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Xana, Diosa al Extremo (2): Las Bolas de Dragón

en Amor filial

Eran las seis y media de la tarde cuando Damián regresó a casa. Entró por el ancho portón y cruzó rápidamente el pasillo de las habitaciones, de la cocina, el salón y allí, en el umbral de la puerta de la habitación grande de la planta baja, descubrió a aquella corpulenta figura que se giró al escuchar sus pasos.

-¡Tío Damián! –le saludó su sobrino Manuel, aquel enorme búfalo de veintiséis años, que en aquel momento llevaba solo un viejo y desgastado calzoncillo que embutía su grueso culazo, dejando a la vista su tremendo torso de jugador de rugby algo entrado en carnes.

Manuel, su sobrino pequeño e hijo de su cuñado Agustín, era como su padre. Tripa redonda y dura, tetas algo fofas con unos pezones grandes y marrones rodeados de vello, y aquel cipotón gordísimo, venoso y casi equino que en aquel momento apenas lograba mantener dentro del barato calzón.

-¿Qué hacéis, Manuel? –le preguntó Damián, asomando la cabeza al interior de la habitación, desde donde llegaban voces masculinas y los inconfundibles jadeos de su esposa siendo follada. -¿Y tu padre?

Su cuñado Enrique, aquel al que Xana había conseguido arrancar de los brazos de su propia hermana y que ella había terminado aceptando, era casi el segundo esposo de su mujer. Damián quería muchísimo a Enrique y sabía lo importante que era también para Xana. Por eso había aceptado perfectamente compartir ese cierto protagonismo con él. Aunque Xana jamás había permitido que Enrique eclipsara a Damián.

-Mi padre no está. Ha ido a cerrar algunos trabajos. Por eso nos ha mandado a algunos de la cuadrilla aquí. Sabía que la tía Xana le tocaba sexo y ayuno.

-Muy bien –sonrió Damián, golpeando el hombro desnudo de su sobrino.

Dentro, Aitor, aquel chico casi pelirrojo, gordito, con gafas y de piel lechosa, follaba a fuego a su mujer. Xana, abierta de piernas, no tenía las cadenas puestas, así que le asía de la cintura y le animaba a que le clavara aquella polla que tantas veces había disfrutado antes. Damián también conocía bien aquel cipotón de capullote rosado y piel blanca.

Vio como Xana separaba los brazos y hacía un gesto. La cama estaba rodeada por un par de chicos y jóvenes más. Damián vió a su sobrino mayor Vicente, el hermano de Manuel, cuyo cuerpo era delgado, su pelo moreno y que empezaba a ser algo grisáceo. Vicente tenía 32 años y no tenía la polla del tamaño y grosor que su padre y su hermano pequeño. Pero no se quedaba cortó. Tenía un cipote de 17 cm como era el de su tío Damián. En aquel instante se lo pajeaba, hasta que su tía estiró su mano derecha y lo tomó, masturbándole.

Con la mano izquierda, Xana empezó a pajear a Pablo, aquel otro chico de veintitantos de la cuadrilla de obreros de Manuel y de sus sobrinos. Era moreno, de piel tostada, nariz pronunciada y algo agitanado. A continuación Damián descubrió a su hijo pequeño, Valentín, con aquel pelo rubio ceniza y algo largo en el flequillo, delgado y de piel blanca también. Se pajeaba mientras observaba encandilado cómo Aitor, el pelirrojo, estaba apuñalándole el chochito a su madre.

Y es que a Valentín, el hijo menor de Xana y Damián, de 18 años, estaba obsesionado con la diosa que su madre estaba llegando a ser. A Valentín le encantaba hacerle el amor a su madre, incluso más que a su hermano mayor Sergio, de 28, o a su hermana Lourdes. Y Xana siempre estaba dispuesta a recibir en su interior a su pequeño Valentín. Podían estar horas follando, pues el aguante de su hijo era increíble. Y Damián había dado cuenta de ello. Aunque Valentín había dado también ciertas preferencias hacia el sexo con otros hombres, cosa que el maestro les había indicado a todos que debían potenciar. Por eso Damián y los demás hombres de la familia y seguidores, le daban oportunidades de probar el sexo gay con ellos algunas veces. Igual que era normal entre las mujeres de la familia, entre todos estaban intentando normalizarlo entre los hombres también, solo que no era del todo concebible al 50%. Al fin y al cabo, teniendo mujeres… Pero el maestro decía que lo importante era el clímax, el amor y las sensaciones.

-¡Papá! –le descubrió Valentín, acercándose a él.

-Hola, hijo –le saludó Damián.

-¿Has visto cómo se la follan? Las sábanas están encharcadas de corridas de ella. Creo que no ha parado de correrse una y otra vez durante todo el día –decía su hijo, alucinado.

-Y así es como debe ser –asintió Damián. –Manuel, ¿no te quitas el calzoncillo? –le preguntó a su sobrino pequeño. -¿Es que no vas a dar polla a tu tía?

-Estaba dudoso –explicó Manuel. –Porque la situación arriba, en la habitación azul, también está interesante.

-¿Qué ocurre en la habitación azul? –preguntó Damián, extrañado.

-Está Lourdes –le explicó su hijo Valentín. –Han venido Pascual, Antón, Segis y el abuelo Facundo. Supongo que se la van a follar a saco.

Pascual era el marido de su hija Lourdes, Antón su consuegro, de 54 años; Segis el abuelo de Pascual y padre de Antón, que ya contaba con sus 71 años, pero que tenía una polla alargada e infalible como una longaniza y que su hija adoraba sentir. Lourdes se volvía loca cuando tenía tres generaciones follándosela: nieto, padre y abuelo. Y luego estaba Facundo, el suegro de Damián, padre de Xana y abuelo de Lourdes.

-Hoy mi hermanita está en plan “maduros”.

-Por eso estoy indeciso –comentó su sobrino Manuel. –No sé si quedarme aquí y follarme a la tía Xana o si subir y ver cómo se las gasta hoy Lourditas –explicó.

-Manuel –escuchó el corpulento y gordo chico que le llamaba su hermano. –Ven aquí. Vamos a meterle tres pollas por la boca.

-Yo solo con la mía se la lleno –rió socarrón Manuel, acercándose a la cama y bajándose su desgastado calzoncillo, hasta sacárselo por los tobillos.

Aitor, el pelirrojo y joven gordito, se la sacó a Xana y se quedó frente a ellas clavado de rodillas. Xana se irguió con intención de darse la vuelta y ponerse a cuatro patas.

-Cariño –dijo al ver a Damián, que la saludó.

-Sigue –le indicó éste, tras acercarse y que los chicos le dejaran sitio. Después se inclinó y le dio un beso en la boca a su mujer. Después posó una mano en su nuca y la empujó hasta la polla morena de Pablo, el chico medio gitano, de cuerpo fibroso y piel morena.

-Métemela –musitó ella, antes de agarrar nuevamente una polla en cada mano y meterse en la boca la de Pablo.

Damián se giró y fue a donde estaba su hijo pequeño, Valentín.

-Voy a ver qué hace tu hermana. ¿Ha venido también su suegra?

-¿Ágatha? –preguntó el chico. –No. No ha venido. Solo Pascual, Antón y Segis.

-Bien. Pues voy a subir.

Con las mismas Damián cruzó hasta la entrada y ascendió por las escaleras hasta el corredor del piso de arriba. Allí, lo atravesó hasta llegar a la puerta de la habitación azul. Apretó el picaporte y entró.

El haz de luz que se filtraba desde el pasillo inundó la habitación casi en penumbra. Los cuatro hombres se giraron a mirar e incluso la propia Lourdes, sentada desnuda y abierta de piernas en aquel colchón blanco, redondo y extendido en el suelo, en el centro de la habitación, miró.

-¡Papá! –exclamó ésta.

-¡Hombre, Damián! –le saludó su yerno Fermín, arrodillado en el colchón y dejando que su hija apoyara su espalda contra su desnudo pecho mientras le sostenía las piernas abiertas, como si estuvieran en una silla del ginecólogo.

-Hola a todos. ¿Qué hacéis? –frunció el ceño Damián.

-Vamos a probar este nuevo invento de tu consuegro con tu hija –puntualizó Facundo, que era el suegro de Damián, al cual se acercó y dio un aprentón de manos. Después estiró el brazo y le dio otro apretón a Segismundo, el abuelo de su yerno.

Los cuatro hombres estaban desnudos y con las pollas semierectas.

-Has llegado a tiempo –le dijo Antón, su consuegro, acuclillado frente a Lourdes y sosteniendo una bola roja de aspecto semiblando y oleoso, como si estuviera echa de cera, algo más grande que una pelota de tenis.

-¿Qué has inventado, consuegro? –le preguntó Damián, desabrochándose el nudo de la corbata, así como un par de botones de la camisa, pues allí hacía bastante calor.

-Me han estado comiendo el coño los cuatro, papá –explicó Lourdes, para prepararme para meterme ahora esto.

-¿Qué es?

-Les he llamado las bolas del dragón –sonrió Antón. –Llevo experimentando con ellas casi tres semanas, en el coñito de mi mujer, hasta que he conseguido las mezclas precisas.

-¿Has estado probando esto en el coño de mamá? –le preguntó un incrédulo Pascual.

-Yo y tu hermano –sonrió Antón. –Por el coño y por el culo de tu madre.

-Ágatha es una todoterreno –reseñó Damián, imaginándose a su consuegra bien abierta de piernas y dispuesta siempre a los más macabros experimentos antes de testarlos de formas más fuerte y contundente en Xana.

-Ya lo creo que lo ha sido. Por eso no ha podido estar hoy aquí. Estas bolas son más suaves que las que tu hermano y yo probamos ayer en ella. Estas son para Lourdes. Luego tenemos las que pobramos ayer para Xana. Seguro que ella puede ir más allá que tu madre. Aunque tu madre…

-¿Pero qué hacen? –preguntó intrigado Damián.

-Mejor te lo enseñó –respondió un enigmático Antón, que sin más apretó a la entrada del chochito de Lourdes, que cerró los ojos, estiró el cuello y jadeo al sentir cómo aquella lubricada bola le entraba dentro y se instalaba en su vagina.

Todos miraron atentos su reacción. La hija de Damián abrió los ojos y les observó. Al momento se mordió el labio inferior y soltó un pequeño gemido.

-Creo que voy a querer otra por el culo –dijo ésta. –Empiezo a notar lo que se siente.

-¿Qué se siente? –le interrogó Pascual, su marido.

-Quema… al principio pica… y ahora empieza a… ahhhh… ahhhh –gemía ella y empezaba a poner cierta mueca de incomodidad y dolor. –Ahhhh… ¡Cómo quema! ¡Me arde el coño!

-Por eso les he llamado “bolas de dragón”, porque son como fuego. Te empieza a arder el coño y el efecto dura casi dos horas, tras las cuales se te quedará el chochito medio adormecido.

-¿Es normal que duela? ¿Qué primero… ahhhh…? –ahogó Lourdes su voz, sin poder continuar, meneándose e intentando fricionarse contra el colchón y llevándose las manos al coño. -¿Qué primero duela y luego de… ahhhh… gusto? Y ahora vuelve a quemar… ¡Mucho! Ahhhhh… ¡Cada vez quema más! ¡Joder!

-Aguanta –le dio ánimos Pascual.

-Si lo aguanto –se quejó ella. -¡Joder! ¡Es muy… fuerte! ¡Ahhhhh! ¡Mi coñoooo, joder! Cada vez más… ¡Me quema! Ahhhh…

El efecto cada vez era más potente en el chochito de Lourdes, que ya se agitaba como una anguila sobre el colchón blanco sin que Pascual pudiera contener sus convulsiones, con las que ella intentaba apaciguar el ardor que tenía dentro. Se sentía sudar, se sentía febril, ardiendo toda entera. Pero en el fondo de aquella tortura, notaba placer. Un placer muy amortiguado pero que estaba segura de que era capaz de alcanzar entre todo aquel dolor. Solo tenía que relajarse y dejarse llevar, como le había enseñado el maestro.

-Ahhh… ¡Mi coño! ¡Es… ahhhhh! –Apenas lograba abrir los ojos y no apretar las mandíbulas.

Los hombres clavaron sus ojos en Antón, que sonreía con una mirada malévola a Lourdes, sufriendo y agitándose, pero a la vez sin quejarse demasiado. Lo mismo casi había ocurrido con su ansiosa mujer.

-¿Y esto mismo has probado con mamá solo que más fuerte? –le interrogó sin creerlo su hijo Pascual.

-Ayer deberías haberla visto cuando saqué las bolas escarlatas. Ella sabía perfectamente que Xana podría con cualquier cosa que nosotros le pidiéramos que hiciera, por eso tu madre…

-¿Qué hacen esas bolas escarlata? –preguntó Damián a su consuegro.

-Tienen el doble de efecto que estas rojas –señaló otra bola roja que tenía en la mano.

Entonces Lourdes entreabrió los ojos y la miró.

-Mi culo… -consiguió decir entre sus gemidos y alaridos. –Métemela por el culo.

-¿Estás segura? –le preguntó Pascual, acariciándola las tetas, el vientre, los muslos. -¿Estás segura, cariño?

-Tu madre se las ha metido el doble de fuertes –opinó Lourdes. –La quiero en mi culo… Suegro –llamó a Antón. –La quiero en…

Pero Antón no la dejó ni terminar. Simplemente puso aquella pelota roja contra el esfínter de su nuera y empujó. Sin apenas esfuerzo esta empezó a penetrarla, haciendo sentir a Lourdes plena y feliz, a pesar del sufrimiento gozoso que llegaría a continuación.

-¡Joderrrr! –exclamó la chica, mientras todos sonreían contentos y salidos ante la tortura que ella misma había elegido experimentar.

-Aguanta, cariño –la animó Pascual.

-Ahhhhhh…

Segis y Facundo habían empezado a pajearse, viendo como la propia Lourdes había separado más sus piernas y se hacía un tremendo dedo, masajeándose el clítorix para aumentar el placer que sentía en el fondo de sus entrañas, embrollado entre toda aquella insoportable quemazón. Damián no tardó en empezar a desnudarse, pues tenía la polla tremendamente dura viendo a su hija como una perra desesperada.

-Antón –llamó Damián a su consuegro, éste se puso en pie y se giró para mirarle. -¿Qué hicistéis ayer tu hijo Darío y tú a tu mujer con esas bolas escarlatas?

Antón sonrió de forma cachonda y despiadada, pajeándose al tiempo que encaraba a Damián.

-Ya conocer a Ágatha –comenzó a explicar. –Llevaba días pidiéndome que hiciera algo más fuerte que estas bolas rojas. Y cuando las tuve… Se lo comenté a Darío. –Darío era el hijo pequeño de Ágatha y Antón, y el hermano menor de Pascual. –Él me dijo que tenía ganas de que las probasemos con su madre, que por algo estaba tan ansiosa. Así que le dimos el gusto a mi señora. Lo hicimos en el sofá, en el propio salón, casi improvisadamente. Darío se metió debajo de la falda de su madre y empezó a chuparle las bragas, después se las quitó, la fue desnudando y la comió todo el coño. Cuando yo llegué con la primera bola, ya la tenía lista para mí.

-¿Qué pasó entonces con la guarra de mi nuera? –preguntó Segismundo, el abuelo, cachondo.

-Cuando Darío y yo le metimos la primera bola por el coño, se puso roja y apenas podía parar de gritar. Pero pasados quince minutos, empezó a tocarse ella sola como una loca, desesperada, como está ahora mismo Lourdes.

Todos miraron a Lourdes, que gimoteaba y era incapaz de quedarse quieta, solo que quien la masturbaba el coño ahora era Pascual, su marido, con sus gordos y gruesos dedazos, de forma desquiciada y brutal. Era la única forma de acallar el ardor y aumentar el placer en su coño.

-Cuando vio cómo disfrutaba haciéndose un dedo y se corrió por primera vez, Ágatha nos miró y supimos lo que quería.

-¿Qué quería? –preguntó Pascual, atento tanto al dedo que le hacía a Lourdes como a la narración de su padre.

-Tu hermano agarró dos bolas, una en cada mano, y le incrustó una en el culo y otra más en el coño.

-¡¿Dos bolas escarlatas por el coño?! –exclamó Pascual, intentando imaginarse a la furcia de su madre, con sus enormes tetas colgándole y masturbándose frente a las caras de su padre y su hermano.

-¡Joder! –exclamó Facundo.

-¡Es un auténtica puta! –soltó Segis.

-Al poco era imposible dominarla. Tuvimos que empezar a masturbarla Darío y yo a la vez, los dos. Él por el coño y yo por el culo, penetrándola con nuestros dedos. Nos tenía tan cachondos. Nos dolía el rabo.

-¿Y por qué no os la follasteis? –le preguntó Damián.

-Eso hicimos –sonrió misterioso Antón. –Cuando empezó a pasar un poco el efecto del picante. Por delante y por detrás, a la vez. Solo que los tres estábamos muy cachondos y Darío y yo decidimos echar más leña a la hoguera, así que acabamos metiéndole otra bola más por el culo y otra en el chochito. Así que hoy… Estaba destrozada y continúa sin sentir el coño del todo.

-Debió de ser brutal –arqueó las cejas Damián, sorprendido.

-Tuve el cipote ardiendo durante casi ocho horas –observó su consuegro Antón.

-No quiero ni imaginar lo que puede hacer mi hija con esas bolas. Xana no se contentará con cinco –puntualizó Facundo.

-Por eso tengo una docena de las escarlatas preparadas –sonrió Antón. –Xana sabrá cómo usarlas y disfrutarlas. Es tan impulsiva como Ágatha, pero tiene más uso de razón.

-Ese día arderán todas nuestras pollas –bromeó Pascual, y todos rieron. –Pero mientras llegar, necesito algo de ayuda con esta gatita –se refirió a Lourdes.

-Por supuesto –dijo Antón, volviendo a acuclillarse frente a ella. –No necesariamente tenemos que apagar su fuego con nuestras pollas. –Lourdes abrió los ojos y le miró, entre jadeos.

-¿Qué propones? –le preguntó Damián, agachándose junto a su consuegro.

-Podemos masturbarla los cincos el culo y el coño.

-Pero como a ella le gusta –se acercó Facundo, sentándose de costado junto a Lourdes, sobre el colchón. Éste llevó una mano a la teta de su nieta, se inclinó y le chupeteó el pezón.

-Abuelo… -soltó la chica al sentir aquella caliente boca. Facundo se separó al instante.

-Y sabemos que a ella le gusta que seamos brutos, ¿verdad? –le pellizcó y retorció el pezón. Lourdes arrugó su cara antes de contestar.

-Sí… -dejó escapar ésta. –Soy vuestra.

En ese momento los gruesos dedos de su padre Damián le entraron por el culo y los de su suegro Antón por el coño. En ambos agujeros las llamadas bolas del dragón continuaban con su infernal efecto.