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My life: bendita lactancia

en Hetero: Infidelidad

Sucedió hace un par de años, tras escribir mi anterior relato. Comenzó con la simplicidad de una noticia familiar que a casi todos nos comunican: iba a ser tío, o lo que es lo mismo, la hermana de mi esposa iba a ser madre. Inés, que así se llama ella, nos lo comunicó junto a su marido Iván en una cena familiar en casa de sus padres.

 Sobra decir la inmensa alegría que produjo aquella noticia, en especial a mi esposa, que durante los meses siguientes de embarazo se volcó en ayudar a su hermana. Hasta aquí como ya digo una historia como tantas otras que vosotros habréis vivido o viviréis en un futuro.

 Durante estos meses, mi esposa iba todos los días a casa de su hermana para ayudarla con las labores del hogar, y además la llamaba por teléfono a menudo para saber como se encontraba.

 Un día, sobre el octavo mes de embarazo, me encontraba tumbado en el sofá disfrutando de la televisión cuando sonó el teléfono. Era Inés preguntando por mi esposa. Le dije que su hermana estaba trabajando y llegaría tarde a casa porque tenía guardia en el hospital. Noté la voz de mi cuñada rara, temblorosa, casi llorosa. Le pregunté si le sucedía algo, a lo que me contesto que no, pero no fiándome de ese no, le volví a preguntar que qué le pasaba y si podía hacer algo por ella. Entonces se echo a llorar al otro lado de la línea y entre sollozos que dijo que había discutido con Iván, su marido. Intenté calmarla diciéndole que no era tan grave, que los dos se amaban, pero ella no dejaba de llorar. Decidí en ese momento ir a su casa para intentar apaciguar los ánimos de la pareja y así se lo dije a Inés. Tras una ducha rápida y ponerme lo primero que ví en el armario, me presente en su casa.

 Me abrió la puerta Iván. Le pregunté que si estaban bien y me dijo que habían discutido, que a veces no soportaba el carácter de su mujer, a lo que ella, desde una habitación de la casa respondió que a ella le pasaba lo mismo con él, tras lo cual empezaron a discutir otra vez. Insultos y reproches que acabaron con Inés y su barriga de ocho meses encerrada en el baño llorando. Iván me dijo que intentase hablar con ella, que no era capaz de razonar con Inés, que si hacía falta que me la llevara a dar una vuelta para hablar con ella. Tenemos esa confianza porque conozco a Iván desde la adolescencia.

Le dije a mi cuñada que si quería salir a dar una vuelta o tomar un café conmigo, a lo que ella, dejando de llorar, desde su encierro en el baño respondió un triste “vale”. Salió del baño, y en lo que yo bebía algo de agua en la cocina, ella ya me estaba esperando en la puerta para salir. Llevaba su pelo moreno largo recogido en una coleta, un vestido blanco de premamá, que le llegaba hasta por encima de las rodillas, con un generoso escote, unas sandalias de esparto de tacón alto y un bolso a juego. Me despedí de Iván y salimos a la calle.

 Le pregunté qué le apetecía hacer, a lo que ella me dijo que ir al cine a ver algo divertido. Camino del cine le pregunté por la bronca con su marido y ella me contó que no la comprendía, que no se sentía querida, y mucho menos deseada. Se sentía fea con la barriga del embarazo y su marido no la ayudaba. Yo para calmarla le dije que eso era normal en las parejas, y que desde luego de fea nada, que estaba preciosa con el embarazo y que era una mujer atractiva con el embarazo, a pesar de lo que pensara su marido. Y así era; tenía una cara radiante a pesar de las lágrimas, y el vestido corto dejaba ver unas piernas preciosas. Tras decirle eso, Inés se puso casi a llorar y abrió los brazos para abrazarme. En su estado necesitaba ese abrazo, y se lo dí. Apoyada su cabeza en mi hombro derramó alguna lagrimas mientras me abrazaba con fuerza para sentirse querida. Duró como unos tres minutos, durante los cuales, debido al roce con su cuerpo, noté como la polla se me ponía como una piedra y rozaba con su barriga. Supongo que en su estado no se dio cuenta de ello.

 Desde aquel momento la erección no desapareció, ayudada sin duda por el cuerpo de mi cuñada, que me ponía cachondo con aquel vestido y del cual no podía apartar la vista. Llegamos al cine, ella eligió película y nos dispusimos a disfrutar del film. Se notaba que se encontraba más tranquila y más feliz. Antes de entrar en la sala, en el vestíbulo, me dió otro gran abrazo mientras me decía al oído: “Gracias por los abrazos, los necesitaba mucho, gracias de verdad, que suerte tiene mi hermana contigo”.

 Ella más feliz y yo mas caliente aún. La película transcurrió sin nada reseñable, salvo que de vez en cuando mi cuñada se abrazaba a mi hombro, como cualquier amiga de la juventud. Al salir del cine decidió llamar a su hermana al trabajo. Es raro que pueda atender el teléfono, pero hubo suerte. Se alejó de mí mientras hablaba con ella y yo me echaba un cigarro. Tras cinco o seis minutos volvió con el móvil en la mano que me pusiera yo. Mi esposa que dijo que había hablado con su hermana y le había contado lo de la bronca y lo bien que me había portado con ella. Me dió las gracias varias veces por ser amable con ella y me dijo que la cuidara, que no eran buenos esos disgustos tan avanzado el embarazo, y que si hacía falta, que Inés se quedara a dormir en nuestra casa.

Tras la conversación, Inés decidió dar un paseo por el parque. Seguimos hablando y de vez en cuando con los abrazos. Tras una hora de paseo me comentó que le dolían los pies una barbaridad. Ya que nuestra casa estaba a pocos metros del parque, le ofrecí ir allí y darle un masaje en los pies. La idea la encanto; puso la cara de una niña pequeña al recibir en su cumpleaños el regalo que esperaba desde hace un año. “De verdad harías eso por mi?” me preguntó mirándome a los ojos. “Claro mujer, hay que cuidarte, que solo queda un ves para que venga mi sobrino”. Y nos dirigimos a nuestra casa.

 Al entrar la ofrecí tumbarse en el sofá y traerle algo fresco. Me pidió un vaso de agua. Al volver de la cocina se encontraba tumbada en el sofá. Le puse el vaso de agua en una mesita junto a ella y me senté a sus pies. Cogí sus piernas y las puse sobre las mías, quedando sus pies a la altura de mis manos. Le quité las sandalias y con un poco de aceite comencé a masajearle los pies. Se notaba que estaba muy relajada y empezamos a hablar de cosas triviales. Tras un rato, me pidió que si le podía seguir el masaje por las piernas, ya que también las tenía muy cansadas. “Claro que sí, tu pide lo que quieras”, le dejé mientras me giraba un poco hacia ella y levanta un poco más sus piernas apoyadas en las mías. “Eres un cielo, gracias”, me respondió mirando al techo.

 Le continué el masaje por las piernas hasta llegar a la mitad de sus muslos. Entre el vestido que se le había subido con el nuevo movimiento de piernas, y ella que las había abierto ligeramente para facilitar mi masaje, pude ver lo que llevaba debajo del vestido. Supuse que era un tanga, rojo medio transparente; se le marcaba claramente el contorno de los labios hinchados de su coñito. Eso me puso a cien. Ella ya no hablaba, simplemente disfrutaba del masaje. Poco a poco pude ver como su tanga rojo se iba humedeciendo. Sin duda estaba disfrutando y mucho.

Tras unos diez minutos, me dijo que necesita ir al baño, “cosas de embarazadas, ya sabes”. Me levanté y la ayudé a ella a levantarse. No sé si fue un descuido o lo hizo a propósito, pero no llegó a cerrar del todo la puerta del baño. Eso y el calentón que yo tenía entre las piernas hizo que me acercara a la puerta a espiarla. Se lavó la cara y se observó unos instantes en el espejo. Luego se subió el vestido hasta la cintura, y con cierta dificultad se quito el tanga rojo. Lo miró, estaba empapado de sus flujos. Se lo guardó en el bolso, se sentó en el bidé y abriendo sus piernas comenzó a masturbarse.

 La observé durante unos minutos, mientras me sacaba la polla dura del pantalón y me masturbaba viendo a mi cuñada. Se metía los dedos en un coño totalmente afeitado. Cuando ví en su cara que estaba a punto de terminar, llamé a la puerta y le pregunté si se encontraba bien. Se asustó, me respondió que sí y se levantó y se colocó el vestido. Yo mientras me guardé la polla dura en el pantalón.

 Cuando salió del baño yo estaba junto a la puerta y le volví a preguntar si se encontraba bien. Me miró y me respondió que si, que la había tratado muy bien, mejor que su marido, tras lo cual que dio otro abrazo fuerte. Cuando estábamos abrazados, noté como mi polla escapaba de mis pantalones. Se me había olvidado cerrarme la cremallera. Noté como ella se había dado cuenta aunque no se separo. Mientras me abrazaba me dijo al oído que desde que supieron que estaba embarazada no había hecho el amor con su marido. Eso me puso mas caliente aún si cabe. Tras esto bajo su mano de mi espalda y la metió entre nuestros cuerpos. Agarró mi polla y comenzó a masturbarme. Sin separarse de mi me dijo:”Esto es lo que necesito e Iván no me lo da. Soy una mujer y tengo mis necesitadse físicas, eso el no lo entiende”. Al acabar la frase no pude aguantarme más y descargué mi semen en su mano y su vestido.

 Ella se separó de mí y me miró la polla aun tiesa y dura. “que suerte tiene mi hermana de tenerte, ven”. Me agarró de la mano y me llevó al sofá. Se sentó en él apoyando la espalda en el respaldo y abriendo las piernas. No hizo falta que me dijera nada. Me puse de rodillas, le levanté un poco el vestido y metí mi cabeza entre sus piernas. Sujeté sus muslos con mis manos y empecé a pasar mi lengua por sus labios. Estaban deliciosos, no sé si por el embarazo o es que el coño de mi cuñada siempre había estado tan rico. De los labios pase al clítoris y de ahí a meterle un dedo en el coño. Entre gemidos y gemidos sujetaba mi cabeza y la empujaba contra su coñito. Tardó poco en correrse entre convulsiones con mi lengua y mi dedo dentro de ella.

 “Estás mejor?” le pregunte cuando me aparte de ella. “Ven, necesito más”, me dijo mientras se tumbaba boca arriba en el sofá y abría las piernas doblando las rodillas. “Necesito que entres e mi, no tienes ganas de conocer a tu sobrino?”. Esas últimas palabras hicieron que me pusiera más cachondo que en toda mi vida, la polla se me puso dura en dos segundos. Me coloqué sobre ella, entre sus piernas y metí mi capullo en su coño aún con restos de su corrida. “Con cuidado ahora que no se asuste el crío”. Poco a poco fui entrando y saliendo de ella hasta que al quinto o sexto movimiento ya tenía toda la polla dentro. “Tu sobrino va a creer que eres su padre”. Empecé a bombear con ganas esperando que ella me pidiera que fuera más despacio. “Fóllame más, necesito más”, me pedía entre gemidos. Y así lo hice, en poco tiempo nos olvidamos de crío y estábamos follando como perros. Cada vez la embestía más fuerte, y ella con el coño cada vez más mojado me pedía más. A cada golpe sus tetas se movían debajo de su vestido. En poco tiempo sus gemidos pasaron a gritos y convulsiones del orgasmo. En ese momento noté como se tensaba mi polla preparada para derramar mi esperma.

 Ella se dio cuenta y apartándome de ella me dijo:” No, no te corras dentro de mi coño, eso acelera el parto”. Me quedé como atontado, pero ella reaccionó rápido poniéndose a cuatro patas en el sofá y ofreciéndome su culo. No me lo pensé y en unos segundos le levanté el vestido y sin miramientos la penetré el culo. Gritó de dolor y empezó a mover el culo como si quisiera ordeñarme. Y así fue. Tras unas embestidas descargué todo mi semen dentro de su culo. Seguí enculándola mientras que mi semen salía de su culo hasta que la polla se puso blanda dentro de ella. Ella se tumbó boca abajo y yo encima de ella la abracé durante unos minutos.

 Al levantarnos la ofrecí quedarse a dormir. Me dijo que sí que le apetecía dormir en nuestra casa y ver a su hermana por la mañana. Llamó a su casa para decirle a Iván que se quedaba a dormir con nosotros. No le puso pega. Le preparé la habitación de invitados mientras ella en el baño se lavaba los restos de mi semen y se limpiaba el vestido. La acompañe a su habitación y la dejé un pijama de su hermana. Uno con el cual habíamos pasado muy buenos momentos su hermana yo y que aún se le notaban algún resto de semen, como todos los pijamas de mi esposa. Se desnudó delante de mí con una sonrisa, se puso el pijama y se metió en la cama. Yo también me fui a mi dormitorio.

 A la mañana siguiente mi esposa se despertó antes me yo y acompaño a su hermana a su casa. Al volver, me despertó con una mamada estupenda que terminó con mi semen en su estómago. “Eso por ser tan amable con mi hermana, gracias cariño”.

 Cuarenta días después nació nuestro sobrino, un bebe muy sano. Después del parto mi mujer siguió yendo a casa de su hermana para ayudarla, y yo de vez en cuando a ver a su sobrino.

 Cuatro meses después del parto, fuimos una tarde a casa de mi cuñada. Pasamos casi toda la tarde con ella y con el bebe, ya que Iván estaba de viaje de trabajo. Al final de la tarde, mi esposa recibió una llamada del trabajo pidiéndola que fuera a una urgencia. Le dije que no se preocupara, que se llevara el coche y yo me iría después andando a casa. Se despidió de nosotros y se fue.

 Era la hora del pecho del bebé e Inés se metió en su habitación para darle el pecho mientras yo esperaba en el salón. Como en quince minutos entró en el salón y me dijo que el bebe se había quedado dormido después de comer. Desde el octavo mes de embarazo no había vuelto a tener contacto con mi cuñada más allá del trato familiar. Aunque es cierto que casi siempre que la veía me ponía caliente.

 Se sentó junto a mí en el sofá. Me dijo que hasta ahora no habíamos tenido la oportunidad de hablar de lo que pasó. Que había sido fantástico, pero que no estaba bien. Estaba descalza con un camisón corto de tirantes. Se notaba que no llevaba ropa interior. Con eso y con lo que le había aumentado el tamaño del pecho, le había un escote que permitía ver medio pecho. Yo tenía la polla a reventar dentro del pantalón. Le dije que estaba de acuerdo con ella, que lo pasado, pasado estaba. Ella quedo feliz y me dio un abrazo en señal de amistad. Al apretar sus pechos contra mi cuerpo pude ver como se le manchaba el camisón con la leche que salía de sus pechos.

 “Voy a beber algo, te traigo algo de la cocina?”. “No gracias”, le dije yo.

 Cuando estaba en la cocina me acerque por detrás a ella, estaba muy caliente y me apetecía volver a follármerla. Me saque la polla dura por el camino. Cuando entré me coloqué detrás de ella y antes de que le diera tiempo a girarse la apoyé de cara a la encimera. Ella no dijo nada. La levanté el camisón. Ella abrió sus piernas. La sujeté por las caderas y metí mi polla dentro de su coño. Empecé a follarla mientras ella me decía que aquello no estaba bien. La quité los tirantes dejando al aire sus tetas, que se movían cargadas de leche a cada embestida. Poco a poco comenzó a gemir y a pedir más,”Desde que la probé, he soñado con tu polla todas noches. Ven, vamos a la cama”.

 Me cogió de la mano y me llevó a su dormitorio. Me tumbó en la cama y se quitó la ropa. Tenía una figura estupenda después del parto. Unas tetas enormes y un coño delicioso. “Tengo muchas ganas de que me folles”, dijo mientras se sentaba sobre mi y se metía mi polla dentro de su coño. Poco a poco empezó a cabalgarme como una auténtica puta, gimiendo, gritando, moviendo su culo. Yo veía bambolearse sus tetas delante de mi cara. Cogí una y me la llevé a la boca. Con mis manos la apretaba mientras bebía de su leche. Mientras tragaba de una, la otra teta se puso a gotear leche que me manchaba el pecho. Estuve así hasta que la vacié la teta y cogí la otra. Terminé corriéndome dentro de su coño mientras bebía la leche de sus pechos.

 Cayó agotada sobre mi cuerpo. “te gusta la leche de mis pechos?”. “Está deliciosa”. “Pues cuando quieras te doy más”.  Se levantó y se puso de nuevo el camisón mientras yo me guardaba la polla. “Te a gustado llenarme el coño con tu leche?”.”Mucho, y si te he quedado embarazaba”. “No te preocupes, tu sobrino tampoco es hijo de Iván”.