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Damián: Con mi hijo pequeño, Valentín

en Gays

El maestro nos lo había pedido. Durante 28 días no podríamos catar a ninguna hembra del grupo. Y en este caso, las hembras del grupo no podrían catar a ningún varón. Quizás, entre las razones que le llevaron a tomar esta decisión, estaba el que mi hija Lourdes y mi yerno Pascual se hubieran decidido a tener un bebé, y por eso ellos eran los únicos que tenían permitida la cópula. De esa forma, el hijo no podría ser de otro de los hombres con los que Lourdes mantenía relaciones sexuales día sí y día también, a solas o en grupo, con mi yerno Pascual mirando o ausente.

De modo que el maestro había decidido que aquella sería una buena oportunidad para que todos ascendiéramos a un nuevo nivel de placer cárnico, relacionándonos íntimamente con miembros del grupo de nuestro mismo sexo. Entre las féminas esto había sido siempre normal. Sobre todo entre mi hija y mi esposa Xana (su madre). Pero entre los hombres no había sido ni buscado ni espontáneo ni había surgido de forma natural. Éramos todos heterosexuales convencidos que habíamos flirteado en esa unión fraternal que nos fusionaba tanto cuando buscábamos el mismo propósito: disfrutar y llevar al límite a las hembras de nuestro grupo.

De todas formas, nuestro maestro, alguna vez nos había empujado a experimentar relaciones homosexuales y yo había tenido más de dos y tres, aunque no habían pasado de momentos muy puntuales. Sin embargo, era el momento de ponernos manos a la obra. Y por eso, sucedió lo que voy a contar.

Aquella noche nos encontrábamos en casa. Desde mi cuarto escuchaba los gritos de extremo placer de mi mujer, que se encontraba en la planta de abajo, en la habitación amarilla, abierta de piernas sobre la cama redonda y con mi hija Lourdes entre ellas desde hacía algo más de una hora, comiéndola el coñito y haciéndola segregar efluvios a chorros que seguramente Lourdes no dudaba en tragar. Podían estar horas y horas las dos en aquella guisa. Practicándose sexo oral la una a la otra y encadenando orgasmos, gemidos y eyaculaciones.

En la familia todos llevábamos más de 24 horas sin practicar sexo con ellas, pero a ninguna de las dos parecía importarle, pues ambas se disfrutaban mutuamente. En cambio yo estaba que me subía por las paredes, igual que mi hijo pequeño, Valentín, de 18 años. Así que ambos, sin más remedio, habíamos decidido comenzar con lo que el maestro nos había indicado.

Escuché cerrarse el grifo de la ducha del cuarto de baño que había dentro de la habitación. Pasados varios minutos, mi hijo salía todavía con rastros de humedad en su desnuda y lechosa piel. Su cuerpo delgado y sin músculos marcados, su carita adolescente y aquellos pezoncillos pequeños y rosados.

-Ya estoy cachondo –comentó sonriendo de soslayo y acercándose a la cama, con su circuncidado pene de 15 centímetros medio erecto.

Yo, todavía vestido, dejé mi ordenador portátil a un lado, sobre la mesilla de noche, y le hice sitio. Mi hijo vino a tumbarse junto a mí y le sonreí.

-Ya es la segunda vez que hacemos algo así. Así que… -comenté.

-Sí. Pero la primera vez que lo hacemos solos. Al menos la vez anterior estaba mamá... -recordó él.

-Bueno. Tendremos que experimentar cosas nuevas tú y yo solos –dije, incorporándome y sacando de entre los almohadones un pañuelo negro. –Lo haremos más divertido. Túmbate boca abajo.

Mi hijo Valentín obedeció y yo me clavé de rodillas sobre el colchón. Observé sus pálidas y delgadas nalgas adolescentes. Me incliné sobre él y rodeé sus ojos con el pañuelo, anudándoselo alrededor de la cabeza y dejándole sin posibilidad de ver.

-¡Vaya! ¿No me lo puedo quitar? –preguntó.

-No hasta que acabemos.

-¿Hasta que te corras?

-Hasta que me corra dentro de tu culo -asentí cachondo y divertido. Me iba a follar a mi hijito a solas por primera vez.

Con las mismas me arrastré hacia abajo y no me demoré mucho. Empecé a pasear mis calientes y maduras manos por sus piernas imberbes, sus gemelos, ascendí hasta sus muslos y lentamente me fui inclinando más y más hacia delante. Rocé sus nalgas, las manoseé, las fui separando y mi hijo soltó un suspiró.

Atisbé su ojete rosado y volví a bajar. Después subí e incliné mi cabeza metiéndola entre sus nalgas. Abrí la boca y empecé a lamerle aquel caliente y cerrado esfínter rosado. Al instante mi hijo Valentín empezó a gemir.

-¡Papá...! –exclamó.

Toda mi violadora lengua, toda mi bocaza babeante, empezó a dejarle chorreando aquel ojete, de la misma forma en que mi hija y mi mujer se estaban comiendo los suyos en la planta de abajo. Mi rala barba de varios días arañaba en la suave piel de las nalgas de mi hijo, que apoyaba su pie contra mi paquete, apretándolo y friccionándolo.

Cachondo como estaba, me separé de él, me puse de pie y me deshice de la ropa, quedándome en pelotas. Ya así, volví a la carga. Desnudo y con mi rabazo enhiesto. Con todo mi prepucio retraído y mi gordo glande al aire.

Me acomodé de rodillas y obligué a Valentín a darse la vuelta. Con su culo apuntando al techo y su espalda arqueada contra el colchón, le sostuve por la cintura en aquella acrobacia y bajé mi boca nuevamente hasta su orificio, el cual empezaba a abrirse lentamente como una flor.

Mi lengua empezó a violarle y Valentín se pajeaba con una mano su polla circuncidada y con la otra me acariciaba el pelo.

-Papá… -musitaba. –Papá, me gusta mucho… ¡Qué boca tienes, joder! ¡Cómeme el culo, coño!

Mi lengua daba paso entonces a mis hábiles dedazos, masturbándole el culo. Cuando le tenía ya dilatado, me levanté, de pie sobre el colchón, con las rodillas flexionadas para quedar a la altura de la raja de su culete pálido e imberbe. Y empecé a pasear todo el tronco de mi polla por ella. Sabía que mi hijo pronto me demandaría que se la clavara, al notar la tremenda contundencia del rabazo que yo tenía entre las piernas. Y así lo hizo. Valentín tenía una pujante bisexualidad a flor de piel, y todos en el grupo nos habíamos dado cuenta.

-Métemela, papi… -me rogó fuera de sí. -Necesito tu polla, por favor... ¡Clávamela, joder! ¡Es enorme...!

No iba a hacerle esperar. Apunté con mi capullo y se la metí. Al principio gimió de placer, pero conforme me internaba en su ano con mi gorda polla, empezó a notar más sensaciones, estas algo más dolorosas.

-¡Joder! ¡Jodeeerrr! –empezó a quejarse. -¡Es... ahhhh...! ¡Es muy gigante! Me destroz... ahhhhh... ¡Mi ojete, papá...!

-Aguanta que … ahhhh… te la meto… entera… ¡Papá te la va a clavar entera! ¿La quieres?

-¡Síííí! –gritó él.

Y todo mi pene entró a pelo en el culo adolescente y lechoso de mi hijo, que ciego por la venda en sus ojos, estiraba el cuello hacia atrás y se dejaba follar por mí, sin voz, empalado por mi deliciosa y potente salchicha.

Valentín tenía un culo apretado y muy caliente. Nada que ver con el ojete de su madre o su hermana Lourdes, que tragaban por el culo que era una maravilla. Se notaba la inexperiencia anatómica de mi hijo.

Rodeé el cuello de Valentín e hicimos el balancín. Me eché hacia atrás, quedando yo tumbado, y él ahora sentado sobre mí. Así podría cabalgarme a sus anchas. Pero inexperto, no lo hizo. Se inclinó hacia delante, su pecho contra mi pecho, buscando mi boca.

-Papi… -me dijo. –Fóllame.

Nos fundimos en un intenso morreo, con mucha lengua y mucha saliva, y le rodeé con mis fuertes brazos, apretándole más contra mi cuerpo, sin dejar de menear mis caderas. Sin dejar de follárle su destrozado y abierto culito.

Estuvimos follando largo y tendido en aquella posición, comiéndonos la boca, suspirándonos de gozo en plena cara, comenzando a sudar y disfrutándonos.

-¿Te gusta como te folla papá? -le preguntaba yo morboso.

-Mucho... -decía él, extasiado. -Ya entiendo lo que sienten mamá, Lourdes, la prima...

Me estaba follando a mi pequeñín, que ya era todo un hombrecito. Y me estaba gustando casi tanto como follarme a mi hija Lourdes. Creo que podía entender cada vez más la importancia que Xana concedía a tener sexo incestuoso con quien fuera y como eso nos unía más plenamente. El maestro y ella tenían razón. Era algo digno de experimentar.

Valentín se pajeaba el nabo mientras yo embestía a toda máquina. Creo que estaba fuera de sí. Mi hijo no debía de esperarse que le gustara tanto follar conmigo. Por eso sus cojones reventaron sin preaviso y me bañó el vientre con su ardiente lefa. Aquello me puso tan cachondo que yo también exploté dentro de su culo.

-¡Me corro, hijo! ¡Me corro!

-¡Córrete! –exclamó él.

-¡Me corro en tu culo!

Mis trallazos fueron poderosos y en seguida le dejé bien preñado con mi densa lefa. Él, exhausto, cayó sobre mí, sin resuello y con la respiración agitada. No sé qué me pasaba que, aunque me acababa de correr, un morbo malsano me inundaba por dentro.

-Ha sido genial –murmuró Valentín, quitándose la venda de los ojos.

De lejos nos llegaban los gemidos de mi esposa y de mi hija Lourdes. Pudimos detectar que mi mujer volvía a tener uno de sus sísmicos orgasmos.

-Ha estado muy bien –comenté yo, a pesar de la brevedad del acto. –Pero podríamos mejorarlo.

-¿Ahora? –preguntó mi hijo. –Yo creo que por hoy he cumplido. Mañana tengo universidad muy pronto.

-De acuerdo –dije, dándole un beso en la frente. –Creo que ha sido buena idea del maestro lo de experimentar esta semana entre nosotros.

-¿Te vas a volver maricón? –arqueó las cejas mi hijo con escepticismo.

-No. No lo creo. Pero un poco quizás sí –sonreí, pensando en el abanico de posibilidades que se abría ante mí.