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Un masaje en Estambul

en Orgías

Un masaje en estambul

Habíamos disfrutado del sexo anal follando a mi mujer un rato más. El hecho que estuviese atada nos volvía más lascivos y perversos. Dilatábamos nuestro final lo más posible porque la tibia sensación de entrar y salir de su ano era embriagadora. En este punto tuvimos que alternarnos en su interior varias veces, no sin bastante recelo y mezquindad, ninguno de los dos quería ceder al otro ni un instante más, y el hecho de ella fuera "mi" mujer no me daba ninguna ventaja sobre Jorge. Nuestra pequeña frustración cuando uno era sustituido por el otro se transformaba para ella en un sumo placer, disputada y follada por dos hombres que la deseaban inagotablemente. La escena nos producía una lujuria a los tres que ya se había salido de control, mientras ella inmóvil, boca abajo, gimoteando, y siempre con uno de los dos sobre sí. Patricia estaba agotada, apenas se oían sus gemidos y sus orgasmos se sucedían continuamente cada vez rápidos. Fui el primero en correrse, aunque quería reservarme para el final. Al sentir como los dedos de Jorge jugaban con el clítoris de mi esposa, una eterna eyaculación dentro de su ano hizo estremecerme fuertemente sobre ella. Tarde un buen rato en sacar mi polla de ese inundado y cálido interior. Luego, sin perder un solo instante volvió a entrar Jorge, imaginé otra inagotable escena de sexo anal, cuando lo que quería era abrazar por atrás a Patricia y dormirme apretándola contra mi vientre. Sin embrago mi propio semen acentuó la lubricación en su infatigable ano, y la polla de él se sumergió en el interior de ella con una enorme facilidad. Al sentir su polla devorada de tal manera, se oyeron sus gritos de placer que se anticiparían al chaparrón de semen, y al cabo de unos breves instantes de movimiento en ese lubricado y delicioso interior, él sacó su enorme polla para correrse por toda la espalda de mi mujer.

La bañamos entre los dos muy dulcemente, la secamos, él la cogió entre sus brazos y la llevó a la cama. Con una sonrisa me dijo: "Por cierto aquella vieja deuda de juego queda saldada..." Antes de quedarse profundamente dormida, Patricia alcanzó a decir que fue ella la que pagó mi propia deuda. Es cierto esa noche había sido follada tal vez como pocas mujeres lo hayan sido en toda la historia. Recuerdo una promesa de amor que una vez le hice, no se trataba de las típicas promesas ambiguas y seudo románticas, sino de una que sí yo podía cumplir: _"Procuraré que seas la mujer más satisfecha de la historia" _"¿Tendré más sexo que Mesalina?" _"¿Más? Lo veo difícil, follar con veinte hombres a vez solo para desafiar a una famosa prostituta lo veo excesivo, pero muy probablemente tendrás mejores placeres que ella". Y con sueños eróticos de emperatriz romana, esa noche durmió apoyando su culo sobre mi vientre. Amanecimos muy tarde al día siguiente en la casa de Jorge. Nos despertó el ruido del exprimidor de naranjas desde la cocina, y nos deleitó oler el aroma de café recién hecho. Jorge apareció con una enorme bandeja conteniendo tres desayunos, vestía un chandal. Era evidente que se había levantado temprano y ya estaba de vuelta de sus ejercicios matinales. Devoramos el desayuno, mientras comentábamos algunos pasajes más notables del maratón sexual de Patricia. "¡Necesitaré un buen masaje!", Dijo mi mujer, "pero no será posible al menos hasta que volvamos de Estambul". Jorge que parecía tener contactos en todo el mundo, era empresario y conocía mucha gente en las principales capitales, nos dijo: _"Sé a donde podéis ir a por un buen masaje para Patricia" _"¿Un masaje erótico?" Agregué yo. _"Sí ¡por qué no! un masaje erótico, no os preocupéis haré una llamada y os recibirán tal vez en el mejor centro de masajes de Estambul"

Estambul. Otra vez el maldito Estambul. Había estado en el pasado y poco me había gustado, no por los magníficos edificios y su gloriosa historia sino por el recelo que me quedó hacia sus habitantes. Me vi acosado por inescrupulosos vendedores en el Gran Bazar que me hicieron sentir como una billetera con patas. Imposible preguntar un precio y salir ileso de la aventura, siempre era con alguna cosa que ni siquiera deseaba. No sé regatear, prefiero pagar un precio establecido, pero no había precios, solo un turco con una calculadora y un bigote. No era posible preguntar en la calle cómo llegar a ningún sitio, sin que el camino hacia donde quisieras ir pasara por alguna tienda de alfombras que pertenecía al primo del tipo que casualmente le habías preguntado ¡Cuando lo único que querías era ir a la mezquita de Zuleimán! De vuelta en el aeropuerto de Valencia, _"¿Algo que declarar?" _"¡Sí, nunca vayas a Estambul!" ¡Y ahora volvíamos! Mi esposa quería ver la magnífica Santa Sofía, la mezquita Azul, escuchar el llamado a la oración, ir a Gran Bazar, y como si no le alcanzase ir a una sauna turística a recibir un típico masaje turco y un baño con vapor, también le había gustado la idea de un masaje erótico. Claro que en este caso, yo era el culpable por habérselo sugerido al degenerado de Jorge. Así fue como en el hotel mientras le hacía caricias en la redondez de su culo y mi lengua jugaba con sus pezones, le pregunté si quería un poco de "turismo aventura". Patricia estaba aún excitada por la manera en que los hombres del bazar la miraban dándose vuelta a su paso, por la menera en que eran capaces de señalar con el dedo con gran descaro su culito que se movía delicioso bajo su pequeña falda, y por la forma en que le comían las tetas con las miradas fijas en su escote cuando la veían de frente. A mi pregunta respondió sin que mediara palabra alguna. Desabotonó mi bragueta, y sacó mi polla que con la idea de sexo exótico en Estambul estaba perfectamente erecta. Empezó la lamerla sugerentemente, como pidiéndome que, sí la llevara al sitio indicado por Jorge. Me hice rogar un buen rato, mientras veía como ella se la introducía cada vez más profundo en su boca. Y por si quedaba alguna duda, al oírme decir que me estaba corriendo, se la metió aún más dentro succionándola con fuerza como si realmente quisiera dejarme completamente desarmado. No pude correrme fuera, ella se empeñó en que todo mi semen estuviera en su boca, y no era poco, que terminó por tragarlo todo. ¡Cómo iba yo no iba a complacerla con el "turismo aventura" que ella estaba reclamando!

Jorge nos había dejado precisas instrucciones: llegar a "La casa de los placeres de Azim" a las 21 30, no antes, y que decir solamente nuestros nombres. El taxi se había dirigido desde donde estaba nuestro hotel en dirección Taxim. Siguió adelante, y terminamos fuera de toda área turística. Llegamos a una calle oscura, y un poco iluminado local que ostentaba un cartel con ese sugerente nombre. El taxista al apercibirse de a donde nos dirigíamos no dejó de mirar lascivamente a mi mujer cuando descendió del taxi, y no lo culpo, ella llevaba una falda muy corta y un escote vertiginoso, que el mismo ya venía observando con algo de disimulo a través del espejo retrovisor. Entramos en un recibidor y nos tranquilizamos que el sitio fuera realmente de lujo. Había una lista de precios de diferentes tipos de masajes, y mi sorpresa fue atroz al darme cuenta que los astronómicos precios serían imposibles de ser pagados en metálico, contando con el dinero que disponía ese momento. ¡Y por su puesto, el más caro de todos era el masaje erótico! Contaba con que Jorge ya lo tuviera todo dispuesto. Estabamos sentados en uno de los sillones del recibidor, cuando vimos que el personal empezaba a salir. Un momento después se nos acercó uno de los masajistas, una persona de un metro noventa, recio, bigote abundante, de unos 40 años a preguntarnos si éramos Daniel y Patricia, y que nos estaba esperando. Al menos eso creímos entender en el mal inglés que el masajista manejaba. Dijimos que nos enviaba Jorge, a lo que añadió que estaba todo a punto. En ese momento comenzaron a bajar las persianas metálicas del local, con lo que quedábamos encerrados dentro. Una sensación de incertidumbre, temor y ansiedad nos invadió en ese momento. Nos sentíamos a merced de los poderosos y recios turcos que estuvieran dentro. El inmenso hombretón vestido con pantalones y camisa blanca le pidió a mi esposa que la siguiera, y que yo esperase en el recibidor. Mi mujer la acompañó, seguramente a una de las saunas antes de tomar el cada vez más inquietante masaje erótico. Esperé sin saber que hacer al principio, sin embargo confiaba en el criterio de mi amigo Jorge.

Habían pasado algunos minutos cuando el último empleado abandonaba el recinto. Era una masajista morena increíblemente atractiva, que cuando pasó junto a mí me dedicó una sonrisa, y me indicó que encendiese el televisor mientras esperaba. Mi sorpresa fue enorme al ver las primeras imágenes en la televisión. Se trataba de una joven rubia desnuda encadenada a dos columnas. La indefensa chica rubia que por su aspecto me recordó de inmediato a Fay Wray en la versión de King Kong de 1933, también estaba entregada a un sacrificio, pero en este caso a dos hombres negros enormes mucho más probables que cualquier gorila gigante. También había una escena así en el Padrino II dentro de un antro cubano, pero pensar en cine no me servía de nada, no podía evitar imaginar en lo que le estaría sucediendo a Patricia en esos instantes. Los enormes negros de la televisión se acercaban inexorablemente a dar cuenta de la chica encadenada. El dramatismo de la escena era trepidante, la rubia gritaba mientras los dioses africanos esgrimiendo dos alucinantes erecciones la abordaban por delante y por detrás. El ritmo de los tambores había llegado a su climax, cuando los dos verdugos lograron penetrarla doblemente, desoyendo las fingidas súplicas de la excitada rubia. No pude seguir mirando, había dejado que Patricia se fuera alegremente con ese inmenso turco vaya a saber donde y ¡para hacerle vaya a saberse qué! La inquietud se apoderó de mí de inmediato. ¡Las cortinas del local ya estaban cerradas, y nosotros dentro! Mi imaginación me jugó una mala pasada, ante las imágenes de lo que podría estar sucediéndole a mi esposa, me lancé por la misma puerta a una desesperada búsqueda. La música que ambientaba el local de masajes contribuía al mismo tiempo en incrementar aún más mi ansiedad, se oía una percusión como en la película que recién me había turbado.

El turco me encontró primero, cuando infructuosamente yo deambulaba por los laberínticos pasillos que conectaban innumerables salas. Solo había pasado diez minutos, que me supieron a eternidad, cuando Azim, así fue como se presentó, me detuvo tratando de pronunciar en español: _"Tranquilo señor, la señora en la sauna aún". Respiré. El aspecto recio del turco, que con esa su altura y si solo hubiera tenido un ojo en el centro de su cara sería una versión más del cíclope Polifemo, contrastaba con su sincera amabilidad. Me dijo que Jorge le había dado instrucciones para que se cobrase sus servicios con Patricia. La frase mal articulada fue terriblemente directa sin eufemismos, no había otra mejor manera de explicarse teniendo en cuenta la distancia idiomática que nos separaba. No pude más que asentir mientras tragaba saliva ante la visión de Polifemo poseyendo a la hermosa Galatea. Decidí que sería mejor que no continuara con la alegoría al recordar la suerte que corrió Acis, frustrado amante de Galatea en manos del recio Polifemo... Patricia minutos más tarde envuelta en una enorme toalla entró en el cuarto de masajes donde Azim y yo la esperábamos. Ella se acostó boca abajo en la camilla, sus manos debajo de su mentón, y aunque la toalla cubría su culo, igual podía apreciarse la esfericidad deliciosa de sus nalgas. Estaba preparada para el masaje, cuando un ayudante de Azim, otro gigante ciclópeo más fuerte que el primero con aspecto aún más fiero, entró en la sala. Azim realizó el primer movimiento, cogió sus pies, al tiempo que ella no pudo evitar una exclamación de sorpresa. Obligó a que flexionara sus rodillas de manera que las plantas de sus pies quedaron hacia arriba. Primero uno y después el otro fue masajeado con sus enormes dedos con gran delicadeza sin llegar a las cosquillas, pero sobrepasando el límite del placer contenido según se delataba en la expresión de la cara de ella.

El ayudante se ocupada del cuello, en primer lugar con movimientos circulares de sus dedos, para pasar luego a acariciar los lóbulos de sus orejas. Patricia suspiraba, los pies, su cuello, sus lóbulos, dos gigantes estaban activando todo su cuerpo que ya se había convertido por completo en zona erógena, con precisión y delicadeza no propias de la que se espera de esas salvajes y enormes manos. Donde antes acariciaban ahora besaban, sus prominentes bigotes producían un ligero cosquilleo sobre la piel, y los besos poco a poco se transformaban en húmedas lenguas recorriendo las zonas que estaban encendidas de deseo. Azim lamía sus pies, mordisqueaba sus pequeños dedos, el otro lamía sus orejas y su cuello, era embriagante sentir como mi deliciosa mujer apenas podía contener sus gemidos que se oían cada vez más ansiosos ¡Y aún casi no la habían tocado! No soporté más, y le quité la toalla que cubría las hermosas curvas de su culo para que llegaran allí raudos y no siguieran prolongando más la agonía sexual de mi pequeña Patricia. Instintivamente cuando sintió que su culo estaba completamente a merced de esas salvajes manos lo levantó lo más que pudo a modo de invitación. No tenían prisa. Los torturadores sexuales disfrutaban con el cada vez más insoportable deseo de ella. Azim subió despacio con sus manos por los tobillos, pasando por sus pantorrillas. Continuó con un trabajo ascendente hasta casi rozar los labios externos de su vagina y descendente por la cara interna de sus muslos repetidas veces, mientras el indispensable ayudante su ocupada de la espalda acercándose cada vez mas al ansioso culo. Finalmente, cuatro manos saciaron la necesidad de caricias de esas perfectas nalgas que desaparecían debajo su incesante movimiento, al ritmo de la percusión de los tambores cada vez más sonoros.

La giraron boca arriba. Para la mayoría de las mujeres, la boca es una de sus zonas más erógenas que puede ser estimulada con rapidez con las yemas de los dedos y besos. La estimulación de la boca de una mujer puede encender todo su cuerpo. De sus labios me ocupé yo. Mis dedos se alternaban con mis labios y mi lengua, haciendo que sus gemidos se oyeran entrecortados. En esa situación le pedí que me describiera lo que le estaba pasando en el resto de su pequeño cuerpo. Con un relato interrumpido por sus jadeos, por mis besos o por mis dedos que ella chupaba de tanto en tanto, me decía como la lengua del ayudante giraba alrededor de sus pezones, como después de eso sentía que eran mordisqueados, mientras el prominente bigote le acentuaba el placer con inagotables cosquillas. Intentaba también contarme lo que sucedía aún más abajo en los territorios dominados por Azim. Estaba masajeando con energía el área del perineo primero con su mano, después con su lengua, mientras su otra mano acariciaban el ombligo. Cuando la lengua pasó al clítoris, Patricia casi no pudo explicarme nada más, estaba ahogada en sus propios orgasmos. No dejaba de basarla, me excitaba mucho escuchar sus gritos tan cerca, más cuando Azim empezó a estimular la entrada de su vagina, mientras que los dedos del ayudante con movimientos circulares daban vuelta alrededor del pequeño y apretado ano. El ritmo de la música ahora trepidante auguraba que el desenlace y la ejecución sexual de mi niña estaban muy próximos. Echaban aceite, y esos enormes dedos comenzaron a abrirse camino inexorablemente hacia su interior. Solo pudo decir con gran esfuerzo: "¡Me... me... están penetrando!" Azim ya tenía tres dedos dentro de su vagina (más o menos sumaban el grosor de una enorme polla) y el otro dos en su ano, a veces entraban y salían, otras vibraban enérgicamente, mientras mi esposa se deshacía de placer.

Patricia me rodeó con sus brazos, su cuerpo se arqueaba hacia arriba, no podía ni imaginar lo que debía estar sintiendo con esa enérgica estimulación. Tarde o temprano serían los dos turcos que reclamarían placer para sí, y mi esposa estaba preparada para satisfacerles hacía ya tiempo. Por debajo de sus pantalones blancos era notaria la erección que tenía Azim. Sus ojos se encontraron con los míos, una mirada seria, implacable, acentuada por ese fiero rostro indicaba que, Constantinopla sería sometida de un momento a otro sin oponer resistencia alguna a la supremacía turca. Había llegado la hora en que poseería a Patricia. En un instante estaba completamente desnudo, y formando un ángulo de noventa grados respecto a su cuerpo, una notoria y gran erección dejó sin aliento a mi pequeña mujer. No logré precisar cuanto medía su miembro, no era poco, ¡pero sí supe que el miembro de su ayudante era aún mayor! La iban a follar, mi esposa lo deseaba, yo también... Sin más dilaciones el ayudante cediendo el primer lugar a Azim (era el jefe) levantó las piernas de mi mujer haciendo que sus rodillas casi toquen su estómago. Su sexo completamente a merced del enorme turco no tardó en sentir la presión su enorme miembro. La penetración fue profundísima, en esa postura y sujeta como estaba, la polla de Azim dispuso de la apretada vagina de mi mujer a su antojo. Ella apoyó sus pies sobre los hombros de Azim mientras él incansablemente entraba y salía cada vez más enérgicamente respondiendo a los cada vez más fuertes gritos de Patricia, que ya se elevaban por encima de la percursión. El ayudante no perdía el tiempo, la penetraba con sus dedos por el ano.

Los gritos de Azim, que me recordaron a los de un oso, anticipaban su final. Salió rápidamente de ese cálido y húmedo refugio para instalarse delante de ella. Hizo que la cabeza de mi esposa cayera un poco hacia atrás del borde de la camilla, para introducir dentro de su pequeña boca lo que pudiera entrar de su polla. En ese momento el ayudante lo reemplazaba. Con sus manazas cogía los pies de ella y separaba las piernas en una enorme V. Los gritos de Patricia sonaban ahogados por el miembro de Azim en su boca cuando empezó a ser penetrada por el descomunal miembro del ayudante. La visión era todo lo que podía desear en cuanto a erotismo, una mujer deliciosamente bella, indefensamente pequeña, con sus grandes tetas moviéndose al vaivén de las enérgicas sacudidas de su verdugo, era avasallada por dos enormes hombres, que hacían de ella el objeto de sus más lascivos deseos. Su pequeñez y el blanco color de su piel contrastaban de manera deliciosa con aquellos enormes y oscuros turcos. Lamentablemente, la escena no demoró en llegar a su final, Azim se corrió en toda la boca de mi esposa. Al tiempo que el ansioso ayudante, supongo que sorprendido por la fuerza con que la vagina asía su miembro, se corrió gritando como un poseso echando grandes volúmenes de su blanca esencia encima del torso de mi extasiada mujer, mientras que completando la dantesca escena, Azim seguía ofreciéndole su blanca miel dentro de su pequeña boca, que ella dejaba derramar por toda su cara.

Los gigantes que habían disfrutado con enérgica lascivia de mi esposa ahora se mostraban agradecidos, gentiles, y hasta creo que pudorosos frente a lo que le habían hecho. Le entregaron unas toallas, y la condujeron hasta las duchas, sin atreverse a mirarla a los ojos. Yo también fui. Estaba ansioso por tenerla para mi solo, ya no quería verla con nadie más, y no estaba dispuesto a que volvieran a la carga mientras ella estuviera en las duchas. Se vistió lo más rápidamente posible, y saludamos cordialmente a los masajistas, que habían mostrado una gran pericia en masajes eróticos. En el taxi ella se derrumbó sobre mí, su cabeza estaba apoyada sobre mi regazo, con su mano acariciaba mi miembro, que no había perdido su erección desde que aquella Fay Wray había sido poseída sin compasión por dos enormes negros. No tardó en mordisquearlo con ganas por debajo del pantalón, sin que le importara que mientras tanto el taxista no podía evitar espiarnos por el espejo. Yo sonreía, esta belleza ahora iba a ser mía, ya estaba lamiendo mi pene cuando por desgracia para el taxista mirón habíamos arribado a nuestro hotel. Esta belleza sí era ahora mía, como lo había sido siempre aún cuando jugáramos con personajes extra. Esa noche era mía y disfrutaría todo lo que quisiera de su intacto culito...

Agradecería vuestros gentiles comentarios a daniel149941@yahoo.es