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Xana contra los 1.101: La Gangbang Más Brutal (3)

en Orgías

Los chicos de la granja tenían todo preparado cuando entramos en aquel bien iluminado y acogedor granero. Entre el olor a madera y heno, atravesamos la puerta de entrada semiabierta y los tres rumanos, mi cuñado Enrique, mi esposa semidesnuda y en tacones, y yo, seguimos al grandullón sesentón de nariz grande y rojiza y prominente calva entre aquellos profusos matojos de pelo gris. Nos guió hasta aquella parte en donde había una especie de mesa cubierta con mantas para hacerla más cómoda.

-Lo hemos improvisado –comentó, todavía con voz ronca y somnolienta, llevándonos hasta allí, en donde esperaban los otros tres hombres, también trabajadores de aquella enorme granja.

Los cuatro, incluido el sesentón maduro y canoso que medía casi un metro noventa, vestían pantalones ligeramente sucios de polvo marrón y camisas de cuadros de diferentes colores. Eran Juan Luis, el dueño, y sus empleados. Unos salidos y guarros de mucho cuidado que en más de una ocasión habían colaborado y participado con nosotros en diversas prácticas no aptas para todos los públicos.

-Siéntate aquí, princesa –le dijo el viejo con tono baboso, dando unas palmadas sobre la mesa.

Mi esposa Xana, resuelta, se encaramó a la mesa. Primero de rodillas y luego girándose, con ayuda de mi cuñado Enrique y bajo la atenta mirada de los demás. Entonces mi cuñadísimo se adelantó.

-Mira lo que te hemos traído, Juan Luis –destapó el camisón de Xana, que contenta con la atención que todos aquellos masculinos ojos la prestaban, separó sus piernas, permitiendo que mi cuñado introdujera dos de sus dedos en lo hondo de su coñito. Al sacarlos, estos aparecieron relucientes de jugos y blanquecino esperma. -¡Mira que chochete más mojadito te traemos!

-Muy rico –asintió el sesentón, al tiempo que sus tres trabajadores se asomaban para mirar.

-Viene ya cargadita de leche –dijo uno de ellos, el que parecía el de edad intermedia de los tres, que tendría la edad de mi sobrino Vicente, el hijo mayor de Enrique. Unos treinta y tantos.

-Venimos todo el viaje dale que te pego –explicó mi cuñado.

Xana permanecía impasible, callada, sin decir nada y expectante ante lo que iba a pasar. Y no tardó en pasar.

-Pues supongo que tendremos que continuar la faena –concluyó Juan Luis, que comenzó a manipular la cremallera de su pantalón vaquero, la cual bajó y además se sacó el botón de la cintura.

De pronto, quedó al aire un buen tramo de pelambrera plateada y acto seguido asomó un gusano de carne gorda y semifláccida cubierto de pellejo grueso que el maduro comenzó a retraer hasta que asomó fuera un redondo glande rosado. Los otros tres granjeros no se anduvieron con tonterías. El más jovencito, un veinteañero cerca de los treinta, el mediano de la edad de Vicente y con pinta de pueblerino grandullón, y luego un hombre cuarentón con mostacho poblado y negro de aspecto sudamericano, debido al color tostado de su piel y su cabellera ondulada y azabache. Los tres se desabotonaron los pantalones y sacaron sus cipotes, empezando a pajearse.

Xana, viendo esto, hizo un gesto al viejo, que dio varios pasos hacia delante y comenzó a pasear su cipote cada vez más gordo y tieso por la superficie de la depilada raja de mi mujer. El hombre estaba bien armado y a cada segundo que pasaba lo comprobábamos más y más.

-¡Qué gorda se está poniendo! –susurró mi mujer contenta y cachonda. Demasiados minutos sin tener una polla clavada en su chochito.

Estiró su mano y fue en busca de los todavía ocultos cojonazos del mayor, los cuales sacó de detrás de la tela del calzoncillo que este todavía llevaba, aunque bajado. Dos enormes bolazas de rosada y vellosa carne reposaron en la palma de la mano de mi mujer, que se relamió ante la visión de aquellos testiculazos.

-Mira que cara de puta pone –se jactó mi cuñado Enrique, viendo como a mi esposa se le iluminaban los oos al ver aquellos cojones tan gordos.

Sin decir nada, Juan Luis, el maduro, se dejó caer hacia delante, dio otro pequeño paso y su inflamado y rosado capullo se introdujo en mi mujer, que soltó un pequeño suspiro y clavó sus ojos en los del viejo, esperando que éste no detuviera su empuje.Y Juan Luis no lo hizo. La penetró lentamente, a tope, entrando en aquella caliente caverna inundada de esperma y efluvios femeninos.

Los tetones de mi mujer caían laxos, presos de la gravedad. Los pantalones de Vasile, el joven rumano, también cayeron, seguidos de los de Andrei y de los de mi cuñado Enrique. Tan solo nos quedamos vestidos Costel y yo. Los dos chavales españoles empezaron a manosear los melones de mi esposa mientras su jefe se la follaba. El sudamericano permaneció meneándosela y mirándoles.

Xana empezó rápidamente a gemir de gusto. ¡La muy zorra…! Enrique permanecía a su lado, sosteniéndola una de las piernas en alto. La otra la colocó Xana sobre el hombro de Juan Luis, que pronto comenzó a sudar profusamente, sobre todo en su frente. El viejo fue desabotonando descuidadamente y poco a poco los botones de su camisa de cuadros, hasta dejar solo aquel que quedaba por encima de su esternón. Así pues, se abrió paso en aquella abertura la redonda barriga del sesentón, que mi mujer acariciaba con regocijo mientras el viejo la hacía estar cada vez más y más mojada.

Estaba cachonda, pero a la vez cansada. Podía notarlo en su cara. Tenía sueño, pero no iba a decir nada. Xana no se quejaría. Se dejaría follar por aquellos hombres que tenía alrededor y luego ya vería si podía dormir o no. Su expresión empezó a cambiar.

-Sigue… sigue así… -le decía Enrique a Juan Luis. –Si sigues así se va a correr. Se va a correr enseguida… ¡Vamos!

Y ciertamente no tardó. Xana cerró los ojos y su coño revento como si fuese una tremenda meada, empapando la panza y el pubis del viejo, que continuó bombeando a pesar de aquella explosión de líquidos. Los chavales parecieron impresionados y divertidos. Ambos en aquel momento se comían ya cada uno una de las tetas de mi esposa, que gimoteaba medio ida de placer.

Juan Luis se salió de su coñito chorreante sin haberse corrido. Hábilmente, el treintañero con aire rural, sostuvo la pierna que había sostenido mi cuñado y se colocó ahora entre ellas, apuntando con su corto cimbel de 15 gruesos centímetros a aquel encharcado chocho. Estiró su brazo y le introdujo un par de dos que hicieron gemir a mi esposa. Después…

(Por favor, dejad en vuestros comentarios cómo queráis que siga esta historia. Vosotros tenéis la clave. Haced con Xana lo que queráis. Podéis hacer vuestras fantasías realidad usando a esta diosa del sexo…)