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Gangbang incestuosa y cañera con mi sobrino mayor

en Gays

Teníamos a mi treintañero sobrino mayor, Vicente, de rodillas sobre la cama, con los ojos vendados tal y como nos había indicado el Maestro. Aunque le duraría poco. En ese momento le dijismos que se la quitara y nos miró sonriente. La comunión entre los hombres del grupo era cada vez más y más estrecha, ya no solo por compartir a algunas de nuestras mujeres entre muchos hombres como éramos, sino porque comenzábamos a disfrutar paulatinamente del sexo entre nosotros mismos, a cada paso más desinhibidos, habiendo roto muchos límites.

Aquel día Vicente, se había ofrecido a ser el receptor de nuestras ansias de dar rienda suelta al nuestro más cachondo sexo. Le íbamos a follar entre todos. Con el culo en pompa, fue mi cuñado Enrique, su padre, quien se había dejado barba, el que se acercó hasta su hijo mayor y, con sus grandes manazas, le bajó aquel desgastado, currado y usado slip, los que solíamos utilizar los hombres del grupo por prescripción del Maestro, bajándoselo y sacándoselo por los tobillos. Expuesto desnudo ante el grupo de hombres, muchos con nuestros pantalones bajados y pajeádonos ya, observamos el lindo culo pálido y con algo de vello de mi sobrino.

-¡Muy bien! –dijo su padre, acariciándole aquellos cachetes y separándoselos levemente, dejando al aire una raja ligeramente velluda cullos pelos estaban apelmazados a causa del sudor. Yo acariciaba por mi parte la nuca a mi sobrino, quien tenía su rostro enterrado en el colchón, preparándose para lo que venía.

-¿Estás tranquilo, sobrino? –le pregunté. -¿Tienes ganas de empezar?

-Tengo ganas de que me llenéis de polla –se giró para sonreírme.

Mi cuñado Enrique, tenía ya su enorme chorizo gordo de 20 centímetros fuera de la bragueta de su pantalón, y su redonda barriga velluda se marcaba en su polo, que tenía dos enormes rodales de sudor bajo las axilas y cuyos pelánganos negros y algunos plateados sobresalían por los botones abiertos de la parte el cuello. Éste se inclinó hacia delante y soltó un buen escupitajo entre los cachetes de Vicente.

Acalorado, mi cuñado se lo quitó y nos dejó admirar a los demás su pechazo de tetas gordas llenas de pelos, con aquellos pezones grandes y rosados, redondos, y su tripa velluda de macho. Con una mano indicó a su hijo mayor que se echara hacia detrás y, apuntando a un tiempo con la otra mano, ensartó su tremendo cipotón ensalivado en el lubricado y ya preparado ojete de su propio hijo, provocándole un bramido de impresión al notar entrar tan rápido aquel grueso proyectil de carne que su padre tenía entre las piernas.

-¡Jodeerrrr, papá! –aulló Vicente, pero se contuvo de retirarse. Mi cuñado le asió con fuerza por la cintura.

-Enterita dentro, hijo –le informó de sus intenciones mi cuñado, apretando sus dientes y notando como mi sobrino se abría a él entre la resistencia y la relajación.

-Ahhhh…

-Hasta los cojones –observó mi yerno Pascual, satisfecho, viendo como el padre empalaba con su chorizaco gordo a su hijo mayor. Después, mi cuñado empezó a bombearle.

-Dale, papá –le dijo sin embargo el bestia de mi sobrino Manuel, al lado de ambos.

Manuel era un enorme jugador de rugby que había dejado ese deporte por lesiones en la rodilla, lo que había provocado que, además de estar fuerte y conservar su musculatura, esta se huebiese ido enterrando bajo unas voluminosas formas adiposas.

-Ahhhhh… ahhhhh… -no paraba de gemir Vicente, notando el enorme chorizaco de su padre. -¡Joder! ¡No me acostumbro a que sea tan grande! Ahhhhh… ahhhhh… ¡Qué cipote, coño, papá! –gritaba Vicente, de boca abierta y ojos como platos, con el nardazo descomunal de su progenitor barrenándole y llegándole bien hondo, removiendo en aquel interior lo que el Maestro había dicho de no eliminar con un enema, pues así el sexo era más natural.

-Tapadle la boca a este maricón –señaló serio mi cuñado.

Darío, el hermano pequeño de mi yerno Pascual, le metió su polla en la boca sin que Vicente rechistara, al tiempo que mi cuñado Enrique se salía de su culo arrastrando, efectivamente, restos marrones rodeando todo su capullo.

-Te han removido toda la mierda de las tripas –señalé sonriente.

Vicente giró la cabeza y vio como su padre cogía el calzoncillo slip que le había quitado y se limpiaba la pasta densa y marrón que cubría su gordo y amoratado capullazo, aquel que era tan grueso que había veces que hasta le costaba descapullar si la tenía muy tiesa.

-Está repletito –dijo Enrique, dándole el daba el relevo a Manuel. -A por él, Manuel –animó a su hijo pequeño.

Aquel bestia que era mi sobrino pequeño, se sujetó su gruesa morcilla por la base y se la enciscó a su hermano mayor por el culo sin que Vicente dijera nada, concentrado en mamar el rico pene de Darío.

Manuel se tomó su tiempo embistiendo su hermano, barrenando con su grueso y gordo pene en las apretadas y calientes paredes de aquel familiar e incestuoso ojete, aunque para nada tenía la longitud del de su padre.

Darío, cachondo, se tumbó sobre la cama y se colocó por debajo de Vicente, de modo que ambos, mi sobrino mayor y él, acabaron haciéndose un delicioso 69. Vicente se comía el nardo de Darío y éste el de Vicente, que no cesaba de ser enculado por su hermano pequeño.

Mi sobrino Manuel se acariciaba sus gordas y peludas tetas, así como su tripaza, mientras se follaba a su hermano. Todos disfrutábamos de la incestuosa escena, cada vez más acostumbrados a que se repitieran esos encuentros homosexuales entre nosotros. El sudor empezaba a perlar sus pieles y el olor a macho de la habitación aumentaba a cada segundo que pasaba.

Los que estábamos alrededor, tampoco perdíamos el tiempo, pues ya estábamos muy cachondos. Nos toqueteábamos esperando nuestro turno. Nos agachábamos a darnos algún que otro lamentón en las pollas o en los huevos…

-Darío, colega… -le llamó Manuel a su amigo, dándole unos toques en la cabeza.

Darío dejó de chupar la polla de Vicente y se arrastró un poco más hacia abajo, dejando de practicar aquel 69. Sabía lo que Manuel quería decir, así que sacó su lengua y empezó a relamer las pelotas de mi sobrino, arrastrando consigo su propia saliva y largos y duros pelánganos negros. Después, mi sobrino Manuel la sacó del agujero de su hermano, y salió también un poco manchada de mierda.

-Le vamos a sacar la mierda entre todos me da a mí –bromeó mi yerno Pascual, socarrón.

Manuel, fuera de hacerle ascos, paseó las callosas yemas de sus gordos dedos por la superficie manchada de su nabo y se lo embadurnó con la mierda de su hermano.

-¡Qué cerdo cabrón! –comentó uno de los del grupo.

-Sólo es un poco de mierda, colegas –se defendió él sin mucho afán.

-Eso es –asintió Pascual, de acuerdo con la respuesta, morbos.

Manuel continuó pajeándose con fiereza y nos anunció a todos lo que era obvio.

-¡Me corro! ¡Me corro YA!

-¡Córrete dentro! –le exclamó con urgencia su hermano Vicente. Entonces Manuel reventó y de su venosa polla saltó un chorrazo denso y casi cuajado de lefote, que con buena puntería cayó hacia abajo, entrando de lleno en la boca de Darío, quien lo degustó con deleite. Después vimos como el ariete de carne del búfalo que era mi sobrino, se enterraba de nuevo y completamente en el ojete de su hermano, regalándole unos cuantos chorrazos más por dentro.

-Así… Sí… Preñándome, Manuel… ¡Qué bien, hermanito! ¡Qué rica lefada…! –decía cachondo Vicente, notándose preñar del semen de su hermano pequeño, quien era el doble de grande que él.

Agilipollado, Manuel bombeó un poco más, como no dejando de follársele. Detectamos restos del trallazo de lefa que había echado fuera sobre la espalda y nalgas de Vicente, pero el más rápido fue mi cuñado Enrique, quien se agachó y degustó todo el mejunje que era el esperma de su propio hijo pequeño.

-¡Qué bueno! –exhaló mi cuñado, cachondo, recogiendo hasta la última gota.

Manuel finalmente se salió de aquel culo y dejó de nuevo el agujero de Vicente a su padre. El chorizo de mi sobrino pequeño empezó a menguar, manchado de marrón y pingando lefazo, convirtiéndose lentamente en un chorizillo desinflado pero de buen tamaño.

-Vamos a ver cómo se ha quedado ese… ooo… ojeteeee… -dijo mi cuñado, notando la caliente sopa de semen en que Manuel había convertido aquel culazo.

Mi cuñado Enrique se volvió medio loco al entrar de nuevo en el cuerpo de su hijo y empezó a dar una potentísima follada. Vicente gemía, jadeaba y gritaba al borde del vahído sintiendo a su potente padre al borde de la corrida. Y no tardó demasiado.

-¡Me corro, hijo! –anunció. -¡Me corrooo, joder!

-¡Venga…. Papá! Ahhhhh… ¡Córrettt…!

Y mi cuñado, con su cuerpo de osazo barrigudo y cincuentón chorreando sudor, empezó a gruñir de forma cavernosa, dando convulsiones, llenándole las tripas a su primogénito con el mismo lefazo que un día lo engendró.

Enrique estaba al borde del colapso. Tanto fue así que buscó apoyo tras de sí, encontrando a Darío y a su hermano, mi yerno Pascual. Pascual le sostuvo levemente y Darió se agachó, relamiendo el tremendo pepino que se gastaba mi cuñado, con sus gordísimos y superlativos 20 cm, los cuales salían encharcados de lechazo y licuoso líquido marrón que Darío se encargó de limpiar con total fruición, sin ascos.

-¡Goloso! –le acarició la cabeza Pascual, su hermano.

-Hacía mucho que no comía lefa. Y está es deliciosa… -sonrió Darío, con su cara algo redonda y barba de un par de días.

-Sabe como la de tu padre, ¿verdad? –le guiñó un ojo un exhausto Enrique, refiriéndose a Antón, mi consuegro, con quien físicamente Enrique se llevaba poco. No muy altos, velludos, tripudos y viriles. Lo que vienen siendo unos buenos machos ibéricos cincuentones. Aunque Antón estaba ya al borde de los sesenta.

-Un poco diferente por lo que sale también de ese culo… -dejó caer veladamente Darío.

Al notarse con su culo libre de gordas pollas, mi sobrino Vicente se incorporó de rodillas sobre la cama. Darío estiró su brazo, le agarró de la barbilla y le obligó a girar su cabeza hacia atrás. Los labios de ambos se encontraron y degustaron la rica cuajada de lefa de mi cuñado Enrique. Complacido. Yo también estiré mi brazo y pellizqué el marrón y erecto pezoncillo de mi sobrino.

-¿Quién es el siguiente que me va a entrar a pelo por el culo? –preguntó cachondo cuando separó su boca de la de Darío, tragando los restos de semen y babas que éste había depositado en ella.

No tardó en obtener respuesta. Vicente se inclinó hacia delante, puso su culo en pompa y se preparó para recibir el contundente nabo del fibroso Luisao, el brasileño que trabajaba en la cuadrilla de mi cuñado Enrique. Luisao tenía cuarenta y pocos, y un rabazo largo y moreno, grandote, que comenzó a robar gemidos de la garganta de Vicente en cuanto se lo clavó entero y sin contemplaciones.

-¡Qué pollón… Luisao! –se regocijó contento de sentir el tercer cipotazo en su interior.

Luisao le cogió del pelo y tiró de él hacia atrás. Después se salió y le pidió que se girara para follarle en la posición del misionero. Mi sobrino lo hizo, plantando sus pies sobre los pectorales fibrosos del cuarentón brasileño, notando su ojete abrirse hacia dentro y hacia fuera con los mete y sacas del moreno, que acabó corriéndose dentro de una manera disimulada, sin parar de follar hasta un rato después.

-Sí. Eso es… -decía Vicente. Luisao se inclinó sobre él y se morrearón, terminando de vaciar sus cojonazos dentro de él. Después se salió y dejó paso a Darío, que con su polla mediana pero algo gordita empezó a follarse a Vicente, chapoteando en aquel túnel relleno ya de leche.

-Dale, Dari. ¡Dale! –le animaba mi sobrino mayor.

-No quiero correrme aún –le dijo éste, que notaba la suavidad ardiente con que su nabo se deslizaba en aquel mejunje.

-Sí. Córrete, Darío. ¡Córrete dentro de mí, colega! Vamos…

-¿Sí? ¿Quieres que…?

Darío no acabó la frase. Ambos empezaron a morrearse y los gemidos de éste quedaron apagados mientras se convulsionaba y expulsaba el contenido lácteo de sus testículos en aquel abierto ojete.

Al retirarse, el esfínter de Vicente quedó bien expuesto y chorreante ante nuestros ojos.

-Allá voy –anunció Mogo, el senegalés, con su anaconda negra. Metió la punta, empujó, y la clavó hasta la mitad. Pero se detuvo, viendo que Miguel, el jovencito peruano, también de la cuadrilla de trabajadores de mi cuñado, apuntaba hacia su negra polla y eyaculaba sobre su superficie, embarrándola de semen que serviría de lubricante al africano.

En la postura del misionero continuó follándose a Vicente, que agarró de los muslos a Mogo, que follaba como un artista, adelante y atrás. Su larga pica de ébano entraba a indiscrección, hasta lo más hondo.

-Abre la boca, hermanito –escuchó decir Vicente a su hermano Manuel, que repuesto de la corrida, volvía a lucir una impecable erección, pajeándose a muerte.

Casi sin tiempo a reaccionar, Vicente abrió sus labios y Manuel, clavado de rodillas a un lado de la cama, se pajeó, corriéndose ruidoso en toda la boca. La segunda corrida de la tarde para mi sobrino pequeño. Casi al momento, Mogo eyaculaba dentro de su culo, inundándolo todavía más con cuantiosos chorros de esperma, clavándosela hasta lo más hondo.

-No cierres la boca aún –anunció entonces mi cuñado Enrique, que tomando el relevo a su hijo Manuel, y con una fulgurante erección, eyaculó también entre los labios de su hijo, que chupeteó y mamoteo hasta limpiarla y hasta que Mogo se unió también a que se la limpiara. La polla de su padre y de su trabajador africano, dentro de la boca de Vicente al mismo tiempo.

-¡Qué buenas! –las dejó escapar levemente Vicente, palpándose el ojete con un par de dedos y chapoteando en él.

-Pues hay más –comenté, agitándome mi salchichón.

-Sí… tío. ¿Es tu turno? –me miró.

-Mejor el mío –participó mi yerno Pascual, meneándose su gordo rabo. Después de mi cuñado Enrique, él era el que más larga y gorda la tenía. Y sin más preludios, se inclinó sobre las piernas abiertas de Vicente y le penetró a fuego, de una vez. Mi sobrino relajó su culo y dejo que el que era uno de sus mejores amigos se le clavara hasta lo más hondo.

-Ahhhhh… -gimió mi sobrino.

-Es gorda, ¿verdad? –comentó Darío, en referencia al pollón de su hermano mayor.

-Noto cómo me empuja la mierda hacia dentro y todo, ¡Joder! –anunció Vicente, de ojos entrecerrados.

-Nada que no haya hecho ya el chorizo de tu padre –puntualizó Pascual, tirando hacia atrás de sus caderas y volviendo a empujar.

-Pues es lo que está haciendo ahora tu longaniza… ¡Taaan gorda, cabrón!

Quedaba claro que en el grupo nos encantaba hacer símiles de nuestros cipotes con embutidos fálicos.