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Cómo le rompieron el culo a Horacio

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Cómo le rompieron el culo a Horacio

Por supuesto, al principio nadie sabía que era puto. Nadie excepto él. Aunque Horacio siempre había tomado como lo más natural del mundo, desde chico, que en el colegio los pibes más grandes y más machotes le estuvieran toqueteando el culo todo el tiempo. Incluso una vez, hacía un par de meses, un pibe futbolero, el mejor goleador de la división y un potro hermoso por el que Horacio siempre suspiraba, Federico, le había dicho a Horacio (porque estaba un poco alzado y quería hacerse más el macho delante de los otros pibes): "Chupame la verga, Horacito... Vos sos un puto y seguro te encanta morfarte esta poronga". Y se había agarrado bien guaso el bulto para mostrárselo a Horacio. Y Horacio no tuvo el más mínimo pudor en decirle: "Me encantaría, macho... Estás re fuerte y yo te lustraría la verga hasta sacarle brillo y hasta que me rompas bien el culo".

Todos se rieron. Pero a Horacio le había encantado que todos los pibes supieran que él era puto y que estaba enamorado del goleador, de Federico, del machito futbolero más hermoso y guarro, un hermoso hijo de puta por el que Horacio encantado se haría putito. "Meteme un gol en el culo, macho hermoso", le había dicho al final el puto Horacito.

A Horacio le encantaba que le anduvieron tocando, manoseando el culo. Él amaba su culo y cuando no era un macho el que quería manoseárselo, él en sus propias masturbaciones no paraba de hacerlo. Estaba casi todo el día con sus manos en el culo Horacio. Por supuesto así gozaba como un puto, así ponía trémulo su ano intacto ansioso de verga y de guasca de macho. Y, también por supuesto, pensaba todo el tiempo en SU macho. En Martín.

Martín era su tío. Pero no le gustaba para nada que le dijeran tío. Al principio, alguna que otra vez, Horacio se equivocó y Martín le respondió de muy malos modos. "No me digás tío, forro pelotudo, ¿te creés que soy un viejo choto yo?". Así que de ahí en más Horacio siempre lo llamó por su nombre. Le había encantado también que Martín lo tratara así: bien macho, medio bestia, de muy malos modos y con una fuerza varonil en su actitud y en su voz gruesa y alzada que Horacito nunca tendría.

Siempre lo había amado. Siempre, siempre, siempre... En secreto, por supuesto. Aunque a veces Horacio sospechaba que Martín sabía. En fin... en todo caso, era... era su tío.

Y además hétero. Y además casado. Casado con una mina espectacular —al menos así decían todos— que se llamaba Claudia, y que estaba todo el día mostrando las gomas. Pero Horacio por momentos se imaginaba que Martín sabía pues Horacio no paraba de mirarlo un segundo cuando lo veía, y le parecía que Martín se daba cuenta de eso. Lo chupeteaba todo con la mirada, todo el cuerpo, desde sus fuertes patas hasta su impactante lomo y su velludo pecho, y se le hacía agua la boca, no paraba de recorrerlo un segundo, palmo a palmo, milímetro a milímetro de ese cuerpo espectacular, regio, varonil, velludo, hermoso...

Lo peor eran los fines de semana. Lo peor y lo mejor, el cielo y el infierno de la lujuria para el putito Horacio. Porque era entonces cuando venían Martín y la mujer. Y las más de las veces, desde que llegaban, Martín y la esposa se ponían frescos, livianos. Y entonces aparecía la pelotuda con una bikini mostrando todo el orto y las gomas. Pero sobre todo era Horacio quien caía casi en la locura cuando veía que ahí aparecía su tío Martín, saludando a su hermano, el padre de Horacio, en sus espectaculares shorts.

Tenía un cuerpo espectacular, infartante el hijo de puta. Morocho, alto, velludo, unas piernas fuertes y macizas que delataban su físico de macho adicto al rugby, con una cara espectacular y un bulto genital irresistible. Y esa hombría. Esa manera de moverse. Esa fuerza que cuando le daba la mano o un abrazo a Horacito él creía desplomarse. Un hijo de puta bellísimo, bien varonil.

Horacio ardía de celos porque después del asado lo más frecuente era que Martín se metiera en la pileta con la mujer, o se tiraran ambos por ahí a tomar sol. Martín siempre en shorts, traía siempre unos shorts espectaculares... generalmente eran blancos, tipo rugby también. Y el hijo de puta de su tío hermoso, de su macho legendario, no tenía el más mínimo drama ni pudor en andarse franeleando con la mujer delante de su sobrino, de andar sobándole las tetas a la pelotuda esa de Claudia o de decirle, como de hecho le dijo una vez: "Seguís moviendo el culo así, forra, y tu macho te va a romper la concha delante del pibe".

Sus padres, los de Horacio quiero decir, no contaban. Andaban siempre en babia. O peleándose. Así que hablaban con Martín y la mujer y, como siempre, no le daban la más mínima pelota a Horacio. Martín y la mujer tampoco. Y además en general su padre y su madre se iban después de la comida a seguir peleándose por ahí, y los dejaban solos a Martín y la mujer, y también por supuesto al insignificante, siempre silencioso Horacito.

A veces Horacio se decía que así era mejor. Nadie reparaba en sus erecciones, ni en que a un costado de la pileta de natación Horacito se metía sus manos dentro de su propio short, manoseándose las bolas y el culo, masturbándose mientras miraba extasiado y embelesado a su macho Martín. Como nadie reparaba en él salvo para saludarlo cuando llegaban o se iban, Horacio se dedicaba cachondo y puto a lamer con su mirada lasciva el cuerpo espectacular, fuerte y velludo, machísimo de su tío Martín.

Un día, pasó algo raro. Algo que siguió sucediendo cada vez que Martín lo saludaba a Horacio. Y que hizo que el inexperto, problemático, cachondo y putito Horacio ya no pudiera sacarse nunca más de la cabeza a su macho Martín. Y lo atormentaba mucho porque no entendía qué le quería decir con eso.

Era un domingo a la mañana, bien, bien temprano, muchísimo antes de que Martín llegara a la casa de sus padres con la mujer, la putarraca esa... Horacio se había ido a jugar un partido de fútbol con los muchachos del colegio. Dijo que iba a volver al mediodía, justo para almorzar. Por supuesto no dijeron una sola palabra sus padres. Les daba igual.

Horacio era un bajón jugando al fútbol, no era malo, era pésimo. Pero había ido por lo mismo de siempre, porque en el fondo de su culo albergaba la trémula ilusión de que, como era tan malo, alguien se enojara, aprovechara la excitación futbolera y, para burlarse de él o para aprovecharse, se zarpara y le rompiera de una vez por todas por fin el culo. Pero ya había ido dos o tres veces a jugar fútbol Horacio con los amigos y lamentablemente nunca había pasado. Como mucho, lo puteaban, lo humillaban, uno una vez incluso lo había escupido, pero nada más...

En la semana lo que había pasado era que el machito mejor goleador, Federico por supuesto, el potro más zarpado e hijo de puta, lo desafió una vez más, y se lo llevó al baño de varones del colegio.

Por supuesto atrás de él y de Horacio fueron todos. Y todos miraron, excitados, nerviosísimos, riéndose como tarados, cómo Horacio se había arrodillado delante de su machito y sumisamente le había chupado la poronga delante de todos. Todos se reían, algunos aplaudieron, otros con menos pudor incluso se habían bajado los calzoncillos y se habían empezado a masturbar.

Pero lo más deseado por Horacio no ocurrió. Fede, el machito guarro, el goleador más codiciado, le había escupido toda su rauda, espesa, aromática guasca en la boquita y en la cara. Pero, para desesperación de Horacio, el culo se lo había dejado intacto.

Esa mañana Horacio se puso sus shortcitos azules de fútbol, su camiseta de Boca y se fue nomás al potrero. Pero, por supuesto, esa vez lamentablemente tampoco pasó nada. Así que cuando emprendió la vuelta estaba totalmente sudado, lleno de polvo y de tierra, con el yorsito y la camiseta totalmente sudados y el culo igual que siempre, tristemente intocado, cachondo, sin explorar ni someter. Se lo habían manoseado un poco pero nada más. Ni siquiera le habían dicho que chupara una verga. Nadie se había bajado el short para ordenarle chupar pija a Horacio y tampoco le habían bajado el yorsito a él. Estaba llegando a su casa totalmente frustrado, caliente, cachondo y desesperado Horacito.

Cuando llegó, vio que habían almorzado el asado en el jardín y que ahora estaban levantando la mesa. La puta esa de la mujer de su tío estaba casi en bolas, como siempre. Y su macho Martín ahí estaba: regio, estupendo, bello y machísimo como siempre. En shorts. En shorts blancos. Tenía un físico espectacular el hijo de puta. Estaba hermoso. Más macho, bello y varonil que nunca.

Igual Horacio no se preocupó, ni nadie le dijo nada por la tardanza. Pensó que después se haría un sánguche con algo frío que hubiera quedado y listo.

Así como estaba, sudado, sucio, con su short de fútbol y su camiseta empapados de transpiración, se tiró Horacio en una reposera. Y lo que fue raro es que su madre insistiera una y otra vez en decirle que se tenía que ir a duchar cuanto antes. Ya. Urgente. A lo cual cada vez, porque se lo dijo finalmente como dos o tres veces, Horacio respondió bufando, sin mirar, y dijo: —Más tarde. Ahora no quiero.

Estaba en la reposera con los ojos cerrados y bufaba sin mirarla cada vez que le respondía a su madre. No quería mirarlo a Martín. Esa tarde no lo aguantaría. Su culo ardería de deseos por ese macho fabuloso que en minutos nomás estaría poniéndose al palo y se pondría a franelear con su mujer, a darle besos de lengua, a pasarle sus peludas y pesadas manos por las tetas delante de su propio sobrino. No iba a poder aguantarse la excitación y la desesperación esa tarde Horacito. Siguió sin abrir los ojos y casi no pudo creer el milagro de darse cuenta de que su tío Martín le estaba hablando:

—Así con el culo sucio que tenés, Horacio, así no te va a querer estrenar nadie...

Y todos se habían reído. Horacio no sabía qué hacer. Su macho Martín le había dicho delante de las mujeres que tenía el culo sucio. No era verdad, o al menos eso creía...

Le dio vergüenza escuchar cómo se reían esas hijas de puta, las dos juntas. El macho lo había humillado en serio, bien profundo... Pero a la vez Horacio estaba como loquito de que por fin una vez su macho Martín le hubiera dirigido más que un saludo. Lo único que hizo fue, sin mirarlo, responderle:

—No tengo el culo sucio, Martín...

Pero nadie lo oyó. Y cuando fueron como las siete de la tarde, ya vestido, Martín ya se estaba despidiendo de todos, Horacio incluido, y mientras sacaba de su pantalón azul las llaves de su auto, en la puerta, volvió a decirle delante de todos:

—Y lavate el culo, Horacio... Queda feo un machito con el culo sucio.

Todos se volvieron a reír. Esta vez fue peor, porque también estaba su padre presente. Todos se rieron muchísimo y Horacio se puso rojo de la vergüenza. Además el culo le empezó a temblar: de humillación, de impotencia, de... De deseo por ese macho animal hijo de puta y hermoso que le estaba diciendo que tenía el culo sucio. —Yo soy un chico higiénico, dijo, pero como antes, entre risotadas y burlas, nadie lo pudo escuchar.

Esa noche, Horacio acabó como una yegua, presa en éxtasis de sus solitarias masturbaciones juveniles. En las imágenes que corrían afiebradas por su cachonda cabecita de puto, el tío Martín se lo trincaba, le ponía las piernas al aire por sobre sus hombros y le cabalgaba como un potro furioso el culo. Mientras tanto, Horacito gozaba y gemía, le estaba dando muy fuerte por el culo su macho salvaje, se lo culeaba sin parar mientras Horacito le susurraba: "No tengo el culo sucio, Martín... tu sobrino Horacio nunca tiene el culo sucio... nunca antes de tu guasca, mi macho, mi amor, mi hombre..., rompeme bien el culo, ahhhh, haceme tu putaaa yaaa".

En la semana, antes del fin de semana no hubo novedades. Nadie lo molestó salvo un par de bruscos, lascivos manoseos en el culo de Horacio.

No se pudo sacar un solo día de la cabeza una pregunta Horacio: ¿Por qué me joderá Martín con que tengo el culo sucio? Desde aquel momento Horacio se fijaba y se limpiaba el culo primorosamente, como reservándoselo para su macho ceñudo y severo que no toleraría faltas de higiene en el ano de su putito. Por momentos le daba como rabia que Martín le hubiera dicho eso. Y cada vez que se acordaba de cómo se habían reído todos, especialmente su madre y la yegua puta esa de la mujer de Martín, creía morir de la humillación y la vergüenza.

Le daba como rabia. El fin de semana siguiente pasó algo parecido al anterior. Horacio había ido a jugar al fútbol también. Resultado infructuoso también, nadie se había bajado el short para darle verga al hambriento putito cachondo Horacio. Igual a Horacio ya no le importaba tanto, se dejaba manosear el culo por supuesto pero el macho de sus sueños, su único y verdadero hombre, era para siempre Martín. Pensaba en ese físico, en esa vello tupido y oscuro, en esas piernas tensas y musculadas, en esos shorts blancos del tío Martín, en esa voz varonil y guasa, en ese bulto genital impresionante, y el culo de Horacio entraba a palpitar imparable, cachondo, más putito que nunca.

Llegó sudado y transpirado y cachondo, también tarde, ya habían comido el asado ese domingo también. Se tiró como esperando la cosa Horacio con su yorsito transpirado y su camiseta empapada en la reposera. La puta que siempre traía Martín y su madre hablaban boludeces.

El macho fabuloso, más potro que nunca, estrenaba shorts azules, y estaba saliendo, empapado, chorreando agua, más macho que nunca, de la pileta. Cuando su madre empezó a romperle las bolas a Horacio con que estaba sudado y que tenía que irse a bañar, le respondió igual, bufando, de malos modos, con monosílabos. Cada tanto le echaba una babosa, desfachatada mirada a su macho Martín, espectacular y soberbio en sus nuevos shorts azules. Cuando su madre siguió con la cantinela de que Horacio estaba muy transpirado y que se tenía que bañar, ya Martín estaba mirándolo a Horacio, bien macho y bien guaso, pasándole descaradamente las manos por las tetas a Claudia, sacándole la parte de arriba del bikini. Claudia se sentía muy puta y cuando eso pasaba como ahora, se reía todo el tiempo como una boluda.

Sin sacarle sus pesadas manos de las tetas a Claudia, Martín dijo:

—Pasa que Horacio tiene el culo sucio.... Muy sucio... Y le gusta tenerlo así, sucio todavía, un buen rato...

No sabía qué pasaba Horacio. Ni siquiera él entendía. Lo que sí le estaba pasando por el culo, en cambio, era la locura. Y además, abajo del short, la erección. El shorcito de fútbol casi le estallaba en su transpirado y cachondo cuerpo juvenil.

Apenas le dijo eso del culo sucio Martín y apenas empezaron a reírse como dos boludas su madre y la puta, Horacio se sintió totalmente turbado, violado, totalmente excitado y sometido. Con una cara totalmente cachonda, abre los ojos y le pregunta de frente a Martín:

—¿Por qué me estás diciendo eso, eh?... Vos sabés que yo no tengo el culo sucio...

Martín lo miraba guaso, sobrador, cínico. Más fachero, hermoso e hijo de puta que nunca. Seguía manoseándole incansable las tetas a su puta. Esta se reía como una tarada y su madre también estaba riéndose de Horacio. Horacio lo miraba interesado a Martín, que lo miraba a los ojos mientras usaba descarado las gomas de su mujer.

—Esas cosas se hablan entre hombres, Horacito...

Más y más se reían entonces las dos boludas. Horacio no entendía nada. Estaba como loco. Desesperado. Puto, muerto de putísimo, sometido amor por su macho que lo humillaba. No quería cambiar de tema.

—A mi me gustaría que lo expliques, Martín... Cuando vos quieras...

Se estaba ofertando, o algo así, Horacio, aunque mucho no entendía. Había entrado en un juego peligroso pero muy sensual que se había apoderado de él. No lo iba a largar aunque no supiera adónde lo podía llevar ese turbio jueguito con el tío.

Martín lo miraba sin perder un ápice de su sonrisa de macho canchero y sobrador.

—Pronto lo vamos a hablar, Horacito... Mientras tanto tené paciencia y lavate siempre bien el culo... Queda feo un machito con el culo sucio. Nadie lo va a querer estrenar.

Las dos hijas de putas casi se descostillaban de la risa. Horacio no entendía nada. Todos se burlaban de él. Lo humillaba, le daban vergüenza y él se quería morir. Se fue corriendo a su cuarto y trató infructuosamente de olvidarse de todo.

Desde que habían comprado la computadora sus padres, por otro lado, todo era cada vez más y más confusión para el puto Horacito. Su padre usaba la compu un par de horas al día y después él la tenía todo el tiempo para él. Pensaba Horacito siempre en andar buscando fotos de machos. Machos como a él le gustaban. En shorts, o en calzoncillos... pero siempre no del todo desnudos. Pero al rato de ver la foto de un espléndido macho en calzoncillos, Horacio entraba a masturbarse, cerraba los ojos, abría bien el culito, se ponía dedos y entraba a pensar en Martín.

Desde que le había dicho lo del culo sucio, más lo amaba, con más locura, con más pasión, se habría dejado hacer todo, de todo, por su macho Martín. Qué hermosos los shorts del tío Martín, que hombría, qué cuerpo... Cuánto lo amaba, cómo lo deseaba a ese varón...

Igual, le intrigaba siempre lo del chiste sobre su supuesto culo sucio y sentía morirse de la rabia y de la vergüenza que Martín lo dijera siempre delante de su puta y de su madre.

Una noche, enloquecido, no pudo más. Tipeó el nombre completo de su tío Martín en Google. Por supuesto lo encontró en dos segundos. Su macho Martín era un hombre importante. Jugador de rugby amateur, arquitecto de profesión, al frente de uno de los estudios de arquitectura más importantes de Buenos Aires... Anotó la dirección de mail de Martín.

Después se fijo si había fotos de su macho Martín. Lo sorprendió encontrar una. Era de otro website, uno de deportes. Estaba con otros machos, por supuesto ninguno era tan hermoso ni tan hombre como él, pero ahí estaba... estaba con su equipo de rugby, con todos sus amigos, antes del partido, Martín, un poco a la izquierda, sobresaliendo...

Esas gambas, ese pecho, ese vello... esos shorts... Su macho Martín lo estaba llevando a la locura... Miró enfebrecido y cachondo la foto de su macho rugbier, de su tío Martín, durante minutos y minutos, mientras se pasaba las manitos por el culo y se masturbaba furiosamente. Acabó como una yegua. Las gotas de su juvenil semen puto llegaron a manchar un poco el teclado. Como si algo oscuro le dictara desde su inconsciente lo que debía hacer, le escribió con un nombre falso, en una dirección de mail gratis que abrió allí mismo, un mail a su macho Martín:

"Qué hombre fabuloso que sos. Veo tu foto en esos shorts de rugby, qué cuerpo que tenés, qué macho hermoso sos.... Yo tengo novia pero por un macho como vos yo me hago puto. Sos un hombre impresionante, Martín... Qué bien debés culear. Tenés toda la facha de ser un macho que agarra a una mina o a un puto y los hacés mierda garchándotelos... qué pedazo de animal que sos, Martín, desde que vi tu foto no puedo parar de masturbarme pensando en vos. El primer día que me vayas a culear te voy a llevar de regalo los mejores calzoncillos que te pueda comprar."

Horacio se dijo después de mandarlo: "Bueno, ya sé, hice una boludez de pendejito boludo, pero por lo menos que el loco se desayune que un macho como él es capaz de volver loquito de amor a un putito como yo..."

Ni con esa idea pudo reconfortarse Horacio. Se sentía un tarado. Un chaboncito pendejo y boludo. Lo que había hecho era re pajero y no servía para nada.

Pero al día siguiente casi pega un alarido entre asustado y de yegua recién culeada el putito Horacio. No puede creer lo que ve cuando abre esa casilla de mail. Su macho Martín le había respondido. Temblándole todo el cuerpo, palpitándole enloquecidamente el culo, Horacio abre el mail.

"Qué hacés, puto, trolo... Me gusta que seas así putito bien obediente. Mejor, así cuando tu macho te entre a partir el orto le vas a rendir bien. Andá preparando ese culo que cuando te agarre te lo parto en cuatro. Siempre uso shorts de rugby. No solamente para jugar. Me los pongo antes de ir a coger. A las minas y a los putos como vos les gusta y así los preparo para cuando me los empiece a culear. Me los dejo puestos un buen rato antes de empezármelos a garchar. Tu Macho Martín."

Siguió una semana en la que Horacio con su nombre falso escribía cachondísimos, putísimos mails de amor y lujuria a su varon fabuloso, a su macho codiciado, a su tío Martín.

"Espero que no me lastimes mucho cuando me partas el culo, macho Martín... Yo te lo voy a dar porque quiero que me hagas tu puta. Sos un hombre tan espléndido, un machazo tan hermoso que me despertás locura. Pero también me das un poco de miedo. Debes tener una verga impresionante, papi... ¿Me va a doler mucho?" Martín respondió casi todos los mails, siempre era él el macho soberano, el que decía lo que le iba a hacer: "Sos un puto tan trolo, Horacito, que cuando te asesine con esta verga el culo te lo parto en cuatro y aunque chilles del dolor tu macho no te la va a sacar. Porque para eso sos puto. Para complacer a tu macho. Y a tu macho le gusta culear fuerte. Agarrar un putito y hacerle mierda el culo. Ahora me voy porque estoy en la oficina y en mi horario de almuerzo me voy a culear a un flaco que conocí anoche por Internet. Andá preparando bien ese culo Horacito. Cuando te agarre te lo hago mierda. Tu Macho Martín"

Ya casi no le daba importancia Horacito a lo que pasaba en el colegio con los otros machos. Fede al final lo había llevado varias otras veces al baño de varones, para que los otros pibes vieran que tenía al puto de Horacito siempre obediente y sumiso para que le chupara las bolas y la verga delante de todos. Después, en los otros recreos, todos los machitos del cole se creían con derecho a manosearle abiertamente, con risotadas y chiflidos, el culo a Horacio.

Él se dejaba hacer. Una vez le preguntó en un mail a Martín si lo dejaba que los otros pibes del cole le manosearan el culo o le ordenaran chupar verga. Martín dijo que estaba bien, que eso se lo permitía. Pero que no se lo cojiera nadie. "El culo ese es mío, putito Horacio... Ni siquiera tuyo. Mío. Ese culito lo voy a estrenar yo. Chau putito. Andá preparándote. Pronto tu Macho Martín te va a partir el culo en mil pedazos hasta dejártelo chorreando guasca."

Una noche Horacio pensó en la situación que estaba dándose y se dio cuenta de que debía tomar una resolución. Lo que estaba pasando era una locura. Él se estaba matando de tanto masturbarse pensando en su macho Martín. Y el tío jamás se daría cuenta de que el putito cachondo que lo perseguía sexualmente por mail era su propio sobrinito Horacio. Así como estaban dándose las cosas, no iban para ningún lado.

Otro tema era el de Fede. Mejor era seguir provocándolo al machito goleador para que se lo cogiera por fin. Decirle una vez más cuando estuvieran en el baño: "Haceme un gol, macho, rompeme bien el culo que sinó ya no me van a dar ganas de seguir chupándote la garompa". Además, lo del tío... Todo era un despelote.

Cada vez que venían, cada fin de semana, Martín volvía con el maldito chiste de que Horacio tenía el culo sucio, de que se lo tenía que lavar. Y la putarraca esa de la mujer de Martín y su propia madre le festejaban el chiste y se reían a carcajadas como si fuera la primera vez que se lo decía. Horacio hizo varias veces lo de mirarlo de frente, bien cachondo, a su tío Martín, insistiendo con que no tenía el culo sucio, que por qué le decía eso, y Martín respondía como siempre: "Eso se habla entre varones, Horacito... No con las damas aquí presentes. Vos seguí tomando la sopa y lavándote bien el culo. Un machito nunca debe andar con el culo sucio." Las dos hijas de puta se reían cada vez más fuerte. Horacio terminaba siempre muriéndose de la vergüenza y de la humillación, sin entender nunca nada.

Pero Horacio estaba aprendiendo. Sabía que no tenía el culo sucio y una tarde tomó la decisión de hacerle frente a Martín, la próxima vez que se lo dijera. Que fuera un macho no le daba derecho a... Ya llegaría el fin de semana, y vendría el tío Martín con su mujer. Pero, para empezar, ya no le escribió más mails cachondos y lujuriosos.

Ya estaba pensando Horacio en presionarlo y ofertarle el culo una vez más a su machito goleador en el colegio. Era hora de que lo desvirgaran. "Haceme un gol, macho... En el centro del culo. Partime el ano con tu gol, macho... Dale, tenés toda la cancha. Haceme mierda. Quiero ser tu puto". El culo de Horacio necesitaba pronta atención. Urgente. Necesitaba que se lo hicieran pedazos. Que se lo dejaran esta vez sí sucio. Sucio de guasca de macho. Quería chorrear guasca de macho recién escupida por los cantos del culo y mostrarle a todos lo puto que era. Un putito culo roto. Una vez que ya no fuera un putito virgen, todos se la iban a querer meter a Horacito. Y así iba a estar siempre bien garchado. Eso quería.

Ese mismo miércoles, cuando a Horacio le empezaron a manosear el culo después de la clase de Matemática, un ratito antes del primer recreo, Federico, el machito goleador, se puso la mano sobre el bulto, mostrándole al putito Horacio las pelotas y la verga hinchada y cargada de guasca que le iba a dar por la boquita apenas sonara el timbre. Horacio, como siempre, se dejó hacer. Lo miró al negro, que lo observaba serio y obsceno, pasándose la lengua por los morados y gruesos labios, y le retribuyó con su habitual gesto de putito sumiso y obediente.

Pero cuando el negro Federico, ese morochazo regio, machazo y bruto, se apoderó con la misma soberbia guasa de siempre del culo de Horacio y empezó a manipularlo para llevarlo al baño de varones a que le chupara la poronga, y apenas los otros machitos de la división los siguieron para contemplar el glorioso espectáculo del putito Horacio chupándosela, Horacio le dijo:

—Sos un negro buenísimo, Federico... Estás cada día más fuerte. Me volvés cada día más puto, macho... Ojalá pronto me hagas tu puta rompiéndome bien este culo que te ama. Y me podés prestar a todos tus amigos pero yo siempre voy a ser tu putito, macho. Dale papi, haceme un gol.

Tragó aire y saliva el putito Horacio. Estaba nervioso, cachondo y el culo le palpitaba de la excitación de decirle eso a Federico. Se decidió. Mientras todos miraban boquiabiertos y riéndose como tarados, Horacio le bajó el calzoncillo a Federico, mirándolo firme a los ojos, y le declaró:

—Haceme un gol, macho... En el centro del culo. Partime el ano con tu gol, macho... Dale, tenés toda la cancha. Haceme mierda. Quiero ser tu puto.

Era la primera vez que alguien lo desafiaba así al negro hermoso Federico. Y el potro quería ser el macho más macho de todo el colegio, así que la idea de Horacio hablándole así delante de todos, lo hizo sentir incómodo. Ya iba a ver ese puto...

Lo agarró fuerte de la nuca al puto Horacito y lo hizo arrodillar. Mientras le incrustaba brutalmente toda la poronga al palo en la boquita para que se la chupara bien, le dijo mirándolo a él y a todos:

—Ya vas a ver, puto... Puto, re puto, putazo de mierda, cómo te voy a partir ese ano, vas a gritar como una yegua puta... Te voy a hacer mierda ese culo de puto que tenés. Pero acá no podemos. Pero preparate, andá preparando ese orto cachondo que el sábado en el potrero después del partido te vamos a partir el ano yo y varios... Ahora chupá, putazo, dale chupááá...

No lo dejaba respirar casi al putito Horacio. Lo había agarrado de la nuca y metía y sacaba la verga henchida de guasca todo el tiempo de esa boquita golosa y pedigüeña. Al puto Horacio todos le miraban el culo mientras se masturbaban, se reían y le gritaban obscenidades al verlo arrodillado y chupándolo al negro, Fede, a ese negro bruto, soberbio, machazo...

Ese viernes por la noche casi no había podido dormir el putito Horacio. Tenía el culo completamente mojado, enloquecido, adicto, palpitante... lo imaginaba al negro trincándoselo y casi gemía como una yegua. No dejó de masturbase casi todo el tiempo de su insomne noche cachonda metiéndose manos y dedos en el culito todo el tiempo.

A las 7 de la mañana ya estaba duchado y se había puesto ya su camiseta de fútbol, su yorsito futbolero azul, apretadito, que le marcaba un culo dispuesto a ofertarse como la mercadería sexual más barata para esos machos sementales brutos, zarpados, bestias, con las porongas cargadas dispuestos a acribillarle su virgen culo cachondísimo y putísimo...

Pero parecía que todo había sido pura alharaca porque ya eran las 11 y 45 y si bien el partido era un desastre, nadie embocaba con nada, todos estaban como nerviosos y tensos y le rehuían la mirada. El negro Fede estaba espectacular. Parecía como enojado, malhumorado, con un gesto más hosco y bruto que nunca. Se había puesto unos espectaculares shorts negros de fútbol, medio largos, y tenía a esta altura del partido ya la camiseta totalmente sudada, empapada... Ni siquiera él podía manejar ya a ese equipo de mierda. Eso en vez de un partido parecía una fiestita boluda hecha por nenitos del jardín de infantes. Todos estaban desconcentrados y ni siquiera Federico se molestaba en tratar de poner orden y disciplina.

Después de un gol en contra de su equipo, que ya casi daba vergüenza, Fede se enojó, se mandó una cantidad impresionante de puteadas, escupiendo todo el tiempo y llamándolos putos a todos. Lo miraba a Horacio como si tuviera ganas de matarlo. Horacito que era el peor jugador de todos empezó a temblar del miedo. Fede tenía una cara de macho fiero y encabritado que le estaba empezando a despertar terror. Como Fede era el macho más zarpado, el que estaba siempre al frente de todos, nadie se animaba a responderle o a llevarle la contraria. Les dijo a todos que eran unos putos de mierda. Y cada vez que lo decía lo miraba más provocativo y furioso a Horacito. Como si nada, Fede remató diciendo:

—Y como son unos putos de mierda todos, seguro que no sirven ni para garcharse a un putito...

Ahí todos se rieron. Fede parecía más enojado que nunca pero todos se despertaron como habiendo entendido una seña secreta del jefe. Se reían y un par de manos se animaron a bajarle el yorsito a Horacio y unos dedos mugrientos y empapados de sudor le tijeretearon el ano como queriéndoselo desarmar. Fede miraba, seguía escupiendo y mirando.

—Bueno, putos de mierda... a ver si sirven para garchar. Acá tenemos a un puto. Al puto más trolazo y fácil de todos tenemos, nos va a dar el orto a todos o lo cagamos a trompadas. Mejor que se deje porque sinó lo hacemos mierda. Pero primero me lo voy a culear yo para que ustedes miren, forros putos de mierda, porque ni para garcharse a un puto fácil sirven...

Escupió una escupida blanca, fulminante y espesa y, con una espléndida cara de odio que lo hacia bellísimo, le dijo a Horacito, mirándolo fiero:

—No te hagás la putarraca conmigo, vos, pedazo de trolo... acá vos sos mío y si te presto es porque se me cantan las bolas. Acá el que te desvirga soy yo, ¿entendido? Tu macho soy yo y si te hacés la puta con todos te saco los huevos de un tirón, ¿entendiste putita?

Horacio tragó saliva, bajó la mirada, la depositó sumiso y cachondo en el short negro palpitante de Fede, que marcaba un bulto genital hinchado, brutal, más guaso y espectacular que nunca.

—Entendido, macho... Acá soy tu puto. Solamente tuyo, macho. Gracias. Gracias por usarme, macho...

—Arrodillate, puto, y empezá a lustrarme la poronga. Preparamelá bien porque con esta te voy a ensartar hasta hacerte yegua, te voy a dejar preñada Horacito...

Federico se bajó el short y un slip blanco que tenía abajo. En efecto, la pija estaba guasa, palpitante, burbujeando guasca por las pelotas peludas e hinchadas, y el putito Horacio se arrodilló en pleno campo de juego para lamérselas a su macho exclusivo, a su bello varón hijo de puta. Fede entrecerró los ojos, se mandaba una gruesa escupida cada tanto sin molestarse en mirar si algún chorro le caía en la cara o en la cabeza a su putito Horacio, que seguía arrodillado y complaciente con su boquita golosa, y Fede los puteaba cada tanto a todos:

—Son unos forros de mierda, unos inútiles, unos putos... Aprendan cómo se trata a un puto. Mirenló cómo se morfa la garompa el putito de mierda, hace todo esto porque es re trolo, y está entregado porque está caliente con su macho... Ahora en un rato le vamos a romper el orto y mejor que miren bien cómo me lo culeo porque sinó no van a aprender nunca ni a culeárselo a este, forros de mierdaaa... Y vos, putazo, Horacito puto de mierda, bajate el yorsito y mostrales el orto acá a los amigos, mostrales lo que te voy a romper en un par de minutos con esta garompa que venís chupando, juaaa...

Horacito por supuesto obedeció. Manipuló su yorsito futbolero azul para bajárselo y mostrarles el culo a todos, mientras seguía chupándole con desesperación y hambre la verga y las pelotas a su macho bestia... Tenía todo el culito mojado por la desesperación, el calor, el sudor, la excitación... Cuando todos vieron que se bajaba el yorsito para mostrar el culo, empezaron a chiflar, a reírse como locos, a aplaudir... y empezaron también a vivarlo a Federico:

—Dale, Fede, dale macho... Hacelo mierda al puto. Miralo cómo lo tenés. Quiere verga, macho, daselá por el orto hasta hacerlo gritar, juaaa...

—Eso, Fede, dale, reventalo... Que aprenda el puto a hacer gozar a un macho.

—Metele un gol en media cancha, Fede, juaaa, dale que total al puto le gusta...

—Che macho, dale, rompele bien el ano que después lo queremos probar todos al Horacio, juaaa...

Fede no respondía. Seguía haciéndose chupar por su putito Horacio. Y Horacito estaba tan cachonda y tan puta entregada con esa poronga entre los labios que se descontroló y empezó a babear. Como no quería darle respiro al mástil infartante de Federico, cada vez que se le escapaba un poco de la boca el tronco, a él se le escapaban chorros de saliva. Iba a quedarse completamente seco el putito Horacio... pero pasaba que quería prepararse su leche, su ración de alimento de macho fuerte y varonil, quería sentir toda la guasca explotándole furiosa, espesa y caliente en el orto una vez que Federico le terminara de hacer su primer cogida bien animal... Mientras chupaba ese miembro poderoso de su macho, lo único que le ordenó Fede fue:

—Mientras chupás, puto de mierda, andá calentando a la tribuna... Dale puto enfermo, ni para eso servís. Mové ese culo como una puta bien cachonda mientras le lustrás la pistola a tu macho...

Fede ya tenía todo planeado. Eran 11 en total, contándolo al putito Horacio... se lo iban a llevar a una zona del parque que había nada más que árboles, era a varios metros y había que caminar bastante y nadie les iba a joder la fiesta mientras lo usaban al puto un rato para divertirse garchándoselo... Porque si seguía Fede dejándose chupar ahí por el putito Horacio, a quien nada le importaba mientras le estuviera dando verga, podía caer alguien y se les cagaba todo.

Fede dio la orden. Todos los siguieron. Y Fede le ordenó a su putito Horacio:

—Fijate bien, puta de mierda, porque te voy a llevar yo arrastrándote... Tu macho te lleva y vos me seguís arrodillado y chupándome bien las bolas y el palo...

Así lo llevó. Él iba caminando, todos lo seguían y mientras tanto Horacio se agarraba fuerte de las caderas de Fede sin dejar de chuparlo un segundo. Al principio le pareció una idea rara, pero después le encantó, y su macho Fede en ningún momento lo cagó, lo guiaba muy bien sin tropezarse ni nada.

Horacio ardía de la excitación. Sabía que todo esto era una locura. Jamás se lo habían garchado antes. Le tenía muchísimo miedo al dolor. La noche anterior y esa mañana se había preparado todo lo que pudo, untándose el culo con mucho gel para masturbarse mientras pensaba en su tío Martín y en su macho Fede. Pero el hijo de puta de Fede podía abusarse mal, hacerle doler mucho y encima ahora que estaba en ganador podía zarparse mal... y además quería pasárselo después a todos sus amigos...

Pero de algún modo, a su brutal y guaso modo casi sin palabras, Fede lo cuidó bastante a Horacio.

—Oíme, puto... Soltame la verga un rato que ahora la vas a sentir atrás clavándote el orto, jajaja... Escuchá bien que solamente una vez te lo digo. Arrodillate y agarrate bien de este árbol, sujetate fuerte, abrí bien los cantos del culo, cuando te gusta gritás GOL y cuando te duela mucho y no puedas más gritás PIEDAD FEDE.... ¿Entendiste puto?

—Sí macho. Te amo. Te quierooo... culeame, garchame, no puedo mááásss... Quiero un gol, goleame, goleameee machooo...

—Callate puta y hacé todo lo que te digo que sinó te surto.

Ya nadie se reía. Todos se habían bajado los shorts y empezaban a prepararse las porongas, bien al palo ya a esta altura del partido. Querían ver al jefe metiendo el primer gol.

Fede lo agarró fuerte de las cachas del culo al puto Horacio, que ya se había arrodillado y se había bajado el yorsito del todo agarrándose fuerte del tronco del árbol. Horacio estaba como poseído por la locura. Por momentos le entraba de nuevo el temor a que lo lastimaran, el miedo al dolor... Pero la excitación de que su macho Fede se lo iba a culear podía más que todo. Fede se mandó una escupida bien gruesa, abundante, blanca, un buen chorro que se tiró en sus propias manos y con la que después empezó a untarle el culito a su puto Horacio. A Horacio lo sorprendió escuchar mientras sentía que su macho Fede se acomodaba casi dulcemente detrás de él:

—Preparate, putito... yo te quiero usar pero quiero que vos también gocés. Te va a gustar que tu machito te haga el culo, ya vas a ver Horacito... Tu machito te va a surtir de buena guasca...

La primera arremetida fue con la cabeza de la poronga. Horacio se sintió casi desfallecer del placer. A Fede parecía también gustarle que su putito Horacio no opusiera resistencias. Al contrario… Tenía un culo espectacular, sedoso, bien abierto, como si se lo hubiese preparado toda la vida para dárselo finalmente a él...

—Gol, Fede, haceme un gol, goleameee...

—Ya va, putito, ya va... Sinó te cuido te voy a matar. Sentila. Sentila venir. Ahí va. Mirá. Sentí. Ahhh...

—Ahhhhhh....Gol. Gol. GOOOOLLLLL...

—Ahhhh hijo de puta, qué buen puto, ahhhh...

—Ahhhhhhh, soy tu puta, te quiero, te amoooo, goleameeee, ahh, GOOOOLLLLL..., me gustaaa...

—Mirá cómo te estoy fifando, putito, te gusta mi amorr, aaahhh...

—Me encantaaa, me gustaaa, ahhhh... Ahhh... GOOOOLLLLL..., aaahhhh... sí, más, más, másss... GOOOOLLLLL...

A los segundos nomás Fede ya se había apoderado completamente de Horacito. Tenía el culo que era un manjar. Nunca había habido un desvirgue mejor, más fácil, más placentero... Horacito tenía por fin el culito goleado, ese culito que había preparado tanto casi sin saberlo... y su machito Fede lo estaba matando a goles y matándolo de placer y locura, qué bien culeaba el hijo de puta hermoso, qué bien goleaba...

Finalmente Fede agarraba el culo de Horacio con total libertad y ofrecía su espectáculo infartante de macho goleador y culeador a sus amigos completamente al palo, dándole en el culito a su puto sin parar, bombeándolo, sacándole y metiéndole la pija todo el tiempo sin bajar la fuerza, por momentos se detenía y la metía bien profundo, atornillándolo bien... El puto gemía de placer como una puta y seguía gritando GOOOOLLLLL..., GOOOOLLLLL...

Fede no pudo más. Cuando sintió que en el culo de Horacio había espacio para toda su pija la puso hasta el fondo, se detuvo un segundo, tomó aire y se la revolvió por dentro de todo el culo... La escupida de guasca no tardó en llegar, a borbotones, espesa, caliente, furiosa, fresca, bañándole y ensuciándole todo el culito a Horacio...

—Ahhhh, qué puto, qué puto que sos, mirá cómo te la estoy dando... Sentila, sentila llegar puto, ahhh...

GOOOOLLLLL... ahhh... te aaamooo, GOOOOLLLLL..., ahh…

Cuando todos vieron al potro Fede descargándole toda la carga de guasca en el culo al putito Horacio y a éste volverse completamente putita feliz y ronroneante, acabando él también sobre el pasto, aplaudieron como hinchas extasiados. Y empezaron los reclamos:

—Pasalo, Fede, pasanos el puto, dale macho, dale que vos ya le metiste como mil goles, juaaa...

—Sí, hermano, porfa, dale, el puto se deja hacer y queremos culear nosotros también...

Fede no respondía. Había entrecerrado los ojos y se dedicaba a terminar de gozar feliz en el culo de Horacio, con la pija distendiéndose en ese culito que se le había abierto tanto para recibir el chorro de su virilidad briosa y fulminante. Cuando empezó a cobrar conciencia de los reclamos del resto del equipo, hizo como si nada. Le sacó la verga al puto Horacio. Se subió el short y se prendió un faso de un atado que tenía escondido debajo de sus transpiradas medias de fútbol. Escupió. Sin mirarlo, fingiendo total indiferencia, con su superioridad de macho hermoso goleador y ganador, le preguntó a Horacio:

—¿Vos querés?... Te quieren culear, ¿te dejás?

Su macho Fede no lo miraba pero Horacio se dio cuenta de que su machito bellísimo y goleador además era bueno y lo cuidaba. Se sintió libre de decir:

—Mirá Fede, la verdad mucho no quiero... Qué sé yo, si querés elegí uno o dos y se las chupo... Además así vuelvo a casa.

—Okei.

—Vos otra onda, macho... totalmente otra onda. Vos sí me culeás cada vez que quieras, eh?

—Eso está claro, puto... Obvio. Ya vamos a ver. Cuando te quiera usar de nuevo te chiflo.

—Gracias macho.

—Todo okei.

Se levantó, escupió un par de veces más mientras se rascaba las bolas dentro de su short negro de fútbol. Estaba regio, espectacular... Horacio lo miraba extasiado. Era un negro fabuloso. Un macho de la puta madre. Fede ya era el director técnico a esta altura del partido. Seguía fumando su pucho. Los miró a todos y les dijo:

—Bueno, loco... El puto ya está usado y no lo podemos reventar demasiado porque fue la primera vez y ahora tiene que descansar.

Se escucharon unas débiles protestas del resto de los jugadores. Tampoco demasiado, porque al fin y al cabo nadie se animaba a ponerle demasiados reparos a Fede ni llevarle la contra.

—Lo que vamos a hacer es seleccionar a uno o dos... okei? Para que el puto los sirva y se las chupe un rato, okei?

Era como un premio consuelo, pero la idea no les pareció para despreciar. Sabían que si se culeaban a Horacio sin permiso de Fede la cosa se les iba a poner francamente mal. Ahora todos se hacían ilusiones de que les tocara hacerse chupar las bolas por el Horacito.

—Para elegir, bájense los shorts, pelen vergas y las dos mejores son las seleccionadas, okei?

Al final a Horacito le tocaron dos machitos más. Fede los hizo ponerse uno al lado del otro. Una vez uno quiso proponer que le pusieran las dos porongas juntas en la boquita al puto, pero Fede no autorizó. Uno por vez. Tampoco les dejó escupirle la guasca en la boquita al putito Horacio. Solamente los dejó escupírsela por la carita, cada uno a su turno, ensuciándosela bien, y al final de todo le dijo a Horacio:

—Ahora te vamos a pasar una botella de agua mineral para que te laves bien la jeta... No podés llegar a tu casa así, con la cara toda escupida de guasca... ¿Todo bien, putito?

—Todo de diez, macho... Mil gracias.

***

Eran casi las dos de la tarde cuando los machitos futboleros habían terminado de usarlo. Caminando tranquilamente por la calle hacia su casa, Horacio se dio cuenta de que ya no le importaba mucho llegar tarde.

Se sentía bien. Algo cansado, pero con el culito feliz. Y por fin sucio. Sucio de guasca de macho, porque su machito Fede se lo había usado como el mejor culeador que hubiera podido soñar nunca. Horacio se sentía por fin un varoncito puto. Mejor que nunca.

Casi no les dio bola cuando fue al jardín del fondo de su casa y se las encontró a su madre y a la putarraca esa de su tío Martín. Su padre se había ido ya a dormir la siesta. Horacio se tiró como siempre en la primer reposera a mano, sudado, transpirado, sucio. Con el yorsito de fútbol y la camiseta más empapados que nunca.

A los pocos segundos recién se dio cuenta de que Martín no andaba por ahí. Tampoco en la pileta de natación. Pero en algún lado debía estar pues la putarraca no iba sola nunca. Su madre no demoró más de dos segundos en empezar a romperle las bolas con que estaba sucio y transpirado y que Horacio se tenía que bañar. Cuanto antes. Urgente. Ya.

Como Martín no aparecía, nadie le hizo el chiste del culo sucio. Menos mal. No por eso a Horacio le dejaba de romper las bolas la cantinela de su vieja pero esta vez optó por mandarla a la mierda y mandarse a mudar. Se fue a su cuarto. Esta vez sí tenía el culo sucio. El culo sucio, bien manchado de la guasca de un macho que se lo acababa de culear. Y el culito estaba más contento que nunca ahora que se lo habían ensuciado.

Se tiró en su cama, así como estaba, sucio, contento, cansado, feliz, transpirado, con su yorsito de fútbol, tirando la camiseta empapada de sudor por cualquier lado... Cada vez que rememoraba la incansable, gloriosa verga de Federico revolviéndose por su culo y haciéndolo puto, se sentía más y más feliz. A los minutos nomás ya Horacito estaba más feliz y cachondo que nunca y la verga le explotaba tanto de la erección que su shorcito ya se le estaba casi rompiendo. Salió de su cuarto, se fue al baño porque tenía ganas de mear.

—A lo mejor me echo una paja también— se dijo Horacito.

No pudo entrar al baño. Había alguien adentro. Horacio pensó en ir a la parte de abajo de la casa, donde había otro baño. Pero por algún oscuro motivo, hizo algo que nunca había hecho antes. Como si estuviera adivinando algo. Se arrodilló y espió por la cerradura.

Efectivamente ahí adentro estaba Martín.

Lo que vio lo impactó. Se puso más putito cachondo que nunca. Martín estaba con unos estupendos calzoncillos blancos, lisos, de tela, con su porte totalmente varonil, sobrio y machazo, los pantalones completamente bajados. Estaba echándose un meo.

Horacio no podía creer la verga de Martín. Jamás se la había imaginado para tanto.

No debía medir menos de 20 cm. Era impresionante. Recordaba las vergas que se había morfado y chupado antes, incluso la de su machito goleador y culeador Fede, al que tanto amaba...

Pero la verga de Martín derribaba todas las comparaciones. Y tenía las pelotas hinchadas, velludas. Alrededor una mata de vello oscuro, tupido. También le miró el culo. Algo chato, bien compacto. Un poco velludo también. Le miró todo el cuerpo y se dio cuenta de que no había nada que hacerle. Ningún hombre era tan hombre, tan fuerte, machazo y varonil como su tío Martín. Qué piernas además, el estupendo hijo de puta... Y qué buenos esos calzoncillos.

Volvió a su cuarto. Horacio no podía más. Se tiro de nuevo en la cama, se bajó otra vez su gastado y transpirado yorsito azul futbolero y se dispuso a morir haciéndose la masturbación más gloriosa: ya sabía como sentía uno el culo mientras se lo estaban garchando, pero esta vez iba a soñar que se lo cogía su macho Martín.

Después de acabar, no pudo más y empezó a dormitar. Al principio pensó que estaba soñando. Soñando que el tío Martín estaba en el marco de la puerta de su cuarto, en calzoncillos, mirándolo, hablándole:

—El culito sucio, Horacio... Ahora sí que tenés el puto culo más sucio que nunca.

Horacio seguía soñando. Esta vez le respondía sin pudores:

—Ahora sí que lo tengo sucio, Martín... Me la dio el mejor macho, me goleó el culo sin parar y me lo rompió y me hizo gozar como una puta. Ahora sí soy putito.

Ya no sabía si soñaba o si todo era cierto. Se dejó llevar por la magia del sueño, con ese macho varonil en calzoncillos, con ese cuerpo duro, fuerte y macizo, totalmente velludo, que se le aproximaba a la cama:

—Y ahora que sos un machito con el culito bien sucio, Horacio... ahora sí vas a ser mi sobrinito puto. Y nadie se va a enterar. Nadie va a saber que cada vez que viene el tío Martín, que se mete en el cuarto de Horacito a la hora de la siesta y le empieza a romper bien el culito... Y yo te lo voy a ensuciar más que nadie, putito...

—Mi machito goleador ya me lo hizo mierda. Ya me cogió y me rompió muy bien el culo, tío...

—Pero ahora tu tío además del gol de tu machito te va a taclear. Así me gustas, Horacito... Así. Bien varoncito puto, bien culo recién roto y ensuciado de guasca... Te quiero siempre con el culito preparado, bien sucio, recién garchado...

Su macho Martín se bajaba el calzoncillo en el sueño. ¿O no era un sueño? ¿Estaba pasando en serio, en la realidad?

Se sacaba el calzoncillo. Le metía de una toda su poronga vibrante, de piel sedosa, de volumen totalmente duro e hinchado en la boquita. Y el putito Horacio se ponía goloso. Y entraba a saborear, chupar, empapar esa verga que adoraba tanto...

Y Martín mientras tanto verificaba que el culito de su sobrinito Horacio estuviera bien puto y bien sucio. Le gustaba darse cuenta de que sí, de que era cierto... El culo de Horacio estaba bien ensuciado de guasca, bien adentro...

Le levantaba las patas. A Horacio no se lo había cogido así antes su machito goleador. Él se dejaba hacer.

Se dejaba abrir las cachas del culo, dejaba que poco a poco Martín fuera bombeándole el culo:

—Me gustás, tío Martín, siempre quise ser tu puto... sos mi verdadero macho. Ahhh, culeame, tío, ahhh...

—Tomá, putito, tomááá...

—Ahhhhhhhh... me estás matando, hijo de putaaa, te amooo, ahhh...

—Ahhh... Qué buen puto que sos, Horacito, qué culito hermoso bien sucio tenés, cómo te la voy a dar siempre, ahhhh...

—Siempre para vos, Martín, ahhh... Siempre, siempre con el culito recién preparado y garchado para que me después me la dés vos.... Ahhh, rompeme el culo, haceme tu hembra, Martín, ahhh...

Marianito

yorsitoblanco@yahoo.com.ar