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Nuestra prisionera

en Orgías

Nuestra prisionera

Hacía semanas que habíamos vuelto de nuestras breves y eróticas vacaciones en Estambul. Con aquello Patricia había tenido suficiente, así que nos dedicamos a concentrarnos en nuestros juegos sexuales. Sin embargo al tiempo, la imaginación emprendió otra vez su vuelo, tal vez remontada por los vientos de las aún vívidas imágenes de dos turcos disponiendo de su pequeño cuerpo a su antojo. La mera mención de aquello provocaba tal excitación en mi esposa que nuestros juegos terminaban por prolongarse hasta el amanecer. Después de varias agotadoras noches me di cuenta que todas las situaciones con ella tenía un común denominador: empezaba a acariciar su cuerpo en plena oscuridad para que no adivinase lo que vendría y siempre los juegos se iniciaban con ella esposada por las muñecas a la espalda. La falta de luz era un inconveniente, no podía deleitarme con la excitante visión de mi esposa arrodillada en el medio de nuestra cama con los brazos inmovilizados, esperando recibir mis primeros estímulos sobre su piel. La solución no se demoró mucho, reemplacé la oscuridad de la habitación por una oscuridad particular sólo para ella, le vendé los ojos y encendí algunas velas. La belleza para mis ansiosos ojos fue aún mayor, el cuerpo iluminado por las luces oscilantes proyectaba sombras inquietantes, móviles, que describían con precisión las emociones que se desarrollaban en la mente de Patricia.

Pero, como antes había mencionado, la imaginación voló más lejos de lo que estabamos sintiendo. Me acercaba por detrás para susurrarle al oído que imaginase más de dos manos iniciando el movimiento incierto de su deseo. "De esta manera," continuaba diciéndole, "estarías tal como ahora, arrodillada, en ropa interior, deseando primero cuatro manos sobre tu piel, después desearías, dos lenguas, y finalmente pedirías entre gemidos que te terminásemos de desnudar..." La dilación prolongada de su éxtasis, la incapacidad de que la situación dependiese de su voluntad y la idea de sentir un doble estímulo, disparaban el deseo de mi esposa más allá de cualquier límite. A veces le quitaba sus esposas para acercarme por detrás y poder acceder a sus dilatados orificios. En ese punto, daba igual como la penetrase, ella llegaba al orgasmo con la misma facilidad tanto fuera por su ajustado y perfectamente circular ano, como por su húmeda y aterciopelada vagina. Toda la imaginación puesta en juego me recompensaba con todo el placer que su cuerpo podía brindarme. Llegaba a correrme más de una vez, por no abandonar su delicioso interior. No tardé en proyectar la idea de lo que le susurraba hacia algo totalmente real, y por su puesto no pude sino hacer lo que siempre hacía cuando necesitaba ayuda, llamé a nuestro lujurioso amigo Jorge. Obviamente la idea le pareció fantástica, y por su puesto se ofreció con su ayuda con suma generosidad.

Patricia estaba hermosa. No podría expresarlo de otra manera, simplemente me resulta bellísima, en todas las circunstancia de nuestra vida, haciendo lo hiciéramos, estando donde estuviéramos, su presencia siempre es para mi un deleite, y el tiempo que paso junto a ella nunca me alcanzaba... Pero para describirla en esa ocasión tres palabras simples y sencillas son fundamentales, ella estaba hermosa. Su vestido dejaba la espalda al descubierto, en el culo se ajustaba dibujando el arquetipo de la belleza, y la facilidad que nos otorgaba el acceso fácil de nuestras manos a toda la superficie de su piel, nos dejaba a Jorge y a mi confusos y torpes en palabras, con un fuerte mareo provocado por el vértigo de esas curvas de infinito deseo. Estaba hermosa mientras caminaba y sus tacones realzaban sus perfectas piernas al tiempo que el movimiento de sus nalgas provocaban inquietantes pequeños temblores sobre su culo, estaba hermosa mientras la sabíamos sin sujetador, mientras imaginábamos que bastaba un instante en despojarla completamente de su vestido, y mientras su sonrisa nos provocaba cada vez más. Los tres charlábamos con nuestras copas sin prestarnos demasiada atención, fingíamos estar a una cierta distancia de nuestros deseos que en realidad no existía. Charlábamos y nos sonreíamos, hasta que percibí que la mano de él subía y bajaba debajo del vestido de mi esposa recorriendo por entero sus muslos. Todo lo pudiéramos haber dicho hasta entonces ahora carecía por completo de sentido, ella empezó a besarme.

Jorge y yo habíamos acordado dilatar el éxtasis de Patri todo lo posible, no debíamos ser directos, solo podíamos jugar con ella. Las piernas de mi esposa se separaron invitando a las manos de él llegar hasta su interior. El vestido estaba casi del todo subido de manera que exponía las piernas hasta la braguita blanca a sus caricias, mientras mi mano derecha avanzaba hasta sus preciosas tetas. Mis dedos jugaron con sus pezones que estaban muy erectos, y mi lengua recorría sus turgentes labios. El cuerpo de mi esposa que ya solo respondía a sus necesidades de sexo mantenía con nuestras manos un lenguaje corporal inequívoco. Su espada arqueada hacia atrás elevando sus tetas hacia arriba, sus piernas separadas, su cuerpo apoyado por sus manos que se aferraban al sillón, su culo en el aire, sus ojos cerrados, y su boca abierta dejando escapar suaves gemidos nos daban la pauta de que la necesidad de ser sexualmente abordada por los dos hombres había llegado a su máximo. Comencé por acariciar sus nalgas por encima de vestido mientras Jorge desabotonaba rápidamente sus pantalones. Lo acordado era mantener a mi esposa en ese estado todo el tiempo posible, pero eso no quería decir que no lo aprovecháramos. Sus labios sintieron la dureza un miembro, sin abrir sus ojos dejó que se fuera introduciendo al interior de su boca, y saliera, en un vaivén suave y continuo. Patricia estaba entregada, y había llegado el momento de desplegar nuestro plan de cuyos detalles solo nuestro amigo sabía...

"¡Quiero más!" Protestó mi mujer cuando Jorge detuvo su movimiento dentro de su boca, a lo cual él no pudo evitar sonreír maliciosamente y decir: "Habrá más te lo aseguro". La ayudamos a ponerse de pie, estaba tan mareada por la excitación que me rodeo con sus brazos alrededor de mi cuello. Estaba por llegar lo más interesante, pero para eso nos trasladaríamos a la habitación. Mi pene estaba tan erecto que me dificultaba andar ese breve trecho. Yo caminaba de espaldas mientras ella no se separaba de mí mientras me daba pequeños besitos sobre mis labios, y Jorge por detrás le acariciaba el culo. Como si estuviera en un estado narcotizado ella avanzaba dispuesta a entregarse a un destino sexual sin límites. Cuando llegamos a la cama él le dijo con una suavidad inquietante: "Ahora serás nuestra prisionera". La frase debió ser inquietante para ella, pero también para mí, dado que no conocía el proyecto sexual hasta el final ¿Qué podría significar "prisionera" y sobre todo "nuestra"? Le pedimos que cerrara los ojos, y un instante después ya le habíamos puesto aquella venda que una vez hacía mucho tiempo atrás le habíamos pedido que no se quitara. Con suma lentitud él le bajó la cremallera del vestido, y en un abrir y cerrar de mis ojos estaba prácticamente desnuda delante de los dos. Él llevó sus muñecas a su espalda y la esposó. Instintivamente Patricia hizo algún movimiento para liberarse de las ligaduras, aunque dudo mucho que quisiera liberarse de sus "captores".

La luz de pequeñas velas recortaban le pequeño cuerpo de mi hermosa mujer, proyectado su inquieta sombra a las paredes. Se me escapó un suspiro de placer al verla sola en medio de la cama. Estaba arrodillada, sus muslos separados que invitaban la mirada a seguir hacia arriba cada vez más arriba y encontrarse con su braguita blanca que se hundía por detrás entre sus nalgas, como última defensa de sus sensaciones. La luz tenue no impedía gozar con todo detalle sus tetas suaves, grandes, firmes, que acababan en sus pezones duros esperando ser mordisqueados. Sus brazos hacia atrás con sus muñecas esposadas y sus ojos vendados le proveían una vulnerabilidad sexual única. Estaba expectante, la dejaríamos un rato expectante atenta a cualquier mínima señal que le indicara el comienzo de la "tortura" sexual que ella como prisionera sería inexorablemente consagrada. Esto era todo hasta donde yo sabía. Jorge me indicó que saliéramos de la habitación y la dejásemos unos instantes sola imaginándose lo que le haríamos. Esa situación no solo era excitante para mi esposa, la erección que me apretaba dentro de mis pantalones era imposible de ocultar. Mientas la mirábamos a través de la puerta abierta de la habitación le pregunté a Jorge en voz baja y en tono de broma si no habría perdido la llave de las esposas. Señalando hacía el sillón del living me dijo: "la llave la tienen ellos": Pude ver dos chicos de unos 30 a 35 años atractivos que se habían sentado a beber una copa mientas preparábamos a mi mujer.

La segunda parte del plan del plan desconocida por mi se había puesto en marcha, orquestado con suma precisión otra vez por un maestro de ceremonias más imaginativo que el mismo Vatel.Desde que la dejamos esposada, vendada y en braguita habían pasado escasos minutos, pero los suficientes como para que la tensión sexual de Patricia llegara a un punto insoportable. Jorge me dijo que no preocupara, ellos eran amigos italianos suyos muy correctos, muy expertos en estos temas, no haría nada impropio ni desagradable. Me tranquilizó en parte, pero mi erección era en ese punto algo incomodo de llevar. Me dijo que ahora nos tocaba a los dos disfrutar de la belleza que la vista de mi esposa prisionera entre dos chicos nos iba a ofrecer. Jorge fue el primero en sugerir que nos desvistiéramos en el salón, también estaba incomodo por su propia erección. Entramos nuevamente a la habitación en silencio y nos sentamos en un sillón que estaba al pie de la cama. Los italianos no tardaron en entrar. Estaban aún vestidos, se acercaron a ella, que al percatarse que se precipitarían los acontecimientos sexuales tan ansiados no pudo reprimir un gemido. Cuatro manos se posaron sobre Patricia, se pusieron en suave movimiento a lo largo de su cuerpo. Ellos se intercambiaban miradas aprobatorias sin dirigirse la palabra, estaban disfrutando de la suavidad de la piel de mi esposa... no dejaban ni un centímetro si recorrer, eran sumamente suaves sobre sus pechos, de tanto en tanto sus dedos jugaban con los hermosos pezones.

Me resultaba lascivo el hecho que ella estuviera entregada a un placer tan fuerte ignorante de todo el plan. Estaba desinhiba por completo sus gemidos eran un pedido de por favor denme más. Los dos chicos se habían despojado de sus ropas, y lucían unos cuerpos magníficos, como si de Polídanos de Escotusa o del mismo Diágoras de Rodas dispuestos a salir desnudos a los juegos de olímpicos se tratase. Efectivamente como una competencia sin encono ambos entablaron la "lucha" olímpica sobre el cuerpo de mi mujer. Una de las manos de uno de ellos empezó a hundirse entre las nalgas mientras que con la otra jugaba con sus pezones. Ella inmóvil prisionera en la misma postura, tenía su boca abierta sedienta de placer que no tardo de conquistar el hercúleo "Diágoras de Rodas", introduciendo su enorme miembro en su boca. El que dominaba en ese momento las curvas, le quitó la braguita. En ese punto nada obstaculizaba el máximo placer. Uno de ellos colocó una almohada doblada debajo de sus piernas, sobre ella su cabeza, y recorriendo todo el sexo de Patricia estaba su enorme lengua. Sus enormes manos abrían sus nalgas y la lengua avanzaba inexorable al circuito de su ano. Daba y le daban placer oral, sus gritos salían ahogados vibrando sobre la polla que estaba satisfaciendo. Nosotros no podíamos evitar masturbarnos ante tanta belleza, mientras que nuestros ojos se deleitaban con la escena que nuestra actriz porno nos daba sin saberlo.

Ellos se alternaban en diferentes posiciones alrededor de mi extasiada esposa, provocando un orgasmo tras otro. La escena parecía infinita, aunque no había durado mucho tiempo, unos 20 a 25 minutos. Todos los pequeños detalles, dada movimiento, cada sonido de ella, hacía que desde la percepción todo resultara inagotable. No la habían penetrado, solo sus dedos se habían deslizado a su interior muchas veces pero Patricia no había sido follada aún. La enorme expectativa la había entregado a un frenesí sexual sin pausas ni preguntas, pero empezó a darse cuenta que había algo raro en todo esto, sobre todo cuando escuchó: "¡Ah, mi bella ragazza!". Sin perder un instante más nos acercamos, y ahora podía confirmar todas sus sospechas, era prisionera ¡y de cuatro hombres! Sin embargo la liberaron soltaron sus manos, ella se quitó la venda, y la sorpresa se transformó en placer al verse rodeada de chicos. Con sus manos cogió las pollas de los italianos que no dejaban de jugar con sus tetas, Jorge le introdujo su miembro en su boca, y no desaproveché la ocasión de penetrarla tal como estaba. Sentí su culo sobre mi pubis cuando mi polla llegó al fondo de su vagina. Así tal como estabamos los cinco nos corrimos, mi eyaculación fue increíblemente larga, Jorge llenaba la boca de Patricia con su semen, y los chicos italianos descargaban su blanco arsenal sobre todo su cuerpo mientras sus manos no soltaban sus miembros.

Ella se derrumbó boca abajo agotada por tanto placer en tan poco tiempo. Los invitados se vistieron y salieron de la habitación, quedándonos Jorge y yo acariciando la espalda de Patricia. Ella había tenido suficiente, nosotros queríamos más. No tardamos en conseguirlo. Él ya estaba dilatando su apretado ano, mientras yo ya me había colocado debajo de ella para lamer su clítoris. Jorge se cobraría las molestias de los preparativos... Mi esposa subida encima condujo con gran facilidad mi polla hacia en interior de su vagina, estaba encendida otra vez. Nos movíamos fuertemente cuando por detrás de ella Jorge comenzó la penetración anal. La respuesta de Patricia fue un orgasmo de inmediato evidenciado por enloquecidos gritos de placer. No tuvimos compasión seguimos como si no le pasara nada, incluso más fuerte aún. Estaba claro que él recorría hasta donde su enorme pene alcanzaba el interior del culo de mi mujer, podía sentir como se movía estando yo en su vagina. Ahogada en placer la asíamos con mucha fuerza mientras descargábamos nuestras propias esencias en su interior. Esta vez habíamos sido actores para un público de italianos que se había sentado en el sillón...

 

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