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Relatos morbosos 2

en Grandes Relatos

Y yo estaba tan excitado que tuve que bajarme la cremallera y sacar el pajarito a respirar. No quise masturbarme porque ya lo había hecho y porque mis emociones eran terribles, una mezcla indómita de celos, de rabia, de desesperación, y al mismo tiempo un deseo morboso de poseerla, de taladrar aquel delicioso culo. Era un deseo morboso, muy morboso. Y me sentí mal cuando comprendí que me gustaba ver cómo otro se la follaba, a mi mujer, bueno a mi “ex”, y además con una polla grande y ver cómo ella disfrutaba. Y me sentí tan mal que tuve ganas de vomitar, y tan excitado que comencé a masturbarme salvajemente. Y enfoqué su culo moviéndose con sensualidad, con naturalidad. ¿Ella, que sentía vergüenza de estar desnuda? Y le sirvió la copa y él le dio las gracias y ella se sentó a su lado, con las piernas abiertas, y él metió su mano derecha entre sus muslos mientras bebía con la mano izquierda. Y le dijo que estaba muy buena, buenísima, y que quería follarla toda la noche. Y ella sonrió y le dijo que podían irse a la cama. Y allá se fueron, él con la copa en la mano. Y puse en el monitor las cámaras del dormitorio y me dispuse a sufrir. Y sentí tal deseo salvaje que logré explotar y el semen ensució el suelo, y no me importó.

 

No me moví, no quería perderme el menor movimiento, el más mínimo gesto. Estaba sufriendo como un condenado, pero también disfrutando como solo puede disfrutar un pervertido como yo. No me importaba sufrir viendo, porque iba a sufrir lo mismo sin ver. Cada noche me acostaba pensando en ella y en lo que estaría haciendo y con quién estaría. Ahora lo sabía. Eso era un alivio, como beber agua fresca en el infierno. Nunca creí en su falta de deseo. Ella me decía que no le importaba el sexo, que se había acostumbrado y que se podía vivir así. No la creí. Nadie puede vivir sin sexo, como no se puede vivir sin comer. Yo no podía y se lo demostraba. Me arrimaba a ella por las noches y mi pene erecto rozaba su culo hermoso. La abrazaba e introducía mi mano bajo su pijama, bajo sus braguitas, acariciaba su vello púbico, acariciaba sus labios, dejaba que mi dedo, como un pene insensible se fuera introduciendo poco a poco en la cueva de Venus, acariciaba el monte, lo acariciaba todo. Pero a ella no le gustaba, le molestaba que la manoseara, le molestaba mi deseo siempre imprevisto, siempre a deshora. No coincidíamos, nunca, en nada. Éramos como la noche y el día, éramos una pareja insólita. A lo largo de nuestro matrimonio muchas veces pensé que se había casado conmigo sin amarme, sin estar enamorada, que nunca me deseó, que yo solo era para ella lo mejor que podía escoger, dadas las circunstancias. O tal vez sentía tanto miedo como yo, o tal vez había probado la desazón de que te utilicen y luego te tiren a la basura, como a un trapo sucio.

 

No sabía mucho de su pasado. Hablábamos poco y casi nunca de sexo. Odiaba hablar de sexo. Éramos una pareja de la época de la represión, no se habla de esas cosas, niño, ni de caca ni de sexo. Éramos una pareja inhibida, reprimida, desconcertada, desconfiada. Éramos el tablón del náufrago, cada uno se aferraba al otro porque el miedo a ahogarse era mayor que cualquier otro miedo, que cualquier otro deseo, que cualquier horizonte, que la libertad. Yo era un pobre hombre salido del seminario con la represión en los ojos, en la boca, en el cuerpo; que negaba la existencia del miembro viril pero que se masturbaba como un mono cuando nadie le veía. Yo era un hombre de la primera etapa de Interviú, que se iba al servicio con las revista entre las piernas y el pantalón bajado. No era hombre para aquella mujer. ¿O sí? Porque algo sabía de su pasado. Había estado con otros hombres, tenía que ser así. Al menos había tenido una especie de novio o de novios. A alguno lo conocí. Un joven alto, bien plantado, guapo. Seguro que habían follado, seguro. Pero ella nunca me lo dijo, nunca me lo contó, nunca hizo la menor alusión. Odiaba hablar del pasado, de novios, de relaciones sexuales, de qué actores o cantantes le gustaban. Odiaba hablar de casi todo.

 

Yo no la forzaba, me conformaba con estar al lado de la diosa, poder tocarle aquel maravilloso culo de vez en cuando e intentar encontrar el momento en que nos apeteciera a los dos. Cada noche metía mi mano bajo su braguita y acariciaba su pubis hasta que ella se revolvía y me chistaba. Entonces me daba la vuelta e intentaba dormir. Pero no siempre fue así. Tuvimos relaciones prematrimoniales, fuimos unos relativos “progres” en una época en la que las mujeres iban a la noche de bodas en camisón de hilo, hasta los tobillos. Tuvimos relaciones sexuales antes de casarnos y eso decía algo a favor de ella y poco a mi favor. La deseaba tanto, estaba tan enamorado que acariciar su cuerpo me hubiera hecho explotar sin más. Tuve que controlarme, apretar los dientes. Nuestro primer acto no duró mucho, pero fue muy cariñoso, muy apasionado y a ella debió gustarle porque me lo dijo y me lo recordó algunas veces.

 

Yo la deseaba tanto que me hubiera pasado la noche dentro de ella, de haber podido, si la naturaleza me lo hubiera permitido, si... Las circunstancias no fueron buenas y yo no estaba bien en aquella época, ni en ninguna, creo. Me diagnosticaron como enfermo mental, me dijeron que era un psicótico, o un esquizofrénico o lo que fuera, no les hice mucho caso. Yo no era como el de Psicosis, yo no iba con el cuchillo en la mano, a mí la gente me caía bien, especialmente mi esposa. Estaba enamorado de ella, la quería con todo mi corazón y para mí no había nada mejor en el mundo que abrazar su cuerpo desnudo y hacer el amor. Nunca la maltraté, aunque ella se quejaba de que yo era un tipo raro. ¿Cómo no iba a serlo con el diagnóstico que tenía encima? Se lo dije antes de casarnos, no la engañé. Pero tal vez el que ella supiera cómo me habían diagnosticado generó algunos problemas en nuestra relación. Tal vez ella tuviera miedo de... ¿de qué? Ahora mismo estaba viendo cómo se la follaba otro y no he salido corriendo para matarlos a los dos. No sé qué soy, pero sea lo que sea, no soy un hombre violento. Además ella ya no es nada mío... bueno, nunca lo fue, pero ahora menos que nunca. Estamos divorciados. Somos libres, podemos acostarnos con quien nos de la gana.

 

Aunque estoy dudando si no tendrían razón los que me diagnosticaron, porque lo que estoy haciendo no es normal... Bueno, creo que muchos lo harían si pudieran, creo que todo el mundo lo haría si pudiera... y si no fuera a la cárcel, claro. Porque yo iba a ir a la cárcel si me pillaban, y por mucho tiempo, y ella sería la primera que me denunciaría y se alegraría de verme entre rejas, y tiraría la llave a un pozo, el más profundo que encontrara. Nunca me perdonaría si supiera que la estoy grabando, en realidad no me ha perdonado sin saberlo y nunca me perdonará. Pues entonces... voy a grabarla, voy a disfrutar de cómo la folla ese tío, cuyo único mérito es tenerla más grande que yo. No es que sea un aparato descomunal, un trombón, simplemente es un poco más grande. Tampoco parece tener el don de la palabra, no posee mucha labia, que digamos, y tampoco... Bueno, eso son celos y estupideces, lo importante es que ahora ella lo está desvistiendo. Conmigo nunca lo hacía. A mi me gusta desvestir a las mujeres, bueno a mi mujer, que es la única que ha existido en mi vida... Bueno, tampoco es eso, antes de casarme me fui de putas unas cuantas veces y hasta una, que me gustaba mucho, una argentina, me pegó algo, no sabría decir qué, tal vez purgaciones o... sífilis no era no, que fui al médico y me recetó antibióticos y me dijo que tuviera más cuidado, pero no me dijo que fuera grave, que fuera para morirse.

 

A lo que voy, que ella nunca me desvistió, ni me magreó la polla como lo está haciendo con él. Parece que le gusta. Las mujeres mucho con que no importa el físico, que no importa si la tienes grande o pequeña, que no importa la edad, que no importa... Solo les importa si están o no enamoradas. Pues no parece que le haya dado mucho tiempo a enamorarse de éste, porque no parecían íntimos. Y ahora se ha arrodillado y se la está mamando...Es increíble, ella odiaba hacer esas cosas. Le daba asco mi pene... claro que como era pequeñito...Bueno hay muchas mujeres a las que no les gusta hacer mamadas o la felación, como dicen los puretas. A mí me encanta lamerles eso, el coño, vamos, los labios, el pubis, comerme el vello, comérmelo todo, es decir, un cunilingus, como dicen los puretas. Pero hay gente “pa tó” como dijo aquel torero cuando le presentaron a un escritor. Hay mujeres a las que no les gusta la felación y hay hombres a los que no les gusta el cunilingus.

 

Es increíble que ella le esté haciendo una mamada, increíble. Vamos que no me lo creo. Luego lo veré a cámara lenta para ver si es que estoy alucinando. Pero él no está muy por la labor. Al principio ha empujado su cabeza hacia su polla, a puesto la mirada en el techo, ha abierto la boca y ha suspirado un poco. Pero ahora le echa la cabeza hacia atrás y le dice:

 

-Gracias, guapa, pero creo que es mejor dejarlo para un poco más tarde. Creo que no se me va a empinar por mucho que la mames, y lo haces muy bien, pero qué quieres que te diga, te acabo de follar y con esfuerzo, porque tienes un culo fabuloso, pero no parece que te lo hayan taladrado mucho, porque estaba bastante cerrado.

 

Ella se ha puesto grana, eso sí va con ella, y se ha puesto en pie y yo le he visto bien el chichi que conozco como si lo hubiera parido,  porque se lo veía a menudo, bueno, bastante a menudo, vale, algunas veces. Le ha mirado como pensando si lo echaba a patadas o no y qué pasaría si intentaba echarlo y él no quería irse. Creo que ahora se da cuenta del riesgo que tiene meter en casa a desconocidos, tal vez por eso me pidiera que instalara la alarma. Aunque eso será para cuando consiga echarlo, para que no pueda entrar, porque ahora la alarma no va a servir de nada... bueno, tal vez se le ocurra hacerla saltar y entonces llega la poli y... Bueno, creo que se lo ha pensado mejor. Le dice.

-Ya sé que no se os empina a los cinco minutos, no soy tan tonta. Pero pensaba que te iba a gustar. ¿Qué quieres que hagamos?

 

-Vale, guapa, no te enfades. Podríamos acostarnos y acariciarnos un poco mientras yo me tomo la copa, ¿y qué te parece si me cuentas algo de tu marido? ¿Cómo te follaba?

 

Ella está sulfurada, la conozco, pero aguanta, tal vez porque él tiene una buena polla y porque la noche es joven, acaba de empezar. Se acuesta boca arriba y enfoco la cámara de la lámpara, con el zoom. Tomo un primer plano de su sexo y dejo que grabe unos segundos, para luego refocilarme.  Luego hago lo mismo con el tronco, le enfoco el miembro, pero está deshinchado, mucho, mucho, pero es como los demás, que cuando se cae la instalación hay que dejar tiempo antes de reanimarla. Un primer plano de su rostro. No es tan guapo, vamos que yo diría que hasta es feo, incluso que yo soy más guapo... sino fuera por la p... barriga de los c... Eso siempre me ha dado un aspecto de tonel. Pero guapo, guapo, no es el chorvo, y además no es tan joven, tal vez los 45 no se los quite nadie. Podría haberlo escogido más joven, un guaperas, un musculistos, o un yogurín, ya de puestos... Ella tiene cuerpo “pa eso” y “pa más”. Hasta se podría ligar a un actor de “Jolivúd” y de los buenos, de los guapos. No es por nada, pero su cuelo... ¡Dios mío, qué culo tiene! Y estoy deseando que se ponga boca abajo para grabarle bien el cuelo, pero esto va para largo, porque el “chorvo” le dice.

 

-¿No podría fumar? Me está entrando el síndrome.

 

Ella no le dejará, lo juro. Yo tenía que ir a San Pito Pato a echarme un pitillo y luego ella me olía a la legua.

 

-En esta casa no se fuma. Si quieres fumar sal a la acera.

 

Así me gusta. Esta es la mujer que yo conozco y no esa que se ha dejado follar por detrás como si tal cosa. Y además sigue tan astuta. Si él sale, le cierra la puerta y conecta la alarma. Pero él no es tonto. Se conforma... bueno se conforma con no encender un pitillo, pero es morboso el tío, ahora quiere que le cuente sobre mí. Insiste, y entonces ella, que parece haber soplado las brasas del odio, comienza. Me pongo a temblar.