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Patricia y una clásica historia con dos fontaneros

en Hetero: Infidelidad

Patricia y una clásica historia con dos fontaneros

A través de la penumbra podía verse dos parejas desnudas en la enorme cama del salón de la jaula. Las chicas estaban a cuatro patas enfrentadas mientras los chicos la penetraban por detrás, no dudamos en acercarnos para ver mejor la escena. Ellas se besaban y se lamían en la medida que el movimiento rítmico provocado desde atrás lo hacía posible, sus lenguas en la casi total oscuridad eran conducidas por la sed que una sentía hacia la otra en un certero aunque efímero rendevous. Al cabo de los breves instantes, y a pesar del esfuerzo por permanecer juntas para sentir tacto húmedo de la otra, acaban por separase debido a los inexorables rebotes masculinos. Había momentos en los que conseguían aproximarse lo suficiente, dando lugar a que sus ávidas lenguas alcanzaran las mejillas opuestas iniciando un lejano recorrido hasta sus cuellos respectivos, entonces ellos disminuían la fuerza de sus movimientos mientras la cálida mano de una detenía el fatigoso e incesante movimiento pendular de las tetas de la otra, dándose un breve pero reconfortante alivio. En otros momentos, cuando no podían acercarse las mujeres gemían de placer, mientras se debatían entre dos sensaciones, las que procedían desde atrás y la de echarse de menos. Ellos follaban a sus respectivas esposas por la vagina, mientras que la belleza de estas hembras deseándose una a la otra, no hacía otra cosa más que aumentar la lujuria masculina. Al cabo de un largo rato de placer semi-bisexual, como si se tratara de un acuerdo tácito entre ellos, decidieron probar la mujer del otro. Durante el breve lapso que duró el intercambio, ellas aprovecharon para fundirse en un prolongado beso mientras sus manos acariciaban desesperadas las mejillas, las tetas, y el dilatado sexo de su oponente femenina.

Fue en esos momentos cuando vimos por primera vez los brazos. Empezaban a parecer débilmente iluminados por tenue luz azul, como si se tratara de una escena de la película "Night of the living dead" de George Romero de 1968, se extendían el otro lado de la reja dando pequeños zarpazos en el aire, haciendo un inhumano esfuerzo por alcanzar algo de los cuerpos tibios que gozaban del otro lado. Se trataba de los hombres "solos" que pagaban bastante caro por estar en el local liberal con la esperanza de ser incluidos en alguna improbable orgía, o al menos poder alcanzar algo a través de los barrotes con su brazo izquierdo, mientras sus manos derechas mantenían el erotismo y la motivación necesaria para permanecer allí, y no marcharse como hubiera sido digno de cualquier persona que se estimara al menos un poco a sí misma. Al principio pudimos contar cuatro. Los amantes habían intercambiado sus mujeres, mientras ellas les ofrecían sus culos levantados, y una se entregaba a la otra con suaves caricias y húmedas lamidas. Los gritos de las mujeres se reanudaron, esta vez el placer se mezclaba con la sensación agotadora de sus anos cada vez más dilatados por las durísimas pollas. Esto atrajo a más "muertos vivientes", alrededor de ocho, sin embargo ninguno de los brazos logró alcanzar a las mujeres, que gritaban un delicioso dueto orgásmico, mientras ellos impulsaban sendos chorros seminales el interior anal de ellas, para la envidia de los desafortunados espectadores enjaulados. Los inútiles zarpazos desaparecían con los últimos gemidos de confort sexual de las dos parejas, quedando al final un hombre gordo que miraba con melancolía y cierta codicia los cuerpos desnudos que al final yacían acostados sobre los cojines. Un poco más tarde, se levantaron y salieron envueltos en sus floridas toallas, fue ahí cuando le dije a mi esposo Daniel: "Pobres muchachos... se deben morir de ganas..." Esa frase no pasó inadvertida por Jorge, nuestro amigo inseparable de aventuras sexuales.

Pude ver como Jorge se acercó a Daniel para proponerle alguna de sus perversiones que tanto le caracterizan. No pude escuchar sus cuchicheos, sin embrago no demoré en saber de qué se trataría. Ambos se acercaron sonriendo lascivamente y me estremecí cuando me dijeron: "tenemos una idea, relájate y déjate llevar..." Me llevaron hasta los barrotes de la jaula que me mantenían a salvo de la lujuria los hombres sin pareja, nuestro amigo levantó mis brazos y ató mis muñecas a la parte alta de la reja con mi chalina de seda, de modo que mi cuerpo quedó completamente extendido y con todos sus atributos a merced de quien quisiese tocarlos. La sensación de temor se apoderó de mí, y me aferraba a la idea de que ellos me follaran antes que los perversos "vivientes" se percataran de que disponían del suculento manjar al alcance de sus manos. De nuestro lado de la reja Daniel y Jorge estaban de rodillas acariciando mis piernas con una suavidad que casi producía cosquillas. Reprimía mis gemidos, para evitar la aparición de lo que sería inevitable, pero cuando nuestro amigo me quitó la tanga, suspiré. Estaba atada, protegida solo con un vestido cortísimo, y sin bragas. La sensación de ver como mis dos hombres me abandonaban, sentándose en el borde de la cama para disfrutar de la maldad más perversa que jamás pudieron hacerme, fue una mezcla de rencor, temor, incertidumbre y excitación. Lo primero que sentí fueron dos manos que me cogían fuertemente por los tobillos obligándome a separar las piernas. Cumplí con la sugerencia de Jorge, me dejaba llevar a pesar de mis encontradas sensaciones. Cuando un instante después sentí innumerables manos recorriendo mi cuerpo no pude reprimir un grito, y entrecortadamente les dije: "¡No me dejéis así, sálvenme!"

Mis tobillos permanecían fuertemente sujetos, mientras dos manos ascendían por mis piernas. Cerré los ojos, no quería ver ni contar cuantos hombres estaban agolpados contra los barrotes, creía sentir tres manos diferentes disputándose cada centímetro cuadrado de mis tetas, sentía como unos dedos fuertes pellizcaban con suavidad mis pezones, y como un dedo pulgar acariciaba mis labios mientras me negaba a que se introdujera dentro de mi boca. Las manos de abajo seguían subiendo inexorablemente. Intenté en vano de cerrar las piernas cuando el cosquilleo en la cara interior de mis muslos se hizo insoportable. Podía sentir varios alientos tibios a mi espalda, sobre mi nuca. Me estaban violando con las caricias embriagadoras de la suma de muchas manos anónimas. Alcanzaron mi sexo sin dificultad, dos manos se ocupaban de mi vulva, una acariciaba mi clítoris, mientras los dedos de la otra mis labios vaginales. Me encontré al cabo de unos breves instantes gritando de placer, y el dedo pulgar que intentaba entrar en mi boca finalmente lo había conseguido. A esta tormenta de sensaciones se sumó una lengua que recorría mis nalgas redondas que se apretaban contra los barrotes, y un dedo que se introducía dentro de mi ano cada vez mas dilatado y receptivo por el extremo placer que estaba sintiendo. Mientras mordía el dedo pulgar su dueño me susurraba con una voz masculina y suave lo que me harían de un momento a otro. Cuando sentí la dureza de un enorme miembro erecto empujando en la entrada de mi ano supe que estaban dispuestos a hacer realidad lo que el susurrador me había dicho al oído. Los dedos que antes acariciaban, ahora se introducían más y más dentro de mi húmeda vagina. No aguante más y grité. "¡Dani! ¡Ayúdame me van a follar!"

_"Tranquila Patri ¿Estás bien? ¿Un sueño divertido?"_"¡Ay! Otra vez soñaba con la aquella perversión de Jorge y tuya" _"Pero eso fue hace ya tres meses, ¿tanto te gustó...?" Le contesté con un tímido llevándome el dedo índice a mis labios, mientras con la otra mano seguía acariciando mi sexo como un momento atrás mientras aún estaba soñando. Ahí me di cuenta que Daniel ya estaba vestido. _"¿No me digas que ya te vas? ¿Me vas a dejar así...?" _"Vuelvo pronto, te lo prometo" En ese momento lo odié ¡Ya encontraría la manera de vengarme de él, nada deseaba más que eso! Mientras entraba en la ducha, me dijo que no me demorara mucho porque de un momento a otro llegarían los fontaneros a reparar el desagüe de la cocina. Al escuchar que cerraba la puerta del piso, sonreí y pensé: "Cuidado con lo que deseas, Patricia..." En la ducha, me demoré más de lo normal adrede. Ya me había secado cuando escuché el insistente timbre que llamaba al portero. Una voz masculina y grave sonó del otro lado del telefonillo, eran los fontaneros que pedían subir. Desee con todas mis ganas que esa voz se correspondiera al físico que mi imaginación había construido para esos hombres. Corrí a ponerme algo de ropa, encontré una camiseta larga, que me cubría las piernas hasta la mitad de mis muslos, sin embargo no llegué a ponerme las bragas, habían subido más aprisa de lo que pude calcular. Ataviada con una camiseta que se pegaba a mi cuerpo mojado esculpiendo a la perfección de mis senos, sin bragas, y unas pantuflas con una pantera rosa, les abrí la puerta a dos hombres esculturales. Parecía una niña incauta y desprotegida entre dos lobos masculinos, mi imaginación se había quedado corta...

Mis ojos estaban abiertos como si se tratase de una niña recibiendo un regalo de cumpleaños, con una sonrisa los saludé e invité a pasar. El maduro era canoso, llevaba unas gafas más propias de un intelectual que de su profesión conferiéndole una actitud de hombre serio y responsable. En cambio sus manos parecían brutalmente enormes, tal como me había imaginado hacía solo un momento mientras el agua tibia me acariciaba en la ducha. Su tez era del color del bronce, era evidente que este señor era algo snob para mantener ese color en el mes de marzo. Pero lo que más me impresionó fue su torso trapezoidal, su camisa entallada de mangas cortas dejaba entrever una cintura delgada y una espalda ancha y unos desarrolladísimos bíceps. No sé a que velocidad una persona puede procesar la información visual, pero mi mente corría rápido, tal vez estimulada por la enorme necesidad de sexo después del sueño conmemoratorio de aquella mañana. Un vistazo me alcanzó para imaginarme abrazada fuertemente por ese hombretón de casi metro noventa. Otro vistazo me alcanzó para evaluar a su ayudante, pequeño, de color, bastante más bajo que su jefe, y sus ojos abiertos como platos clavados en mis enormes tetas que se insinuaban indecorosamente con los pezones en punta debajo de mi camiseta rosa y blanca. No estaba nada mal a pesar de su pequeñez, tenía un físico perfectamente formado, y me cautivó en un solo momento su sonrisa, que me regaló en respuesta a la mía cuando los invité a entrar y seguirme hasta la cocina. Podía imaginarme como venían tras de mí con los ojos clavados en mis nalgas, que con toda seguridad ya habrían adivinado desprovistas de bragas, y al mismo tiempo podía sentir como mi maquinaria erótica de seducción se ponía irremediablemente en marcha.

Me agaché debajo de la mesada y comencé a quitar todos los productos de limpieza para que ellos pudieran empezar su trabajo debajo del fregadero. Cada vez que me giraba, me resultaba evidente que intentaban disimular hacia donde tenían puesta la vista, eso me resultaba deliciosamente sensual. Nunca le había puestos cuernos a Daniel, no porque él fuera celoso o porque yo tuviese una manera moralista de pensar, sino simplemente porque no había tenido la oportunidad, o mejor dicho durante los años que había vivido con Daniel no me había dado la oportunidad cumpliendo al detalle con todas mis fantasías sexuales. Por supuesto nunca consideré que las orgías y tríos que habíamos hecho como infidelidad ya que él participaba e incluso los organizaba para mí. Pero esta vez, estaba sola con dos hombres que deseaban mi culo, la sensación me resultaba embriagadora. Me sentí a punto de desvanecer cuando el hombretón canoso se puso junto a mí debajo de la mesada para indicarle la fuga, fue por su olor. No era olor a sucio, ni transpiración, tampoco perfume o loción alguna, sino simplemente olor masculino. Me sentía aturdida, y en ese punto ya me hubiera dejado violar sin resistencia alguna. En mi posición mis tetas estaban en todo su esplendor, que obviamente no pasaron inadvertidas por el gigante que estaba junto a mí, ya ni siquiera intentaba disimular como las miraba por debajo del amplísimo escote de la camiseta. Pero, como ya me había percatado este señor era responsable, y algo en su mente le decía que había venido a trabajar y reparar una fuga. Le indicó al moreno que le alcanzara una llave inglesa, esté se giró para sacar una de la caja de herramientas que estaba sobre la lavadora, y la extendió sin darse la vuelta hacia atrás mientras seguía buscando en la caja. No calculó bien, o calculó con demasiada astucia la mano del jefe que esperaba extendida a la herramienta. Se posó con suavidad sobre mis nalgas, de manera que mi cuerpo reaccionó involuntariamente levantando mi culo para que el contacto con ese objeto duro fuera mayor. El canoso que miraba mis grandes y duros pezones por debajo de mi camiseta al ver ese movimiento, apagó el piloto automático de hombre trabajador responsable y dirigió sus enormes manos hacia mis tetas.

En 1979 el director australiano Peter Wier realizó uno de sus más geniales trabajos "The plumber", aquel filme me había quitado el sueño la noche que lo vi. Ahora no podía evitar llevar mis pensamientos hacia cualquier otra parte que no fuera el de aquella mujer acosada sexualmente por el enajenado fontanero de la película. Mi excitación rápidamente se conjugó con la inquietud y el temor de ser manoseada por dos extraños. Llevé mis manos al mármol de la mesada, mientras mis ojos permanecían cerrados negándose a mirar como mis pechos eran fuertemente masajeados por el maduro que ahora estaba arrodillado junto a mí, ni tampoco quería ver como el pequeño hombre de color recorría con sus manos mis nalgas. Los ojos cerrados eran la reacción psicológicamente necesaria como para no sentirme yo la culpable de lo que me estaba sucediendo, de otra manera no hubiera podido gozar de ese supuesto "asalto sexual" de la que me sentía víctima. No obstante me sentía sola, Daniel no estaba, y el miedo se apoderó de mis venas intensificando aún más el erotismo de la situación. Un momento después me encontraba sentada sobre la lavadora con mis piernas abiertas, mis pies se apoyaban sobre los fuertísimos hombros del canoso, mientras él allá abajo había iniciado la exploración de mi sexo. Mis tetas tenían un nuevo inquilino, el negrito me había levantado la camiseta para jugar con pezones, primero dándoles pequeños pellizcos con sus dedos y luego recorrerlos circularmente con su lengua. El jefe no se demoró de pasar de la exploración suave a la explotación enérgica de mis recursos femeninos, introducía su dedo corazón mojado hasta el fondo de mi vagina para disfrutar de mi aterciopelada y prieta profundidad. Más o menos en ese momento me di cuenta de las consecuencias de haber sido provocativa, y me asustaba la idea que me castigarían con dureza por ello.

En vano traté de zafarme ofreciendo una débil resistencia que ellos supieron eludir con gran maestría, empecé a gritar no de placer sino de miedo al no poder controlar los sucesos que se habían desencadenado. Sin embargo, mi excitación al mismo tiempo no hacia mas que aumentar a medida que la circunstancia me superaba. El chico de color acalló mis gritos con un profundo beso de lengua cuando noté otro enorme dedo sumergiéndose irresistible en el interior de mi ano. No podía gritar, me estremecía con fuerza sobre la lavadora, pero estaba bien sujeta entre dos hombres dispuestos a devorarme viva. Cuando los dedos del jefe ya habían sentido la suavidad y la humedad de mi interior, dieron paso a su lengua que me recorría húmeda el clítoris, los labios, la entrada de mi dilatada vagina, para descender hasta el perineo y posarse al final sin compasión en mi ano. Pude escaparme del prolongado beso del bellísimo negro, para soltar un largo grito entrecortado por la ansiedad que me hacía presa fácil de la lujuria inagotable de esos dos hombres. La lengua seguía calculando el circulito perfecto de mi ano durante unos eternos instantes más, y con ello podía imaginar el objetivo de mi canoso verdugo. Las sensaciones y la imaginación de lo que haría me hacía gritar como una posesa, y en ese momento decidieron que había llegado el punto de hacerme completamente suya. El más fuerte de los dos me rodeó entre sus musculosos brazos y me llevó a la habitación. Me tendieron boca arriba en la cama, oportunidad que el negro supo aprovechar rápidamente para jugar ahora él con mi palpitante sexo, mientras su jefe se desnudaba frente a mí. La habitación estaba algo iluminada por la luz de la mañana que se filtraba entre los intersticios de la persiana, con lo que pude ver con total claridad el esplendor de lo que me había tratado de imaginar, la polla del maduro, la más gruesa y dura que había visto en mi vida.

La enorme impresión hizo que moviera hacía atrás, apoyando involuntariamente la mano sobre el móvil que siempre descansa debajo de mi almohada por las noches. El pitido característico me indicó que se había activado, antes que pudiera cogerlo para apagarlo el hombretón se me vino encima. Me acercó su gigantesco miembro a escasos centímetros de mi boca, para decirme: "Ahora es tu turno...", a lo que no me resistí, acariciando su inmenso glande con la punta de mi lengua, para luego tratar en vano de meterla toda dentro de mi pequeña boca. El negro era un digno aprendiz del gigante, me comía toda deliciosamente, estaba mareada de placer. Mis gemidos se escapaban guturales a través de la enorme polla que invadía mi boca. Tampoco ahora me dejaban gritar y necesitaba hacerlo. Fue entonces cuando escuché una vocecita, que me sonaba ridícula propia de un gnomo desde abajo de la almohada: "Hola Patricia... ¿hola? ¿Estás bien? ¡Contéstame por favor!" Me las arreglé para coger el móvil, y durante un instante que el cíclope me dio un breve respiro pude gritar de placer hacia el teléfono. "Ah, estoy bien ¡Ay Dani, Ay, ay! ¡Dani, quédate escuchando no me dejes! ¡Ay, ellos están a punto de follarme!" Me imaginaba los sonidos que mi esposo escucharía mientras el negro me penetraba a toda velocidad por mi mojadísimo coño, obviamente escucharía sus gritos de placer, los gemidos del maduro mientras yo mamaba esa alucinante herramienta de trabajo, y de tanto en tato mis desesperados y ansiosos sonidos. Sabía que mi marido escucharía todo, es más sería incluso capaz de masturbarse mientras tanto. No era celoso, y lo que yo estaba haciendo no haría otra cosa que incrementar su deseo hacia mí.

El negro tenía mis piernas levantadas muy alto para que mi sexo quedase completamente accesible a la entrada y salida de su pene. No era muy grande, pero la frecuencia de sus movimientos me llevaron a varios orgasmos consecutivos. Cuando mi boca era liberada de la invasión de la gigantesca polla del fontanero, podía gritar mis orgasmos con una gran energía: "Dani, mi amor, me estoy... corriendo otra vez... ¡Ay, ay, Dani, cómo me están penetrando!" Después de un buen rato, ellos decidieron cambiarse, con una facilidad que me hacía sentir completamente entregada, el gran fontanero me levantó en el aire para ponerme a cuatro patas. Durante ese breve lapso de tiempo pude recrear una vez más mi vista, los culos de ambos eran perfectos, redondos, fuertes, y musculosos. El negrito pasó adelante, y cerrando mis ojos nuevamente abrí mi boca para que pudiera meter toda su polla azabache dentro, mientras que con mis dos manos me asía con fuerza a ese oscurísimo y perfecto culo. En verdad disfruté más de hacerle sexo oral al negro, su tamaño normal, me permitía saborear mejor toda la superficie de su pene, metiéndola y sacándola toda de mi boca a mi antojo. Me estremecí cuando noté el monstruoso pene detrás en la entrada de mi vagina, solté un grito, que debió inquietar a Daniel que aún estaba a la escucha de mi irremediable ejecución sexual. La entrada de ese miembro fue deliciosa, sentía como nunca había sentido nada en mi interior, aunque sabía que me castigaría con dureza de un momento a otro. Se empezó a mover sin compasión alguna a toda marcha, mis gritos lo animaban aún más, y preocupado por lo que mi esposo pudiera escuchar del otro lado, el negro trataba de acallarme metiéndola tan profundo en mi garganta que los rizados pelitos de su pubis me hacían cosquillas en la nariz.

Me llevaron varias veces más a vertiginosos orgasmos, que por todos lo medios intentaba comunicar a mi marido del otro lado de la línea. Me sentía a punto de desmayarme, si lo hubiera hecho, ellos sin lugar a dudas habrían seguido abusando de mis deliciosos agujeritos estando inconsciente. Me mantuve con todas mis fuerzas, hasta que al fin el canoso se detuvo, oportunidad que no desaproveché para coger aire. Pero cuando sentí como su introducía su gordo dedo pulgar para evaluar la dilatación de mi esfínter anal, no pude evitar gritar entre gimoteos: "Ay, Dani, no sabes lo que me están por hacer..." Me lo había buscado, y me estaba entregando por completo a la sentencia que mis verdugos no demorarían en hacerme cumplir. ¡Qué apretado estaba mi ano para semejante polla! Aunque no me dolía, la sensación de ser invadida por entero de aquella manera, hizo que se me llenaran los ojos de lágrimas. Notaba como mi culo estaba siendo dilatado a un extremo que jamás hubiera permitido, por un extraño al que hacía una hora atrás jamás había visto, sino solamente a través de mi lujuriosa imaginación. Ni sabía siquiera como se llamaban, y estaban abusando de mi más delicado interior. No me podía guardar esa sensación para mi sola: "Dani, él llegó hasta el fondo... ay, Dani, estoy completamente penetrada, mi culito le pertenece..." Mis desesperadas palabras provocaron el comienzo del agotador ritmo de sus movimientos, entraba y salía de mi culo sin concesiones, sin pausas, disfrutando del enérgico roce de las paredes de mi ano sobre el descomunal glande al máximo. Una eternidad puede durar unos pocos instantes, sobre todo cuando es tan intensa, al cabo de unos minutos los gritos del fontanero anunciaban la descarga de su espesa blanca y abundante lujuria. El negro que disfrutaba del espectáculo de su jefe poseyéndome por completo por detrás no aguantó más y entre gritos armoniosos comenzó a descargar su contrastante leche en mi boca. Sentía al mismo tiempo como mi ano se lubricaba de repente por el semen hirviendo que musculoso canoso me inyectaba por detrás. Los gritos de ambos esta vez fueron la elocuente información para mi esposo.

"Hola Patri, me los encontré abajo, tratando de huir... ¡Cómo si yo les fuese a hacer algo! Es más les pregunté (no sin algo de ironía) cuánto les debía, a lo que el grandote me dijo que nada. Ahora lo entiendo, no me cobraron porque no arreglaron nada, dejaron todo tirado en la cocina. ¿Qué habrán entendido cuando le dije que mi mujer quería que le destaparan la cañería..." Le respondí: "Perdóname Dani te fui horriblemente infiel..." A lo que me dijo con una sonrisa: "No mi amor, la culpa fue mía, no solo por dejarte así esta mañana, sino por haberte tentado con esos dos hombres."

 

Quisiera expresar mi más sincero agradecimiento a la inestimable ayuda a la perversa mente de mi esposa Patricia durante la escritura de este relato. Estoy dispuesto a leer comentarios y criticas enviadas a daniel149941@yahoo.es