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Xana contra los 1.101: La Gangbang Más Brutal (1)

en Amor filial

Mi esposa dormía junto a mí en la cama con una respiración profunda y tranquila. Se encontraba casi desnuda, pegada a mi cuerpo, rodeando con su brazo mi pecho también desnudo. Sólo llevaba puestas sus braguitas rosas y podía notar sus voluminosos y calientes pechos contra mi costado.

Debía de estar extenuada tras aquella intensa tarde, con aquel multitudinario cunnilingus con el que le habían deleitado media docena de bocas, dejándose comer su chochito por diferentes hombres, jadeando como una puta y eyaculando cada vez que alcanzaba uno de sus sísmicos orgasmos. Chorreando efluvios, agitándose como una ánguila sobre aquella silla-columpio colgada del techo, llegando a gritar sobre todo al sentir como nuestro hijo pequeño de dieciocho años, Valentín, llevado por la lujuria y la cachondez, llegaba a modisquear los labios de su coñito sin piedad alguna, haciendo que su madre, mi esposa Xana, se volviera loca. Y ahora allí estaba, tan relajada.

Escuché ruidos de pasos fuera de la habitación. De pronto la puerta se abrió y una recortada y corpulenta figura apareció a contraluz. Miré el reloj digital de la mesilla de noche y marcaba la una y once de la madrugada. La figura entró en el cuarto y dejó la puerta entreabierta.

Yo todavía andaba despierto, repasando mentalmente en la tranquilidad oscura de la noche la reunión que tendría al día siguiente en el consejo directivo de la empresa. Mi cuñado Enrique me hizo un gesto con la cabeza, saludándome, al tiempo que se sacaba los zapatos y empezaba a desabotonarse su camisa de cuadros, la cual embutía su protuberante y dura barriga cervecera, esa que tan locas volvía a mi esposa y a mi hija Lourdes.

-¿Cómo vienes tan tarde? –le susurré.

-Me he entretenido con los chicos jugando a las cartas –se refirió a mis sobrinos y al resto de sus trabajadores, quienes solían ser asiduos a follarse a mi mujer también, pues en su mayoría solían ser inmigrantes de diferentes países que trabajaban para nuestras obras y construcciones, y que no tenían hembras que catar cerca de ellos. -¿Ha pasado buena tarde? –señaló mi cuñado a mi esposa, al tiempo que ella se giraba en la cama y nos daba la espalda, poniéndose de su otro costado, como si nuestros murmullos perturbaran levemente su sueño.

-Le han estado comiendo el coño un par de horas –expliqué. –Valentín –me referí a mi hijo-, un par de amigos suyos, José Luis y Gisela –que eran un matrimonio cuarentón, amigos y vecinos de la urbanización, -y Antón –me referí a mi consuegro, el padre de mi yerno Pascual, quien tenía un cierto aspecto físico parecido al de mi cuñado Enrique. La misma barriga peluda (aunque la de Antón era más abultada y densa en cuanto a pelos) y el mismo diámetro de cipote, aunque el de mi cuñado era superlativamente más largo que el de Antón, que se gastaba un ariete de carne de 16 cm mazo de gordo, mientras que el de mi cuñado Enrique, además de grueso era un pollón de 20 centímetros.

-¡Qué rico! –sonrió mi cuñado pensando en el coñito de mi mujer, al tiempo que se desabotonaba el pantalón, sacándoselo por los tobillos.

Ya casi en pelotas, solo con el calzoncillo hasta medio muslo que llevaba, pude percibir como la habitación en penumbra se inundaba del aroma a macho obrero que su cuerpo desprendía. Un aroma que a mí no me disgustaba. Con el paso del tiempo me había acostumbrado a que mi matrimonio funcionara así, teniendo en él bien presente a mi cuñado Enrique, con el que compartía absolutamente todo: esposa y cama de matrimonio con ella incluidas. Era una especie de hermano, casi tan esposo de mi mujer como yo. Sólo que Xana no había logrado darle hijos igual que a mí. Enrique los había tenido con la hermana de Xana. Mis bien criados sobrinos: Manuel y Vicente. Y la hermana de Xana… ¡Bien! Había desaparecido, en busca de fundar su propio grupo o comuna para que la deleitaran en el sexo sin tener que competir con la diosa que en ese momento ocupaba el lado izquierda de la enorme cama de matrimonio.

Enrique caminó hasta allí, sin dejar de mirarla con cachondez, y frotándose la curva de su barriga.

-Me he quedado con ganas de participar –vi que sonreía pícaramente, conforme se acercaba junto a mi mujer. -¿Te parece si…? –dejó el interrogante en el aire.

Por supuesto que sí. Xana, paradojicamente, era nuestra diosa. Pero también nuestra esclava. Estábamos para servirla y para que nos sirviera. Por eso no lo dudé. Me giré hacia ella y rodeé uno de sus gemelos con mi mano. Ella soltó un ruidito, como saliendo de su profundo sueño y, quizás cuando quiso ser consciente, yo ya la tenía abierta de piernas, con mi cuñado Enrique baboso y con cierta mirada alcoholizada en sus redondos y enrojecidos ojos.

Él había encendido la luz de la lamparita de noche y Xana, separando sus párpados, le descubrió allí.

-¿Qué ocurre? –preguntó ella.

-Ya sabes lo que ocurre –la susurré en el oido. –Enrique viene con hambre.

-¿Con hambre? –repitió ella, somnolienta.

Mi cuñado en ese momento ya estaba inclinado sobre el colchón, con las rodillas clavadas en él, olisqueando el caliente aroma que surgía de la entrepierna de mi esposa.

-Tengo hambre de chochito –dijo éste cachondo, con una buena erección dentro de su holgado calzoncillo.

Xana soltó un laxo suspiro y entonces movió sus manos, tirando de sus braguitas hacia abajo. Rápidamente, Enrique se las sacó por los tobillos en alto de mi mujer, y con ferocidad, cayó de lleno contra cu coño, hundiendo su cara con aquella rala pinchante barba de casi cinco días, su boca, su nariz, su lengua.

Mi esposa estiró el cuello hacía atrás y soltó un fuerte jadeo. Yo acaricié su cuello y la besé en la mejilla.

-¡Ahhh, joder! –exclamó ella. -¡Enriqueee! –gritó el nombre del macho que era mi cuñado.

Era increíble cómo mi mujercita siempre tenía ganas de más, cómo nunca se cansaba de que se la follaran, le comieran el coño o le dieran polla en la boca. Era una ninfómana en estado puro y sólo podía pensar en lo mismo: en el sexo y en cuidar de la rosaleda del jardín.

Mi cuñado le comía el chocho que era una maravilla. Venía super salido, seguramente tras comentar con los demás hombres algunas de las folladas que habían echado con ella o con mi hija Lourdes en los últimos tiempos.

Yo me estaba poniendo pinocho también. Mi cipote estaba duro y gordo, y asomaba por debajo de la goma de mi slip de algodón. No tardé en reaccionar. Después de fundir mi boca con la de mi mujer y ahogar sus gemidos, bajé ligeramente por su costado y atrapé uno de sus pezones entre mis labios. Xana gimió y con mi mano atrapé su otra teta, gorda, enrome y blanda al tacto. Empecé a pellizarle el pezón libre y a estimular con mi lengua el otro. Y entonces vi que llegaba su orgasmo.

Ya conocíamos su fisiología y sus reacciones, así que no nos pilló por sorpresa que del chochete de mi esposa saliera dispara aquella cantidad de líquido mientras se corría, el cual Enrique se encargó de engullir sin dejar de comerle el coño aún con más demencia, lo que provocaría seguramente una cadena de orgasmos sucesivos en Xana. Y en efecto, así fue. Después del tercero y con la cara enrojecida y sin aire, mi cuñado la dejó descansar, para que al menos recuperara el aliento. Mi mujer en aquel momento ya estaba en guardia y despierta.

-Ahora no paréis, hijos de puta –nos insultó, desesperada y salida como una perra.

Era increíble que aquella tarde le hubieran estado comiendo el coño seis personas diferentes durante casi dos horas. Era una zorra insaciable.

-¿Quieres más? –sonrió mi cuñado, que envalentonado, se puso de pie sobre el colchón, se bajó el calzón y nos dejó ver su potente cipotón y sus gordísimas pelotas peludas. Después se meneó aquel pollón. -¿Quieres que te de chorizo cantimpalo?

-Ahora quiero que me comáis el coño los dos a la vez –pidió mi esposa.

Mi cuñado Enrique y yo nos miramos complices y sonrientes. Así que nos colocamos en posición entre sus piernas. Mi cuñado como había estado hasta entonces y yo montándome sobre mi mujer, como realizándole un 69. Es más, ella sacó mi polla y me quitó el slip para poder comérmela mientras mi cuñado y yo pegábamos nuestras caras y nuestras bocas contra su húmedo y chorreante chochete.

Podía notar la barba de mi cuñado contra mi cara, contra mis mejillas, arañando. Y él podía notar mi aliento. Pero sobre todo compartíamos nuestras lenguas, labios y bocas, los jugos vaginales de mi mujer y nuestras salivas. Y me gustaba compartirlo de aquella manera con aquel macho cincuentón que desprendía aquel fuerte olor a desodorante marchito y sudor.

Xana empezó a correrse de nuevo sucesivas veces, y nosotros continuamos lamiendo, chupando, estimulándole el clítorix, los dos al mismo tiempo. Y por momentos mi cuñado internaba su boca entre las nalgas de ella, que intentba elevar las caderas y acababa dándole acceso a su ojete, el cual relamimos.

Nos gustaba cuando ella gritaba cada vez que paseábamos nuestras barbillas por toda la raja de su coño, sobre todo la de Enrique. También cuando le lanzábamos mordiscos en la cara interna de sus muslos, o en los cachetes del culo.

Durante casi treinta minutos estuvimos torturándola y dándole placer a un tiempo. Hasta que cansados, ambos de rodillas a cada lado, la miramos. Ella nos sostuvo la mirada con ojos vidriosos.

-¡Hijos de puta! ¡Estoy muy caliente! –exclamó sin resuello mi mujer.

-¿Quieres polla? –preguntó mi cuñado Enrique.

-Quiero pollas…

-Pues aquí tienes dos… -arqueé mis cejas, invitador.

-Dos no son suficientes –sonrió ella con malicia.

Mi cuñado y yo nos miramos con preocupación burlona, antes de volver a mirarla a ella.

-Cariño. Son casi las dos de la madrugada. Yo mañana tengo una reunión importante y... –le informé, pero ella me cortó.

-No tienes por que estar si no puedes –respondió despiadada, sin borrar una sonrisa de su cara lujuriosa. –Sólo necesito más hombres –se irguió en el colchón.

-¿Cuántas pollas quieres? –le preguntó mi cuñado Enrique, con tono de haber accedido a la petición que ella estaba dejando en el aire.

-¿Cuántas puedes conseguir? –le miró retadora.

-Las suficientes como para que te estén follando los próximos cinco días sin descanso…

-¡No hay cojones! –se burló mi esposa, riendo a carcajada limpia con aquel desafío.

-Estaba deseando que llegara este día –sonrió él. –Llevaba meses soñando con que lo pidieras de tu propia boca. –Y yo sabía a qué se refería. –Te follarían sin parar durante cinco días. Les tengo preparados. A solo un aviso mío.

-¿Ah, sí? –pareció que la burla de ella se borraba por un momento, aunque pronto adquirió un brillo especial.

-¡Sí! –exclamó Enrique triunfante.

-Cinco días es muy poco, ¿no? –adujo ella con escepticismo. Si tiene que ser así, que sean como mínimo siete días –sobrepasó ella la apuesta.

Exultante, mi cuñado sonrió y asintió.

-Activaré el código azul –comentó Enrique.  –Así que será mejor que os vistáis. Nos esperan dos horas de viaje. Lo tendrán todo preparado cuando lleguemos.

-¿No podemos esperar a mañana? Tendré que cancelar la reunión… –me quejé, viendo la locura en la que nos íbamos a embarcar. Sí, yo también deseaba que Xana accediera a esa brutal gangbang con la que tanto habíamos fantaseado todos, pero…

-¿Esperar? –dijo ella.

-Damián –me nombró mi cuñado. –Eres el maldito dueño de la empresa. Puedes hacer lo que quieras. Pero tu mujer no puede esperar y lo sabes.

-No puedo esperar, cabrones –confirmó ella. –Y quiero empezar ahora mismo. Tengo el coño… uffff… -se lo toqueteó.

-No te preocupes –rió Enrique. –Te iremos follando en la furgoneta durante el viaje. No te van a faltar pollas, creeme. Será la mejor experiencia que vas a vivir. Si es que eres capaz de sorportarla… -sonrió con malicia. Yo sabía bien que no habíamos escatimado en gastos cuando llegara aquel día que parecía haber llegado.

-Eso espero, maricones –nos retó mi mujer. –¡Estoy más caliente que nunca, joder! O traéis un ejército o…

-Ten cuidado con lo que deseas –dijo mi cuñado, estirando su mano e introduciendo con fiereza dos de sus gordos y callosos dedos en el chochito de mi mujer.

-¡Joder! –me froté la cara. Finalmente aquello iba a pasar. No me quedaba más remedio que cancelar la reunión o dejarla en manos de mis gerentes. Tendría que ausentarme durante varios días si es que Xana decidía sobre pasar su récord personal.

Aquello que podría ocurrir en aquella alejada granja sería épico. Sería cruzar cualquier límite antes nunca cruzado. El récord de Xana estaba en practicar el sexo con ciento treinta hombres en cuarenta y ocho horas, durante un fin de semana en aquella misma granja a la que nos dirigiríamos ahora. Pero esta vez parecía más decidida a… superarlo con creces. ¿Lo lograría? Ya lo veríamos. Por si acaso, anularia toda mi agenda hasta el martes siguiente. Era viernes de madrugada… y nos quedaban largos días por delante.

Mi cuñado ya había alcanzado su móvil y estaba empezando con la cadena de gestiones. Acababa de activarla. Me incliné sobre mi mujer, quien le observaba, y la besé en la boca con pasión.

-¿Estás segura, cariño? –le susurré. Ella asintió. –Va a ser duro, mi amor.

-Lo sé –replicó ella, también susurrando. –Pero quiero hacerlo. Si lo tenéis preparado…

-Desde hace tiempo –le expliqué. –Pero cuando no quieras más, dímelo.

-Lo haré.

-Te quiero –le dije de todo corazón. –Eres maravillosa.

-Yo también te quiero, cariño –dijo, estirando su brazo y acariciando mi cipote erecto con su mano. Entonces me guió hasta ella, volviendo a tumbarse e introduciéndome en su cuerpo.

Comencé a follármela al tiempo que levantaba los ojos y miraba a mi cuñado. Enrique ya había dejado de hablar y nos observaba contento.

-Tú eres el primero de todo esto –sonrió él. –Como debe de ser.

-Tú serás el segundo –le dije.

-Eso no lo dudes –asintió Enrique.

-Ahhhh… ahhhhhh… ¡Sí, dame polla, cariño! –exclamaba Xana, húmeda y ardiente como estaba su chochete.