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La puerta de sus fantasías

en Fantasías Eróticas

La puerta de sus fantasías

Era una tarde de verano, no demasiado calurosa, pero lo suficientemente sensual como para encontrar a Patricia con su pequeña falda multicolor mirando la televisión boca abajo en la cama, y desearla de inmediato. Haciendo como si no se apercibiera de mí, no dijo nada mientras comencé a acariciar esas preciosas piernas, tampoco emitió siquiera un sonido, cuando lamí sus pequeños pies que se cruzaban en el aire, mientras subían y bajaban como si de una inocente niña inquieta se tratase. No pudo disimular sin embrago cuando levante su falda y mi lengua comenzó recorrer la redondez de sus nalgas, su respiración ya era agitada. Tampoco pude yo permanecer indiferente al descubrir que no llevaba bragas, hecho que celebré con un suspiro de satisfacción. Cogí el mando y apagué los insufribles ruidos de un partido de fútbol que salía del televisor, el sonido que llenaba la habitación era ahora el de su respiración musical, aunque cada vez más agitada. Se sabía la coreografía sexual casi de memoria pero ella no podía dejar nunca de sorprenderse de las sensaciones de mis movimientos. Pasé mis manos por debajo de estómago y la coloqué a cuatro patas, su cuerpo ya estaba en la posición adecuada para que mi lengua comenzara la profunda búsqueda del circulo perfecto de su ano. Levantó el culo todo lo posible, y la respiración se transformó en gemidos ansiosos cuando la punta de mi lengua tomó contacto con el apretado agujerito. Durante buen rato la torturé de esa manera, hasta que una sensación de piedad extrema se apoderó de mí, decidí acostarme boca arriba de manera que nuestros cuerpos dibujaran la muy conocida y satisfactoria postura del sesenta y nueve, y sin ningún preámbulo erótico le comí el coño de una vez. Sus gemidos se interrumpieron y dieron paso a un largo grito de placer y sorpresa. Apenas repuesta de esa embriagadora primera sensación, abrió su boca para meterse mi miembro hasta el fondo. La humedad y la tibieza de su boca se sumaron de inmediato al estimulo de sentir como mi polla dura entraba y salía recibiendo cada vez la caricia de sus hermosos dientes. Solo se detuvo para poder correrse a gusto con mi boca, eso evitó justo a tiempo de que le llenase la suya de semen, dilatando de esta manera más tiempo mi orgasmo para poder seguir jugando con mi preciosa mujer un rato más.

Hice que girara sobre sí misma, para poder colocar mi impaciente miembro en la entrada de su vagina. Estaba sumamente mojada, tanto como para penetrara sin compasión, sin pausa, hasta el fondo. Al sentir como era invadida en su más cálido interior, soltó un grito que se hubiera podido escuchar hasta el edificio de enfrente. Recién ahí me di cuenta que habíamos dejado la ventana abierta. No me importó, más bien me excitó aún más, "que me envidien los vecinos", pensé. Mi miembro comenzó a taladrarla con la energía de un martillo neumático, entrando y saliendo todo a gran velocidad. La visión de sus hermosas tetas que se sacudían al frenético ritmo que le imponía desde abajo, sus gritos desesperados, y la suavidad de sus nalgas me obligaban a follarla cada vez con más fuerzas. "¡No me sueltes!" "¡Más fuerte!" Esas fueron las últimas palabras que pude entender de Patricia. Cuando alcancé con uno de mis dedos su ano para introducirlo sus palabras desvirtuaron en sonidos bellísimos, rítmicos pero ininteligibles. Levantaba su hermoso culo para disfrutar de aquella doble penetración al máximo, y eso yo lo sabía muy bien, aquella es una de sus mayores satisfacciones sexuales: que dos hombres aprovechando la pequeñez de su cuerpo la sujetasen con fuerza y que la penetraran inexorablemente por los dos sitios con energía. Mientras sentía como mi orgasmo se aproximaba vertiginosamente alcancé a preguntarle entre mis propios gritos de placer: "¿Qué es lo que necesitas ahora?" "¡Necesito que alguien más me penetre por el culo!" Me respondió gritando con un gran esfuerzo. La fugaz imagen de ver a Patricia presa de dos hombres desencadenó en mí una furiosa eyaculación dentro de su vagina, sentía como si toda mi alma se escurriera fuera de mi cuerpo para ser absorbida por la preciosa figura que tenía encima. Cada vez que ella sentía mi blanco torrente llenando su cuerpo, se aferraba a mí fuertemente, a veces me rasguñaba involuntariamente, pero siempre gritaba más fuerte aún para derrumbarse luego sobre mi cuerpo, y quedarse acurrucada durante su petite mort. Sin embargo aquella vez, cuando volví a abrir mis ojos pude verla en una actitud de incertidumbre, sentada encima, con mi miembro aún erecto dentro de su vagina, miraba fijamente hacia la gran ventana del balcón de nuestra habitación, mientras se mordía la uña del dedo índice. Solo pude ver como la brisa llenaba las suaves cortinas blancas transformándolas en suaves formas fantasmales que acariciaban el aire. Pero era evidente que ella creía haber visto algo más: "Me pareció ver la silueta de un hombre en el balcón hace un momento..."

El allanamiento de morada es un delito que comete quien se introduce o permanece en morada ajena contra la voluntad expresa o tácita del morador. La conducta delictiva abarca no sólo la entrada, sino también los casos en que habiendo entrado en la morada con la aceptación del morador, alguien se niega a abandonarla ante el mandato inequívoco de hacerlo. Este delito se fundamenta en la protección que merece la intimidad personal del morador y la inviolabilidad del domicilio. Eso era exactamente lo que nos había pasado, nuestra intimidad había quedado expuesta a los ojos de un extraño. Tan solo con los pantalones puestos salí al balcón, ¿qué remedio tenía? Patricia insistía en que un hombre había estado allí. Comprobé esa visión casi de inmediato, no solo un sujeto nos había mirado mientras hacíamos el amor, sino también hasta se había masturbado, un volumen de semen bastante apreciable salpicaba las baldosas negras. Al contrario de lo que hubiera esperado de mi esposa, no se inquietó por el suceso, ni siquiera se enfadó de que un extraño la estuviera observando mientras se entregaba al más salvaje deseo sexual, más bien lo contrario. Al mostrarle las manchas de deseo que éste había dejado en nuestro piso una enorme curiosidad la invadió, quería saber quien era el osado público de su lujuria. Tal como lo pudo describir mediante aquella fugaz visión, se trataba de un hombre alto, fuerte, y físicamente atractivo. "Físicamente atractivo", consideré que ese último detalle iba más allá de una descripción, había algo de deseo e inquietud sexual en esas palabras. Al acabar esa somera descripción, Patricia se llevaba una vez más el dedo índice a sus labios... Solo había una posibilidad, el balcón del piso de al lado estaba muy separado como para que nadie se atreviese a saltar sin correr un enorme riesgo, aunque solo se tratara de un segundo piso, sin embargo el balcón del segundo piso del edificio contiguo presentaba unas condiciones óptimas para esa osada hazaña. La planta del piso estaba unos cuarenta centímetros por encima de la nuestra, y muy próxima a nuestro balcón, de manera tal que el presunto delincuente solo tendría que bajar sin correr casi ningún riesgo hasta nuestro piso apoyando unos de sus pies sobre nuestra barandilla. Sabíamos quién era. El mismo cincuentón atractivo, atlético, bronceado, y canoso que más de una vez Patricia había pillado mientras él la miraba tomar el sol en topless.

Al día siguiente Patricia, encontró al voyeur en la barra del bar donde ella solía desayunar, y con un gran esfuerzo de su parte evitó encontrarse con la mirada del cincuentón. Más tarde chocó con él mientras giraba con el carro de compras alrededor de la sección de vinos en el supermercado. Le pidió disculpas, que ella las aceptó con una sonrisa mientras le dirigía una mirada fugaz. Dos casualidades se convertirían en un complot más tarde, cuando en playa se despertó mientras tomaba el sol junto al canoso atlético vecino. Él con una sonrisa le dijo que el mundo era un pañuelo, en ese punto el asombro de ella fue enorme y solo pudo sonreírle tímidamente mientras se cubría las tetas con pudor. Con una excusa cordial se levantó y abandonó la playa aún cuando el sol prometía bastante de sí para lo que quedaba de esa jornada. Mi esposa me contaba esas supuestas coincidencias mientras como muchas tardes los dos buscábamos en la red algún contacto nuevo que nos pudiera proporcionar alguna aventura sexual diferente. Desde hacía algún tiempo me había dedicado a escribir como relatos algunas de aquellas aventuras y publicados en una página especializada en relatos eróticos. No nos demoramos en añadir situaciones sexuales y elementos literarios con el objeto era recrear situaciones ficticias de elevado tono lascivo, que nos excitaran tanto a mi esposa como a mí y compartirlos con los lectores afines. De nosotros habían nacido dos personajes que vivían aventuras lujuriosas más perfectas que las que realmente hubiéramos experimentado como personas reales. Al final de cada relato siempre incluía mi correo electrónico para escuchar sugerencias y correcciones que me permitan escribir mejor. Fue así como esa tarde encontramos nuestro contacto en la red. Un breve mensaje al correo decía. "Es un placer escribirte Pijus Maximus. Siempre quise conocer un matrimonio liberal, abierto a grandes experiencias al límite. Por lo que leo, ella hace de todo! Me daría muchísimo morbo hacerle a tu chica delante de ti lo que describes en los relatos!" Me reí, "¿morbo?, éste querrá decir lujuria, ¡todos los españoles usan mal ese término!" Morbo es el gusto y la atracción por lo desagradable, alguien con morbo podría verse atraído por la visión de las víctimas de un accidente. Muy posiblemente el mal uso de esta palabra no era más que una consecuencia de la herencia represora de Franco, en una época en la que el sexo se asociaba con algo prohibido, pecaminoso, y desagradable. Decidí contestarle en primer lugar para al menos corregirle en el mal uso del término, y en segundo para aclararle que un relato siempre es ficción.

Takako Konishi era una joven japonesa de veintiocho años cuya la imposibilidad de distinguir entre ficción y realidad la llevó a la muerte. En 1996 los Coen decidieron poner al principio del filme Fargo la frase: "This is a true story. The events depicted in this film took place in Minnesota in 1987." Aquella joven japonesa quedó embrujada por dos cosas, la primera fue la escena en la que el personaje protagonizado por Steve Buscemi entierra un maletín conteniendo un millón de dólares en medio de un páramo helado, y la segunda la frase en la que los hermanos aseguraban que se trataba de una historia verídica. Ni cuando decidió trazar un mapa localizando el lugar que ella consideraba preciso con los datos que pudo entrever de la película, ni cuando decidió tomar un vuelo desde Tokio hasta los helados parajes de Minessota, a aquella ingenua muchacha se le cruzó por la mente que esa frase hubiera podido ser sólo una coña. Su inquebrantable fe en lo ficticio la llevó hasta su destino para acabar su vida en medió de la implacable nieve real. No muy lejos del verdadero pueblo de Fargo, acabarían encontrando su cadáver completamente congelado una semana después. Takako se había convertido en víctima de su propia imaginación, persiguiendo los molinos de viento que los astutos Directores habían colocado en el horizonte de su estupidez. Aquella pequeña e inocente frase al comienzo de una bellísima película nos había regalado con una gozosa historia real. Y ahora me encontraba con el dilema de aclararle a mi entusiasta y crédulo lector el significado de lo ficticio. Antes de poder escribirle nada, me envió un segundo correo: "... Os conozco de veras, y sé lo que le gusta a tu mujer". Este mensaje realmente llegó a turbarme, pero Patricia que parecía incluso animada por las frecuentes apariciones del canoso vecino cincuentón a lo largo del día, me propuso algo increíble: "¿Me gustaría que me folles en el balcón esta noche..."

Era de noche, muy tarde, la suave brisa de la noche nos alentaba a salir fuera cuando muy escasas luces aún permanecían encendidas en las ventanas de los edificios cercanos. Nos sentíamos solos, la noche era nuestra, y deseábamos follar al amparo de su fresca sábana negra. Sin embrago, me inquietaba la posible aparición del enigmático vecino en lo mejor de nuestra lujuria, aunque en lo más profundo de mi conciencia deseaba no solo que nos observara sino también que tocase a mi esposa. Patricia levantó sus brazos para asirse con fuerza a la barra del toldo que cubría nuestro balcón, curvando bellísimamente su espalda como para que su culo quedara lo más arriba posible. Su postura fue una provocativa invitación para que la cogiera por detrás, levantara su falda, y haciendo a un lado sus braguitas llegara con mi miembro erecto hasta la entrada de su vagina. Mis brazos la rodeaban por la cintura, mientras mi pene erecto encontraba lentamente el camino hacia su interior. Mis movimientos cada vez más enérgicos la llevaron hasta su primer orgasmo muy rápidamente, y como ella no podía gritar todo lo que hubiera deseado, para no despertar al vecindario, se limitó a jadear intensamente. La situación de hacerlo al alcance de cualquier mirada me excitaba tanto que no le di respiro y mis movimientos aún más salvajes la conducían hacia su segunda corrida. Tal vez los gemidos de Patricia o alguna sacudida del toldo atrajeron finalmente la atención nuestro vecino. Ella no podía verle, sus ojos siempre permanecían cerrados mientras estaba en éxtasis, y yo no me atreví a mirarle, no quería que mi mirada fuese interpretada como una invitación. Al principio solo se había limitado a contemplar la escena con suma atención, pero más tarde había sacado su miembro para masturbarse delante de nosotros. Cuando se apercibió del siguiente orgasmo de Patricia, se puso de rodillas para poder alcanzar así con su mano izquierda las tetas que se movían rítmicamente debajo de su apretada camiseta, debido a la diferencia de altura de las dos plantas. La sorpresa de esa mano no resultó en un rechazo debido a la enorme excitación del momento, a lo que el extraño aprovecho para deslizar su mano derecha por su mejilla hasta alcanzar sus labios con el dedo pulgar, que Patricia no demoró en introducir dentro de su boca. Estaba completamente fuera de sí, mientras el osado vecino jugueteaba con sus duros pezones, ella chupaba con fuerza su dedo y habiendo soltado la mano derecha de la barra lo masturbó enérgicamente. Mientras escuchaba los ahogados gritos de placer de mi esposa me corrí lanzando grandes e intermitentes volúmenes de semen sobre sus preciosas nalgas. Esa noche admiré la compostura de Patricia, cuando hubo recuperado su aliento, con gracia y una sonrisa se dirigió al insólito vecino para decirle: "Buenas noches..."

La mañana siguiente me encontré con una inquietante nota sobre la mesita del balcón. "Hola P.M., fue una experiencia bonita la de anoche, tu mujer me encanta. Si deseáis vivir esta noche más morbo del que hayáis disfrutado en vuestra vida podéis invitarme con solo dejar la ventana abierta. Un saludo, y un beso muy especial a Patricia. Víctor". Mi primera reacción fue la de reírme, "¡Joder, otro español que no sabe usar el término morbo!" Cuando le leí la nota a mi esposa caí en la cuenta de que nos llamaba por nuestros nombres. ¡Cuánto hacía que nos observaba ese sujeto! Y ¡Cómo podía saber hasta que punto habíamos vivido situaciones más o menos eróticas! Y lo que me resultó aún más alarmante, me había llamado P.M., esas eran las iniciales de Pijus Maximus, el nombre que yo uso para firmar mis relatos ocultándome bajo un seudónimo. La ansiedad que sentí se contrastaba con el entusiasmo de Patricia a quien nada de todo esto parecía inquietarle. Abrí mi cuenta de correo a toda velocidad, y mis sospechas se veían confirmadas, un tercer mensaje. "Hola Pijus, esta noche le daré más placer a tu esposa que lo que describes en tus relatos...." ¡Era de locos, si bien yo era capaz de convertir nuestros deseos y alguna que otra vivencia en ficción, éste sujeto se había empeñado en convertir mis ficciones en realidad! Me volvió la imagen de la joven japonesa vestida con una falda negra, los calcetines hasta las rodillas y un insuficiente abrigo negro en medio de la blanca inmensidad de Minnesota, tal vez preguntándose dónde empezar a cavar, horas antes de ceder su último aliento al implacable frío. Nunca debí subestimar lo predecible que es la estupidez, tarde o temprano aparcería algún individuo dispuesto a atravesar la delicada línea que separa lo verdadero y lo ficticio, dispuesto en aquel intento a abandonar la cordura cruzando la irreversible línea que la separa de la locura, y así reunirse con los personajes que habitan en su confuso cerebro.

Eran más de las doce y media de la noche cuando Patricia salió del cuarto de baño descalza llevando un vestido cortísimo y sin ropa interior. Yo la esperaba en la cama mientras mis ideas no terminaban de aclararse: ¿Debía aceptar o no la propuesta de ese atrevido vecino? Me sentía inquieto, incluso paranoico. ¡Vaya a saberse desde cuando este señor estaba persiguiendo a mi esposa! Además, para empeorar aún más las cosas seguramente mis relatos lo habrían puesto sumamente excitado y ansioso. La decisión la tomó mi mujer. Moviendo exquisitamente sus nalgas a cada paso, se dirigió hacia el balcón para abrir del todo la puerta corrediza de la ventana, al tiempo que con una incontenible sonrisa me dejo: "Esta noche hace calor...". Mi lujuriosa princesa yacía en la cama en mi posición favorita, boca abajo sus pies en alto, sus brazos extendidos hacia delante, y su cabeza de lado, esperando dispuesta recibir todo lo que "quisieran" darle. Me senté encima de sus piernas de manera que mi culo se apoyaba sobre sus pantorrillas, y comencé con un masaje en su cuello. Mis manos no tardaron en pasar fuertes hasta su cintura para continuar su camino hasta sus nalgas, que se dibujaban perfectas y redondas bajo la sutil tela de su vestido. No me cansaría nunca en recorrer la superficie de su culo, la fascinación al sentir el tacto de esa perfecta geometría solo podría compararla con la de un ciego que, recorriendo por primera vez la suave superficie del mármol descubriese así la belleza de El David de Miguel Ángel. Sin embargo ese deseable tacto no hacía más que aumentar mi necesidad de seguir con la exploración de su cuerpo. Mis manos comenzaron a hundirse y emerger alternadamente en la orográfica falla profunda que separaba esos dos esféricos continentes, llegando con las yemas de mis dedos hasta el apretado circulito de su ano. Ella separó las piernas, y de inmediato alcancé su mojado sexo cuya humedad me invitó a alcanzar el interior de su vagina de inmediato. Su placer aumentaba vertiginosamente hasta que me pidió que le metiese el miembro erecto dentro de su boca. Me acosté en la cama boca arriba y ella arrodillada con sus piernas separadas a cada lado de mis muslos, bajó su cabeza para comerme todo mi miembro de un solo bocado. La brisa movía las livianas cortinas que acariciaban el espacio de nuestra habitación, como si quisiera sumarse a las sensaciones de ese momento. En medio de aquel majestuoso movimiento se dibujó la figura del vecino.

Venía para poseer a Patricia, para vivir la ficción que él había leído como si de una indiscutible "true story" se tratase, no se había contentado con leer un relato excitante. ¡También quería follar a su protagonista! Mi esposa estaba con el culo alzado mientras me practicaba aquella húmeda y cálida felación, en esa postura ya nadie podría entender la diferencia entre realidad y cuento. La sacó de su boca solo un momento para soltar un grito de sorpresa y excitación al sentir como dos manos extrañas ascendían por la cara interna de sus muslos. Ahora el culo de la protagonista que tantas veces lo había llevado a la masturbación, se materializaba en el de la verdadera Patricia, que iba tomado forma mientras sus manos lo dibujaban por debajo de su falda. Toda la lujuria del lector se concentraba en el pequeño y apretado agujerito que empezaba a acariciar. Mi esposa levantó todo lo que pudo su culo para entregarlo a los deseos infrenables del eminente verdugo, mientras gozaba con un suave ronroneo que trasmitía como pequeñas vibraciones desde su boca hasta mi durísimo pene. Él introducía sus dedos en su ano, mientras yo hacía lo mismo en su vagina para aumentar al máximo su excitación y hacerle más soportable y hasta gozosa la penetración anal que se le venía encima. Ella gemía cada vez más fuerte, su sexo estaba absolutamente mojado, sus pezones erectos, y su pulso se había disparado. Cada vez interrumpía con mayor frecuencia la felación que me practicaba, para levantar la cabeza y lanzar un grito desesperado. Hasta que cuando finalmente sintió la húmeda lengua del canoso acariciar el ansioso circulito no pudo más, alzando la cabeza gritó: "¡Fóllame de una vez!". Víctor trataba con todo su empeño de activar el instrumento que Patricia reclamaba en su interior, agitándolo enérgicamente con su mano derecha. La impaciencia de mi mujer no hacía más que hundir al vecino en su propia cruel realidad. "Lo siento es la primera vez que me pasa...". Ayudamos al derrotado cincuentón a recoger sus ropas comportándonos casi con compasión y reprimiendo por completo nuestras risas. Con gran amabilidad, le dije: "Tranquilo, no es nada, es muy difícil para un hombre hacer su primer trío...", y con una sonrisa lo conduje hasta la puerta del apartamento, para que baje por las escaleras, para que salga a la calle, y para que se olvide de una vez y para siempre de que la puerta de sus sueños se encontraba en nuestro balcón.

Patricia insatisfecha podía convertirse en una autentica pantera. Me esperaba desnuda por completo en el balcón, sus rodillas estaban subidas al sillón de mimbre, su culo era una imperiosa necesidad de ser penetrado elevándose hacia arriba, su cabeza estaba girada para verme aparecer por detrás, su mano izquierda extendida estaba apoyada en la mesa, mientras que con la derecha se acariciaba el clítoris y los labios vaginales. ¡Pobrecita, no podía dejarla así de desamparada! Mi glande tomó contacto con el apretado esfínter, mientras ella extendiendo todo lo posible su mano derecha entre sus piernas y hacia atrás comenzó a acariciarme los testículos. No estaba dispuesta a perder una noche de placer solo porque un inexperto viejo impotente no funcionase. Cuando las yemas de sus dedos me transmitieron eléctricas cosquillas, decidí que ya no demoraría más su ejecución. Moje mi miembro con saliva, y comencé la espeleóloga búsqueda del placer interior. Unos pocos centímetros dentro de ella fueron suficientes como para no pudiera reprimir sus deliciosos grititos. En ese momento continué como a ella más le gustaba, moviéndome en el mismo sitio sin avanzar más adentro con pequeñas y rápidas vibraciones. Aunque no podía separar mis ojos de la hermosa visión de su culo penetrado por mi polla, pude darme cuenta que cuarenta centímetros más arriba el implacable vecino nos miraba desde su privilegiado palco. No se había rendido. En ese momento sentí algo que nunca había experimentado hasta tal extremo, sentí que Patricia era mía. La cogí con fuerza por sus grandes tetas que interrumpieron su periódico vaivén y empecé a moverme más enérgicamente, mientras ella gemía completamente fuera de sí. Como la noche anterior tampoco miré directamente al fracasado para que no intentara colarse de nuevo entre nosotros considerando aquella como una nueva invitación. En este punto ejecutaba a mi deliciosa pequeña entrando y saliendo todo con movimientos salvajes. El vecino no pudo más que contentarse, primero tratando de exhibirle a mi esposa su inútilmente tardía erección, y segundo masturbándose mientras miraba como su culo era poseído por eficazmente por mí. Sus gritos entrecortados ahora se habían convertido en un único modulado sonido en si sostenido anunciando su eminente orgasmo anal, mientras en un desesperado intento por alcanzar el cielo la atraje fuertemente hacia mí, quedándome completamente quieto, para disfrutar al máximo de la sensación de mi semen inundando todo su interior. El vecino también disparó su blanca munición apuntando hacia nosotros, pero estábamos fuera de su alcance, con lo que solo logró eyacular un poco sobre nuestro balcón y otro hacia el vacío. Antes de desvanecerse entre mis brazos mientras la llevaba a la cama, Patricia llegó a decirme: "Dani, eres el mejor..."

Me inquietaba que el crédulo lector de narrativa erótica no se hubiera rendido, lo teníamos de vecino. Sin embargo desestimé que intentase nada cuando Patricia se quedara sola en casa. La mañana siguiente me levanté temprano para llevar a cabo mi estricta rutina matinal, correr por el Turia, y desayunar más tarde en el bar de los chinos mientras leía periódico. Dejé a mi esposa en la cama tumbada boca abajo completamente desnuda, la visión de su culo redondo conspiraba para que abandonase la idea de salir de casa, pero ya había tenido suficiente la noche anterior, sería mejor dejarla dormir. Menos de una hora y media después cuando regresé, todo había cambiado drásticamente. La confusión en la calle se componía de la sirena de una ambulancia que se ponía en movimiento, policías tomando declaración, auto-patrullas atravesados en la calle, y muchos vecinos que no acertaban con ningún comentario inteligente. Antes de entrar en mi portal llegó a mis oídos la declaración que uno le hacía un periodista: "Parecía buena persona, siempre saludaba a sus vecinos....". Cuando entré en mi piso descarté de inmediato la idea de un caso de violencia domestica, había tres policías científicos, dos tomando muestras en el balcón, y otro a punto de tomar declaración a Patricia. Nos preguntó que relación teníamos con un tal Victor Room Ayor, presunto suicida. ¡Se trataba del vecino cincuentón! "Absolutamente ninguna, sólo que es, perdón, era un sujeto que habíamos pillado más de una vez masturbándose mientras hacíamos el amor... Era un voyeur, supongo..." Los dos oficiales que estaban en el balcón dijeron que ya tenían todo lo que necesitaban, nos agradecieron cordialmente y se fueron los tres.

A los pocos días un oficial de la policía vino a comunicarnos lo que había sucedido tal como ellos lo habían reconstruido según los hechos. El tal Víctor era un obseso sexual con tendencias al vouyerismo, la mañana de los hechos al ver que yo abandonaba la casa dejando a mi esposa durmiendo completamente desnuda sobre la cama, no pudo contenerse frente a la preciosa imagen de su prometedor culito (sin olvidar de que intentaría redimir su estrepitoso fracaso de la noche anterior – aunque esto el oficial lo ignoraba por completo). La puerta del armario estaba abierta en el ángulo exacto como para que el espejo interior reflejara toda la belleza de mi mujer dormida sobre esos codiciosos ojos. Esa mañana decidió dar un paso más allá de sus perversiones, y en un intento de allanar nuestra morada, cayó al vacío desde una altura de doce metros y partiéndose el cuello en la acera. "¿Y cómo saben que no se trató de un simple suicidio?" A lo que el policía apenas conteniendo la risa siguió contándonos que, cuando inspeccionaron el cuerpo que yacía sin vida en al acera, uno de los oficiales se percató de que había semen en la suela de su zapatilla izquierda, y cuando subieron a su balcón encontraron semen en la cornisa, en el piso e incluso sobre la barandilla de nuestro balcón, y por supuesto las pruebas forenses corroboraron que todas las muestras de semen procedían de ese sujeto. Como si se tratara del mejor candidato a los premios Darwin el intrépido vecino al pisar nuestra barandilla patinó sobre su propio semen que había derramado la noche anterior, para encontrar la paz a su inagotable ansiedad doce metros más abajo. En el intento por convertir en realidad una fantasía a veces hay que sortear abismos que pueden precipitarnos al desastre.

 

Agradezco vuestros comentarios en daniel149941@yahoo.es , pero por favor no escribáis para preguntarme si el relato es o no real....