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La unión

en Gays

Salí al patio de atrás de la casa y fui directo a la cabaña en la que había estado antes con él. Y allí estaba él, a la puerta, sentado con la cabeza entre las manos.

– David…  – empecé a decir.

– ¿Por qué Will? – me dijo él sin levantar la cabeza, con un tono de tristeza que me rompía el corazón. – Pensé que…

Oí un pequeño sollozo y me acerqué a él, poniéndome en cuclillas en frente de él.

– Vete, por favor – me dijo levantando un poco la cabeza.

Entonces le vi el surco de lágrimas en sus mejillas y no pude evitar ponerme de rodillas e inclinarme a secárselas con la mano. Pero él me apartó de un empujón que me hizo caerme.

– David, déjame explicarte por favor…

Él se levantó, sin dejarme terminar lo que había empezado a decirle, y entonces se volvió hacia el otro lado. Yo también me puse de pie y, sin dejarle desasirse, le cogí de los brazos y le miré a los ojos. Entonces me di cuenta de que tenía frío.

– David Smith, te quiero. Eres la persona más especial que he conocido nunca y no hay nadie a quien prefiera antes que a ti.

Él me miró con cara de sorpresa.

– Fue Laura, la chica, la que se echó encima de mí. Para mí, tú eres la persona más especial que he conocido nunca, David. No hay nadie a quien prefiera antes que a ti.

Pero él seguía sin decirme nada, solo me miraba fijamente, con una expresión que me resultó indescifrable.

– No sé que más decirte para hacerte ver que eres tú el único en mi vida y en mi corazón. No sé cómo demostrarte que aunque solo nos conozcamos desde hace unos días, ya no podría imaginarme el día a día sin ti. David, por favor, sabes que no soy así. Tienes que saber que yo te quiero y nunca podría hacerte una cosa así.

Y ya no pude más y me derrumbé encima de su hombro, con las lágrimas al borde de los ojos. Le abracé, temiendo que todo terminara mal.

– ¿Will? – contestó después de unos segundos que se me hicieron eternos – ¿Has dicho que me querías?

Yo levanté la cabeza y le miré a los ojos.

– Claro que te quiero David. Te has convertido en lo más importante para mí – le dije en voz baja y algo quebrada por la emoción.

Entonces él se lanzó sobre mí y me besó apasionadamente, empujándonos hasta chocar con la pared de la cabaña. Noté sus manos en mi cuello y en mi cintura, acariciándome con ternura, pero a la vez con ganas de explorar mi cuerpo. Aquel era un beso de pasión, en el que los dos nos entregábamos completamente al otro, sin ningún miedo.

Pasé mis dedos por su pecho y poco a poco fui recorriendo cada línea de su musculado torso hasta llegar a la cintura. Coloqué una mano en su culo y le atraje más a mí. Nos miramos por un momento y vi cómo se mordía levemente el labio y un brillo de emoción aparecía en sus ojos.

– Pasemos dentro – me susurró al oído, cogiéndome de la mano.

Abrió la puerta y tiró de mí hasta que estuvimos en el interior. Miré a mi alrededor. Todo estaba prácticamente igual que el otro día.

– ¿Quieres que sea aquí? – le pregunté agarrándole de la cintura.

Él me miró y antes de contestar nada se lanzó a mis labios, pasando los brazos por detrás de mi cuello.

– No puedo esperar más para estar contigo – me contestó mirándome con una sonrisa.

Yo miré sus preciosos ojos marrones y me di cuenta de que me daba igual el lugar en que nos uniéramos por primera vez. Entonces no pude evitar lanzarme a sus brazos y, al igual que había hecho él antes, recorrer con mis labios cada línea de su cuello, bajar por su clavícula, acariciar sus músculos.

Nos movimos hacia el centro de la habitación, sin despegar apenas nuestros labios, como si la mera separación de nuestros cuerpos, apenas unos centímetros, nos fuera insoportable. Levanté la cabeza un momento y entonces tomé la iniciativa empezando a levantar su camiseta. Él bajó los labios y comenzó a recorrer mi cuello con ellos, siguiendo la línea de la clavícula. Sentía sus manos en mis hombros y en mi espalda,  y cómo sus dedos me acariciaban la columna y bajaban hasta el culo.

Yo seguí moviendo mis manos hacia arriba, subiendo más hasta dejar a la vista sus esculpidos abdominales. Noté sus dedos en el cuello de mi camisa y como iba desabrochando muy despacio cada uno de los botones. Cuando la abrió del todo, dejé que me resbalara por los brazos hasta caer al suelo, subí su camiseta por encima de los brazos y la arrojé a un lado, quedándonos ambos desnudos de cintura para arriba. Nos besamos intensamente y entonces nos separamos y nos miramos.

– Adoro tu cuerpo – me susurró tras un pequeño suspiro, mientras volvía a acercarse y me acariciaba el pecho y el abdomen con los dedos de una forma que me hacía estremecer.

Nunca había pensado en que alguien con una sonrisa, una caricia, un beso, me hiciera sentir cosas tan intensas como las que me provocaba él. En ese momento en mi mente solo estaba David, su cuerpo, su personalidad, todo él inundaba mi pensamiento.

– Tú sí que me vuelves loco – le contesté al tiempo que le acariciaba la cara. 

Entonces Dave se volvió y se tumbó sobre las grandes y sedosas mantas que había colocadas en el suelo y en las que no había reparado al entrar en la cabaña. Lo que al principio parecía un plan improvisado, resultaba que David lo había preparado todo para nosotros. Las mantas, el fuego, los condones sobre la chimenea, ahora veía todo lo que había colocado para nosotros.

Le miré a los ojos, incrédulo, y él sonrió, atrayéndome hacia él. Yo me subí encima de él a horcajadas, retomando mi recorrido por su cuerpo. Jugué con sus pezones utilizando mi lengua y notando como se estremecía bajo aquella placentera sensación. Le miré por un momento con una sonrisa y seguí hacia abajo, besando cada uno de sus marcados abdominales hasta llegar a su pantalón.

Entonces fue él el que me agarró con suavidad por detrás del cuello hasta llevarme a la altura de sus labios. Noté sus manos desabrochando los botones de mi pantalón y yo hice lo mismo con el suyo. Giramos hacia un lado hasta quedar él encima de mí. Se retiró hacia un lado un momento para quitarnos los pantalones a los dos de un par de tirones, quedando los dos en bóxers.

Volvió a colocarse encima de mí y empezó a moverse arriba y abajo muy despacio, restregándose sobre mí, mientras me besaba. Yo aproveché para tocar su musculosa espalda, y bajar por ella con mis dedos, hasta meter la mano por debajo de su calzoncillo y agarrarme a su culo. Él puso sus manos entre los dos y empezó a tocarme el ya abultado paquete, por encima de la ropa. Yo no pude aguantar más y le bajé los calzoncillos hasta dejar libre su culo y cómo su polla saltaba fuera de ellos, ya en erección, directamente hacia mí.

Se movió un poco a un lado y se los quitó por completo, y luego pasó a los míos, como había hecho con los pantalones. También nos sacó los calcetines y quedamos completamente desnudos. Entonces me incorporé hasta quedar de rodillas y le atraje con el brazo, hasta que volvimos a unirnos por los labios y nuestras pollas chocaron entre sí y contra el cuerpo del otro.

Miramos hacia abajo y cuando volvimos a encontrar la mirada del otro sonreímos. Físicamente éramos muy parecidos, altos y musculosos, de pelo un poco rizado y con poco vello corporal. Pero además de todo esto, al ver nuestros penes, el uno al lado del otro, nos dimos cuenta de que también coincidíamos en eso. Los dos medían casi exactamente lo mismo, unos quince centímetros, ambos sin circuncidar.

– Somos tan iguales – le dije mientras posaba una mano en su pecho.

– Es por eso que debemos estar juntos – me contestó antes de besarme.

Los agarramos, casi a la vez, como si estuviéramos pensando lo mismo, moviendo nuestras manos de delante a atrás, haciéndonos soltar pequeños gemidos.

– Hagámoslo juntos la primera vez – le dije, contestando a su pregunta no formulada.

Me tumbé de lado en el suelo, esperando que él lo hiciera en la posición contraria a la mía. Quedamos el uno frente a la polla del otro, solo a unos centímetros de la cara. Iba a ser la primera vez que iba a tener una en mi boca, pero no me asustaba siempre que fuera con David. Y podía notar como él sentía lo mismo que yo y que quería complacerme como yo quería hacerlo con él.

Entonces me acerqué a él y esperando unos segundos la cogí con la mano y retiré el prepucio hacia atrás. Pude sentir cómo hacía lo mismo y se la metía en la boca, por lo que yo le imité. Al instante noté el característico olor a hombre y un poco a sudor, un sabor indescriptible, pero para nada desagradable. Poco a poco fui metiéndomela en la boca y, despacio, empecé a jugar con ella. Lamí la punta un poco, después el tronco, y entonces empecé a chuparla moviendo mi cabeza adelante y atrás. Él hacía lo mismo con la mía, masajeando mis testículos con una mano, mientras usaba la otra para ayudar al movimiento.

Los dos gemíamos del placer que nos proporcionaba el otro, y seguíamos saboreando la polla del otro, como si lo hiciéramos con la nuestra. Y el parecido entre ellas no hacía más que acentuar la sensación. Seguimos recorriendo al otro, intentando darle mayor placer. Pero cuando sentí unas pequeñas contracciones en David, decidí retirarme un poco, ya que no quería que acabáramos tan pronto. Él hizo lo mismo y sentándonos, volvimos a besarnos y a abrazarnos, mezclando los sabores de nuestros cuerpos.

– ¿Te ha gustado? – le pregunté dudando, mientras le rodeaba con un brazo.

– Ha sido fantástico Will. –  me contestó con una sonrisa, acariciándome el otro brazo. – Pero quiero seguir adelante. Necesito estar más cerca de ti.

Y entonces fui yo el que me lancé y empujándole al suelo de espaldas, empecé a besarle mientras intentaba introducir uno de mis dedos en su culo. Vi como él ponía cara de dolor, por lo que seguí besándole, mientras le abrazaba y, como si lo hubiera hecho más veces, acerqué mi cara a su culo y empecé a lamerlo para intentar dilatarlo. David lo tenía rasurado, sin ningún pelo, y no me costó pasar mi lengua sobre su agujero, haciéndole soltar unos pequeños gemidos. Eché algo de saliva y volví a intentar meter un dedo. Este entró sin problemas, por lo que lo intenté con un segundo, que aunque costó, también pasó. Pasé la lengua un poco más, echando más saliva, y entonces probé con tres a la vez, que entraron bien.

Entonces, como si me leyera el pensamiento, él se movió y se levantó a coger una caja de condones y un bote de lubricante que había encima de la chimenea. Se colocó a mi lado otra vez y, con un rápido movimiento abrió el preservativo y me lo fue colocando despacio, mirándome todo el tiempo, con una sonrisa pícara.

– David, si quieres dejarlo aquí, no hay problema – le dije mientras le acariciaba la cara, – tenerte así ya es más de lo que nunca podría haber soñado.

Él me miró, negando con la cabeza, pero con una gran sonrisa en la cara, y los ojos llenos de ternura.

– Will, si es contigo no tengo ningún miedo – me dijo antes de robarme un beso – Es lo que más deseo.

Después se acercó y echó una gran cantidad de lubricante encima. Cuando acabó, me miró a los ojos, muy serio y me hizo tumbarme de espaldas sobre las mantas. Poco a poco se fue colocando encima de mí, de cuclillas, de forma que únicamente se metía la punta de mi polla. Yo nunca había sentido un placer como aquel y quise que él siguiera bajando, pero al verle la cara de dolor, dejé que él fuera el que marcara el ritmo y se acostumbrara a mí. Empecé a acariciarle el pecho y la espalda y a mirarle con una sonrisa. Esto pareció darle fuerzas y muy lentamente fue bajando hasta que mi polla estuvo completamente dentro de él. Yo empecé a pajearle, para hacerle sentir más placer que el dolor que pudiera sentir.

Le miré interrogante, con la preocupación marcada en mi rostro. Entonces él se inclinó hacia mí y me besó con urgencia, como ansiando estar más cerca el uno del otro y diciéndome de esta forma que quería seguir. Empezó a subir y a bajar encima de mí, lentamente al principio, pero más rápido a medida que se encontraba más cómodo. Yo le acompañaba con pequeños movimientos de cadera y seguía recorriendo su cuerpo con los dedos. Él volvió a inclinarse hacia mí y también empezó a acariciarme mientras seguía moviéndose. Cada centímetro de mi cuerpo estallaba de placer ante el contacto con su cuerpo.

– Es increíble esta sensación – le dije dándole un beso.

Entonces él se levantó y se tumbó en el sofá boca arriba, invitándome a colocarme detrás. Le cogí de las piernas y me puse más cerca, hasta poder colocar mi polla en la entrada de su agujero. Él se movió un poco hasta alcanzar un cojín y se le puso debajo de la espalda para estar más cómodo. Le miré a los ojos, todavía algo preocupado por él, pero al ver que me sonríe empiezo a metérsela poco a poco.

– Sigue Will – me dijo buscando mis labios con los suyos – quiero sentirte más dentro de mí.

Me acerqué más a él mientras empezaba con un mete saca más rápido y pasaba mis dedos por su cuerpo. Jugué con sus pezones, recorrí cada uno de sus marcados abdominales hasta llegar a su polla. Empecé a masturbarle de nuevo, como si me lo hiciera a mí mismo, acompasando mis embestidas. Vi cómo él echaba la cabeza hacia atrás y gemía cada vez más alto.

Entonces puse mis manos en su cintura y le agarré más fuerte para ayudarme en el movimiento. Dave abrió un poco más las piernas y empezó a moverse al ritmo, haciendo que me estremeciera de placer. Su mirada de deseo hizo que acelerara un poco más, hasta notar cómo se aproximaba el momento del clímax. Él también parecía notarlo, por lo que empezó a menear el culo y a apretarle contra mi polla. Los dos gritamos frenéticos de placer, llegando al final.

Me eché sobre él hasta besarle, todavía estando en su interior y quedándonos unos instantes esa posición para disfrutar del grandioso momento. Entonces me retiré un poco y me saqué el preservativo. Y él me abrazó y tiró de mí hasta quedar tumbados en el sofá, el uno encima del otro. Le miré con una sonrisa y me acerqué un poco más hasta besarle intensamente en los labios. Acaricié su rostro, sus hombros, su pecho… no podía dejar de mover mis manos por el cuerpo del hombre que me volvía loco.

– Ha sido genial – le dije con una sonrisa, acariciándole el pecho.

– Espectacular – me contestó con una pequeña risa mientras me acariciaba la mejilla con la punta de los dedos. – Will, eres todo lo que necesito.

Nos besamos con pasión, y giramos hacia un lado hasta que él se colocó encima de mí, con su cabeza en mi pecho. Yo le abracé y le apreté contra mí. En poco tiempo, David se había convertido en la persona más importante para mí y quería estar lo más cerca posible de él y no separarnos nunca.

Pasaron los minutos y nuestras respiraciones se volviendo más regulares, pero como nuestro calor, nuestro deseo por el cuerpo del otro, seguí estando ahí decidí dar el siguiente paso.

– David, – comencé a decirle mientras tocaba su musculosa espalda – quiero sentir yo ahora lo mismo que has sentido tú. Y que tú disfrutes tanto como lo he hecho yo.

Me miró con una sonrisa y asintió. Noté sus labios encima de los míos y sus manos recorriendo mi pecho. Empezó a bajar por mi cuerpo, recorriéndome el pecho, jugando con la lengua con mis pezones, besando cada uno de mis abdominales. Cada beso suyo me hacía estremecer y no podía esperar a que continuase moviéndose.

Él me volvió a mirar con una sonrisa y, entonces, bajó la cabeza hacia mi polla, que ya estaba en erección, y empezó a metérsela en la boca, tal y como había hecho antes. Fue despacio, pasando la lengua suavemente y ayudándose de una mano, mientras con la otra intentaba meter uno de sus dedos en mi culo. Yo gemí un poco quejándome, pero enseguida él siguió chupándomela, metiéndosela casi entera en la boca para darme mayor placer y que me olvidase del dolor. Cuando logró meter el primer dedo, Dave me agarró del culo y, haciéndome levantar un poco las piernas, acercó un poco su cara y empezó a lamérmelo. Notaba los movimientos de su lengua, recorriendo mi agujero y de vez en cuando intentando penetrarlo con ella. Era una sensación maravillosa que hizo que me relajara y que dilatara un poco más. Sentí su saliva encima y cómo se ayudaba de los dedos para que mi ano se abriera más y el dolor fuera desapareciendo. Intentó meter dos dedos y estos entraron sin ningún problema.

– ¿Te duele mucho Will? – me dijo mientras subía hasta ponerse a mi altura y me daba unos suaves besitos en el cuello y volvía a masturbarme.

Estaba yendo muy despacio, aún más que cuando se lo había hecho yo. Y por ello, apenas sentía algo de dolor cada vez que movía sus dedos dentro de mí. Se preocupaba mucho por mí y, al verle de esa manera, tan cuidadoso y cariñoso conmigo, no podía evitar quererle más de lo que lo hacía y animarle a que siguiese adelante.

– Tranquilo mi amor – le contesté mientras volvía a subir las piernas, invitándole a continuar.

David fue metiendo poco a poco tres dedos y aunque le costó un poco más, apenas noté algo de dolor. Y, estando ya preparado y algo ansioso por seguir adelante, alcancé un preservativo y, como había hecho él antes, se lo coloqué despacio, mirándole en todo momento, mientras él me acariciaba el cuerpo con cariño. Después se echó una generosa cantidad de lubricante en su polla y también noté el frío líquido en mi agujero, y cómo movía un poco sus dedos, intentando dilatarme un poco más.

Entonces yo me giré y me tumbé boca abajo encima de las mantas del suelo, poniéndome un cojín en el estómago para estar más cómodo. Él se acercó por detrás a mí y me besó intensamente mientras empezaba a meter la punta muy despacio, parando cuando estuvo dentro para que me acostumbrara al dolor. Siguió con sus besos y sus caricias por mi pecho, mientras iba entrando más dentro de mí. Yo no pude ahogar un pequeño gemido de dolor que salió de mi garganta cuando la metió entera, y él, viendo esto, paró un momento y dejó que me acostumbrara a la sensación.

Lentamente empezó a moverse adelante y atrás, causando en mí un millar de sensaciones placenteras que hicieron que mis gemidos de dolor fueran sustituidos por unos de placer. Él subió un poco el cuerpo y comenzó a moverse más deprisa, agarrándome de la cintura para ayudarse. Yo también me levanté un poco para poder agarrarme la polla y empezar a meneármela con fuerza para gozar el doble. Sus embestidas eran cada vez más fuertes y rápidas, y yo cada vez sentía una sensación mayor de placer, que no se podía comparar con nada que hubiera sentido antes.

– Cambiemos de posición – le dije yo entonces, notando que los dos nos acercábamos al final – no quiero que acabemos demasiado rápido.

David me dejó moverme y se levantó.

– ¿Quieres que probemos algo más? – me susurró al oído cogiendo mi polla y moviéndola despacio. – Sé que es nuestra primera vez, pero quiero que sea algo especial.

Yo le besé como respuesta y le dejé hacer a él. Vi cómo se colocaba de lado en el suelo y me invitaba a colocarme delante de él. Adiviné lo que quería y me acomodé justo a su lado, siguiendo sus curvas, acomodándome a su cuerpo. Entonces él comenzó a introducirse dentro de mí, poco a poco y cogiéndome de una pierna, para facilitar los movimientos. No era una postura muy cómoda, tenía razón, pero estar tan unidos hacía que mereciese mucho la pena.

Ahora sus movimientos no eran tan cuidadosos, y se movía más rápido, logrando, en esa posición, una penetración mucho más profunda y placentera. Los dos gemíamos de placer, mientras tocábamos el cuerpo del otro y nos movíamos de forma acompasada. David empezó a masturbarme con una mano mientras me acariciaba con la otra, dejando en mi cuerpo como electricidad por donde avanzaban sus dedos. Sus besos, sus caricias, nuestros cuerpos entrelazados, todo era perfecto.  

Cuando él notó que íbamos a llegar al final, se movió y se tumbó a mi lado quitándose el condón. Yo me volví y nos miramos. Empezamos a masturbarnos con fuerza mientras con la otra mano recorríamos el cuerpo del otro. Y, al llegar al orgasmo, nos acercamos más, hasta besarnos, callando nuestros gritos de placer.

– ¿Te ha gustado David? – le pregunté yo mientras le acariciaba el pecho y le pellizcaba ligeramente los pezones.

Él me miró fijamente y se tumbó encima de mí, con la cabeza en mi pecho y el brazo sobre mis abdominales. Yo le abracé automáticamente, pasando mi brazo por encima.

– Ha sido lo mejor de mi vida. –  me contestó pegándose más a mí. – Will, tú eres lo mejor de mi vida. Te amo más que a nadie.

– Tú ya lo eres todo para mí – le susurré al oído.

Y entonces, demasiado cansados como para movernos o incluso para decir nada más, poco a poco nos fuimos quedando dormidos, con nuestros fluidos mezclados encima de nuestros musculosos cuerpos entrelazados. Aquella fue la mejor noche de mi vida. Los dos nos habíamos entregado al otro completamente, y nos habíamos demostrado todo el amor que sentíamos.

Dormimos tranquilos hasta tarde, sin apenas sueños, cansados y felices. Cuando los primeros rayos de luz entraron por la ventana abrí los ojos lentamente, dejando que se acostumbraran al sol de la mañana. En mi mente se sucedían las imágenes de la noche anterior, de nuestra primera noche juntos. Le miré a él, tumbado a mi lado, abrazado a mí, en la misma posición en la que nos habíamos quedado dormidos. Los dos desnudos y apenas tapados hasta la cintura por una manta. Sonreí. Hacía muy poco que le conocía y que habíamos hablado por primera vez y, ahora, ya estábamos durmiendo en la misma cama, juntos y desnudos. Había sido la primera vez que dormía con alguien de esa forma, y la sensación era inigualable.

Cuando le estaba mirando, no pude apartar la vista de su escultural cuerpo y acariciarlo suavemente. Esto le despertó y él, como si fuera normal, me abrazo más fuerte y sonrío. Fue abriendo los ojos muy despacio. Aquellos ojos de color avellana que me volvían loco y que se habían tornado algo más claro por la luz de la mañana. Tenía el pelo algo revuelto, con los rizos un poco aplastados en la zona en la que estaba apoyado en mí.

– Buenos días mi amor – me dijo muy bajito mientras movía levemente su mano por mi cintura.

Entonces subió la cabeza hasta ponerse a mi altura y posó suavemente sus labios en los míos, acariciando mi pelo con los dedos, haciéndome recordar la primera vez que nos habíamos besado. Era una situación muy diferente, sin embargo el sentimiento de atracción, de amor, que entonces no pude identificar, era el mismo.

– Feliz cumpleaños – me susurró al oído mientras volvía a colocarse encima de mí y me abrazaba.

Yo le acaricié el pelo, la nuca, la espalada… Todo en él era perfecto. Adoraba cada parte de su cuerpo y de su mente. Y ahora me daba cuenta de que todo ello era solo mío. Y yo, todo mi ser, le pertenecía a él. Los dos nos habíamos entregado al otro completamente. Y nada podía hacerme más feliz que haberlo hecho con la persona más maravillosa que podía haber deseado.