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Xana, Diosa al Extremo (3): Hielo y Ardor

en Amor filial

Tras hora y media de extenuante penetración con aquellos gigantescos y helados consoladores, los seis hombres continuábamos entre las piernas abiertas de mi mujer, observando atentamente cómo uno de nosotros le trabajaba aquel chochito húmedo, empapado y enrojecido, deshaciendo el hielo más y más, sacándolo y metiéndolo, aunque todavía nos quedaba mucho trabajo por delante.

El colchón en el que estaba tumbada Xana, boca arriba, estaba encharcado del agua descongelada y de los flujos de mi mujer. Dos de nosotros estaban sujetándole las piernas separadas y en alto, para que los otros dos la pudieran follar sin problema con aquellos dos gruesos témpanos con forma de cimbel fabricados para la ocasión a un temperatura bajo cero tremendamente alta. Tenían un perímetro espectacular, de 15 cm, por 30 cm de largo, aunque ambos habían sido carcomidos tras más de sesenta minutos de intensa follada con ellos. Apenas quedaban ya la mitad de ambos. El calenturiento y chorreante coño de mi esposa derretiría hasta el más frío glaciar.

-¡Adentro! –volvió a exclamar mi cuñado Enrique, empujándoselo por el coño, a la vez que se coordinaba con su hijo mayor, Vicente, que con su cuerpo delgado y velludo, a sus treinta y algo años era un absoluto devoto de la diosa insaciable del sexo que había llegado a ser su tía.

Los dos dildos de hielo se clavaron de nuevo en la vagina y en el ano de mi esposa, que gimió como una perra en celo, con cara de vicio. De pie estaba yo, observándola junto el maestro, aquel hombre delgado, fibroso y de aspecto joven, a pesar de su cabello cano y su perilla larga y también grisácea. Sonreía encantado con mi esposa, a la que idolatraba e imponía retos a partes iguales, enseñándonos así a todos el camino con el que, a través de romper nuestros límites físicos y sexuales, éramos capaces de elevar más y más nuestra alma gracias al morbo y al placer sin barreras mentales. Todo podía convertirse en un juego gozoso.

Xana dilataba de forma maravillosa, y el que fuera multiorgásmica le ayudaba bastante. La muy zorra no paraba de estimularse las tetas, pues de su clítorix se encargaban a cada rato uno. Mi cuñado Enrique; mi sobrino mayor, Vicente; mi sobrino pequeño Manuel, que sostenía su pierna izquierda levantada; o mi yerno Pascual, el marido de mi hija Lourdes, que le sostenía la pierna derecha y en ese momento le pedía al maestro que se la sujetara. El maestro se acercó y la sostuvo por el tobillo.

Mi yerno Pascual se inclinó entre las piernas de mi mujer y, de boca abierta, sacó su lengua grande y empezó a comerle y a lametearle con fruición el clítorix, haciendo que Xana entreabiera los ojos y empezara a gemir como la puta que era. Todos supimos que no tardaría en correrse nuevamente. Con aquel orgamo serían doce. Y todavía quedaban unos cuantos más, hasta derretir aquellos congelados consoladores.

Lo más increíble de todo es que ella no se quejaba. Todos teníamos las manos rojas y nos quemaban a causa de sujetar el hielo, así que la fricción dentro del ojete y el chochito de mi mujer tenía que estar siendo brutal, aunque tras los primeros cinco minutos ella nos informó de que no sentía nada, los tenía totalmente dormidos, así que para sentir algo teníamos que ser realmente rudos en nuestras metidas. Y no era necesario que ella nos lo pidiera. Por lo general solíamos ser bastante salvajes y bestias, pero si ella nos lo demandaba, podíamos agravarlo el doble.

Mi esposa dejó de pellizcarse uno de sus gordos y erectos pezones, de aquellas dos voluminosas y gordas tetazas que tenía, y arrastró su mano hasta la cabeza de mi yerno, sujetándosela y jadeando de forma ronca y más intensa.

-Sigue, cariño –le dijo a Pascual. –Sigue. ¡Seguid los tres! –indicó ahora a mi sobrino Vicen y a mi cuñado, que metían y sacaban a todo trapo los todavía importantes dildos de hielo. -¡Seguid que me corro! ¡Seguid! ¡Chupa! ¡Así! ¡Así! ¡As…! Ahhhhh…

De repente las convulsiones volvieron a inundar el cuerpo de mi esposa, haciéndola reventar en jugos, como era normal en ella, con aquellas cuantiosas y demenciales eyaculaciones vaginales que se asemejaban a veces a terribles meadas, incapaces de ser contenidas.

Los gritos resonaron por el soleado jardín, pero afortunadamente los vecinos de las casas más cercanas de la urbanización conocían y participaban de las prácticas de mi esposa y del resto de allegados y familiares. El sol de principios de otoño seguía calentando, pero no era suficiente para derretir el hielo de aquellos dos dildos. Aquella tarea había sido encomendada al pingante chochito de Xana y a su ardiente y siempre hambriento culo de diosa del sexo.

Cuando mi yerno Pascual retiró su boca de su clítorix, ella nos miró a todos con ojos desenfocados a causa de la ola de placer. Lentamente, mi cuñado y mi sobrino recuperaron el ritmo de masturbación con los dos duros consoladores.

-Mi coño… -se palpó su llena y abierta vagina mi mujer. -¡Me estáis destrozando! –comentó. -Casi no lo noto… ¡Joder!

-Pero bien que te corres una y otra vez, puta –sonrió satisfecho mi cuñado Enrique, que desnudo y acuclillado, con su prominente y peluda barriga cervecera, no cesaba en sus movimientos de mete y saca, con aquellas duras y grandes manos de obrerazo.

Finalmente, tras dos orgamos más por parte de mi esposa, no mereció la pena seguir masturbándola con aquellos menguados dildos. Su coño y su culo los habían devorado. Por eso ahora tocaba hacerselos entrar en calor. De dos en dos a poder ser.

-Sigo sin notárlo… ahhhh… -exclamó ella, cuando se sentó con su coño sobre el cipote gordo de nuestro cuñado Enrique, el marido de su hermana, que se había tumbado boca arriba sobre el encharcado colchón.

-¿No notas mi cipote, zorra? –le preguntó Enrique, con su grosísimo cimbel de 20 centímetros de largo. –Y eso que es de los más grandes y gordos que vas a tener hoy.

-Tengo el chocho tan dormido… –se quejó Xana.

-Pues a ver si lo notas por el culo –participó de repente mi sobrino Manuel, el hijo pequeño de Enrique, que apuntó con la polla gorda y venosa que tenía, ligeramente más corta que la de su padre pero igual de gorda.

-La noto… ahhh… un poco, sobrino… ahhh –dijo mi mujer. –Así… Tú métemela que iré recuperándome…

-Claro que lo harás –sonrió el maestro, poniéndose frente a su cara, apuntándola con su tremendo cimbel de caballo, el más largo de todos los que conformábamos aquel clan, secta o comuna de obsesos e idólatras del sexo más extremo.

Xana separó sus labios y le mamó la punta de su larguísima pica de 24 centímetros que al resto nos dejaba siendo míseros eunucos, a pesar de que el que menos se gastaba eran 15 centímetros.

-A lo mejor es que necesitas probar una triple penetración –señaló mi sobrino mayor, Vicente, acuclillado junto a ella y viendo la cara de viciosa que ponía, siendo invadida por tres gruesos penes por los tres principales orificios de su cuerpo.

Xana abrió los ojos y le miró, de lado, sin dejar de chupar el pollón del maestro. Lo sujetaba con una mano. Con la otra se apoyaba en el pecho velludo de Enrique. Se sacó el cipote y habló a Vicente.

-Creo que no te costaría entrarme junto a tu padre o tu hermano, cariño –le dijo.

-¿Prefieres por el culo o por el coño? –le preguntó nuestro sobrino, con voz salida.

-Por el coño… -susurró cachonda. –Os quiero a los tres dentro.

Vicente sonrió y fue a colocarse detrás. Manuel tuvo que cambiar la postura, pues sus gordas nalgas de jugador de rugby y su corpulencia no se lo ponían fácil a su hermano mayor. Se puso a perrito y le dejó espacio. Vicente vió perfectamente como ambos, su padre y su hermano pequeño, estaban clavados en el coño y el culo de su tía, a la vez helados y ardientes.

Se arrodilló, se inclinó hacia delante y sin problema apoyó su resbaladizo capullote contra el tronco del cipote venoso de su padre. Después empezó a empujar, a deslizarse y a apretar contra aquella estrecha abertura, que pareció empezar a ceder sin problema.

Xana apenas gimió, aunque empezaba a notar el calor y la comezón en su sexo, que recuperaba su maltrecha sensibilidad. A los pocos segundos un nuevo nabo estaba enterrado en su vagina. Su sobrino Vicente había accedido a ella sin problemas. Tres hombres la penetraban a la vez en sus zonas más íntimas y por la boca el maestro le regalaba polla.

Se sentía plena. Se sentía bien. Y todo lo que quería era volver a correrse y seguir follando. Era algo inevitable. Era pura adicción.

-¡Folladme, cabrones! –exclamó, vaciando su boca momentáneamente. -¡Dadme más fuerte! ¡Folladme! ¡Soy vuestra, joder! Ahhh… ¡Ahhhhhh! –chilló, cuando los tres hombres, padre e hijos, empezaron a embestir como toros bravos, apuñalándola conforme ella demandaba.