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Carlos en calzoncillos abusando de mi tío Eduardo

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Carlos, en calzoncillos, abusando de mi tío Eduardo

Ya había pasado casi un año desde lo último que les conté que le pasó a mi tío Eduardo, cuando esos dos ex-alumnos, zarpados y violentos, lo violaron. No quiero volver sobre ese tema (que ya les conté en Enamorado del culo de mi tío Eduardo, parte II) ni sobre el tema de por qué yo me había enamorado tan locamente, tan febrilmente de él (como se los conté en la primera parte de Enamorado del culo de mi tío Eduardo).

Él estaba cada vez más hermoso, y más varonil que nunca, desde que se lo habían culeado. Por supuesto, lo que le ocurrió, que le rompieran el culo, no es algo que yo se lo desee a ningún hombre. Pero, efectivamente, íntimamente, yo podía ver que desde entonces, estaba más hermoso, más cargado de hombría, más bello, más viril, más varón irresistible que nunca. Me costó mucho, muchísimo, hacerle entender que para mí, aunque le hubieran partido el ano, él era cada vez más hombre. Para mí no habían arruinado hombría, muy por el contrario. Más todavía me costó hacérselo entender por el raro tipo de vicios sexuales que compartíamos mi tío Eduardo y yo.

Me refiero, ya lo saben, a todo el tipo de trabajito sexual sucio, degenerado, morboso que yo hacía en su culo. En su culo de hombre generoso, hermoso, velludo, macizo, espléndido.

Como les conté en aquella ocasión, yo no veía las horas de que llegara mi tío Eduardo por la noche del colegio en el que trabajaba como director, para ayudarlo a sacarle la ropa, para admirarlo, saborearlo, palparlo, lamerlo, besarlo, chuparlo febrilmente en sus calzoncillos.

Poco a poco el tío Eduardo se dejaba hacer, se rendía a mi lengua insaciable y ávida de su culo. Así como así, yo empezaba besándolo entre las piernas hasta deslizarme hasta su pene henchido y contundente, me lo metía profundo bien dentro la boca hasta empaparlo de mi hambre sexual de putito desesperado, besándole y chupándole cada tanto las bolas con ahínco y pasión y amor. Y me detenía finalmente, muerto de ganas, excitadísimo como la puta madre, largamente, en mi tesoro codiciado, mi botín, mi locura: su culo. El exquisito, aromático, varonil culo de mi macho, de mi tío Eduardo.

A esa altura, ya el tío Eduardo ronroneaba como una puta, con el calzoncillo bajado, en cuatro sobre la cama. Su cuerpo grandote y macizo me ofrendaba todo su culo abierto de par en par, y yo me abocaba a excavarlo, paladearlo, enterrarle mi lengua, penetrarlo salvajemente con la estocada de mi lengua hambrienta. Hacía girar enloquecida y frenética mi lengua por la oscuridad olorosa y temblorosa de su ano, con ese exquisito aroma a macho de su culo... y me lo cogía bucalmente hasta hacerlo estallar en una tormentosa, caliente, chorreante, blanca tormenta de guasca. Luego, rendido de cansancio y placer mi tío Eduardo, enloquecido de amor yo por él, muertos de amor el uno por el otro, nos acostábamos el uno al lado del otro, tío y sobrino, hasta hacernos el amor matándonos a besos... Nuestras bocas se comían la una a la otra, se entrelazaban nuestras lenguas, nos chorreábamos de saliva las caras hasta que yo no podía sino eyacular, abrazado al cuerpo grandote, osuno, bellísimo, cálido y fuerte de mi hombre, de mi tío Eduardo.

Cada mañana para mí era una fiesta despertarme viéndolo dormir a mi lado, su figura pesada, palpitante, cálida en calzoncillos, a mi lado. Iba rápido a la cocina, apenas con un shortcito o un slip, a prepararle el desayuno a mi tío Eduardo, a mi hombre. Y mientras él paladeaba su café, en calzoncillos todavía, apenas moviéndose en la cama, yo también tomaba mi desayuno. Llevaba mis manos de puto ardiente a la bragueta de su calzoncillo y sacaba con delicadeza y tacto mi manjar adorable: su pene de hombre generoso, saludable, irresistible. Su poronga palpitaba, me daba los buenos días haciéndose pesada, hinchada, suculenta, llena de guasca para mi hambrienta lengüita matinal. Poco a poco iba lamiendo y sopesando su glande, yo iba calentando su leche de hombre trabajando con mi lengua y mi amor, hasta que estallaba rauda, caliente, espesa, a borbotones, deslizándose por toda mi garganta, mi lengua, incluso mi cara de nenito puto, inocente. Así éramos felices, mi tío Eduardo y yo.

Luego mi placer y mi locura —y él, generoso, se dejaba hacer— era que él me dejara elegirle su calzoncillo para ese día y ponérselo yo mismo, quitándole el anterior calzoncillo —con el que me masturbaría el resto del día, hasta que él regresara a nuestro oculto domicilio matrimonial—, sin dejar un segundo de lamerlo, adorarlo, besarlo en todo el cuerpo. Las veinticuatro horas de cada día yo ardía de pasión por mi hombre, mi tío Eduardo.

Creo haberles contado ya el pacto secreto que teníamos con el tío. Él me llevaba más de veinticinco años, era mi tío, yo era su sobrino, mi padre sabía que yo me había fugado de mi hogar para irme a vivir con él. Y si bien mi viejo no sabía nada concreto sobre mi convivencia con el tío Eduardo, no es tonto, podía imaginar lo peor. Y lo peor para él era lo mejor para mí, y era exacto. Eduardo y yo éramos amantes, éramos tío y sobrino, convivíamos matándonos de amor y sexo todo el tiempo. Lo que el tío Eduardo me había ordenado —y yo cumplía rigurosamente— era que siguiéramos una "historia oficial" para la gente del pequeño pueblo marítimo en el que teníamos nuestro escondite. Teníamos que simular que éramos solamente tío y sobrino y que yo vivía con él por algún problema familiar con mis viejos (lo que de algún modo no dejaba de ser cierto).

Poco a poco, las miradas dejaron de ser inquisitivas y nos dejaron vivir en paz. Parecía que todo el mundo se creía nuestra historia. Lamentablemente, no fue así.

No quiero aburrirlos con pormenores que no vienen al caso. Esto le pasó solamente a él, a mi tío Eduardo, y yo les cuento lo que sé. Que es lo que él en su momento me contó a mí, avergonzado, tembloroso, hasta que yo lo contuve dándole nuevamente todo mi amor, para ratificarle que, una vez más, pasara lo que pasase, él era mi hombre. Y que nada ni nadie en el mundo podía cambiar eso, que él fuera mi HOMBRE.

Parece que en el colegio donde trabaja el tío Eduardo había habido todo un problemón bastante enquilombado y jodido. Llegó a hablarse de corrupción, incluso. De repente, cada vez más notablemente, empezó a faltar en el colegio parte del dinero destinado a cubrir los gastos cotidianos del colegio, entre ellos también el destinado a los sueldos del personal y los docentes. El tío Eduardo era el director, imagínense entonces al pobre la situación en la que se veía. Si bien nadie sospechó de él (creo), él mismo se sentía muy mal pues algo sucio, oculto y jodido estaba pasando en ese colegio sin que él pudiera detectarlo ni evitarlo.

Finalmente, nunca dejaron de pagar los sueldos pero la municipalidad de esa pequeña ciudad marítima resolvió tomar medidas para no seguir dilapidando dinero en ese colegio, que era público. Mandaron hacer una estricta, severísima inspección en el colegio y que se hiciera una investigación para dilucidar que había ocurrido con esa plata faltante. Mi tío Eduardo, por su parte, como director del colegio, se manifestó muy preocupado él también por esa situación y dijo que estaba dispuesto a colaborar con la investigación y a apoyar en todo lo que hiciera falta a quien la hiciera. Quien finalmente iba a hacer esa inspección en el colegio, permaneciendo en él todo el tiempo, e iba a empezar a investigar, era un tipo, también venido de la ciudad, que se llamaba Carlos.

Ese tipo Carlos, poco a poco, pasaría a ser el protagonista ineludible de todos los pensamientos, de todos los sueños, de mi tío Eduardo. Nunca más podría sacárselo de la cabeza mi tío Eduardo a ese tipo. A Carlos. Ese nombre, Carlos, que nunca más olvidaríamos, ni él ni yo. Carlos.

Mi tío Eduardo recordaría siempre la mañana que fue a esperarlo a ese señor, Carlos, que venía de la capital para inspeccionarlo a él y a su colegio. Por varios motivos no podría olvidarlo nunca. Pero el motivo fundamental es que este tipo Carlos, de unos cuarenta y largos años, era el macho más espléndido, recio, varonil, hijo de puta y hermoso que haya visto nunca mi tío Eduardo. Aunque le costara confesárselo, mi tío Eduardo se enamoró a primera vista de ese hombre que bajó del tren aquella mañana: el macho más estupendo, más potro, más hermoso, más varonil que hubiera visto nunca. Para siempre quedaría prendido mi tío Eduardo a ese hermoso ejemplar de macho estupendo.

Sé perfectamente que mi tío Eduardo se había vestido especialmente bien aquélla mañana, lo sé porque yo mismo lo ayudé a vestirse. No sólo el calzoncillo. Impecablemente vestido, muy señorial, con unos pantalones grises, corbata y saco y camisa blanca, sumamente elegante y varonil, a mi tío Eduardo se le abrió el culo de par en par apenas ese macho irresistible y jodido, Carlos, se bajó del tren.

Maduro, de cuerpo compacto y macizo, morocho, muy morocho, de cara de tipo malo y jodido, ese macho Carlos bajó toda su pesada y contundente hombría del tren, con cara de pocos amigos, vestido él también como mi tío Eduardo. Quizás la diferencia fundamental era que si bien los pantalones eran muy parecidos, ambos grises, ambos de trabajo, el bulto genital de Carlos era impresionante, tremendo, contundente y palpitaba todo el tiempo sin el menor disimulo, haciendo de sus ocultos calzoncillos un tembladeral.

La camisa blanca dejaba ver una piel velluda y algo sudada esa mañana de verano bastante calurosa. Carlos se había aflojado el cuello de la camisa y la corbata y su cara de pocos amigos y su autoridad irrebatible lo hacían bastante temible. Pero mucho más hermoso todavía.

Apenas se bajó del tren, lo primero que hizo fue bautizar el suelo de ese pueblo con una contundente, abundante, fresca escupida de macho guarro. Se pasó las manos pesadas y oscuras por los labios para sacarse los restos de la escupida, mientras recorría con sus autoritarios ojos la estación para encontrarlo a mi tío, que sabía que estaba esperándolo. Apenas se le acercó mi tío Eduardo, que a esta altura ya estaba extasiado y con el culo mojado y palpitante por ese tremendo pedazo de animal macho recién llegado, el señor Carlos lo miró despectivamente y le preguntó de sopetón:

—¿Vos sos el coso ese del colegio?

—Sí, señor Carlos... Me han informado que... que... bueno, yo tengo aquí el inmenso honor de...

—Pará, pará... ¿Dónde hay un ñoba por acá que me estoy re meando, coso?

—Eh?... Qué..? Yo... eh... eh...

—¿Qué te pasa, loco? Dale que las bolas me explotan y se me va a enchastrar el solsiyonca, llevame al ñoba...

—Sí, por supuesto, señor Carlos... por aquí... eh... por aquí. Sígame por favor.

El señor Carlos lo siguió a mi tío Eduardo, que lo llevó al baño de la estación de tren. Apenas lo miraba Carlos a mi tío, aunque cada tanto lo inspeccionaba de pies a cabeza con una mirada torva, como reprobándolo. Aunque Carlos quisiera disimular, mi tío Eduardo sentía que cada dos minutos Carlos detenía una mirada lasciva por su culo. Cuando tuvo frente a su cuerpo contundente el mingitorio, Carlos se abrió bien las piernas, se desabrochó el pantalón y mientras meaba, le dijo a mi tío Eduardo, quien se murió de miedo apenas lo escuchó pues no podía creer lo que le decía este tipo Carlos:

—Así que vos sos el puto ese que dirige el colegio ese... el colegio ese lleno de trolos y drogones, mirá vos... ¿Qué? ¿Te hacés garchar por los pibes esos, tremendo pedazo de puto, para dejarlos hacer lo que se les canten las bolas?

—Eh... cómo... no... eh... Me parece que aquí hay una confusión, señor Carlos, pues desde que yo dirijo el establecimiento...

Lo miraba fijo Carlos a mi tío Eduardo, mientras se acomodaba despaciosamente las pesadas bolas dentro de su calzoncillo, sin dejar de mirarlo bien profundo a los ojos, como penetrándolo bien profundo con la mirada:

—A mí lo que me parece es que vos sos puto.

—Eh... pero cómo dice... Señor Carlos, usted entienda que...

—Sos puto. Sos puto. A mí no me vengás con camelos. Vos sos puto y por eso te pasa lo que te pasa. Y yo te voy a terminar de cagar, jeje...

—Señor Carlos, me parece que usted se está extralimitando... —mi tío Eduardo quería disimular, pero temblaba despavorido.—

—A mí lo que me parece que esa guita desapareció para que el puto del director pudiera pagarles a los machitos para que se lo culeen, eso me parece. A mí lo que me parece es que vos sos un puto viejo, vicioso, un maricón podrido y degenerado, y yo te descubrí, te voy a cagar bien cagado, puto, jeje...

—Señor Carlos!!! En toda mi carrera jamás me han...

—En toda tu carrera de puto, te han culeado todos los preceptores y todos los pibes, yo eso lo sé, jeje...

—Voy a elevar un sumario para que...

—Para qué? Eh...? —Se acercó a Carlos a mi tío Eduardo, se pegó con todo su palpitante, velludo, autoritario y sudado cuerpo a mi tío Eduardo hasta que las caras se le pegaron el uno frente al otro, desafiándolo implacable este macho Carlos a mi tío—... Para qué? Decime para qué, puto?

Y mirándolo, las caras pegadas el uno al otro, le escupió en la boca, diciéndole: —¿Para qué? ¿Para informarle a las autoridades que sos un viejo marica que está corrompiendo a su sobrino? ¿Que te culeás a un pendejo, a un pobre pibe inocente venido de la ciudad, de buena familia, con problemas familiares? ¿Que te estás aprovechando del pobre nene corrompiéndolo, haciéndolo puto como sos vos, pedazo de puto degenerado como sos vos el tío?... ¿Querés que todo el pueblo, que el padre del pibe, se entere de que te estas haciendo al pendejo, de que te curtís a tu propio sobrino, VIEJO DEGENERADO MARICA HIJO DE REMILPUTASSS??

Pero cuando Carlos terminó de hablarle lo hizo casi a los gritos y lo había arrinconado contra la pared del baño de la estación a mi tío Eduardo y, tremendamente hijo de puta, seguía escupiéndolo en la boca, gritándole. Y le había puesto al principio las manos entre las bolas y ahora estaba apretándoselas y haciéndole doler como si quisiera reventárselas.

—Vos sos un puto viejo de mierda, directorcito, y yo a vos te juro como que me llamo Carlos que te voy a cagar. Salvo que...

—Salvo que qué, señor Carlos? Por favor suélteme, por favor Carlos, por favor me está haciendo doler mucho, por favor, por favor... Salvo qué???

—No grités así acá, pedazo de puto!!! Acá no te hagás la putita exigente conmigo que te voy a estrolar, yo no soy un putaso como vos, entendés???

—Perdone, señor Carlos... Pero es que me... ahhh... me duele, Carlos, entienda, me duele, por favor, suélteme... Le ruego que... ahhh...

—Así me gusta, puto, así me gusta. Así tiene que ser cuando te dirigís a mí. A mí me tenés que suplicar, me tenés que ROGAR... ¿Entendido, puto?

—Entendido, señor Carlos.

Este tipo Carlos recién entonces le libera las pobres doloridas bolas a mi tío Eduardo. Mi tío estaba desesperado, no tenía la menor idea cómo es que estaba pasándole esta funesta pesadilla. Solamente intuía que si Carlos me había nombrado a mí, si le habían dicho que mi tío y yo éramos amantes era porque lo sabían, y porque nos podían hacer mierda la vida si nos descubrían. Mi tío Eduardo se sentía atrapado, él mismo me lo confesó posteriormente. No solamente tenía miedo por él, por su profesión, por su carrera, por el escándalo que podía armarse en el pueblo. También tenía miedo por mí, el pobre tío Eduardo... quería protegerme mi hermoso macho...

Mi tío Eduardo trató de relajarse frente a Carlos, mantener su compostura y su hombría, y trató de resolver la situación. Carlos cada tanto se sonreía. Lo miraba fijo, con una perversa sonrisa de hijo de puta, como gozándolo, y cada tanto se mandaba un buen chorro de escupida a los pies de mi tío Eduardo. El tío seguía teniendo la cara y la boca manchadas por el escupitajo que le había mandado Carlos cuando lo maltrató, cuando lo humilló e insultó diciéndole puto y hablándole de mí. Tragó saliva mi pobre tío Eduardo.

—Entiendo, señor Carlos... creo que entiendo... pero entiéndame usted a mí que...

—No me digas, señor Carlos, puto... Solamente Carlos. Carlos a secas.

—Ehhh... Bueno, Carlos... Yendo al grano, Carlos... Usted me dijo que podía... eh... bueno... cagarme salvo que yo... ¿Salvo que qué, Carlos?

Carlos seguía sonriéndose, cercándolo con su pesado y macizo cuerpo a mi tío Eduardo, apenas lo dejaba respirar, lo tenía encerrado con su propio cuerpo y mi tío Eduardo apenas si podía moverse.

—Ahora acá no podemos hablar de eso, puto... llevame a tu laburo... quiero que me digas cuál va a ser mi despacho y todo eso...

—Bueno, Carlos, es que...

—No te hagás la puta impaciente, pedazo de puto! Llevame al laburo, puto de mierda, te acabo de decir!!!

—Sí, sí, Carlos. Perdón.

Mi tío Eduardo estaba temblando nuevamente. Estaba recién aprendiendo a conocerlo a Carlos. Por lo visto, era un macho que perdía los estribos continuamente y mi tío Eduardo iba a tener que tratar de complacerlo siempre para que no se enojara y lo cagara, como decía Carlos. Era un tipo difícil. Se hacía lo que él decía. Y punto.

Apenas si podía caminar del miedo y los nervios mi tío Eduardo cuando se dirigió a su auto con Carlos, para ir ambos al colegio.

Cuando Carlos se sentó en el auto al lado de mi tío, lo primero que percibió Eduardo fue el aroma fuerte a macho que impregnaba el cuerpo de Carlos. Si bien no tenía olor a chivo, el verano hacía que todo su cuerpo exudase un olor a macho, a hombría irresistible, a varón en celo, que a mi tío Eduardo, cagado del miedo como lo estaba el pobre, lo estaba poniendo muy nervioso. Carlos le habló poco al tío en el recorrido de la estación al colegio, lo poco que dijo fue:

—Por empezar, no te hagás el vivo. Conmigo no te vas a hacer la puta histérica porque te surto y te cago, entendido?

—Entendido.

—Entendido Carlos se dice, puto!!!

—Entendido Carlos. Perdone Carlos.

Apenas llegaron al colegio, la situación empeoró. A Carlos no le gustó nada de lo que había preparado Eduardo para él. Todo el mundo, incluida la señorita Alicia (una vieja macanudisima y muy solícita que había sido la secretaria de mi tío Eduardo por años y años), tuvo que ponerse a disposición de este tipo raro, irascible y mandón que era Carlos. Cuando la señorita Alicia le hizo un comentario acerca de que ella era una subordinada de mi tío y se ponía a disposición también de él, de Carlos, este Carlos le dijo, bien brusco:

—No la vamos a necesitar, señora. Su jefe y yo podemos solos. Y tenemos mucho que hacer. No nos molesten.

La señorita Alicia se quedó con la boca abierta. No entendía nada la pobre vieja. Lo buscó con la mirada a mi tío Eduardo, como pidiéndole auxilio porque no sabía qué decir. Mi tío Eduardo no sabía qué hacer, miraba al piso, cabizbajo, sumiso. Apenas intentó balbucear unas palabras evasivas, Carlos volvió a interrumpir:

—Che vos, Eduardo... ¿Dónde queda nuestra oficina?

La señorita Alicia volvió a alarmarse. Mi tío Eduardo rápidamente dijo:

—No... eh... bueno, eh... quiero decir, su despacho, señor Carlos, ya se lo mostrará enseguida mi secretaria. El mío queda a pocos pasos, Carlos, pues...

—No no noooo. Nada de eso. Yo tengo que trabajar con vos todo el tiempo.

Lo miró bien fiero, cagándose en Alicia, directo a los ojos y bien autoritario: —Escuchá bien, Eduardo. A vos te quiero conmigo todo el tiempo. Mandá a mudar todas tus cosas a NUESTRO despacho. ¿Entendido?

La señorita Alicia se sonreía, pues ella ya sabía cómo era mi tío Eduardo ejerciendo su autoridad. Mi tío era un capo, no se dejaba subordinar por nadie. La pobre no entendió nada cuando mi tío respondió:

—Entendido, Carlos. Enseguida, Carlos.

Todo la gente del colegio estaba así de trastornada por la llegada brusca y temida de este tipo Carlos. Encima Carlos era un tipo fuerte, con un vozarrón terrible, de una hombría colosal, que hacía que todo el mundo, incluidos los alumnos, apenas lo viesen quisieran ponerse a su disposición y no despertar su enojo. El carácter de Carlos era tan explosivo que se sentía a cuadras y cuadras de distancia.

Por su parte, Eduardo, en secreto, en su intimidad sexual de varón encendido, notaba que iba mojándose el culo todo el tiempo ante la mera cercanía física de Carlos... Y se sentía muy mal y muy nervioso por eso. No podía parar de sentirlo a Carlos, de mirarlo a cada rato. Quería odiarlo pero cada minuto que pasaba se sentía más cachondo y más puta ante Carlos. La situación lo confundía. Quería odiar al hombre más hermoso, más sexual que había visto nunca.

Sobre todo no podía despegarse de Carlos ni de la imagen de Carlos, podía sentir mi tío Eduardo, por su aroma a macho, por su cuerpo fornido y duro, por esa hombría dominante que lo hacía sentir tan débil, tan puto y tan sumiso. Y tan pero tan putito. Mi tío Eduardo estaba vestido de traje en su propio colegio, bien varonil y machito. Pero me consta —él me lo ha confesado, en secreto— que dentro de su calzoncillo, bien profundo dentro de su ano, ante Carlos, mi tío Eduardo estaba volviéndose una puta.

Tanto era el miedo de mi tío Eduardo que no demoró más de unos quince minutos en mudar todos sus enseres a su nuevo despacho con Carlos, que los dos hombres tenían que compartir por mandato de Carlos por tiempo indeterminado.

Cuando llegó, algo sudado y fatigado por el trajín, mi tío Eduardo se encontró de sopetón, frente a frente, con Carlos, quien ya estaba sentado en su escritorio, lleno de papeles, inspeccionando la configuración de su nueva computadora, con la mirada ceñuda, esperándolo impaciente. En calzoncillos.

No, no es una manera de decir.

Carlos se había sacado todo, todo... menos sus calzoncillos.

Mi tío Eduardo perdió la respiración apenas lo vio a ese inmenso, enorme, estupendo, bellísimo, irresistible hombre hijo de remil putas en calzoncillos.

Apenas lo sintió llegar, Carlos con el culo hizo retroceder su asiento, se corrió para mostrarle toda su hombría a mi tío Eduardo, abriendo algo las piernas para mostrar su lujo mayor: un bulto genital impresionante, suculento, infartante. Y dictaminó:

—Así vamos a trabajar vos y yo, Eduardito... en calzoncillos los dos. —Y alzando de nuevo su estentórea voz, le bramó: —¿ENTENDIDO PUTO???

—Eh... ehh... Entendido Carlos, pero escúcheme... escúcheme Carlos por favor... Este es un colegio de... de... y...

—Este es un colegio de putos. Y el director sos vos. Y vos sos puto.

—Bueno, sí, puede ser pero... usted entienda, Carlos... somos autoridades usted y yo... va a entrar gente, la señorita Alicia... eh... y nos va a ver... y... qué... qué van a pensar cuando entren que...

Mientras mi tío Eduardo sudaba, palpitaba y balbuceaba, Carlos se había parado en sus calzoncillos, unos varoniles, clásicos calzoncillos blancos de tela, y estaba arrimando su portentosa y temible y bellísima presencia a la de mi tío Eduardo. Hizo lo mismo que le había hecho a la mañana en la estación. Lo arrinconó contra la pared del despacho. Sólo que ahora estaba en calzoncillos. Sólo que ahora mi tío Eduardo sentía mucho más miedo y más deseo por la premura invasiva de ese cuerpo de macho impresionante y velludo y fuerte que estaba aprisionándolo y asfixiándolo con su calor de hombre. Ese cuerpo de Carlos, irresistible, pesado, hermosísimo, que exudaba olor a macho por todos sus poros.

—Escuchame bien Eduardito. Vos sos puto. Y como acá el puto sos vos estás para satisfacerme y para servirme. ¿Entendido?

—Entendido Carlos pero....

—Shhhh. —le había puesto las manos sobre la boca Carlos a mi tío Eduardo para callarlo.— Y no quiero a nadie acá, ¿entendido puto? A NADIE. Nadie entra salvo vos y yo. Vos vas a hacerme todo lo que yo te pida. Me vas a traer el café, los documentos, los libros que yo te pida. Todo, todo lo que yo te pida. Sin pedir explicaciones. Sin reclamos... porque sino Eduardito, enorme pedazo de putazo, yo como que me llamo Carlos que...

—Pero Carlos! Entiéndame por favor, por favor se lo suplico.

—Me gusta puto, muy bien, así, Eduardito, suplicándole a tu macho como un buen puto porque...

—Quiero decirle, Carlos, quiero rogarle que comprenda...

—Yo no tengo que comprender un carajo, puto de mierda. Mirá, es simple. ¿Vos querés que yo te acuse y te haga mierda por corrupción de menores?

Mi tío Eduardo quedó demudado. El hijo de puta de Carlos no pensaba parar en ningún momento. No tenía límites. No tenía piedad.

—Carlos, Carlos, yo le suplico que...

—Sobre todo, ¿querés que le cuente al padre del nene lo que vos le PEDÍS que te HAGA en ese enorme pedazo de culo de puto que tenés?

Mi tío Eduardo no pudo más. Muy hombre, al fin y al cabo es un ser humano vulnerable, como todos. Aunque se moría de la vergüenza y del miedo, mi tío Eduardo nada hizo para disimular sus lágrimas. Carlos siguió hablándole, ahora en tono más bajo, más cálido:

—No llorés, puto. A mí no me engañás. Desde que me viste, puto, desde que me echaste la primera mirada que se nota que estás caliente como una perra alzada con este macho. Bien que te gusto, pedazo de puto, tus ojos de puto te están delatando, forro... vieras cómo te tiembla ese culo que me voy a hacer, cómo te gustan los machos como yo, eh puto? Se ve que te gusta que te hagan mierda. Lo venías necesitando, putita... bien que te estás calentando con Carlos, tu patrón nuevo, tu macho zafado, eh? Hacete el machito conmigo, forro, que si te hacés el macho duro conmigo te voy a violar. Sea como sea, Eduardito, A VOS TE VOY A PARTIR EL CULO COMO QUE ME LLAMO CARLOS Y VOS VAS A SER MI PUTA, ¿ENTENDIDO?

Mi tío Eduardo no pudo más. No aguantaba que lo siguiera humillando este hijo de puta inmenso de Carlos, por muy fuerte y hermoso que fuera. Alzó la voz lo más varonil que pudo para decirle:

—Usted está enormemente confundido, señor... Usted es un hijo de puta y ya mismo yo... le voy a iniciar un sumario por difamación que va a terminar...

—Que voy a terminar culeándote y dejándote preñada, puta...Ponete en bolas.

—Noooo!!!

—Ponete en bolas ya mismo pedazo de putaaaa y ponete a mi disposición que sos un putooo!!!

El tío Eduardo lo miró, suplicante: —¿Qué querés hacerme? Porque te juro que si a Mariano...

—Ya te dije, puto...

—Qué querés de mí, Carlos, de una vez, me estás martirizando hijo de putaaaa, no me hagas sufrir más!!! Es mi laburo, es mi sobrino, hijo de puta, no entendés!!!

—No me digas hijo de puta otra vez, Eduardito, porque te vas a arrepentir. A mí no me tenés que explicar nada, boludo, yo entiendo todo. Vos te dejás hacer lo que tu macho te pida y a vos no te toca nadie. Palabra de macho. ¿Entendido puto?

—Entendido Carlos.

Los dos se callaron. Se miraron detenidamente, frente a frente. Mi tío Eduardo si bien no decía una palabra recordaba que Carlos había ordenado que se desnudase, que se pusiera en bolas... pero nada decía tampoco Carlos. Pero Carlos sabía que la mirada de Eduardo no podía parar de recorrerlo en todo el cuerpo, en sus bolas apretadas dentro de su calzoncillo, lustrosas, duras, cálidas y rebosantes de leche de hombre, de semental excelentemente bien parido...

El cuerpo de Carlos era un infierno y un paraíso para mi tío. Se hacía desear el hijo de puta de Carlos. Y tenía con qué hacerlo. Sus piernas duras, macizas, su pecho velludo y palpitante, su vello oscuro, su cara de macho malo irresistible... sobre todo una poronga infartante que prometía taladrarlo en lo más profundo del ano a mi tío Eduardo, hasta convertirlo en una putita desesperada y hambrienta de guasca.

—Sacate todo, Eduardito, enorme pedazo de putazo... bajate los lompas, sacate la camisa, sacate los zapatos, las medias, todo... lo único que permito que te dejes puesto es el lompa y el calzoncillo, pero bajados hasta el piso...

Y agregó, dictatorial y hermoso, mirándolo ceñudo: —Te quiero desnudito para mí, Eduardo... Quiero revisarle el culo a mi yegua puta.

Mi tío suspiró, nada podía hacer. Ni siquiera confesarse totalmente que estaba muerto de amor y de deseo por Carlos. Por Dios, cuánto deseaba a ese hombre. Pero era un hijo de puta. Hermosísimo, irresistible, machazo... pero enormemente hijo de puta.

El culo de mi tío Eduardo palpitaba de deseo y de miedo apenas se terminó de bajar el calzoncillo. Era un slip blanco, bien simplito pero muy elegante, sumamente varonil, que le apretaba bien el bulto y el hermoso culo a mi tío Eduardo.

Elegante, varonil como él, el culo de mi tío Eduardo es tirando a grande, acorde a su fisico de rugbier, algo velludo a medida que se ingresa en ese ano palpitante y siempre húmedo, pero sumamente elegante, para nada caído. Por el contrario, las cachas son bien firmes y compactas.

No pudo dejar de gritar: —Ayyyy... Ayyy, Carlos, me está lastimando... Despacio por favor.

No hubo caso. Carlos ya había puesto su brutal manaza de una en el culo del tío Eduardo y se estaba sirviendo, había entrado brutalmente y le estaba metiendo de una tres dedos en el culo. Estaba revisando bien frenético, su mano pesada y bestia cada tanto palpaba las cachas, cada tanto le daba un chirlo, para que mi tío Eduardo musitara:

—Ayyy, Carlos, por favor, me duele, me duele...

Parece que cuanto más le dolía a mi tío Eduardo la inspección anal que le estaba haciendo Carlos, a éste más le gustaba, más se complacía en humillarlo diciéndole cosas como:

—Para revisar bien este colegio de putos, para ver qué mierda tienen escondido acá... tengo que empezar primero por el culo del director, jaja... Che puto, qué buena hembra resultaste. Cuando te garche acá te voy a dejar un hijo, jaja... te va a entrar de una este pedazo de poronga, puta, vas a chorrear guasca por los cantos... Vas a gemir como una hembra, jajaja...

Ya estaba trabajando con las dos manos Carlos en el culo de Eduardo.

Metía una mano para abrirle las dos piernas a Eduardo, le deslizaba su mano por el culo y le iba sobando las bolas y el pene:

—Mirá vos, puta... buenas bolas, buen pedazo de taladro que tenés, Eduardito... no parecés puto, jaja, salvo que...

Y ahí entraba a escarbar más con los dedos de la otra mano hasta el fondo del ano de mi tío Eduardo, quien humillado y cagado de miedo apenas si podía contener las ganas de llorar, que un hombre tan hermoso pero tan hijo de puta lo estuviera gozando así, lo estuviera usando como una...

—Salvo que este culo palpita como el de una hembra. O mejor. Como el culo de un puto re putazo. Mirá cómo se te abre el culo, hijo de puta... qué puto que sos. Con este pedazo de orto que tenés voy a tener para disfrutar varios días...

Y seguía metiéndole manos por las cachas, cada tanto le da un chirlo como para castigarlo, cada tanto se escupía en la mano o directamente en el culo de mi tío Eduardo y ahí volvía a penetrar, brutal e impaciente, de nuevo en el ano:

—Tenés un culo que es un manjar, puto... tenés un culo que si te dejás acá te entran dos machos juntos taladrándote, jaja... pero te voy a trabajar bien, trolo, te voy a hacer sufrir para que después no chilles cuando te entre a culear...

En algún momento mi tío Eduardo siente que ese hombre, ese hombre brutal pero con ese aroma a macho hipersexual, está alzándose y poniéndose con ganas de culear. Cada tanto siente la descomunal, henchida verga de Carlos queriéndole horadar el ano. Tiene miedo, está cagado en las patas mi pobre tío Eduardo.

De repente, sin aviso, Carlos saca las dos manos del culo de mi tío Eduardo, lo da vuelta de sopetón, le encaja un brutal chorro de escupida en la cara y lo mira. Le dice:

—Cometelá. Es la saliva de tu macho, puto...

Eduardo a esta altura ya siente que su pene está por explotar. Carlos está volviéndolo loco. Carlos está volviéndolo puta. Arde de deseos por Carlos mi tío Eduardo, tiene el culo abierto de par en par, palpitante, hambriento de ese hombre... ni dudas tiene. Con una lengüita juguetona y súbitamente impudorosa, Eduardo se sirve de su propia cara la baba de su macho y se la come mirándolo todo el tiempo, sensual como un machito que quiere volverse puta.

—Me gusta, puto, un poco de asco me da que seas tan puto, Eduardito... pero se ve que te gusta, se ve que te gusta que te hagan mierda... cométela... así, bien, bien...

De repente y también sin aviso, el cuerpo casi desnudo de Carlos, impactante y brutal y hermoso en sus calzoncillos, saca la poronga por la bragueta y le dispara un buen chorro de meo, mojándolo íntegro a mi tío Eduardo, quien se deja hacer, sumiso y muerto de amor, parado frente a él:

—Mirá cómo te estoy meando... ¿A vos que te parece que tendría que decir un puto como vos, boludo, cuando un macho se lo está meando así?

Mi tío Eduardo no piensa. Se deja hacer. Se deja hacer de todo por Carlos que es un macho bellísimo, un grandísimo hermoso estupendo hijo de puta. Eduardo se arrodilla velozmente ante el proyectil impactante de Carlos, que sigue descargando infinitamente su chorro amarillo, y entra a jugarle con su lengüita de puta ansiosa las bolas y el palo:

—Dejame tomarme tu meo, Carlos, por favor, por favor, macho... todo me lo quiero tomar. Dáselo a tu puta, Carlos, por favor, te imploro...

Carlos se sonríe más hijo de puta que nunca. Cada tanto le tira un chorro a la hermosa cara de mi tío, pero no le da el gusto de ponerle la poronga en la boca. Eduardo está tan puta que por momentos quiere desobedecer y ponérsela el mismo entre los labios, pero no se anima. En algún momento no puede más y se sirve él mismo, pone su boca para atrapar el vuelo la pija rozagante y altanera de Carlos. Pero cuando Carlos se da cuenta qué quiere el puto, le tira un escupitajo y le grita:

—QUIEN MIERDA TE DIO PERMISO, PUTOOO...

Y le vuelve a echar otra escupida… mi tío Eduardo está casi desnudo, solo en calzoncillos pero totalmente bajados, con el culo al aire, empapado de meo, la cara hermosa y varonil totalmente enchastrada por las escupidas de Carlos, sólo atina a decir:

—Carlos, Carlos, por favor... soy tu puta. Sos un macho tan hermoso, Carlos, por favor dejala a tu puta...

Carlos lo mira a su puto, arisco... Impactante, varonil, con el fusil al palo a punto de disparar su fatal chorro de guasca, en calzoncillos todo el tiempo, Carlos, el macho hermoso, le dice a su puto, mi tío Eduardo:

—A ver, puto... A ver si servís para algo. Tirate en el piso, como una perra, abrí bien esas piernas de puto, boca arriba...

Mi tío Eduardo cumple, está preparado para todo lo que su macho le pida, está con el culo palpitándole de deseo, nunca sintió su ano así, nunca sintió un macho así. El cuerpo de Carlos tiene un aroma a macho en celo que hace puta a mi tío Eduardo. Sólo se anima a preguntarle:

—Carlos, Carlos... Por favor. Dejame sacarme el calzoncillo. No puedo más, Carlos, por fa....

Carlos lo mira a su puto y casi sonríe. Se pone súbitamente en serio, parece recordar recién ahora que su puto está con el calzoncillo tan bajado que prácticamente es lo mismo que si estuviera desnudo.

—Noooo, al contrario... No, puto, ya me pudrí de verte en bolas. Ponete bien el calzoncillo y tirate boca arriba al piso... YAAAA, PUTOOOO!!!

Casi sin entender pero muerto de deseo, Eduardo cumple. Mientras tanto, Carlos con su cuerpo descomunal entra a bajarse él sus calzoncillos y le escupe estas palabras:

—A ver si servís para chuparle bien el culo a un macho y lavárselo, puto...

Eduardo con su cara escupida, con su cuerpo empapado de meo, con el culo palpitándole y siempre con el calzoncillo puesto, siente morirse de miedo cuando el cuerpo macizo y pesado de Carlos parece querer sentársele en la cara. Ama a ese cuerpo de Carlos, lo ama, lo adora, lo quiere probar todo... pero mi tío Eduardo sabe que si Carlos deposita todo el peso de su varonil humanidad lo va a hacer mierda. Si Carlos se sienta de culo en la cara de mi tío Eduardo lo revienta, lo desfigura. Es un animal esa bestia, es un pedazo de hombre demasiado contundente.

Pero Carlos le enseña el culo macizo, peludo y aromático a su puto y se sienta sobre él como en posición de ir a cagar. Sólo unos milímetros nomás le deja a su puto con un poco de aire para respirar:

—Lavame bien el culo, puto, quiero ver cómo mi puto me coge por el culo con su lengua mojadita, sedosa...

Carlos súbitamente se pone como una puta ronroneante cuando con frenesí mi tío Eduardo entra a trabajarle el culo con la lengua. El culo de Carlos es un manjar exquisito para su puto, Eduardo está como loca pasándole con profundidad, con hambre, con desesperación, con deseo, la lengua por todo el culo a Carlos. Es un culo profundo, velludo, oscuro, aromático, de macho...

—Ahhhh, bien, puto, bien, bien... Ahhhh, dale, reventame el culo como una putita, cogiendo con la lengua... Bien, bien... Qué buena puta sos, Eduardo, se ve que te pasaste la vida chupando culos de machos... Ahhhh...

Cuando en algún momento ya Eduardo entre a hundir su lengua vibrante y húmeda en el ano oscuro y aromático de Carlos, éste le va a ordenar:

—Andá tirándome la goma y sobándome las pelotas, puto, empezá, que mientras me la das por el orto quiero tirar la guasca.

—Dejame masturbar también a mí, Carlos, por favor, por fa... no puedo más, te adoro, te amo, me gustás macho...

—NOOOOO! Qué puto de mierda, carajo... Vos cumplí, mierda, seguí chupándome el ojete y trabajame las bolas y la goma, putaaa... !!!

Eduardo entra a tirarle de la goma a Carlos, es un pene pesado, contundente, duro como un fierro, pero de una textura increíble, hermosa... las dos bolas de Carlos, pesadas como dos pomelos, cargadas de leche de varón, están a punto de explotar su tormenta generosa de guasca espesa:

—Ahhh, puto, sí, sí... Dale, dale, cogeme bien con la lengua el culo, puto de mierda... ahhh....

La guasca de Carlos se desparrama por el pecho y la panza de mi tío Eduardo, quien no deja un segundo de cogérselo por el culo con la lengua y sobre todo de masturbarlo todo el tiempo acariciando cada tanto sus pelotas generosas y pesadas:

—Carlos, te amo, qué macho, qué macho hijo de puta sos Carlos... Quiero ser tu putita siempre, Carlos, te amo...

Cuando Carlos vacía toda su poderosa carga de guasca de sus pelotas, se para como si nada y lo mira a mi tío Eduardo, su puta sucia, su puta morbosa, quien con su calzoncillo puesto a punto de explotar, sigue ardiendo de deseos:

—Te portaste bien, puto... Vas a hacer una buena perra vos, seguro... Vení, parate... vení que te voy a dar el premio.

Mi tío Eduardo se para como una tromba, dispuesto a todo, no tiene límites. Ama a Carlos, ese varón portentoso, ese hijo de puta... Pero cuando Eduardo ya está creyendo que Carlos va a bajarle el calzoncillo y ayudarlo al menos a masturbarse un poco, lo único que hace Carlos es agarrarlo fuerte por la nuca, mirarlo con asco, acercarle su boca, darle un rápido, casi asqueroso chupón de lengua en su boca. Cuando le saca la lengua lo sigue mirando fiero y le tira una escupida:

—¿Te gustó, puto?

Se ríe el hijo de puta de Carlos: —¿Querés más, puto?

Mi tío Eduardo bien machito, su deseo intacto, todo escupido, lo mira de frente:

—Sí, Carlos... Quiero todo de vos. Quiero todo de mi macho.

Carlos lo sigue mirando con desprecio pero ahora con un poco más de respeto:

—Está bien, puto... Te portaste bien. Te voy a dar un segundo premio, entonces.

Carlos se baja el calzoncillo, nuevamente. Está hermoso el hijo de puta. Sus pesadas bolas reposan tranquilas, pero el espectáculo de su belleza masculina está aún más portentoso que nunca. Agarra bien bruto una mano de Eduardo y la lleva a su propio culo.

—Sentilo bien, puto... éste es un regalo de tu macho Carlos para vos.

Mi tío Eduardo siente como un regalo del cielo, está a punto de gritar como una yegua atravesada por el frenesí sexual cuando Carlos descarga un pedo fuerte, humeante, contundente en la mano de su puto.

—Jajaa, puto... tomá, éste es para vos. Te lo supiste ganar.

Instintivamente, sin pesarlo un segundo, Eduardo mi tío entra a palpitar su culo y todo su cuerpo atravesado por un deseo imparable y se baja el calzoncillo, mientras le musita a Carlos:

—Gracias, Carlos, gracias mi macho... Ese ha sido un pedo de macho espectacular, bellísimo para su puto... Yo... ehh... Mil gracias, yo... ahhh... ahhhh...

Carlos lo mira despectivamente mientras Eduardo bajándose el calzoncillo empieza a tocarse el pene, las bolas, entra a masturbarse:

—¿QUIÉN CARAJO TE DIO PERMISO, PUTO DE MIERDAAA???

Su voz resuena en todo el colegio, seguramente. A mi tío Eduardo es como si Carlos le hubiera tirado un baldazo de agua fria. Lo mira sin entender:

—Vos sos un puto de mierda, yo soy tu macho y acá se hace lo que yo diga. ¿ENTENDIDO, PUTO?

Casi a punto de llorar, mi tío Eduardo no entiende nada y se sube el calzoncillo.

El resto de la jornada fue casi un martirio para mi tío Eduardo. Tuvo que mantenerse en calzoncillos toda la tarde, cada tanto lo miraba a Carlos quien también seguía en calzoncillos pero trabajaba con su nueva computadora y sus papeles sin dirigirle la palabra ni mirarlo. Eduardo lo miraba a Carlos y temblaba de deseo. Le dolían profundamente las bolas, todo el cuerpo, todo el alma, estaba a punto de explotar de deseo por ese varón hermoso e hijo de puta y no podía hacer nada, ni tocarlo, ni siquiera tocarse a sí mismo... Carlos seguía asqueroso y hermoso, trabajando concentradamente. Cada tanto le impartía órdenes como:

—Café.

—Acta 2, folios 18 y 19, 23 de abril 1998. Rápido, puto...

Sólo en un momento en particular hubo una orden un poco más grata para la puta de Carlos, para mi tío Eduardo:

—Me estoy meando, puto... Vení arrastrándote como una perra, mové bien el culo y el hocico que te voy a convidar un chorro...

Fuera de eso, que complació enormente a mi tío Eduardo, pero también que lo dejó más a punto de explotar que nunca y muerto de deseo, Carlos ni siquiera se dignó a mirarlo. Cuando ya estaban a punto de irse, era prácticamente la noche. Carlos lo miró nuevamente:

—Mirá, puto... me diste mucho trabajo pero a lo mejor todavía puedo hacer algo con vos, pedazo de puto de mierda...

Lo miraba profundo, como sopesándolo, haciéndose desear el estupendo hermoso hijo de puta, mientras mi tío Eduardo lo miraba suplicante y babeándose:

—A partir de hoy y hasta que me vuelva, lo que vamos a hacer es lo siguiente. Tenés que cumplirlo a rajatabla porque sino me voy a cabrear.

—Por supuesto, Carlos... lo que mi macho diga. Dígame, Carlos, por favor, yo lo amo, yo...

—Callate, boluda. Mirá, vamos a hacer una cosa. Sacate el calzoncillo.

Eduardo se sacó el calzoncillo hecho completamente una puta, a propósito le mostraba el culo a Carlos como queriéndolo provocar. Mi tío Eduardo tenía un cuerpo hermoso de macho bien trabajado, quería genuinamente encenderle también el deseo sexual a Carlos jugando con sus mejores armas:

—A partir de hoy, cada vez que nos vayamos vos te vas a llevar puesto mi calzoncillo. Y yo el tuyo. ¿Entendido, puto? Vamos a intercambiar calzoncillos todos los días, hasta que a mí se me canten las pelotas... ¿Entendido, puto?

Mi tío Eduardo lo miró obediente, pero casi llorando de la desilusión. No había nada que hacerle. Por lo visto, a Carlos sólo le interesaba satisfacerse sexualmente él y hacerse desear y complacer por su puto, pero nada más... no iba a dejarlo nunca gozar también a él, a mi tío Eduardo.

No obstante sus funestos pensamientos, mi tío Eduardo obedeció a su macho. Lo hizo con ganas, aunque un poco triste. Pero apenas Carlos se sacó su calzoncillo y Eduardo le entregó el suyo, apenas mi tío Eduardo sintió que el calzoncillo de Carlos tocaba y acariciaba su cuerpo de puto cachondo, mi tío Eduardo tuvo algo así como una transmutación.

Definitivamente se hizo puta.

Definitivamente sólo tuvo espacio en su cabeza y en su cuerpo para el deseo de ser por siempre la puta de Carlos.

Carlos lo miraba a mi tío Eduardo, sonriéndose despectivo, como queriendo humillarlo a mi tío Eduardo... El tío apenas se puso el calzoncillo de Carlos se empezó a tocar el cuerpo, se sintió como poseído por una estocada de deseo profundo y mágico que lo trastornaba... Sólo atinó a decir mi tío Eduardo:

—Es un hermoso calzoncillo el suyo, Carlos... Gracias, gracias Carlos... me siento tan puta con un calzoncillo puesto, el calzoncillo de un macho como usted...

Así fue cada día durante casi dos semanas. Yo obviamente lo sé porque cada noche cuando, jubiloso y contento por la llegada de mi hombre, de mi tío Eduardo, cumpliendo nuestro ritual de desnudarlo y matarnos a besos y acostarnos, el tío aparecía siempre con un calzoncillo diferente. Buenísimos los calzoncillos de Carlos, otro estilo por supuesto que los de mi tío Eduardo. El tío siempre había sido elegante, señorial, varonil; el estilo de los calzoncillos de Carlos era más rústico, más machazo bruto, la mayoría eran una onda tipo militar.

El tema es que en casa andábamos de mal en peor. Cada vez peor, peor... trataré de explicarles sucintamente por qué.

Económicamente, todo era un disparate. Por los líos del colegio, mi tío Eduardo había estado casi dos meses sin cobrar su sueldo. La llegada de Carlos no hizo más que empeorar la situación, porque el sueldo del tío seguía sin salir, estaba "intervenido" y la inspección financiera de Carlos había arreglado la situación de todo el personal del colegio menos, justamente, la de mi tío Eduardo. Imagínense ustedes lo que era la situación en casa. El dinero de los ahorros de mi tío se iba esfumando ante nuestros ojos con total impotencia, mi tío Eduardo no podía o no quería hacer nada. Parecía estar completamente rendido a los caprichos mandones de Carlos, jamás le reclamaba nada, y el hijo de puta de Carlos parecía disfrutar la situación de mandarlo a mi tío Eduardo a morirse de hambre.

Un día que ya no teníamos ni para comer, resolví llamarlo a mi viejo. Al día siguiente teníamos un cheque depositado en la cuenta bancaria del tío. Pero eso no era para alegrarse. Ambos sabíamos cómo era mi viejo. Al fin y al cabo, es el hermano de mi tío Eduardo y jamás lo pudo tragar porque es puto y encima se acuesta conmigo, es el amante de su hijo. Además, el tío Eduardo estaba todavía como más humillado porque ahora era su hermano el hijo de puta, que siempre lo había despreciado y vilipendiado, el que lo estaba manteniendo. Cuando yo le dije al tío Eduardo que tenía que juntar coraje y hablar de una vez por todas con Carlos, casi se pone a llorar:

—No le puedo decir eso a Carlos, Mariano... No puedo molestarlo... Además... es mi macho... vos no sabés, Marianito, lo que es el hijo de puta... es hermoso, es infartante, es remachazo, es... Qué voy a hacer, Mariano, qué voy a hacer...

Yo no podía verlo llorar. Me amargaba mucho todo esto. Por mi parte, trataba infructuosamente de conseguir un trabajo en ese pueblito de mierda. Y no lo conseguía. Y aun si lo consiguiese, lo que iba a ganar era una miseria que ni servia para mantenerlo además de mí a mi tío Eduardo, a mi HOMBRE.

La otra situación calamitosa era la sexual. Ya casi no teníamos vida sexual con el tío Eduardo. Él aparecía cada noche con un nuevo calzoncillo de Carlos, totalmente humillado y avergonzado ante su sobrino de tener que explicarle los caprichos fetichistas de su macho Carlos, pero lo que yo sé, es que desde que el tío Eduardo usaba los calzoncillos de Carlos, a mí no me tocaba ni un pelo. Estaba como hechizado por Carlos, y el hecho obligado de tener que usar sus calzoncillos y darle en su lugar los de él, lo hechizaba y lo apresaba cada vez más.

Todo era una situación muy extraña. Yo hacía lo que el tío Eduardo me pedía. Cada vez su culo se dilataba más y más, estaba como totalmente insatisfecho y enloquecido de deseo ese culo, sobre todo porque tampoco Carlos jamás tocaba el cuerpo de Eduardo, ese cuerpo que yo amaba hasta el enloquecimiento. Entonces el tío Eduardo me pedía que le pusiera en el culo... de todo: empezamos con cosas como zanahorias o pepinos. De a poco yo tuve que ir poniéndole mis dos manos enteras, juguetes, consoladores... y todo con la humillación para mí de que mientras yo lo hacía gozar, el tío Eduardo se ponía como loco, como puta, entraba en éxtasis y gritaba cosas como:

—Sííííí, Carlos, haceme mierda, haceme tu puta, Carlos, mi macho, Carlos... ahhh... haceme mierda el culo, reventamelo, desfóndamelo, Carlos... sos mi macho, quiero ser tu putaaa, Carlos, partime, usame, haceme un hijo Carlosss, aaahhhh...

Rápidamente, desesperado como lo estaba yo, sumido en el más negro de los pesares y en lo sexual totalmente insatisfecho, una noche mientras lo miraba dormir a mi hermoso macho Eduardo en el calzoncillo de su macho Carlos, ideé una solución.

No sé ni cómo se me ocurrió. Pero una vez que tuve la idea, me sentí bien pues pensé que por fin se iba a resolver todo. Mi tío Eduardo volvería a cobrar su abultado sueldo y ese hijo de puta de Carlos se iba a dejar de joder y por fin iba a dejar de humillarlo a mi tío Eduardo, de usarlo sexualmente sin permitirle gozar y sobre todo, se iba a dejar de joder con ese tema de los calzoncillos suyos que tenía que usar mi tío.

Para mí, la solución tenía nombre y apellido. El nombre y apellido de un machito formidable que yo conocía por temas legales de mi familia. Fabio Domínguez se llamaba el machito. Lindo y rozagante y bien machito en sus 36 años, Fabio era un abogado bien pícaro, bien hijo de puta que siempre me había tenido ganas y que era el abogado de mi viejo. Si yo lograba hacerle entender a Fabio que si le arreglaba el quilombo a mi tío Eduardo yo me dejaba culear por él y hacerle todos sus morbitos de machito depravado, seguramente todo se iba a arreglar.

Fabio era casado, bisexual... bien lindo, bien machito, bien jodido... pero lindo como la puta madre. Desde que yo era un nene que Fabio me echaba unas miradas lascivas, llenas de morbo bien espeso y pesado... Y yo estaba dispuesto a dejarme culear por él y a hacerle realidad todas sus tórridas fantasías conmigo si él le arreglaba la vida a mi tío Eduardo y lográbamos que Carlos por fin se fuera.

Cuando lo llamé por teléfono desde la casa de mi tío Eduardo, Fabio me dijo que sí, por supuesto. Estaba complacido el macho, contento... se notaba por la espuma caliente de su voz morbosa que yo había dado en el clavo. El doctor por fin se iba a poder clavar al nene, jajaja... Yo había ido directamente al grano.

Mucho no le gustó mi idea al tío Eduardo. Pero nada pudo hacer frente a la catarata de mis reclamos, urgencias e impaciencias. No es necio mi tío, sabía que su vida estaba tornándose muy extraña desde la aparición de ese macho irresistible, de Carlos...

A los dos días, llego el doctorcito a nuestra casa. Fabio, como siempre le dije yo, porque que fuera el abogado de mi viejo no quitaba el hecho de que estuviera muy lindo y de que yo supiera que siempre había querido trincarme.

Fue toda una sorpresa cuando yo mismo le abrí la puerta. Me lo había imaginado como siempre lo había visto. Pero estaba mejor, mucho mejor.

Por empezar, no se vino trajeado. Había aprovechado el largo viaje en auto y el clima veraniego para ponerse unos modernos, juveniles jeans bien apretados, que dejaban ver un bulto de genitales bien interesantes y suculentos. Velludito, de pelo corto oscuro, peinado con gel, tenía una cara deliciosa de machito juvenil y morbosito. Tenía un gesto y una risa sumamente sensual, tenía un encanto bien varonil y juvenil que contrastaba con la imagen algo seria que daba cuando había aparecido en casa trajeado como el abogado de la familia.

Mi tío Eduardo tampoco pudo disimular mucho que lo excitó el arribo juvenil, sensual, arrebatado de Fabio. Igual no pudo con su genio, el pobre tío... Que hubiera llegado Fabio de parte mía, que Fabio fuera bien confianzudo conmigo, tener que explicarle toda su anómala, turbia situación a un machito de facha tan juvenil y excitante... bueno, todo eso, lo humillaba un poco. Lo hacía sentirse un tanto menoscabado en su hombría a mi tío Eduardo.

En el momento en que por fin pudimos hablar bien, que fue luego de transcurrida una cena un tanto tensa, Fabio fue muy caballero al conciliar los ánimos con su risa, su simpatía, su desparpajo...

—Bueno, señor Eduardo, al fin y al cabo estamos entre hombres adultos los tres, ¿no es cierto?

Por otra parte, durante todo el tiempo Fabio no dejaba de tirarme sus miradas de joven exitoso, lindo, interesante y bien morbosito. Yo por mi lado me había cuidado bien de estar acorde a la situación. Solamente me había puesto un shorcito blanco, quería estar bien fresco, quería calentarlo bien al doctorcito. Y lo estaba consiguiendo. Fabio apenas si podía contenerse mirándome todo el tiempo las piernas, los brazos, la carita... el culo... cada tanto comentaba:

—Increíble, señor Eduardo... Lo crecido y lindo que se nos está poniendo Mariano, ¿no le parece?

Todo, todo le tuvo que confesar mi tío Eduardo a Fabio. El atractivo abogado porteño, por su parte, tuvo muy buenos modales y todo el tiempo era serio y respetuoso con mi tío Eduardo a medida que él, mi pobre hombre, avergonzado y humillado, se confesaba. Sobre todo, una cosa que le preguntó bastante Fabio al tío era el tema de lo que le obligaba a hacer cuando estaban solos con Carlos en su despacho. Mi tío Eduardo juraba que Carlos solamente se hacía satisfacer sexualmente él, que lo escupía, lo meaba, le daba su calzoncillo, y acababa siempre únicamente siendo masturbado y chupado analmente por su siervo. Que todo el tiempo Carlos exigía que Eduardo se mantuviera en sus calzoncillos, cada tanto lo hacía desnudarse para inspeccionarlo analmente. Que solamente entonces lo toqueteaba mucho, sobre todo ahí en el culo, pero que de ninguna manera dejaba que el tío se masturbase o pudiera eyacular.

—¿Y usted por qué cree es el tema del intercambio de calzoncillos entre usted y Carlos, señor Eduardo? —le preguntó Fabio muy respetuosamente.

El tío bajó la cabeza y confesó: —Dice Carlos que así voy a sentir en mi propio cuerpo cómo es el cuerpo de un macho todo el tiempo, de mi macho... que es él, ejem...

—¿Y nunca le explicó Carlos por qué la situación de irregularidad con su sueldo, cuando todos los demás ya perciben sus haberes normalmente?

Se puso muy colorado el tío: —Dice que una buena puta tiene que trabajar mucho ante su macho para que éste se digne a pagarle... que a mí todavía me falta mucho para ser... ejemmm... para ser una buena... una buena... una buena puta...

—Entiendo, señor Eduardo, tranquilícese por favor. Mañana mismo ya pondremos coto a todo esto.

Mi tío Eduardo lo miró casi afiebrado a Fabio: —Usted entienda, Fabio... Yo a Carlos... eh... lo respeto muchísimo, yo lo... eh...

Fabio fue muy cordial pero tajante: —Creo que entiendo lo que Ud. siente frente a Carlos, señor Eduardo. Despreocúpese. Esto se arreglará entre caballeros.

Mi tío Eduardo no sabía qué pensar. Le costaba confesarle a Fabio que tampoco quería que le arrebataran a Carlos. Pero, simplemente, no podía decírselo. Él sabía que la situación era un desastre pero si Fabio había venido, únicamente fue a instancias mías. Igual, Fabio no indagó mucho más. Si entendía o no lo del tío Eduardo, no lo sabemos... pero no hizo más preguntas, dio muchas cosas por sentado. El tío Eduardo estaba tan humillado cuando le dijo:

—Mire, doctor... Aquí Mariano y yo nunca disponemos de demasiado dinero. Y precisamente ahora... Bueno, doctor, yo no sé si podré afrontar alguna vez el gasto del pago de sus honorarios que por lo que tengo entendido...

Fabio fue directo. Me miró a mí, me miró en mis shorts, se detuvo largo tiempo en mis piernas y en mi culo con su mirada lasciva y morbosa. Le respondió a mi tío:

—Bueno, señor Eduardo... Discúlpeme pero Ud. sabrá que Mariano y yo ya hemos hablado del tema...

Mi tío Eduardo se sentía totalmente abatido, humillado. Solamente bajó la cabeza y asintió sin decir palabra.

—Eso sí, señor Eduardo... Usted comprenderá que yo soy un profesional ocupado y que aunque esta sea su casa... bueno, en fin... Parte del pago lo necesito ya mismo. El resto lo hablaremos después también con Mariano.

El tío Eduardo seguía cabizbajo, asintió nuevamente con la cabeza y solamente respondió: —Entiendo, doctor... usted está en todo su derecho. Entiendo que yo por mi parte debo retirarme.

Fabio respondió presuroso, bien exaltado: —¡De ninguna manera, de ninguna manera! —Y mirándome bien profundo y hermoso, me preguntó: —¿No es cierto, Mariano, que nos encantaría a ambos que el tío Eduardo estuviera presente?

Yo ni pude responder, ni tuve tiempo, porque acto seguido Fabio se transformó, dejó de lado toda formalidad y se bajó despaciosa y sensualmente el jean. Se sacó toda la ropa hasta quedarse únicamente en sus fenomenales, irresistibles, carísimos slips blancos. La verdad es que mi nuevo machito tenía un cuerpo más que atractivo. Delicioso. Bien juvenil, musculado, algo velludito y muy masculino. Mirándolo sensualmente a mi tío Eduardo, le dijo.

—Vení, Eduardo, acercate para mirar mejor... me voy a coger a tu sobrino por primera vez. Hace rato que le tengo ganas al nene, ¿sabías? Por fin me lo voy a garchar. Y quiero que vos mires. Yo mañana te arreglo lo de Carlos.

Mi tío no podía más de la humillación y la vergüenza. Me miró y yo le hice un rápido movimiento con la cabeza para decirle que sí, que se quedara. No podíamos darnos el lujo de contrariarlo al doctorcito.

Tuve que cumplir las órdenes de Fabio. Primero, me dijo que me arrodillara y que le besara el bulto de sus pelotas sin sacarle el calzoncillo. Cada tanto me preguntaba:

—¿Te gustan las pelotas de tu abogado, no nene?

Yo complacía a mi machito, gustoso, porque la verdad el abogado este era un despelote, era irresistible. Cuando ya tenía todo su calzoncillo húmedo, bien babeado, Fabio se lo terminó de bajar y me enterró toda su verga en la boca, diciendo cada tanto:

—La chupás bien, nene... jajaja, se ve que saliste a tu tío... buen puto, qué buen puto...

Todo el tiempo mientras se hacía chupar el calzoncillo, el bulto, las pelotas, la verga, todo el tiempo Fabio lo miraba a mi tío para hacerlo presenciar el espectáculo de su sobrino dejándose hacer de todo por otro macho. Cada tanto le decía:

—La verdad, señor Eduardo... usted lo hizo muy buen puto a Mariano. Se ve que es casi tan puto como usted ahora el nene, jaja...

El tío trataba de sonreír pero la verdad es que estaba sumamente avergonzado, humillado, expoliado. Casi lloraba. En su fuero interno cada vez se sentía más puto y más miserable desde que había aparecido Carlos en su vida.

Toda la guasca en la cara me tiró Fabio, me obligó a relamerme los labios mientras lo miraba de frente a la cara y él seguía escupiéndome todo su semen, que parecía infinito, incontenible... cuando ya tuve toda mi carita de nene puto enchastrada de su leche de varón, Fabio se dio por conforme. Sin dejar de mirarme a la cara, dijo para que mi tío Eduardo escuchara:

—Entenderás, Marianito, que esto es solamente un adelanto por los servicios para tu tío. Mañana a la vuelta de lo de Carlos me tengo que cobrar el resto.

Ni siquiera sé si habrá dormido esa noche mi tío Eduardo. Como todas las noches, se acostó a mi lado, en nuestra cama matrimonial de tío y sobrino. En sus espléndidos, machazos, avergonzados calzoncillos que ahora eran los de Carlos. Por mi parte, si bien me sentía algo culpable por haberme dejado usar por Fabio, yo sabía que lo había hecho por mi HOMBRE, por mi tío Eduardo, y la verdad... aunque había disfrutado muchísimo del doctorcito, creo que todavía esperaba con impaciencia que Fabio y el tío Eduardo volvieran de lo de Carlos para que Fabio se cobrara conmigo el resto, jaja... pero también que pronto, bien prontito, Carlos y Fabio se mandaran a mudar y mi tío Eduardo y yo volviéramos a nuestra adorada vida de tío y sobrinito putos y felices.

Los dos impecablemente vestidos de oficina, sumamente elegantes y varoniles ambos, mi nuevo amigo, el doctorcito Domínguez y mi tío Eduardo partieron a la mañana para el colegio donde ya Carlos debía estar preparándose, siempre en sus machazos y brutos calzoncillos de varón al palo.

Mi tío Eduardo se sentía para la mierda. Sentía tantas cosas juntas bullir en su espléndido cuerpo que no entendía nada el pobre. Deseo, furia, humillación, vergüenza, miedo... solamente reparaba en que su culo estaba más necesitado, deseante, abierto y palpitante que nunca. Mi tío Eduardo tenía una puta hambrienta y desfalleciente ardiendo en su culo. Como todas las mañanas, se había acostado y dormido con el calzoncillo de Carlos y por supuesto, tal como era la orden de Carlos, no se lo había cambiado siquiera después de pegarse una ducha.

Solamente atinó a decirle al doctorcito Domínguez segundo después de estacionar el auto frente a la puerta del colegio: —Entienda usted, doctor, que... ejemmm... bueno, en fin... Carlos no espera su arribo, doctor, y como siempre debe estar encerrado en su despacho... ejemmm... casi desnudo... casi desnudo salvo por su calzoncillo...

—Usted despreocúpese, señor Eduardo. Despreocúpese, por favor, en serio le digo. Ya lo veremos a este Carlos.

Pero cuando el tío Eduardo terminó de presentarle al doctorcito Domínguez a su secretaria la señora Alicia, Fabio antes de entrar con el tío al despacho le dijo al tío:

—Bueno, señor Eduardo, se me ocurre que... En fin... Si este señor Carlos no sabe que yo vengo, obviamente... bueno... y como debe estar casi desnudo, en calzoncillos... Creo que lo mejor para no intimidarlo demasiado sería que nosotros dos también entráramos así... en calzoncillos los dos, quiero decir, no?... A usted qué le parece?

El tío Eduardo no sabía qué pensar ni qué decir. El pobre ya estaba acostumbrado a ponerse casi en bolas, en calzoncillos, apenas traspasaba la puerta. No tenía idea cuál sería la reacción de Carlos. Le dijo que sí, a Fabio, total... qué podía pasar...

Eso hicieron. Cuando la señorita Alicia ya se había ido y no había moros en la costa, el tío Eduardo y el doctorcito Domínguez se desvistieron. Se pusieron los dos, frente a frente, en calzoncillos. El tío Eduardo no pudo resistir un suspiro de arrebato cuando lo tuvo a Fabio en sus hermosos slips frente a él. Qué machos hermosos estaba viendo últimamente, qué puta lo ponían... Creyó distinguir también que Fabio miraba con intriga y morbito cuáles eran los calzoncillos de Carlos que se había puesto Eduardo y que por cierto le quedaban totalmente bien. Le marcaban un culo y unas bolas de la puta madre a mi tío Eduardo los calzoncillos de Carlos.

Apenas entró con Fabio al despacho de Carlos, cagado en las patas, muerto de miedo, con su calzoncillo reglamentario, Eduardo lo primero que le dijo a Carlos fue:

—Eh... Carlos... buenos días, su puto siervo lo saluda, Carlos... eh... vino también el doctor que...

Carlos apenas alzó la mirada. Se había puesto un calzoncillo azul esa mañana, como de tela de camisa, y tenía ya la verga alzada como un fusil listo para atacar, vibrante, duro y palpitante... apenas lo miró a Fabio.

—¿Qué?... ¿Un abogado? —y se rió.— ¿Me querés cagar vos a mí, puto?

Y lo miró directo a Fabio. Cuando Eduardo volvió la mirada para mirarlo a su vez a Fabio, no entendió nada. Casi se larga a llorar. No entendía. Cuando por fin pudo entender, ya era tarde. Estaba atrapado. Los dos machos lo miraban humillándolo, cagándose de risa.

—Ya te estabas demorando, Fabio... El jefe te debe haber dicho que yo llegaba bien temprano. Y acordate, el papá del nene dijo que lo quería bien culeado, bien hecho mierda, al coso puto este. Ya te lo estuve preparando. Está entregada la puta, muerta de amor conmigo... empezá a usarla cuando quieras.

Mi tío Eduardo se moría. Se estaba mordiendo los labios haciéndolos casi sangrar. Estaba conteniéndose las lagrimas de la muchísima humillación que tenía y le avergonzaba no poder contenerse más.

—Ya te lo puse en bolas, ¿viste Carlos?... ¿Pero cómo me lo voy a coger antes que vos, al puto, si vos sos el jefe, Carlos?... Yo no puedo adelantarme a vos, macho... la puta es tuya.

Carlos lo miró fiero al doctorcito: —Fue una orden. Cogeteló te dije. Hacela mierda. Es una orden.

—Como vos digas, Carlos.

Eduardo no opuso mayor resistencia. El hijo de puta de Fabio estaba transformado. Se había transformado en un hijo de puta, también, como Carlos. Sólo que era mucho más juvenil, más con cara de nene lindo y morboso, pero en el fondo tan hijo de puta como Carlos. No se sacó del todo su slip, sólo se lo bajó a la altura de las bolas para dejar al descubierto su arma, su poronga, erecta y dura, a la que él mismo lubricó con una escupida.

—Ponete en cuatro sobre el escritorio, vos perra... dale que el jefe me manda a culearte, puto... Andá preparando el orto que te voy a reventar...

No tuvo peor idea el tío Eduardo que retobarse. Qué mal le fue. Se empezó a vestir y cuando Fabio vio que quería desobedecerlo, se encabritó y lo tiró de una patada al piso, mandándole una escupida chorreante y caliente. Carlos se acercó hecho una fiera, furioso.

—LA ORDEN FUE MÍA, CARAJOOO, PUTOOO!!

Pronto entraron a escupirlo entre los dos y cuando Fabio por fin le metió toda la verga de una en la boca a mi tío Eduardo, mientras estaba chupando, Carlos sacó su propia poronga por la bragueta de su calzoncillo y entró a tirarle un chorro caliente y ácido de su meo en la cara.

—Chupá, hija de puta... Chupalo bien al doctor que está preparándote, puta forra!!!

Entre las escupidas que bañaban su cara, entre el meo, las escupidas y las lágrimas, mi tío Eduardo debía estar más hermoso que nunca, mientras le chupaba el palo a Fabio.

El hijo de puta de Fabio se sentía ya en terreno propio. Lo agarró de una pata al tío Eduardo y dándole una patada dolorosísima en el culo, lo hizo subirse al escritorio y ponerse en cuatro como una perra. Se le puso detrás, escupiéndole las cachas y el ojete, mientras con una mano le daba chirlos en el culo con la otra le introducía brutalmente sus dedos:

—Te estoy preparando, puta, para que no te duela tanto, jeje...

Los dos se cagaban de risa, Fabio y Carlos. Pero a Carlos la risa le duraba poco. Al toque se ponía fiero y malo como siempre, con esa hermosa cara de hijo de puta. Seguía escupiéndolo a mi tío Eduardo, le daba sus escupidas en la cara. Cuando el tío Eduardo sintió por fin que lo penetraba la pija impiadosa de Fabio, pegó un alarido que cambió toda la situación. Carlos se puso furioso:

—¿¿Cómo mierda gritás así, la concha de tu puta madre???

Y le dijo a Fabio: —Dale, hacela mierda, te dije... Dale, clavatela bien que le meto la poronga en la boca a ver si lo callamos al puto llorón este...

Durante varios minutos el tío Eduardo sintió que le partían el ano, que estaba taladrándole el ano el hijo de puta de Fabio. El dolor era infinito. Hacía rato que no se lo culeaban al tío Eduardo, la poronga de Fabio era demasiado cabezona y gruesa y el hijo de puta se la estaba dando hasta los huevos. No pudo contener el segundo alarido. Pero apenas intentó lanzarlo ese alarido, Carlos se le adelantó, lo agarró brutalmente de la nuca y le metió toda su verga en la boca.

—Hijo de puta, tanto que gritás si al final y al cabo es lo que más te gusta, putazooo!!! Y vos, Domínguez, dale hasta el final y dejale todo el ano empapado de guasca que así me lo lubricás mejor al puto...

Dicho y hecho. El doctorcito Domínguez estaba encabritado, se sentía totalmente machito ahora que su jefe, Carlos, le había dado permiso de taladrarse primero él a la yegua puta de mi tío. No obstante eso, Carlos reclamaba lo suyo, tan autoritario y guaso como siempre:

—Chupá bien, Eduardito... Chupá bien y atendé como es debido a tus dos machos que si no te amasijamos...

El tío Eduardo hacía lo mejor que podía. Pero le dolía infinitamente el ano por culpa del doctorcito que se lo estaba trincando y encima la poronga de Carlos crecía y crecía dentro de su boca y el hijo de puta se la mandaba hasta la garganta sin dejarlo ni gritar ni respirar.

Pronto sintió el tío Eduardo que la pija de Fabio le explotaba toda su escupida de semen rabioso y caliente en el orto. Cuando por fin pensó que le llegaría el alivio y Fabio se tiró sobre la alfombra a descansar un rato, Carlos brutalmente lo agarró y le dijo:

—Pará, pará putazo... ¿Vos quién carajo te creés que sos? Te estás curtiendo al pendejo más lindo del pueblo que encima es tu sobrino y encima te querés retobar, puto de mierda!!!

Lo agarró de las patas y se las subió hasta los hombros: —Abrí bien ese ojete, puto de mierda, abrí bien que te voy a reventar, te voy a hacer una concha ahí, pedazo de putooo!!!

La pija de Carlos, esa poronga infartante y monstruosa que mi tío Eduardo había estado esperando por tanto tiempo, fue infinitamente peor, casi le desgarra el culo a mi tío Eduardo. De nuevo le costaba contenerse y no pegar alaridos. Carlos se dio cuenta, así que se sacó del todo el calzoncillo y se lo metió en la boca para amortiguar los gritos.

—Ahhh, hija de putaaa... hacía rato que te quería culear, puto de mierdaaaa...

—Sííííí, reventame, haceme mierda, haceme tu perra puta, Carlos, te amo, Carlos, ahhhh... pero teneme piedad, Carlos, despacito, duele, duele..., ahhhh...

Carlos no tenía piedad. Cuanto más se retorcía y gritaba mi tío Eduardo y cuanto más le gritaba que lo amaba, más impiadoso y violento se ponía Carlos.

Tranquilamente reposando sobre la alfombra, Fabio miraba y se cagaba de risa:

—Lo tenés muerto al puto, ¿eh Carlos?... Mirá cómo sufre y cómo goza el viejo marica, jaja...

—Muerto de amor el putaso, jaja!!! Ama a su macho Carlos el puto y ahora mismo me está embarrando la pija de mierda... ahhhh... qué pedazo de culo tiene el puto viste?... ahhh... mirá, mirá cómo le duele y cómo se la banca... qué buen puto, qué pedazo de trolo hermoso el hijo de puta... lo voy a hacer mierda... lo voy... ahhh... dale puto... mové bien esas ancas que te hago mierda, putazooo!!!

—Sí, bien, bien, Carlos... Dale duro. Hacelo mierda —lo alentaba Fabio, mirando interesado y atento.

—Sí, Carlos, ahhh... te amo, soy tu hembra, preñame, haceme un hijo, reventame el orto, Carlos... ahhh...

—Mirá cómo grita y cómo goza el puto, Fabio, miralo...

—Sííííi, soy tu puta, Carlos, tu puta que te ama... él me cogió porque vos lo ordenaste porque yo te amo a vos, ahhh...

—Miralo al puto degenerado las cosas que te dice, Carlos, jajaaj...

—Le estoy sacando toda la mierda, uuuhhh... mirá cómo dilata el ano el puto... es mejor que una concha este puto Fabito... ahhh...

Cuando el torrente de guasca de Carlos explotó en su culo, mi tío Eduardo sabía que no había paso atrás.

Lo habían hecho hembra. Lo habían hecho puta.

Quiso sentirse humillado pero no pudo. Amaba a Carlos. Por fin era la puta de Carlos. Y aunque Fabio la hubiese usado y hubiese visto lo puta que se ponía con Carlos, a él eso no lo avergonzaba... al contrario... le daba orgullo mostrar lo puta que podía ser por amor a Carlos, a su macho Carlos...

Al rato nomás ya todo había pasado. Mi tío Eduardo se había como desmayado al final. Meado, escupido, con el culo casi ensangrentado y tirando borbotones de guasca por los cantos, dormía casi angelicalmente, con una hermosa sonrisa varonil entre sus labios.

Cuando por fin despertó, vio que Fabio y Carlos, los dos hermosísimamente elegantes en sus trajes de oficina, se aprestaban a irse. Habían acomodado todo. Habían dejado todos los papeles en orden, habían reconfigurado la computadora. Se estaban por ir.

El primero en hablarle fue Fabio: —Señor Eduardo, sus sueldos atrasados más los intereses correspondientes estarán acreditados mañana en su cuenta y podrá extraerlos por cajero automático o en su defecto...

—Pero...

—En cuanto a Mariano, señor Eduardo, le solicito autorización para que el muchacho me espere esta noche en una habitación que he reservado en el hotel cuya dirección aquí le adjunto...

—Pero...

—Por otra parte, solo me queda transmitirle que mi cliente lo intima a que no se comunique usted más con él salvo caso de extrema necesidad y/o urgencia que tenga que ver con su hijo...

—Pero...

—Ha sido un gusto, señor Eduardo.—y le estrechó caballerosamente la mano.

El tío Eduardo no entendía nada la actitud de Fabio. Pero tampoco le importaba mucho. Lo miraba todo el tiempo a Carlos.

Carlos estaba más hermoso que nunca ahora que por fin había satisfecho su animal, brutal deseo sexual con mi tío. El puto al que había estado preparando durante casi un mes. Carlos vestido formalmente era casi tan hermoso como cuando estaba casi desnudo, sólo con su calzoncillo. Todo el tiempo Eduardo lo perseguía con la mirada y todo el tiempo Carlos le rehuía la mirada.

El primero en retirarse fue Fabio, que solamente dijo: —Carlos, no se demore... Tengo pasajes para dentro de una hora.

Y se retiró.

Cuando Carlos se acercó a mi tío Eduardo, lo único que hizo fue arrimarse adonde yacía todavía acostado, sucio de guasca, meo y escupidas mi tío Eduardo... Sin que él se diera cuenta, durante su sueño, Carlos le había vuelto a poner el calzoncillo al tío.

Mi tío Eduardo lo miró casi llorando: —Nunca pensé, nunca siquiera soñé que había un macho como vos, Carlos... Te amo... Me hiciste tan feliz... Gracias, Carlos, te amo, te amo...

Carlos no respondía nada. Solamente le dio un hermoso, enorme, espeso, caliente, húmedo beso en la boca:

—Sos la mejor puta que tuve en la vida, Eduardo. La mejor.

Mi tío Eduardo casi lloró de la felicidad. Que Carlos le dijera que había sido una buena puta lo había bendecido de felicidad. Cuánto amaba a ese hombre.

Volvió a dormirse, sonriendo en sueños, abrazando en sueños a ese macho hermoso, Carlos, en calzoncillos, sin dejar de musitar en ningún momento:

—Te amo, Carlos, te amo...

Pero cuando despertó, ya hacía rato que Carlos se había ido. Se dio cuenta que estaba acostado, semidesnudo, con el calzoncillo de Carlos.

Marianito

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