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Un problema muy inusual 2: Lo que vino después

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Un problema muy inusual 2: Lo que vino después

Era una calurosa noche de agosto. El termómetro había subido casi diez grados en la última semana y este calor se hacía insoportable por las noches, sin casi poder dejar dormir. Añadido a esto mis repetidos sueños no hacían más que aumentar la temperatura de mi cuerpo.

Me desperté empapado sobre la cama. En mi cabeza todavía estaban las últimas imágenes de mi sueño. Diego y yo desnudos, abrazados en la cama, sudados por la actividad que habíamos practicado hacía un instante.

Desde que volví de mi extraña terapia, había soñado cada noche con el momento que había pasado con el guapo chico, imaginándonos de nuevo juntos, en la cama. Mi problema claro que estaba resuelto, pero yo no podía dejar de pensar en aquel día con él. A veces también soñaba con ella, la guapísima chica rubia, pero él era el que estaba en todos mis sueños.

Decidí relajarme y quitarme el calor del cuerpo con una ducha fría que esperaba que bajase mi gran erección. Me quité el pantalón y los mojados bóxers y les arrojé al cesto de la ropa sucia. Me metí en la ducha y noté como el agua helada bajaba por mi cuerpo y relajaba todos mis músculos.

Cuando acabé me sequé con la toalla, pero dejándome el pelo mojado. Todavía era temprano, por lo que decidí volver a la cama, pero esta vez sin ropa, a ver si así podía dormir.  

Pasaron rápidamente los días. Mis sueños eróticos habían desaparecido y yo había logrado olvidarme (no sin pesar) de aquella bonita experiencia. Hasta que un día, pasado un mes de la terapia, llamaron por teléfono.

-¿Está Marcos en casa? –preguntó una sensual voz masculina.

-Sí, soy yo. ¿Quién llama?

-Le llamo de la consulta del doctor, por su antiguo problema de erección.

-Pero señor, mi problema ya está solucionado –contesté sorprendido.- No he vuelto a tener ningún problema

-Es verdad, pero sería necesario que se hiciese una segunda revisión para asegurarnos del resultado obtenido.

-De acuerdo –contesté  al final- Dígame la hora a la que quiere que me pase por la consulta.

-No, esta vez sería mejor que le viéramos en su casa, para tratarle en un entorno conocido.

-Está bien. ¿Tiene mi dirección?

-Sí, está todo en su ficha. ¿Qué le parece esta tarde?

-Por mí bien. No hay ningún problema.

-De acuerdo. Allí estaré.

Me había sorprendido la llamada del médico después de tanto tiempo, pero no quería arriesgarme a que volviera mi extraño problema.

Y así fue, a las ocho de la tarde llamaron al portal. Abrí la puerta y esperé a que subiera. Sonó el timbre y abrí la puerta. Y allí estaba él, el hombre que había ocupado mis sueños ese mes.

-Buenas tardes.

-Buenas. Pasa por favor. –Le dije invitándole a pasar con la mano.

Pasó dentro y se quedó de pie en medio del salón. Yo cerré la puerta de la calle y me volví hacia él. Entonces me fijé en él. Iba vestido muy guapo, con unos pantalones vaqueros que le quedaban muy justos y un jersey de color blanco sin cuello que le resaltaba el bonito moreno.

-Siéntate. No te quedes ahí de pie.

Se sentó en un extremo del sofá y yo me senté en el otro.

-Pensé que vendría el doctor a verme.

-Sí…bueno…en realidad fui yo el que llamó. La verdad, desde el día de su extraña terapia, no he podido dejar de pensar en usted. Esto es muy raro, pues yo siempre he sido hetero y he tenido novia…

Se le cortó un poco la voz pero le dejé continuar explicándose sin decir ni una palabra.

-Como dije el día de la terapia, yo nunca había estado con un hombre, pero estar contigo fue especial y me gustó mucho.

-Lo sé estar con otro hombre así, es un poco raro. Yo tampoco había estado con ningún otro antes, pero lo que hicimos estuvo genial.

-Entonces…

Ahí le tembló otra vez la voz y decidí lanzarme yo. Me acerqué a él y tocándole en el cuello le besé. Él se sorprendió un poco al principio, pero luego se dejó llevar y me devolvió el beso con pasión, colocando una mano en mi pelo y la otra en mi brazo. Yo le atraje hacia a mí, haciendo que nuestros labios se juntaran más todavía.

-Vaya, eso deja muy claro todo ¿no?

-Supongo que sí.

Ninguno de los dos sabía que decir en ese momento, así que él rompió el silencio sacando otro tema.

-Veo que ahora estás más fuerte- me dijo apretándome el brazo.

-Sí. Cuando te vi, sentí envidia de tu espectacular cuerpo y he estado yendo al gimnasio este mes.

-Pero si antes estabas muy bien, no tenías nada que envidiarme. En cambio ahora…

-¿Qué?

-Estás impresionante tío.

-Bueno, no exageres.

Entonces tuvo lugar otro silencio en el que nos quedamos mirando fijamente el uno al otro, ansiosos. Decidí romper el silencio.

-Es tarde ya y está haciendo de noche. ¿Quieres quedarte a cenar conmigo? Tenía algo preparado y es suficiente para los dos.

-Genial –contestó él sin ocultar su entusiasmo.- Así hablaremos de nosotros.

Nos sentamos los dos a comer en la cocina, una ensalada que había preparado por la mañana y mientras fuimos hablando de nuestra vida. Me contó que tenía dos hermanos, uno pequeño y una hermana mayor. Yo le conté que era hijo único y que le envidiaba. Y hablando de estos temas triviales pasamos toda la cena.

-Estaba todo muy rico Miguel. Gracias por invitarme. –me dijo sonriendo.

-No era gran cosa, pero me alegro de que te hayas quedado conmigo –le devolví la sonrisa.

No sabía cómo, pero en poco tiempo ya actuamos con naturalidad como si siempre hubiera sido así. Y eso me encantó.

-¿Te importa que me dé una ducha? –me preguntó.- Hace mucho calor.

-Sin problema.

Le indiqué donde estaba el baño y fue hacia allí, pero a mitad de camino se paró y se volvió hacia mí.

-¿Te apetece ducharte conmigo?

-Claro –contesté encantado mientras ya iba a donde estaba él.

Sin decir nada y antes de entrar en el baño le besé y él me devolvió el beso mientras nuestras lenguas se encontraban a medio camino. Sin dejar de besarnos entramos en el baño y apresuradamente le quité el jersey y él a mí, la camiseta ajustada.

Le empujé contra la pared de la ducha con mis labios sobre los suyos. Bajé mis manos por su cuerpo hasta su entrepierna. Él hizo lo mismo conmigo y empezó a quitarme el pantalón rápidamente, mientras bajaba por mi cuerpo con sus labios, parándose a lamer mis pezones. Yo me estremecía de placer y no pude aguantar más y me quite mis calzoncillos y pase a bajarle a él los pantalones y los calzoncillos.

Como ya estábamos los dos desnudos encendí la ducha y mientras nos caía el agua helada encima empecé a hacer lo mismo que él, recorriendo su cuerpo con mi lengua, parándome mucho rato en los pezones y más abajo en su gran y tiesa polla.

Él empezó a gemir de placer, mientras apoyaba su espalda en la pared. Yo estaba arrodillado delante de él, pero me levanté y le besé, obligándole a darse la vuelta y quedar yo de espalda a la pared. Él bajó por mi cuerpo hasta encontrarse con mi polla. Empezó a chuparla y también a lamerme los huevos, haciéndome estremecer.

Decidí que ya era hora de empezar y le hice subir a mi altura besándole tiernamente la boca.

-¿Estás listo? –le pregunté.

-Sí –contestó él no muy convencido.

-No te preocupes, intentaré no hacerte daño. Será como la última vez.

Y volví a besarle, esta vez sin contener la fuerza del beso. Bajé hasta su culo y empecé a lamerle el agujero, dilatándoselo a la vez con un dedo, luego con dos y después con tres. Cuando vi que ya estaba listo me puse de pie y me acerqué mucho a él, por detrás. Con mi boca busqué su boca y mientras nos fundíamos en aquel beso empecé a metérsela poco a poco, intentando no hacerle daño. Primero fue solo la punta, pero poco entro hasta el final mientras él soltó un grito de dolor.

A mí no me gustaba verle sufrir, pero sabía, también por propia experiencia, que si aguantaba, después sentiría un gran placer. Así que empecé con un lento mete saca hasta que vi que Diego no gritaba de dolor, sino que gemía de placer y que se movía al ritmo de mis embestidas. Entonces comencé a hacerlo más rápido, empujándole con más fuerza contra la pared. Él estaba agachado y agarrado a la pared de la ducha. Yo le había cogido de las caderas para ayudarme con el movimiento.

-¿Qué te parece si vamos a mi habitación? –le dije acercándome a su cara mientras seguía dentro  de él.- Allí estaremos más cómodos.

-Perfecto.

Salí del cuerpo de Diego, todavía muy caliente. Cerré el agua de la ducha y le empujé fuera de allí, besándole mientras le llevaba a mi gran cama negra. Él se tumbó de espaldas y yo me subí encima de él besándole en la boca y acariciándole el pelo con una mano y el duro pecho con la otra.

Pero él no pudo esperar más en tenerme y empezó a hacer lo mismo que yo en la ducha. Taladró mi agujero con su lengua, mientras yo que estaba ahora a cuatro patas, me retorcía de placer. Luego le dilató hasta que estuvo preparado para su polla. Él la metió poco a poco, besándome en los labios para disminuir mi dolor.

Cuando entró entera sentí mucho dolor, pero esperé a que se marchara. Diego empezó con sus embestidas cogiéndome fuertemente por la cadera. Al mismo tiempo yo empecé a masturbarme rápidamente para sentir aún más placer. Él me besó otra vez, pero justo después empezó a hacerlo mucho más rápido.

-Me voy a correr. –medio gritó.

-Yo también.

Después de un grito de placer de ambos, noté como se vaciaba dentro de mi culo. Yo me vine casi a la vez que él, manchando las sábanas negras con el blanco líquido. Diego salió de mi culo y buscó mi boca con ansia. Yo me tumbé boca arriba en la cama mientras él se apoyaba en mi musculoso pecho. Bajé la mirada y por un tiempo nos quedamos mirándonos el uno al otro. Le besé dulcemente en su boca, mientras le acariciaba el pelo y el cuerpo con mis manos. Él se agarró a mí en lo que duró el beso.

-¿Sabes?, nunca me había sentido así con nadie –le dije al oído.

-Ni yo.

Hubo otro silencio en el que nos quedamos mirándonos a la cara.

-Miguel, eres perfecto. Te amo.

-Y yo a ti, Diego. Eres mi primer chico y espero que durante mucho tiempo.

-¿Me estás proponiendo algo? –me preguntó mientras se levantaba sobre mi pecho.

-Ya nos conocemos muy bien, mejor que otras parejas. Sé que suena algo precipitado, pero es que para mí no hay nadie mejor. Desde que estuve contigo soñé muchas veces con ese momento esperando que se repitiera.

-Pensé que te habías olvidado de mí.

-¡Cómo para olvidarme de ti! –le solté. Hice una pequeña pausa y continué.- No tengo miedo a ser gay y me gustaría estar contigo, ¿qué me dices?

-Por supuesto, ya lo eres todo para mí.

Y entonces nos unimos de nuevo en un dulce beso. El primero de muchos que vendrían.