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Tatiana - Cap I

en Sexo con maduros

Tatiana

Cap. I

 

TATI

 

El vapor inundaba la sala de baño. Los espejos llevaban largo rato empañados cuando Tatiana decidió por fin que el nivel de agua de la tina era el adecuado y la temperatura lo suficientemente alta; le gustaban los baños de espuma bien ardientes. Se metió lentamente disfrutando del escozor que le provocaba el agua caliente. Se sumergió hasta el cuello y se acomodó preparándose para unos minutos de relajo. Sus manos recorrieron con suavidad su cintura y sus caderas; sintió el ambiente frio cuando saco sus tonificadas piernas para poder alcanzarlas con la esponja de baño. Se inclinó ligeramente sobre un costado para acicalar sus glúteos, parando la cola y abriendo sus nalgas para permitir que el agua y sus delicados movimientos asearan lo más íntimo de su ser. Luego restregó sus delicados brazos y se preparó para masajear sus hinchados y adoloridos pechos. Estaban enormes y muy sensibles; la piel tersa a más no poder, paraba sus rosados pezones convirtiéndolos en verdaderos biberones para su pequeño.

Su primer bebé, Benjita, había cumplido ya los siete meses y seguía encantándole tomar pecho. El doctor había felicitado a Tatiana ya que era bueno para la salud del niño. Sin embargo, la alimentación de su hijo ya había empezado a variar, ya no dependía solamente de la leche materna, sino también de batidos y jugos. Por tanto, el tan preciado elixir de la joven madre no tenía la misma demanda de antes y se almacenaba en sus pechos, hinchándolos casi a reventar. Tatiana no sabía si era normal o no, pero le dolían y la avergonzaban pues si de por si su delantera ya era bastante generosa, ahora se había convertido en un par de melones enormes coronados por esos rebeldes pezones permanentemente erectos, ansiosos por liberar el sagrado fluido que debían dosificar.

Pedro, su cariñoso marido, le había comprado un extractor de leche para tratar de ayudarla pero ella no había podido hacerlo funcionar; y temía confesárselo y pedirle ayuda pues no quería parecer tonta a los ojos de su amado esposo.

Desde muy joven Tatiana supo que era bella. Su familia y sus amigos no paraban de recordárselo. Era alta, rubia y bonita; de niña estos atributos no hacían más que granjearle el cariño de todos. Pero ya más adulta, llegando a la adolescencia, se dio cuenta que ser hermosa se podía transformar en una maldición. Sus amigas se empezaron a alejar de ella, pues cada chico que a ellas les gustaba terminaba fijándose en su belleza. Por su madre, temerosa de que quedara en cinta y arruinara su juventud, aprendió a muy temprana edad que los hombres estaban reservados para después del matrimonio. Esto conllevo a que se alejara de cada uno de sus amigos ya que todos terminaban queriendo algo más que amistad.

Encontrándose sola, acabo matando su tiempo haciendo ejercicio. Le encantaba salir en bicicleta y recorrer los caminos campestres de su pueblo. Se preocupó de ella misma; aprendió a mantener una dieta balanceada y a cuidar de su piel con auto masajes utilizando cremas y ungüentos que conseguía con su madre. Parecía tener un talento natural para la belleza y no tardo en convertirse en un portento de mujer. No obstante, la habilidad que hacía gala en su auto cuidado no se reflejaba en la escuela, donde era una alumna bastante mediocre. Tatiana estaba lejos de ser una lumbrera, y si a eso le sumabas la escasa vida social que tenía, no es extraño que terminara cayendo en el estereotipo social de “rubia tonta”. Al ser tan sensible e ingenua, esta opinión que sus compañeros y profesores tenían de ella termino por generarle un trauma: no toleraba que la gente la considerara tonta y era poco asidua a preguntar cosas y pedir ayuda.

No sabía cómo lo resolvería pero estaba decidida a no decirle a Pedro que no había podido hacer funcionar el extractor de leche. En eso pensaba mientras apretaba delicadamente su pecho, liberando gotas que aliviaron en algo la constante molestia. Se consoló al recordar que luego de su baño debía darle pecho a Benjita con lo que ganaría un ratito de alivio. Luego podría pedirle ayuda a la Sra. Marta, su vecina; ella había demostrado ser una dueña de casa estupenda y una buena amiga para la joven madre desde el principio.

Tatiana había conocido a Pedro cuando visitaba a una tía en la ciudad. Él casi la había atropellado cuando ella hacia su recorrido diario en bicicleta. Prendado a primera vista, el joven galán no la dejo tranquila hasta conseguir que ella correspondiera a sus sentimientos. Incluso no tardo en pedirle matrimonio apenas la ingenua rubia le aclaro la opinión que su madre le había traspasado en cuanto a hombres se trataba. A su novio no le importo que solo hubiera terminado la secundaria y que a sus veintidós años no  tuviera ya algún título universitario ni las capacidades para conseguirlo. Tatiana se sentía orgullosa de ella misma, había desestimado los avances de incontables pretendientes y al fin su belleza le había conseguido un hombre bueno y con un gran futuro por delante. Se casó la primavera de ese año y feliz se fue a vivir con su amor a un lindo condominio en las afueras de la ciudad.

Si bien la joven pareja era muy feliz en su nueva vida, a Tatiana no le calzó demasiado bien el papel de dueña de casa. Nunca aprendió a cocinar muy bien y había estado exenta de los trabajos del hogar en la casa de sus padres, pues su madre y una criada se encargaban de todo. Su propia inseguridad la tenían convencida que cada plato que preparaba no le parecía rico a su marido y le lastimaba ver como Pedro re planchaba las camisas que ella ya había planchado. Él al principio no reclamaba nada y ella cumplía en la cama con placer; veía en el deseo de su marido el resultado de años de cuidados y preparación para su cuerpo. Sin embargo, su incompetencia en los quehaceres del hogar le quitaban el sueño— ¿Cómo puedo ser tan tonta?— se preguntaba cada vez que se le quemaba la comida o cuando manchaba alguna prenda de vestir.

Un día, mientras hacia su mejor esfuerzo para preparar la cena, llego una mujer a avisarle que salía humo por la ventana de uno de los cuartos. Recordó al instante que había dejado la plancha enchufada y, acompañada por la preocupada señora, fueron corriendo a apagar el amago de incendio. Apenas se habían quemado un par de prendas y la cubierta de la tabla de planchar pero Tatiana no aguanto y se largó a llorar, presa de la angustia que le provocaba su torpeza. La Sra. Marta, quien le había advertido del humo, la consoló y escucho el desahogo de la recién casada. Pese a haberla conocido ese mismo día, su nueva amiga se quedó y le ayudo a cocinar, y le prometió que ella le ayudaría con consejos y secretos en los cuidados de la casa. Esa tarde, Pedro la felicito por la cena y desestimó el incidente de la plancha. Bien alimentado, Tatiana sintió que esa noche su marido le había hecho el amor con más pasión que nunca.

La señora que la había ayudado vivía solo a un par de casas dentro del condominio. Había criado dos hijos que ya estaban en la universidad y, según ella, aguantado a un marido gruñón en el camino; así que tenía sobrada experiencia como dueña de casa. Así, con el tiempo, la Sra. Marta se había convertido en su única amiga y mentora.

A escasos tres meses después de casarse Tatiana había quedado en cinta. Se había sentido aliviada de tener una ayuda como la Sra. Marta para apoyarla en su embarazo.

 

MARTA

 

Marta tenia cuarenta y cinco años; vivía con su marido, Benito, y sus dos hijos ya mayores, Esteban y Joaquín. Ni de joven había sido muy agraciada, era algo bajita y sus pechos nunca superaron el tamaño de los de una niña. Si podía pavonearse de algo era de su trasero, era grande para su altura y de formas bastante aceptables; con pantalones ajustados llamaba la atención de los hombres.

Siempre sintió envidia de las mujeres más bellas. En la escuela las más bonitas hacían grupo aparte, dejándola a ella y a muchas otras relegadas a la indiferencia. Los chicos, si bien eran simpáticos con ella, siempre la usaban como pañuelo de lágrimas pues alguna de las chicas populares no les prestaba ningún interés.

Así transcurrió su juventud. Ningún cuento de hadas ni historia romántica. Alguna vez pensó que si era permisiva con sus eventuales parejas se enamorarían de ella. Sin embargo, con esta aptitud no se ganó más que la fama de la chica del culo dispuesto. En la universidad, para evitar reprobar un ramo, termino dejando que el profesor le practicara sexo anal. No era su primera vez―el trasero era lo mejor que tenía―pero de todas formas le dolió; le dolió mucho y le gusto. Aún así no pudo terminar su carrera, pero si termino casándose con aquel profesor, un hombre diez años mayor que ella y sin mucha gracia; en ningún caso un príncipe azul, pero con un buen pedazo de verga que bien la hacía gozar.

Si bien su matrimonio con el profesor Benito tenía sus altos y bajos, se llevaban relativamente bien. No obstante, desde el principio Marta entendió que su poco agraciado marido era un pervertido sin remedio que no desecharía oportunidad alguna de encamarse a una chica medianamente decente. Fue en una oportunidad que trato de sorprenderlo y lo siguió a uno de sus encuentros amorosos cuando encontró la fórmula para seguir viviendo con él. En el momento que vio a la joven amante de Benito, seguramente una estudiante que necesitaba nota, en ella surgió un morbo que le impidió intervenir en aquel acto impuro e indecente que se estaba perpetrando en aquella habitación de motel barato. La chica era bella y le recordó a sus compañeras de curso y de universidad que se creían mejores que ella; esas chicas que tenían un príncipe azul enamorado sin remedio de su belleza. La sola idea que su marido, algo gordo y sin mucha facha, estuviera aprovechándose de una princesa como esa le provoco un morbo insano y sabroso. En ese mismo momento la gran verga de su hombre estaba taladrando a placer el cuerpo juvenil de la pobre chica; mientras el novio de esta, obviamente ignorante de lo que sucedía, podría estarle escribiendo una carta de amor o soñando con encontrarla más tarde. Esa noche le confeso todo a su marido y después de hacerle jurar que había enculado a su alumna, por primera vez en varios años volvió a dejar que la tomara por el culo.

Después de eso múltiples fantasías llenaban las morbosas noches de aquel maduro matrimonio: Benito le contaba con lujo de detalles como las jovencitas llegaban a llorar cuando veían su pedazo de herramienta, sabiendo que debían entregar el culo para pasar el curso. Marta siempre estaba dispuesta a ver con él películas porno, donde descubrió su fijación por los senos grandes. Sabía que no era lesbiana, pues gozaba con su marido, pero no podía negar que sentía morbo e inquietud por un par de tetas bien desarrolladas.

Esa mañana, como todos los días, Marta se levantó temprano para preparar el desayuno de sus hijos y su marido. Los chicos, como de costumbre, tragaron antes de mascar y salieron apurados. Ya sin los muchachos de por medio Don Benito le hablo ansioso.

—¿Cómo está la Tati?— preguntó.

―Con las tremendas pechugas. Apenas se las puede.

―Ya van a ser ocho meses. ¿Cuándo la vas a invitar a las reuniones?.

―Jaja. Seguro el Pato te pregunta todos los días― se burló Marta mientras recogía la mesa.

Patricio, o el Pato para sus amigos, era hermano de Benito. Era un solterón y vividor empedernido que al contrario que su hermano más joven, nunca termino una carrera universitaria. Al verlo necesitado, Benito le había conseguido trabajo de guardia en el condominio. Ya iba a cumplir tres años en el cargo y todos los vecinos lo conocían; hacia bien su trabajo y era bastante servicial con las señoras y todo un caballero con las señoritas.

―Todos preguntan. Hace más de un año que lo vienes prometiendo― reclamó Don Benito siguiendo a su mujer a la cocina.

―¿Qué culpa tengo yo que la hayan preñado tan rapidito―se defendió Marta― Pero créeme viejo, ya está bien recuperada. Quedo hasta mejor que antes. Es tonta, pero cuando se trata de cuidarse para verse linda no le gana nadie.

―Con todo eso no haces otra cosa que dejarme más ansioso―la increpó su marido.

Marta dejo los platos en el fregadero y se volvió hacia él.

―Mira viejo. Estoy tanto o más ansiosa que ustedes de que la Tati empiece a ir a las reuniones. Pero si me apresuro no conseguiremos nada. Podrías hacerte amigo de Pedro―dijo.

Benito negó con la cabeza.

―El tipo es simpático pero está metido en sus asuntos. No he sacado nada con él―afirmó. ―Bueno, me voy. Me cuentas a la noche― se despidió con una palmada en el trasero de su mujer.

Apenas termino sus labores diarias, Marta se encamino a casa de Tatiana. Ya hacia año y medio que la ayudaba en todo lo que podía. La chica era tonta; no se le daba bien la cocina ni las labores del hogar en general, pero en todo ese tiempo algo había mejorado. Sin embargo, Marta no dejaba que prescindiera de ella. Siempre tenía una receta nueva o algún dato de limpieza o decoración que compartir con la joven madre. A esas alturas la chica se había ganado su simpatía; era tan ingenua e inocente que a veces le remordía la conciencia sus intenciones de hacerla parte del grupo de las reuniones. Pero el morbo era más fuerte. Además pensaba llevarla por las buenas, si bien Tati era algo tonta y estaba convencida que la podría convencer con facilidad, al final dependía de ella si seguía yendo o no a compartir con el grupo.

Tatiana la abrió la puerta apenas toco el timbre. Llevaba unas calzas floreadas ajustadas, el pelo húmedo y apenas se tapaba sus pechos con una pequeña toalla de bebe. Media escondida tras la puerta la rubia le hiso señas para que se apresurara. Marta entro rápidamente.

―¿Cómo esta Sra. Marta?― saludo Tatiana después de cerrar la puerta, e inclinándose la saludo con un beso como siempre lo hacía.―Disculpe pero acabo de darle pecho a Benjita y no alcance a ponerme nada encima.

―Descuida Tati, si yo sé como es con las guaguas. No tienes tiempo para nada.―Marta trataba de disimular como podía las ganas de mirar el escote que afloraba sobre la toallita.―Vamos, yo te veo al bebe mientras te vistes.

La madura tenía pocas oportunidades de ver los pechos de su vecina en todo su esplendor y no desaprovecharía esa oportunidad. Las dos se encaminaron al dormitorio donde Tati sin tapujos desecho la toalla sobre la cama. Marta quedo prendada de los inmensos melones que habían liberado frente a sus ojos. Agradeció para sí que el pequeño Benjamín estuviera durmiendo, ya saciado de las exuberantes ubres de su madre. Así podría conversar y admirar sin distracciones a la joven mientras se vestía.

―Sra. Marta, necesito preguntarle algo.―la rubia la invito a sentarse en la cama. Su tono era serio. Marta temió por un minuto haber sido descubierta en sus ansias de contemplar las increíbles tetas de su vecina.―Verá, este último tiempo Benjita ha estado tomando menos leche y….. ay ¿Cómo decirlo?... por eso se me están hinchando las pechugas.― Tatiana se tomó los pechos, invitando a su madura vecina a contemplarlos. La piel blanca increíblemente tersa resaltaba los pezones erectos y las pechugas estaban tan llenas de leche que parecían balones de voleibol sobre las manos de la joven.

Marta tocio. Al momento trago saliva y se recompuso.

―Uy, las tienes enormes―atino a decir sin pensar.

―El problema es que me duelen arto, Sra. Marta. Pedro me compro un extractor de leche que tengo por ahí. Pero no sé como se ocupa.―continuó angustiada.

Era la oportunidad que estaba esperando. Fue en una fracción de segundo que Marta fraguo un plan para satisfacer el morbo que la aquejaba hace tanto tiempo.

―Es que esas cosas no funcionan mi linda―dijo indignada, insinuando que era un despilfarro de dinero comprar esas cosas.―Y si tu marido te lo compro es porque no puede ayudarte.― La interrogante mirada de la rubia la invito a continuar.― Si te duelen es porque están llenas de leche ¿no es cierto?. Pues bien, para aliviar el dolor debes extraer esa leche. Ese aparatito que te trajo Pedro no funcionara con pechos tan productivos como los tuyos. La solución es que amamantes.

―Pero no puedo obligar a mi bebe a tomar más de lo que quiere.―replicó Tati.

―Pues la solución es encontrar alguien que si pueda.

La joven madre abrió los ojos sorprendida. Dudo antes de hablar.

―Pero ¿Quién me prestaría un niño para hacerlo?―terminó preguntando.

Serás bruta―pensó Marta.

―No mi amor. Para el volumen de leche que debes sacar de esas ubres tiene que ser un adulto.

―Pero….pero….¿qué dice?. Sra. Marta…¿me está tomando el pelo?.

―Pues ¿cómo crees niña?. Con los problemas de salud no se juega.―dijo indignada la aludida.―Y tampoco es nada del otro mundo. Hace unos meses ayudamos a la vecina de la casa 47, aquí mismo en el condominio. Tenía el mismo problema.―mintió Marta―Claro está que es un tema delicado, ni su marido supo nunca que requirió de ayuda. Si te lo estoy contando es porque te tengo mucho cariño y confianza. No se te vaya a ocurrir tocarle el tema a la vecina porque acordamos que sería un absoluto secreto.

―¿Quiénes la ayudaron?.

Marta sabía que se venía esa pregunta y en su cabeza aún no decidía como jugársela. Había dos situaciones que le mataban de morbo: primero, ansiaba tocar los pechos de Tatiana, eran enormes, bellos y sus pezones se apreciaban duros y sabrosos; segundo, le provocaba estertores de placer imaginar a Benito usar el cuerpo de la inocente joven. Pensó rápidamente en los pros y en los contra. Si le decía que había sido solo ella, su amiga y mentora, su vecina podría sentirse en confianza para dejarla tocar, saborear y extraer su elixir lácteo. Pero no sabía que tan liberal podría ser Tati; podría indignarse ante la idea de que otra mujer practicara con ella un ejercicio tan íntimo. Por otro lado, mencionar a Benito despertaría de inmediato la idea de infidelidad en la cabecita de la rubia. Pero si terminaba aceptando, nadie decía que solo su descarado marido terminara aprovechando el escultural cuerpo de la joven madre. Dos por una.

―Benito hace el tratamiento.―terminó diciendo.

―¡¿Don Benito?!―se sorprendió Tatiana.

―Sí, Tati. Benito puede ayudarte.

―¿Y si se lo pido a Pedro?.

―Bueno, él te compro el extractor. Con eso te quiso decir que no podía ayudarte de otra forma. Verás, hay hombres que les da un poco de repulsión la leche materna. Si insistes seguramente aceptara, pero podría traerles serios trastornos en su relación íntima. En el futuro ¿me entiendes?.

Tatiana asintió con la cabeza. Se miró las manos que jugaban nerviosas en sus rodillas. Después de unos segundos que fueron como horas para la incipiente embaucadora, la joven alargo una de sus manos y la puso sobre las manos entrelazadas de Marta.

―¿Y a usted no le incomoda que Don Benito me ayude?―le dijo con delicado temor.

Esta hecho―pensó Marta.

 

BENITO

 

Don Benito ya estaba viejo, tenía cincuenta y cinco años, y hace algún tiempo le estaba pasando la cuenta. Diez años atrás aún follaba todos los días, ya fuera con su mujer, alguna alumna desesperada o, en el peor de los casos, una callejera barata. La pasaba bien y le gustaba pensar que la afortunada de turno también lo disfrutaba. Por algo tenía una descomunal herramienta colgándole ahí entre las piernas. Era su orgullo. Pero la muy cabrona parecía haber envejecido con él. Bueno, bastante trabajo le había dado a lo largo de su vida. Pero en realidad ya lo había asumido: no era el mismo de antes.

Todo había empezado a decaer cuando lo nombraron decano de la facultad. Había recibido un aumento de salario y horarios más ordenados, pero también había perdido sus clases. El trato directo con las alumnas se minimizo y ya no dependía exclusivamente de él cambiar alguna que otra nota y negociar con la interesada en cuestión. Así las sesiones con jóvenes estudiantes desaparecieron, junto con el morbo que le provocaba llevarlas a cabo. De ahí en más debió conformarse con las sórdidas historias que recordaban o inventaban con Marta en la intimidad de su dormitorio.

Don Benito valoraba dos acontecimientos extraordinarios en la relación con su mujer. La primera era el día que aquella jovencita recurrió a conversar con él a su oficina. Necesitaba alcanzar una nota en el último examen del curso y sabía que le había ido mal; quería saber si ella podía hacer algo para subir algunos puntos. No era la primera vez que se aprovechaba de una situación así; es más, Marta no era la chica más linda que había llegado a su oficina con la misma solicitud. Era mona y, gracias a su juventud, tenía un cuerpecito rescatable; pero todo se olvidaba una vez que apreciabas el potencial de su tremendo culo. Ella era algo bajita y no tenía nada de pecho, pero tenía cintura y un trasero grande y bien formado. Ese día decidió jugársela y le pidió directamente el culo a cambio de pasar el curso. Ella aceptó. Y cuando cumplió con su parte, lejos de espantarse por la monstruosidad que la sodomizaría, se emocionó y disfruto a concho de la terrible penetración. Que esa pendeja hubiera cumplido como lo hizo y que lo hubiera seguido buscando por más pese a ya haber aprobado el curso, marcaba el primer gran ito en su relación. El segundo tuvo lugar estando ya casados, el día que Marta le encaro haberse llevado a una alumna a un motel. Las razones estaban más que claras, ella misma había caído así. Sin embargo, en lugar de putearlo y echarlo de la casa, le pidió que le contara lo que le había hecho a la pobre chica. Fue honesto. Le conto que la jovencita estaba asustada, sobre todo al ver su verga.―¿La enculaste?― se había apresurado en saber su mujer. Pudo ver en sus ojos lo que ansiaba escuchar, así que mintió: le dijo que le había reventado el culo. La verdad era que la chica había lloriqueado tanto al ver el tamaño de su herramienta que al final acepto una buena mamada con champañazo y todo.―¿Lloro?― esta vez no mintió―― le dijo― lloró como condenada.― Luego de eso su adorada Marta, después de varios años de coitos mediocres, le había vuelto a entregar el culo y habían gozado como adolescentes recién casados. De ahí en adelante, disfrutaban del sexo aderezado con los morbosos relatos del profesor, en los que Don Benito le contaba las insanas vejaciones a las que sometía a sus alumnas.

El decano cavilaba sobre todo esto mientras miraba por la ventana de su oficina, observando en el parque todas esas jovencitas entusiasmadas por sacar su título. Ya eran inalcanzables para él. Pero no lo lamentaba pues con su imaginativa esposa y algunos vecinos de intereses similares habían encontrado la forma de llenar el vacío de morbo que había quedado en su vida. Una vez a la semana se reunían en cualquiera de las casas y “jugaban” de distintas formas según la ocasión y los invitados que participaban. Su hermano, Patricio, como guardia del condominio no había demorado mucho en hacerse parte de los juegos. Don Benito pensó que sería mal recibido pues era soltero y no aportaba con su contraparte femenina. Pero su buena verga había empezado convenciendo a las vecinas y la puta ocasional que llevaba había terminado por convencer a los vecinos.

Así se consolaba Don Benito. Ya no follaba todos los días pero cuando lo hacia lo disfrutaba a mas no poder. Sonrió al recordar como su hermano trataba de “jugar” como un crio con Marta. El morbo de ese juego de búsqueda y rechazo, para el insano marido, era el punto sabroso de muchas reuniones.

No pudo evitar pensar en su nueva vecina, Tatiana. Lo traían loco de la ansiedad las promesas de su mujer que aseguraba que convencería a la rubia de asistir a las reuniones.

―Pero tiene que ser de a poco. Debemos dejar que entre en el juego paso a paso.― le insistía Marta cada vez que tocaban el tema. Pero como esperar si las pocas veces que la había visto, Don Benito sufría una erección instantánea. Es que era tan hermosa. Alta, con esa cabellera rubia rizada; esas piernas largas y poderosas; ese culazo de calendario y esas tetas de diosa. No le cabía en la cabeza que esa mujer pudiera estar más bella que antes, pero Marta le aseguraba que realmente sus pechos habían crecido en forma descomunal hasta convertirse en verdaderos melones. Aparte era tan joven que podría ser su hija; y casada. Además el morbo que le provocaba saber que era inocente e ingenua, por no decir tonta, lo traían enfermo de ansiedad. Alguien debía darle la oportunidad de engañarle, de estafarla y hacerse de su descomunal cuerpazo. Pero claro, para su mala suerte Tati había quedado esperando familia y en un ataque de timidez o bochorno por sus hinchados pechos, el último tiempo se había quedado encerrada en la casa, solo al alcance de sus cercanos y Marta claro está.

Benito se sentó, obligándose a olvidar su ansiedad y revisar la propuesta de un nuevo programa de estudios. No alcanzo a abrir la carpeta cuando sonó su celular. Era Marta.

―Si mi amor. Dígame― dijo apenas aceptó la llamada.

―¡Ven a casa en este instante!―lo apuró la ansiosa voz de su mujer.

―Pero si acabo de llegar. ¿Qué pasa?.¿Le paso algo a los muchachos?.

―No. Nada de eso. Es Tatiana. La oportunidad que esperabas. ¡Ven a casa ahora!― y colgó.

El decano quedo de una pieza, congelado sin saber que hacer; borrado totalmente. Al cabo de un minuto la fulminante erección que sintió lo saco de su ensimismamiento. Ordeno rápidamente sus ideas. Tatiana, ¿oportunidad de qué?. Pensó en llamar de vuelta a Marta pero desecho la idea, sabía que no le respondería el teléfono. Le gustaba jugar así. Dios, debía salir de ahí de inmediato, tenía que ir a casa. Se paró rápidamente de su escritorio, agarro su maletín y echo como pudo algunas carpetas adentro. Cerró su notebook y lo guardo en su estuche. Cuando caminaba a la puerta reparo en la descomunal erección que se le notaba en los pantalones; no podía salir así. Dejo sus cosas en el suelo y se dirigió al baño. Se bajó los pantalones y descubrió a su compañero en su máximo esplendor, con una rigidez que no tenía hace años.―ahora no puedes estar así idiota― le espetó― ¡será mejor que te bajes ahora ya!, o no sabremos qué está pasando con Tatiana.― El muy bribón no le respondía por lo que en su desesperación lo agarro a golpes.―Ves lo que me obligas a hacer.―Al cabo de unos interminables minutos la bestia entro en razón y decidió esperar en estado de reposo. Don Benito voló fuera de su oficina. A la pasada le dijo a su secretaria que tenía una emergencia familiar y no sabía si volvía.

Demoró veinte minutos en el trayecto que generalmente le tomaba media hora. Entró al borde de un ataque a la casa. Marta no estaba. La llamo al celular.

―Estoy en casa― dijo lo más calmado que pudo y colgó.

Su mujer llego cinco minutos después.

―No vas a creer lo que conseguí, viejo.― dijo sentándose junto a su marido.

―Anda no me tengas en ascuas.― Don Benito rezaba porque no fuera una tontería.

―Convencí a la vecina para que te amamantara.―le soltó con orgullo su mujer.

El maduro decano no lo podía creer. Marta le explico el problema que la joven vecina tenía con la aglomeración de leche en sus pechos y de cómo la había convencido de que su marido, Don Benito para ella, podía ayudarla.

―Le dije que ya lo habías echo con otra vecina. Pero que todo tenía que quedar en el más absoluto secreto para no incordiar a Pedro, ni que otros vecinos se sintieran incomodos. La tontita cree que es un sacrificio para ti. Que en estos momentos te lo estoy pidiendo como un favor para una íntima amiga mía.―seguía explicándole Marta.

Benito quería besar a su mujer. Se piñizcaba para asegurarse de no estar soñando. El morbo de la situación lo tenían al borde de la locura.

―Pero debes tomártelo con calma, viejo. No permitas que se te note lo caliente que te pone todo esto. La Tati es algo ingenua pero sigue siendo bien recatada.―lo calmaba su mujer.―Partamos por cambiarte de ropa. Ponte los pantalones más holgados que tengas y bájate esa erección.―le golpeo la carpa que se había formado en sus pantalones.

― No saco nada con bajarla si se me va a subir apenas la vea.

―No te preocupes. Busca los pantalones que te dije. Voy enseguida a la pieza.

El viejo obedeció. Fue al dormitorio y busco desesperado el pantalón más grande que tenía. Su mujer apareció con cinta de embalar en la mano.

―¿Qué harás con eso?―preguntó el atribulado marido.

Marta agarro la cinta y le dio una vuelta a la cintura de su viejo, apresando el rebelde animal de su esposo al costado izquierdo, entre su ingle y su barriga.

―Igual se me notará.―aseguró Benito.

―Ponte esta camisa. Es ancha y te queda larga. Si te la dejas fuera, colgando de tu panza, te tapara como una cortina.―Su mujer lo tenía todo planeado.

Tenía razón; vestido así no se veía muy elegante pero no se le notaba la terrible erección que sufría.

―Ya está. Vamos que le dije que estaríamos ahí lo antes posible. No vaya a ser que se nos arrepienta.―le apuró Marta.

Salieron a la calle y caminaron rápidamente a la casa de Tatiana.

Cuando la joven madre abrió la puerta, el pobre de Don Benito quedo impresionado.― Es verdad―pensó―¡está más buena que antes!.

Tati se había puesto unos pantalones de buzo y una blusa maternal que le quedaba muy suelta. Todo muy bonito pero muy recatado en opinión de su maduro vecino. Y aún así, se veía soberbia.

Una vez adentro; la joven, visiblemente nerviosa, les ofreció algo de beber. Los recién llegados rechazaron el ofrecimiento. Después de un incómodo silencio:

―Bueno, Don Benito. Antes que nada quería agradecerle que aceptara ayudarme y de antemano le garantizo que su ayuda se mantendrá en completo anonimato.―prometió la rubia.

―No te preocupes Tati. Para mí no es ninguna molestia. Por algo tome el curso: para saber ayudar cuando fuera necesario.―arrojó el anzuelo el viejo sinvergüenza. Estaba decidido a aprovechar al máximo la oportunidad que se le presentaba. Y la ropa que llevaba la joven no le satisfacía.

―¿El curso?. La Sra. Marta no me contó que había hecho un curso.―pico Tatiana.

―Bueno, después de ayudar a otra vecina con el mismo problema me interese en estos temas de primeros auxilios y apoyo a jóvenes madres; así que tome un taller de auxiliar paramédico especialista en estas dolencias y otros males incomodos para las mujeres.―inventó.

Marta asintió con la cabeza.

―Sí. Había olvidado contarte querida. No puedes estar en mejores manos―apoyó a su marido.

―Entonces usted manda, Don Benito.―dijo aún algo nerviosa la ingenua paciente.―¿Cuáles son los pasos a seguir?.

―Para empezar debes cambiarte de ropa, corazón―Don Benito extendió la palma para recorrer y así denotar la vestimenta de la joven.―Veras, la posición ideal para mantener la tensión de la espalda y así facilitar la extracción de la leche cuando estas de pie es de puntillas. Así que te recomiendo usar el calzado con el taco más alto que tengas.―aseguro en tono didáctico. Al viejo le gustaba lo alta que era Tatiana. Estaba seguro que con unos buenos tacos apenas tendría que inclinarse para desempeñar su insano cometido.

―Sí, tengo unas chalas adecuadas.―dijo la joven ya encaminándose a su pieza.

―Espera, Tati―la detuvo el viejo.―Aprovecha de cambiarte los pantalones. Necesito una prenda ajustada para mejorar tu circulación.

La joven se detuvo. Indecisa ante las instrucciones de su supuesto sanador. Miro a la Sra. Marta buscando su ayuda.

―Las calzas que traías en la mañana estarían bien.―le aconsejo.

La rubia entro al pasillo que daba a su habitación.

Don Benito tomo la cara de su mujer y le dio un beso cargado de agradecimiento.

―Viejo, yo también quiero probar― pidió Marta.

 

TATI

 

La habitación estaba en penumbras. Benjamin aún dormía, despertaría en una hora más según calculo su madre. Tatiana abrió el armario y rebusco por un par de chalas blancas con taco alto que había ocupado solo una vez  hace tiempo en el matrimonio de un amigo de Pedro. Dio con ellas, las saco y las dejo junto a la cama. Sobre la cómoda estaban las calzas floreadas que se había quitado hace poco.

Cuando la Sra. Marta se había ido a buscar a su marido, Tatiana había sentido gratitud y una pizca de culposa lastima por su amiga. Se ponía en su situación: si Pedro tuviera que auxiliar a otra mujer y esta ayuda requiriera de un íntimo contacto físico, la joven estaba convencida que se sentiría celosa, o por lo menos incomoda. Pero su amiga, por ayudarla, le estaba pidiendo a su amado esposo que se sacrificara por ella. Estaría en deuda con la Sra. Marta, aún más de lo que ya estaba. Sin embargo, debía honrar el sacrificio de su vecina. Pensó que las calzas que traía podían alterar de alguna forma a Don Benito y a la vez incomodar a su señora mientras era testigo del tratamiento; así que se las cambio por un pantalón sumamente holgado que había usado durante el embarazo y se había puesto una colorida blusa maternal que, si bien no podía ocultar sus descomunales pechugas, por lo menos caía sin ninguna gracia, ocultando su abdomen y su cintura.

¿Cómo iba a saber ella que esas prendas no eran adecuadas para el procedimiento?. Por suerte Don Benito tenía experiencia y estaba instruido en estos asuntos. Ahora que ya sabía que su vecino había estudiado para la realización de este tipo de tratamientos, se sentía más tranquila, y doblemente afortunada. Se obligó a recordar preguntarle a Don Benito por sus honorarios. No quería que pensaran que era una aprovechadora que esperaba que la trataran gratis solo por ser amiga de la familia.

Se puso aquellas calzas floreadas. Le quedaban bien pero no sintió que le apretaran demasiado. Pensó que por lo menos debía tener un poco de iniciativa y cooperar en su propio beneficio. Don Benito le había dicho que necesitaba una prenda ajustada, así que busco en el fondo de un cajón y extrajo unas calzas blancas. Las había comprado la primavera anterior a quedar embarazada así que debían de quedarle bastante más ceñidas que las otras. Eran cortas, le llagaban apenas más abajo de la rodilla, pero supuso que no debía ser un problema. Bueno, los expertos le dirían. Se la puso sin problemas pues, aunque le quedaba bastante apretada, era de tela bien elástica. Se colocó las chalas y paso al baño a ver cómo le quedaban.

Era una costumbre innata en Tatiana mirarse al espejo después de ponerse cualquier prenda de ropa, independiente de a dónde iba. La tela blanca se le pegaba como una segunda piel a sus piernas y su bien formado trasero. Aparte el taco hacia que su cola se parara, dándole una forma más gordita al arquear su espalda, ayudando a la presión en sus cuartos traseros. Don Benito sin duda sabia de lo que hablaba. Tan ajustada le quedaban las calzas que era evidente la forma de su ropa interior; llevaba un tanga que por suerte también era blanco. Pensó en cambiárselo por un colaless, pero lo desestimo. ¿En que aportaría en su tratamiento?.

Al levantar la blusa pudo apreciar la silueta de su cintura. Se sintió orgullosa del trabajo que había hecho con su cuerpo: ahí donde terminaban de apretar las calzas en sus caderas, apenas se generaba un pequeño cambio de relieve; no tenía nada que le sobrara, la máquina de spinning había sido un excelente reemplazo de la bicicleta. Por otra parte los masajes y los cuidados que había tenido con su piel habían resultado de maravilla, su abdomen parecía el de una quinceañera; sin ningún vestigio de su embarazo.

Mientras se admiraba sintió que volvía ese molesto dolor en sus pechos. Se alegró de por fin tener el remedio. Estaba algo nerviosa aún; en su vida adulta ningún hombre más que Pedro y su doctor de cabecera la habían visto desnuda. ―No seas tonta― se dijo.―Don Benito y la Sra. Marta sacrificándose para ayudarte y tu toda vergonzosa por tonterías.―No debía hacer esperar más a sus vecinos. Salió del baño en suite de su dormitorio. Cerro la puerta con cuidado para no despertar al bebe. Se armó de valor y recorrió el pasillo a la sala.

La casa de Tatiana era una de las más grandes del condominio. Disponía de sala de estar o living separado del comedor, y las habitaciones eran bastante espaciosas. A Pedro le gustaban los espacios poco arrebatados por lo que habían optado por muebles esbeltos para su decoración. La sala, aparte de un elegante aparador y una exquisita biblioteca, contaba solo con un sofá tapizado en cuero blanco tipo Chéster, ubicado en el centro de la estancia, y un par de sillas romanas del mismo color. Sobre los muros, a juego con el blanco de los muebles, destacaba un gran espejo finamente enmarcado y una marina de colores en sincronía con el tono de madera del piso y del mobiliario.

La Sra. Marta estaba sentada en una de las sillas y Don Benito caminaba de lado a lado en el espacio detrás del sofá, cuando Tatiana por fin irrumpió en la sala.

―Estas calzas me quedan más apretadas que las otras, pero son más cortas. Espero estén bien.―dijo mirándose las piernas, sin darse cuenta de la cara de estupefacción de su vecino.

―Inteligente decisión Tati― aprobó Don Benito apenas recobro el habla. El viejo zorro, por lo que le contaba su mujer, había deducido los conflictos internos de la joven.

A Tati le encantaba que adularan sus ideas e iniciativas. Pensó que sin lugar a dudas el esposo de su amiga era un caballero.

―Bueno, querida. Sácate la blusa. Déjame evaluar tu problema.

La joven notoriamente compungida hiso amague de obedecer, llevo las manos a la solapa de la blusa, pero no se decidía a quitársela.

―¿Qué pasa corazón?―intervino la Sra. Marta.

―Ay, Sra. Marta. Pensara que soy una tonta, pero me da mucha pena mostrar mis senos. Pedro y mi doctor son los únicos que me las han visto― explicó toda avergonzada.―Disculpe Don Benito, solo deme un momento.

―Tranquila muchacha. Es normal lo que te sucede. Tomate el tiempo que quieras.― la tranquilizo el viejo.

La Sra. Marta se acercó a ella.

―No te preocupes, yo te ayudo― le dijo mientras despegaba los broches de la blusa.―¿está bien querida?―le pregunto una vez abiertos todos los broches.

Tatiana asintió con la cabeza. Suspiró mientras la Sra. Marta deslizaba la blusa por detrás de sus hombros y la dejaba caer por sus brazos, descubriendo los increíbles melones de la rubia.

La cara del pobre hombre se descompuso en el acto. Parecía haberle dado una parálisis facial.

Tatiana, al verse expuesta, por reflejo atino a cubrirse con sus brazos. Reacciono al instante, suponiendo lo ridículo de su aptitud si debían de examinarla. Termino ahí de pie abrasada a sí misma, acunando sus hinchados y adoloridos pechos. Sus pezones brillaban erectos, como solitarios cañones en una playa de arenas blancas.

Don Benito se acercó con el rostro desencajado. Parecía incrédulo a lo que veían sus ojos. Su mujer lo tomo del brazo, volviéndolo a la realidad.

―¿Tan grave es?―preguntó Tatiana preocupada.

El viejo respiro hondo y acaricio su barbilla en un claro gesto de meditación. Estuvo unos instantes así, sin despejar la vista de los exuberantes melones dispuestos frente a él. De pronto se acercó a la acongojada joven.

―Veamos― dijo mientras la tomaba de la cintura y la conducía a apoyarse en el aparador junto a ella. Tatiana, con sus piernas un tanto inclinadas, quedo con su abultada cola al borde del mueble y obligada a apoyar sus manos en el mismo para mantener el equilibrio. Don Benito aparto su dorada cabellera hacia atrás y la tomo de los hombros para obligarla a arquear su espalda, consiguiendo que la joven adoptara una postura que dejaba sus monumentales ubres expuestas en su máximo esplendor.

Tatiana se contempló en el espejo colgado en el otro extremo de la estancia. Su pose era preocupantemente sexy; y el contraste entre su preciosa desnudez y la decadente madures de Don Benito le causo un arrebato de nervios. Se obligó a apartar esas estúpidas ideas de su mente. La Sra. Marta estaba a escasa distancia con la cara compungida del estrés. Seguramente estaba preocupada por su salud; ansiosa, al igual que Tatiana, por saber que tan grave era el malestar que la aquejaba. Y ella, estúpidamente, pensando en lo sensual que se veía y en lo poco agraciado que era el caritativo esposo de su amiga.

 

BENITO

 

El pobre viejo estaba a punto de sucumbir a la tensión. Sentía la presión por las nubes y temía sufrir un infarto en cualquier momento. Pero ni eso le haría dar marcha atrás. Había soñado incontables veces con ponerle las manos encima a la hermosísima Tatiana, pero ni en sus más atrevidas fantasías imagino una situación tan morbosa como la que estaba viviendo. La pobre rubia estaba dispuesta a amamantarlo para aliviar sus hinchadas tetas; y lo mejor era que cumpliría sus deseos: acabaría con sus molestias. Obviamente no era la única forma y ni de lejos la más recomendable. Debería usar un extractor o hablar con su doctor, seguramente habría algún remedio para su problema. En última instancia recurrir a su marido; pero, gracias a su Marta, la portentosa rubia había recurrido a él para que chupara y extrajera el exceso de leche que llenaba casi a reventar sus tremendas pechugas.

La tenia apoyada en el mueble. Apenas vestida con unas ajustadísimas calzas que parecían impregnadas a la piel de sus portentosas piernas. Por si fuera poco, la ropa interior que llevaba se destacaba bajo la estirada tela de las calzas. El robusto culo de la joven yacía voluminoso sobre el borde del aparador. El viejo ansiaba poder mirar más de cerca y ver como esos tangas se perdían entre los glúteos de Tatiana. Pero por el momento le bastaba y le sobraba con el torso desnudo y erguido de la joven.

Don Benito nunca espero poder ver y tener a su disposición tan fabuloso par de tetas. Eran tan grandes que parecían luchar entre ellas por el espacio disponible en el esbelto cuerpo de la rubia. Cada uno parecía un globo inflado hasta los límites de su resistencia. Los pezones eran cuento aparte, eran llamativos por si solos; perfectos en tamaño, forma y color, reinaban incólumes sobre los estanques de leche que coronaban.

―Tranquilita Tatiana. Debo palpar la zona afectada para determinar que tan exigidos están tus pechos― informo el viejo. Era su forma de pedir permiso para empezar a manosear a su ingenua vecina.

Tatiana asintió con la cabeza y soltó una risita nerviosa.

En un instante que el viejo no olvidaría en lo que le quedara de vida, poso sus hoscas manos sobre uno de los pechos de la joven. Sintió como la rubia se estremeció con un saltito antes de asimilar el manoseo. Aunque la totalidad de las palmas de Don Benito estaban en contacto con la cálida piel, estaba lejos de cubrir ni la mitad del volumen de aquel tesoro.

El falso sanador comenzó con ligeros apretones. Apenas recordaba la tersa suavidad que implicaba la juventud. La firmeza de la esfera lo impresiono.

Tati empezó a poner caritas de dolor.

―Cuidado, Don Benito, que me duele― dijo la rubia con voz de niña herida.

El viejo sentía que la bestia amarrada a su cintura luchaba por liberarse al escuchar la lastimera queja de la afligida joven.

―Aguanta un poquito, querida. Ya lo resolveremos―le prometió.

El maduro bribón se cambió de pecho, repitiendo las reprimidas tocaciones. La igualdad en forma y tamaño de ese par de tetas sin lugar a dudas acrecentaban lo esplendido del conjunto.

―Uf, están a mas no poder. Pero no te preocupes, estamos a tiempo de evitar daños permanentes― diagnosticó el supuesto especialista. Su intención era asustar a su víctima y minimizar la posibilidad de que pensara en abortar el tratamiento.―Para preparar el tejido debo realizar un masaje. Debes ser valiente Tati, te va a doler un poquito.―le aviso el muy canalla antes de atacar una teta con cada mano y comenzar con un sobajeo más descarado.

La sensación de tener aquellos melones a su merced y los gestos de dolor reprimido que llevaban a Tatiana a morderse el labio inferior, tenían al pobre viejo en éxtasis. Cuando su pobre victima cerró los ojos para aguantar estoica el manoseo, Don Benito se permitió mirar a su mujer. Encontró a la Sra. Marta con un semblante que evidenciaba su incrédulo asombro; le brillaban los ojos; y sus piernas, fuertemente cruzadas, parecían palpitar en un vaivén que seguramente buscaba calmar la morbosa excitación que afloraba por allí abajo. La insana pareja compartió una malévola sonrisa cuando Tatiana no pudo aguantar un delicado gemido de dolor.

―Déjalo salir, querida. Es normal― la alentó el muy depravado.

Tatiana abrió los ojos ante el consejo de Don Benito. Este, buscando deleitar sus oídos, apretó un poco mas fuerte.

―Ay!!― dejo escapar la martirizada madre.― Ay!!....Ayyy!!!......Ayyyyyy!!!!― se quejaba cada vez más fuerte con cada apretón.

Don Benito no podía estar más satisfecho con la morbosa situación. Las caritas de angustia y los grititos de dolor de la pobre chica eran emitidos en función del desvergonzado masajeo en esas increíbles ubres. Se le paso por la cabeza que estaba tocando el más hermoso instrumento musical e interpretaba “Oda a la inocencia” en concierto exclusivo para su entusiasmada mujer. Los separaba, los hacia chocar, los apretaba, los levantaba, los dejaba caer…….

―Ay!!...Uyyy!!!...Ahhh…Uy.Uy.Uyyyyyy. Don…. Beni…..to.¿Cuán…to…..falta?.

―Aguanta Tati. Ya casi estamos.

El viejo sin vergüenza se permitió por lo menos diez minutos de un constante sobajeo sobre las desnudas tetas de Tatiana. La pobre chica aguantaba incólume.

―Los tejidos ya están bien dispuestos. Ahora los pezones.― el viejo volvió a posar ambas manos sobre la misma teta y lentamente dirigió sus apretones a la cumbre de la sublime esfera. Atrapo el rosado y erecto pezón entre sus gruesos dedos y lo retorció suavemente desde la aureola hasta la punta, consiguiendo que la joven madre expulsara las primeras gotas de leche. Don Benito rescato rápidamente de un lengüetazo los restos del sagrado elixir que escurría por la tersa piel del seno apresado.

Un escalofrió ataco a la rubia que no pudo reprimir un suspiro.

―Que rica tu leche Tatiana. Muy nutritiva― dijo el viejo satisfecho de las reacciones que provocaba en el cuerpo de la joven.

―Gracias, Don Benito― atinó a responder la inocente madre y fiel esposa.

Don Benito tuvo cuidado de no extraer demasiada leche con los pellizcos en los duros pezones. No quería que Tatiana pensara que podía extraer por si sola la causa de sus males. Le dio tratamiento particular a cada uno y luego, agarrando uno con cada mano, los estiro hasta volver a detectar rasgos de dolor en el tierno rostro de su víctima. Dejó que volvieran a su posición original, los retomo entre sus dedos índice y pulgar; jugó con ellos como si de una perilla de radio se tratara. Volvió a estirarlos hacia arriba y hacia los lados. Le divertía ver como las voluminosas tetas eran arrastradas por el estiramiento de aquellos tiernos pezoncitos. Gozaba ver como Tatiana no perdía detalle del tratamiento, condescendiente e indefensa.

―Ahora debo preparar tu piel, querida―dijo Don Benito. Ante la cara de desconcierto de la joven argumentó con lo primero que se le vino a la cabeza.―Al extraer la leche disminuiremos en cierta medida el volumen de tus pechos. Debo prepara la piel para que adopte la nueva forma sin dejar cicatrices o estrías― al ver la cara de pánico de Tatiana supo que había acertado: la tontita adoraba su belleza.―Tranquila, la saliva es un extraordinario agente estirador de la piel. Vamos a bañar toda la superficie para que tu piel quede tan tersa como antes. ¿OK?.

―Si, por favor Don Benito…Gracias, Don Benito.

El viejo no cabía en sí de gozo cuando encamino su lengua a babear todo el borde de la teta izquierda de la joven. Apenas unos centímetros más abajo de la axila empezó a chupetear y lamer la exquisita piel, bañando de saliva la productiva ubre.

―El roce de los labios mejora la absorción.―se detuvo a explicar el constante chupeteo. Además quería volver a escuchar los gemidos de Tati.― Recuerda que es bueno que te relajes. Si te duele, no lo reprimas, déjalo salir.―El viejo pensó haber visto un rayo de entusiasmo en los ojos de la joven; pero enseguida lo descarto, no podía ser tan maravilloso.

―Ay… Ayyy…..Ayyyy….Uyyy. Don Benito…. Ay….le falto un poquito por aquí― le indicaba la rubia cada tanto.

El viejo se sentía en el cielo. Chupo desfachatadamente la totalidad de la teta izquierda de la madre primeriza. Trato especial le dio al duro pezón, limitándose a lengüetearlo; ya llegaría su turno de chupetearlo a conciencia. El sabor de la piel de Tatiana era afrodisiaco, el suave gusto a duraznos estimularon de tal manera las papilas gustativas de pobre viejo que lo tenían babeando como perro. Cuando separo con sus manos las portentosas tetas, para lamer el sensual espacio que las separaba, Tatiana fue víctima de un fuerte estremecimiento; como si lo hubiera venido aguantado de hace rato.

―Ay….Su bigote, Don Benito. Me hace cosquillas― se apresuró a explicar la joven. Estaba ruborizada.

―¿Te molesta mucho?.

―No, Don Benito. Siga…..Por favor― contesto de inmediato la joven. El viejo creyó ver que Tatiana había mirado fugazmente a la Sra. Marta. Como si temiera haber cometido alguna indiscreción. Se olvidó de ello apenas empezó su faena lingual sobre la teta faltante y escucho como se reiniciaban los gemidos de dolor. No le pareció extraño que la pobre chica se quejase, aun cuando solo estuviera lamiendo suavemente su pezón. Seguramente el dolor por la hinchazón de sus pechos se volvía más fuerte y constante.―No te preocupes mi vaquita!!..que ya te ordeño!!―pensaba el muy patán.

―Ahhh…Aaaaaahhhhh……Ayyyyyyyyy― parecía que a la chica empezaban a flaquearle las fuerzas. Los grititos se habían vuelto gemidos algo más débiles pero extrañamente más intensos.

Don Benito, decidido a explotar al máximo la pasividad de la apetitosa mujer, cambio de postura y llevo sus manos a la baja cintura de la rubia. Con sus dedos meñiques acaricio en forma casi imperceptible el borde de las ajustadas calzas de Tatiana. El muy sin vergüenza no pudo más de la tentación y, mientras seguía bañando en babas las sabrosas tetas, dejo caer una mano lo justo para que se posara sobre el trabajado culo de la fémina. Tatiana estaba semi sentada en el mueble; era su robusto trasero el que hacía las veces de traba en el borde del aparador, provocando que sus glúteos se abultaran en una supremacía magnifica. Don Benito sintió el monte abultado de las carnes que encerraba la ajustada tela; no cabía en sí de la satisfacción al sentir la firmeza de las ancas de esa diosa. Sin embargo, su deleite no alcanzo a durar más de unos segundos; pues Tatiana, en un rápido y a la vez delicado movimiento, retiro su mano volviéndola a posicionar sobre la piel desnuda de su cintura. El viejo se desquito terminando su faena con un fuerte chupetón, que arranco un angustiado quejido de la garganta de su víctima.

―Ya, estamos preparados― dijo.―¿Cómo te sientes, querida?.

Las increíbles tetas de Tatiana brillaban de una forma exquisita. Pero era su ruborizado y extenuado rostro el que le daba al conjunto un marco lascivo e inmoral.

―Bien, Don Benito. Gracias― dijo la joven. Al viejo le dio la impresión que la rubia evitaba la mirada de la Sra. Marta. Como avergonzada.

―Te has portado muy bien, preciosa. ¿Ves que dejar salir el dolor ayuda?.

―Sí, ha sido algo….. extraño. Pero me siento más relajada.

La Sra. Marta se acercó y tomo a Tatiana de las manos.

―Has sido muy valiente amiga. Te debe de doler tanto, pero ya pasara. Vas a ver― la animó.― Ahora, antes de la extracción, me gustaría contarte un detalle acerca de la experiencia que tuvimos con la vecina de la casa 47 un tiempo atrás. Verás, ella reprimía algo más que el dolor― Marta adopto un gesto de complicidad, como insinuando que la joven sabia de que hablaba.―No debes avergonzarte por eso. Es normal. Debes relajarte y dejarlo salir. ¿No es cierto, Benito?.― dijo y se volvió hacia su marido, esperando su apoyo.

El viejo capto lo que sucedía en medio segundo y lo asimilo en menos que eso. Estaba turbado ante lo que sucedía. Las señales que él desechara, pensando que la lujuria lo hacía ver cosas que no estaban allí, no se le habían escapado a su espabilada mujer que le había dado un pase maestro para que él terminara rematando al arco.

―Es verdad Tati. La vecina se reprimió mucho y el tratamiento en un principio no fue tan efectivo como esperábamos. Claro, en ese entonces aún no había realizado el curso e ignoraba muchas cosas― se excusó el muy bribón.―Después me enseñarían que la sensibilidad de los pechos de la paciente, y por ende su distensión, están íntimamente ligada a la relajación “sexual” de la mujer.―La sarta de estupideces que invento insinuaba claramente donde quería llegar. Cuando vio que la chica se ruborizaba aún más y perdía sus ojos avergonzados en el piso, Don Benito supo que Marta había dado en el clavo y procedió a rematar la faena.―No te avergüences. Disfruta y desahógate. La mejor forma de relajar las glándulas mamarias es convertir el dolor en placer― levanto de la perfecta perita el rostro de Tatiana para encontrar su mirada.― Gime, grita, déjalo salir. Esto no tiene porque ser una tortura, mi niña. ¿Está bien?.

―Pero ¿qué diría Pedro?.....

―Él querría lo mejor para ti. Además…―interrumpió la Sra. Marta con una sonrisa bonachona― estamos solos y estamos comprometidos en guardar el secreto. No hay nada que temer, amiga.

―Pero me da pena con usted, Sra. Marta.―siguió apenada la joven.

―Querida mía, no te aflijas. Estamos aquí para ayudarte. No pienses tonteras y relájate. ¿ok?.

―Gracias, Sra. Marta. Es usted una santa― dijo la joven con una sonrisa.

Don Benito no recordaba haberse sentido más enamorado de su mujer.

 

MARTA

 

Los gemidos de la rubia, cuando su marido empezó a lamerle las tetas, la hicieron sospechar. Pero cuando su viejo le separo los perfectos melones para chupetear entre ellos, el salto de Tatiana y la nerviosa rehuida de su mirada lo confirmaron: ¡estaba excitada!!. ¿Quién lo diría?, a la muy recatada princesa le gustaba la cosa. Marta le tenía bastante fe a las habilidades de su marido y aún así le sorprendió darse cuenta que la magistral chupada de tetas había calentado a la beldad que tenían por vecina.

El morbo que sentía Marta ponía a prueba a cada momento su autocontrol. Don Benito la había sorprendido con la invención del curso― ¿De dónde habrá sacado eso de “auxiliar paramédico especialista en estas dolencias”?―se reía para sus adentros. Pero no podía negar que el avispado viejo había dado en el clavo. La preciosa Tati se había puesto a su disposición, mucho más tranquila y confiada. La tontita se había puesto esas calzas de infarto y calzado unas chalas de taco alto que la hacían lucir como una estrella playboy. Que decir cuando se dejó sacar la blusa y quedo desnuda de la cintura para arriba. La ajustadísima tela blanca de las calzas destacaba las increíbles formas de sus piernas y su despampanante culo; consiguiendo, por momentos al menos, distraer la vista de los gloriosos pechos de la joven madre.

Pero por muy avispado que fuera su marido, ella había tenido que intervenir para hacerle ver lo evidente: la chica estaba reprimida y había que tentarla a liberarse. Don Benito había captado de inmediato la idea, respaldando “técnicamente” los consejos de su mujer.

Marta consideraba a Pedro muy guapo, y envidiaba a Tatiana por haberse casado con un príncipe azul de ese calibre. Precisamente esto incentivaba el hambriento morbo que la quemaba. Estaba presenciando como la hermosa e ingenua esposa de Pedro, se dejaba manosear y chupar por Don Benito, un hombre treinta años mayor que ella; un viejo que podría ser su padre. Sin lugar a dudas las circunstancias eran un condimento bastante sabroso: la ingenuidad de la rubia era carne fresca en las mandíbulas del ingenio de Don Benito y el oportunismo de Marta. Pero la raíz de la mórbida emoción de la mujer, estaba en la insana violación de la intimidad del joven matrimonio. Tatiana le recordaba a todas esas chicas lindas que alguna vez la miraron sobre el hombro; amadas por medio mundo sin necesidad de buscarlo, se sentían mejores que el resto de los mortales. Soñando con una vida perfecta y de ensueño; con hombres extraordinarios e historias románticas. Y ahí estaba Tati; una belleza sin parangón, con una maravillosa historia que la habían llevado a casarse con el hombre ideal. Ahí estaba la esposa fiel, engatusada, dejándose calentar por su viejo Benito. Ahí estaba Tati, mirando como, a escasos centímetros de sus ojos, sus rosados pezones se perdían en ese entrecano bigote y sus regordetas tetas eran bañadas por la habida lengua de un maduro pervertido.

Ahora la muy tonta se preparaba para que Don Benito se alimentara de ella y seguramente se mentalizaba para no reprimir ni el alivio, ni ninguna otra sensación que pudiera invadirla. Pero, ¿a quién trataba de engañar?. Marta sabía que Tatiana estaba caliente. Se le notaba en la agitación de su pecho, en el rubor de sus mejillas, en el brillo de sus ojos.

Marta lamento tener que alejarse para que su marido siguiera con el “tratamiento”. Venia la parte culmine, el climax del evento: Don Benito se alimentaria de las ubres de la voluptuosa vecina; o, como prefería verlo Marta: Tatiana le daría de mamar a su viejo zorro.

―Tranquilita, preciosa―dijo Don Benito acariciando la piel del brazo de la joven.―Ya verás que en un ratito consigo que esos dolores desaparezcan.

El viejo se arrimó al dorso desnudo de Tatiana y capturo el pezón derecho de la chica entre sus labios.

―Ay!!―pego un saltito la muchacha.

Marta se apresuró a tranquilizarla. Se acercó a un costado de la rubia, la tomó de una mano y la rodeó con el brazo por detrás, acariciando cariñosamente su espalda. Estaba ansiosa de ver de primera mano cómo su marido se embetunaba los bigotes de leche. Tatiana, ignorante a las malsanas intenciones de su amiga, le regalo una sonrisa de agradecimiento.

A Marta le encantaban los pechos de Tatiana. La volvían loca. Envidio con todo su ser a su marido cuando aprisiono y apretó con sus manos la gran teta de la joven, mientras ejercía la evidente maniobra mandibular de succión.

―Ah!!―profirió un gritito la rubia. Marta sintió la súbita presión en su mano. Esta vez no supo distinguir si se trataba de un grito de dolor o algo más.

―Déjalo salir, cariño.

Tatiana mantenía sus ojos cerrados, afligida.

―Ay!....Uy!!....Aaaahhh― empezó a emitir grititos que se transformaron en gemidos.

El viejo empezó a amasar la tremenda teta, ordeñándola cada vez con mayor fuerza. A ratos se sentía el bullicioso chancleteo de la succión y algunas gotas del preciado elixir le escurrían por la pera o escapaban recorriendo el voluminoso seno de la joven.

―Aaaaaayyyyy…….Aaaaahhhhhhh……….mmmmmm…..Don Benito…. no se la trague…. Por favor …..mmmm…..aaaahhhh….. no se moleste― la joven había abierto los ojos y miraba como el hambriento becerro extraía la leche.

―Tranquila, mijita―se interrumpió un momento el viejo para mirar a la compungida muchacha.― Esta tibia y rica.

―Gracias, Don Benito.

El viejo volvió a su menester.

―Aaaaaaahhhhh……Uuuuuuhhhh……Aaaahhh…Aaahhh.

A Marta se le hacía agua la boca. Estoica aguardaba su oportunidad. Le impresionaba lo caliente que estaba su esposo. Sintió una ligera picazón en su ano. Seguramente la bestia que había encarcelado con cinta adhesiva estaba encabritada de hambre; presentía que, una vez en casa, Benito la liberaría entre sus nalgas. Era casi seguro que ese día le reventarían el culo. La idea le gusto y decidió ponerle más candela al asunto; se acercó al oído de la rubia.

―La leche materna es nutritiva. A mi viejo le hará bien. Es más, la necesita. Dile que no te importa, que se la trague toda no más.―le dijo.

―Aaaahhhh……. Don Benito…. Uuuuhhh…. Nutrase…. Aaaahhh…. con confianza… mmmm…. tómesela toda.

―Gracias, querida.―le susurro Marta. Un pequeño favor entre amigas.

Tatiana le apretó la mano.

 

TATI

 

El alivio, al menos en cuanto al dolor, fue inmediato. Tatiana podía ver y sentir como Don Benito extraía y tragaba el exceso de leche que le provocaba tantas molestias. El viejo a momentos se distanciaba y la dejaba ver como la habilidad de sus manos conseguía que varias gotitas afloraran por su pezón. La rubia se alegraba que no demorara en capturarlas con su lengua y siguiera mamando. Que bueno que podía devolver el favor que le hacían nutriendo a Don Benito.

Ya estaba mucho más tranquila. ¿Cómo había sido tan tonta?. Tan preocupada estaba de las cosquillas que la lengua y el bigote de su vecino le provocaban, que se tragaba cada suspiro. Hasta vergüenza le había dado con la Sra. Marta, pues temía que se diera cuenta que el tratamiento que le aplicaba su marido le estaba provocando sensaciones íntimas. Toda esa amargura ¿para qué?, si todo era normal, parte de la técnica médica. ¡Que valiosa la experiencia que sus vecinos tenían!. Se sentía tonta al haber caído presa de sus temores como una niña, pero se consoló pensando que ella no tenía por qué conocer en detalle aquellos procedimientos médicos.

Tatiana agradecía más que nunca la amistad de su solidaria vecina; la estaba apoyando con su cariño y permitiendo que su habilidoso marido le aplicara aquel íntimo procedimiento. La rubia pensaba en el secreto, en cuanto a la aplicación de su tratamiento, como en un juego de amigas que la uniría de forma mucho más férrea a su incansable colaboradora.

La expuesta joven se sentía aliviada en las expertas manos de Don Benito. Y ya no se sentía culpable por disfrutar del magreo al que exponía sus hinchados pechos. Se suponía que debía sentirse así. Todo por su salud.

―Aaaaahhh…. mmmmmm…. Uuuuuuyyyyyy….. Don Benito….Aaaahhhh aliméntese bien― que bien se sentía al devolverle el favor a su amiga. Después le preguntaría por qué su marido necesitaba leche materna. Ahora en realidad no le importaba; era estimulantemente desahogador pedirle a ese hombre ya entrado en años, casi un extraño, que sorbiera con ganas de su ser.― extráigala toda…..Aaaahhh….. mmmmm…..toda mi lechecita.

Sentía las ásperas manos apretar su teta, luchando por extraer su elixir. Cuando veía el esmero y dedicación que ponía aquel viejo en el empeño de sanarla volvía a sentir desconcierto en su firme conciencia. ¿Acaso era una mala mujer, una mala amiga al aprovechar tal ímpetu y pasión para exacerbar sus instintos de mujer?―deja de pensar en eso― se decía― ¡debes dejarlo salir!.

―Siga… Don Benito…Aaaahhh….Ay― siguió dejando que saliera.

De pronto sintió que una mano dejaba el arduo trabajo de estrujar su pechuga para posarse en su cintura, bien abajo casi en su cadera. ―Pobre Don Benito― pensó―ya debe estar cansado.― La mano no tardo en ubicarse en el voluminoso monte que se hinchaba sobre el borde del mueble en que estaba apoyada. Sintió los regordetes dedos extendidos en su totalidad sobre su portentoso glúteo. Le trajo gratas sensaciones. Imaginar que Don Benito quisiera tocarla como mujer, entregado a insanas pasiones ahí mismo delante de su mujer le provoco estertores de impúdicas sensaciones. Pero no aguanto el remordimiento, ¡su amiga estaba ahí mismo por Dios!. Seguramente Don Benito, cansado como estaba, ni siquiera había reparado en donde estaba su mano; y ella, desubicada, imaginándose tonterías. No estaba bien que siguiera disfrutando de la inocencia de su benefactor; en un lento y cariñoso movimiento, casi al compás del pequeño vaivén que había adoptado su cuerpo, retiro la mano de Don Benito volviendo a ubicarla en su cintura.

―Aaaaahhhh….Uuuuuhhhh… Ayyyyyhhh― los gemidos de la joven inundaban el cuarto. Sus piernas se habían empezado a agitar, enredándose en un roce constante.

Tatiana miro a la Sra. Marta. Su amiga la tenía tomada de una mano; la pobre parecía preocupada y hasta impactada por el cruento ritual del que era testigo. Cuantas ganas tenía la joven madre de tranquilizarla, de decirle que no era doloroso; por lo menos ya no en el seno que trataba su marido. Sino que era placentero y que estaba sintiendo muy rico ahí en la teta que Don Benito chupaba. ¡Pero no podía!, no podía decirle a su compungida mentora que la boca y las tocaciones de su marido la tenían tan caliente.

La rubia libero su mano de los cariños de la Sra. Marta, para acariciar la mejilla del desconcertante rostro de la madura. Era su forma de agradecer su preocupación, su esmero en ayudarla todos esos meses. De pronto sintió una punzada de dolor en el pecho izquierdo, aquel que aún no había sido tratado y seguía hinchado a reventar. Tatiana se lo miro preocupada, volvió a mirar a la Sra. Marta y no pudo evitar que un desesperado gesto de súplica inundara su rostro.

En lo que Tatiana sintió como heroica aptitud, la Sra. Marta se zambulló sobre la doliente teta. La mano de la rubia, que hace un momento acariciaba la mejilla de su amiga, ahora se encontraba revolviéndole el pelo de la nuca, presionando y apoyando la mamada de teta que en forma tan estoica y bulliciosa le perpetraba la madura.

―AAAAhhhhhh……AAAAHHHH…AAAAHHHH―grito Tatiana en una explosión de lujuria. 

Don Benito se detuvo unos momentos a admirar el sobajeo descontrolado y los babosos chupeteos que su mujer consumaba sobre la otra gran tetaza de Tatiana. La leche saltaba al rostro de su mujer como si de un champañazo se tratara, y bebía cuanto podía. Para poder acercarse lo suficiente, la Sra. Marta había tenido que meter una de sus piernas entre las de su joven amiga, dejando casado el muslo de la rubia, frotándolo con su entrepierna como una perra en leva. Esto, y el evidente consentimiento de la joven que parecía obligar a su mujer a mamarle la protuberante ubre, formaban una escena impactante.

―Bien, Marta. Sácale toda la leche― la ánimo Don Benito.

La arenga del viejo sanador enardeció a Tatiana; quien, olvidando todo recato, lo agarro de la nuca para invitarlo a continuar chupándole la pechuga derecha.

Ahí los tenia, uno en cada melón, extrayendo leche con desesperación. Tatiana amamantaba a sus maduros vecinos disfrutando a concho el momento. Debía rendir honor al sacrificio que hacían por ella; debía seguir sus indicaciones y dejarlo salir.

―AAAhhhhh… Don Benito… chupe… chupe…. Mmmmm….Sra….. Marta….. ¿Esta…. ricaaaa?…..mmmmm….. ―grito, balbuceo y gimió la joven madre en el exultante momento de su sanación.

―Sabrosa, querida―respondió la Sra. Marta.

―AAaaahhh….. Gra…. cias ….. Uuuuuhhh…. Mmmmm…. Gracias.

―Riquísima, preciosa. ¡Nutre como ninguna!―Apoyo Don Benito.

―Si…siiii…. Don Benito…… nútrase… mmmm.... nútrase de miiiii…

Tatiana nunca pensó que la excitación sexual podía llegar a esos niveles. Pedro nunca había podido llegar a hacerla sentir así, pero estaba segura que ahora que había llegado a probarlo podría compartirlo con su marido. No tenía por qué saber cómo lo había aprendido, no tenía que saber los detalles; solo debía disfrutar del resultado.

Sabía que luego le avergonzaría, pero en ese momento deseaba con locura un hombre, un hombre que la gozara. Que tonta había sido al apartar las manos de Don Benito; seguramente su experimentado vecino usaba aquel contacto íntimo para ayudarla a sacar la tensión, para ayudar en el procedimiento. Decidió que no era tarde y, esperando con todo su ser que su viejo vecino no estuviera sentido con ella, tomo la regordeta mano que aún descansaba inquieta en su cintura y la puso sobre su voluminoso culo. La reacción fue inmediata, la mano recorrió con salvajes apretones la extensa nalga de Tatiana, al unísono del intenso masajeo con que su hermana asaltaba las grandiosas tetas de la joven.

―AAAahhhh…. Don Benito….. Uuuuuuhhhhh….. disculpe Don Benito…… es que…..soy….tan ton…..tita…. a veces…AAAAhhhhh.

―Descuida, querida. Tan solo déjalo salir….uf… es por tu bien― Don Benito se saltó a la otra teta, compitiendo en una cruenta contienda contra la lengua de su mujer por el pezón aún fértil de leche.

La lucha entre la madura pareja se extendió a sus manos. Los territorios ya no tenían dueño, dedos, palmas y bocas luchaban en ambas colinas indiscriminadamente, en un lujurioso juego, en un maravilloso campo de batalla.

Tatiana era entusiasta testigo de lo que pasaba en sus pechos. A veces se permitía intervenir y el cariñoso masaje en las nucas de sus vecinos se transformaba en una fuerza directriz hacia allá donde sintiese la necesidad de acción: un pezón abandonado o el borde de un seno demasiado seco para su gusto.

―Ahí….mmmmm ….. ahí ….Sra. Marta… ahí…. si…si… así…. Tome… Don Benitooooo…. Mmmm …. cómame…. por aquí….. si… eso…. Asiiiiiiiiiii…..AAAhhhhh―aullaba la joven, descontrolada.

El éxtasis de la rubia iba en aumento. Sabiéndose manoseada por Don Benito, ahora la asalto la impensable idea de tocarle la verga.― ¿La tendrá dura?― se preguntaba. La sola curiosidad por el tamaño de un pene extraño, el deseo por la pichula del viejo marido de su amiga, la indignó. ¿Cómo podía ser tan mala persona?, ¿Cómo podía ser tan egoísta y pensar solo en ella?, ¿pobre Sra. Marta?, ¿Pobre Don Benito?, ¿Pobre Pedro?.

Miro a sus inocentes amigos. Se fundían en un apasionado beso, descansando un momento del tratamiento. Eso era amor; aquellas eran personas que se amaban entre ellas y eran caritativas con las demás personas. Sus lenguas se entrelazaban mientras sus bocas sonreían, regalándose un momento de cariño entre tanto esfuerzo por ayudar al prójimo. Tatiana los observo y, pese a rechazarlos con ahínco, sucumbió a los insanos deseos que la dominaban.

―Perdón― rogó con ternura mientras tomaba una de sus portentosas tetas y dirigía el pezón ahí donde la lengua de sus enamorados vecinos jugaban entre sí.

―Déjalo salir, amiga―dijo la Sra. Marta antes de unirse a su marido en un desenfrenado lengüeteo sobre el pezón ofrecido por la joven madre.

Fue demasiado para Tatiana.

―Ay..Ay.. Ahí Vieneeeeeeeeeee!!!― Cayó en un éxtasis de sublimes sensaciones. Sintió que su entrepierna se inundaba a la vez que era atacada por violentas manos que, según pensó, trataban de invadir su cuerpo y aliviar el increíble orgasmo del que era víctima, en un último intento de ayudarla.

―AAAAAAHHHHHHHH!!!….AAAAAHHHHH….AAAAAAhhhhhh!!!― gimió y gritó sin tapujos.

―AAAAAHHHHHH…… Don BEEEEnitoooooooooooo… AAAAAAHHHHH….. queeeeeee………RIIIIIICOOOOOOOOOOOO.― los ojos se le nublaron y temió desmayarse― AAAHHHH….. Sra. Martaaaaaaaaaaaaaa!!!!

Cuando amaino el largo orgasmo, Tatiana se dio cuenta que tenía las cabezas de sus maduros vecinos abrazadas contra sus pechos, brillantes de saliva y leche. Apenas podía creer lo que acababa de sentir. Si eso era un orgasmo, entonces la verdad es que nunca antes había tenido uno. Este descubrimiento y el convencimiento de querer llevarlo a su relación marital, dejo en un segundo plano el increíble resultado del procedimiento. ¡Sus pechos no le dolían nada!.

Fue un momento demasiado extraño para la joven. De un momento dominado por la alegría y emoción, paso a la vergüenza pura al recordar su trato con Don Benito y la Sra. Marta. Paso rápidamente entre ambos, recogió su blusa y se la puso rápidamente. Al moverse reparo en lo encharcada que sentía la entrepierna. Pidió al cielo que la blusa alcanzara a cubrirla.

―Sra. Marta, Don Benito. No sé qué decirles. Lamento mucho lo sucedido. No sé qué me paso―balbuceo disculpas sin control.

―Tranquila, linda. Todo salió a pedir de boca― la tranquilizó Don Benito.

―Sí, chiquilla. Lo hiciste de maravilla. Ves Benito, te dije que Tatiana era una chica lista y de buen criterio― dijo la Sra. Marta.

―No diga Sra. Marta, por favor―se avergonzó Tatiana.

―Tatiana, dime. ¿Cómo te sientes?―preguntó el viejo―¿te duelen tus senos?.

―No, ya no. Es maravilloso.

―Y ¿estas relajada o sigues tensa?.

―Si, bueno, me relaje bastante.

―Ves, que te sientas así de bien en tu primera sesión es fantástico.―se alegró Don Benito― te felicito, hubieras esperado unos días más y hubieras terminado en el hospital.

―¿Primera sesión?.

―Si, muchacha. No esperaras que este problema desaparezca así como así. Estas dolencias son unas arpías muy persistentes jeje.

―Pero, Don Benito. Me da tanta pena molestarlo. Además dígame cuanto le debo por favor― Tatiana tomo la cartera que estaba sobre el aparador y saco su chequera.

―No te preocupes. Eres amiga de mi mujer y ahora mía. Así que me sentiré ofendido si no me dejas seguir atendiéndote. Y olvídate de eso mujer. Los vecinos estamos para ayudarnos. Ni Dios lo quiera necesitemos ayuda algún día, estoy seguro que podremos contar contigo. ¿No es así?.

―Por supuesto, Don Benito. Ni que lo diga― aseguró Tatiana.

El maduro se acercó a la puerta con dificultad, parecía que apenas se podía mantener derecho. Tatiana pensó que quizá el malestar que sufría, para el cual era buena la leche materna, le estaba pasando la cuenta. Temió preguntar y se sintió culpable de haberle dado que hacer en momentos que debería estar descansando. Se prometió nunca negarle de su leche mientras tuviera.

―Bueno. Ahora tengo que llevarme a mi esposa. Tenemos un animal herido en casa y ella se comprometió a aliviarlo.― se despidió Don Benito.

La Sra. Marta le dio un beso a la joven vecina y se unió a su esposo.

―Hasta mañana Sra. Marta. Me avisa si necesita ayuda. Me encantan los animales.―remato Tatiana cuando la pareja se encaminaba a su casa.

 

CONTINUARA.