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Paola, Infiel por Venganza. Entrega 1.

en Hetero: Infidelidad

Entrega I

Paola estaba casi lista, su vestido nuevo realzaba su figura como si fuera su segunda piel. En realidad, lo único que la demoraba era que no terminaba de admirarse frente al espejo de su dormitorio. Y no podía ser para menos, pues esa noche debía ser la mujer más bella de la fiesta. Su marido Juan Pablo, le había asegurado que este evento era muy importante en su carrera por convertirse en socio del bufete de abogados para el que trabajaba; y le había pedido que no reparara en gastos para ser el centro de las miradas de todos esa noche. Ella se lo había tomado en serio.

Pero no había sido fácil; para lograr verse así, se complico bastante más de la cuenta. De su cuerpo no hubo que preocuparse pues era una asidua alumna del gimnasio de su tío. Así que básicamente se preocupo de su bronceado y de que iba a usar. Para el bronceado le bastaron unas cuantas sesiones de solárium para adquirir un exquisito tono acaramelado. En cuanto a la ropa fue algo mas complicado. Como toda mujer le costo decidirse por el vestido, no por la misma razón que le cuesta elegir  a la mayoría de las mujeres “todo me queda mal”, sino porque a ella ¡todo le quedaba muy bien!. Su casi metro ochenta de estatura se levantaba como una escultura de curvas perfectas, sus piernas eran largas y contorneadas, su trasero perfectamente formado y firme, su cintura muy fina y estilizada y sus pechos generosos, redondos y tersos parecían salidos de la consulta de un cirujano. No, no era su cuerpo lo que le preocupaba, sino el vestido perfecto.

No sabía si usar un vestido corto o largo, ajustado u holgado, de colores fuertes o apagados, con brillo u opaco, osado o reservado. Paso dos días buscando en todas las tiendas de la ciudad, todo le convencía, pero no lo suficiente. Ya casi se había dado por vencida cuando decidió pasar al barrio San Esteban.

San Esteban era un barrio de negocios de importación. Tiendas con precios muy bajos que eran frecuentadas por el común de la gente y por las clases bajas de la ciudad. Juan Pablo, con lo clasista y engreído que era, le había prohibido ir por esos lugares. Sin embargo, Paola conocía el barrio de los tiempos en que era estudiante y, dado que las demás tiendas no la habían ayudado, decidió probar suerte. De todas formas, Juan Pablo no tenía porque saberlo.

Llego a eso de las tres de la tarde. Camino por múltiples galerías y visito decenas de locales, pero ya eran casi las seis y no había tenido mejor suerte que antes. El único cambio que había sentido eran las miradas a su alrededor. Muchos hombres la miraban y algunos con descaro, incluso algunos piropos le habían dicho. Se dio cuenta que aquel barrio no solía recibir a mujeres tan bellas y atractivas como ella. En los lugares que frecuentaba comúnmente no la miraban menos, pero por lo menos eran caballeros mucho mas disimulados. Sin embargo, la situación no la incomodo demasiado, siguió buscando su vestido ideal pensando que la miraran lo que quisieran pues ella solo era de su marido. “Tomen las migajas, que solo Juan Pablo se alimenta de esta carne” pensó orgullosa, y no pudo evitar sonreír al darse cuenta que ese tipo de comentarios eran típicos del adorable pero siempre altanero de su marido. Recordó que precisamente esta forma de ser había significado cierta traba al comienzo de su relación. Los malos tratos que, su entonces novio, descargaba sobre personas humildes o de mal ver, a ella solían molestarle y provocar discusiones y distanciamientos.

Ya se estaba yendo, decepcionada,  cuando vio una tienda nueva en el entrepiso donde solían haber solo sexshop. En la vitrina había dos vestidos que llamaron su atención y decidió acercarse. Cuando subió las escaleras se dio cuenta que para llegar debía cruzar frente a varios negocios dedicados al sexo. Esto la incomodo bastante, pues junto a la baranda que daba a la galería había dos tipos que ya habían clavado sus miradas sobre ella. “No seas necia” pensó, de todas formas sabia que no había nada que temer, si bien era un barrio popular no era peligroso. Lo que la incomodaba era pasar cerca de tiendas dedicadas a vender juguetes eróticos, ropa interior pensada para subir los ánimos y DVDs pornográficos.

Siguió caminando ignorando el silbido que dejo escapar uno de los hombres que la admiraba. Llego frente a la tienda y se dio cuenta que no solo vendía vestidos de noche o de fiesta sino que también ropa interior de encajes y uno que otro juguete sexual. Junto a los vestidos que le interesaban había en vitrina sendos falos de goma que desviaron su atención por unos momentos.

Se cuestiono si era correcto que una mujer decente entrase a una tienda como esa. Se moriría de vergüenza si algún conocido la viera entrar o salir de un antro así. Sin embargo, los vestidos realmente eran llamativos, muy diferentes a lo que había visto antes. Uno era corto y de tela elasticada que le parecía muy sexy, rojo y anudado a la espalda. El otro era un vestido largo mora crema con un tajo hasta muy arriba, de tela ligera que caía elegantemente sobre las contorneadas formas del maniquí. Miro a su alrededor. Los únicos que la miraban eran los tipos que le habían silbado, simples desconocidos que no volverían a verla en su vida. ―¡Al diablo!― pensó y entró.

Era un lujar algo oscuro, propicio para el negocio que parecía ser su fuerte. Había un tipo mirando unas películas xxx tan distraído en tratar de elegir alguna, que no se percato que tremenda mujer pasaba a unos metros de él. Al fondo, detrás de un mesón, un viejo de barba ojeaba una playboy. El sonido de los tacos de Paola hizo que el tipo despabilara. Se paro de inmediato, no media más de un metro setenta por lo que debía elevar su mirada a los ojos de la joven.

Ella noto como los ojos del viejo la recorrieron en una fracción de segundo, sintió algo extraño, cierta incomodidad que a la vez no era desagradable. Al recordarlo luego no sabría explicarlo, pero fuera lo que fuera no le hizo dar vuelta atrás. Se sentía como una tonta cada vez que sentía ganas de salir corriendo de ahí. Se le ocurrió que la protección de su buena vida la habían vuelto temerosa.

―En qué puedo ayudarla Señorita― pregunto amablemente el locatario.

―Pues verá, me gustaría me dijera donde están los vestidos que tiene en vitrina… el rojo y el morado―dijo Paola mientras señalaba los maniquís.

―Los tengo en bodega. Llegaron hace poco y no les he dado un espacio en las estanterías― El viejo la miraba intermitentemente entre sus ojos y sus pechos.

Paola se sintió extraña, esa sensación de inseguridad y de exposición descompensaban su carácter. Sin embargo, el tono amable, inconsecuente con las lascivas miradas del viejo, de alguna forma la tranquilizo. En su interior sabia que ese hombre era como cualquier otro, y que ella provocaba esas reacciones en el sexo opuesto. De pronto sintió hasta compasión del pobre viejo al darse cuenta que nunca podría dar rienda suelta a sus instintos con una mujer como ella.

―Vienen en tallas estándar europeas, creo que la talla del maniquí le vendría a la perfección― dijo el vendedor y sin esperar respuesta, se dirigió a una puerta tras el mesón.

Paola se quedo pensando en lo que había dicho el tipo, “la talla del maniquí le vendría a la perfección”. Ese tipo de maniquís eran especiales para lucir ropa interior y trajes eróticos. No eran planos como los de las tiendas comunes y corrientes, sino que voluptuosos y contorneados. Sonrió al darse cuenta que había tomado la curiosa comparación como un cumplido.

El viejo volvió con una caja de cartón que dejo sobre el mesón, de la que saco dos vestidos empacados en plástico, uno rojo y otro morado.

―El vestidor esta aquí junto― indico. Paola se dio cuenta que su voz despedía cierto tono de ansiedad.

No estaba en los planes de Paola probarse ropa en un antro como ese, pero ansiaba tanto esos vestidos. Tras pensárselo un momento los tomo y se dirigió al probador. Prendió la luz, corrió la cortina y se encontró con un espacio limpio y bien iluminado. Se sorprendió al encontrar un espejo de cuerpo entero en perfectas condiciones a un costado, no se hubiera imaginado un probador así en una tienda como esa.

Lo único que la seguía molestando era el tipo de gente que visitaba esas tiendas. Estaba a punto de sacarse su vestido muy cerca de un tipo que estaba eligiendo una película porno. La curiosa situación le pareció cómica aunque le provoco extrañas sensaciones. Era algo atrevido, algo que nunca había echo y esa sensación se trasformo en ansiedad, una ansiedad que la hizo sentirse como la sexy heroína de una película erótica. ¿Qué pensaría Juan Pablo? Se pregunto, seguramente no le gustaría nada, pero ya estaba ahí, no daría pie atrás y su marido nunca lo sabría.

Cerró la cortina, dejo su cartera en el suelo y abrió el vestido rojo. Se extraño por el tamaño, parecía muy pequeño como para ser de su talla. Estiro la tela y recordó que era elasticado, lo colgó en un gancho y se saco el vestido casual que traía puesto. Se quedo solo con sus tangas y un brasier ligero que ocupaba para esos días de calor. Se miro al espejo, recordó la comparación del viejo con sus maniquís y sonrió, imito la pose del maniquí y se dio cuenta que el vendedor no estaba para nada equivocado. Tomo el vestido rojo y se lo puso con esfuerzo ya que en realidad era pequeño. El trasero le quedo a reventar y sus pechos se apretaban queriendo escapar de su brasier. Se miro al espejo, sabia que se veía extraordinariamente provocativa, sus piernas largas y bronceadas tenían total libertad, puesto que el vestido apenas le cubría un par de centímetros por debajo de sus glúteos. Le dio la espalda al espejo y se inclino con el trasero en pompas, el vestido se le levanto dejando ver la mitad de su cola desnuda y el rosado de su tanga afloro justo a tiempo para cubrir su intimidad. ―parezco puta― pensó. Se divirtió posando un minuto más y se cambio el vestido. El morado no pudo ponérselo, era demasiado pequeño y al no ser elasticado temió que se descociera. Se volvió a vestir y salió del probador.

El viejo estaba tras el mesón. Ella se acerco y lo noto diferente. Estaba con los ojos algo vidriosos y un poco agitado.

―Esta bien?― Pregunto ella.

―Si claro, como le fue?.

―Me quedan chicos, tiene otra talla mas grande?― dijo tendiéndole los vestidos.

El viejo busco en la caja, saco dos vestidos más y guardo los otros. Paola los recibió y volvió al probador. Sabía que el vendedor la seguía con la mirada, sabía que si se daba vuelta lo encontraría con los ojos pegados a su cola. Camino felina y elegantemente, no supo que la indujo a eso pero no le desagrado. ―soy la heroína― pensó ―debemos darle apoyo a los necesitados de este mundo― sonrió.

El vestido rojo, si bien le quedaba mejor, seguía siendo demasiado provocador. El morado por lo demás le fascino, le quedaba a la perfección. Ahora que lo tenía puesto entendió porque se vendía en ese tipo de tiendas. El tajo del costado, que originalmente llegaba hasta medio muslo, se cerraba sobre un velcro que podía abrirse hasta su cadera. Le fascino la idea de mostrarle esa singular virtud a Juan Pablo cuando volvieran de la fiesta. No necesitaría sacárselo para mostrarle el esplendor de sus piernas y su cola apenas cubierta por un diminuto tanga. Imito frente al espejo del probador la abertura del vestido. Lo abría hasta la cadera, sacando su hermosa pierna por entre las telas, se daba vuelta, arqueaba la espalda y descubría su extraordinaria cola en pompas. ―¡Fabuloso!― pensaba mientras repetía la rutina. Estaba decidido, se llevaría el morado.

Salió satisfecha del probador. El viejo la miro con algo más de descaro mientras recibía los vestidos.

―Me llevare el morado― Paola alargo su tarjeta.

―No le interesa nada más?― ofreció el vendedor― tenemos lencería muy bonita y exclusiva― dijo señalando unos colgadores con tangas y brasieres de encaje.

Paula sintió un exceso de confianza en el viejo. Como podía ocurrírsele que podía ofrecerle ese tipo de prendas intimas a una dama.

―No, gracias― Su tono de voz se volvió algo más firme, solo para darle a entender su molestia. Más que más, la desubicada en una tienda como esa era ella.

―Pero tenemos grandes ofertas….

―No, la verdad es que tengo poco tiempo― lo interrumpió.

―Entonces déjeme darle una tarjeta, si la trae la próxima vez le daremos un descuento.

Paola no alcanzo a negarse cuando el dependiente empezó a buscar en los cajones bajo el mesón. Pareció frustrado al no encontrar lo que buscaba, le hiso un gesto para darle a entender a Paola que lo esperase y entro a la puerta que daba a la bodega. El viejo desapareció por un pasillo que se bifurcaba apenas se abría la puerta. Ella se dio cuenta que la otra habitación debía colindar con el probador que acababa de ocupar y una oscura sombra de sospecha ocupo sus pensamientos.

De pronto el viejo volvió del pasillo y se metió a la habitación en cuestión. Prendió la luz de esta y se podía escuchar como revolvía cosas en su interior. Paula no pudo con el presentimiento que la atormentaba, lentamente volvió al probador y, apenas se asomo al extremo de la cortina, su temor se vio confirmado. La joven podía ver al viejo buscando en unos cajones justo detrás del espejo, que ahora funcionaba para ella como una ventana.

Al salir la última vez del probador ella había apagado la luz. Mientras que el viejo en su depravado entusiasmo había prendido la de su cuarto oscuro, generando así el efecto contrario. Ahora era ella la que lo espiaba a él. La diferencia radicaba en que Paola no veía nada bueno al otro lado del vidrio, mas solo a un viejo degenerado que la había admirado furtivamente mientras se sacaba la ropa. ―Gracias a Dios que no me saque el brasier― pensó con rabia.

Volvió al mesón, estaba iracunda por dentro pero sabia que no sacaba nada con hacer un escándalo. Ahora comprendía porque el viejo parecía tan agitado. Después del espectáculo que presencio debía agradecer que no le hubiera dado un infarto pensó. También comprendió porque le había entregado tallas mas pequeñas y dio una patada en el suelo al recordar como le quedaba el primer vestido rojo ajustado, ―¡y pensar que me incline para mostrarle la cola!― maldecía para sus adentros.

El viejo por fin salió de la habitación con un gesto de satisfacción triunfal y una tarjeta en la mano.

―¡Sabia que había una por ahí!― exclamó mientras Paola recibía la tarjeta― vuelva con ella y le haré un cincuenta por ciento de descuento en su próxima compra.

Paola reprimió todo lo que se le ocurrió decirle a aquel viejo verde. Espero que este pasara la compra y le envolviera el vestido. Eso sí, le pidió que le diera una bolsa sin el logo de la tienda que era bastante sugerente. Tomo sus cosas y salió del local rápidamente.

Cuando llego a su auto arrojo las bolsas al asiento trasero, subió y golpeo con rabia el volante. ―¡¡¡Maldito viejo caliente!!!!― dijo para ella misma, ―le di el espectáculo de su vida, como se debe haber agarrado el paquete―. Recordó su ocurrencia, acerca de sentirse heroína y una tentación de risa la invadió.

Claro, tenia rabia, se sentía violada, ese viejo había disfrutado de su cuerpo sin su consentimiento. Pero la que se fue a meter a la boca del lobo había sido ella. Ella fue al barrio San esteban, desobedeciendo a Juan Pablo, y por si fuera poco, había entrado a un sexshop a comprar un vestido. Se dio cuenta que lo que había pasado no era tan terrible y que al final le había dado un pequeño regalo a ese pobre viejo aprovechador. Al pensar que había sido víctima de un degenerado (seguramente la mejor presa de su vida) se sintió en extremo deseada y un ligero escalofrió la sacudió al recordar como se veía con ese vestido rojo. Saco de la bolsa la tarjeta que le había dado aquel viejo. Solo salía el nombre de la tienda, la dirección y el teléfono. Sonrió y la guardo en el bolsillo secreto de su cartera.

***

 

El veinte de Enero era el aniversario del bufete de abogados de su marido. Sabía que era una oportunidad importante para él y se había preparado a punto. Paola se admiraba frente al espejo de su habitación. Lucia un bronceado increíble, el peluquero había echo maravillas con su hermoso cabello, sabia que esas delicadas sandalias de taco alto hacían un juego perfecto con aquel vestido mora crema adquirido en tan curiosas circunstancias hace una semana; y se sentía la mujer mas enamorada del mundo.

Recordó por lo que había pasado en el barrio San Esteban. Extrañamente la sensación de exponerse, si bien al principio le había incomodado mucho, ahora le parecía placentera. Se había convencido que ella no tenía responsabilidad alguna en lo sucedido. No tenia la culpa de haber caído en la trampa de un viejo sin escrúpulos. Además era obvio que nunca se hubiera mostrado semidesnuda frente a otro hombre que no fuera su esposo.

―¿Ya estas lista?― Pregunto Juan Pablo entrando a la habitación. Cuando vio a su mujer la miro asombrado― Guauu…vaya si te ves preciosa, hoy seré la envidia de la fiesta.

―Siempre eres la envidia de la fiesta cariño, para los hombres por lo menos, para las mujeres soy yo― dijo coqueta. Sabía que su marido era atractivo. Él también lo sabia y eso no ayudaba con su arrogancia. Más de alguna vez había hecho comentarios que le hacían pensar a Paola que él tenia la seguridad de que podría encamar a cualquier mujer, inclusive a las de sus amigos. Esto a ella no le hacia ninguna gracia ya que, al igual que él, era bastante celosa.

―¿Qué harás si tus compañeros de trabajo me miran demasiado eh?― Pregunto juguetona. En realidad quería saber que le parecería a su esposo ver a su mujer sobre expuesta.

―Pues que miren lo que quieran― se acerco a ella ― Pues yo mas tarde haré mas que mirar― le susurro al oído y la beso picaronamente en el cuello. Luego entro al baño.

Su respuesta no dejo conforme a Paola.

―Hablando más en serio, ¿no te molesta que me miren?.

―Eres una mujer muy bella, tan bella que eres mi mujer. Todo lo que les queda a los demás es mirar. Y mientras mas miren peor para ellos porque nunca podrán llegar a ti― Se asomo desde el baño y la miro― Porque eres mía y siempre serás mía y de nadie más.

―No deberías ser tan confiado cariño― replico ella con una coqueta sonrisa― Nunca confíes en nadie.

―Oh my love, nunca confió en nadie. Por eso hasta tengo planeada una implacable venganza en caso de ser víctima de tan inexplicable acto.― respondió Pablo con la misma coquetería y volvió a entrar al baño.

―¿Inexplicable?.

―¿Quién buscaría algo mas teniéndome a mí como esposo y amante? ―la altanería volvió a molestar a Paola.

―¿Y cómo te vengarías?. Si lo has planeado, lo debes tener bastante claro ¿no?.― La curiosidad pudo con la rabia que empezaba a sentir.

Pablo salió del baño terminando de anudar su corbata.

―Me desquitaría 10 veces. 10 mujeres distintas. Y no cualquier mujer; buscaría a tu mejor amiga; después a la enemiga mas acérrima de tu escuela; luego a la antigua jefa que odiabas; buscaría al amor platónico de tu juventud y me encamaría con su mujer. ―le respondió indiferente, como queriendo provocarla, mientras buscaba la chaqueta del esmoquin y se ponía su reloj―Continuaría con un par de amigas mías que sé que detestas; alguna prima lejana que apenas conozcas; buscaría alguna modelo famosa para que pudiera aparecer en todos esos programas de farándula…. Y bueno, las demás serian una sorpresa.

Paola lo miro sin decir palabra. Él le devolvió una sonrisa entre coqueta y maliciosa, luego se acerco y susurro en su oído:

―Y no todo termina ahí. Me fotografiaría con todas ellas; y una noche, durante la cena, te entregaría todas esas fotos acompañadas con cartas que te demuestren el amor que sienten por mí, y lo convencidas que estarían del amor que yo siento por ellas.

Pablo sabia donde hacer daño. Los celos de Paola no pudieron más y salieron a relucir como una bestia herida. Lo empujo sobre la cama y se encerró en el baño. Muerto de la risa su esposo le golpeo la puerta diciéndole que no fuera tonta, que no era más que una broma.

―¡Pues no me ha hecho mucha gracia!― protesto ella. A veces no soportaba las estúpidas ocurrencias de su marido. Además le resultaba difícil de creer que se hubiera inventado eso en el momento.― Ahora te aconsejo que te vayas o llegaras tarde a tu fiesta.―le toco bromear a ella.

―Vamos mi amor, no lo hagas por mí, hazlo por todos esos hombres aburridos que se deleitaran con tu belleza.

Así siguieron, entre suplicas de su marido y reproches de la espectacular doncella en que se había convertido en su vestido mora crema. Hasta que las locas ocurrencias de Pablo hicieron que saliera y le diera un par de besos de paz.

―Uf, guárdate para más tarde querida, que las reconciliaciones son las mejores.― dicho esto, terminaron de alistarse para la gran noche que se avecinaba.

***

 

Don Julio estaba regando su jardín. Era algo tarde para aquellos menesteres pero había tomado la costumbre desde hace algún tiempo; pues a esas horas, ya oscuro, era más probable poder ver a la preciosidad que tenía por vecina. Así que mientras manguereaba las escasas flores de su jardín no dejaba de vigilar las iluminadas ventanas de la casa de junto. Era un hombre algo obeso ya mayor y jubilado que vivía solo desde su divorcio. Siempre había tenido diferencias con su vecino, precisamente por el descaro que tenia para mirar a su joven esposa. Tal era el nivel de intolerancia, que nunca había cruzado palabra con la joven deidad. Solo por otros vecinos sabía  que se llamaba Paola; hasta el nombre lo calentaba.

Esa noche estaba especialmente caliente y deseaba fervientemente poder ver algo con que inspirar una buena paja para antes de dormir. Y esa noche estaba de suerte, pues apenas vio salir a la joven pareja supo que tendría material de sobra. Si al natural su vecina era una belleza, enfundada en aquel ajustado vestido se había convertido en una diosa.

La pareja camino sin cierta incomodidad hacia el auto hasta que cruzaron frente a Don Julio. Este, como era su costumbre, admiro a la escultural mujer que pasaba a unos metros de él sin importarle que estuviera acompañada. Sin embargo, esta vez no pudo aguantar un resoplido al verla tan esplendida a la luz de los faroles. Lo que colmo la paciencia de Juan Pablo.

―No sea sin respeto hombre!!!!― exclamo Juan Pablo al pasar.

―Tranquilo vecino, tómelo como un cumplido― dijo tranquilamente el viejo sin dejar de regar sus plantas.

Don Julio era mañoso, pero bastante inteligente, nunca perdía la calma y cuando hablaba lo hacia con sagacidad. Sabía que los arranques de rabia de su joven vecino frente a su impenetrable pasividad no hacían más que demostrar su dominio de la situación. El admirar descaradamente a Paola en las narices de su marido, era una complicada estrategia en la mente del viejo. Quería que su vecina se sintiera desprotegida, que sintiera la debilidad en la ira de su joven marido por debajo

de la tranquilidad de un hombre de experiencia. Don Julio esperaba que estos imperceptibles arrebatos de superioridad hicieran mella en el instinto de hembra de su adorable vecina. Las mujeres por naturaleza se sentían atraídas por el macho más fuerte, el macho alfa. Ese era el objetivo del viejo, que Paola “sintiera cosas” siendo admirada por un mejor macho que su marido. En el fondo sabía que no pasaba de ser una fantasía, pero disfrutaba imaginándose esas complicadas maquinaciones. Lo que no sabía era que ese pequeño resoplido y la corta discusión con su vecino habían estado muy cerca de cumplir su objetivo.

***

Paola tuvo una sensación muy similar a la que sentía cada vez que recordaba lo sucedido en San Esteban. Se sintió admirada y en cierto modo desprotegida frente a los deseos de cualquier hombre. No era en especial Don Julio, sino que cualquiera. Hace unas semanas había sido el locatario de un sexshop, y lo había echo engañándola. A ella no le cabía ninguna responsabilidad pero sabía que la habían admirado semidesnuda. Aquel pobre degenerado se había excitado mirándola mientras se cambiaba de ropa. Y de alguna manera, eso la hacia sentirse mas sensual, más indefensa pero a la vez más atrevida. El pensar que de alguna forma había entregado su cuerpo para saciar las bajas necesidades de un individuo incapaz de llegar a tener una mujer como ella, la hacían sentir un extraño placer culpable. Y lo más raro es que recurría a esos recuerdos para hacer más placenteros los encuentros amorosos con su marido. Sin embargo, se mantenía tranquila, no se sentía responsable ni culpable por lo que le pasaba y nunca le seria infiel a Juan Pablo, eso lo sabía. Pero no renunciaba a las nuevas sensaciones que había descubierto. Y ahora sabia que sentirse deseada por su viejo vecino no le desagradaba.

Llegaron a la fiesta a eso de las once de la noche, dejaron el auto en el estacionamiento interior de la finca y se encaminaron por los hermosos jardines que conducían a la mansión. A medio camino se cruzaron con un tipo muy moreno ―más bien mulato― vestido con una jardinera y que empujaba una carretilla, tendría unos cuarenta años y su rostro era huesudo y demacrado.

―Buena noches Don Juan Pablo― musito al pasar.

―Omar― dijo, llamando a que el hombre se detuviera― deje el auto al costado derecho de la entrada, preocúpate de que ningún idiota me deje encerrado― instruyó con desdén.

―Por favor― dijo Paola.

Juan Pablo la miro algo extrañado y luego sonrió, le dio la espalda al jardinero y siguió caminando

―No te preocupes mi amor, le pagan para eso― dijo sin preocuparse que Omar lo escuchara. Después de tanto tiempo Paola sabia que no serbia de nada llamarle la atención por esos arranques de arrogancia y altanería. Además esa era su noche y no quería echársela a perder.

La mansión estaba toda iluminada. Frente a ella se encontraba un grupo de personas ocupadas en la recepción de los invitados. Ya entrando en escena Paola se sintió admirada. Todos la miraban por igual, garzones, hombres en esmoquin y uno que otro chofer que había podido colarse al coctel. Siempre de forma respetuosa y disimulada, algunos por temor a perder su trabajo y otros por la educación que poseían. Pero ella lo notaba, y mas ahora que parecía que sus sentidos buscaban la admiración, la exposición a los deseos del sexo opuesto.

Se presentaron frente a la entrada. Juan Pablo saludo con cortesía a una mujer madura que lucía un elegante vestido de corte renacentista por lo abultado de sus faldas, que hacia perfecto juego con las ostentosas joyas que traía al cuello y las muñecas.

―Señora Ester, le presento a mi esposa, Paola Mecci.

―Mucho gusto señora― saludo Paola extendiendo la mano.

―Sra. Ester De la Piane, el gusto es mío― respondió la Sra. Ester mientras la miraba de pies a cabeza― Por favor sean bienvenidos y disfruten la velada.

Entraron al salón principal. Era muy espacioso y tan alto que dejaba ver el segundo nivel, hasta donde se podía llegar a través de fastuosas escaleras a ambos lados de la gran sala. Parecía sacado de un cuento de hadas pensó Paola mientras caminaba entre grupos de personas que disfrutaban de la conversación y de la música en vivo que entregaba una orquesta instalada entre las escaleras.

―Algo estirada tu jefecita ¿no?.

―La gente con tanto dinero tiene derecho a serlo― afirmó Juan Pablo.

Paola sabia de los sueños de su marido. Llevaba dos años trabajando en el bufete de abogados del clan De la Piane. Una familia poderosa con negocios que se extendían mucho más allá que una oficina legal. Poseían el control de la flota naviera más importante del país y eran importantes accionistas en los conglomerados más influyentes de América. Por eso el ansia de su esposo de ser socio en el bufete, ya sabia que eso le abriría innumerables oportunidades.

Se hicieron parte de la fiesta. A Paola le preocupo que Juan Pablo se irritara por las lascivas miradas de algunos hombres que ya parecían empezar a ceder al poder del alcohol. Sin embargo, su marido se dedico a hacer vida social y sonreírle a medio mundo. Se sintió orgullosa del desplante de su hombre y la forma en que se desenvolvía entre tanto pez gordo. La presento con un sin número de hombres importantes que la besaban en la mano, adulaban su belleza y le pegaban un vistazo a su escote.

― Ahí viene ese pobre perdedor de Osvaldo ― le dijo Juan Pablo en voz baja y simulando una sonrisa, mientras un hombre bajito pero de corte estirado se acercaba a ellos.

Paola sabía a quién se refería, un compañero de oficina del mismo nivel jerárquico y con las mismas ambiciones que Juan Pablo. Más de una noche había escuchado los descargos de su marido contra su archirrival y de las sucias tretas con que trataba de ganarse la admiración de sus compañeros y superiores. Ella se lo había imaginado como un tipo con presencia, seguro y ambicioso, incluso se lo imaginaba atractivo y varonil dado que del único tipo de personas de las que su marido recelaba era de los hombres parecidos a él. Pero nada más lejos de la realidad, junto a ellos llego un tipo bajito, con unos lentes de gran aumento sobre su rostro ratonil, de incipiente calvicie que inútilmente trataba de disimular peinando ridículamente su escaso cabello.

― Juan Pablo, no pensé que me agradaría tanto verte ― saludo Osvaldo, con una controlada pausa en su afirmación que acompaño con una imperceptible ojeada al escote de Paola, que le quedaba casi al nivel de sus ojos.

Paola pensó que su marido se alteraría pero este pareció no haber notado nada. De alguna forma la actitud descarada pero a la vez controlada del recién llegado le pareció en extremo presuntuosa.

― Lastima que no pueda decir lo mismo ― atino a responder Juan Pablo, en un lamentable intento de parecer gracioso. Sin embargo, Osvaldo le devolvió una carcajada que demostraba claramente la indiferencia ante el verdadero significado de la supuesta broma.

― ¿Debo suponer que esta hermosa señorita viene contigo?.

― La Señora Mecci es mi esposa ― aseguro secamente Juan Pablo.

― Oh, que sorpresa. Un placer conocerla Sra.― saludo Osvaldo con una inclinación― ¿Te das cuenta querido Juan Pablo?, las compensaciones que da la vida. Siempre en busca del equilibrio.― dijo Osvaldo, sus vivaces ojos se fijaron en el escote de Paola con un poco mas de descaro y sin decir palabra se retiro a saludar a otro grupo de personas.

― Que curioso lo que dijo, ¿sabes a que se refería? ― preguntó Paola.

― Es su forma de decir que lo harán socio del bufete en vez de a mí― repuso Juan Pablo aún incomodo.

Paola entendió el sentido de las palabras de Osvaldo, pero le pareció ver más allá que su marido. Además de darle a entender a él que lo superaría en su carrera profesional, se había encargado de piropearla de tal forma que su marido ni siquiera había reparado en ello. Los ojos detrás de esos gruesos lentes se habían detenido un momento en su escote escudándose en el sentido profesional con que Juan Pablo entendería sus palabras. Paola empezó a sospechar porque Osvaldo era digno del rencor de su marido y sintió un escalofrió al recordar aquellos vivaces ojos recorriéndola.

La noche continúo de presentación en presentación. Paola conoció a compañeros y clientes de Juan Pablo, siempre con una sonrisa, indiferente a las miradas indiscretas de algunos de ellos.

Fue mientras conversaban con un matrimonio de ancianos, los Cerda, dueños de una importante constructora y posibles clientes del bufete, que Juan Pablo se excuso y la dejo sola mientras iba a buscar otra copa de licor. Apenas quedo sola, Paola noto como el Sr. Cerda la observaba con mayor descaro. Ella siguió haciendo el papel de esposa amable y simpática, pero cada vez las miradas del viejo se hacían más descaradas. La Sra., ignorante a la atracción que Paola producía en su marido, le contaba a la joven de sus numerosos nietos, ¿cuál de ellos más inteligente y amoroso?. A lo que el Sr. Cerda agrego que su nieta mayor era una belleza, con un físico calcado al de Paola. En ese instante la Sra. Cerda pareció darse cuenta de la extraña atención que su esposo le prestaba y no tardo en excusarse y llevárselo lejos de tan terrible tentación.

De pronto se encontró sola, rodeada de desconocidos. Se acercó a la barra, donde pidió un jugo de frambuesa. Miró por todos lados tratando de ubicar a Juan Pablo, pero a donde mirara se encontraba con alguna mirada lasciva o una sonrisa coqueta de algún hombre de esmoquin, aparte de las miradas asesinas de las esposas que se morían de envidia por su físico y de la atención que sus maridos escasamente discretos le dedicaban. ―¡¿Cómo se te ocurre dejarme sola en esta guarida de lobos?!― pensó. Hasta el barman trato de iniciar una conversación que Paola corto de inmediato al darse cuenta que el muy patán no despegaba los ojos de su escote. Se sintió tan incómoda ahí expuesta que huyo al privado de damas. Tuvo que esperar un momento rodeada de mujeres que esperaban su turno, pero esto ya fue un alivio.

Cuando estuvo a solas en el baño se sorprendió mirándose al espejo, de verdad no podía culpar a nadie por poner atención a la pronunciada hendidura que se formaba entre sus senos. Los tirantes del vestido se tensaban como sosteniendo dos gigantescas perlas; de perfil era notorio como a los tirantes les era imposible tocar la piel de su pecho dado el volumen de su carga. En ese momento Paola empezó a cuestionar la decisión de su vestido. El escote era precioso pero quizá demasiado expuesto, mucha piel a la vista y sus delicados pezones apenas a un par de centímetros del borde de la tela. Sin embargo, se sintió excitada de su propia figura, algo que nunca había sentido. Al verse tan hermosa y provocativa, al haberse sentido tan observada y deseada, se dio la libertad de mirarse con otros ojos y se encontró increíblemente sensual. ―No puedo esperar a estar a solas con Juan Pablo― se confesó, estaba deseosa de descargar toda esa “adrenalina” que invadía su cuerpo. Saco su celular de la pequeña cartera que traía consigo y trato de llamarlo, pero los tonos de llamado le colmaron la paciencia, ¿por qué no contestaba?.

Salió del baño decidida a encontrar a Juan Pablo y convencerlo de que se fueran temprano a casa. Ansiaba mostrarle las virtudes de su vestido nuevo. Busco rápidamente en la gran sala y en habitaciones abiertas al entretenimiento de los invitados. Fugazmente se asomaba buscando el porte de su hombre destacar entre los demás. Pero su búsqueda fue infructuosa, su marido no se encontraba por ninguna parte. Pensó que seguramente estaría en alguna reunión privada típica de los grupos de hombres que no soportan que sus mujeres los escuchen divertirse a sus anchas. Claro, su marido no era uno de esos, pero seguramente debía estar ahí porque le convenía. Convencida de que pronto Juan Pablo la echaría de menos y la buscaría o llamaría al celular; salió a los jardines de la mansión, con la intención de escapar de las lujuriosas miradas que la perseguían por todos lados. O simplemente a tranquilizarse pues se sentía tan observada que empezó a pensar que toda esa admiración era imaginación suya.

A esas horas, los jardines aledaños a la mansión se encontraban casi desiertos. Se vio rodeada de hermosos prados verdes, adornados exquisitamente con arboles delicadamente podados y muros de ligustrinas que trataban de imitar un laberinto de naturaleza. Caminos construidos con finas cerámicas permitían aventurarse en ambas direcciones buscando rodear la fastuosa mansión. Farolillos estratégicamente colocados permitían admirar las trabajadas graficas que se dibujaban en el piso, sin dejar de iluminar las más esplendorosas flores en el mejor ángulo posible. Paola admiro los jardines, tratando de entender porque no había reparado en ellos de la misma manera al llegar. Claro, ahora no había casi nadie, solo uno que otro chofer que apoyado en alguna limosina leía algún periódico. La música de la fiesta se escuchaba en un murmullo, mezclándose con los sonidos naturales de la noche. El cielo estrellado la invitaba a aventurarse en los caminos del jardín; Sin embargo, fueron las miradas de reojo que le lanzaron los hombres ahí fuera las que la convencieron de aceptar la invitación de aquella preciosa noche.

Como se lo imaginó, más allá de la primera curva, tras un alto seto, quedo completamente oculta a las miradas de cualquier extraño. El repiqueteo de una caída de agua la empujo a seguir el camino de farolillos, deseosa de encontrar una fuente a la altura de tan mágico edén. Y no tuvo que avanzar mucho más cuando al siguiente recodo encontró una preciosa caída de agua, mitad estructura de mármol, mitad rocas ornamentales. Justo al borde de la mansión la preciosa fuente tomaba la forma perfectamente geométrica de los muros para luego transformarse en una exquisita creación de la naturaleza, que conducía finos riachuelos de agua a una alberca llena de flores flotantes. Paola no pudo evitar pensar lo hermoso que sería compartir con Juan Pablo ese esplendido espectáculo, y quien sabe, quizá dar rienda suelta a los deseos que la invadían. Ahí dentro de la alberca, cambiando su vestido por unas pocas flores cubriendo lo justo, entregada a los besos de su marido sobre las rocas. Sus pensamientos la llevaron a cruzarse de brazos por debajo de sus pechos, rodeándolos y apretándolos, notando como sus pezones resaltaban bajo la tela del vestido, como si le rogaran que los dejara zambullirse en aquella superficie esmeralda.

―Si su merced sigue el camino puede llegar a una laguna― la interrumpió una rasposa voz ― la Sra. cría patos y algunos cisnes.

Paola se sobresalto; y al verse sorprendida en aquellos excitantes pensamientos, se encontró avergonzada frente a un delgado hombre, moreno al extremo, al que reconoció como Omar, el jardinero.

―Si quiere Omar puede mostrársela, queda solo un poco más alejada de la mansión― propuso el hombre en un tono indiferente. Paola se quedo muda; sorprendida, aún rodeaba sus pechos, acentuando su escote y enmarcando con sus brazos sus erectos pezones como si las flores de un cuadro se trataran.

―La noche esta algo fresca. La Sra. quizá prefiere abrigarse antes de seguir su paseo―dijo Omar.

Acaso se burlaba de ella. Había descubierto las pequeñas coronas de sus senos luchando con la tela de su vestido, ¿y lo atribuía al frio de la noche?. Pero aquel sujeto no parecía como los demás. Su actitud era indiferente y su mirada no se perdía fuera de los sus ojos o del paisaje, ningún arranque a su escote o sus piernas. De pronto Paola se dio cuenta de la posición que mantenía, abrasándose, y pensó que era natural que aquel hombre supusiera que tenía frio. Así fue como paso de la sorpresa a la vergüenza, para luego irritarse al suponerse burlada y terminar relajándose en una tierna sonrisa ante la equivocada suposición del jardinero. ―Frio, todo lo contrario Sr., estoy increíblemente acalorada― le hubiera gustado confesarle.

―No Sr. La verdad no tengo frio, la noche esta esplendida― le respondió al fin Paola― Pero no creo que a estas horas se pueda ver algún cisne. Las aves se guardan temprano.―se preocupo de sonar amable para evitar que su sonrisa se interpretara de mala manera. A ese pobre trabajador ya lo había ninguneado su marido apenas llegar, no quería volver a hacerlo sentir mal.

―La Sra. Disculpe a Omar. Omar no pretendía interrumpirla― repuso el jardinero dirigiendo la vista al suelo, como avergonzado. Llevaba una vieja camisa de franela debajo de la sucia jardinera de trabajo, que se veía muy ancha y muy corta para un hombre tan delgado que daba la impresión de ser más alto de lo que era.

Por el nerviosismo, Paola no había reparado en el modo que se expresaba el hombre.

―¿Por qué habla como si Omar fuera otra persona?. Ud. Es Omar ¿o me equivoco?― preguntó la joven algo confundida.

―Omar le pide disculpas si le molesta como habla. Omar sabe que es raro, por eso prefiere estar solo.― el hombre rehuía la mirada de Paola, como si le inquietara mirarla a los ojos mientras confesaba lo que consideraba un defecto.

―No me molesta, solo me confundió un momento. Pero ahora que me lo ha aclarado no tendré ningún problema en entenderle.― La incomodidad de aquel sujeto despertó la compasión de Paola, recordó el trato que Juan Pablo le había dado y se sintió culpable por la complicidad que le cabía en el asunto. Nerviosa ante el silencio del jardinero, tomó la iniciativa― Creo que aceptare su invitación a visitar aquella laguna, quizá tenemos suerte y encontramos algún cisne sonámbulo― bromeó.

El hombre mostro una sonrisa exagerada, evidenciando la falta de algunas piezas dentales. La joven se convenció de que aquel decrepito personaje sufría algún tipo de incapacidad mental, lo que exacerbo su compasión. Por lo demás, todos aquellos sinvergüenzas la habían devorado con la mirada allá adentro mientras que Omar se había portado como todo un caballero. Decidió que ante la ausencia de su marido podía compartir unos momentos con aquel inocente jardinero.

Paola se dejo guiar por aquel hermoso camino hasta un gran cerezo invadido de flores rosa que marcaba una bifurcación. Omar le señalo el camino que se alejaba de la mansión. Gracias a la iluminación del sendero pudo ver a unos veinte metros como la distribución de farolillos seguía el contorno de múltiples brillos intermitentes, la joven no supo distinguir si eran las luces artificiales o las estrellas que se reflejaban en la agitada superficie de la laguna. Avanzo maravillada hasta la orilla adornada de innumerables piedras de múltiples colores. El jardinero se mantuvo siempre detrás de ella; por un momento se imagino que el desvencijado hombre aprovechaba su fascinación por los jardines para admirarla a sus anchas. Pero rechazo la idea, convenciéndose que estaba aún influenciada por la experiencia de la fiesta. ―Omar se ha portado como todo un caballero. Es más, hasta debería premiarlo de alguna manera― pensó, mientras se inclinaba inocentemente, dejando su cola en pompas para el supuesto deleite de su poco agraciado guía.

Así se divirtió unos momentos. Admirando el maravilloso paisaje nocturno e ingeniándoselas para adoptar una que otra pose sensual como acto de caridad hacia aquel desafortunado trabajador. Los recuerdos del barrio San Esteban volvieron, específicamente la idea de sentirse como una heroína erótica, lo que la motivo a seguir con su buena obra y a comprobar si esta era aprovechada por la “inocente victima” que trataba de librar de una vida entera sin una experiencia extraordinaria que recordar en las noches de soledad. Así se las arreglo para sorprender un par de veces a Omar mirándole las piernas y su cola, lo que no le molesto para nada. Más que más, aquel pobre mulato era un hombre, y ella le estaba haciendo un regalo; y ¿a quién no le gusta que sus regalos sean apreciados y aprovechados por las personas que los reciben?. Incluso la joven se las arreglo para acuclillarse frente a unas rosas junto al jardinero, para que este tuviera un primer plano de su desproporcionado escote. De reojo pudo detectar como Omar inclinaba la cabeza para admirar su generoso busto casi desnudo.

Con esto volvió a sentir las ansias de encontrar a Juan Pablo y llevárselo a casa. Se divirtió pensando en lo que había hecho con aquel pobre hombre, pero no pudo evitar sentirse un poco culpable al admitir que esta experiencia la había excitado. Pues Paola no podía mentirse a sí misma, se había excitado. No solo con Omar, todo se remontaba hasta su experiencia en aquel antro cuando compro su vestido. Luego al ser admirada en la fiesta, lo que provoco que mojara su diminuta ropa interior con solo mirarse al espejo cuando escapo al baño. Y ahora, en ese mismo momento, prestándole un espectáculo de lujo a aquel extraño personaje.

¿Eso la convertía en una mujer infiel?, era algo suyo, intimo, nunca nadie lo sabría. Pero, ¿debía sentir culpa?. Pues debiera o no, la estaba empezando a sentir. Se dio cuenta que en esas circunstancias no llegaría a ninguna conclusión. Lo que debía hacer era encontrar a su marido y largarse, y amarlo, y desahogarse de una vez por todas de lo que estaba sintiendo. ―Convierte algo malo en algo fabuloso― se dijo.

― Ya es tarde Omar. Debo volver a la fiesta. Mi marido debe estar preocupado― dijo Paola sacando el celular de su cartera. Pero su llamada volvió a quedarse sin respuesta.― ¡¿Dónde estará metido?! Lo busque por todos lados antes de salir. Espero ahora pueda encontrarlo.

― Debe estar en las salas privadas. Si la Sra. lo desea, Omar la puede llevar a buscarlo ahí.― replicó el jardinero. A Paola le divirtieron las ansias del pobre hombre por ayudarla. Seguramente para permanecer algo más de tiempo con ella, o quizás para agradecerle el esplendido espectáculo que le había obsequiado.

― Seria descortés irrumpir en estas salas privadas buscando a mi marido. Suponiendo que estuviera en una de ellas; creo que lo avergonzaría frente a sus amigos si interrumpiera su reunión.― Opinó Paola encaminándose por el sendero de vuelta a la mansión.

― Por este costado de la mansión las salas dan al exterior. La Sra. puede ver por las ventanas si Don Juan Pablo esta en alguna de ellas― Insistió Omar, reacio a que rechazaran su ayuda.

Paola sopesó la idea. Podía volver a la fiesta y buscar a Juan Pablo; si lo encontraba, perfecto, pero si no, volvería a estar sola y sin saber qué hacer con todos esos lobos acechándola. Por otro lado; si podía ver en que sala estaba su marido, podría esperar a que saliera para volver, o por lo menos sabría en que salón buscar y no tendría que andar tocando puertas por todos lados.

― ¿Y no se verá muy feo que nos sorprendan espiando?― le preguntó a Omar.

― Las ventanas dan al parque de setos, nunca va mucha gente por ahí a estas horas. Y las ventanas son de vidrio grueso esmerilado. Con la luz interior es imposible que nos vean, y muy difícil que nos oigan― aseveró el jardinero, llegando a la bifurcación del camino junto a la mansión.― Es por aquí junto, la Sra. no demorará nada.

Paola dudó, como si supiera que la decisión que iba a tomar cambiaria su vida para siempre. De pronto sintió la áspera mano de Omar apoyarse en su espalda desnuda, invitándola a adentrarse entre unos arbustos. ―Otro detalle del vestido― pensó ―la espalda muy desprotegida―, se sintió incomoda al sentirse tocada por un hombre como ese, y más al ser directamente sobre su suave piel. Se calmo al contemplar la amable sonrisa que le dedicaba el pobre obrero; se dio cuenta que tan solo quería ayudarla. Sin querer hacerlo sentir mal, se dejo guiar a la oscuridad, pues el sendero que siguieron no tenia farolillos que iluminaran el camino.

Mientras caminaban, Omar continuó guiando a Paola, manteniendo su mano en la angulosa espalda de la joven. Ella apenas podía ver donde pisaba, por lo que pese a sentirse incomoda por el tacto de aquel hombre, no intento apartarlo. Continuaron junto al muro de piedra hasta que se encontraron con una ventana iluminada. Como el jardinero había dicho, a un par de metros de la ventana crecía un uniforme y largo seto que formaba una valla de arbustos entretejidos. Sin embargo, el vidrio tallado que formaba el ventanal no permitía ver lo que estaba pasando al interior de la sala.

― Al parecer no podre saber si Juan Pablo está ahí. ― dijo en voz baja Paola, temiendo que la sorprendieran espiando.

― Si la Sr. se acerca lo suficiente, por las uniones de las figuras dibujadas se puede ver.― Omar se acerco a la ventana y le señalo la unión entre los dos vidrios.

La escultural mujer, aliviada de poder desligarse del tacto de su guía, se acercó. El borde inferior de la ventana tenía poco mas de un metro al florido césped, y unos cuarenta centímetros de profundidad con respecto a la superficie exterior del muro, por lo que la joven necesito inclinarse un poco para aproximarse lo suficiente y comprobar lo que afirmaba el jardinero; adoptando, esta vez inocentemente, esa sensual pose con su espalda erguida y su cola en pompas.

Efectivamente, en la unión de los cristales o en el cambio de color o rugosidad que permitía darle forma a las distintas figuras geométricas del ventanal, se generaba una fina terminación lisa que permitía ver al interior como si se tratara de una pequeña ranura.

Paola quedo petrificada por lo que vio. Sobre un fino taburete de terciopelo, se hallaba sentada la Sra. Ester de la Piane, apoyada contra el muro de la habitación con las piernas indecorosamente abiertas, dejando que un hombre de esmoquin se aventurara bajo su abultado vestido.

La joven, apenas recuperada de la impresión, se retiro de la ventana, asustada ante la posibilidad de ser sorprendida espiando una escena tan privada e indecorosa. Necesitaba irse de ahí de inmediato.

― Debo volver a la fiesta.― le manifestó a Omar. Su voz se noto nerviosa e insegura. Temió que aquel hombre pudiera ver lo que ella había visto. Sin esperar respuesta empezó a caminar por el sendero.

― ¿El marido de la Sra. no está en esta sala?.― El jardinero parecía extrañado. ― Parece ser la única ocupada, es la única donde hay luz?.

Paola se detuvo en el acto. ¿Sería posible?, aquel hombre, bajo las faldas de la Sra. Ester. ¡Cielos! Todos los invitados a la fiesta, incluido su marido iban de esmoquin. ¿Cómo poder distinguirlo?, escondido debajo de  ese vestido, tapado casi hasta la cintura, haciendo quien sabe que cosas entre las piernas de esa arrogante mujer. La joven volvió a mirar a la ventana. Otra vez se abrazó inconscientemente; sus manos se tensaron sobre sus brazos, esta vez sí la recorrió un escalofrió.

― La Sra. Debería tener un poco de paciencia, Don Juan Pablo debe estar en un rincón, espere a que se cruce frente a la ventana.― Omar se acercó a la joven; al parecer ya no le importaba que tuviera frio. Volvió a apoyar su rugosa mano sobre la espalda de Paola, guiándola hacia los vidrios iluminados.

Paola se dejo llevar, las dudas la atormentaban. Tenía miedo de mirar y pánico de irse con la duda. ― ¡No!, no me puedo ir, no podría vivir con esa incertidumbre― pensó. Volvió a inclinarse sobre el ventanal. Esta vez el jardinero no retiró su mano.

La Sra. De la Piane seguía entregada a los placeres que aquel desconocido le propinaba. El rítmico ajetreo en su vestido evidenciaban los desenfrenados movimientos de la cabeza perdida entre sus piernas. La jefa de Juan Pablo era una mujer mayor, rondaría los cincuenta años, pero la buena vida no le había permitido deshacerse de la belleza intrínseca de una mujer de alta alcurnia. Mantenía los ojos cerrados y sus finos labios abiertos, como desconectada de la realidad más allá del propio placer.

Paola no pudo evitar sentir rabia contra la mujer a la que espiaba. Principalmente porque el hombre que tenía a su merced podría ser su marido, pero también, por la envidia que empezaba a sentir. Qué daría por estar en su sitio; en su casa, con su marido comiendo de su entrepierna.

Divagaba en estos pensamientos cuando se percato que la mano que Omar mantenía en su espalda empezó lentamente a acariciarla. La callosa mano describía torpes movimientos sobre la suave piel desnuda. Ensimismada por el espectáculo que presenciaba no se había dado cuenta de la osadía del jardinero. Ante la idea de verse expuesta en esa pose tan sugerente, que se había visto obligada a tomar para poder espiar; y además manoseada por un hombre como aquel sujeto, no tardo en reaccionar. Tomó de la muñeca y apartó la intrusa mano de la forma más cortes que pudo. Eso sí, sin perder detalle de lo que pasaba al otro lado del vidrio.

Vio como la Sra. De la Piane liberaba sus generosos pechos, apretándolos con inusitada pasión. Luego se llevó los dedos a la boca, humedeciéndolos para piñizcarse cruelmente los erectos pezones. Como si tratara de compensar con dolor las oleadas de placer que le confería el hambriento amante que mantenía entre sus piernas.

Omar volvió a apoyar su mano en la sensual espalda que tenía ante sí. Esta vez, Paola la apartó sin darle tiempo a empezar con sus caricias.

― Don Juan Pablo viene seguido por acá, ¿sabe?.― murmuró el jardinero de repente.

La joven se volvió a mirarlo, intrigada. El tipo mantenía una mirada vidriosa, con una sonrisa entre juguetona y maliciosa. A Paola le dio la impresión que esta vez sí podría compararlo con la manada de lobos que había dejado atrás en la fiesta.― ¿Qué sabe este sinvergüenza?, ¿qué pretende?― se preguntó.

― Omar siempre lo ve venir a visitar a la Sra. Ester….― dijo el jardinero volviendo a poner la mano sobre la espalda de Paola. Esta vez, empezando las caricias de inmediato. Paola le apartó la mano y el jardinero se calló.

― ¿Qué es lo que sabes Omar?. ― Preguntó Paola después de un momento; su voz sonó llena de angustia. La mano del jardinero volvió a la espalda desnuda de la preciosa mujer.

La joven comprendió que Omar no le entregaría la información gratis, exigiría algo a cambio. ¿Cómo había podido juzgar tan equivocadamente a aquel retardado?. Las caricias comenzaron, la callosa mano empezó a recorrer su angulosa espalda como si se tratara de una preciosa y dócil mascota. A la joven esposa le entraron ganas de salir corriendo, olvidarse de todo, imaginar que no había sido más que una pesadilla. Pero debía saber, debía luchar contra la angustia que sufría por el bien de su matrimonio.

― El Sr. Juan Pablo viene por lo menos una vez a la semana…― continuó Omar. Sus morenos dedos recorrían la columna de la joven, siguiendo la forma de sus omoplatos para luego esconderse apenas bajo la tela del vestido, bajando por la sinuosa cintura de la angustiada esposa. Paola lo observaba mirar su obra con una malicia que nunca hubiera esperado de él. Los ojos del jardinero recorrían su espalda, perdiéndose en la redondez de su cola obligadamente parada para la satisfacción del horrendo pervertido. La joven, dentro de su desconsuelo, decidió que no necesitaba mirarlo para escucharlo; resignada, volvió a espiar por la ranura transparente del lujoso ventanal. ―Solo es una mano… solo es la espalda― trataba de consolarse.

― Casi siempre viene solo… a Omar le extraña, porque a las reuniones de trabajo…. de la Sra. Ester… vienen muchas personas…― escucho murmurar al oportunista jardinero. La respiración agitada parecía dificultarle enlazar las ideas.

Mientras, Paola fue testigo de como la Sra. De la Piane tomaba una fusta que mantenía junto a la pared para darle regulares golpes a las varoniles nalgas que se asomaban por su vestido. La lujuria de estos actos y la tortura que significaba para la joven pensar que aquel seudo-esclavo podía ser su marido, hicieron que apenas le prestara atención al relato del mulato que la manoseaba. Hasta que sorpresivamente el muy sinvergüenza se aventuro por las formas de su curvilínea cola.

Apenas sintió el contacto sobre su trasero, aparto el brazo del larguirucho mulato y le dirigió una severa mirada dándole a entender que se estaba propasando. Eso había sido demasiado. Sus partes más intimas las protegería a toda costa. El muy chantajista no tendría manera de hacerla entregarse así.

Omar se cayó, insinuando que lo que sabía había subido de precio. Volvió a alargar las manos hacia ese maravilloso culo pero Paola se resistió, apartando las atrevidas tocaciones. El jardinero, al parecer entendiendo que no podría conseguir nada más, con expresión de disgusto volvió a dejar caer cautelosamente sus garras sobre la espalda de la chica. La joven no lo apartó.

Paola volvió a la escena dentro de la sala. Había comprendido que la única verdad estaba allí adentro. No podía confiar en lo que le contara aquel malévolo ser. Si lo dejaba seguir tocándola era solo para ganar tiempo y poder ver con sus propios ojos el rostro del amante de la Sra. Ester De la Piane.

La dueña de la mansión seguía deleitándose golpeando a su hacedor de placer y Paola no pudo retener la excitación que la había acechado toda la noche. La morbosa pasión que imperaba dentro, sumada al acto pecaminoso que ella permitía ahí afuera, provocaron estragos en su auto control.

Estaba decidida a negarle cualquier avance más a ese malintencionado jardinero, pero no podía ignorar la idea de lo que el muy insano estaba sintiendo, manoseando a una mujer inalcanzable para él. Y saber que el muy cretino se moría de ganas de propasarse aún más…. No pudo con todo lo que estaba viviendo. Las caricias de Omar por muy malévolas y torpes que fueran, cumplieron su cometido. Paola sintió la tibia humedad de su entrepierna. Se mordió los labios evitando los escalofríos que su cuerpo solicitaba con desesperación. Y ni se daba cuenta que su preciosa cola se erguía cada vez más; como queriendo defender a la tierna piel atacada más arriba.

Por otro lado, la escena en extremo lujuriosa que espiaba, le generaba una mezcla de sensaciones que se potenciaban entre ellas. La excitación sexual, al ser testigo del placer ajeno; La ira, contra aquella vieja ricachona que humillaba de esa manera a su amante; y El miedo, ante la posibilidad de que ese amante fuera su marido, Juan Pablo.

Paola estaba perdida en estas contradictorias sensaciones cuando el misterio llego a su fin.

La Sra. Ester levantó su vestido y tomó una correa que descansaba sobre su pierna. Esta estaba unida a un collar que su amante llevaba al cuello; por lo que al tirar de ella, el hombre se vio retirado de los jugos de la mujer como un perro es apartado de un plato de miel. Juan Pablo se dejo lamer el rostro por su descontrolada amante, mientras jadeaba e intentaba devolver los besos.

Paola se sintió en la peor de sus pesadillas. Ahí dentro estaba el hombre con el cual se había casado, el amor de su vida, entregado a los placeres de otra mujer. Ahogó un grito de desesperación. Automáticamente las lágrimas invadieron sus ojos y luego recorrieron sus mejillas. ―¿¡Por qué!?― quería gritar― ¿¡Por qué maldito mentiroso, Por qué teniéndome a mí, te metes con una vieja como esa!?― Pero en el fondo lo sabía. La ambición de su marido no tenia limites; y la muy bruja de la Sra. De la Piane lo había sabido aprovechar.

La ira, la pena, la culpa la invadieron. Acaso no había sido ella misma la que siempre había motivado a Juan Pablo a seguir sus ansias de poder y de gloria. Si él conseguía poder y dinero, por defecto ella también lo conseguiría. Eran un equipo, una familia. ¿O ya no?.

La angustiada joven pudo ver como la Sra. Ester tomaba la mano izquierda de Juan Pablo, obligándolo a dejar su dedo anular con su anillo de matrimonia a la vista. La madura mujer guío ese dedo a su entrepierna sin dejar de mirar a los ojos a su amante. Lo dejo meterle los dedos, bañándolos en su encharcada vulva. Para luego rescatarlos, mostrarle el empapado anillo a su esclavo, y ofrecérselo para que lo chupara.

A Paola le repugno darse cuenta de la humillación de la que estaba siendo víctima su marido. Vio como esa descarada mujer volvía  a tirar de la correa para ordenarle a su mascota que siguiera alimentándose de su entrepierna; volviendo a apoyarse en el muro, entregada a los placeres que su ciervo le entregaba. ―¿Quizá cuanto tiempo lo ha tenido lamiéndole la zorra?― se lamentaba la traicionada esposa― Y yo paseándome por sus jardines.

Por lo menos en parte, el goce de la Sra. De la Piane radicaba en saber que al hombre que tenía a su merced, lo esperaba una bella y joven esposa en la fiesta; en la misma casona donde ella lo humillaba obligándolo a lamerle la concha. Paola lo sabía, el jueguito ese del anillo no dejaba dudas al respecto. A la muy puta le calentaba mancillar su matrimonio. Y el muy poco hombre de Juan Pablo la dejaba.

No supo si fue la ira o la simple desilusión. Pero Paola decidió que no podía seguir ahí sin hacer algo al respecto, sin desquitarse de alguna manera. Las lágrimas afloraron.

Sin molestarse en mirar a Omar, sin sacar los empapados ojos de aquella iluminada ranura, la joven esposa capturó la callosa mano de aquel inmundo jardinero y la llevó a su voluminoso trasero. ―Aproveche Omar, aprovéchese de la Sra. Paola, de la esposa de Don Juan Pablo.― dijo Paola con la voz más candente que su angustia le permitió articular.   

Las manos del mulato la atacaron de inmediato, magreando ansiosamente el exquisito culo expuesto para él. Recorrió las curvilíneas caderas de Paola y apretó las apetitosas nalgas, embobado por el increíble cuerpo que le habían prestado…

CONTINUARÁ.