miprimita.com

Xana contra los 1.101: La Gangbang Más Brutal (4)

en Orgías

Xana clavó sus ojos en los del chico treintañero de camisa de cuadros que estaba apunto de meterle su cipote en el encharcado coño. El chico hizo lo mismo y entonces empujó. Desde mi ángulo de visión vi como las redondas, grandes y algo peludas nalgas del chaval se contraían conforme su pene se le clavaba dentro a mi esposa, que soltó un suspiro de gusto y se agarró sus gordas tetas, apretándoselas, y robándoselas a los hombres que hasta el momento las habían disfrutado.

La conocía demasiado bien. Le gustaba la polla de aquel chico y sin duda no la iba a desaprovechar. Pero le había gustado más aún la de Juan Luis, el maduro. Aún así, cuando el treintañero con aires de carrancudo chico de pueblo empezó a bombear con avidez en su chochito, Xana comenzó a soltar entrecortados y fuertes jadeos, rápidamente, colpasada con un repentino placer que sin tardar acabaría en una lluvia de eyaculación que a los poco segundos tomó forma.

-¡Me corro! ¡Me corro! –gritó mi esposa.

-¡Sí, puta! ¡Sí! –la animó el chico, marcando aquel ritmo infernal.

Vimos como él también se revolucionaba, que incluso se ponía de puntillas. Fue él quien la reventó primero dentro del coño, rellenándola bien con su densa y espesa lecha, y acto seguido estalló mi esposa, con un potente chorro de corrida que salió disparado de su chochito arrastrando consigo buena cantidad de caldoso esperma y bañando la camisa de cuadros del treintañero, que se retiró, impresionado y empapado hasta por debajo del esternón.

Los dedos de mi esposa se encontraban sobre su clítorix, masajeándoselo a pesar de acabar de correrse, a pesar de que aquel granjero se la había salido. No podía dejar de masturbarse la muy puta, cachonda y ansiosa de sensaciones placenteras y cerdas. El veinteañero había dejado de comerle las tetas y ella se masajeaba la izquierda con la mano que no ocupaba su chorreante raja.

-¡Muy bien! –felicitó mi esposa al chico. –Tienes una polla muy rica. Me has preñado muy bien.

-¿Te ha gustado? Dame un momento y te daré otra buena ración de lefa bien dentro.

-Eso es lo que espero de todos vosotros –miró mi mujer alrededor, introduciéndose dos dedos en su delicioso y pingante chochete, estudiándonos a todos.

Los nueve hombres allí presentes teníamos nuestras pollas fuera, y nos la meneábamos contentos y cachondos, unos con ellas totalmente duras y enhiestas, y otros con ellas tan solo semifláccidas.

-¿Quién es el siguiente? –preguntó Xana con picardía.

-Quien tú quieras –respondió el maduro.

Mi esposa nos miró uno a uno, y mientras lo hacía paseó sus dedos más hacia abajo, hacia su ojete. Mojada como estaba, se introduce la yema de dos de sus dedos y suspiró.

-Creo que podéis entrarme sin miedo dos a la vez –enarcó las cejas cachonda y feliz.

-¿Dos a la vez, cómo? –le instó mi cuñado Enrique a que se explicara.

-Dos a la vez por donde queráis… -dejó ella en el aire. –Sabes que no pongo ningún impedimento… Podéis entrarme por donde os apetezca, a la vez…

Entonces mi cuñado Enrique la tomó la palabra. Estiró su brazo y le tendió la mano. Mi mujer la sostuvo y él tiró de ella, poniéndola en pie sobre el suelo. Después, la atrajo hacia así y la rodeó con sus brazos.

-Tú –señaló al sudamericano. –Túmbate boca arriba en la mesa.

Xana parecía divertida con aquello y los nueve hombres disfrutábamos de lo lindo.

El sudamericano cuarentón y con algo de barriga, se deshizo de su camisa de granjero y con sus pantalones y calzoncillos por los tobillos, se aupó hasta la mesa, en donde se tumbó, mostrándonos un torso lampiño y algo fofo, pues era un hombre de lo más normal, como lo éramos los demás, como le gustaban la zorrita de mi mujer.

Cuando el tipo estuvo tumbado y con su tronchazo moreno y circuncidado empalmado en todo lo alto, mi cuñado Enrique levantó a pulso a mi esposa y la llevó hasta él.

-Abre las piernas –le ordenó, y Xana obediente lo hizo. Costel, el gorila rumano, se acercó para echar una mano a mi cuñado, y entre los dos manipularon de tal forma a mi mujer, en volandas, hasta que acabó siendo ensartada lentamente en la polla del latino.

-¡Joooodeerrrrr! –aulló mi esposa solo al notar el capullote rosado y liso de aquel pepino de carne moreno a la entrada de su raja.

-Despacio, Costel –le dio indicaciones mi cuñado Enrique a su empleado rumano. –No la bajes todavía. Así. Múevela lentamente –le decía.

Comenzaron así a jugar con ella, que desesperada podía notar el cipote del sudamericano contra la entrada de su coño chorreante. Éste se sostenía el rabo por la base, entrando en el jueguecito.

-Se desespera por tener una polla dentro –comentó Juan Luis, el viejo maduro.

-Sí –asintió Xana, de párpados caídos y deseosa de clavarse en aquella rica polla latina. –Bajadme. Dádmela ya.

-Despacio, Costel –volvió a repetir Enrique, que haciendo una seña al rumano, comenzó a bajar lentamente.

Los labios del chochete de mi esposa cedieron y entre ellos desapareció el cabezón de aquella polla dura. Mi mujer lo notó por un instante, antes de que mi cuñado y Costel la elevaran y se lo robaran.

-¡Más! ¡Más! –se agitó ella, desesperada.

-¿Más? –le sonrió mi cuñado, despiadado.

-Por favor… -rogó Xana.

Tanto Costel como mi cuñado tenían sus tremendos cimbeles erectos y chorreantes de brillante precum entre las piernas. Ambos se miraban cómplices, disfrutando de cómo mi esposa se desesperaba.

-Bien. Pues si la quieres… -dejó Enrique en el aire. –Es toda tuya…

Mi cuñado hizo un gesto con la cabeza a Costel, y éste la dejó caer con ganas, soltándola casi totalmente. Como un rayo, mi mujer se fue hacia abajo y se clavó de un solo golpe sobre aquel cipotón duro y tieso como la piedra. Tanto fue así, que sus ojos se abrieron de golpe, lo mismo que su mandíbula. Pero de su garganta no salió ni un sonido hasta segundos después, cuando recuperó el aliento tras la brutal ensartada.

-¡¡Ahhhhhhhhhhhhhhhhhhhh!! –aulló como una loba, apoyando ambas manos sobre el pecho del sudamericano, que extasiado notó como mi esposa era incapaz de moverse, brutalmente penetrada. Entonces, fuera de lo previsto, Xana pareció comenzar a sufrir un muy leve temblor y, de repente, su coñito explotó una vez más, eyaculando un reguero de jugos acuosos que ahora no salió en forma explosiva, si no más poco a poco.

El sudamericano sintió como la mujer chorreaba sobre su nardo y como el enrevesado y negro vello púbico del hombre quedaba brillante de gotas. Los demás mirábamos contentos y cada vez más salidos. Mi mujer era una diosa multiorgásmica del sexo. Por eso Enrique decidió seguir jugueteando con ella, haciéndose cargo de la situación.

-Ven aquí –llamó al granjero veinteañero, el que todavía no había estado dentro del cuerpo de mi mujer.

Mi cuñado separó las nalgas de mi esposa y nos mostró a todos la polla hundida en su coño y su rosado y tierno esfínter. Mi cuñado se lo señaló al chico, que asintió, se encaramó en lo alto de la mesa con su ayuda, y empezó a apuntar a un par de palmos hacia aquel ojete femenino.

-Flexiona más las rodillas –le aconsejó el patrón, Juan Luis, el viejo canoso.

-¡Vamos, colega! ¡Métesela por el culo! –habló Vasile, el veinteañero rumano, confraternizando con el otro chico igual de joven que él.

-¡Vamos! –le animó también Xana, mirando hacia detrás. –Métemela mientras tengo la polla de tu amigo en el coño…

Y allá que te fue el chico. Tenía una polla delgadita, de unos 14 cm de largo, curvada hacia arriba.

-¡Fóllate ese culo! –le dijo su colega treintañero.

Mi cuñado Enrique no se andó con remilgos. Apoyó su manaza grande en la nalga del chaval y empujó. En cuando el pequeño y puntiagudo glande del veinteañero se apoyó contra el ojete de mi esposa, esta se concentró, cerró los ojos y soltó un breve gemido. Al segundo la salchicha del chico se internaba en aquel caliente y acogedor culito, hasta que las colgantes pelotas del chaval chocaron contra la piel de sus nalgas.

-¡Asíííí! –soltó el aire mi esposa, sintiéndose satisfecha por tener aquellos dos duros penes en su interior.

Entonces ambos hombres empezaron a moverse coordinadamente, sin que ella se quedara atrás, moviéndose constante, con sus caderas, gozándolos.

Las tetas gorda de mi esposa botaban ligeramente hasta que fueron capturadas por las manos del sudamericano cuarentón, que levantando su cabeza empezó a mamar primero de una y luego de otra, cosquilleando con su bigote contra la carne de aquellos enormes pechos.

-Ahhhh… ahhhh –gemía Xana. -¡Vamos, folladme! ¡Así! ¡Me encanta! ¡Menudas pollas!

No lo pensé. Mi mujer estaba gozando mucho y yo quería gozarla a ella, por eso salté sobre aquella mesa improvisada cubierta por mantas y de pie, flexioné mis rodillas y acerqué mi nabo a la boca de mi esposa, que ida de gozo miró hacia arriba, me sonrió y se lo introdujo entre los labios, comenzando a succionar como la buena mamona que era.

-Ahhhh, ¡Qué boquita tienes, cariño! –acaricié con ternura su barbilla y sus mejillas con la yema de mis dedos.

Mis cojones peludos se bamboleaban adelante y atrás y yo me la follaba despacio, sin meterle demasiada caña. Para abusar de la garganta de mi esposa ya tendríamos tiempo. Para asfixiarla y hacerla dar arcadas penetrándola profundamente por la boca. Pero mejor ir poco a poco. Por ahora me conformaba con que me diera placer en la punta de mi nardo con su lenguita.

Mi cuñado Enrique nos miraba feliz, soltando sonoras hostias en los redondos y firmes cachetes de mi esposa, que se enrojecían y rebotaban con las embestidas que el veinteañero daba al penetrarla por el culo.

Xana se sacó mi polla de la boca y se giró hacia atrás.

-¡Más fuerte! –urgió al veinteañero. -¡Más fuerte!

-Si te doy más fuerte me corro –anunció.

-Pues córrete, ¡Venga! –dijo mi mujer, estirando su brazo y rozándole el delgado vientre sin vello, paseando su mano bajo la camisa de cuadros del jovencito. –Seguro que nunca te has corrido dentro del culo de una mujer como yo.

-Nunca me he corrido dentro de un culo –puntualizó el chaval, casi sin respiración, muerto de placer.

-Pues hazlo. ¡Hazlo ahora! –le animó Xana. El chico pareció concentrarse en ello. –Pero quiero a otro en mi culo en cuanto él se corra y se me salga –demandó la muy puta. –Necesito tener el ojete lleno de chorizo de macho... Buen chorizo rellenándome...

Dicho y hecho. El ruidoso joven empezó a correrse, estirando su cuello y gimiendo alto, sacudiéndose como si tuviera escalofríos. Y entonces se salió, echándose hacia atrás y casi cayéndose de la mesa.

Un hilo de blanco esperma chorreó desde el ojete de mi esposa, pero éste fue rápidamente recogido por el grueso pollón de Juan Luis, el sesentón canoso, que se encaramó a la mesa e imitó la postura del veinteañero. Apuntó a aquel dilatado culo y se dispuso a dilatarlo aún más.

Xana no prestaba atención ante el siguiente macho que iba a rellenar su ano y volvió a mamarle la polla. Solo que tuvo que para al notar el pujante cabezón redondísimo y de ancho diámetro del viejo, el cual fue clavándose con impresión en su culo, abriéndola como no la había abierto el jovencito.

-¡Uhmmmm…! –bramó, sin soltar mi nardo de entre sus dedos. -¡Qué pollaaaaaa gordaa, joder!

Y nada más acabar de decir eso, el sesentón ya estaba penetrándola a toda marcha, lo mismo que el sudamericano. Yo la sujeté la cabeza y empecé a meterle un poco de caña por la boca, haciéndola soltar densos hilajos de saliva.

Tan concetrados estábamos todos que el silencioso sudamericano acabó corriéndose dentro de la vagina de mi mujer. El hombre no había aguantado más y había estallado de pura excitación, amorrado a una de las tetonas de mi mujer y mamando mientras soltaba trallazos de esperma en lo hondo de su sexo. Solo cuando soltó aquella teta, el hombre nos avisó de que se había corrido.

Divertidos y entre risillas, vimos como Juan Luis se salía del culo de mi esposa y se bajaba de la mesa. Xana se salió de encima del sudamericano y se quedó de pie, mirando como el hombre se incorporaba, se acercaba a ella y la besaba en la boca, acariciándole su negro y largo pelo con ternura.

-Eres maravillosa –le dijo éste.

-Gracias –respondió complacida. –Me encantaría volver a sentir tu polla dentro de mí -acarició el sexo del hombre, que ya empezaba a menguar, convirtiéndose en un pringoso gusano de piel tostada. Volvieron a besarse y después el latino se retiró a un lado.

Xana nos miró contenta y nosotros la observamos expectantes.

-¿Y ahora qué? –nos dijo.

-¿Ahora qué te apetece?

-¿No queréis correros todos? ¿Al menos una vez? –preguntó.

-Está a punto de amanecer –miró mi cuñado su reloj de muñeca. –Creo que deberías descansar ese coñito durante unas horas y dormir un poco. Mañana no te vamos a dar tregua –se acarició su cipotón gordo, largo y venoso.

-No me puedo quedar así –dijo ella, quejicosa. –Necesito más sexo, ahora. Necesito más pollas. Estoy tan… caliente.

-Resérvate, cariño –participé yo. –Tendrás todo el sexo que sea necesario, pero ahora necesitas descansar.

-Mi chocho no quiere descansar –señaló ella, tozuda. –Necesito sentirme llena, repleta de hombre.

-Dormiremos todos un poco y dentro de cinco horas estaremos listos para continuar –permaneció firme mi cuñado Enrique. –Después tu coño acabará con nosotros o definitivamente nosotros con él. Te lo prometo.

-Eso espero –se cruzó Xana de brazos, y luego, de malas maneras, enfadada como una cría, alcanzó su camisón, el cual se puso.

-Cinco horas –nos señaló. –Ni un minuto más ni un minuto menos. En cinco horas quiero estar de nuevo abierta de piernas con una decena de hombre a mi alrededor dispuestos a obterner de mí todo lo que quieran.

-¡Hecho! –acepté.

Con las mismas se dirigió ufana hacia la salida del granero, y nosotros nos quedamos allí de pie unos instantes. Le hice una seña a mi cuñado para que la acompañara y aplacara el fuerte temperamento de mi ninfómana esposa. Yo me quedé allí con los demás. Los granjeros se habían subido los pantalones. Todos menos Juan Luis, el sesentón, que todavía continuaba con su tripa gorda al aire y su cipote semifláccido meneándose contra la gravedad. Los rumanos también empezaron a recomponer su ropa.

-Juan Luis. Será mejor que nos indiques las habitaciones y me comentes los planes para los próximos días. Tenemos sitios para divertirnos, ¿verdad?

-Así es –se empezó a subir también el pantalón. –Desde el jacuzzi grande, la piscina, las caballerizas… incluso hemos preparado una charca con barro.

-¿Para los cerdos? –sonreí.

-Para la cerda de tu esposa –rió el sesentón. –Y para todos los que se la quieran follar enfangados en barro.

-Estupendo. Da gusto saber que trabajáis bien.

-Y un regimiento de hombres ya está en camino…

-Les necesitaremos –puntualicé. –Creo que esta vez Xana quiere la orgía definitiva.

-La reventaremos ese coñito y ese culo insaciable que tiene, no te preocupes –me pasó un brazo por el hombro el sesentón, y caminamos hacia la puerta. –Si tu mujer es la verdadera reencarnación de una diosa del sexo, lo descubriremos...

(Por favor, dejad en vuestros comentarios cómo queráis que siga esta historia. Vosotros tenéis la clave. Haced con Xana lo que queráis. Podéis hacer vuestras fantasías realidad usando a esta diosa del sexo…)