que me viene a la cabeza es hablar de mi familia. Mi mujer, mis dos hijas, una de 7 y otra de 4... y mi madre, por supuesto. Soy el único varón de la casa. Mi madre vive con nosotros, no tuve hijos varones... A veces me pregunto si pasó todo esto que voy a contarles por estar rodeado todo el día únicamente de mujeres...

Soy muy feliz con mi familia, estoy muy orgulloso de ellas. Básicamente, soy un tipo leal. Muy fiel a mi familia, daría la vida por mis "mujeres", jaja... y creo que esto de dedicarme a la justicia tiene que ver con mi inquietud de que siempre se haga lo justo, lo correcto...

Esto que pasó no lo sabe nadie. Nadie. Ahora lo sabrán ustedes, únicamente ustedes. Y salvo Héctor, por supuesto... nadie más.

Trabajo prácticamente todo el día solo. Soy muy independiente. Pero salvo otra mujer, Leticia, que me ayuda en el estudio como mi secretaria y que entra a mi escritorio solamente dos o tres veces por jornada, soy de estar en contacto con muy poca gente. Mis clientes, otros abogados, la gente de Tribunales... Pero todo es rápido, expeditivo, directo. Seco. Nada que ver con lo de Héctor. Y él tampoco tiene nada que ver con mi profesión, mi familia... nos conocimos de una manera un tanto enredada, pero bueno... fue así. Es hora de empezar a contarles.

El hecho de tener ya mi vida matrimonial, mi rutina laboral establecida, mi cercanía a los 40 años, todo eso junto estaba empezando a producirme efectos raros, en mi cabeza, en mi cuerpo... en mi sexualidad...

Poco a poco fue creciéndome mi "morbito", como yo le digo... Hasta que en un momento no pude más. Me tenté. Me dejé llevar. Mi fantasía de siempre, oscura, sucia, mi secreto más libidinoso... me dejé llevar... es así cómo conocí a Héctor...

El tiene 42 años. Es empresario.

Sucede que por mi trabajo varias veces al día me conecto desde mi estudio a Internet. Una mañana, había soñado mi sueño sucio otra vez. Ese sueño donde me veo compartiendo a una mujer con otro hombre. Un hombre como yo. Otro varón. Y los dos compartimos a una puta. Una mujer muy puta que grita como una yegua, a la que hacemos gozar hasta la desesperación y el éxtasis, feliz de tener a dos varones a la vez, haciéndola sentir más puta que nunca. En el sueño uno de los varones soy yo, Carlos... todavía el otro no aparecía definidamente. Por supuesto, cada vez que la imagen vuelve ahora, ese hombre es, siempre y definitivamente, Héctor...

Esa mañana había soñado mi sueño sucio, recurrente, otra vez.

No pude más.

Me dije: "Carlos, tenés que decidirte. Hacelo de una vez por todas. Hacelo y quitate todas las dudas, macho... vas a ver que una vez que lo hagas, vas a estar satisfecho y volvés a tu vida de siempre, tranquila, normal, sin sobresaltos..."

Y me decidí.

Entré a ese website que ya había pispeado furtivamente, en secreto, tantas veces...

Tenía que registrarme como usuario. Lo hice. Mi nick es Carlos42. No se por qué me puse ese nick, ahora me parece que fue como una premonición, pues es la edad de mi amigo, de mi compañero de aventuras sucias, de Héctor...

Escribí mi mensaje. No pensé entonces que tendría una respuesta tan rápida.

El texto de mi mensaje decía: "Estoy buscando a un amigo, más o menos de mi edad, de características afines a la mía, para compartir putas.... La idea es contratar a una puta y la cojemos bien duro entre los dos, entre dos amigos bien varones como vos y yo... Hagámosla gozar juntos a la hembra, macho, hagámosla más puta de lo puta que ya es. Soy de Capital Federal, tengo amplia disponibilidad de horarios. Comunicate conmigo. Tomamos un café, lo hablamos, nos conocemos, lo pactamos y planeamos todo juntos. Discreción y buena onda. Chau. Te espero, macho". Después había un formulario que llenar donde puse toda la información que me pedían, donde básicamente puse las características que ya les conté a Uds. Ninguna información era tan privada como para sentirme temeroso o cohibido.

Recibí una respuesta en mi casilla de mail a las 4 horas. Sí, solamente cuatro horas... El remitente decía solamente Héctor. Y el texto: "Soy yo, macho... Soy tu macho, Héctor, el que estabas buscando, jaja... Te paso mi celular. Llamame cuando quieras Carlos. Que estés bien." Y me daba su número.

No les puedo explicar lo que sentí. En realidad, creo que ni yo mismo podría explicármelo.

Instintivamente, giré mi cabeza y me incorporé un poco para corroborar que mi secretaria Leticia no anduviera cerca, merodeándome... me sentía totalmente excitado, lujurioso... Como si la aparición de este enigmático Héctor me abriera de una vez por todas en mi vida las puertas del paraíso sexual más irresistible, más caliente, más sucio y tentador que pudiera haber imaginado.

Tuve que encerrarme en el baño. Me bajé el calzoncillo. Todo fue muy instintivo, ni siquiera tuve un segundo de cuestionarme nada. No sé por qué pero cuando me toqué la verga al segundo de bajarme el slip ya tenía el miembro completamente hinchado, húmedo, lujurioso... Era muy extraño todo. No podía parar de tocarme. Creo que incluso gemía. Y bueno, me dije, si gimo demasiado y me escucha la forra esta de Leticia en el peor de los casos pensará que estoy cagando... no podía parar. No podía parar de tocarme las tetillas, las piernas, las bolas... el culo... sí, el culo. Era mi primera vez tocándome el culo. Todo el tiempo tenía la imagen de Héctor y de mí dándole bien duro, bien fuerte, bien bestias, a una puta que se retorcía, que gemía, que pedía más, más, más... Más de sus dos machos...

Antes de eyacular, se me cruzó la imagen de mí mismo mirándole detenidamente el culo a Héctor, y mientras él le partía la concha a la puta feliz, yo veía su culo brincar y abrirse excitadamente; en el sueño de mi masturbación secreta, yo miraba todo el tiempo el culo de Héctor, lo veía moverlo muy macho, muy rudo, muy viril... Ella no paraba de gemir. El sexo de Héctor estaba atornillándola, estaba matándola, estaba haciéndola trizas de desesperación, lujuria, placer... Moríamos los tres en un orgasmo.

Finalmente, Héctor le escupía toda la guasca en la concha a su hembra y yo no podía resistirme, de tanto mirarle el culo a Héctor cuando él escupía su guasca, yo le metía casi toda mi mano en su culo, en el culo de él, de mi amigo... Abriéndoselo todo, mi mano le entraba y él abría más y más su culo... Mi amigo Héctor estaba ofertándome su culo con generosidad, con brío, con tanta, tanta virilidad... Era algo profundamente varonil, macho, entre dos varones, casi hermanos... muy extraña, muy profunda sensación. Pero qué fuerte. Apenas la sentí me inundó el cuerpo de mi propio semen de macho insatisfecho.

Por supuesto, hasta ese momento Héctor no era más que una figura imaginaria. Por eso me sorprendí tanto cuando finalmente nos reunimos y lo conocí. Todo fue muy raro. Héctor era extremadamente parecido a como lo había imaginado yo en esa masturbación secreta del baño, Héctor era casi un bello calco varonil de esa imagen de macho que se me despertó en el baño apenas me bajé el calzoncillo y me puse la mano entre las piernas, rozándome las bolas, para meterme finalmente casi toda la mano dentro de mi propio culo...

—Bueno, Carlos... —dijo, después de carraspear, Héctor.— ¿Qué hacemos finalmente? ¿Vamos a mi depto., así hablamos más tranquilos de lo nuestro, macho? Vivo a dos cuadras nomás...

Estábamos sentados los dos, vestidos ambos de oficinistas, en una mesa en la vereda de una confitería de la Avenida de Mayo. Hacía un calor insoportable. El calor rajaba las veredas. Y los dos vestidos así...

Y creo que Héctor me hizo su incitante, masculina propuesta, por verme a mí tan tímido, tan pobrecito hundiéndose en un silencio incómodo... Obviamente yo lo había llamado casi de inmediato... Pero ahora que estábamos por fin frente a frente yo estaba haciendo cagadas. La cosa iba francamente mal. Y no por culpa de Héctor. Totalmente mía. Yo estaba aterido, confuso, cagado de miedo... No sabía ni qué hacer ni qué pensar ni qué decir.

Estaba quedando como un forro frente a ese macho espléndido, jovial, atento... Efectivamente, me había sorprendido. Les dije y les vuelvo a decir: Era casi igual a como lo había soñado, en esa primera masturbación...

Pero de eso no podía hablarle. Por supuesto que no.

42 años. Algo alto, tampoco demasiado. Complexión perfecta, "macho futbolero de toda la vida" me explicó entre risotadas Héctor cuando se lo comenté. Yo trataba todo el tiempo de esconderle a él, pero sobre todo de esconderme a mí mismo, la inmensa, profunda sensación sexual que me daba ese macho. Yo estaba enormemente confundido. Sus piernas, sobre todo. Esos brazos fibrosos, ese cuerpo morocho, esos labios carnosos, sedosos. Pero sobre todo, esa masculinidad contundente, esa virilidad totalmente segura que irradiaba el macho..., obviamente Héctor se sabía atractivo. Pero parecía no abusarse de eso. Lo tomaba como la cosa más natural del mundo. Yo no podía parar de observar a varias minitas, secretarias por ejemplo, que en ese momento estaban almorzando antes de volver a su trabajo, mirándolo furtivamente, bien cachondas, a Héctor. Y el macho tenía con qué. Se daba cuenta, miraba cada tanto a alguna mujer que desde un auto en la calle o pasando de apuro le tiraba una húmeda mirada intrigada, sorprendida, inmediatamente sexual... pero parecía no darles demasiada importancia. Lo tomaba como la cosa más natural del mundo.

Tampoco le parecía incomodar que yo no tuviera la facha de él, ni ese aspecto tan contundentemente masculino... Su hombría consistía en tratarme de igual a igual. Los dos machos. Los dos amigos.

Y estaba ahora Héctor totalmente atento a mí, concentrado en mí, me daba toda su confianza, su entusiasmo sexual, su amistad... iba derecho a la pregunta que me hacía cada vez, que era cada vez más directamente sexual... Quería que fuéramos urgente a lo nuestro. Y yo respondía con monosílabos, con evasivas... No sabía ni cómo hablarle...

Finamente, por esa situación, Héctor me propuso eso de que fuéramos juntos a su departamento.

—¿Tenés tribunales ahora a la tarde, che Carlos? Porque te veo incómodo, tenso, hermano... Por qué no nos vamos a estar solos al bulo. Ahí vamos a poder charlar más tranqui, más... Más de lo nuestro, jajaja... Venite Carlos, dale, mandemos todo a la mierda. Así nos conocemos mejor y hablamos de lo nuestro, de nuestros proyectos... ¿Okei? —remató diciéndome finalmente Héctor, levantándose, sin dudar de que yo lo iba a obedecer, y sacando su billetera para tirar despectivamente unos billetes sobre la mesa para pagar. Pagaba todo él.

Yo no pude siquiera fingir que protestaba. Que compartíamos por lo menos la cuenta del almuerzo.

Nada.

Todo era así en él, en Héctor... directo, seguro, franco. Sin medias tintas. Y totalmente varonil.

Puta madre…. Qué seguridad tenía ese macho. Imposible discutirle nada, cuestionarle nada... Sí o sí había que seguirlo al macho, ni se te cruzaba por la cabeza decirle que no a cualquier cosa que él dictaminara.

Las dos cuadras que caminamos con Héctor por esas calles de asfalto apedreado por un sol asesino, poco después del mediodía, las caminamos completamente en silencio.

Yo estaba incluso peor de tímido, cabizbajo... me sentía para la mierda. Me veía a mí mismo y no podía parar de decirme: —Carlos, das asco. La verdad, das asco. Sos un enfermo sexual, un degenerado, Carlos, eso es lo que sos... Te vas a cagar en tu reputación, en tu familia... Te vas a cagar la vida, Carlos... Y guarda con Héctor. Yo sé por qué te lo digo.

Pero esa voz hija de puta y recriminadora, sin embargo, no lograba que yo me volviera atrás y abandonara finalmente a Héctor.

Cuando por fin llegamos a su departamento, me sorprendí de nuevo. Estaba todo perfectamente puesto. Ordenado y limpio. Héctor era también casado. Pero él me había dicho que ese era su "bulo", que lo usaba solamente para sus andanzas de macho siempre en busca de una mejor, más plena vida sexual...

Pero no obstante eso, el depto., si bien totalmente chiquito, íntimo, estaba muy buen puesto. No pude con mi genio y vi, desde el pequeño living, que la puerta que comunicaba con el dormitorio estaba abierta. Héctor se dio cuenta y asintió. Un poco menos tímido, me acerqué y miré todo: el dormitorio, la cama... Era una cama matrimonial. Sumamente ancha. Sábanas blancas perfectamente limpias, la ropa de cama era bastante cara, bien burguesa... Como si aquí fuéramos a dormir un matrimonio, pensé yo, cada vez más enloquecido y confuso...

Cuando regresé al living, al minuto, me terminé de confundir. Okei, era obvio. Porque al fin y al cabo Héctor estaba en su casa.

Lo vi al lado de la heladera, que estaba en una punta del living de ese pequeñísimo depto... Estaba abriendo la heladera y sacaba una botella de agua mineral bien helada...

Se había desnudado. Bueno, no del todo...

Pero Héctor se había quedado, así, semidesnudo... En sus perfectamente limpios, recios, elegantes calzoncillos blancos. "No usa ropa interior típica de gay, ni nada de eso... Son calzoncillos como los que uso yo", me dije, no sé por qué...

Tenía unas piernas estupendas, pectorales briosos y perfectos, ni un solo rollo de grasa, sobre todo las piernas: delgadas, pero fibrosas, de piel oscura, apenas velludas... Como si nada, Héctor tomaba agua directamente de la botella mientras se metía la mano dentro de su calzoncillo blanco de tela y se rascaba tranquilamente las bolas...

Dijo: —Cocha é mi madre, qué calor hijo de puta que hace...

Y toma la botella de agua mineral, y se derrama todo el líquido en su cuerpo apenas cubierto por el calzoncillo... desde el pelo que quedó completamente empapado hasta.... todo, las piernas, los pies.... Cuando vio que quedaba poco líquido en la botella, remató tirándose lo que quedaba en el abdomen, en el pecho... en todo el cuerpo...

Me llamaba la atención, yo que nunca había sentido atracción por los hombres, estar frente a un macho semidesnudo, en calzoncillos, que majestuoso y bellísimo se empapara el cuerpo frente a mí con total desparpajo, con total sensualidad... pero... Pero como si no buscara atraerme, ni nada... Simplemente me trataba como a un amigo, con mucha confianza... Tampoco le preocupaba estar empapando la alfombra del living...

—Bueno, Carlos, hermano... —me dijo, mirándome completamente empapado, empapado su pelo, sus calzoncillos, su cara, su cuerpo...—. Vamos a lo nuestro de una vez por todas, ¿okei?

Yo estaba sumamente incómodo. Reconozco que pese a la buena voluntad de mi nuevo amigo Héctor, yo no hacía nada por mejorar la situación. Héctor no mostraba ninguna antipatía, pero ya sí algún cansancio, alguna decepción por el amigo chambón y pelotudo que se había ligado...

Finamente me mira de frente y me dice: —Voy a buscar una compu portátil que tengo escondida por ahí. La prendo, la conecto, nos metemos en un sitio de putas... Vemos cuál nos gusta a los dos y... bueno, lo hacemos de una vez por todas.... Yo quiero garcha, hermano, no forreemos. Quiero tirar guasca, con o sin vos... ¿Entendido?

Yo asentí, bajando la cabeza. Era Héctor el que hablaba, el que manejaba la situación. Yo me dejaba llevar. Me estaba sintiendo muy pelotudo. Y a Héctor no parecía preocuparle para nada que, confuso y temeroso como estaba yo, no pudiera despegarle los ojos de su pecho empapado, de su cuerpo brioso, incitante... De su calzoncillo blanco empapado que empezaba a transparentarle el cuerpo allí... ahí, bueno, donde ustedes saben...

Héctor no estaba al palo todavía, ni muchísimo menos.

Pero mi mucho miedo no logró impedirme que yo me encontrara diciéndome a mi mismo: "No, no está al palo pero... Pero esta bellísimo el macho... Qué hijo de puta el macho, qué bello es, qué masculino..."

No podía quitarme por otra parte de la cabeza las imágenes de mi mujer, mi madre, mis hijas... Mis "mujeres"...

Finalmente lo que hizo Héctor fue conectar la compu y meterse directamente en un website de putas. Se había sentado, así como estaba, en calzoncillos... Mientras conectaba la máquina me dijo, contundente e imperativo: —Sacate la ropa, Carlos... Desnudo, ¿okei?

Me sentí extrañado, mal, como violado frente a ese mandato. Pero él como si nada. Me miró nuevamente con otra contundente mirada frontal y me dijo: —¿O querés seguir cagándote de calor, Carlos?... No seas boludo. Mandá la ropa a la mierda. En un rato vamos a estar cogiendo, igual...

Traté de fingir serenidad cuando le dije: —No... no... eh... no tengo nada salvo el calzoncillo debajo de la ropa, Héctor...

El tipo resopló. Me trataba como lo que yo en realidad era, un boludo... Fue a su dormitorio y trajo algo entre las manos. Me lo tiró. Era un short.

—Si no querés quedarte en calzoncillos, Carlos, ponete ese short mío... Así te vas a cagar de calor, hermano. Además acá vinimos a coger, forro... Y estamos entre machos... Dale, ponete el short, dale que vamos a elegir putita...

Me puse el short y me senté silenciosamente al lado de él. Mientras Héctor manipulaba el mouse y revisaba websites, todo sin mirarme ni un segundo, me iba a hablando:

—Lo que yo ando queriendo hoy es una pendeja. Que tenga 20 y algo... Obvio, mayorcita de edad, no quiero líos acá.... Pero de aspecto bien nena de secundario... Bien purita, bien aspecto de nenita inocente... Tengo ganas de sentir que la hacemos puta entre vos y yo, los dos machos... —recién ahí se da vuelta un poco la cabeza para mirarme.- —¿Entendido, Carlos?

—Entendido, Héctor...

Justo en ese momento la vi en la pantalla.

Yo sabía que era ella.

Era exactamente ella.

La que yo también, me daba cuenta ahora, había estado buscando toda mi vida.

El website dejaba perfectamente en claro que "la nena", Julieta, tenía en realidad 22 años... Pero era imposible no mirarla y darle más de 17... Qué atorranta... Por fin la habíamos encontrado, por fin la había encontrado yo también, gracias a mi nuevo amigo Héctor...

La señalé en la pantalla. Héctor se rascó las bolas dentro de su calzoncillo y dijo meramente: —Ajá. Okei.

Completamente rubia, un rubio caramelito que con mucho pudor y mohines infantiles mostraba dos tetitas espectaculares, perfectamente redondeadas, para nada abundantes, pero de una forma y un tacto que se hacía presentir que... que me pusieron completamente al palo...

Casi explota el short de Héctor que yo tenía puesto... La erección había sido fulminante, brutal, instantánea...

Héctor se dio cuenta pero ni me lo hizo notar. Nada lo sorprendía. Siguió hablándome:

—Okei, Carlos... Bueno. Me alegro. Parece que andamos en busca de lo mismo.

Sentados uno al lado del otro, en sus shorts prestados yo, en calzoncillos blancos, mojadísimos, él, yo la miraba a Julieta y súbitamente me sentí completamente diferente... Animado, divertido, bien obsceno, con ganas de garchar... De compartir a mi putita, a mi "nena" puta, con mi amigo macho, tan macho... Recuperé todas mis ganas de estar con Héctor apenas apareció nuestra "nena", Julieta, en el monitor...

No sé qué pasó. Pero así fue. De ahí en más el que habló fui yo. Totalmente decidido, totalmente macho, sin tapujos, lo miré de frente a Héctor y le expliqué:

—Che Héctor, básicamente lo que quiero es verte garchar. La llamás. Le decís que se venga vestidita así, bien nena, tipo recién salida del cole, ¿okei? Avisale que no queremos que venga con actitud bien de puta experimentada porque la rajamos. Que venga como si estuviera desprevenida y se encontrara con dos machos que de repente la van a desvirgar, violándola a la puta si hace falta...

Héctor poco a poco volvía a recobrar simpatía, ganas, entusiasmo... Vi que sonreía. La idea lo excitaba. Estaba empezando a recuperar ánimo él también. Por Dios, qué hermosos labios tenía ese hijo de puta, qué bello que es...

—Que venga así, decile. Y ropa interior como en la foto. Mucho encaje, todo blanquito, bien virginal... Nada provocativa, todo lo contrario. Dale las órdenes bien estrictas de cómo queremos que llegue nuestra nena, la actitud que tiene que tener. Ponete firme, severo. Imponete, Macho. Decile que sinó la rajamos y no cobra la visita.

—Okei, Carlos... ¡Buenísimo!

—Y cuando llegue nuestra nena puta, estamos así los dos. Con este short, vos en calzoncillos... No nos vestimos un carajo. Que se dé cuenta la puta esa que la vamos a hacer mierda, que nos cagamos en ella, que solamente queremos usarla para coger y para escupirle guasca.

—Excelente. Totalmente de acuerdo, hermano, totalmente...

—Más que nada, Héctor, macho, yo lo que quiero es.... Bueno, hermano, ya te dije. Lo que quiero es... lo que yo quiero es... Lo que yo quiero, macho, es verte garchar, ¿okei?

Cuando Héctor empezó a mirarme con inquietud, entendí su temor.

—Pará, pará, no entiendas mal... Por supuesto yo también me la voy a coger. Es lo que estoy buscando. Pero lo que me calienta es meterle la verga a una puta recién cogida, ya bañada de tu guasca, macho.... Hacela mierda, rompela bien, mojamelá bien... Que cuando llegue su macho Carlos a cojérsela la mina ya esté totalmente usada, mojada, ensuciada por vos, Héctor... Por vos, macho, que recién te la vas a haber trincado... ¿Okei?

—¡Perfecto Carlos! ¡Buenísimo!

No pude más. Estaba demasiado, demasiado excitado.

Abandoné mi asiento enfrente de la compu al lado de Héctor. Me senté en un pequeño sillón que había en la habitación, Héctor se quedó sentado frente a la compu, en calzoncillos, y tomó el teléfono para discar el número que había puesto la atorrantita en el website para que la llamasen por sus servicios.

Yo estaba en ese short prestado, con la verga al palo, con un nuevo amigo enfrente, y frente a la tentadora idea, que por fin iba a realizarse, de trincarme con él, con Héctor, a la minita de mis sueños: una atorranta, una atorrantita bien puta, que iba para fingir para nosotros que era una nenita inocente, de hoyuelos, rubiecita, de una carita de pureza que tenías ganas de matarla y mancillarle toda su presunta virginidad... Estaba muy al palo.

Mi amigo Héctor parecía estar en la misma. Con su vozarrón grueso y contundente, inmediatamente agarró el teléfono y la llamó. Me excitó sobremanera escuchar la voz de mi amigo, ese vozarrón de macho alzado y medio patotero y despótico, me excitó escuchar cómo le hablaba a nuestra nenita puta:

—¿Cuánto querés cobrar, puta?... Ajá... Acá somos dos machos que tenemos ganas de garchar y te vamos a escupir una cantidad industrial de guasca entre los dos, nena, jajaja... Oíme. El pacto es este, pedazo de puta... Mejor que te portés bien y hagas lo que los papis te vamos a decir, o te reventamos el orto mal, salís lastimada y sin cobrar, ok... Así que prestá atención...

Yo no podía dejar de mirarlo a él, a Héctor, en sus calzoncillos, metiéndose mano desfachatadamente dentro del calzoncillo y sobándose las bolas y la verga mientras le hablaba a nuestra inminente putita. Qué hermoso estaba, qué majestuoso el hijo de puta... Qué varonil, qué macho...

Héctor le explicó punto por punto, con suma precisión, qué era exactamente lo que pretendíamos de ella. Cada tanto me tiraba, mientras le hablaba a ella, un guiño de ojos que lo hacía todavía mucho más espectacular. No hubo ambigüedades ni problemas. Todo bien. El pacto fue perfecto. La guita que cobraba la minita para servirnos a los dos machos era un disparate... Pero nuestro problema no era el económico. No se trataba de eso. Así que todo bien.

Terminó de hablarle, colgó y el hijo de puta se sentó a mi lado. Voy a tratar de explicarles sin puntos oscuros todo lo que ocurrió a partir de ahora. Aunque me cueste...

Así como estaba, metiéndose todo el tiempo la mano dentro del calzoncillo todavía empapado, se sentó de sopetón al lado mío, en el silloncito... Con su brazo pesado y varonil, que me puso sobre los hombros, se me acercó mucho a la cara y me dijo:

—Bueno, Carlos, ejem... Mejor que vayamos preparando las armas. Dale, hermano, dale que en un rato empieza la guerra, jeje...

Y me clavó un chupón en la boca.

No me lo esperaba. Jamás se me había ocurrido semejante cosa. Jamás habría siquiera pensado en besar a un macho semejante. Héctor me había agarrado la cara con toda tranquilidad y despotismo y me había hundido un beso bien cachondo, profundo, húmedo. Más que húmedo, empapado.

Aparté la cara con violencia.

—¿Qué hacés, pelotudo???

Héctor no se amilanó. Con total fuerza, con toda la contundencia de su cuerpo, me agarró de la nuca y volvió a clavarme otro chupón en la boca. Su lengua filosa como un arma, empapada de saliva lujuriosa, me abrió los labios por la fuerza. Me metió toda su lengua y la enredó con la mía. Yo forcejeaba. En un momento se cansó de estar resistiéndome y sin soltarme la nuca, me miró de frente y me dijo:

—Mirá, macho... Acá somos dos, ¿okei? Acá somos dos machos... Así que no te me hagas el flojo, hermano... Acá se hace lo que papi manda.

Sacó su miembro infartante, henchido, pletórico de semen rabioso y fulminante preparándosele adentro, por la bragueta de su calzoncillo. Yo jamás en mi vida había visto semejante pedazo de poronga. Estaba al palo. Estaba preparada para disparar en cualquier momento.

—Dale, Carlos, dale... Mostrame lo tuyo. Dale que tenemos que empezar a preparar las armas para salir a matar... A matarla a la putita esta que llega en quince minutos, jeje... Dale, mostramelá que quiero ver la de mi hermanito.

Yo no sé qué me pasaba. No podía resistirme más. Cuando la invasora, decidida mano de Héctor se metió entre mis piernas, con la otra mano me volvió a agarrar de la nuca y me encajó otro chupón en la boca. Bien húmedo, mojado, lascivo... Cómo empuñaba la lengua el hijo de puta, el macho Héctor, mi nuevo hermano... Parecía querer cogerme con la lengua, las lenguas de los dos se enredaban como haciéndose el amor brutalmente, con violencia, mi lengua estaba aterida de miedo, me sentía como violado, pero a la vez una nueva sensualidad me agarraba de sorpresa y yo no sabía cómo resistirme.

No dejó de besuquearme, de enredar su obscena lengua con la mía todo el tiempo, de sujetarme fuertemente por mi nuca, cuando de sopetón, con un movimiento totalmente decidido, me agarró con la otra por el culo y me bajó de un solo toque el short.

Así estaba yo.

Confuso, cachondo, con un macho espectacular y majestuoso empapándome la boca, matándome a besos, bajándome el short, metiéndome sus pesadas, expertas manos por el culo.

—Che además de buena verga, mi hermanito Carlos tiene un culo de la puta madre, jeje... guauuu, qué bueno, cómo nos vamos a divertir con Julieta, hermanito, jaja...

Yo no sabía ya qué hacer, cómo seguir... Sabía que debía resistirme, por lo menos intentarlo (Héctor es mucho más macizo y mucho más forzudo que yo, no iba a ser fácil...) Moví violentamente la cabeza. Me liberé de la boca lasciva y empapada de Héctor y saqué su mano con energía de mi culo.

—¿Loco, se puede saber qué carajo te pasa a vos???... ¿Estás en pedo, sos puto, qué mierrrda te pasa forrooo la puta madreeee que te parióóóó...???

Nada parecía estorbarlo, ni joderlo, ni nada, a Héctor. Apenas se me separó un poco. Me miraba todo el tiempo como divertido, con una mirada profunda, penetrante, bien sensual... Como si yo fuera... se apartó un poco, se acomodó bien en el sillón pero siguió rozándome todo el cuerpo, como si nada, con la pierna derecha...

—¿No querías cojerte a una nenita con este macho, hermano, con tu papi...? Te va a gustar, Carlos hermanito, acordate... Acordate que a partir de hoy va a ser tu vicio, jaja... No sabés lo adictivo que resulta este macho, jaja, tu hermano mayor Héctor...

—Oíme, forro...

—No me digás palabras feas, che... Que acá vos sos mi hermanito menor y papi te trata bien... Vas a ver lo que soy garchando, Carlos, vas a ver... Imaginate este potro dándole duro a la nenita de tus sueños, jeje... Mirá, hermanito, mirá...

Se despatarró apenas un poco en el sillón. Juntó las dos piernas y moviéndose apenas un poco, se bajó el calzoncillo. Me siguió mirando con esa mirada rara, incitante... ahora con su calzoncillo en la mano... sin dejarme de mirarme un segundo, empezó a acariciarse, a refregarse todo su cuerpo él mismo con su calzoncillo... se lo pasaba por el pecho, por las piernas... después por el culo... siempre con sus movimientos algo sensuales pero pesados, masculinos, contundentes... se pasaba todo el calzoncillo por las bolas, se masturbaba su verga mortífera poniéndose el calzoncillo en la mano, que todavía estaba húmedo...

Solamente una cosa lo sorprendió de mí.

En ese momento fue lo único que se me ocurrió como salida. Yo estaba desesperado. Pero también muy confundido.

El hijo de puta, ese macho hermoso, desfachatado, degenerado... me estaba volviendo... volviendo... no sé cómo decirlo... Estaba muy confundido. Tuve la idea, me levanté como poseído por esa iluminación y enfilé para el baño. Eso lo sorprendió.

—¿Adónde vas, hermanito?.... Carlos hermanito, ¿qué te pasa ahora, boludo?... Están los dos hermanitos juntos, hablando cosas bien de machos, che...

Solamente dos metros me distanciaban de ese baño. Con el culo al aire, porque el short había quedado en el piso, me fui prácticamente corriendo hasta el baño, y sin dar vuelta la cara para mirarlo le dije solamente:

—Voy al baño.

—Pero... eh... ¿al baño ahora, Carlos???

No quería explicarle nada. Dije lo primero que se me ocurrió.

—Sí, ahora, loco... Me dieron ganas de cagar... Quiero cagar...

Parece que se la creyó, o no sé... Lo cierto es que con la misma cara de estupefacto (parece que fue la única vez que lo sorprendí) no me dijo más nada y yo me encerré en el baño. Al segundo nomás de haber entrado, escuchó su voz risueña diciéndome como en broma:

—Bueno, Carlos... jaja... Che Carlos, que tenemos visitas por caer, lavate bien el culo después de cagar, sinó queda feo, jeje...

No le respondí nada.

Obviamente, yo no tenía para nada ganas de cagar. Dije eso como la primera escapatoria que se me ocurrió. Me sentía totalmente turbado... como violado...

Y muy ridículo. La pija por momentos se me bamboleaba, por momentos me ponía sumamente cachondo y sentía que hasta el culo me palpitaba, y entonces el miembro se me ponía en erección violenta, brutal, súbita, provocándome un dolor inédito para mí, raro... pero sumamente excitante...

La idea les va a parecer ridícula. Yo no sabía qué hacer.

Hice lo que hice, básicamente por mi propio desconcierto.

Yo me sentía tan ridículo y con tanto miedo, estaba desnudo encerrado en el baño de un macho al que apenas conocía, pero que me despertaba sensaciones muy extrañas... Lo único que razoné y me dije a mí mismo fue: —La minita está por llegar. Algo le escuché decir a Héctor sobre un taxi. O sea que no va a haber demoras. Me quedo acá. Acá en el baño. Supuestamente me estoy mandando un garco. No hay por qué Héctor no me vaya a creer que estoy cagando. Cuando llegue... ejem... cuando llegue la nena..., bueno...., que sea Héctor el que la atienda... y que empiecen a jugar entre ellos... Yo después salgo del baño, supuestamente estuve cagando mucho tiempo, y cuando entre al dormitorio yo voy a ver... sí, por Diosss, ¡por fin!... voy a ver cómo se la coje este macho, este hijo de puta hermoso... a mi nena... Quiero verlo garchar. Quiero ver cómo la hace gemir, gritar, sufrir, gozar... Quiero ver cómo la hace puta. Qué macho, qué pedazo de macho Héctor, por Diosss... entonces, cuando yo llegue me doy el gusto, después me la cojo yo... cuando ella ya esté bien montada, bien sucia de la guasca de él... Síííí, recién cojida mi nena puta por mi amigo Héctor, qué macho, qué nena, por Diosss, qué raro todo esto, qué calentura... estoy volviéndome loco, ahhh... esa conchita de mi nena, recién ultrajada, recién estrenada, recién ensuciada por la guasca de ese macho, Héctor, de ese macho hijo de putaaaa hermoso, ahhh...

Todo lo que ocurrió después fue realmente muy raro. Muy enigmático. Les digo las cosas tal como pasaron.

Habré estado solamente 6, 7 minutos solo en el baño. El depto. estaba totalmente silencioso. En un momento me sentí tan confundido y desesperado, que me arrodillé, así como estaba, con el culo al aire, para espiar por el ojo de la cerradura a mi amigo Héctor.

Allí estaba. Campante, como si nada, bello y majestuoso, seguía pasándose su propio calzoncillo por todo su cuerpo, su verga seguía hinchándose y creciéndose más y más, realmente era impactante, Héctor se masturbaba así, pasándose el calzoncillo, disfrutando sereno y machísimo del esplendor vigoroso de su propio cuerpo de varón en celo...

Cuando escuché sonar el timbre, me aparté de la puerta. Todo fue muy raro. Muy por el contrario a lo que yo había imaginado, Héctor bajó su vozarrón habitual. Apenas escuché una vocecita femenina diciendo algo. Debía ser Julieta, obviamente, pero...

La verdad, me sorprendía horrores. Eso de que estuvieran cuchicheando, hablando tan bajito... Yo no distinguía lo que decían, apenas escuchaba voces musitándose cosas breves... Qué raro Héctor, siempre tan enérgico y brutal para hablar... En un momento escuché una risita femenina.

Me puse al palo inmediatamente. Era como la risa de una nena tímida, asustada, un poco tonta... Y escuché apenas una elegante, breve risa de mi amigo Héctor... Y nada más... Después apenas escuché los pasos. Seguía encerrado en el baño. Pero sí logré distinguir que, casi siempre silenciosos, a veces cuchicheando, se metían en la habitación.

Yo no podía más. Imagínense mi situación. Y también me daba vergüenza. Encerrado, solo, desnudo, en el baño... Y me sentía totalmente humillado de solo pensar que mi amigo Héctor le habría dicho a la nena que el otro macho, su amigo Carlos, estaba cagando en el baño...

No sabía qué hacer. Finalmente me decidí. Habrían pasado apenas unos 5 minutos más.

Ojalá, ojalá, tuviera palabras para describirles el espectáculo que presencié.

Fue, es, seguirá siendo siempre, la imagen más sensual, más bella, más excitante que vi en toda mi vida.

Cuando salí del baño no encontré el short que me había prestado Héctor. No estaba tirado en el piso donde yo lo había dejado. En su lugar, estaba el calzoncillo que había estado usando él. Me sentí muy raro, muy excitado, pero yo no quería arrimarme a la puerta del dormitorio ya completamente desnudo. Así que me puse el calzoncillo de Héctor, ya que él se había puesto el short que me había prestado... me sentí muy raro y muy cachondo al hacerlo. Sentí que me estaba rozando el cuerpo el mismo calzoncillo que había acariciado las piernas, el cuerpo bello y espléndido, el miembro infartante de un macho como mi hermano mayor Héctor, mi "papi", como él decía...

Mientras me calzaba el calzoncillo, seguía intrigado, apenas se los escuchaba musitar. Por otra parte, el depto. estaba ahora totalmente en penumbras. Se ve que Héctor había apagado todas las luces cuando había sonado el timbre y fue a atenderla a Julieta.

No sé por qué. No me pregunten.

Pero no me animé a entrar directamente, pese a que estaba pactado un encuentro entre nosotros tres.

Lo que hice en cambio, sin saberlo, instintivamente, fue apenas abrir un poco la puerta del dormitorio, que habían dejado entrecerrada. Y lo que vi hizo que me detuviera. Que no pudiera seguir avanzando. Que me quedara así, como lo hice... furtivo, escondido, espiándolos, entre penumbras...

Ella era tal cual se mostraba en su website. No había engaño de ningún tipo.

Tenía realmente un aspecto que daba cuanto mucho 17 años. Más bien tirando a baja, tenía un cuerpo espigado, era completamente rubia, y su cuerpo era dorado también, con una mata de vello sedoso en el pubis... Tenía puesta solamente una bombachita de encaje. Se había arrodillado frente a él, frente a Héctor... Hasta en la bombachita, sin ningún tipo de corpiño, había cumplido su palabra mi nena. No tenía cara de asustada. Pero sí de una nena obediente y sumisa que estaba por primera vez frente a un hombre despótico, bello y fulminante como Héctor. La bombachita era colaless, por lo cual yo no podía dejar de verle esa colita algo rosada, algodonosa, sedosa, virginal...

No tenía casi maquillaje. Parecía realmente una nena.

Mi amigo Héctor, el macho, estaba espléndido. Se había parado y erguido como un macho soberano. Y tranquilamente se hacía lamer la pija por la nena, quien se había arrodillado sumisamente. Ella estaba en su bombachita, apenas moviendo el culito, cada tanto ella misma se acariciaba a veces la conchita, a veces las tetitas que no eran abundantes, para nada, pero sí perfectas, ondeadas, como recién esculpidas...

El macho, Héctor, tenía el calzoncillo bajado por la entrepierna. El miembro estaba henchido y palpitante, más furioso que nunca, pero a la vez tranquilo, como seguro de su nobleza, de su fuerza... No necesitaba hacerle ninguna violencia a la nena. La agarraba fuertemente de la nuca pero sin hacer ninguna presión, y la nena pasaba toda la lengüita por su miembro poderoso. Ponía cara y mohines como de nena que pelea con un caramelo muy sabroso, irresistible, pero demasiado pesado para ponérselo todo en la boca. Entonces Héctor arremetía apenas un poco, con una mínima presión, y la nena de a poco iba sorbiendo, lamiendo, chupando un poco más, más, más...

No pude siquiera pensarlo. Me bajé un poco el short y empecé a masturbarme. Estaba enloquecido. No podía quitarles los ojos de encima a los dos. A ella, que se dejaba hacer, que chupaba extasiada y modosita la verga infartante, espectacular del macho de mi hermano...

Y a él. A Héctor. A él que, con el calzoncillo bajado, estaba poderoso... En un momento Héctor gira un poco la cabeza y me descubre en el marco de la puerta, allí, en la semioscuridad... Lo único que hace, sabiéndose ganador, es mover un poco la lengua entre sus labios, como dándome a la distancia otro húmedo, empapado chupón en la boca... Y mientras lo hace empuja todavía apenas un poco más la cabeza para que ella se meta todavía más de su pija en la boquita y le chupe mejor. Ella por momentos se asfixia y, como una nena golosa pero buenita y obediente, descansa dándole breves, cariñosos lengüetazos en las pelotas pesadas y peludas a mi amigo Héctor...

De aquí en más me resulta muy difícil explicarles. Yo lo único que hice esa vez, porque estaba extasiado, cachondisimo como nunca, con el culo palpitante y enloquecido, con la pija a punto de explotarme de guasca, fue mirarlos. No entré, ni se me cruzó por la cabeza, entrar a la habitación.

Héctor no me molestó. Al contrario. Para nada. Fue mi mejor amigo. El hermano mayor que nunca tuve. Qué respeto me tuvo, qué protección bellísima y noble sentí de parte de él... En ningún momento se interpuso y respetó el repentino cambio de planes de su hermanito menor Carlos, que ahora solamente quería aprender de él y mirarlo... Mirarlo garchar... Mirarlo coger al Macho... Mirarlo a Héctor cómo le hacía el amor por primera vez a mi nenita puta...

Ella no preguntó en ningún momento por mí, pese a que la habíamos contratado para un trío, dos machos, nosotros dos, y ella... Yo creo que ella misma estaba demasiado cachonda, demasiado extasiada y apasionada con semejante ejemplar de potro bellísimo como Héctor... Con semejante pedazo de varón, como para acordarse de mí...

Él fue hermoso con ella. Sumamente paternal, varonil, galante, en ningún momento la trató mal. Simplemente mi hermano Héctor le explicó a mi nena que se la tenía que garchar. Que le tenía ganas. Que le iba a doler un poquito la cola.

Y que como era él, Héctor, el macho, el que tenía que sacarse las ganas y escupir la guasca hirviente y espesa que estaba preparándose dentro de sus pelotas de macho, ella tenía que dejarse hacer y dar la colita. Porque eso era lo que quería él, el Macho, quería romperle el culo a la nenita. "Papi manda y nena obedece", le explicó Héctor. Que él la iba a cuidar, a proteger, pero que... Pero que lamentablemente él sabía que, aunque la nena era muy dulce y muy inocente todavía, iba a tener que hacerse puta y aguantarse el dolor en el ano de un macho semejante taladrándole el orto...

Ella se puso un poco incómoda pero no se rebeló. La nena disimulaba pero era muy puta. Y todo el tiempo andaba manoseándose la conchita húmeda y palpitante la nenita puta mientras le andaba metiendo lengüetazos a su macho Héctor. Así que aunque le costó, soportó dignamente que mi hermano, que su macho, le arrancara con violencia brutal la bombacha, dejándola completamente desnuda, indefensa, con el culito al aire...

Él la tiró dulcemente sobre la cama. Ya la nena le había mojado bien las bolas y el palo, ya la nena se lo había morfado el pene de papá y se había preparado ella misma el arma mortífera con que mi hermano Héctor le iba a partir el culo... La nena puso mohines pero tuvo que soportar ponerse en cuatro como una perra. Tuvo que soportar que su macho Héctor le abriera brutalmente las cachas, se escupiera él mismo la mano, y empezara a cachetearle con fuerza y vigor las cachas de la virginal colita... Porque la nena era puta, era muy puta, él Héctor se había dado cuenta, la nena había mostrado ser muy puta comiéndose así el pene del tío...

Héctor escupió groseramente, brutalmente su mano, y con mucha más saña y violencia le abrió el orto a la puta y empezó a meterle dedos en el culo... Sos muy puta, nena, sos demasiado puta y este Macho te va a castigar, trola de mierda, vas a ver ahora lo que es un Macho, vas a ver ahora cómo te va a quedar el orto cuando te rompa el culo con esta, pedazo de putaaa...

Todo el tiempo yo miraba, solamente miraba. Sabía que debía aceptar el castigo. Mi nena era demasiado puta. Había que castigarla nomás. Había que enseñarle cómo era obedecer y dejarse hacer por un macho como él, como Héctor... Un macho mucho más macho que yo...

Cuando finalmente Héctor se puso en posición yo le veía más el culo a él que a ella, a mi nena Julieta, a quien él con ese pedazo de cuerpo poderoso tapaba casi por completo... Pero hermoso, legendario, excitante como la puta madre que me parió el espectáculo majestuoso del culo bien macho de mi hermano Héctor...

Él apenas se dio vuelta para mirarme, me guiñó un ojo y volvió a tirarme otro beso húmedo, lascivo, de varón para varón...

Lo único que dijo fue: —Mirá vos, hermanito, aprendé y mirá cómo hay que darle a las putas como ésta... Mirá cómo la voy a fajar a tu nena... mirá... Ahhhh... Aprendé, hermanito, mirá, ahhh...

Ni tiempo le dio de respirar el hijo de puta a mi pobre nena.

Le embocó el primer pijotazo de una. La nena aulló salvajemente, la estaba matando de dolor el hijo de puta... Le había desgarrado el ano. Pero que se joda, había sido muy puta con el tío Héctor, ahora iba a aprender a servir a un Macho...

Le puso la verga de una sola vez y es por eso que ella se bamboleaba demasiado, con su cuerpo frágil parecía querer librarse, y él la agarraba de los pelos, de la cadera... No tenía escapatoria la nena. Aullaba la pobre que daba lástima.

Pero así eran las cosas. El Macho quería romperle el culo. Se le cantaban las bolas. Quería escupirle toda la guasca en el orto a la nena puta...

No pude dejar de mirar un solo segundo cómo brincaba el cuerpo de Héctor, como movía sus gambas, su culo majestuoso, que se abría palpitante y masculino mientras se garchaba a la hembrita, que pasaba del gritito al gemido y al ronroneo... Y el hijo de puta movía el culo tanto, taaanto, para cogérsela, que no pude más... No pude más... Por eso hice lo que hice...

Me arrodillé y fui gateando. Con el culo al aire, tembloroso, palpitante, entré al dormitorio y me subí a la cama donde mi macho Héctor estaba rompiéndole el culo a Julieta, mi nenita puta... No pude contenerme. Y por la mirada de mi macho supe que él tampoco quería que yo me contuviese. Acerqué primero mi mano. Mi mano abierta.

Al principio con timidez, puse toda mi mano abierta en el culo abierto de Héctor, que seguía brincando y cabalgándose a la puta, moviendo más y más las piernas, abriendo más y más los culos tanto de él como el de ella... Pero el culo de él era lo que estaba volviéndome loco... Loco, loco de pasión sexual...

Qué bien garchaba. Qué bien movía el culo mientras se lo partía a ella, atornillándola bien, metiéndole la verga cada vez más, más, más profundo... Cuanto más hundía su verga Héctor en el culito de la pobre nena, más abría él el suyo propio...

La mirada de Héctor, el beso húmedo y lascivo de lengua con el que me abrió la boca, hizo que me hiciera sentir que tenía permiso, yo, su puto, para abrirle con mi mano el culo a él... Mi mano tenía hambre. Hambre sexual de Héctor.

En pocos segundos Héctor tenía clavados en el orto dos, tres, cuatro dedos míos. Con la otra mano yo no podía dejar de masturbarme. Estaba extasiado por mi macho, por Héctor... Qué bien se la cojía a mi nena el hijo de puta, y cómo gritaba ella, cómo le estaba partiendo el culo a pedazos... Y el culo machazo de Héctor se abría más y más al hambre insaciable de mi mano...

Cuando me di cuenta de que yo iba a morir si no me lo cogía a Héctor ya mismo, entendí por la mirada de él, del Macho, que era lo que yo como puto tenía que hacer.

Me acomodé. Y moví la cabeza cerca de su culo, arrimándome, para no estorbarlo al Macho, mientras él le atornillaba el culo a la nena para partírselo. Se lo chupé mucho, muchísimo, cuidándolo todo el tiempo de no lastimarlo, extasiándome con el aroma interno y profundo y masculino de su culo, que no paraba de mover brincando mientras se cogía a su hembra, y mientras su hermano el puto se lo cogía con la lengua por el culo...

Yo ya estaba casi muerto de placer, de éxtasis, de morbo, de locura... Estaba tan embriagado con el culo macho y peludo de Héctor en mi boca que me dejé llevar y poco a poco fui olvidándome de la voz y los grititos de mi nena la puta. Será por eso que me sorprendió tanto, sumido en mi éxtasis anal con Héctor, escucharla gritar a la hija de puta.

—¡Papiiii, papiiii, por favor, por favorrr!!! ¡Nena quiere...! ¡Nena quiere lo que el papi le prometió, papi!!!

Yo no entendía nada pero tampoco imaginé nada raro. Seguía extasiado, muerto de felicidad, chupándole el culo a Héctor. Simplemente supuse que era parte del juego de mi Macho, a quien no quería estorbar. Solamente quería extasiarme con el sabor y el olor del culo de mi macho Héctor.

Pero repentinamente entendí.

No.

No.

—¡Nooooooo...!!!

Y fue eso lo que grité. Más cuando vi que Héctor la soltaba a ella. Que volvía a abrazarme, que me tomaba el cuerpo entero con su abrazo masculino, protector y despótico. Y más todavía cuando entendí que la nena puta ahora se libraba de él y se dedicaba a masturbarse, muerta de la felicidad, viendo cómo su macho me hacía puto a mí...

Héctor me abrió nuevamente la boca con sus besos empapados. Se me pegó al cuerpo con su abrazo invasor. Estábamos pegados, refregaba sus bolas contra las mías, sus manos me recorrían el culo, metiéndose adentro como lo había hecho yo hacía minutos, me manoseaba el culo, me metía dedos... Y volvía una y otra vez a refregarme su miembro al palo contra el mío...

Yo empecé a gritar desesperado: —¡No me hagás eso, hermano, por favorrr!!! ¡No me cagués!!! ¡Estás loco, man, cómo me vas a hacer esooo!! ¡Yo no soy puto, carajo, déjenme los dos carajooo, degenerados de mierdaaa!!!

Pero la nena se reía, feliz y complacida, de que mi macho Hector no me diera bola. Era algo escondido entre ellos. Y yo recién me enteraba.

Era algo que mi macho Héctor, que su macho Héctor, le había prometido a ella. A la nena.

Lo habían urdido a mis espaldas.

Y yo estaba cagado de miedo.

Era mi culo el que estaba en peligro.

La nena seguía humillándome: —Mirá cómo le gusta, papi... Sííííí, jaja, le gustás al puto, mirá, miralo como se pone cuando le tocás el culo... ¡Es re puto, papi, jajaja! ¡Y vos le dijiste a la nena que te lo ibas a garchar, que le ibas a hacer a él lo mismo que a mí, papiii!! ¡Nena quiere ver, papi! ¡Rompele el culo! ¡Cojetelo a él, papi, igual que a mííí!! ¡Nena quiere ver a su papi macho cogiéndose al puto, papiii!!!

Sus grititos me taladraban los oídos. A él, a Héctor, parecían encantarles.

Forcejeé lo más que pude.

Nuestro macho Héctor estaba cagándose de la risa, canchero, sabiéndose ganador, majestuoso, hermoso, bellísimo... Él sabía que ni siquiera era necesario apelar a su fuerza de varón imbatible...

Posiblemente yo haya llorado un poco... No lo sé. Ahora no lo recuerdo.

Sí recuerdo todo lo demás. Sobre todo la mirada burlona, antes inocente, de mi nena. Cómo gozó la hija de puta viéndolo a Héctor rompiéndome el culo. Cómo me humillaron entre los dos. Y qué boludo fui. Cómo me cagaron. Qué puto...

Forcejeé todo cuanto pude. Pero librarme del cuerpo de Héctor era imposible para mis fuerzas. Y él lo sabía. Creo que por eso mismo se complacía haciéndome doler, seguía besuqueándome, metiéndome manos en el culo... Apenas necesitaba hacer algún que otro movimiento corto para zanjarme de nuevo y hacerme caer...

Lo miré suplicante: —No me podés cagar así, hermano... Somos dos... Somos amigos, papi... Somos dos machos, Héctor, que me hacés...

Su única respuesta fue tomarme con sus dos manos la cabeza.

Me miró fijamente. Casi con dulzura. Pero con la dulzura tenaz, infatigable de un Macho.

Yo pensé que iba a darme otro beso. Cerré los ojos para recibirlo.

Recibí entonces mi primer castigo. Mi primer merecido.

La escupida de mi Macho me había empapado toda la cara. Su escupida de macho hermoso, que hace lo que se le canten sus pelotas, bajaba ahora desde mis mejillas hasta mi boca.

Después sí vino el beso. Pero fue un beso con el sonido de fondo de la risa de la nena. La nena quería calentarse viendo cómo un macho se violaba al otro. Quería verlo a Héctor empezando a hacerme puta manoseándome el culo y untándome la lengua con su saliva, enredándola con la mía...

—¿Sabés lo que pasa, papi?... Se lo prometí a la nena, vos entendés... La nena quiere mirar... y... y te tengo que culear, hermanito...

Y yo lo miré a él.

Majestuoso. Bellísimo. Con la verga palpitante a punto de partirme el orto y escupirme su guasca en el culo.

Y la miré a ella.

Y recién fue entonces que descubrí la verdad.

La nena había dejado de ser nena. Tenía la cara perfectamente perversa de una mujer que reclamaba por su derecho al espectáculo. El espectáculo entre dos varones. Y apenas lo miró a Héctor fingiendo un mínimo de sumisión, cuando le extendió la mano para darle su bombachita de encaje blanco y decirle:

—Y acordate, Héctor... Acordate de este detalle. Poneselá. Ahora.

Héctor sonrió complacido, excitado, morboso. Qué hermoso estaba el hijo de puta. Casi me enamoro de él y me quedo para siempre prendido de su mirada... si no fuera... si no fuera porque le escuché a ella hablar nuevamente para decir:

—Y ahora sí, macho... Ahora hacelo mierda. Ahora quiero que la puta sea él. Rompele bien el culo. Empiecen.

Marianito

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